COMENZAMOS: 22 de enero.
FINALIZAMOS: 30 de enero.
FESTIVIDAD: 31 de enero.
Novena
compuesta por un sacerdote devoto de San Juan Bosco, con aprobación
eclesiástica. Puede rezarse en cualquier momento del año, particularmente en
preparación a la fiesta de San Juan Bosco (31 de
Enero). Para obtener más fácilmente las gracias que se desean, San Juan
Bosco aconsejaba la frecuencia de los sacramentos durante la novena y hacer o
prometer alguna oferta para las obras salesianas.
NOVENA
A SAN JUAN BOSCO, FUNDADOR DE LAS OBRAS SALESIANAS.
Por
la señal ✠
de la Santa Cruz, de nuestros ✠
enemigos, líbranos Señor ✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo,
Dios y hombre verdadero, por
ser Vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo
corazón de haberos ofendido, y propongo firmemente de nunca más pecar, y
confesarme, y confío me perdonaréis por vuestra santísima Pasión y muerte. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh bienaventurado Juan
Bosco, apóstol
incansable de la devoción a María Auxiliadora y tan amado de Ella que sin
dilación alguna obtenías de su bondad todo lo que le pedías. Tú que fuiste tan
compasivo de las humanas desventuras que, cuando morabas en la Tierra no había
persona alguna que recurriese a ti sin que fuese benignamente escuchada, ahora
que estás en los Cielos en donde la caridad se perfecciona, míranos con piedad
y misericordia, ya que tan necesitados estamos de tu socorro; haz descender sobre
nosotros y nuestras familias las maternales bendiciones de María Auxiliadora;
alcánzanos todas aquellas gracias espirituales y temporales que más
necesitamos, especialmente la de gozar de la amistad divina, de evitar todo
pecado, de amar con fiel ternura a la Virgen María, y, por último, el
señaladísimo favor que te pedimos en esta Novena, si fuere para mayor gloria de
Dios y bien de nuestra alma. Así sea.
DÍA PRIMERO – 22 DE ENERO
MEDITACIÓN: HUMILDAD HERIOCA DE SAN JUAN BOSCO.
«Aprended de mí, dice
Jesucristo, que soy manso y humilde de Corazón, y hallaréis descanso para
vuestras almas». Toda
la vida de nuestro Divino Salvador fue una continua enseñanza de todas las
virtudes, pero, especialmente, fue maestro de la humildad. Por haber bajado del
Cielo para enseñarnos esta virtud, se conoce cuánta es su excelencia y cuán
grande es la necesidad que de ella tenemos. Es esta virtud el solo verdadero
fundamento de la santidad. Por eso los héroes de la Iglesia han sido
profundamente humildes.
Tal fue nuestro Santo, que, en la plenitud de sus triunfos, en las
imponentes manifestaciones de estima y en las ovaciones triunfales de que fue
objeto, conservó siempre la sencillez de sus primeros años, sin que nunca
decayese de aquella sincera humildad que ha sido siempre el distintivo de la
santidad.
La humildad lo llevó a hacerse niño con los niños, y hasta servidor de
los niños. A los principios del Oratorio, servía a sus asilados, no solo como
padre sino más bien como criado, ejercitando con ellos los oficios más
humildes: les cocía la comida, se la distribuía en el comedor, remendaba sus
vestidos interiores, los peinaba, les cortaba el cabello y si se encontraban
enfermos, no rehusaba prestarles los más humildes servicios. La humildad le
hizo vencer la repugnancia que por su natural timidez sentía de presentarse a
las personas de elevada posición social, ricas o acomodadas, para pedir limosna
a favor de sus huerfanitos; la necesidad de socorrer a sus asilados y la
persuasión que tenía de que, pidiendo limosna, hacía una gran obra de caridad a
los mismos que la daban, dándoles ocasión de socorrer a los pobres, le hizo
despreciar todo respeto humano. Con los niños jugaba como si fuese uno de
ellos; sabía que este sacrificio era uno de los más eficaces para ganarse el
afecto de los jóvenes e insinuarse más fácilmente en sus almas. Con gusto se
detenía en la calle con niños sucios y harapientos y dejaba que lo acompañasen
sin hacer caso del respeto humano, ni de las reprensiones que, a veces,
personas de distinción le hacían por este motivo.
Cuando en el templo de María Auxiliadora se sucedían con frecuencia
emocionantes curaciones milagrosas, y el nombre de Don Bosco bendecido y
aclamado estaba en boca de todos, impresionado por aquellos prodigios y no
queriendo que fuesen atribuidos a su persona, se apresuraba a decir: «¡Cuánta fe hay aún en
nuestro pueblo! ¡Cuánta devoción a la Santísima Virgen!».
Al preguntarle alguno cómo hacía para llevar a cabo obras tan colosales
como las que tenía entre manos con medios tan desproporcionados, contestaba:
«Sabed que en todo esto no entra para nada
el pobre Don Bosco, es Dios nuestro Señor y su Santísima Madre los que lo hacen
todo. Cuando Dios quiere llevar a cabo una obra, su mayor Gloria exige que se
conozca que es su Mano poderosa la que la ejecuta, sirviéndose del instrumento
más inútil e inepto. Yo aseguro que, si Dios nuestro Señor hubiese encontrado
en la Arquidiócesis de Turín un sacerdote más pobre y más miserable que yo, a
ése y no a otro hubiese escogido como instrumento de las obras a que os
referís, y al pobre Don Bosco le hubiese dejado seguir su vocación de simple
cura de aldea».
Imitemos a este gran Santo en la práctica de
la humildad, si queremos gozar con él de la feliz bienaventuranza; porque ha
dicho nuestro Señor que, si no nos hiciéremos como niños, no entraremos en el
Reino de los Cielos.
EJEMPLO: SAN JUAN
BOSCO LLEVA AL CIELO A UN NIÑO.
Cayó enfermo en los primeros días de febrero de 1888 un alumno del
Oratorio de Turín, y llegó a tal extremo de gravedad que se temía un funesto
desenlace.
Avisada la familia, corrió su madre a la cabecera del enfermo, y obtuvo
fácilmente de los superiores permiso para asistirle mientras durara el peligro.
Una mañana se despierta el niño sobresaltado, abre los ojos, los clava en un
sitio con fijeza y luego mira hacia la puerta como si viese salir a alguno, se
vuelve luego a su madre y le dice: «¿No le ha visto usted?».
«¿A quién?».
«A Don Bosco».
«Yo no he visto a nadie».
«Pues ha estado aquí, y
me ha dicho que me prepare, porque dentro de tres días vendrá a buscarme para
llevarme al Cielo».
«¿Morir tú, hijo mío?
¡Ah, no!; tienes que venir a casa».
«¿A qué? ¿Tal vez a
asistir a ciertas escenas que usted bien sabe? ¿A oír tantas blasfemias? No,
no; es mejor que me vaya al Cielo».
Oía la pobre mujer tan justos
reproches, y no podía menos de dar la razón al niño; pero su amor de madre no
se resignaba a creer que su hijo muriera tan pronto. Dijo a éste que le tocaba
ser el ángel consolador de la familia, que su ejemplo debía convertir al padre;
y, calificando de monomanía la enfermedad del hijo, trató de curarlo, sacándolo
del Oratorio.
Los superiores no podían oponerse
a los deseos de esta madre; y a fin de que el niño no careciera de asistencia
espiritual y corporal, dieron a la pobre mujer una recomendación para el
hospital.
El niño, al enterarse de la
determinación de la madre, decía: «¿Para qué me saca usted del Oratorio? Se
muere muy bien bajo el manto protector de María Auxiliadora».
A la mañana siguiente, a pesar de la copiosa nieve que caía, la madre,
inexorable, hizo que el niño fuese llevado al hospital. Al llegar a este sitio se
alegró mucho el muchacho al ver que estaban al frente del establecimiento de
las Hermanas de la Caridad y llamando a una de ellas, le dijo: «¿Podré recibir mañana
los santos Sacramentos?».
«¿Por qué tan pronto?».
«Porque tiene que venir
mañana Don Bosco a buscarme…».
«No le haga usted caso –le interrumpió su madre– es una monomanía».
El
niño se confesó, y comulgó al día siguiente con gran devoción, y esperó
tranquilo su hora. Su madre le atendía cariñosamente y también esperaba.
Hacia el mediodía, el niño se durmió, haciendo concebir risueñas
esperanzas. Pero se despierta hacia las tres de la tarde, mira hacia arriba,
como si contemplara a una persona y dice: «¡Helo aquí! ¡Ya
voy! ¡Ya voy!»,
y se durmió en el Señor.
Corrió la madre y abrazó al hijo, pero ya no estrechó entre sus brazos
más que un cadáver. No tardó mucho, sin embargo, en resignarse y en reconocer,
ante los que habían asistido a la preciosa muerte de su hijo, que era deudora
de un gran favor a San Juan Bosco.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Juan Bosco! Tú que aun en medio de admirables
portentos mantuviste la virtud de la humildad, y volvías a Dios nuestro Señor y
su Santísima Madre los elogios que te dirigían, haz que también nosotros
busquemos en toda esta virtud, la practiquemos constantemente y que en todo
desterremos de nuestras almas el deseo de alabanzas. Así
sea.
—Rezar un Padre nuestro, Ave María y
Gloria al Padre…, y la jaculatoria “San Juan Bosco, rogad por nosotros”.
GOZOS
Santo que nunca desoyes
Al que confiado te implora,
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Enséñanos la humildad
Con la que subiste a esa altura
Donde hoy tu gloria fulgura
En eterna claridad.
Y prodiga tu ternura
Al que sufre y al que llora.
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Deslumbrante de belleza,
Blanco lirio inmaculado,
La Iglesia te ha proclamado
Por tu angélica pureza,
De la inocencia dechado,
De castidad bella aurora.
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
El trabajo y la oración
Fueron tu gloria y anhelo,
Siempre pensando en el Cielo,
¡Donde estaba tu corazón!
¡Torna de nuestra alma el hielo
En hoguera abrasadora!
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
¡Dadme almas!, era
el clamor
De tu celo prodigioso.
El salvarlas fue tu gozo
Y llevarlas al Señor.
Ese era el fin poderoso
De tu obra redentora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Suave apóstol de los niños,
Protector de su inocencia,
En la tierna adolescencia
Colocaste tus cariños.
¡Y cuál brilla la excelencia
De tu obra educadora!
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Lleno de firme confianza
En el auxilio divino,
Proseguiste tu camino,
En Dios puesta la esperanza.
Y Él siempre en tu ayuda
Vino con su mano protectora.
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
De la Virgen bajo el faro
Colocaste tus labores;
Por ti, Ella da sus favores
Y es de los hombres amparo.
¡Envía al mundo los fulgores
De esa luz consoladora!
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
De tu obra el fundamento
Fue la santa Eucaristía,
Pues tu alma unida vivía
Al Divino Sacramento.
Jesús Hostia te infundía
Esa constancia creadora.
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
¡Oh apóstol! ¡Oh padre! ¡Oh santo!
¡Atiéndenos bondadoso!
¡Cambia nuestro llanto en gozo,
Tú que ante Dios puedes tanto!
Y en ti halle amparo amoroso
La humanidad pecadora.
¡En nuestras almas
infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
Santo que nunca desoyes
Al que confiado te implora,
¡En nuestras almas infunde
Tu amor a la Auxiliadora!
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Oh Dios, que has suscitado a San Juan Bosco,
confesor tuyo, como padre y maestro de la juventud, y por él, mediante el
auxilio de la Virgen María, has querido que floreciesen en tu Iglesia nuevas
familias religiosas, concédenos, te lo suplicamos, que, encendidos en el mismo
fuego de caridad, busquemos únicamente la salvación de las almas y tu divino
servicio. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En
el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 23 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.