Novena
dispuesta por un devoto deseoso de sus cultos e impresa por Ruiz de Esparza en
Guadalupe (Zacatecas) en 1867, con las debidas licencias. Los Gozos son
tradicionales, sin autor ni fecha conocidos.
COMENZAMOS: 22 de junio.
FINALIZAMOS: 30 de junio.
FESTIVIDAD: 1º de julio.
AL
DEVOTO LECTOR
Siendo
la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, según el piadosísimo Guillermo
Stanihursto SJ, la más terrible de todas las cosas terribles para los demonios
y la más maravillosa de todas las maravillas para los Ángeles, ¿Qué cosa más
digna de ocupar ni más capaz de absorber toda la atención de los hombres que la
devoción hacia Aquel por cuyo poder fuimos creados; por cuya bondad
conservados, por cuya caridad redimidos y por cuya Sangre lavados? ¿Ni qué
mejor devoción pudiera ofrecérsete, lector piadoso, que una Novena en honra de
la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, derramada por la salvación
del mundo? Si la sangre de las víctimas cabrías, como dice San
Pablo, si las hecatombes de toros y la ceniza de las terneras rojas esparcida
por el viento purificaba en otro tiempo a los inmundos según la antigua ley de
Moisés, ¿cuánto
más la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, hostia inmaculada, limpiará nuestra
conciencia de todas las obras muertas para servir al Dios vivo? Y
tanto más, cuanto que el Señor, como observa Santo Tomás, al mismo tiempo que
ha padecido por todos los hombres, ha tenido presente a cada uno de nosotros en
particular. Nos ha aplicado a cada uno todo el fruto de su Sangre, con tanta
abundancia y de una manera tan perfecta, como si no hubiera sufrido ni hubiera
muerto más que por cada uno en particular; de la misma manera que si cada
hombre recibiese él solo los frutos de sus sufrimientos y de su muerte y todos
los demás permaneciesen extraños a ellos. Por esto, pues, debemos mirar los
padecimiento de Jesucristo como si el Hombre Dios los hubiera sufrido por cada
uno de nosotros exclusivamente, a causa de la caridad con que nos ha
comprendido a todos, y que le ha hecho sufrir los tormentos y la muerte por
cada uno en particular; cada uno, pues, debe atribuírselos a sí mismo, y
manifestar por ello su amor y su reconocimiento al Dios reparador, como hacía
San Pablo, que se representaba continuamente a Jesucristo dando su vida por él
en particular, y exclamaba: «Yo vivo de la fe y en
la fe del Hijo de Dios; yo no pienso que Él sufrió y murió por los demás. Yo
pienso y considero que éste Dios Salvador me amó a mí mismo, y que se entregó a
la muerte por mí: In fide vivo Fílii Dei, qui diléxit me, et trádidit
semetípsum pro me»
(Vivo por la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por
mí). (Gálatas 2). Por otra parte; la
aspersión de la verdadera agua lustral se estableció para nosotros sobre esta
tierra desde que ella quedó empapada con la Sangre del Salvador, y nosotros
podemos disponer de la Sangre de la verdadera víctima divina como habla San
Pedro. ¡Desgraciados,
pues, de nosotros si vemos con indiferencia este inmenso beneficio!
La ley que prescribía el rito de la aspersión antigua concluía con estas
terribles palabras: «Todo aquel que no fuere purificado por éste rito, será
excluido de la comunión del pueblo, perecerá». Estas palabras eran
proféticas, y no se cumplen a la letra sino es aplicándolas a la aspersión de
la Sangre de Jesucristo; porque nadie se justifica sino el que se lava en esta
divina Sangre. El que no se aplica sus méritos, el que no lava sus manchas en
esta preciosa Sangre, se ve excluido durante su vida de la comunión y del
espíritu de la Iglesia, y después de su muerte será desterrado para siempre de
la asamblea de los Santos: «Si quis hoc ritu non
fúerit expiátus, períbit ánima illíus de médio Ecclésiæ» (“Si alguno no ha sido expiado por este rito, su alma perecerá
de en medio de la Iglesia”) (Números 19).
Recurramos, pues, al mérito infinito de la Sangre del Redentor, que corre
todavía abundantemente para nosotros, de una manera mística. Apliquémonos sus
frutos. Oremos, insistamos para que esta Sangre divina ablande nuestros
corazones y los penetre de un dolor profundo, que nos asegure el perdón.
Entonces esta preciosa Sangre que hemos profanado con nuestras culpas, pero que
obtiene por medio de esta Novena nuestros homenajes y nuestras adoraciones, se
derramará sobre nosotros; ella borrará de nuestra alma las obras de muerte, las
obras de pecado que la desfiguran, y nos volverá la vida con los adornos
preciosos de la gracia santificante. Solo resta decir que esta Novena puede
hacerse en todo tiempo; pero será el más a propósito nueve días antes de la
fiesta de la Preciosísima Sangre de Cristo que celebra la Iglesia en el día 1 de Julio: y siendo la principal diligencia
para practicarla con provecho y alcanzar el buen despacho en nuestras
peticiones limpiar el alma de los pecados por medio de la Confesión y
sacratísima Eucaristía, se encarga el uso de estos Sacramentos al menos para
los días primero y último de esta Novena.
NOVENA A LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO
Puestos
de rodillas delante de una imagen de Nuestro Señor Jesucristo, se dice lo
siguiente:
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠ Dios
nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre
verdadero, rico en misericordias y
piedades, que para darnos la más realzada prueba de tu ardiente caridad e
infinito amor hacia nosotros, derramaste todo el inestimable licor de tu
Preciosísima Sangre en tanto grado, que después de haber expirado en la Cruz
para nuestro remedio, quisiste que aquella cruel lanza te sacase la poca que
había quedado en tu ya difunto cuerpo: todo a fin de que conociésemos los
hombres el infinito amor con que solicitas nuestra salvación. Pero ¡Oh Jesús mío! ¿Qué es
lo que encuentras en los mismos hombres en recompensa de tanto amor? ¿Qué? Ingratitudes,
ofensas, pecados y transgresiones de tu suave y santa ley. Esto es verdad, y
ojalá y no lo fuera. Ya lo confieso, mi Dios, delante del cielo, y de la
tierra. Ingratamente Te he agraviado, Te he ofendido con el continuo
quebrantamiento de tus santos Mandamientos; pero si lo que quieres de mí y de
todo pecador es que se convierta a ti y viva eternamente, heme aquí arrepentido
de lo íntimo de mi corazón. Pésame, mi Jesús, de haberte ofendido. Quisiera
morir a la fuerza del dolor de haber pecado. Perdóname, mi Jesús, que yo te doy
palabra de ser en lo de adelante (ayudado
de tu divina gracia) muy otro de lo que hasta
aquí he sido. No se malogre en mí tanta Sangre derramada. En este rico tesoro
de tu Sangre Preciosísima pongo toda mi esperanza para alcanzar el perdón de
tantas ofensas. Misericordia, Señor, ten misericordia de mí por tu Preciosísima
Sangre. Amén.
ORACIÓN
AL PADRE ETERNO
¡Oh Padre
Eterno y Dios de todos los consuelos! Atended benigno y oíd
misericordioso los clamores que desde la tierra os envía la derramada Sangre de
vuestro unigénito Hijo, vertida toda en beneficio de sus hermanos los hombres,
para reconciliarlos con vuestra divina Majestad, y satisfacer por ellos sobreabundantemente
la deuda de sus culpas y pecados, que tanto irritan vuestra divina Justicia, y
por respeto suyo perdonadnos, misericordiosísimo Padre, y derramad sobre
nosotros vuestras paternales bendiciones, concediéndonos eficaces auxilios para
detestar las culpas, amaros y serviros en todo el discurso de nuestra vida, y
otorgarnos benigno por su Preciosísima Sangre, lo que en esta Novena
solicitamos, si es conforme a vuestro divino beneplácito; y si no lo es,
conformad nuestra voluntad con la vuestra, para que agradándoos en todo, y en
nada ofendiéndoos, os sirvamos fielmente hasta la muerte, y después de ella os
gocemos en la Gloria por los siglos de los siglos. Amén.
DÍA PRIMERO - 22 DE JUNIO
MEDITACIÓN: LA CIRCUNCISIÓN DE JESÚS.
Contempla,
alma mía, cómo
viendo tu amorosísimo Jesús al mundo tan pobre de celestiales tesoros, deseó
con indecibles ansias su socorro, y enriquecerlo con abundancia; y sabiendo muy
bien que estos mismos ricos tesoros los tenía dentro de sí, y en sus propias
venas, deseaba mucho la hora de comunicarlos; y el excesivo amor que a los
hombres tenía, le tenían violento hasta enriquecerlos con ellos, y derramarlos
para su bien: porque como el amor es impaciente, no se puede contener ni sabe
disimular sus llamas, ni retardar su actividad, y mientras no ve cumplidos sus
deseos, un punto de dilación se le hacen mil años; por eso con el amoroso fuego
que ardía en su pecho divino hacia sus amados (aunque muy ingratos) los
hombres, a los ocho días de su nacimiento, vierte y derrama su Preciosísima
Sangre como primicias o señal que les dio de que en su edad crecida, la
derramaría con abundancia por su amor. Atiende, alma, la prisa que tu Jesús se
da a derramar su Sangre en tan tierna edad, y dile llena de humanidad y
agradecimiento: «Señor y Dios mío,
¿para qué tanta prisa? ¿Por qué tan presto derramáis esa vuestra Sangre? ¿Por
qué no esperáis a que haya más copia y más vigor en el cuerpo para
derramarla?». Y
haz cuenta que te dice su amor: «Alma, mi amor no
consiente esperas. El fuego del amor no sufre tardanzas: mi caridad aborrece
dilaciones. Desde que tuve Sangre en la Encarnación y me uní a la naturaleza
humana, estuvo hirviendo en mis venas con las llamas de mi caridad y amor, y
está buscando ocasión para salir, y así para desahogar y refrigerar esta llama
vierto desde ahora esta poca en testimonio y señal, que toda la he de derramar
por tu amor. Aprende a amar, alma mía, y a deshacerte toda en amor de quien
tanto te ama».
—Se rezan
tres Credos con Gloria Patri.
ORACIÓN
PARA EL DÍA PRIMERO
¡Oh Jesús Dulcísimo de mi corazón! Que
no pudiendo sufrir tu grande amor y encendida caridad para con los hombres más
esperas ni dilaciones en manifestarla a los mismos hombres, quisiste derramar
tu Preciosísima Sangre tan de antemano, que apenas contabas solos ocho días de
nacido cuando comenzaste a verterla en prueba y señal de que la derramarías
toda con abundancia, hasta no dejar gota de ella en tu cuerpo en llegando el
tiempo decretado por tu Eterno Padre: te damos humildes y repetidas gracias por
la excesiva caridad con que nos amas, aun con el claro conocimiento de nuestra
torpe ingratitud y vil correspondencia. Lávanos pues, Jesús mío, con tu
Preciosísima Sangre, y enciende en nuestros helados corazones la dulce llama de
tu amor, para emplear todos los instantes de nuestra vida solo en amarte y
servirte con la pronta observancia de tu divina ley, y crucifícanos con tu
temor santo, para que, acabando la carrera de nuestra vida en gracia, pasemos a
gozar el fruto de tu derramada Sangre a la gloria por todos los siglos de los
siglos. Amén.
—Se reza
un Ave María a nuestra Señora y se concluye todos los días con esta oración:
¡Oh Purísima Virgen María, dignísima Madre
de mi Señor Jesucristo!
Dígnate, Señora mía, de ofrecer al Eterno
Padre la Preciosísima Sangre que tú ministraste a tu Santísimo Hijo en la
Encarnación, para que derramándola toda por redimirnos, nos abriese las puertas
del paraíso que el pecado tenia cerradas; y alcánzanos de su Majestad amor a la
virtud, y aborrecimiento al pecado, y lo que en esta Novena pedimos si es de su
divino beneplácito: y juntamente la exaltación de la santa fe Católica; la
destrucción de las herejías, vicios, y pecados mortales; la perpetua paz entre
los cristianos Príncipes; la conversión de los pecadores; la libertad de los
cautivos; el descanso de las almas santas del Purgatorio: y finalmente la
perseverancia en gracia de los Justos, para que aprovechándonos todos de este
infinito tesoro de la derramada Sangre de tu Santísimo Hijo, acabemos nuestra
mortal vida en su divina gracia, para gozarle en su gloria por todos los siglos
de los siglos. Amén.
La
Preciosísima Sangre de Jesús nos favorezca en la vida, y en la muerte. Amén.
GOZOS
A LA PRECIOSA SANGRE DE CRISTO
Pues
morís, Padre y Señor,
En
una Cruz afrentosa,
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Esposo
de sangre hermoso,
Que,
en vuestra Circuncisión,
Con
ternura y compasión
La
derramáis cariñoso:
Y
aunque tierno y amoroso
Lloráis
por el pecador:
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Entre
el huerto de las penas,
Entre
angustias y agonías,
Dais
amante por mil vías
La
Sangre de vuestras venas:
Y
pues con dulces cadenas
Rendís
nuestro desamor:
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Ríos
de Sangre corrieron
De
vuestro Cuerpo sagrado,
Cuando
a golpes maltratado
Con
tanto azote le hirieron:
Toda
una llaga os hicieron,
Siendo
el hombre el ofensor:
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Vos
de espinas coronado
Tanta
Sangre derramáis,
Que
casi, mi bien, cegáis,
Todo
el rostro ensangrentado:
Y
pues tierno y lastimado
Pagáis
por vuestro deudor:
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Al
llegar desfallecido
Y
sin aliento al Calvario,
Un
aleve y temerario
Os
arrebata el vestido:
Piel
y Sangre, mal herido,
Nos
dais en este rigor:
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Clavos
son nuestros delitos,
Que
en una Cruz os fijaron,
Y
pies y manos rasgaron
Con
dolores exquisitos:
La
sangre de Abel da gritos
En
favor de su agresor:
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Difunta
vuestra hermosura,
Un
ciego, el más atrevido,
El
dulce pecho os ha herido,
Derramando
con ternura
Raudales
de gran dulzura
La
Fuente del Salvador:
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
Pues
morís, Padre y Señor,
En
una Cruz afrentosa,
Por
vuestra Sangre preciosa,
Dadnos
Jesús, vuestro amor.
℣. Nos redimiste, Señor, con tu Sangre.
℟. Y nos hiciste un reino para tu Padre y Dios nuestro.
ORACIÓN
Omnipotente
y Sempiterno Dios, que
por la Preciosa Sangre de tu Hijo quisiste aplacarte y redimirnos, concédenos
te suplicamos, recordarte el precio de nuestra Redención, para que merezcamos
alcanzar en esta vida el perdón, y la gloria en la eterna. Por el mismo
Jesucristo, Nuestro Señor, que contigo vive y reina por los siglos de los
siglos. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del
Espíritu Santo. Amén.