sábado, 1 de abril de 2023

NOVENA EN HONOR DE SAN JOSÉ.


COMENZAMOS: 10 DE MARZO.

FINALIZAMOS: 18 DE MARZO.

FESTIVIDAD: 19 DE MARZO.

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

Acto de contrición:

   Trinidad Santísima, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, en quien creo, como en Verdad infalible; en quien espero, como en Poder infinito; a quien amo sobre todas las cosas, como a Bondad inmensa a quien me pesa de haber ofendido, por ser infinitamente digno de ser, amado; a quien adoro, como a mi Dios, y Señor; a quien deseo ver, como a centro de mi alma; y a quien alabo, como a mi Soberano bienhechor: gracias te doy con todo el afecto de mi corazón por la inexplicable dignidad a que sublimaste al Señor San José, escogiéndole para Padre adoptivo de Jesús, para dignísimo Esposo de María, y para Cabeza de la Casa de Dios en la tierra elevándolo después a muy sublime gloria, y poder en el Cielo. Por estos títulos que tuvo en su vida, animado yo, y muy confiado con lo poderoso de su intercesión, te pido el favor que ahora solícito, sí conviniere a tu gloría, y a mi salvación. Y por lo mucho que gustas, Dios mío, de que lo amemos, te suplico enciendas mi corazón, y los de todo el mundo, en el amor, y devoción para nosotros tan provechosa, del Sacratísimo Patriarca Señor San José y que nos des tu gracia para hacer con todo fervor esta Novena. Amén.

—Se dirá la siguiente oración para todos los días:

Oración para todos los días.

   ¡Oh, bienaventurado San José!, escogido por el mismo Dios para ser digno esposo y fiel custodio de las grandezas, gracias y privilegios singularísimos de la augusta Madre de Dios, la Inmaculada y siempre Virgen María, Madre mía amantísima ¡Oh, defensor y libertador invicto del Niño Jesús, a quien supisteis alimentar con el pan que ganabais con tanto trabajo con el sudor de vuestro rostro! ¡Oh, potentado divino, que tuvisteis poder sobre aquel que era omnipotente, el cual, no sólo os obedecía, sino que os estaba sujeto en todo!... ¡Qué grande, qué admirable aparecéis a mi vista, iluminada por la fe!       

   Aquí tenéis a vuestros pies a este devoto, que os rinde el humilde homenaje de su alabanza y amor, y os suplica, le alcancéis del Señor la gracia que os pide en esta novena, si es para mayor gloria de Dios, culto vuestro y salvación de mi alma.

—Recemos un Padrenuestro, Avemaría y Gloria Patri, en honor del Santo, para que nos alcance del Señor las gracias que por su intercesión pedimos en esta novena.


Oración para el día primero.

   ¡Qué relaciones tan honrosas e íntimas tenéis, oh, glorioso San José, con la Trinidad augusta!... El Eterno Padre os confió a su amantísimo  Hijo, el Verbo divino hecho hombre,  para que en representación suya, y como padre adoptivo suyo aquí en la tierra, estuviese a vuestro cuidado, obediencia y protección. ¡Qué destinos tan altos e incomprensibles!

   El Hijo de Dios, hecho hombre, se confió a vuestro amparo, como a vigilante y cariñoso padre, elegido a este fin por su Eterno Padre. ¡Qué dignidad tan divina!

   El Espíritu Santo os dio por Esposa a la Madre de Dios, a la Inmaculada Virgen María, su amantísima Esposa. ¡Qué dádiva tan preciosa! ¡Qué prueba de tan grande amor!

   Yo os felicito, Santo mío, por grandezas tan inefables y os suplico la gracia de ser devoto verdadero vuestro hasta la muerte, la de hacer bien esta novena y la de alcanzar por vuestra protección la gracia que os pido en ella, si son para mayor gloria de Dios, mayor culto y honor vuestro y salvación de mi alma. Amén.

—Pidamos al Santo, de rodillas, la gracia que deseemos alcanzar del Señor, por su intercesión, en esta novena.

—Se hará la pausa de un Avemaría, y después se hará la siguiente súplica al Santo, que se repetirá todos los días con la oración final.

   Acordaos, ¡oh, castísimo esposo de la Virgen María y amable protector mío, San José!, que jamás se ha oído decir que ninguno haya invocado vuestra protección e implorado vuestro socorro sin haber sido consolado. Lleno, pues, de confianza en vuestro poder, vengo a vuestra presencia y me encomiendo a vos con todo fervor.

   ¡Ah!, no desechéis mis súplicas, ¡oh, padre putativo del Redentor!, antes bien, acogedlas propicio y dignaos acceder a ellas piadosamente. Amén.

Oración para terminar todos los días.

   Os ofrezco, ¡oh, glorioso Patriarca!, esta novena, tan de vuestro agrado y enriquecida con tantas gracias y favores como venís concediendo a cuantos la hacen con devoción.

   Suplid vos, Santo mío, el fervor y devoción que me ha faltado, y dadme desde el cielo vuestra paternal bendición, y con ella la fidelidad y constancia en seros siempre devoto hasta la muerte, lo cual apreciaré como prenda de mi eterna salvación. Amén.

—Sea entre todas las cosas bendito y alabado, etc.

—Ave María purísima.

—Sin pecado concebida.





Oración para el día segundo. (11 de marzo)

   ¡Oh, bienaventurado San José! Si al contemplar ayer vuestra dignidad y grandeza en las íntimas relaciones que os unen con las tres divinas Personas, me vi como obligado a ofreceros mi más respetuosa y cordial devoción, obradora de tantos milagros, ¿qué haré hoy al contemplaros como esposo de la Santísima Virgen María, elegido para, tan alta dignidad por el mismo Dios, sino volver a admirar y adorar vuestra grandeza, pues como esposo de la Madre de Dios participáis de todas sus grandezas y disponéis de todas sus riquezas, porque entre esposos todos los bienes son comunes?

   En vista de tanto poderío, me vuelvo a consagrar hoy con más resolución y firmeza a vuestra devoción, de la cual, ¿qué otra cosa he de esperar sino tesoros de gracias en la vida, consuelos divinos en la muerte y aumento de gloria en el cielo?

   Hacedlo así, protector de las almas espirituales, abogado poderoso de los moribundos: os lo suplico por vuestra Esposa inmaculada, que es mi Madre, y a Ella y a vos sea, dada, toda gloria, culto y bendición en el tiempo y en la eternidad. Amén.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.


Oración para el día tercero. (12 de marzo)

   Si al consideraros ayer, ¡oh, glorioso Patriarca!, elevado a la alta dignidad de esposo verdadero de la Madre de Dios, y, como tal, participante y señor de todas las grandezas y bienes comunicables de vuestra verdadera Esposa, confirmé con toda mi alma la obligación de consagrarme del todo y para siempre a vuestra devoción, ¿qué haré hoy, al considerar vuestra elección comprobada como divina en virtud del tradicional milagro de haber florecido solamente vuestra vara entre la de muchos que concurrieron, como vos, al templo de Jerusalén, aspirando al desposorio con la predestinada para ser Madre de Dios? ¡Elegido por Dios!... ¡Qué virtudes tan relevantes, qué grandeza tan alta supone en vos esta divina elección!

   Pensó Dios en dar una compañera, una esposa a nuestro primer padre Adán, y se la dio semejante a él, como dice la Escritura santa; ¿qué había de hace Dios, al dar esposo a la Madre de su Hijo, sino dársele semejante a Ella? Tanto más, que no buscaba Dios la que había de obedecer, como Eva, sino el que había de ordenar y mandar, como Adán, y había, de mandar a la Emperatriz de cielos y tierra.

   ¡Oh, qué alto estáis, esposo sin segundo! Os ha hecho Dios semejante, en lo que podéis ser, de vuestra privilegiada Esposa, la augusta Madre de Dios... Sois poderoso con todo el poder suyo... Sois rico con todas sus riquezas. ¡Ah, y vuestra Esposa es la tesorera y dispensadora de todas las gracias!...

   Alcanzadme las que necesito, poderoso Santo, para dar culto y gloria a vuestra Esposa, que es mi Madre, y a vos, que sois mi padre y protector, y la de salvar mi alma.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.


Oración para el día cuarto. (13 de marzo)

   Otra vez, Santo bendito, quiero considerar vuestra grandeza a la luz que me da el ser esposo de la Madre de Dios. ¡Oh, qué grande os considero en la mente divina, desde la eternidad, en el decreto de la restauración del hombre, caído en el abismo de la maldad y de la muerte por el pecado de Adán y rescatado a la gracia y a la vida por el Redentor divino!

   En virtud de este decreto, no hay duda que el Eterno Padre, al determinar que su Hijo se hiciera hombre para redimir al mundo, en la misma su eternidad y decreto, ordenó que fuera concebido por obra y virtud del Espíritu Santo en el seno de una virgen y ésta desposada; y habiendo de ser tal, hubo de predestinar a San José para que fuera el esposo de la Virgen Madre. Y esta predestinación del Santo supone que puso Dios en él los talentos y gracias que le hicieran digno esposo de la Madre de Dios.

   ¡Oh, y cuánto tuvo que poner Dios en San José para, hacerle esposo de la Madre de Dios!... ¡Cuánta sabiduría, cuánta prudencia, discreción y santidad! Porque si, según los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, cuando da Dios un cargo e impone deberes difíciles, da al propio tiempo las gracias suficientes para desempeñarlo y cumplirlo, conferido a José el honor y grandeza, de esposo de la Madre de Dios, ¿cuántos tesoros de gracias necesitó para hacerse uno con su Esposa en sabiduría, gracia y santidad?

   Salve, ¡oh, José!, por la plenitud de gracia, de sabiduría y poder que necesitasteis para, ser digno esposo de la Madre de Dios y para cumplir los deberes que os impuso. Y ya que tanto es vuestro poder, que vuestro rogar en el cielo es mandar, rogad por mí, que me glorío de ser devoto vuestro.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.


Oración para el día quinto. (14 de marzo)

   ¡Qué grande me pareció ayer vuestra dignidad y grandeza!, ¡oh, glorioso San José!, al vero concurrir, por vuestro destino, en la mente divina cuando el Eterno Padre, en su eternidad, decretó la redención del mundo ¡Qué digno de honor y veneración por vuestro destino de esposo de la Virgen Madre de Dios!

   Esposo de la Madre de Dios... Y sometida a vuestra voluntad la que, como Madre, tenía pendiente de la suya al Dios Hijo humanado... Misteriosa autoridad la vuestra, pues tiene poder para obligar la obediencia de la Madre de Dios, ¡Reina y Señora de todo lo creado! ¡Ah! Bien necesitasteis para cumplir vuestro destino lo que refieren varios historiadores. Dicen, que apenas fuisteis elegido para esposo de la Virgen María, descendió sobre vuestra cabeza una paloma, blanca, símbolo del Espíritu Santo, que al confirmar vuestra elección depositó en vuestra preciosa alma los dones y gracias necesarios para que pudierais cumplir los deberes de esposo para con Ella, especialmente en protegerla y librarla de enemigos.

   Al Espíritu Santo debisteis la prudencia en no entregarla a los judíos, los cuales la hubieron hecho morir, como llevaron después a la muerte a su Hijo, al inocentísimo Jesús... A Él debisteis, y de vos se sirvió, para ocultar al enemigo común el misterio de la Encarnación del Verbo; porque Luzbel sabía que el Redentor del mundo había de nacer de una virgen, pero que no había de ser desposada. A Él debisteis la incomparable gracia de daros a tal Esposa, que supo compensar los trabajos y afanes, los dolores y penas que con Ella y por Ella sufristeis, convirtiéndolas en deliciosas gracias en la vida y ahora en la de la gloria sin fin. Cuidad de mí Santo bendito, hasta que me llevéis al cielo.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.

Oración para el día sexto. (15 de marzo)

   ¡Bendito seáis, esposo de la Virgen María, padre adoptivo de Jesús, bendito seáis! ¡Qué felicidad la vuestra en la íntima unión de amor celestial y divino con la Madre de Dios!... ¡Qué frutos tan copiosos y celestiales resultan de esa correspondencia de amor para vuestra preciosa y bienaventurada alma!...

   Decía San Ignacio de Loyola, y así lo dejó escrito en su libro de Ejercicios, que el verdadero amor se debe poner más en las obras que en las palabras, y que el amor es comunicativo, de tal manera, que los que se aman se comunican los bienes que tienen y pueden, así como ciencia, honores y riquezas.

   Ahora, bien, Santo mío; si vuestro amor para, con vuestra Esposa no sólo fué de palabras y promesas, sino más bien de realidades y obras, díganlo vuestros continuos trabajos y sudores para alimentarla, vuestro caminar y sufrir para acompañarla y librarla de enemigos, y aliviar cuanto podíais sus trabajos, destierros, persecuciones y penas, porque la amabais con un amor verdadero; si es cierto que la ofrecisteis y disteis siempre cuanto teníais y pudisteis, y si también lo es que la Virgen Madre no se deja vencer por nadie ni en amar, ni en corresponder al amor, ni en dar de lo que tiene a los que ama, teniendo, como tiene, tanto que dar, ¿qué dádivas reservaría para vos vuestra Esposa, dadora de todas las gracias? Bendito seáis en la abundancia de tantos tesoros, y, ¡oh, Santo mío muy amado!, hazme con tu protección rico en gracia y gloria.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.


Oración para el día séptimo. (16 de marzo)

   Vengo hoy, Santo mío, a vuestra presencia a contemplar lo que alcance mi inteligencia de la santidad que os corresponde como esposo de la Madre de Dios. Y he dicho lo que alcance, porque ¿quién podrá delinear siquiera la, anchura, ni la, alteza, ni la profundidad, ni la hermosura, ni el mérito de vuestra santidad?

   ¡Ah! Vuestra santidad es pura, verdadera, perfecta. Se funda en la justicia: santificado antes de nacer, según creencia, general, merecisteis del mismo Dios el sobrenombre de: Justo, y justo, según el decir de Dios, es santo... Y podemos decir que sublimasteis la justicia y santidad en la escuela, para vos siempre abierta, de la que es el asiento de la sabiduría y Reina de todos los Santos y vuestra Esposa. En esa escuela estudiasteis y de esa sapientísima maestra aprendisteis la ciencia de los Santos por espacio de treinta años continuos. ¿A qué sabiduría y conocimiento de Dios, y las cosas celestiales y divinas, y de las virtudes todas, subiría vuestro entendimiento, y a qué grado de amor vuestro manso y humilde corazón con magisterio tan divino? Y si el maestro da más al que más ama, y después de Dios y de su Hijo al que más amó en el mundo fué a vos, como esposo; os dio, sin duda, de la santidad de que estaba, llena la que cupo en vuestra dichosa alma y correspondía a vuestros altísimos destinos.

   ¡Qué santidad la vuestra, oh, José, esposo de la Madre de Dios, con la cual tratabais íntimamente!... ¡Ah! Si una palabra suya a Isabel la llenó de gozo y santificó a su hijo...; si unas cuantas palabras de la Virgen, que ha consignado Dios en la Escritura Santa, en su cántico del «Magníficat», meditadas por almas justas, tanto las han santificado, ¿a qué santidad levantarían la vuestra tantas palabras como brotarían de su purísimo corazón para enriquecer el vuestro? Recibid mi parabién, mi amor, mi devoción, y, en retorno, que aumente yo vuestra gloria llevándome vos a ella.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.


Oración para el día octavo. (17 de marzo)

   Excelsa, es, según lo que se ha dicho y mucho más que pudiera decirse, la grandeza que, cual antorcha divina, resplandece en San José por ser esposo de la Madre de Dios. ¿A qué alteza subirá por ser padre de Jesús? José, padre de Jesús... Así le llama la Escritura Santa, así los Santos Bernardo, Agustín, Juan Damasceno, Andrés Jerosolimitano, Epifanio y otros. Padre adoptivo de Jesús... Padre aceptado como tal por Jesús...; ¡Cuánta grandeza y plenitud de gracia supone este renombre!...

    Según Santo Tomás, cuando Dios da un nombre u oficio a una criatura, le da también las gracias que necesita y requiere el tal nombre y oficio. ¿Y quién podrá pensar siquiera los talentos y gracias que necesita el que hubo de ser padre de Jesús?

   ¡Qué sabiduría para enseñar! ¡Qué prudencia en dirigir! ¡Qué santidad en el ser!... ¡Qué amor y mutua correspondencia en amarse, en obedecer el Hijo al padre y el padre con más deber al Hijo!... ¡Qué llena de misterios está la correspondencia de amor!... Y la tiene que haber, según la promesa de Jesús: «Yo amo a los que me aman...» Y José amaba a Jesús como padre.

   Saludó un día la Madre de Dios a su prima Isabel, y esto bastó para llenarse de gozo la madre y quedar santificado el hijo antes de nacer. ¿Qué de gozo, gracia y santificación llevarían a José tantas salutaciones, abrazos y ósculos mutuos de amor del Hijo al padre y del padre al Hijo, especialmente cuando le llevaba en sus brazos y le mecía, en ellos? Y si se tiene en cuenta que el saludar de Jesús, y así el hablar, es infundir dones. y los ósculos y abrazos infunden en el alma amor. ¡qué lleno de dones y amor os considero, oh, padre tan amante de Jesús!...

   Santo mío, de esa, plenitud de gracia, y amor comunicadme la, que necesito para crecer en vuestra devoción, en la gracia y amor, como prenda de la gloria.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.


Oración para el día noveno. (18 de marzo)

   Al contemplar vuestra justicia y santidad, ¡oh, esposo castísimo de la Madre de Dios!; al oír al mismo Dios, que os apellida, varón justo y os reconoce como tal en el único acto de vuestra vida en que pudierais haber dado algún motivo a los fariseos para mancillar en algo vuestro proceder de no delatar a vuestra Esposa, y así pensabais hacerlo, porque la considerabais inocente e ignorabais el incomprensible misterio de la Encarnación del Verbo, no puedo dejar de tributaros un acto de admiración y alabanza y el deseo de que seáis glorificado por todo y por todos.

   ¡Ah! Bien merecisteis, como premio de vuestra justicia, y prudencia, perfectísimas, que descendiera del cielo un ángel para aseguraros, en nombre del Eterno Padre, que el altísimo misterio de la Encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de la Inmaculada y siempre Virgen María, vuestra Esposa, era obra del Espíritu Santo. Admirando vuestra justicia prudentísima, y viéndoos dar a Dios lo que es de Dios, al prójimo mucho más de lo que le es debido y, a vos lo que os mandaba el Señor, deseoso de imitar vuestras virtudes, os suplico, varón justo y santo, según el sentir de Dios, me alcancéis la hermosa virtud de la justicia, para que, practicándola con la perfección con que vos la practicasteis, merezca alcanzar de Dios, por vuestra intercesión, el ser fiel devoto vuestro hasta el fin de mi vida: el aumento de vuestros verdaderos devotos: las gracias que os he pedido en esta novena: la exaltación de la fe, el triunfo de la Iglesia y del Vicario de Jesucristo, la unión en caridad perfecta del pueblo fiel y cristiano, bajo la dirección de los prelados de la Iglesia, la conversión de los herejes, cismáticos e infieles, y para todos vuestros devotos, la perseverancia final en la gracia, como prenda segura de nuestra salvación. Amén.

—Realizar las peticiones y oraciones finales al Santo.

 

 

APOSTOLADO DE LA PRENSA —1926.

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