martes, 30 de abril de 2024

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE LA BALA.

 


Novena compuesta por el padre Eusebio Bala, devoto de esta advocación mariana, e impresa en Ciudad de México por doña María Fernández de Jauregui en 1810.

COMENZAMOS: 29 de abril.

FINALIZAMOS: 7 de mayo.

FESTIVIDAD: 8 de mayo. 

PIADOSA NOVENA A LA SANTÍSIMA VIRGEN DE LA BALA   

Por la señal de la santa Cruz; de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN

   Señor mío Jesucristo, que para darme a conocer el infinito amor que me tienes, quisiste darme por Madre a María Santísima en el monte Calvario, en medio de tus mayores congojas y agonías: confieso, Señor, que es la mayor fineza que he recibido de tu dulcísimo corazón, y a la que debía vivir reconocido; pero ay de mi cuando veo lo ingrato que he sido y lo olvidado que he vivido a esta tan grande beneficio, ofendiéndote con tantas culpas, las detesto Señor, y, las aborrezco por las ofensas de tu infinita bondad, y me pesa en el alma de haberos ofendido, por ser quien sois, propongo con tu divina gracia la enmienda de mi vida, y morir antes que volverte a ofender; espero el perdón de todos mis pecados, el que te pido por tu sangre preciosa, y por las amarguras que María Santísima tuvo en el monte Calvario, y en su tristísima soledad. Amén.

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

   Dios te salve, Madre mía, María Santísima de la Bala, que para manifestarnos que sois la nube prodigiosa que defiendes a los mortales de la ira de Dios irritada por nuestras culpas, tolerasteis vos el fiero golpe de una bala, la que quedo a tus plantas para perpetua memoria de tu amor y piedad, pues quien devoto te busca, encuentra en ti la vida, como la halló a aquella mujer que a tu presencia resucitó luego que entrasteis en el hospital de San Lázaro: yo te suplico, Señora, presentes tus poderosos ruegos ante el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, para que defienda a la Iglesia santa de todos los enemigos que la persiguen; dé consuelo a nuestro sumo Pontífice, acierto a nuestro Ilustre Prelado, libertad a muestro Católico Monarca, fortaleza y esfuerzo a los que pelean en defensa de nuestra santa fe, resucitéis a la vida la gracia a los que están muertos por la culpa, y a todos nos conceda el vínculo precioso de la paz para que unidos con la caridad amemos y sirvamos al que nos dio por Madre, para gozarle eternamente. Amén.

—Aquí se reza un Credo a la Santísima Trinidad, y cinco Ave Marías al Dulcísimo Nombre de MARÍA.


DÍA PRIMERO – 29 DE ABRIL

   Oh Virgen Santísima Señora nuestra, tú sola, aunque pura criatura, fuisteis adornada con la plenitud de los Dones de tu divino Esposo, el Espíritu Santo, y a ti te concedió con eminencia el de Sabiduría, pues en ti descansó la increada que es el Verbo, por lo que con la Iglesia te llamamos asiento de la Sabiduría: yo te suplico, Señora, me concedas el favor que te pido en esta novena; y también el precioso don de Sabiduría, para que conociendo a Dios nuestro Señor, y amándole en esta vida consiga gozarle eternamente. Amén.

—Aquí se hace la petición, y se reza la Letanía de Nuestra Señora.

Señor,     ten piedad de nosotros.

Cristo,     ten piedad de nosotros.

 

Señor,       ten piedad de nosotros.

Cristo,      óyenos.                  

Cristo,      escúchanos.         

 

Dios Padre Celestial.                                      Ten piedad de nosotros.

          

Dios Hijo Redentor del Mundo                      Ten piedad de nosotros.

Dios Espíritu Santo.                                       Ten piedad de nosotros.

Santa Trinidad, un solo Dios.                         Ten piedad de nosotros.

 

Santa María                                                  Ruega por nosotros

                                                 (se dice en cada advocación)

 

Santa Madre de Dios,                                       

Santa Virgen de las vírgenes,

Madre de Cristo,

Madre de la Iglesia,

Madre de la divina gracia,

Madre purísima,

Madre castísima,

Madre inviolada,

Madre siempre virgen,

Madre inmaculada,

Madre amable,

Madre admirable,

Madre del buen consejo,

Madre del Creador,

Madre del Salvador,

Virgen prudentísima,

Virgen venerable,

Virgen digna de veneración,

Virgen digna de alabanza,

Virgen poderosa,

Virgen clemente,

Virgen fiel,

Esclava del Señor,

Espejo de justicia,

Trono de sabiduría,

Causa de nuestra alegría,

Vaso espiritual,

Vaso honorable,

Vaso insigne de devoción,

Rosa mística,

Torre de David.

Torre de marfil,

Casa de oro,

Arca de la alianza,

Puerta del cielo.

Estrella de la mañana,

Salud de los enfermos,

Refugio de los pecadores,

Consuelo de los afligidos,

Auxilio de los cristianos,

Reina de los Ángeles,

Reina de los Patriarcas,

Reina de los Profetas,

Reina de los Apóstoles,

Reina de los Mártires,

Reina de los Confesores,

Reina de las Vírgenes,

Reina de todos los santos,

Reina concebida sin mancha original,

Reina asunta a los cielos,

Reina del Santísimo Rosario,

Reina de la familia,

Reina de la paz,

 

 

Cordero de Dios, que quitas los pecado del mundo.       Perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecado del mundo.       Escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas los pecado del mundo.       Ten piedad de Nosotros.  

                              

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios,

Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

 

OREMOS:

   Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo; y por la intercesión gloriosa de Santa María, la Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos gozar de la eterna alegría del cielo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

GOZOS   

Pues se ve tan irritada

Ya la justicia de Dios,

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

       

Cuando el hombre le tiró

A su mujer el balazo,

Por vuestro divino brazo,

La misma, iba la torció,

Y a tus plantas se quedó,

Por patrocinio de vos.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

   

Tres veces fuiste rifada,

Y en todas tres sucedió

Que a este Hospital se inclinó

Vuestra Pureza sagrada,

Y en elegirlo morada,

Se ve el grande amor de vos.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

    

Cuando entraste conducida

En este Hospital, Señora,

Te mostraste como aurora

Dando a una muerta la vida

Mostrando que en tu venida

Venía el remedio con vos.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

   

Pues Reina de cielo y tierra,

Y abogada sois del Mundo,

Y tu nombre sin segundo

A los demonios aterra,

Tengan victoria en la guerra

Ya los cristianos por vos.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

   

Pues nos hemos alistado

Debajo de tu estandarte,

Líbranos de Bonaparte

También de todo pecado,

No quedando un obstinado

Sin que se convierta a Dios.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

   

Al Pontífice Romano

Que entre enemigos se ve,

Rogamos, Señora, que

Lo libres de ese tirano;

Y defienda vuestra mano

Toda la Iglesia de Dios.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

   

Por el Séptimo Fernando,

Que es nuestro benigno Rey,

También por toda la grey

Pues todos te están amando,

Te pedimos suspirando

que los ampares por Dios.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

   

Por nuestro Ilustre Pastor,

Y también por su Excelencia,

Pedimos a tu clemencia,

Que los mires con amor,

Que a tanto llega su ardor

Que quieren morir por Dios.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

  

Gran Señora, es vuestro anhelo

El favorecer al mundo,

Pues tu poder sin segundo

A todos les da consuelo,

Con grande confianza apelo

Y recurrimos a vos.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

  

Lleguemos a merecerte

Que seas nuestra intercesora,

Madre dulcísima ahora

Y en la hora de nuestra muerte,

Para poder ir a verte

En el Empíreo con Dios.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

    

Amén Divina María,

Amén estrella del mar,

Pues tu hermosura sin par

Nos ampara noche y día,

Y pues eres norte y guía,

Llévanos a ver a Dios.

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

  

Pues se ve tan irritada

Ya la justicia de Dios,

Virgen Santa de la Bala,

Ruega Señora por nos.

ORACIÓN A SAN LÁZARO

   Gloriosísimo Mártir de Cristo San Lázaro, que habiéndote Dios destinado para Apóstol y primer Pastor de la Ciudad de Marsella, y en ella consiguió tu ardiente celo convertir a tantas almas a la fe de Jesucristo, y en menos de un año estableciste la Religión cristiana, y no temiendo las amenazas del Procónsul Tirano, toleraste ser despedazado con látigos, atravesado con flechas, y que te cortaran la cabeza, con lo que diste gustoso la vida por la fe de Jesucristo; y pues sé lo mucho que puedes con Dios, te suplico te intereses con su Majestad para que por los ardores que tu cuerpo sintió cuando fue abrasado con las planchas ardiendo que en él te aplicaron, les concedas a los pobres enfermos alivio y tolerancia en sus ardores, salud y gracia a los bienhechores del Hospital, y a todos nosotros la fortaleza necesaria, con la que despreciando los bienes de la tierra, estemos prontos a dar mil vidas antes que faltar a lo que prometimos en el santo Bautismo, que es guardar la fe y creencia de todos los Misterios que nos ha revelado, y por este medio consigamos amarle y servirle en esta vida, para después gozarle en la otra. Amén.

—Padre nuestro y Ave María.

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

lunes, 29 de abril de 2024

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE POMPEYA.

 


Novena dispuesta por Fray Ruperto María de Manresa (en el siglo Ramón Badía y Mullet) OFM Cap., y publicada en Barcelona por F. Girón en 1912, con licencia eclesiástica. 

COMENZAMOS: 29 de abril.

FINALIZAMOS: 7 de mayo.

FESTIVIDAD: 8 de mayo.

ADVERTENCIA

A las varias Novenas a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya que corren en manos de los fieles, hemos querido añadir una más, no para mejorar las ya existentes —todas ellas buenas y piadosas—, sino para que hubiera una nacida en nuestro patrio suelo, donde toda cosa excelente y toda forma de devoción a la Virgen Santísima en que resplandezca su grandeza, arraiga y prospera. Por sí sola ella pondrá de manifiesto cuán prontamente ha sido adivinada por la piedad de nuestro pueblo esta devoción, que sobre los numerosos e insignes milagros con que la mano de Dios la propone y recomienda, tiene el privilegio de abrir el corazón a sublimes y confortadoras esperanzas.

   No dejan de ser, a la verdad, un evidente testimonio del amor con que Dios sigue el curso de la humanidad y de los tesoros de sumos bienes que le reserva en épocas aciagas las circunstancias providenciales que han concurrido para que fuera levantado un magnífico santuario para honra y gloria de la Reina de cielos y tierra sobre las ruinas de la antigua Pompeya, en los precisos momentos en que la ciencia y la historia hermanadas lograban arrancar de un sepulcro de veinte siglos a aquella ciudad infortunada. Ha confirmado plenamente que este hecho venía de la mano de Dios ver como no han quedado nunca desatendidas las oraciones elevadas al pie del Altar de la Virgen, ni sin remedio miles de males, ni sin el favor de sorprendentes milagros extremas necesidades expuestas con fe y piedad profundas. Todo lo cual abundantemente demuestra por lo menos que María Santísima es la constante y necesaria medianera entre Dios y los hombres; que en su poder y a la libre disposición de su voluntad están todo consuelo y todo reposo en los quebrantos de la vida, las gracias naturales lo mismo que las sobrenaturales; que cuando crece el número y la fuerza de nuestros males crecen a este paso y se multiplican la materna solicitud y la inefabilísima largueza de sus amores; que en sus brazos descansa y vive perpetuamente Cristo, luz, camino y vida de los pueblos, para Ella poder darlo a la humanidad incesantemente; y que fuera de Ella y sin Ella no es posible más que destrucción y muerte, como no es posible la luz sobre el mundo mientras la aurora no nos traiga cada mañana el sol para resplandecer sobre nuestro firmamento.

   La Santa Sede, guiada siempre por la luz del Divino Espíritu que la anima y gobierna, ha recogido esta devoción y la ha enaltecido a los ojos de los fieles con gracias y privilegios únicos: ha puesto el templo, donde se venera la primera taumaturga imagen, bajo su inmediata jurisdicción, y ha concedido trescientos días de indulgencia a cualquier imagen que la recuerde y represente, por cada vez que delante de Ella se rezare la devotísima invocación de la Salve Regína.

   En España, como en otros numerosos puntos del globo, ha cundido la veneración a Nuestra Señora del Rosario de Pompeya; y aquí, como en otras partes, ha despertado en muchas almas esperanzas perdidas; ha encendido o avivado llamas de fe, o muertas o casi extinguidas; ha apartado de muchos ánimos seguros e inminentes males; ha abierto copiosísimos manantiales de consuelo sobre muchas familias, y ha hecho sentir de innumerables maneras cuan poderoso argumento de una fuerte vida moral es el estar penetrado de devotísimo afecto hacia Nuestra Señora.

    A estos sentimientos del ánimo, muy extendidos en nuestro Principado, particularmente en Barcelona, a la creciente devoción a su imagen venerada en esta Iglesia, consagrada a su gloria y nombre, la cual imagen, aunque desprendida de accidentales pormenores, reproduce exactamente todos los esenciales atributos de la de Pompeya, obedece la publicación de esta Novena, inspirada toda ella en los más vivos deseos de dar pábulo y auxilio a tales férvidos afectos.

   Podrá parecer a algunos sobrados largos, atendido el número de páginas; pero téngase muy presente que de un modo ha de ser una Novena pública y solemne, y de otro la que se hace privadamente y en cualquier caso de tribulación, de necesidad moral o de mayores deseos de obsequiar a la Virgen. Para el primer caso han sido escritas las Meditaciones, encaminadas a nutrir y ocupar el ánimo de los fieles con verdades altísimas y con los más sublimes principios de la teología acerca de la eminente e insigne perfección de Nuestra Señora, Madre augusta de Dios y de los hombres, llevando luz a nociones de la fe apenas esbozadas en nuestra ordinaria formación cristiana. Tal vez no sea del agrado de muchos el empeño puesto al escribirlas por prescindir de consideraciones sobre aspectos más circunstanciales, que aun pudiendo ser en sí mismas en alto grado ricas de verdad y de concepto, hemos preferido a ellas otras nacidas de las más substanciales y eternas razones que constituyen la excelencia personal, la nota distintiva propia e incomunicable de la Virgen Santísima. Estas Meditaciones, que pueden también servir de lectura para cultivo de nuestra formación religiosa en mil ocasiones, no están destinadas a formar parte de la oración privada que durante nueve días consecutivos se abre a los pies de la Virgen queriendo hacer una dulce violencia a su corazón materno obligándole a escuchar nuestros deseos, a acoger nuestros ruegos, aliviar una pesadumbre o verter consuelo sobre los dolores de una angustiosa tribulación. En estas novenas, que inspira la piedad privada, es indispensable suprimir la lectura de la Meditación; mayormente que en las horas de las supremas necesidades la palabra del alma es, como el huelgo en las fatigas, corta y anhelosa.

   Cuando estas páginas hayan encendido en las almas afectos de piedad por la Virgen de Pompeya, o esperanza en la suprema eficacia de su valimiento, o merecido la gracia divina sobre la oración, lo cual será en una u otra forma, en la plena totalidad de los casos; quiera la piadosa Madre mirar con benignos ojos al menor de sus devotos. Tan grande es la voluntad que puso en servirla escribiendo estas páginas, como son pequeños sus méritos.

Barcelona, 8 de mayo, fiesta de Nuestra Señora de Pompeya, de 1912.

  P. Ruperto Mª de Manresa, OFM Cap.

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO DE POMPEYA

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, en quien creo, por quien espero, y a quien amo sobre todas las cosas. Me pesa de haberos ofendido sólo por ser Vos quien sois, bondad infinita. Propongo enmendarme ayudado de vuestra divina gracia, y con ella crecer y perseverar en vuestro divino servicio hasta la muerte.

   Bienaventurada Madre de Nuestro Redentor, puerta del cielo siempre y a todos abierta, refulgente estrella de los que navegan por el mar de este mundo; merécenos de Dios el don de penetrar en los divinos designios que a tan alto grado de perfección te elevaron, y te constituyeron por Reina y Madre de todo lo criado; y de conocer por qué medios podemos honrarte debidamente. Acoge, oh Virgen de Pompeya, el filial amor con que te consagramos esta Novena, y pues Dios se complace en cubrir de gloria esta invocación obrando los más inauditos y continuos prodigios, haznos merecedores de participar, a lo menos en una parte, por pequeña que ésta sea, de la copiosa corriente de gracias que por tu nombre Dios se digna esparcir sobre los que honran y frecuentan tus altares. Así sea.

DÍA PRIMERO – 29 DE ABRIL

MEDITACIÓN: MARÍA SANTÍSIMA ES LA OBRA MÁS EXCELENTE DE LA DIVINA SABIDURÍA

   Siempre que se nos ofrecen, en formas de insignes prodigios y raros favores, nuevas manifestaciones de la sublime gloria y grandeza de la Virgen María conviene no olvidar que la causa y la explicación está en haber sido Ella levantada a la dignidad de Madre de Dios.

   «La Divina Sabiduría, nos dice la Sagrada Escritura, edificó para sí una morada». No hay duda que en un sentido eminente, propio y esencial es la morada de Dios la humanidad del Salvador, unida personalmente al Verbo en quien habita «la plenitud de la Divinidad» y todos los tesoros de las perfecciones divinas. Ella es, con verdad, la casa, el templo y el santuario que Dios ha labrado para su gloria, y que sólo Él podía labrar, del mismo modo que sólo Él la podía concebir y sólo Él quererla. Con menos propiedad, y en un grado inferior, pero en un sentido también muy excelso y perfectísimo lo es la Virgen Santísima, y esto de un modo necesario, habiendo el Verbo encerrádose en su purísimo seno, y de Ella tomado nuestra carne y esta «forma de siervo» con la cual quiso vivir entre nosotros y morir por nosotros.

   «¿Qué es el alma de los santos, escribe San Cirilo Alejandrino, más que un vaso lleno de Dios, y de donde Dios rebosa?». No el alma únicamente, sino el mismo cuerpo es llamado por San Pablo templo y santuario del Espíritu Santo: «¿Ignoráis acaso que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo que está en vosotros?». Si basta la presencia del Espíritu Santo, modelándonos hijos adoptivos de Dios a imagen de su Hijo natural, para hacer de nosotros templo y santuario de Dios ¿cómo no sería Ella el templo y el santuario privilegiadísimo habiendo descendido en Ella el Espíritu de Dios para infundir al Unigénito del Padre la vida y el alma que le hicieron Hombre; habiendo en Ella descansado con operación tan permanente y continua expresado por el Ángel que anunció la Encarnación del Verbo, diciendo que en Ella «sobrevenía»? Es muy cierto que no somos nosotros templo de Dios, sino porque primero lo fue María, y lo fue en grado sumo.

   La eterna predestinación de María a la divina maternidad es, en efecto, el principio, la razón y como la norma de todos los inefables e innumerables actos por los cuales, unos a otros sucediéndose, Dios levanta y forma este sacratísimo y divinal templo de su gloria. Cuando hablaba Isaías «de un monte cabeza, por su elevación, de todos los montes, y ensalzado sobre todos los collados», en cuya cima el Altísimo había de levantar casa para Él, para recinto de sus perfecciones y de sus misterios, señalaba la preeminencia de María en todos los divinos y eternos pensamientos, y que, a través de los tiempos, y antes que ellos, el misterio de la divina maternidad es el ápice y la cima más encumbrada de los designios de Dios.

   «Todo, es cierto, se cifra en Cristo y subsiste en Cristo»; pero no lo es menos que Cristo «procede de la mujer y es hecho de mujer». Cuando la Increada Sabiduría llamó de la nada el alma de la Virgen, y juntándola a la purísima substancia de su cuerpo la sustrajo a la común ley preservándola de contraer la mancha del pecado, y la adornó con gracias elevadísimas, no hacía en puridad sino crear y santificar a la criatura destinada para ser su Madre, es decir, para ser el principio y la causa de su existencia en este mundo, y poner los cimientos del gloriosísimo santuario de su propia y personal inmensa grandeza. Esto declara y deja entrever cuáles sorprendentes maravillas obrarían la justicia y la sabiduría de Dios en la santificación original de María. Dios había de celar su propia honra, y concertar con los pensamientos de la eternidad sus obras en el tiempo.

   Sin embargo, sólo eran estos albores los de un sol luminosísimo de Dios. La Sabiduría «como prudente arquitecto, según la expresión de su Verbo infalible, puso primero los fundamentos». Pero ¿qué no hará, a medida que suba el edificio? No describe la omnipotente mano de Dios más hermosa historia en esa inmensa acción con que, después de creados llama a los seres, y los guía hacia Él como a su fin. Por lo que toca a Dios, su obrar no experimenta en ningún instante interrupciones ni desfallecimientos, pues «el Padre, dijo Jesús, es actividad indeficiente, y yo con Él», y los dos la desenvuelven de continúo enardecida por la llama vivísima del Espíritu común a entrambos. Por lo que toca a la criatura el obrar de Dios se amortigua, tiene intervalos y a veces halla desgraciadamente tenaces rebeldías, resistencias que llegan en algunos casos a inutilizarlo; no empero en María, en quien era el obrar de Dios como el resplandecer del claro cielo; progresaba y subía de continuo. No atenuaban la suma divina actividad estorbos ni reparos, no dilaciones aun exiguas, o dificultades aun levísimas; el querer de la criatura era adecuada respuesta del querer de Dios, y no había sino facilidades, sumisiones perfectas, anhelos encendidísimos, y pronta y entera correspondencia. ¡Qué correr era el suyo, y cuán blandamente cedía y se amoldaba en las manos de Dios! ¡Cómo crecía el templo que Dios fabricaba para recinto de su divinidad! No es tan puro ni tan magnífico el remontar del sol desde la aurora hasta el pleno día.

   Se notan a veces en la formación de este divino edificio unas más vivas huellas del poder y del amor del sublime omnipotente Artífice; unas súbitas intervenciones, si no más divinas, ciertamente más misteriosas, más refulgentes y más eficaces, que asombran, y contempladas con detención arrobarían. Evidentemente la mano de Dios destila toda su riqueza; precisa y abrillanta la huella más profunda de su semejanza, de su compenetración con aquella selectísima criatura. Esto son, en puridad, los principales acontecimientos dispersos en la vida de la Santísima Virgen; su vocación al Templo, exordio de una vida celeste de once o doce años; el término de su permanencia en el Templo y su virginal matrimonio con el castísimo esposo San José; la salutación del Ángel y la divina encarnación del Verbo, y todos los grandes misterios en que «Madre e Hijo» juntamente se funden y se confunden en una misma acción común: la Visitación, el Divino Nacimiento, la Presentación, la huida a Egipto, la vuelta a Nazaret, la pérdida y el hallazgo de Jesús, los años de vida oculta, y de ardentísima, abrasadora contemplación mutua; el primer milagro, la primera manifestación del Salvador en las bodas de Caná a ruegos y por el expreso querer de la Madre; la vida pública de Jesús, de la que era María ocultamente parte esencialísima y viva; la Pasión, de cuyos cruentísimos dolores y misteriosos fines era plena e inefablemente copartícipe, como Madre del crucificado y como Corredentora —con su Hijo—, de todos los hombres; la Resurrección, la Ascensión y la Pentecostés. Tales pasos de la vida de la Virgen eran remansos en que se holgaba y desplegaba la Sabiduría de Dios elevando su templo, embelleciéndolo, e hinchiéndolo de santidad; eran un crecer de la Santísima Virgen, y un remontarse y trasponer nuevas cumbres hacia la gloria de su término; eran misteriosos rasgos de un más vivo parecido con su Hijo Jesús; grados más sublimes de una íntima y más arcana unión con la purísima Esencia.

   Es indudable que en estos actos la acción era recíproca; Dios y María ponían cada uno una actividad propia; Dios dando por gracia, María recibiendo por virtud; Dios comenzaba y se insinuaba, María correspondía y ayudaba. Esto tenía un principio, no término ni tregua: tales inefables secretísimas mutuas operaciones eran mayores, más numerosas que los latidos del corazón de la Virgen, más frecuentes que el huelgo que exhalaban sus labios; tan poderosas para causar santidad, que una sola habría bastado para transformar todo el mundo en un majestuosísimo y gloriosísimo santuario de Dios, y comunicar al humano linaje una santidad superior a la de los más altos serafines. Eran, digamos aún, conformándonos con la metáfora evangélica, como las grandes bases de este templo vivo que Dios levantaba para sí. Todos los demás pasos y actos de su existencia venían a ser como piedras sobrepuestas unas sobre otras elevando y engruesando los muros; piedras preciosísimas todas ellas y de un tan alto valor que, llenas como estaban de lo divino, eran, medidas con nuestro concepto, como infinitas; piedras diáfanas, brillantísimas, refulgentísimo, maravillosamente cortadas, maravillosamente ajustadas, ostentando un parecido y ser de Cristo, y centelleando, con variados colores y luces, los resplandores de la santa faz de Dios.

   Lo que refieren las Divinas Letras sobre la construcción del Arca de la Alianza y del Tabernáculo, cuyo plan y cuyos pormenores más pequeños Dios había ideado, trazado y ordenado; lo que dicen del suntuosísimo y magnífico templo hecho construir por Salomón en Jerusalén; apenas es un esbozo y una pálida sombra de lo ideado, pensado, trazado y realizado en la Virgen por la mano de la increada Sabiduría. La misma arrobadora hermosura de la Jerusalén del cielo, sus inefables magnificencias, sus estáticas dichas, sus armonías incomprensibles, sus cantares, que son raudales de gozo en la solemnidad de sus fiestas, todo esto descrito por San Juan en el Apocalipsis, tampoco da una idea del alto y perfectísimo ser, de la sublime y embriagadora belleza y majestuosa santidad de María. En la misma formación del cuerpo místico de Jesús, en la formación de la Iglesia, de la cual todos somos piedras, según la expresión del Príncipe de los Apóstoles, pone Dios menos cuidado, aplica menos su sabiduría, y busca menores motivos de gloria que en esta obra maestra única, en la que todas sus perfecciones quedarían agotadas si no fuesen absolutamente infinitas e inagotables.

   Del mismo modo que las Divinas Letras parangonan la formación interior de María Santísima a la construcción de un templo, podríamos asimismo decir que toda su vida es la composición o los armoniosos acentos de un largo discurso de superior y divina elocuencia, por el cual Dios nos cuenta y nos descifra con magnificencia mayor que en los cielos visibles, la omnipotencia, el amor y la gloria de su insondable Esencia; que es como el canto de un inmenso e insuperable poema donde su augusto nombre es maravillosamente enaltecido y celebrado, como la ejecución de un concierto sereno y altísimo donde la armonía esencial y primera que es Padre, Hijo y Espíritu Santo brota a raudales mejor que a través de las armonías de las esferas celestes.

   «Ved, escribe el Beato Dionisio Cartujano, a esta Única que el Padre Eterno ha preparado para muy verdadera y muy eminente Madre de su Único y más que dulcísimo Hijo, en todo igual, consubstancial y coeterno con El; aquella a quien el más que liberalísimo Espíritu Santo enriqueció con exuberancia de gracia, con perfección de pureza, de santidad y de sabiduría tales que bastasen para henchir a la madre de Aquel de quien verdadera y eternalmente este Espíritu procede. Ved Aquella a quien el sobre hermosísimo, sobre santísimo y sobre nobilísimo Hijo de Dios ha escogido por Madre desde toda la eternidad. ¡Oh Señora gloriosísima, Virgen purísima, Madre dignísima, a qué alturas, a qué inefable belleza, a qué gloria te veo levantada! Entre todas las criaturas eres la más dichosa, la más ilustre y la más admirable por estar asociada a la paternidad del Padre y tener con Él un mismo Hijo. Eres en verdad la más familiar amiga de la sobre esencial y sobre beatísima Trinidad, la suprema depositaría de sus más íntimos secretos. Si te ha hecho tan elevada el supremo Artífice, tan indeciblemente amable y ricamente perfecta, es porque Él mismo se había prendado de Ti, y le habían arrobado tus hechizos y tu bondad. No es posible dudarlo, la mano divina te ha revestido y cubierto con tales prodigios, adornado con sublimes gracias, atraído con incomprensible amor, por ser así conveniente que una tal madre, una tal esposa y una tal reina fuese lo más hermoso, lo más grande y lo más magnífico posible en el orden de lo criado».

   Pongamos por un momento y demos como cosa posible, que este mundo desapareciese y sólo quedara esta excelsa criatura. Para el mundo reducido a la nada el mal fuera irreparable y enorme; pero no empañaría en la substancia ni siquiera con una tenue sombra, la gloria y el gozo exteriores del Divino Artífice.

—Medítese, y pídase la gracia que en esta Novena se deseare alcanzar por mediación de la Virgen de Pompeya.

ORACIÓN DE SAN ANSELMO

   Si Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro, nos ha dado por Madre a esta sublime criatura; si María, elevada a la dignidad de Madre de Dios, vistiendo de nuestra carne al Verbo Eterno del Padre nos lo ha dado por hermano; ¡de qué amor no somos deudores a Cristo por habernos dado una tal Madre, a María por habernos dado un tal Hermano! ¿Con qué voluntad no será justo que nos consagremos a Ellos dos; con qué segura esperanza acudir a Ellos en las crecidas necesidades de esta vida? ¡Cuán suave será servirles, recordar sus augustos nombres y llamar a sus puertas de continuo con nuestros deseos! ¡Oh! sea piadoso el divino Hermano con el hermano caído; no repare en los castigos que sus desventuras merecen, sino en las lágrimas que arrepentido derrama. Oiga la Madre los clamores que da el hijo pecador, e interponga su valimiento para obtener su rescate y su perdón; ruegue al Hijo por el otro hijo, al Unigénito por el adoptivo, al Señor por el siervo. ¡Ah!, ¡cuán grande es la deuda del hombre para contigo, Señora! Las lenguas todas de todos los siglos no podrán dignamente alabarte y darte gracias por las señaladas mercedes venidas de tus piadosas manos.

PETICIÓN

   ¡Oh benignísima Madre de Dios! Te pedimos en este primer día de la Novena consagrada a honrarte y a merecer tu piedad, que te dignes abrir sobre nosotros, desvalidos y flacos servidores tuyos, los inefables tesoros de misericordia, que Dios te ha confiado, y destiles en los más íntimos senos de nuestro corazón un hilo de la dulcedumbre recóndita en tu santísimo pecho, a fin de que todo nuestro espíritu arda en vivos amores por Ti, Madre benditísima del humano linaje, y por tu Hijo y Señor nuestro Jesucristo, y todo nuestro ser bulla en ansias de alabaros incesantemente.

   ¡Oh refulgente y áurea rosa, toda belleza, suavidad y gracia! Lleguen hasta Ti los ruegos que enviamos de continuo a la gloriosa morada donde reinas, y nunca nos falten tu amor y tu asistencia en ninguna de nuestras tribulaciones, en ninguna de nuestras angustias. Por Ti la misericordia inunda la tierra; por Ti unge y alegra incesante y firme esperanza a los corazones que sufren y luchan. La bondad y la ternura manan de tus entrañas tan caudalosamente, que toda alabanza y ponderación son cortas; Tu suma mansedumbre vence toda la suavidad y júbilo de los cielos. Y si no había de ser para enviar consuelo al que sufre, luz al turbado, y salud al enfermo ¿habría Dios atesorado en tu corazón esos océanos de materno amor y de efusiva y tiernísima largueza? Como en el cielo eres clarísima y resplandeciente estrella que refleja sobre los bienaventurados la luz recibida del Sol divino; así para la tierra eres la alegría, el júbilo y la hermosura de la Casa de Dios, y cifra y misterio de los supremos anhelos de los predestinados. De Ti solamente recibe todo mal el remedio. Alarga, ¡oh Virgen escogida sobre todo el humano linaje, oh pingüe bendición de Dios, oh suavísimo regalo venido de los cielos!, alarga tu mano y mide la profundidad, la extensión y la altura de nuestras aflicciones, de nuestra voluntad tibia e imperfecta, de la suma de nuestras necesidades, y como en Ti conocer sea lo mismo que compadecer y dar, nuestras almas, inundadas por los torrentes de tu piedad, serán otras tantas voces que la pregonen y le den gloria.

—Récense tres Avemarías en honra de los quince misterios que componen las tres partes del santísimo Rosario, pidiendo la difusión del culto de la Virgen, la prosperidad de la Iglesia y la perseverancia final.

ORACIÓN FINAL A NUESTRA SEÑORA DE POMPEYA PARA TODOS LOS DÍAS

   ¡Oh, Santísima Virgen de Pompeya, ¡que resplandeces y reinas por los más extraños prodigios e insignes favores sobre ruinas y restos de ciudades que simbolizan a nuestros ojos el paganismo más sensual y la justicia de Dios castigando el pecado! Las gracias que otorga tan largamente tu mano, esparcen por el mundo la gloria de ese nombre, y descubren una vez más cuán plenamente Dios ha dejado a tu voluntad la dispensación de los tesoros de su poder. Ven, pues, en ayuda de mis deseos; cubre mis oraciones con tus entrañas de Madre y con las riquezas de tu piedad, y haz que lleguen agradables hasta el trono del Altísimo.

   Que por tus ruegos, Madre de la gracia, se amortigüen en mis sentidos las llamas de la sensualidad, y suba mi alma a pureza confortadora y raíz de toda justicia; responda el esfuerzo del hombre, en la medida posible a mi flaqueza, al esfuerzo de Dios por salvarme; el lado humano de salud no falte al lado divino, antes bien en la hora de obrar con Dios, pueda y sepa yo corresponder hasta dar llena la medida de los frutos por El sembrados y vivificados; y en fin, que no devoren, Señora, la tristeza y la melancolía enervadoras el ánimo de tus devotos, sino que, junto con las virtudes de fe, esperanza y caridad recobre el consuelo que da fortaleza y ardimiento, y aquella superior confianza que inspira espíritu de oración y perseverancia en los deseos de Dios. Así sea.

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.