QUE PODRA REZARSE: En cualquier tiempo del año,
principalmente en la octava de Pentecostés, o antes de emprender algún negocio
de trascendencia, y también para alcanzar de Dios el remedio en alguna vicisitud.
Su contenido en su mayor parte, está extractado de la obra del ABATE GAUME,
sobre el Espíritu Santo y ordenado por un sacerdote del Arzobispado de México,
y Profesor del Seminario.
COMENZAMOS:
19 de mayo.
FINALIZAMOS:
27 de mayo.
FESTIVIDAD: 28 de mayo del 2023.
AVISO:
A las indulgencias concedidas por S. S. León XIII, deben
agregarse 80 días de indulgencia que, por cada día dé la novena, se dignó
conceder el excelentísimo, señor Dr. D. Próspero María Alarcón y Sánchez de la
Barquera, Arzobispo de México.
Acto de contrición,
ofrecimiento, himno y oración.
(Para todos los días).
Creo en Dios Padre, mi
Creador; creo en Dios Hijo, mi Redentor; creo en Dios Espíritu Santo, mi
Salvador: tres personas distintas y un solo Dios,
verdadero: en Él espero como verdad infalible en sus promesas; a Él amo como a
la suma bondad, más que a todas las cosas y criaturas y me pesa de todo corazón
de haberle ofendido; no sólo por ser tan bueno, sino también por su justicia, y
por el temor del infierno y de perder el cielo. Así ofrezco a mi Dios todo
cuanto en mi vida hiciere y padeciere en satisfacción de mis culpas. A Vos, oh
Espíritu Santo, dispensador de todas las gracias, una os pido ahora en
particular, que es: la de hacer como debo y quiero esta santa Novena, que a
honra y gloria vuestra dedico, a la de la Agustísima Trinidad y de vuestra
divina Esposa, la Inmaculada Virgen María, y pido en ella el aumento de vuestro
culto; por la intención del Romano Pontífice, por su salud y prosperidad y por
la de los demás Obispos, sacerdotes y fieles; por el triunfo de la fe católica,
conversión de los infieles herejes y pecadores; por la salud de los enfermos, redención
de los cautivos, alivio de las almas del purgatorio y por el bien espiritual y
temporal de todos mis deudos, bienhechores, amigos y enemigos; por la prosperidad
y acierto de los gobernantes y por todos los demás fines que pide la Santa
Iglesia. Amén.
HIMNO SAGRADO
(para todos los días).
Venid, ¡oh Santo
Espíritu!
y desde el cielo enviadnos,
con su fulgor espléndido
un rayo abrasador.
¡Oh Padre de los míseros!
dispensador de bienes,
venid, y vuestras ráfagas
den luz al corazón.
Consolador magnánimo,
del alma dulce huésped,
sed Vos el refrigerio
que calme nuestro afán.
En las fatigas horridas
Vos sois nuestro descanso,
templáis las estaciones
y el llanto mitigáis.
¡Oh luz del cielo fúlgida!
llenad los corazones
de vuestros fieles siervos
con vivo resplandor.
Sin Vos ni somos átomos,
el hombre es ser impuro,
y nada en él existe
si no viene de Vos.
Regad todo lo árido,
purificad las manchas
y aquello que está enfermo,
sanad, Señor, sanad.
Doblad todo lo rígido,
calor dad a los hielos,
y lo que está desviado
dignaos enderezar.
A vuestros fieles súbditos,
que en vos tienen confianza,
el sacro septenario
de vuestros dones dad.
De la virtud el mérito,
de la salud la gracia,
de Vos tengamos todos,
y el goce perennal.
Amén. ¡Aleluya!
Venid, Espíritu Santo, llenad los corazones de
vuestro amor.
Enviad, ¡oh Señor, vuestro Espíritu y
renovaréis la faz de la tierra!
ORACIÓN:
¡Oh Dios!, que habéis iluminado é instruido el corazón
de los fieles con la luz del Espíritu Santo, haced, Señor, que en el mismo Espíritu
sepamos siempre apreciar el bien y ser llenos de vuestros consuelos divinos,
por Cristo Nuestro Señor. Amén.
CONSIDERACIÓN PARA EL
PRIMER DÍA
Venid, Padre de los pobres.
PUNTO PRIMERO.
Considera, alma piadosa, la tierna expresión de Padre con la que
hoy invocamos a Dios Espíritu Santo. No hay atributo, dice un gran santo, que
mejor corresponda a la bondad de Dios, que el llamarle Padre. Por eso, al
dictarnos nuestro divino Maestro, la oración dominical, que es la más sublime
que conocemos, comenzó por la palabra Padre, diciendo: PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN
LOS CIELOS, etc. etc. Así también, cuando Jesús,
salud y vida nuestra, nos quiso dar a comprender la suma bondad y misericordia
de Dios para con él pecador arrepentido, nos trazó la parábola del Hijo Pródigo. “¡Padre!”, le
dijo aquél: “pequé delante del cielo y contra ti” y al instante le abrazó su padre, le
vistió de gala y le dispuso un convite. ¡Ah! cuántos
favores alcanzaría yo del Espíritu Santo, si lo invocara con fervor, con afecto
de hijo y con un “¡pequé de corazón!”
PUNTO SEGUNDO.
Considera
luego, cómo la Santa Madre Iglesia invoca al
Espíritu Santo con el título de PADRE DE LOS POBRES. Y
en efecto: Dios
Espíritu Santo es el Padre de los pobres pecadores: pobres de
méritos, pobres de virtudes y miserables como yo. Pero mía es en verdad la
culpa. Dios Espíritu Santo me había enriquecido con sus siete dones cuando
recibí el Santo Bautismo, la Confirmación y otros sacramentos que me administró
la Iglesia; mas todo lo he perdido por el pecado, me he desterrado a tierra
extraña y entre enemigos, que me han despojado dejándome más andrajoso, pobre y
miserable, que lo que otro tiempo, al Hijo Prodigo.
PUNTO TERCERO.
Considera, en tercer lugar, cómo el Espíritu Santo es
la síntesis del amor divino, puesto que procede del amor mutuo entre Dios Padre
y Dios Hijo. Así es que no hay amor comparable con el amor del Espíritu Santo
para con sus devotos, ya justos, ya pecadores arrepentidos: procura, pues,
corresponderle de igual modo, volviendo amor por amor que es el lema de los que
deverás se aman y corrígete por amor suyo, hasta de las faltas más leves.
ORACIÓN
¡Oh Dios Espíritu Santo!, el
más rico y bondadoso padre del hijo más ingrato y necesitado: yo soy aquel hijo
sin entrañas, que desprecié vuestros dones y malversé la gracia que de Vos
recibí en el Santo Bautismo. Yo desprecié vuestras caricias, desoí vuestras
inspiraciones, me afilié en el bando de vuestros contrarios, y me he hecho
indigno de vuestro amor. Pero vuelvo arrepentido, y aquí me tenéis a vuestros
pies implorando el perdón de todas mis culpas. ¡Perdonadme,
Padre mío! y derramad sobre mí la luz de vuestros dones para que conozca
mis yerros, haga penitencia y no me aparte jamás de Vos. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y se dirá tres veces: “Santo, Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios
Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Oh dulcísima María,
Esposa del Espíritu Santo; Hija del Padre y Madre del Hijo, Reina soberana de los ángeles y de los
hombres, que siendo concebida en gracia y enriquecida con los dones de vuestro
divino esposo, concebisteis a nuestro Redentor Jesucristo; os suplicamos que
nos alcancéis el don de Sabiduría y el santo temor de Dios para que nunca le
ofendamos, nos arrepintamos de nuestras culpas y le sirvamos fielmente hasta la
hora postrera. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin pecado!
R —¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
VENI CREATOR
HIMNO
Ven, Creador Espíritu,
Visita nuestras almas,
Llenando a tus criaturas
De gracia celestial.
Consolador benéfico,
Del Altísimo dádiva,
Viva fuente, amor, fuego,
Y unción espiritual.
De la paterna mano
Promesa soberana,
Los labios enriqueces
Con ciencia de verdad.
Ilustra los sentidos,
De amor el pecho inflama,
Fortaleciendo el cuerpo
Con virtud perennal.
Ahuyenta al enemigo
Y paz infunde al alma:
Siendo Tú nuestro guía
Huiremos todo mal.
Logremos por ti al Padre
Y al Hijo venerar
Y a ti, de ambos Espíritu,
Creer en toda edad.
A Dios Padre la gloria
Y al Hijo sea dada,
Y al Paráclito Espíritu
Por Una eternidad.
—Amén.
En el nombre del Padre, y
del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
CONSIDERACIÓN PARA SEGUNDO
DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento,
himno y oración como el primer día.
Venid, Dispensador de dones.
PUNTO PRIMERO
Considera, cristiano
carísimo, como el Espíritu Santo, compadecido de
la caída de nuestros primeros padres y de las miserias ocasionadas por ella a
todo el género humano, coopera eficazmente a la creación de la segunda Eva,
madre y guía de los mortales, que ha vencido a la serpiente; le aplastó su
cabeza, y confundió el poder y astucia del ángel de las tinieblas. Pondérese
aquí el don de tan inmenso valor que ese divino Espíritu nos prepara, y cuán
grande sea la dicha de los hijos de la nueva Eva y los poderosos motivos que a
todo cristiano obligan a tributar gracias, culto y homenaje a la tercera
persona dé la Trinidad Beatísima.
PUNTO SEGUNDO
A considerar la magnitud del beneficio que recibimos conviene también
ponderar la suma bondad y grandeza de aquel de quien se recibe los motivos que le
mueven a concederlo. Así el Espíritu Santo es la misma grandeza de Dios, la
bondad por excelencia e igual en todo al Padre y al Hijo, de quienes procede según
la fe. Y siendo Dios Trino, todo candad, según el apóstol San Juan, ésta se
derrama sobre nosotros por el mismo divino Espíritu, según nos dice San
Basilio: TODO CUÁNTO POSEEN LAS CRIATURAS DEL CIELO Y DE LA TIERRA EN EL
ORDEN NATURAL Y DE LA GRACIA LES VIENE DEL ESPÍRITU SANTO.
Altísimo don de Dios, lo titula la Santa Madre Iglesia. Y así como Él procede
del Padre y del Hijo por amor, por el mismo atributo derrama sobre nosotros, el
divino Espíritu, todas las gracias que recibimos, comenzando por enviarnos a la
segunda Eva, María Santísima amparo, consuelo y Madre de todos nosotros.
PUNTO TERCERO
Considera, lector
carísimo, cómo
y de qué manera el Espíritu vivificador, riega y fecundiza los campos yermos y
estériles de nuestras almas, restaurándolas a la vida de la gracia por medio de
los Santos Sacramentos, y las convierte en vergeles divinos y templos de sí
mismo. Pondera como esos siete dones, de que nos habla Isaías, han fecundado
toda la tierra a manera de caudalosos ríos, como aquellos que regaban el
Paraíso, durante la inocencia de nuestros primeros padres. ¿Cuántas almas subieron al cielo, que en este
mundo practicaron virtudes de todo género, desde los patriarcas y profetas de la
antigua ley hasta los mártires, vírgenes y confesores de la ley de gracia? Lee y relee las crónicas de los justos, la vida
de los santos y los triunfos de los mártires en toda la redondez del globo, para
que más y más comprendas el influjo del divino Espíritu, lo ames, le sirvas y
le veneres como Dios dispensador de todos los dones.
ORACIÓN
¡Oh
Dios Espíritu Santo: fuente de todas las gracias y centro del amor divino! Mil veces me confundo al considerar mi extremada
miseria, necedad y tibieza. Siendo Vos tan rico y generoso, yo me olvido de Vos
y perezco en la inercia, tedio y pobreza de las virtudes. ¡Ah! cuán diferente, Dios mío, fué la conducta de
los santos y santas que escalaron el Paraíso, siendo de la misma naturaleza que
yo, y quizá tuvieron que vencer mayores obstáculos para salvarse. No, divino
Espíritu, no permitáis que, se pierda mi alma. Concededme, os ruego, la gracia
de vuestros dones; y un amor eterno hacia Vos y hacia vuestra divina Esposa, la
Virgen María, para que, valido de vuestro divino auxilio, os sirva como los
santos y os vea y posea eternamente. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y se dirá tres veces: “Santo, Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios
Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Sacratísima Virgen y
Madre mía María: yo,
la más vil, ingrata y necia de todas las criaturas, quiero en este día hacer un
pacto con Vos. Desde que el Espíritu Santo os eligió para ser el terror del infierno,
segunda Eva y Madre del género humano, creo firmemente que Vos sois la Reina
más poderosa del Universo y la abogada más portentosa de los mortales. Quiero
pues, de hoy en adelante, ser vuestro en el tiempo y en la eternidad: y que Vos
seáis mi Madre, mi Reina y Soberana, después de Dios. Os lego así mi alma, vida
y corazón, únicas prendas que poseo. Alcanzadme de Vuestro divino Esposo la gracia
que necesito para cumpliros mis promesas y seros fiel hasta la muerte. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin pecado!
R —¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—Se dice el
Himno “Veni Creator”
CONSIDERACIÓN PARA ELTERCER
DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el
primer día.
Venid luz de los corazones
PUNTO PRIMERO
Considera,
alma mía, como
el divino Espíritu es luz de los corazones. Él es quien, con los rayos de
celestial luz ilumina no sólo nuestra vida sensible, como al pueblo hebreo a la
salida de Egipto: sino que ilumina principalmente, la vista del alma, de
nuestro entendimiento oscurecido por el pecado. ¿Qué sería del género humano, que, tan a
menudo, rodeado de la densa noche de nuestras pasiones, navega entre las
encrespadas olas del piélago proceloso de nuestra vida, sembrado de escollos,
si no fuera por la mística luz del Espíritu Santo, que nos guía y advierte los
peligros? Seguro, nos pasaría lo que,
al Apóstol San Pablo, cuando perseguía a los fieles de Cristo, por el camino de
Damasco; o lo que a San Agustín cuando pecador; nos precipitaríamos a mil
abismos que nos preparan el mundo, el demonio, y la carne. ¡Considera cuan distinta fué la conducta de
los santos, iluminados con la luz del Espíritu Santo! Y ¿quién, en toda la creación, será tan sabio como lo
fueron ellos?
PUNTO SEGUNDO
Pondera luego, cuan grandes desatinos cometen los
hombres sin la luz divina, y atenidos sólo a la razón, viciada ésta y ciega por
las pasiones sin freno. Causa espanto ver, como unos deifican la misma razón
humana, otros a la naturaleza insensible, a los ídolos, al mismo Satanás; otros
dudan de todo, se desesperan, pierden el juicio o se dan la muerte con el tósigo
o con un dardo mortal. ¡Jesús bendito! a
qué abismo de horrores se precipita el desgraciado, que fía en su vana
sabiduría y sin la luz sobrenatural. ¡Qué tempestad tan desecha de males infinitos se le
espera al infeliz, que así vive y así muere!
Esa vana presunción, esa obstinación y soberbia, son a menudo, pecados
enormes contra el Espíritu Santo, que, sin un previo y eficaz arrepentimiento,
no se perdonan en esta ni en la otra vida, como dice San Marcos en su
Evangelio.
PUNTO TERCERO
Considera en
tercer lugar, cuál sea la eficacia de la luz del Espíritu Santo y los maravillosos
efectos que su divino influjo causa como en los doce Apóstoles; que, siendo
hombres tan rudos y tan tardíos en entender el lenguaje de Jesucristo, tan pronto
como les tocó un rayo divino del Espíritu Santo alcanzaron el don de lenguas y
de sabiduría en tan alto grado, que parecieron oráculos de la Deidad, y
admiraban al mundo con su elocuencia prodigiosa, y exponiendo el sentido de las
Santas Escrituras con tal facilidad y acierto que confundían a los sabios de la
Sinagoga y a los filósofos de aquel tiempo. Pondera bien el cambio tan asombroso
que experimentaron ellos; antes tan rudos; ahora tan elocuentes; antes tan cobardes;
ahora tan esforzados; antes tan tibios y débiles en la fe; ahora desafían a los
tiranos y sellan con el martirio las verdades que predican por todo el mundo.
Pídele pues, al divino Paráclito, que derrame sobre tu alma un rayo de luz
celestial.
ORACIÓN
¡Oh divina luz de los
corazones y médico sapientísimo de nuestras almas! Derramad sobre mí un rayo de esa luz
celestial y en el acto alcanzaré la verdadera sabiduría, adquiriré la virtud de
la fortaleza en los trabajos y la constancia en el bien obrar; hollaré los
respetos humanos, emprenderé impávido la senda de mi salvación, cueste lo que
costare, y triunfaré de los engaños y sutilezas de la humana sabiduría para
alcanzar la de los santos y santas que moran en el cielo. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces “Santo, Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios
Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.
¡Virgen
Santísima, tierna madre mía, refugio de pecadores arrepentidos y trono de la
sabiduría! alcanzadme
de vuestro divino Esposo un rayo de aquella luz que ilumina, fortalece y da la
gracia para el bien obrar. Pedíselo Vos, madre mía. Judit venturosa, Raquel
hermosa, divina Esther; y lo lograré de seguro. Yo, rodeado de tosquedad,
rudeza y miseria no sé cómo ni lo que debo pedir; siendo Vos la única y
predilecta Esposa del divino Asuero lograréis cuanto quisiereis en favor mío.
Ea pues, mostrad que sois mi madre, que así os lo pide vuestro hijo. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin
pecado!
R —¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—Se dice el Himno “Veni Creator”
CONSIDERACIÓN PARA EL CUARTO
DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento,
himno y oración como el primer día.
¡Oh! consolador óptimo
PUNTO PRIMERO
Considera,
alma devota del divino
Espíritu, como
en Él hallamos nuestro mayor consuelo. Cuando perdemos la paz del espíritu,
bien porque carecemos de alguna virtud cardinal, o porque nos domina alguno de
los vicios capitales, turbada nuestra alma por negra pesadumbre, busca consuelo
y no lo halla. Lo busca en los pasatiempos mundanos en la falsa amistad, en las
tertulias y frivolidades, pasadas las cuales se queda ella aún más perpleja y
desolada, o tal vez, más lejos de Dios. Nuestras inquietudes nacen también, a
veces, de nuestra poca fe y desmayamos luego cuando Dios nos prueba,
privándonos por algún tiempo de aquello que más anhela nuestro amor sensible;
así como privó a Job de sus hijos y salud corporal; a Tobías de la vista y á
Abrahán de su hijo Isaac. Mas la fe de aquellos patriarcas, no sólo les consoló
luego, sino que aquella pasajera vicisitud se convirtió en mayor gozo y alegría
y les atrajo del cielo mayor número de mejores bienes.
PUNTO SEGUNDO
Isaías llama Espíritus a
los dones del divino Consolador: y
Santo Tomás les titula, soplo de siete formas, que mueve y atrae todas las
virtudes. De la misma manera se expresa San Antonio cuando dice: el espíritu de
temor echa al de soberbia; el de piedad al de envidia; el de ciencia al de ira;
el de consejo al de codicia; el de fortaleza vence al de pereza: el de
inteligencia modera la gula y el de sabiduría refrena la lujuria. Considera,
bien, cristiano, cómo estos espíritus viciosos, son, comúnmente, la causa de
nuestro tedio, de nuestros remordimientos y de las congojas de nuestras
pobrecitas almas; y que sólo hallamos consuelo y socorro invocando
fervorosamente a los espíritus del bien, que son los dones del Espíritu Santo,
el que nos conforta, en Él lo podemos todo, como nos dice el Apóstol San Pablo.
Y ¿quién pasó
tantas tribulaciones por mar y tierra como ese santo que así nos habla?
PUNTO TERCERO
Considera,
en tercer lugar, cuan a menudo nos confundimos, los hijos de Eva, al obstinarnos
en seguir el impulso de la propia voluntad. La voz del divino Espíritu y el
ángel de nuestra guarda nos amonestan interiormente a fin de que nos
abstengamos de gustar las frutas prohibidas, esto es: los goces ilícitos, el rencor,
la murmuración, el orgullo, la vanidad y la vanagloria; mas nosotros no cesamos
de mirarlas, dando oídos al tentador y acallando la voz de la conciencia: resultado,
que comemos aquellas frutas y participamos de ellas a los demás, pero pronto
experimentamos la desnudez de la gracia, quedamos turbados, tristes y pesarosos.
Muy diferente es, por cierto, la norma de las almas justas y que temen a Dios:
renuncian, desde luego, la voluntad propia; se miran como inferiores a los demás,
cierran las puertas a los sentidos y moderan los ímpetus de las pasiones,
invocando la presencia de Dios y la Gracia del Espíritu Santo. ¿Por qué, pues, no
he de hacer lo mismo que las almas buenas, que me sirven de ejemplo y viven en
paz aún en medio de las borrascas?
ORACIÓN
¡Oh Espíritu consolador! heme aquí, triste y desconsolada mi
alma. Busco la paz entre las criaturas y no la hallo, entre las diversiones de
los mundanos y bienes terrenos y tampoco la alcanzo, porque veo que todo pasa
como la sombra y que todo lo he de dejar. ¡Ah, cuan necio soy, triste de mí, y
falto de entendimiento! Pero, Señor, os diré con San Pablo ¿qué queréis que yo
haga, tan falto de virtudes como ciego del alma? El bien que quiero hacer no lo
hago, ni evito el mal que evitar quisiera porque mi propia voluntad me desvía
de la senda que vos, Señor, me habéis trazado y sigo por otra llena de escollos
y precipicios y por donde los espíritus del mal me asaltan a cada paso. ¿Quién, pues, me abrirá los ojos, me dará la gracia y la
paz en mi alma? ¡Vos, oh Espíritu
consolador! Vos podéis concederme ese gran beneficio. Hacedlo, pues, así
os lo ruego por intercesión de vuestra divina Esposa: iluminad mi
entendimiento, guiad mi alma para que yo haga siempre vuestra divina voluntad y
no la mía y así hallaré la paz. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces “Santo, Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios
Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
¡Virgen, Madre y Reina
mía! Miradme a vuestras plantas como el hijo
más triste y desconsolado; obstinado en hacer mi propia voluntad y terco en mis
caprichos, he perdido la paz de mi alma y no hallo tranquilidad. A Vos acudo,
que sois el consuelo del afligido. Alcanzad me de vuestro divino Esposo la
gracia de los siete dones, en particular el de entendimiento, con que yo sepa
vencer mi propia voluntad y ajustarla a la divina. Así en algo os deseo imitar a
Vos, y hallaré la paz y el consuelo del divino Espíritu consolador, y de que
tanto necesito. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin
pecado!
R — ¡Rogad por nosotros que
recurrimos a Vos!
—Se dice el Himno “Veni Creator”
CONSIDERACIÓN PARA EL QUINTO
DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento,
himno y oración como el primer día.
Amado huésped del alma
PUNTO PRIMERO
Considera, alma y alcázar
del amor divino, como
el Espíritu Santo es, no solo el huésped de las almas, sino también la misma
vida de ellas por la gracia que les comunica con cada uno de los siete dones,
como nos lo dice San Cipriano. Siendo el divino Espíritu, puro fuego y luz
celestial, ilumina el alma de tal manera, que realza su hermosura sobre estado
en que la creó Dios Padre. De la misma manera, dice Santo Tomás que el Espíritu
Santo embellece, graba nuevos primores a las demás obras de la creación, tanto
en el orden natural como en el sobrenatural. Un ejemplo, por excelencia, lo
tenemos en los Apóstoles, a quienes creó Dios Padre; los redimió Dios Hijo y
los instruyó en la celestial doctrina; mas el Espíritu Santo perfeccionó la obra
allá en el Santo Cenáculo al manifestárseles en lenguas de fuego,
transformándolos, de rudos y cobardes que eran, en verdaderos sabios y héroes
que confundían a los sabios del mundo y desafiaban hasta la misma muerte.
PUNTO SEGUNDO
Considera, además, cómo los dones que este divino
huésped nos comunica nos alcanzan los doce frutos, a saber: caridad, gozo
espiritual, Paz, paciencia longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe,
modestia, continencia y castidad. Mas estos frutos disponen el alma a practicar
gustosa las obras heroicas comprendidas en las bienaventuranzas, que
constituyen en sí la perfección de la vida cristiana y elevan el alma a lo
sobrenatural. Bien puede el infierno levantar tinieblas, borrascas y
tempestades, cuando las apacigua y disipa el divino huésped, constituyéndose
nuestro defensor, consejero y guía. Con su don de consejo obramos con acierto,
y proseguimos sin tropiezo la senda de nuestra santificación y salvación
eterna. El don de consejo nos hace discernir, dice S. Antonio, los mejores
medios de llegar al cielo.
PUNTO TERCERO
Consideremos, en tercer lugar, cuánto nos interesa el tener siempre en
nuestra alma a este huésped dulcísimo, que nos colma de tantos bienes. Siendo
El fuego nos enciende y abrasa en el amor divino y disipa nuestra tibieza y
negligencia; siendo sapientísimo nos aconseja y saca de las dudas cuando se lo
pedimos fervorosamente. El mismo nos amonesta por Tobías, cuando nos dice: “hijo mío, pide siempre
consejo al sabio”. Y añade San Agustín: AUN CUANDO CORRIERAS TU A GRAN PRISA, MAL CORRERÁS SI NO SABES
HACIA DONDE. San Agustín se lamenta de las almas
que, heladas por la tibieza, no medran en el camino de la virtud, lo que
equivale a volver hacia atrás. Mas, así como hay luz artificial, que, a la vez
ilumina y pone a los cuerpos en movimiento, así también el divino huésped, que
es luz y fuego, nos ilumina y nos pone en movimiento en la senda de la virtud y
caminamos con paso firme hacia el cielo.
ORACIÓN
¡Oh huésped amabilísimo
de mi alma, Santo y divino Espíritu! heme aquí en vuestra presencia, yerto como un cadáver y sin
avanzar en manera alguna por el camino de la virtud. Comunicadme el fuego del
amor divino para ponerme en movimiento; aguijoneadme como al buey perezoso para
que ande, trabaje y cultive el campo y logre frutos de vida eterna. Regad y
fecundad Vos esta tierra estéril, con las fuentes de vuestros dones, y
concededme en especial el don de consejo para que yo sepa elegir la senda
segura que conduce al cielo, donde os pueda alabar y bendecir por los siglos de
los siglos. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces “Santo, Santo, Santo” y “divino
Espíritu, Dios Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Reina celestial y esposa
de mi divino huésped, alcanzadme
de Él el don de consejo para que yo sepa escoger el medio más cierto y seguro
para agradar a Dios y salvar mi alma. Enseñadme, maestra celestial, cómo debo
tratar al amado huésped de mi alma para que El me la enriquezca con sus divinos
clones, prenda de los doce frutos y bienaventuranzas. Y así como Él os enriqueció
a Vos desde el primer instante en que fuisteis concebida, y os eligió por
Esposa suya, ejerced también ¡oh Madre mía! Vuestro poderoso influjo a favor
mío, bien seguro de que nada os negará un esposo tan dadivoso y tan bien
correspondido de Vos. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin
pecado!
R — ¡Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!
—Se dice el Himno “Veni Creator”
CONSIDERACIÓN PARA EL SEXTO
DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento,
himno y oración como el primer día.
Mi suave refrigerio.
PUNTO PRIMERO
Considera,
devoto cristiano, en
qué sentido debemos llamar refrigerio a Dios Espíritu Santo, puesto que templa
nuestra sed y calor, o nos da la gracia para soportarlos, infundiendo en el
alma el don de fortaleza, con el cual se acometen grandes empresas para gloria
de Dios y las llevamos a cabo venciendo todos los obstáculos. Según opina Santo
Tomás de Aquino, es el don de fortaleza superior en eficacia a la virtud cardinal,
que así se llama, pues da mayor fuerza para emprender cosas arduas y difíciles
y hasta contrarias a todos los instintos de nuestra naturaleza, como el
negarnos a nosotros mismos, sufrir las afrentas con alegría, practicar los
consejos evangélicos y hasta para sufrir el martirio. Así
se comprende cómo los Santos le pedían a Dios penas y trabajos. Padecer o morir, decía Santa Teresa de Jesús; padecer y no morir decía Santa Magdalena de Pazzis; padecer y ser despreciado por Dios fué
la aspiración constante de San Juan de la Cruz.
PUNTO SEGUNDO
Considera atentamente la gigantesca empresa, que
todos los mortales debemos acometer si queremos escalar el cielo por la senda
que la practicaron muchos santos y santas: pondera el cúmulo de obstáculos que
nos presentan, el demonio con su astucia, odio y porfía; la carne con el fuego
de las pasiones, el amor impuro, los goces sensuales, el orgullo, la vanidad,
la tristeza del bien ajeno, el tedio, el hastío, la desesperación, la gula, la
ira, la venganza, el ímpetu la osadía, el miedo, la terquedad, etc.; el mundo,
esa turba loca y desenfrenada de chocarrerías, máximas, lujo, banquetes,
teatros, modas, blasfemias, herejías, impiedad, bailes, cantos, sátiras,
novelas, espectáculos inmorales, etc., y con todos conspira contra nosotros y
nos pone obstáculos en la senda de la virtud. De ahí nace la necesidad que
todos tenemos del don de fortaleza para que podamos resistir tantos obstáculos
y vencer a nuestros numerosos enemigos.
PUNTO TERCERO
Considera, en tercer
lugar, las
empresas el valor, que mediante el don de fortaleza, hombre y mujeres han
alcanzado realizar en todo tiempo: Moisés arguye y reprocha al terrible Faraón;
Sansón mata a miles de filisteos él solo y sin armas; Gedeón vence y destroza
un poderoso ejército con trescientos soldados; Judit corta la cabeza al
poderoso Holofernes; David mata un león, a un oso y al gigante Goliat; Judas Macabeo atraviesa el
caudaloso Jordán y persigue a un ejército diez veces más numeroso que el suyo;
los tres niños alaban a Dios en el horno de Babilonia, Daniel entre los leones y
la madre de los macabeos entre los verdugos de sus siete hijos. Y mediante el mismo
don de fortaleza, millones de nuestros hermanos han sufrido los tormentos más
inauditos de fuego y sangre que inventar pudieron los verdugos paganos y
herejes; así, por fin, los Apóstoles alcanzaron la palma del martirio y en todo
tiempo han tenido imitadores en todas las partes del mundo.
ORACIÓN
¡Poderosísimo Espíritu
Santo, que, siendo lazo de amor divino entre el Padre y el Hijo, os llama
la iglesia suave refrigerio para aliento de los mortales, concededme el don de
fortaleza para emprender y llevar a término todo género de empresas que me
exijan la gloria de Dios, y para triunfar de todos los enemigos que me acechen
para perderme y llenar de escollos el camino de mi eterna salvación! Guiad me, pues, por el camino que debo
seguir, para que pueda llegar sin tropiezo al cielo, donde Vos habitáis. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces “Santo, Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios
Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Portentosa Virgen María, ejemplo
de valor y fortaleza, por los lances de vuestra vida más gloriosos y por la
gracia alcanzada de vuestro divino Esposo, con la cual vencisteis los mayores
obstáculos y pudisteis resistir los mayores trabajos, alcanzadme de vuestro
divino Esposo el don de fortaleza, para que, a imitación vuestra, pueda y sepa
triunfar de todos los peligros y tentaciones, con que me persiguen el mundo,
demonio y carne. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin pecado!
R — ¡Rogad por nosotros que
recurrimos a Vos!
—Se dice el Himno “Veni Creator”
CONSIDERACIÓN PARA EL SEPTIMO
DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento,
himno y oración como el primer día.
Tú, descanso en mis trabajos
PUNTO PRIMERO
Considera,
alma cristiana, que
entre los siete dones del Espíritu Santo es eminente el de ciencia. Esta es
considerada por Salomón como el mayor de todos los bienes; todo lo demás, según
él, no es más que vanidad de vanidades y aflicción de espíritu. La ciencia es
un don del Espíritu Santo, que perfecciona el juicio y nos hace discernir lo
verdadero de lo falso. Este don sólo se adquiere del Espíritu Santo, y no por
el estudio, por la observación ni por el discurso. Con el don de ciencia
interpretaban los Apóstoles y Santos Padres el verdadero sentido de las santas
Escrituras, y con él saben distinguir los santos la verdadera ciencia de las
falsas teorías del siglo. Cada uno de los siete dones se opone a alguno de los
siete vicios capitales, y así el don de ciencia se opone al vicio de la ira,
que es el que más pronto ofusca la razón. El don de ciencia, dice el Doctor
angélico, es semejante a la ciencia de Dios, aunque no es la misma, y comunica
al entendimiento una luz y claridad tales, que hace ver las cosas como Dios las
ve o las ha previsto. ¡Pondera cuánto te importa alcanzar tú, este don del
Espíritu Santo para que lo pidas y lo poseas!
PUNTO SEGUNDO
Considera
lo que sería del mundo y del género humano si nadie poseyera el don de ciencia,
que el divino Espíritu reparte de cuando en cuando a aquellos que lo piden con
fe y constancia. ¿Qué
de atrocidades y desatinos no han cometido los sabios del gentilismo, con su
filosofía, costumbres y sacrificios humanos?
Ni en nuestros días espantan menos los monstruosos errores de todo
género, que propagan los hombres sin fe, y sin temor de Dios. Unos pregonan el
comunismo otros la impiedad, otros el racionalismo, el escepticismo, el
anarquismo, el duelo, el suicidio o, en fin, el caos hacia el cual camina una
gran parte de la sociedad actual, la que, por otra parte, tiene mil
pretensiones de sabia e ilustrada. Conque, pondera pues, la necesidad que
tienen los hombres de poseer la verdadera ciencia, la que sólo se alcanza con
la gracia de Dios, la fe y el don del Espíritu Santo.
PUNTO TERCERO
Discurre, cristiano
carísimo, en tercer lugar, cómo el don de ciencia aligera y
suaviza las cruces y penas de esta vida. Con el auxilio del Espíritu Santo
sobrellevamos sin inquietud los trabajos más arduos y dificultosos, porque Él
constituye en ellos nuestro descanso; Él nos da resignación en las privaciones
y pérdidas que sufrimos de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestros
amigos o de nuestros bienes, de nuestra salud, de nuestra honra, etc., etc., y
además, nos da fuerza para resistir nuestras enfermedades, el calor, el frío,
la sed y el cansancio, porque en todas estas y otras fatigas de la vida, es Dios
Espíritu Santo nuestra ayuda y nuestro descanso. Procura pues, hermano carísimo,
pedir el auxilio del divino Espíritu en todas las pruebas y cruces que Dios te
envíe.
ORACIÓN
Oh benignísimo Dios Espíritu Santo, que inseparablemente obráis con el Padre y con el Hijo, y la Iglesia os llama descanso en nuestras fatigas, dignificad, os ruego, el mérito de mis acciones y concededme el don de ciencia para mejor conocer el modo de serviros con toda mi voluntad y agrado vuestro, y ayudadme a llevar la cruz de mi estado y demás penas de la vida, para que merezca llegar a poseer un día las delicias inefables de la gloria. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces “Santo, Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios
Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Benditísima
Madre mía, vos, Madre del Salvador, Esposa de Dios Espíritu Santo y llena también de dolores, habéis
experimentado más que ninguno la eficacia del auxilio de estos dones. ¿Quién, como vos, fué agobiada de cruces o traspasada con
tantas espadas de dolor, tanto en la profecía de Simeón, como en la huida a
Egipto, la pérdida del Niño Dios, la calle de la Amargura, las tres horas al
pie de la Cruz, el sepulcro de Vuestro Hijo y en vuestra soledad? Vuestras
pruebas y amargaras fueron capaces de causaros la muerte; mas vuestro divino
Esposo os confortó en medio de vuestras penas. Alcanzadme pues, Madre mía, la
gracia que necesito para saber sufrir y llevar con paciencia y resignación
cristianas las penas y cruces que se me esperan en este valle de lágrimas, para
que os imite en esta vida y os vea en el cielo. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María
concebida sin pecado!
R — ¡Rogad por
nosotros que recurrimos a Vos!
—Se dice el Himno “Veni Creator”
CONSIDERACIÓN PARA EL OCTAVO
DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento,
himno y oración como el primer día.
Tú moderas el calor.
PUNTO PRIMERO
Considera,
alma fiel y devota de Dios Espíritu Santo, lo que simboliza el número siete, sagrado
en las santas Escrituras, en la antigua y nueva ley. Los siete dones del
Espíritu Santo son realmente otros tantos auxilios de que necesita el alma para
elevarse a Dios, mediante el cumplimiento de los diez mandamientos. Observa que
nuestra corrompida naturaleza, agravada por nuestras culpas, nos atrae siempre
hacia el abismo, así como el plomo sigue siempre las leyes de gravedad. Mas
nuestra alma fué creada bajo otras leyes, para que siga un curso distinto, y se
eleve a lo sublime hasta juntarse, con los demás espíritus que circundan el
trono del Señor. Luego nuestra senda está trazada hacia arriba y sólo cumpliendo
los diez mandamientos desde el primero hasta el último, que son como otros diez
peldaños, seremos conducidos a la cumbre del monte Sión. Pero nos será
imposible si fiamos en nuestras propias fuerzas. Sin mí nada podéis hacer nos
dice Jesucristo. Luego necesitamos de auxilios sobrenaturales como lo son los
Santos Sacramentos y los siete dones del Espíritu Santo. Los primeros para que
nos aligeren el peso de nuestras culpas; los segundos para que nos den aliento
y valor para subir la cuesta y nos sirvan de luz y guía en una senda tan llena
de enemigos y cercada de precipicios.
PUNTO SEGUNDO
Considera, en segundo
lugar, que
los siete dones del Espíritu Santo nos son tan necesarios como el cumplimiento
de los diez mandamientos, si queremos pertenecer al número de los santos, que
es el estado más perfecto que los justos alcanzan en esta vida. Si quieres
salvarte, dijo Jesús, al sabio en la ley, guarda los mandamientos; más si
quieres ser perfecto vende tus bienes terrenos, da el precio a los pobres y ven
en pos de mí. Esto es: si nada más pretendes que alcanzar la vida eterna,
observa los diez mandamientos y esto te será bastante; pero si aspiras a ceñir
la aureola de los santos o héroes del cristianismo, será preciso entonces que,
como lo hicieron ellos, te renuncies a ti mismo, cedas a la mía tu propia
voluntad y observes los demás preceptos y consejos evangélicos. Así serás
santo, serás héroe, y como tal, serás coronado allá en el cielo. Más conviene
tengas presente que para ello necesitas el auxilio de los siete dones del
Espíritu Santo, como lo advierte San Agustín.
PUNTO TERCERO
Considera, en tercer
lugar, cómo
el número siete se tiene por sagrado en las santas Escrituras: siete fueron los
días que el Creador asignó a la semana; de siete dones dotó al hombre:
entendimiento, memoria y voluntad a su semejanza; materia, forma y libertad y
un ángel para su guía; siete fueron los objetos que Faraón vio en sueños: siete
los sacerdotes que por orden de Josué, derribaron a Jericó, así como los siete
dones del Espíritu Santo derribaron las siete cabezas del dragón inmundo; siete
coros acompañan el arca de la alianza cantando David siete veces al día las
divinas alabanzas; en siete años se construye el templo de Salomón, ayuna el
rey siete días y en otros siete lo consagra a Dios; siete ojos tiene grabados
la piedra angular del templo, como los siete dones forman la piedra angular de
la Iglesia militante y triunfante: a siete leones fué Daniel arrojado y por
Dios libertado, como el Espíritu Santo nos libra de los siete demonios que nos
cita el Evangelio: siete panes alimentan a cuatro mil hombres en el desierto y
siete diáconos son elegidos por los Apóstoles para practicar obras de caridad
espiritual y corporal. San Juan escribe a siete Iglesias y ve al hijo de Dios
rodeado de siete candeleras de oro; siete ángeles tocan la trompeta y se oyen
siete truenos y el mundo delincuente es herido con siete plagas. Profecías
terribles sobre los últimos días. Por último, siete son las palabras de Cristo
moribundo; siete los principales dolores de María Santísima; siete las virtudes
que hemos de tener, tres teologales y cuatro cardinales y siete son los Santos
Sacramentos de la Iglesia, así como siete son los dones del Espíritu Santo.
Admira pues, cristiano, los símbolos y significado de este número tan repetido,
para que logres los siete dones del Espíritu Santo y te defiendas del dragón fiero
de siete cabezas con siete ojos, símbolo de los siete pecados capitales, que nos
dañan en el cuerpo y en el alma.
ORACIÓN
¡Oh Dios Espíritu Santo! que consagrasteis el número siete al
beneficio del género humano por medio de vuestras divinas operaciones, y con la
eficacia de vuestros siete dones defendéis a vuestros devotos del poder de los
siete espíritus malignos, y los eleváis en la senda de la perfección;
defendedme a mí también de los lazos del mundo, demonio y carne. Desbastad,
divino Espíritu, con el fuego de vuestros encendidos rayos, el peso de mis
pecados que me arrastran hacia el abismo. Santificadme con vuestros siete
dones; dadme alientos para volar como paloma hacia el cielo y defendedme de las
asechanzas del dragón inmundo, que, con sus siete cabezas, quiere devorarme y
encadenar mi alma para hacerme difícil la observancia de la divina ley e
imposible el cumplimiento de los diez mandamientos, sin lo cual nadie puede
llegar al cielo. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces “Santo, Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios
Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
¡Oh
Virgen Santísima, mi augusta y dolorida Madre, Esposa de Dios Espíritu Santo! por los siete dolores que padecisteis alcanzadme
de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones para poder triunfar de
los siete espíritus del mal, que no cesan de perseguirme. Haced, oh Madre mía,
que el divino Espíritu, disipe con el calor de sus rayos, el fuego de mis
pasiones, que me detienen sin medrar en el camino de mi salvación. Sí, Madre
atribulada al pie de la Cruz, renovad en mí a cada instante el recuerdo de vuestros
siete dolores y alcanzadme por vuestros méritos la asistencia del Espíritu
Santo para hacerme sufrido y resignado en mis penas y que me sirvan de estímulo
para merecer el cielo. Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin
pecado!
R — ¡Rogad por nosotros que recurrimos a
Vos!
—Se dice el Himno “Veni Creator”.
CONSIDERACIÓN PARA EL NOVENO DÍA
—Acto de contrición, ofrecimiento,
himno y oración como el primer día.
Consuelo en la aflicción
PUNTO SEGUNDO
Considera, alma
cristiana, cuál
sea la excelencia de los dones del Espíritu Santo, por medio de los cuales nos
inclinamos a la práctica de todas las virtudes, de un modo tan fácil y
agradable, que desde esta vida experimentamos el principio de dicha de los
bienaventurados. Los actos de virtud de esa manera ascienden, y los llama Santo
Tomás, actos beatíficos o que comprenden las bienaventuranzas. Estas, que San
Mateo hace llegar a ocho, Santo Tomás, San Agustín, San Antonino y algunos
concilios las reducen a compendio o número de siete, cuantos son los dones del
Espíritu Santo. Pondera bien la dicha dé los justos o bienaventurados ya en
esta vida, y el gusto con que sufren por Dios los trabajos que Él envía: las
Privaciones, el calor, la sed el hambre, las persecuciones y las penas que ellos
mismos se imponen para seguir la senda de la gloria, como San Francisco de
Asís, San Pedro de Alcántara, Santa Teresa y tantos otros, que le piden al
Señor más trabajos, o padecer o morir; mientras que los menos virtuosos y los mundanos
se afligen y se les hacen insoportables aún las más ligeras y triviales penas.
PUNTO SEGUNDO
Pondera,
cristiano carísimo, con
qué constancia el pobre labrador trabaja y sufre los rigores del sol, del frío
y del cansancio para ver luego reverdecer sus campos con lozanas mieses,
objetivo de sus legítimas esperanzas; contento va al trabajo y cantando vuelve
de él; saborea gustosa el bocado de frugal cena, en su humilde, pero risueña
choza; se acuesta en el duro suelo y duerme como un santo. Mas esto no es sino
un pálido reflejo de la dicha del justo, que trabaja, sufre y alaba a Dios en
medio de las cruces y pesadumbres de la vida, y lleno de amor y de esperanzas
porque experimenta el influjo benéfico de las bienaventuranzas. Viniendo a suceder
que sus actos de virtud no sólo son meritorios, sino que también en ellos
experimenta ya el principio de la recompensa, como el mismo Santo Tomás lo
consigna.
PUNTO TERCERO
Hemos contemplado, piadoso cristiano, como resultado de los siete dones, los auxilios virtudes y bienaventuranzas para el justo. Mas a todos esos bienes debemos añadir otros como último triunfo en la vida presente. Glorioso es el fruto de los buenos trabajos, dice el Espíritu Santo Y en verdad, mientras el labrador cultiva sus campos con la perspectiva de lograr su recompensa, esa no la obtiene sino hasta que recoge sus frutos. De un modo parecido, los frutos del Espíritu Santo son el epílogo y colmo de todas las gracias que Él nos ha concedido. Y en esto se diferencian los frutos del Espíritu Santo, de las bienaventuranzas, y en que aquéllos resultan en mayor número. Los frutos del Espíritu Santo, dice San Pablo, son la caridad, gozo, paz, paciencia, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad. Considera estos frutos cómo el complementó de la gracia que en este mundo se alcanza. Por medio de ella han triunfado los mártires y alabaron a Dios en medio de los más atroces tormentos, y por medio de ella el justo se habitúa en el amor perfecto de Dios de tal suerte que ni las cárceles, persecuciones, ni suplicios son capaces de separamos de su amor, como decía el mismo apóstol. ¡Considera, por fin, cristiano, cuál sea la eficacia del amor y devoción al Espíritu Santo y lo mucho que te importa alcanzar sus dones, y sus frutos para que pertenezcas al número de los bienaventurados allá en el cielo!
ORACIÓN
¡Oh
divino y paráclito Espíritu! Gracias
infinitas os tributamos; os alabamos y bendecimos por habernos permitido
terminar esta Novena dedicada a honor y gloria vuestra y provecho de nuestras
almas. Dignaos, os suplicamos, por intercesión de vuestra purísima Esposa y
Madre del divino Verbo, concedernos el favor de vuestros siete dones para que
practiquemos las virtudes cristianas, alcancemos las bienaventuranzas y los
frutos de vuestro divino Ser y nos inscribáis en el número de vuestros santos y
elegidos. ¡Concedednos vuestra gracia, para que
siempre os amemos y veneremos como a la tercera persona de la Trinidad
Beatísima y os proclamemos igual al Padre y al Hijo, de cuyo mutuo amor
procedéis, con igualdad perfecta de atributos!
No permitáis, oh Dios Espíritu Santo,
que jamás nosotros, ni nuestros prójimos provoquemos la ira de la divina
justicia contra aquellos que os blasfeman, que desesperan o se jactan de
salvarse sin buenas obras porque sois bueno, o se obstinan en el error,
envidian los bienes espirituales del prójimo o se hacen impenitentes hasta la
muerte, contra los cuales recae aquel anatema tan terrible del Hijo de Dios. ¡Ah! cuánto de temer es que Dios castigue hoy al
mundo, por tantos extraviados que impugnan las verdades divinas para pecar con
mayor desenfreno y libertad, lo que es también gravísimo pecado contra el
Espíritu Santo. Salvad, divino Espíritu, al mundo; difundid un rayo de vuestra
divina luz sobre los incrédulos y sus prosélitos, que tan ciega y tenazmente
impugnan la verdad revelada, persiguen a la Iglesia, extravían sus almas, roban
su patrimonio y aprisionan al Vicario de Jesucristo. Asistid, Dios Espíritu
Santo, al Sumo Pontífice defendedle de sus enemigos, á El y a todos los Obispos
y sacerdotes, y concededles vuestros dones en abundancia para que triunfe la
Santa Iglesia, la gobiernen con acierto y se salven las almas en el mundo
entero. Amén.
—Se rezarán aquí tres Padrenuestros y
Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, “Santo, Santo” y “divino Espíritu, Dios Inmortal”.
—Y se responderá: “Líbranos siempre de todo
mal”.
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
¡Oh Emperatriz soberana
de los cielos, Reina del Universo y sacratísima Esposa de Dios Espíritu Santo! Por
el misterio augusto de vuestra Concepción Inmaculada, alcanzadnos de vuestro
divino Esposo, los dones, frutos y demás gracias, que necesitamos para
salvarnos. ¡Compadeceos, oh Madre de misericordia,
de la ceguedad y temeridad de los hombres de la época actual, que tanto se obstinan
en el error, combaten la verdad revelada, se ensañan contra la Iglesia y con
sus pecados contra el Espíritu Santo, provocan la ira de Dios! Unos pierden la
fe ilusionados por las ciencias modernas y fementidas, otros pierden la
esperanza y se suicidan locamente; mientras que un gran número de extraviados
se entrega a los vicios más detestables y mueren en la impenitencia final! Apiadaos,
pues, Esposa y Madre divina, de tantos males, salvad el mundo con vuestros
ruegos, convertid a los pecadores. Rogad por el Romano Pontífice, hoy día tan
afligido, por los que persiguen a la Iglesia y se condenan miserablemente.
Interceded, ¡Virgen Santísima, eficazmente ante la
Santísima Trinidad y pronto nos venga el remedio que tanto necesitamos! Amén.
—Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.
Jaculatoria:
V — ¡Oh María concebida sin
pecado!
R — ¡Rogad por nosotros que
recurrimos a Vos!
—Se dice el Himno “Veni Creator”
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