COMENZAMOS:
10 DE MARZO.
FINALIZAMOS:
18 DE MARZO.
FESTIVIDAD: 19 DE MARZO.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos
Señor ✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu
Santo. Amén.
Acto de contrición:
Trinidad Santísima, Padre, Hijo, y Espíritu
Santo, en
quien creo, como en Verdad infalible; en quien espero, como en Poder infinito; a
quien amo sobre todas las cosas, como a Bondad inmensa a quien me pesa de haber
ofendido, por ser infinitamente digno de ser, amado; a quien adoro, como a mi
Dios, y Señor; a quien deseo ver, como a centro de mi alma; y a quien alabo,
como a mi Soberano bienhechor: gracias te doy con todo el afecto de mi corazón
por la inexplicable dignidad a que sublimaste al Señor San José, escogiéndole
para Padre adoptivo de Jesús, para dignísimo Esposo de María, y para Cabeza de
la Casa de Dios en la tierra elevándolo después a muy sublime gloria, y poder en
el Cielo. Por estos títulos que tuvo en su vida, animado yo, y muy confiado con
lo poderoso de su intercesión, te pido el favor que ahora solícito, sí conviniere
a tu gloría, y a mi salvación. Y por lo mucho que gustas, Dios mío, de que lo
amemos, te suplico enciendas mi corazón, y los de todo el mundo, en el amor, y
devoción para nosotros tan provechosa, del Sacratísimo Patriarca Señor San José
y que nos des tu gracia para hacer con todo fervor esta Novena. Amén.
—Se dirá la siguiente
oración para todos los días:
Oración para todos los días.
¡Oh,
bienaventurado San José!, escogido por el mismo
Dios para ser digno esposo y fiel custodio de las grandezas, gracias y
privilegios singularísimos de la augusta Madre de Dios, la Inmaculada y siempre
Virgen María, Madre mía amantísima ¡Oh, defensor y libertador invicto del Niño Jesús,
a quien supisteis alimentar con el pan que ganabais con tanto trabajo con el
sudor de vuestro rostro! ¡Oh, potentado divino, que tuvisteis poder sobre aquel
que era omnipotente, el cual, no sólo os obedecía, sino que os estaba sujeto en
todo!... ¡Qué grande, qué admirable aparecéis a mi vista, iluminada por la fe!
Aquí
tenéis a vuestros pies a este devoto, que os rinde el humilde homenaje de su
alabanza y amor, y os suplica, le alcancéis del Señor la gracia que os pide en
esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y salvación de mi alma.
—Recemos un Padrenuestro,
Avemaría y Gloria Patri, en honor del Santo, para que nos alcance del Señor las
gracias que por su intercesión pedimos en esta novena.
Oración para el día
primero.
¡Qué relaciones tan
honrosas e íntimas tenéis, oh, glorioso San José, con la Trinidad augusta!... El
Eterno Padre os confió a su amantísimo
Hijo, el Verbo divino hecho hombre,
para que en representación suya, y como padre adoptivo suyo aquí en la tierra,
estuviese a vuestro cuidado, obediencia y protección. ¡Qué destinos tan altos e incomprensibles!
El Hijo de Dios, hecho hombre, se confió a vuestro amparo, como a
vigilante y cariñoso padre, elegido a este fin por su Eterno Padre. ¡Qué dignidad
tan divina!
El Espíritu Santo os dio por Esposa a la Madre de Dios, a la Inmaculada Virgen
María, su amantísima Esposa. ¡Qué dádiva tan preciosa! ¡Qué prueba de tan grande amor!
Yo os
felicito, Santo mío, por grandezas tan inefables y os suplico la gracia de ser
devoto verdadero vuestro hasta la muerte, la de hacer bien esta novena y la de
alcanzar por vuestra protección la gracia que os pido en ella, si son para
mayor gloria de Dios, mayor culto y honor vuestro y salvación de mi alma.
Amén.
—Pidamos al Santo, de
rodillas, la gracia que deseemos alcanzar del Señor, por su intercesión, en
esta novena.
—Se hará la pausa de un
Avemaría, y después se hará la siguiente súplica al Santo, que se repetirá
todos los días con la oración final.
Acordaos, ¡oh, castísimo esposo de la Virgen María y
amable protector mío, San José!, que jamás se ha oído decir que
ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro socorro sin haber
sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra
presencia y me encomiendo a vos con todo fervor.
¡Ah!, no desechéis mis súplicas, ¡oh, padre putativo del Redentor!, antes bien, acogedlas propicio y dignaos acceder
a ellas piadosamente. Amén.
Oración para terminar todos los días.
Os ofrezco, ¡oh, glorioso Patriarca!, esta
novena, tan de vuestro agrado y enriquecida con tantas gracias y favores como
venís concediendo a cuantos la hacen con devoción.
Suplid vos, Santo mío, el fervor y devoción que me ha faltado, y dadme desde
el cielo vuestra paternal bendición, y con ella la fidelidad y constancia en
seros siempre devoto hasta la muerte, lo cual apreciaré como prenda de mi
eterna salvación. Amén.
—Sea entre todas las
cosas bendito y alabado, etc.
—Ave María purísima.
—Sin pecado concebida.
Oración para el día
segundo. (11
de marzo)
¡Oh,
bienaventurado San José! Si
al contemplar ayer vuestra dignidad y grandeza en las íntimas relaciones que os
unen con las tres divinas Personas, me vi como obligado a ofreceros mi más respetuosa
y cordial devoción, obradora de tantos milagros, ¿qué haré hoy al contemplaros como esposo
de la Santísima Virgen María, elegido para, tan alta dignidad por el mismo
Dios, sino volver a admirar y adorar vuestra grandeza, pues como esposo de la Madre
de Dios participáis de todas sus grandezas y disponéis de todas sus riquezas,
porque entre esposos todos los bienes son comunes?
En vista de tanto poderío, me vuelvo a
consagrar hoy con más resolución y firmeza a vuestra devoción, de la cual, ¿qué otra cosa
he de esperar sino tesoros de gracias en la vida, consuelos divinos en la
muerte y aumento de gloria en el cielo?
Hacedlo así, protector de las almas espirituales, abogado poderoso de
los moribundos: os lo suplico por vuestra Esposa inmaculada, que es mi Madre, y
a Ella y a vos sea, dada, toda gloria, culto y bendición en el tiempo y en la
eternidad. Amén.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
Oración para el día
tercero. (12
de marzo)
Si al consideraros ayer, ¡oh, glorioso Patriarca!, elevado a la alta dignidad de esposo
verdadero de la Madre de Dios, y, como tal, participante y señor de todas las
grandezas y bienes comunicables de vuestra verdadera Esposa, confirmé con toda
mi alma la obligación de consagrarme del todo y para siempre a vuestra
devoción, ¿qué
haré hoy, al considerar vuestra elección comprobada como divina en virtud del
tradicional milagro de haber florecido solamente vuestra vara entre la de
muchos que concurrieron, como vos, al templo de Jerusalén, aspirando al
desposorio con la predestinada para ser Madre de Dios? ¡Elegido por Dios!... ¡Qué virtudes tan relevantes, qué
grandeza tan alta supone en vos esta divina elección!
Pensó Dios en dar una compañera, una esposa a nuestro primer padre Adán,
y se la dio semejante a él, como dice la Escritura santa; ¿qué había de hace Dios, al dar esposo a la
Madre de su Hijo, sino dársele semejante a Ella? Tanto más, que no buscaba Dios la que había de
obedecer, como Eva, sino el que había de ordenar y mandar, como Adán, y había,
de mandar a la Emperatriz de cielos y tierra.
¡Oh,
qué alto estáis, esposo sin segundo! Os
ha hecho Dios semejante, en lo que podéis ser, de vuestra privilegiada Esposa,
la augusta Madre de Dios... Sois poderoso con todo el poder suyo... Sois rico
con todas sus riquezas. ¡Ah, y vuestra Esposa es la tesorera y dispensadora de
todas las gracias!...
Alcanzadme
las que necesito, poderoso Santo, para dar culto y gloria a vuestra Esposa, que
es mi Madre, y a vos, que sois mi padre y protector, y la de salvar mi alma.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
Oración para el día
cuarto. (13
de marzo)
Otra vez, Santo bendito, quiero considerar vuestra grandeza a la
luz que me da el ser esposo de la Madre de Dios. ¡Oh, qué grande os considero en la mente
divina, desde la eternidad, en el decreto de la restauración del hombre, caído
en el abismo de la maldad y de la muerte por el pecado de Adán y rescatado a la
gracia y a la vida por el Redentor divino!
En virtud de este decreto, no hay duda que el Eterno Padre, al determinar
que su Hijo se hiciera hombre para redimir al mundo, en la misma su eternidad y
decreto, ordenó que fuera concebido por obra y virtud del Espíritu Santo en el
seno de una virgen y ésta desposada; y habiendo de ser tal, hubo de predestinar
a San José para que fuera el esposo de la Virgen Madre. Y esta predestinación del
Santo supone que puso Dios en él los talentos y gracias que le hicieran digno
esposo de la Madre de Dios.
¡Oh, y
cuánto tuvo que poner Dios en San José para, hacerle esposo de la Madre de
Dios!... ¡Cuánta sabiduría, cuánta prudencia,
discreción y santidad! Porque si, según los Santos Padres y Doctores
de la Iglesia, cuando da Dios un cargo e impone deberes difíciles, da al propio
tiempo las gracias suficientes para desempeñarlo y cumplirlo, conferido a José
el honor y grandeza, de esposo de la Madre de Dios, ¿cuántos tesoros de gracias necesitó para
hacerse uno con su Esposa en sabiduría, gracia y santidad?
Salve, ¡oh, José!, por la plenitud de
gracia, de sabiduría y poder que necesitasteis para, ser digno esposo de la Madre
de Dios y para cumplir los deberes que os impuso. Y ya que tanto es vuestro
poder, que vuestro rogar en el cielo es mandar, rogad por mí, que me glorío de
ser devoto vuestro.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
Oración para el día quinto. (14 de marzo)
¡Qué grande me pareció
ayer vuestra dignidad y grandeza!, ¡oh, glorioso San José!, al
vero concurrir, por vuestro destino, en la mente divina cuando el Eterno Padre,
en su eternidad, decretó la redención del mundo ¡Qué digno de honor y veneración por
vuestro destino de esposo de la Virgen Madre de Dios!
Esposo de la Madre de Dios... Y sometida a vuestra voluntad la que, como
Madre, tenía pendiente de la suya al Dios Hijo humanado... Misteriosa autoridad
la vuestra, pues tiene poder para obligar la obediencia de la Madre de Dios, ¡Reina y Señora de
todo lo creado! ¡Ah! Bien
necesitasteis para cumplir vuestro destino lo que refieren varios
historiadores. Dicen, que apenas fuisteis elegido para esposo de la Virgen
María, descendió sobre vuestra cabeza una paloma, blanca, símbolo del Espíritu Santo,
que al confirmar vuestra elección depositó en vuestra preciosa alma los dones y
gracias necesarios para que pudierais cumplir los deberes de esposo para con
Ella, especialmente en protegerla y librarla de enemigos.
Al Espíritu Santo debisteis la prudencia en no entregarla a los judíos, los
cuales la hubieron hecho morir, como llevaron después a la muerte a su Hijo, al
inocentísimo Jesús... A Él debisteis, y de vos se sirvió, para ocultar al
enemigo común el misterio de la Encarnación del Verbo; porque Luzbel sabía que
el Redentor del mundo había de nacer de una virgen, pero que no había de ser
desposada. A Él debisteis la incomparable gracia de daros a tal Esposa, que
supo compensar los trabajos y afanes, los dolores y penas que con Ella y por
Ella sufristeis, convirtiéndolas en deliciosas gracias en la vida y ahora en la
de la gloria sin fin. Cuidad de mí Santo bendito, hasta que me llevéis al
cielo.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
Oración para el día sexto. (15 de marzo)
¡Bendito
seáis, esposo de la Virgen María, padre adoptivo de Jesús, bendito seáis! ¡Qué felicidad la vuestra
en la íntima unión de amor celestial y divino con la Madre de Dios!... ¡Qué
frutos tan copiosos y celestiales resultan de esa correspondencia de amor para
vuestra preciosa y bienaventurada alma!...
Decía San Ignacio de Loyola, y así lo dejó escrito en su libro de Ejercicios,
que el
verdadero amor se debe poner más en las obras que en las palabras, y que el
amor es comunicativo, de tal manera, que los que se aman se comunican los
bienes que tienen y pueden, así como ciencia, honores y riquezas.
Ahora, bien, Santo mío; si vuestro amor para, con vuestra Esposa no sólo
fué de palabras y promesas, sino más bien de realidades y obras, díganlo vuestros
continuos trabajos y sudores para alimentarla, vuestro caminar y sufrir para
acompañarla y librarla de enemigos, y aliviar cuanto podíais sus trabajos,
destierros, persecuciones y penas, porque la amabais con un amor verdadero; si
es cierto que la ofrecisteis y disteis siempre cuanto teníais y pudisteis, y si
también lo es que la Virgen Madre no se deja vencer por nadie ni en amar, ni en
corresponder al amor, ni en dar de lo que tiene a los que ama, teniendo, como
tiene, tanto que dar, ¿qué dádivas reservaría para vos vuestra Esposa, dadora
de todas las gracias? Bendito
seáis en la abundancia de tantos tesoros, y, ¡oh, Santo mío muy amado!, hazme con tu protección rico en gracia y gloria.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
Oración para el día
séptimo. (16
de marzo)
Vengo hoy, Santo mío, a vuestra presencia a contemplar lo que
alcance mi inteligencia de la santidad que os corresponde como esposo de la Madre
de Dios. Y he dicho lo que alcance, porque ¿quién podrá delinear siquiera la, anchura, ni la, alteza,
ni la profundidad, ni la hermosura, ni el mérito de vuestra santidad?
¡Ah! Vuestra santidad es pura, verdadera,
perfecta. Se funda en la justicia: santificado antes de nacer, según creencia,
general, merecisteis del mismo Dios el sobrenombre de: Justo,
y justo, según el decir de Dios, es santo... Y podemos decir que sublimasteis
la justicia y santidad en la escuela, para vos siempre abierta, de la que es el
asiento de la sabiduría y Reina de todos los Santos y vuestra Esposa. En esa
escuela estudiasteis y de esa sapientísima maestra aprendisteis la ciencia de
los Santos por espacio de treinta años continuos. ¿A qué sabiduría y conocimiento de Dios, y
las cosas celestiales y divinas, y de las virtudes todas, subiría vuestro
entendimiento, y a qué grado de amor vuestro manso y humilde corazón con
magisterio tan divino? Y si el maestro da más al que más ama, y
después de Dios y de su Hijo al que más amó en el mundo fué a vos, como esposo;
os dio, sin duda, de la santidad de que estaba, llena la que cupo en vuestra dichosa
alma y correspondía a vuestros altísimos destinos.
¡Qué
santidad la vuestra, oh, José, esposo de la Madre de Dios, con la cual
tratabais íntimamente!... ¡Ah! Si una palabra suya a Isabel la llenó de
gozo y santificó a su hijo...; si unas cuantas palabras de la Virgen, que ha
consignado Dios en la Escritura Santa, en su cántico del «Magníficat», meditadas por almas justas, tanto las
han santificado, ¿a
qué santidad levantarían la vuestra tantas palabras como brotarían de su
purísimo corazón para enriquecer el vuestro?
Recibid mi parabién, mi amor, mi devoción,
y, en retorno, que aumente yo vuestra gloria llevándome vos a ella.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
Oración para el día
octavo. (17
de marzo)
Excelsa, es, según lo que se ha dicho y mucho más que pudiera decirse,
la grandeza que, cual antorcha divina, resplandece en San José por ser esposo
de la Madre de Dios. ¿A qué alteza
subirá por ser padre de Jesús? José, padre de Jesús... Así le llama la Escritura Santa, así
los Santos Bernardo, Agustín, Juan Damasceno,
Andrés Jerosolimitano, Epifanio y otros.
Padre adoptivo de Jesús... Padre aceptado como tal
por Jesús...; ¡Cuánta grandeza y plenitud de gracia supone este
renombre!...
Según
Santo Tomás, cuando Dios da un nombre u oficio a una criatura, le da
también las gracias que necesita y requiere el tal nombre y oficio. ¿Y quién podrá
pensar siquiera los talentos y gracias que necesita el que hubo de ser padre de
Jesús?
¡Qué sabiduría para enseñar! ¡Qué prudencia en dirigir!
¡Qué santidad en el ser!... ¡Qué amor y mutua correspondencia en amarse, en
obedecer el Hijo al padre y el padre con más deber al Hijo!... ¡Qué llena de
misterios está la correspondencia de amor!... Y la tiene que haber, según la promesa de Jesús: «Yo amo a los que me
aman...» Y
José amaba a Jesús como padre.
Saludó un día la
Madre de Dios a su prima Isabel, y esto bastó para llenarse de gozo la madre y
quedar santificado el hijo antes de nacer. ¿Qué de gozo, gracia y santificación
llevarían a José tantas salutaciones, abrazos y ósculos mutuos de amor del Hijo
al padre y del padre al Hijo, especialmente cuando le llevaba en sus brazos y le mecía, en
ellos? Y si se tiene en cuenta que el saludar de Jesús, y así el hablar,
es infundir dones. y los ósculos y abrazos infunden en el alma amor. ¡qué lleno de
dones y amor os considero, oh, padre tan amante de Jesús!...
Santo
mío, de esa, plenitud de gracia, y amor comunicadme la, que necesito para
crecer en vuestra devoción, en la gracia y amor, como prenda de la gloria.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
Oración para el día
noveno. (18
de marzo)
Al contemplar vuestra justicia y
santidad, ¡oh, esposo castísimo de la Madre de Dios!;
al oír al mismo Dios, que os apellida, varón justo y os reconoce
como tal en el único acto de vuestra vida en que pudierais haber dado algún
motivo a los fariseos para mancillar en algo vuestro proceder de no delatar a
vuestra Esposa, y así pensabais hacerlo, porque la considerabais inocente e
ignorabais el incomprensible misterio de la Encarnación del Verbo, no puedo
dejar de tributaros un acto de admiración y alabanza y el deseo de que seáis
glorificado por todo y por todos.
¡Ah! Bien merecisteis, como premio de vuestra
justicia, y prudencia, perfectísimas, que descendiera del cielo un ángel para
aseguraros, en nombre del Eterno Padre, que el altísimo misterio de la
Encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de la Inmaculada y siempre
Virgen María, vuestra Esposa, era obra del Espíritu Santo. Admirando vuestra justicia prudentísima, y
viéndoos dar a Dios lo que es de Dios, al prójimo mucho más de lo que le es
debido y, a vos lo que os mandaba el Señor, deseoso de imitar vuestras
virtudes, os suplico, varón justo y santo, según el sentir de Dios, me alcancéis
la hermosa virtud de la justicia, para que, practicándola con la perfección con
que vos la practicasteis, merezca alcanzar de Dios, por vuestra intercesión, el
ser fiel devoto vuestro hasta el fin de mi vida: el aumento de vuestros
verdaderos devotos: las gracias que os he pedido en esta novena: la exaltación
de la fe, el triunfo de la Iglesia y del Vicario de Jesucristo, la unión en
caridad perfecta del pueblo fiel y cristiano, bajo la dirección de los prelados
de la Iglesia, la conversión de los herejes, cismáticos e infieles, y para
todos vuestros devotos, la perseverancia final en la gracia, como prenda segura
de nuestra salvación. Amén.
—Realizar las peticiones y
oraciones finales al Santo.
APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.
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