Novena
extractada de la compuesta por Don Francisco Antonio Rodríguez, y reimpresa por
Valentín Torrás en Barcelona, año 1837.
COMENZAMOS: 20 de junio.
FINALIZAMOS: 28 de junio.
FESTIVIDAD: 29 de junio.
NOVENA AL PRÍNCIPE
DE LOS APÓSTOLES, SAN PEDRO
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos:
los cielos y la tierra están llenos de la majestad
de tu gloria.
—Aquí se
hace una profunda inclinación en reverencia del inefable misterio de la
Santísima Trinidad: y así se empieza todos los días la novena.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío
Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, tened piedad de mí según
la grandeza de vuestra misericordia. Pequé, Señor, contra el Cielo y ofendí a
vuestra adorable Majestad, apartándome de Vos. Ya no soy digno de ser llamado
hijo vuestro, pero me anima que disteis la vida por mí en el santo madero de la
Cruz, y el saber que sois Padre amoroso, que espera recibir con brazos de
misericordia al pecador que os la pidiere con corazón contrito y humillado ¡Oh! Dulcísimo Jesús, única
esperanza de los mortales. Por vuestra sacratísima Madre, Nuestra Señora, a
quien habéis constituido Madre de misericordia, abogada poderosísima y refugio
seguro de los pecadores, no me desechéis, miradme con aquellos ojos de
clemencia con que miraste después de sus negaciones a vuestro Apóstol San
Pedro, para amargamente llorar como él las infidelidades y pecados de mi vida
pasada. Pequé, amantísimo Salvador y Padre de mi vida, y quisiera haber muerto
antes que haber ofendido a vuestra bondad infinita, digna de infinito amor.
Propongo firmemente la enmienda de mis desórdenes pasados: satisfacer por mis
pecados a vuestra divina justicia: cumplir con las obligaciones de mi estado, y
obrar en todo conforme a vuestra Santa ley. Admitidme, Señor, por
la intercesión de San Pedro nuestro Protector, con los auxilios de vuestra
gracia, sin la cual nada puedo, para perseverar en vuestro servicio hasta la
muerte. Amén.
DÍA PRIMERO - 20 DE JUNIO
CONSIDERACIÓN: VOCACIÓN DE
SAN PEDRO.
En este día hemos de considerar la fina y fiel correspondencia del Santo Apóstol al llamamiento de la gracia, para ser discípulo de Nuestro Señor. Le llamó el Divino Maestro la primera vez por medio de su hermano San Andrés (Juan I, 42), quien le dio noticia de que había hallado al Mesías (Invénimus Messíam): y al punto va con amorosas ansias en busca del Salvador, para instruirse en sus palabras de vida eterna. Andaba Jesús cerca del mar de Galilea, y San Pedro se ejercitaba en el oficio de pescar (Mateo IV, 18): oye la voz del Señor que le dice: «Sígueme, y te haré pescador de los hombres», y sin detención alguna deja las redes, el barco, los parientes, los amigos, y todo lo sacrifica por seguir la escuela de nuestro Salvador (Agustín Calmet OSB, Harmonía quátuor Evangeliórum, fol. 20). Pocos bienes temporales dejó en verdad: pero no consiste la perfección en dejar montones de riquezas; lo principal estriba en seguir por imitación a nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que hizo el Santo Apóstol, desprendiendo el corazón y afecto de cuanto el mundo podía dar de sí y, lo que, es más, renunciando generosamente su propia voluntad por hacer la de su Divino Maestro como fidelísimo discípulo (Mateo XV, 18).
Demos sin cesar gracias a Dios, porque también hemos sido
llamados como cristianos a la escuela y compañía del Señor: no perdamos de la
memoria que si no desprendemos nuestro corazón de los bienes del mundo, que
hemos de dejar en la hora incierta de la muerte: si no procuramos renunciar
nuestra propia voluntad, y arreglar las costumbres a la doctrina que
profesamos, no somos dignos discípulos; y tendremos injustamente el nombre de
cristianos si no seguimos las huellas del Señor, como dice San Bernardo.
ORACIÓN
¡Oh Salvador Divino y Maestro perfectísimo, en quien están todos los tesoros de la Sabiduría y Ciencia de
Dios! (Juan
VIII). Verdaderamente sois la Luz del mundo, y
quien os sigue no anda en tinieblas. Gracias doy a vuestra Divina Majestad de
lo íntimo de mi corazón, que os habéis dignado llamarme a la luz admirable de
la Santa Fe, incorporándome en el gremio de la Santa Iglesia, y haciéndome en
ella discípulo de vuestra celestial doctrina. ¿Qué
merecimiento precedió en mí, amabilísimo Señor, para que me iluminases con los
rayos de la verdad eterna, haciéndome cristiano, cuando tantas almas andan en
las profundas tinieblas del Paganismo? Piadosísimo Señor, me habéis
libertado de tan formidable peligro, colocándome en el camino de la Luz, y en
la senda que guía a la vida eterna. ¡Qué podré yo
retribuiros por tan singular predilección y beneficio! Los
cielos y la tierra bendigan vuestro Santo nombre por esta misericordia:
dignaos, Señor, continuarla, dándome vuestra gracia, para seguir los pasos de
vuestra Sacratísima vida, imitándola como vuestro Pedro, y confesando como él
con fervoroso y constante celo, que fuera de vuestra escuela no se aprende
ciencia de salvación (Juan
VI, 69). Y pues sois la Luz
verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, iluminad por vuestra misericordia a los que están sentados en las
tinieblas y sombra de la muerte. Óyenos, Señor, por tu Santo Apóstol, para que
todos sigamos por el camino de la paz y alabemos a vuestra Majestad en la feliz
patria de la gloria. Amén.
—Ahora se
reza tres veces el Padre nuestro.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS DE LA NOVENA
Oh
felicísimo Pedro, ¡Que maravilloso se ha manifestado en vos el Señor: cuya
adorable providencia elige a lo que el mundo reputa despreciable para confundir
los sabios, poderosos y nobles del siglo! (I Corintios I, 27-28).
Vos, oh admirable Pedro, siendo un pobre y humilde
pescador, fuiste elevado del polvo de la tierra, y el excelso y supremo Señor
de cuanto tiene ser, que mira de lejos a los soberbios y de cerca a los
humildes (Salmo CXXXVII, 7),
os sublimó a la más alta esfera de Dignidad, sobre todas las de los monarcas y
príncipes del universo. Tú eres la piedra solidísima escogida por el Salvador
de los hombres para fundamento de la Religión Católica, contra quien nunca
prevalecerán las puertas del infierno: tú el pastor universal, a quien el
Príncipe de los Pastores confió el gobierno de todas las ovejas y corderos de
su rebaño: tú, el fidelísimo portero a cuyo arbitrio entregó el Señor las
llaves para la entrada de los mortales al Reino de los Cielos (San
Hilario de Poitiers, en Mateo XVI): tú,
el Príncipe de los Santos Apóstoles: la cabeza visible de la Iglesia militante,
y en fin el primer Vicario en la tierra del sumo y eterno Sacerdote Jesucristo,
Señor nuestro. ¡Oh Pastor
Santísimo, adornado con tan brillantes prerrogativas: cuánta será la altura de
vuestra gloria en el Cielo, habiendo sido tan buen ministro y Dispensador de
los misterios de Dios! Ya habéis entrado en el
gozo bienaventurado del Señor, que os ha coronado de gloria y honor por toda la
eternidad, cuando nosotros andamos todavía ausentes de esa patria de nuestra
esperanza y navegando hacia ella en las olas del mar inconstante de esta
miserable vida.
¡Oh
Padre amantísimo de todos los Cristianos!, inclinad desde ese
puerto seguro los ojos de vuestra piedad, para socorrernos con vuestra eficaz
intercesión. Pedid al Altísimo que todos los Cristianos no perdamos de vista el
norte indispensable de la Santa Fe, para evitar con sus luces el naufragio de
nuestra navegación: que fijemos nuestros corazones en la esperanza de los
bienes eternos, para sufrir con alegría los trabajos de esta vida momentánea, y
que reine en nosotros una ardiente caridad de Dios y del prójimo, para acabar
con felicidad nuestro camino. Rogad especialmente, Santo mío, por nuestro sumo
Pontífice, sucesor vuestro; por todos los Prelados y personas del estado
eclesiástico: Interceded por el pueblo cristiano, que confía en vos, para que
en toda piedad y castidad tenga vida quieta y tranquila. Y para nosotros, oh
dulce Abogado de nuestras almas, os suplicamos humildemente nos alcancéis lo
que en esta Novena pedimos, si es para gloria de Dios: y que, mirándonos en
vos, como en un espejo de virtudes, procuremos imitarlas, y seguir nuestro
soberano Dueño, que es el Santo de los Santos, a quien sea el honor y la gloria
por los siglos de los siglos. Amén.
GOZOS EN HONOR A SAN
PEDRO
Piedra
sois fundamental
De
la Iglesia militante:
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
En
Bethsaida habéis nacido
De
unos pobres pescadores,
Y
ocupado en sus labores,
Pasáis
sin ser conocido;
Mas
aquí mismo elegido
Sois
Apóstol almirante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Ocupado
en el pescar
Os
llama al apostolado
El
que Dios ya humanado
Al
mundo vino a salvar,
Y
vos sin más aguardar
Obedecéis
al instante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Cuando
a Jesús confesáis
Hijo
de Dios verdadero;
Él
os declara portero
Con
las llaves, que aceptáis.
Así,
Cefas, os mostráis
Con
poder de gobernante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Sobre
las aguas del mar
Camináis
vos muy constante;
Cuando
al punto vacilante
Peligráis
de naufragar:
Mas
Jesús hizo surcar
Al
que estaba naufragante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Cuando
en el monte Tabor
Se
transfigura Jesús,
Testigo
sois de la luz
Y
celestial resplandor:
Y
en la agonía el sudor
Divisáis
en su semblante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Si
a la voz de una criada
Vuestro
Maestro negáis,
A
la del gallo lloráis
Vuestra
culpa inopinada,
Así
que con su mirada
Jesús
os traspasa amante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Movido
de las Marías
Al
sepulcro corréis presto;
Y
notáis en aquel puesto
Cumplidas
las profecías,
Pues
al cabo de tres días
Sale
Jesús triunfante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
En
Galilea adoráis
A
Jesús resucitado;
Y
tres veces preguntado,
La
respuesta es: que le amáis.
Por
eso pastor quedáis
De
su rebaño garante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Cuando
el Espíritu Santo
Baja
dándoos sus dones;
Pasman
todas las naciones
Al
ver un milagro tanto:
Disipáis
vos el encanto
Con
Joel vaticinante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Con
vuestro primer sermón
Más
de tres mil se convierten:
Y
los judíos advierten
La
obra de la Redención,
Siendo
tal vuestro tesón
Sin
desistir un instante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
En
la cárcel os tenía
Herodes
rey inhumano;
Mas
os toma de la mano
El
Ángel de Dios, y guía:
Descubriendo
vos al día
Al
Ángel que os va delante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Primero
en Antioquía
Vuestra
cátedra sentáis,
Y
a Roma la trasladáis
Para
ser el norte y guía
Donde
persevera al día
En
la misma fe constante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Dais
fin al apostolado
Enclavado
en una cruz
Diferente
de Jesús,
Pies
arriba levantado:
Así
mártir coronado,
Vuestra
palma es más brillante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Así
la Iglesia romana
Por
su venturosa suerte
Es
el baluarte y fuerte
De
la verdad cristiana:
Pues
que siendo vaticana
Es
piedra la más chocante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Pescador
héroe inmortal,
De
Pontífices atlante,
Librad a la fluctuante
Del error heretical.
℣.
Tú eres Pedro.
℟.
Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu
bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de
nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO - 21 DE JUNIO
Por
la señal…
℣.
Dios mío,
atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟.
Señor,
ayudadme prontamente con los auxilios de vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la
majestad de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: PENITENCIA DE
SAN PEDRO.
Considérese que,
aunque el Santo Apóstol no perdió la fe cuando negó a nuestro Señor, como
observan varios Santos Padres y Doctores de la Iglesia (Agustín Calmet OSB, en Mateo XXVI,
75), perdió
la caridad y la gracia cometiendo un pecado tan grande, que acaso no se ha
cometido más grande, como
se explica San Bernardo (Sermón
I de San Pedro y San Pablo).
Si San Pedro después de una caída tan grave, (sigue este Santo Padre) fue
levantado a una cumbre de tan eminente santidad: ¿quién, por más pecador que sea, desconfiará de la divina
misericordia, si desea salir del pantano de sus culpas? Mas es
necesario atender que el Santo Apóstol salió fuera y lloró amargamente su
pecado.
Lloró amargamente con una penitencia pronta; pues
habiendo mirado el Divino Maestro a Pedro, más que con los ojos corporales, con
los rayos de su gracia, que le penetraron el alma, al punto salió fuera de la
casa del peligro, para soltar el dique a sus lágrimas de vehementísimo dolor. Lloró amargamente
con una penitencia admirable; no lloró por miedo del castigo, sino por haber negado a quien
tanto amaba. Lloró con una penitencia constante, porque el Santo Apóstol no puso límite a sus lágrimas, sino que
toda su vida fue una continuada penitencia; y después de la Ascensión, cuando
se acordaba de la dulcísima presencia y suavísima conversación de su Divino
Maestro (José
Mansi CO, Locupletíssima Bibliothéca morális prædicábilis, fol. 424), todo se resolvía en lágrimas; de suerte, escribe el Angélico Doctor,
que sus mejillas estaban como abrasadas de tanto llorar.
En
este ejemplo tenemos un dechado que debemos imitar de verdadera penitencia; lloremos sin cesar nuestras culpas, e imprimamos vivamente en
nuestro corazón, que son indispensables para lograr el dolor los auxilios de la
divina gracia: y quedemos persuadidos que confesamos muchas veces mal, por el
reprensible descuido en que vivimos, de no pedirlos al Señor debidamente.
ORACIÓN
Gracias a
vuestra misericordia, amabilísimo Redentor nuestro, a quien todos los convertidos, y los que
se han de convertir hasta el fin del mundo, deben como a causa meritoria su
justificación, y las gracias necesarias para conseguirla
(Concilio
de Trento, Sesión sexta, cap. VII). Dadme, Señor,
a conocer cuán necesarios me son los auxilios de vuestra gracia, para vencer
las perversas inclinaciones de la naturaleza corrompida por el pecado, y para
triunfar de muchas y muy gravísimas tentaciones con que el mundo, demonio y
carne nos combaten. ¿Quién libertará al hombre infeliz
de este cuerpo mortal, sujeto a las baterías de tan formidables enemigos, sino
la divina gracia, obtenida por vuestros merecimientos? (cf.
Romanos VII)
¡Oh gracia verdaderamente celestial, sin
cuya asistencia nada podemos que sirva a nuestra salvación, y con cuya
protección nada hay que sea imposible, pudiéndolo todo en Dios, que nos
conforta! Señor misericordioso, que no
quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve, por vuestro
Apóstol, tened misericordia de todos los pecadores, y concedednos la gracia de
imitar el arrepentimiento de San Pedro, para hacer en esta vida dignos frutos
de penitencia. No permitas, dulcísimo Jesús, que dejemos pasar en vano los
dones de vuestra gracia: que, haciendo buen uso de ellos, estaremos fortalecidos
para no temer los males; cuando nos hallemos en medio de la tribulación se
disiparán las nieblas de nuestro entendimiento, se inflamará nuestra voluntad
en vuestro santo amor, y tendremos consuelo en los trabajos de esta momentánea
vida, con la esperanza de gozaros y alabaros por toda la eternidad en vuestra
gloria. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros. La Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA TERCERO - 22 DE JUNIO
Por
la señal…
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la majestad
de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: HUMILDAD
DE
SAN PEDRO.
Considérese que siendo regla infalible del
Santo Evangelio que será ensalzado el que se humille (Lucas V, 10), se
deja entender fácilmente que San Pedro fue humildísimo entre todos los
Apóstoles y Discípulos de Señor: pues sobre
todos fue exaltado a la mayor y más encumbrada Dignidad que hay sobre la
tierra. Manifestó ya el Santo esta importantísima virtud: ya cuando dijo
a nuestro Señor, «yo soy un grande
pecador, e indigno de aparecer en vuestra presencia»: ya cuando exclamó: «Señor, ¿tú me lavas a mí los pies? No permitiré semejante
acción eternamente; pero si esta es tu voluntad, pies, manos y cabeza me dejaré
lavar antes que desagradaros» (Albano
Butler, Vidas de los Santos, fol. 510); ya
cuando preguntado del Divino Maestro si le amaba más que los otros Discípulos,
aunque era un serafín abrasado en su amor, con todo no se atrevió a responder,
sino temeroso, y como quien desconfiaba de sí mismo, según escribe el
Crisóstomo: «Señor, vos sabéis que
os amo»: Al fin manifestó el Príncipe de los Apóstoles ser humilde en el
mismo tiempo de su martirio, consiguiendo de los verdugos le fijasen en la Cruz
cabeza abajo, como si fuera indigno de elevar sus benditos ojos al Cielo (Albano Butler, Vidas de los Santos,
fol. 536), cuya
acción atribuyen San Ambrosio y San Agustín, parte a
su humildad, y parte a los ardientes deseos de padecer más por su Dios y
Maestro. Todo esto solo es un índice de la
profundísima humildad que reinaba en el corazón del Pastor universal del rebaño
de la Católica Iglesia.
Consideremos ahora si
se halla en nosotros esta marca de la santa humildad, que ella es la de todas
las buenas ovejas que siguen las huellas del Divino Pastor; la soberbia es una
señal evidentísima de los réprobos, y por el extremo contrario, la humildad es
el carácter de los predestinados. Aunque la soberbia haya dominado en nuestras
almas, no nos desconsolemos, con tal que nerviosamente procuremos trabajar, con
la divina gracia, en ser humildes.
ORACIÓN
Señor mío Jesucristo, verdadero Hijo de Dios, que siendo por esencia el
Rey de los Reyes y Señor de los Señores, os dignasteis de tomar la forma de
siervo humillándoos a Vos mismo, según la expresión de San Pablo, «hecho
obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz» (Filipenses
II, 8); concededme la gracia, Señor, de mirar siempre a tu incomprensible y
asombroso ejemplo de tu humildad, para imitarle; y dadnos a entender a todos
los Cristianos la importancia de esta santísima virtud para nuestra salvación,
y que ella es el fundamento sobre el cual estriba el edificio grande de una
vida verdaderamente cristiana.
Vos, dulcísimo Maestro, siendo el modelo de
todas las virtudes, nos decís muy en particular: «Aprended
de mí, que soy humilde y manso de corazón», asegurando
asimismo en vuestro Santo Evangelio que el que no se humillase no entraría en
el Reino de los Cielos. ¿Qué ceguedad ha sido la
mía, Dios mío? ¿Por qué yo me he de ensoberbecer, siendo polvo, ceniza, nada?
¿Qué tengo yo que no haya recibido de vuestra misericordia, Señor soberano de
la gracia? Aunque camine de virtud en virtud, y
llegue a la cumbre de la perfección cristiana, no puedo saber sin especial
revelación que perseveraré en vuestra gracia hasta la muerte, y me puedo perder
por la eternidad (Concilio
de Trento, canon 6). ¿Dónde
está mi razón para ensoberbecerme? Buen Jesús, por los
méritos de vuestro fiel Siervo, el humildísimo San Pedro, conservad en nuestro
espíritu estos santos pensamientos, para humillarnos como buenos cristianos, y
merecer por vuestra misericordia ser exaltados en la gloria, y glorificar
eternamente vuestro santísimo nombre. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros.
—La
Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA CUARTO - 23 DE JUNIO
Por
la señal…
℣. Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la
majestad de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: AMOR DE SAN
PEDRO AL SEÑOR.
Considera que en
los hechos Apostólicos e historia de los Sagrados Evangelios se refieren varios
pasajes en que se echa de ver que ninguno de los Apóstoles tuvo más fervoroso
amor al Señor, que San Pedro. Quién sino su Majestad comprenderá hasta
dónde rayaban las llamas del incendio que abrasaban a este serafín Apostólico.
Basta para la imitación traer a la memoria lo que refiere el Evangelista,
cuando preguntado tres veces San Pedro por su Divino Maestro, si le amaba;
respondió con profunda humildad: «Señor: Vos sabéis todas las
cosas, y penetráis lo íntimo de mi corazón. Vos sabéis que os amo». No en vano repite nuestro
Señor tantas veces «Pedro, ¿me amas?»: quiso decirle en esto: «si
el testimonio de tu conciencia no te dicta que me tienes un amor perfecto,
amándome sobre todas las cosas: más que a todos los tuyos, más que a ti mismo,
no tomes el cuidado pastoral, ni el gobierno de mis ovejas, por quien he
derramado mi Sangre».
Después de tanto examen confió al Santo Apóstol
nada menos que a su Esposa la Santa Iglesia, dejando (San Bernardo, Sermón I de San Pedro
y San Pablo; en José Mansi CO, sermón 12) a su cuidado el tesoro inestimable de su preciosa Sangre,
depositado en los Santos siete Sacramentos.
Contentémonos para nuestra imitación, con
saber que San Pedro amó al Señor con aquella
perfecta caridad que da la vida por el amado, como en efecto murió por su
Divino Maestro: sin que las muchas aguas de la tribulación y del
riguroso martirio pudiesen apagar el intenso fuego de su amor. ¿Arderá en
nuestro pecho alguna llama de este sagrado incendio? Trabajemos para encenderla y
aumentarla, pidiendo para esto gracia al Señor; estemos ciertos, y salgamos de
toda duda, que, si legítimamente no amamos, se nos hará duro el yugo de la
Santa Ley que profesamos; y si amamos todo se nos hará suave y fácil, como dice
San Agustín. No seamos ingratos a quien tanto bien nos ha hecho; temamos, sí,
aquella terrible sentencia de San Pablo, que nos dice: «maldito
y excomulgado sea el que no ama a Nuestro Señor Jesucristo» (I Corintios XVI, Agustín Calmet
OSB).
ORACIÓN
¡Oh
Clementísimo Jesús, y verdadero Dios,
toda caridad! ¡Yo he venido a traer fuego a la tierra, decís en
vuestro Santo Evangelio, y queréis sea encendido este Divino fuego en el
corazón humano! Bendito sea, Señor, el
poder de vuestra gracia, en cuya virtud fue el corazón del príncipe de los
Apóstoles un Sagrado Altar en que ardió el fuego de vuestro Santo amor, mejor
que en el de la antigua Ley, para gloria de vuestro Santísimo Nombre. ¿Cuánta es, amorosísimo Salvador, la tibieza de mi
espíritu? Amamos con intensión a las criaturas, sin hallarse en ellas
más que un poquito de bien que tienen participado, ¿y
no hemos de amar con toda nuestra fortaleza a vuestra Majestad, que sois el
bien infinito, el único principio y fin de todo lo que es bueno? ¡Que no ame a mi Dios, que me ha libertado de la
esclavitud del demonio, no con precio corruptible de plata y oro, sino con el
precio infinito de su Santísima Sangre, derramándola sobre el Ara de la Cruz,
como cordero inmaculado, que vino a quitar los pecados del mundo! ¡Oh locura
mía, no haber amado a un Dios tan bueno! Haced, Señor, que yo os ame empleando todo mi ser en servicio
vuestro, para que, muriendo ahora al amor perverso del mundo, os alabe por toda
la eternidad en la Gloria. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros.
—La
Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA QUINTO - 24 DE
JUNIO
Por
la señal…
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la
majestad de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: PÚBLICA CONFESIÓN DE FE
DE SAN PEDRO.
Considérese que el
Evangelista San Mateo refiere que vino Jesús y preguntó a sus discípulos qué se
decía de su persona (en
Judea), o en qué reputación le tenían aquellas gentes:
respondieron a su Divino Maestro, que unos le tenían por el Bautista, otros por
Elías, otros por Jeremías o en fin por alguno de los Profetas; el Señor
les preguntó «y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?». Entonces
San Pedro, como quien era la boca de los Apóstoles, según la expresión del
Crisóstomo, toma la voz, y con alegría y su fervor acostumbrado responde en
nombre de todos: «Tú, Señor, tú eres Cristo, hijo de Dios
vivo». Que
fue decir: «Tú, Divino Maestro, eres el verdadero
Mesías, por tantos siglos deseado: Tú eres el libertador del género humano, por
quien han suspirado tanto los Santos Patriarcas y Profetas: Tú, en fin, no eres
hijo de adopción, como el Bautista, puramente, Elías y Jeremías; sino que,
siendo verdadero Hombre, eres al mismo tiempo verdadero Hijo natural de Dios».
Esta es la pública
confesión de San Pedro, por la cual Nuestro Señor le remuneró, elevándole a la
gloriosa dignidad de cabeza visible de la Iglesia. Esta confesión hemos de
procurar imitar, no solo con palabras, sino también con obras, como el Santo
Apóstol, cuya santa vida fue una continuada confesión del Señor, hasta morir
por la gloria de su adorable nombre. Confesar a Cristo solo con la boca, y no
con la santidad de las obras, es de viles hipócritas, de quienes se verifica,
dice San Buenaventura
(Comentario sobre Lucas
XII, en Cornelio Alápide, tomo I, cap. I, fol. 399), lo que decía San Pablo: «confiesan
que conocen a Dios; mas le niegan con sus hechos y depravadas costumbres».
ORACIÓN
Omnipotente
y sempiterno Dios, Padre
soberano de las luces, que revelas a los párvulos las verdades del Evangelio
que ocultas a los sabios y prudentes del mundo (Mateo
XI):
Gracias a vuestra incomprensible Bondad, por haber
revelado al párvulo y humilde siervo vuestro, San Pedro, tan altos misterios y
verdades del Evangelio. Y gracias a vuestra Majestad, Divino Salvador, a
cuya infinita misericordia debo las luces de la Santa fe que profeso. Confieso, Señor, con alegría de mi alma, y lo quisiera hacer con el
fervoroso espíritu de mi amado protector San Pedro, que sois Cristo, Hijo único
de Dios vivo, verdadero Dios y Hombre verdadero, y Redentor nuestro. Confieso
delante del cielo y de la tierra esta importantísima verdad, y todas las demás
que habéis revelado, y nos propone como objeto de nuestra creencia nuestra
Santa Madre Iglesia.
¡Qué de pruebas convincentes tiene, Salvador
mío, vuestro Santo Evangelio! Solo el
contemplar a San Pedro, que planta el estandarte de vuestra Cruz en tantas
Provincias, y en medio de la capital del mundo, Roma, triunfando de la
sabiduría del siglo, de la elocuencia de los oradores, de la autoridad de los
príncipes, de la fuerza de las malas costumbres, de la política del interés, y
de todas las supersticiones, era bastante para convencer a un hombre de razón,
si el velo oscurísimo de los pecados permitiera entrada a los rayos de tanta
luz (Cf.
Romanos I).
Iluminad por
vuestra misericordia a los incrédulos, y haced que ya se acuerden y conviertan
a Vos todos los fines de la tierra (Salmo XXI, 29).
Disponed, Señor, que todos los Cristianos confesemos vuestro santo
nombre, no solo con las palabras, sino también gallardamente con las obras, sin
avergonzarnos de las ignominias adorables de vuestra Cruz por dejarnos engañar
de los respetos humanos y falsa política del mundo. En vuestro Santo Evangelio
está escrito que el Hijo de Dios se avergonzará de confesar delante de su eterno
Padre a las almas que se hayan avergonzado de confesarle delante de los
hombres. No permitáis en mí, Señor, tal desgracia: concedednos por vuestro
Pedro, que, confesándoos con toda nuestra alma en esta vida, alabemos a vuestra
Majestad, oh Rey inmortal de los siglos, por toda la eternidad. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros.
—La
Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA SEXTO - 25 DE JUNIO
Por
la señal…
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la
majestad de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: ORACIÓN MENTAL
DE SAN PEDRO.
Considera cuán sublime
sería la oración mental del príncipe de los Apóstoles. Estando el
Santo en la ciudad de Jope, subió cierto día a lo alto (Hechos de los Apóstoles X, ver
también a Calmet) y silencioso de una casa cercana al mar, en donde se hallaba
hospedado para vacar con quietud al ejercicio de la oración: y arrebatado en éxtasis,
tuvo aquella misteriosa visión que refiere San Lucas con todas sus maravillosas
circunstancias, y en la que comprendió, ilustrado por el Espíritu Santo, que delante de Dios no hay acepción de personas, y que no
solo a los Judíos, sino también a los Gentiles debía predicar el Evangelio; cuando
habiendo muerto el Salvador por todos los hombres, ninguna Nación ni Pueblo
quedaba excluida de tan gran beneficio. En efecto, San
Pedro, usando ya de la potestad que nuestro Señor le había concedido,
entregándole las llaves del Cielo, instruye y bautiza a Cornelio Centurión (que
era Gentil), y a toda su familia; quedan admitidos en la Iglesia, y noticiosos
los fieles de Jerusalén (Ver
Daniel, tomo II de los Comentarios),
glorificaron a Dios por haberse dignado de hacer
participantes a los Gentiles como a los Judíos del don de la penitencia para
conseguir la eterna salvación. Demos gracias al Señor, que se ha dignado
hacer maravilloso a nuestro Santo Apóstol, y tomemos la firme
resolución de imitarle, deseando ser hombres de oración mental, de que tan
distantes estamos. Cuando nuestro entendimiento no medita, no piensa en conocer
a Dios; ¡oh horrible
alucinación! ¡Oh terrible olvido de nuestra obligación cristiana! Todo
el mundo está desolado, dice
Jeremías, porque ninguno medita de corazón las
verdades que le importan (Jeremías
XII, 11). Volvamos en nosotros, y
acordándonos que la oración del malo es pésima en presencia del Señor,
desterremos nuestras culpas, solicitemos vestirnos del santo temor, tomemos
finalmente la resolución de dedicarnos a la oración mental, tomando por guía a
San Pedro, en cuanto sea compatible con las obligaciones de nuestro estado, y
siendo la primera la de ser buen cristiano, nada la desempeña tan bien como el
ejercicio de la oración, como enseñan las Santas Escrituras y Doctores
místicos. Acordémonos en todas nuestras obras de los Novísimos, y siempre
tengamos presente la eternidad, y no nos deslizaremos a pecar.
Sepamos para nuestro consuelo, y animémonos
con fervor, que nuestro Sumo Pontífice Benedicto XIV (Constitución Quemadmódum nihil, 16
de Diciembre de 1746)
tiene concedida indulgencia plenaria y remisión de todos sus
pecados, cada mes, al que tuviere media hora de oración mental continuada, o a
lo menos un cuarto de hora, en cada uno de los días de dicho mes, con condición
de que verdaderamente arrepentido y confesado reciba la sagrada comunión, y
pida a Dios por la exaltación de nuestra Santa Fe, por la extirpación de las
herejías, y la concordia entre los Príncipes Cristianos: y dicha indulgencia
podemos también aplicarla por las Ánimas del Purgatorio. ¡Qué gran tesoro!
ORACIÓN
¡Oh Clementísimo Jesús mío! Cuando considero a vuestra Majestad
orando por mi salvación, ya en el desierto, ya en el monte, ya en el huerto,
hasta sudar gotas de sangre; cuando reflexiono las repetidas doctrinas de
vuestro Evangelio, que oremos y velemos para no entrar en tentación, y que
siempre vivamos alerta, porque no sabemos el día ni la hora en que seremos
llamados a juicio: cuando miro en fin el ejemplo de San Pedro, de los Santos
Apóstoles, y de todos los Santos, que han seguido el ejercicio de la oración,
camino real del Cielo, me confundo, Dios mío, de la tibieza y alucinación con
que he vivido (Antonio
de Molina OCart., Ejercicios espirituales de las excelencias de la Oración
mental, cap. VI). ¿Cómo
tanto descuido de mi salvación, y no me apresuro a seguir vuestra doctrina, y
con santa emulación imitar vuestros Bienaventurados? ¿Cómo no me retiro de los
placeres del mundo, y apetezco la soledad en la que habla el Espíritu Santo al
corazón? ¿Cómo no considero que mientras más me aproximo al mundo, más me
aparto y os aparto de mí, y que el logro de sus riquezas me estorba felicidad?
¿Cómo no echo de ver que sin oración no conozco los engaños y falacias de mis
enemigos, y que todo es vanidad de vanidades? ¿En qué pienso hallar remedio
cierto y fortaleza para vencer las tentaciones y dificultades que se presentan
en el ejercicio de la virtud? ¿No es, Señor, el alma en la oración, según
expresión de David, como un árbol plantado a las corrientes de las aguas, que
se fecunda de las gracias del Cielo, para dar a su tiempo frutos sazonados de
santidad? ¡Oh Maestro Divino! Enamorad
a mi alma de este santo ejercicio de la oración mental: ilustrad mi entendimiento para que con gran provecho de mi alma
medite vuestro Santo Evangelio. Vea por la oración cómo he abusado de vuestra
Divina misericordia y de vuestras liberalidades, que he empleado tan en daño de
mi alma, y tema vuestra Divina Justicia. Os buscaré, Señor, para enseñarme a
orar, clavado y muerto por mi amor en la Santa Cruz, como libro el más Divino y
fecundo de pensamientos para orar, y aprender la ciencia de mi salvación. Estos
son hoy nuestros deseos: continuad, Señor, vuestras misericordias sobre
nosotros, para que aprovechemos en este ejercicio: por vuestro Apóstol moderéis
vuestra justa indignación, y concediéndonos vuestra gracia, logremos adoraros
en la gloria eternamente. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros.
—La
Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA SÉPTIMO - 26 DE JUNIO
Por
la señal...
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la
majestad de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: SAGRADO CELO
DE SAN PEDRO.
Considera que el
verdadero y santo celo viene a ser un deseo ardiente de dilatar la gloria de
Dios, y de mirar por la salud eterna de nuestro prójimo, oponiéndonos con
fortaleza constante a cuanto sea contrario a estas dos cosas. Y siendo
el sagrado celo el primer fruto que produce la caridad, ¿quién será capaz de ponderar dignamente
las vivas llamas de celo que ardían en el corazón del más fino amante de
Jesucristo? Toda la vida del
príncipe de los Apóstoles estuvo empleada en dilatar la gloria de Dios, en dar
a conocer y amar al Salvador del mundo, extendiendo su reino, y haciéndole
triunfar de sus enemigos en todo el mundo. La
fundación de la iglesia en Antioquía: la predicación del Evangelio por el
Ponto, por Galacia, por Capadocia, por Asia, por Bitinia, en Jerusalén, y en
casi todo Judea: el haber plantado el estandarte de la Cruz en la misma Roma,
fijando en ella su cátedra Pontifical, para que, como se explica San León
(Sermón I de San Pedro y
San Pablo),
desde la ciudad que era cabeza del mundo se
difundiesen con facilidad las luces del Evangelio por todas las partes del
Universo.
¿Qué otra cosa era todo esto, sino un efecto del ardentísimo celo de la gloria
de Dios, y exaltación del santísimo nombre de Cristo? Este ardiente
celo sobresalía en su predicación: y la afluencia de la gracia, y fuerza de la
verdad fue tan poderosa en San Pedro, que en el primer Sermón convirtió cerca
de tres mil almas, y en el segundo cinco mil varones, como consta de los Hechos
de los Apóstoles (Cap.
IV, ver Calmet).
Así se aumentó la Iglesia en poquísimos días, ¿Cuántos peces cogería después San Pedro,
a quien el Señor había hecho pescador de los hombres? ¿Cuántas conversiones de
pecadores en más de veinte y cuatro años que gobernó la nave de la santa
Iglesia con aquella celestial y admirable sabiduría, que se deja ver en sus dos
epístolas canónicas, y en la historia de los Hechos Apostólicos?
A presencia de lo que hemos entendido,
procuremos, cuanto podamos, imitar el ardiente celo de nuestro Santísimo
Abogado, y no nos pase por la imaginación que semejante imitación es solo para
los Predicadores y Pastores de almas, que a todo Cristiano, que tiene capacidad
para ello, incumbe la obra de misericordia de corregir al que yerra, para, si
puede, ganar al hermano, y no dejar que se pierda. Todos podemos pedir al
Señor, oyendo misas, frecuentando sacramentos, y aplicar semejantes obras
piadosas con el fin de la exaltación del santísimo nombre de Jesús, y
conversión de las almas. Y si por ventura tenemos a nuestro cargo hijos,
criados y domésticos, a los que más de cerca pertenece la obligación de celar
sean temerosos de Dios: ¡de cuántas
omisiones seremos reos, si por nuestra desidia ignoran la doctrina, o giran con
desenfreno por el camino ancho de la perdición!
ORACIÓN
¡Oh dulcísimo Jesús mío: cuán
justamente os conviene el título de Buen Pastor, de que os gloriáis en vuestro
santo Evangelio! Vos, Señor, sois el modelo
perfectísimo de todos los pastores, y de todas las ovejas de vuestro rebaño, y
de quien San Pedro sacó tan fiel copia, que pudo decir, como en vuestro nombre
había dicho David: Me comió el celo de la casa de Dios. Dad, oh Salvador Divino, a
todos los Pastores, Predicadores, Confesores, y demás Ministros de vuestra
Iglesia, aquella fidelidad, santidad de costumbres, fortaleza, doctrina
celestial, mansedumbre, y fervoroso celo, que tanto brillaba en el Príncipe de
los Apóstoles, para gobernar con todo acierto el rebaño que vuestra providencia
les ha confiado respectivamente. Haced, Señor, que no desmayen entre los
grandes trabajos de su apostólico celo, teniendo presente lo mismo que les
avisa San Pedro: que cuando en el día del juicio
apareciere el Príncipe de los pastores, que sois Vos, oh Divino Remunerador de
nuestras obras, recibirán en recompensa la incorruptible y eterna corona de la
gloria (I
Pedro, cap. V). Concedednos a todos que seamos dóciles para oír la voz de nuestros
Pastores, que no nos expongamos al lobo infernal, que anda dando vueltas, como
león embravecido, entre nosotros, buscando presa a quien devorar.
¡Oh, a cuántos peligros me expuse cuando andaba como oveja
errante y descaminada! ¡Cómo iba corriendo al precipicio de la muerte, si
vuestra bondad infinita no me hubiera buscado con amorosa solicitud! No me neguéis, Señor, por mis
ingratitudes, la continuación de vuestras misericordias, porque los enemigos
del alma, mientras seguimos la carrera de esta vida, no cesan de hacer sus
tentativas (Job V, 1),
y si vos, oh Custodia segurísima de Israel, no me defendéis con
vuestra gracia, en vano emplearé yo mi vigilancia para defenderme confiado en
mis propias fuerzas. En Vos confío, Dios mío, y con vuestros auxilios espero
tener en lo sucesivo un celo ardiente de mi salvación y vuestra gloria.
Abrasad, Señor, mi corazón y mis entrañas con este sagrado celo, para que en
todo busque vuestra gloria (Salmo
XXV);
para dolerme con íntimo dolor del desprecio que hay en los
pecadores de vuestra santa Ley, y para mirar por la salud eterna de mi prójimo,
amándole como a mí mismo. Y para que, amando a vuestra Majestad con todo mi
corazón en esta vida, os pueda adorar eternamente en la patria celestial. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros.
—La
Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA OCTAVO - 27 DE JUNIO
Por
la señal…
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la
majestad de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: PACIENCIA DEL SANTO
APÓSTOL.
Considera que la
paciencia es aquella virtud con que sufrimos animosamente los trabajos sin la
turbación o tristeza demasiada en lo interior del alma, y sin caer en alguna
acción indecorosa. De
esta importante virtud nos dejó San Pedro tantos ejemplos, cuantos fueron los trabajos de su vida apostólica,
portándose en ella, como fino Ministro de Dios, con grande paciencia en las
tribulaciones, en las necesidades, en las angustias, en las llagas, en las
cárceles, en las persecuciones, en las vigilias, y, en fin, en toda aquella
multitud de semejantes penalidades que enumera San Pablo a los de Corinto (Epístola II, cap. VI). Hallábase
el esforzado Apóstol predicando en Jerusalén con Divina elocuencia el nombre de
nuestro Señor, creciendo el número de los fieles a la eficacia de su
predicación y repetidas maravillas, cuando los Magistrados de los Judíos le
mandan prender y azotar cruelísimamente. Tan lejos estuvo de perder
la paciencia y entristecerse con tanta deshonra, dice el sagrado texto, que
iba lleno de gozo, viéndose digno de padecer esta afrenta por su amado divino
Maestro (Hechos
de los Apóstoles, cap. V, 41).
Remuévese la persecución contra los Cristianos en Jerusalén, y Herodes Agripa
le manda aprisionar cruelmente, entregarle a la custodia de diez y seis
soldados, que remudándose le guardaban estrechamente. San
Pedro estaba aprisionado con dos cadenas, y cercado de aquellos trabajos que se
dejan discurrir de quien se hallaba en vísperas de salir al suplicio, ¿por ventura se
contrista, desmaya, se aflige el santo Apóstol en medio de tantos males, y del
peligro que por instantes le amenaza? Nada
menos: porque la misma noche del día en que había de ser ajusticiado,
dormía con sueño tan tranquilo, y como carece de todo cuidado, que fue como
necesario al Ángel del Señor agitarle para que despertase, para ponerle en
libertad, porque así convenía para bien de la Iglesia (Hechos de los Apóstoles, cap. XII,
6).
Finalmente después de una vida llena de santidad y de portentosos milagros: después
de haber desempeñado las obligaciones de Vicario de Cristo, Señor nuestro, con
tanta gloria de su santísimo nombre, llegó la hora de su preciosa muerte que el
Divino Maestro le había advertido
(Juan XXI): y
estando en Roma, imperando el cruelísimo Nerón, fue arrestado a la cárcel de
Mamertino, donde estuvo padeciendo ocho o nueve meses, más la paciencia del
príncipe de los Apóstoles florecía como la palma: y como la caridad perfecta no
sabe de temores, ni los conoce, sufrió con alegría el martirio, y dio la vida
por el Señor, que por él había muerto en el santo árbol de la Cruz. Tan admirable fruto de paciencia produce el Divino Amor.
¿Qué diremos nosotros de nuestra paciencia? Si la
conocemos, ¿podremos asegurarnos de que la ejercitamos? ¿Por qué no nos
contristamos, afligimos o iracundamos? ¿Qué hay que nos contenga a
ensoberbecernos? Consideremos
cristianamente, que ni adelantaremos un paso en la virtud, ni entraremos en los
Cielos, sin armarnos con el escudo de la paciencia, porque en ella (Lucas XXI, 19) poseeremos
nuestras almas: suframos con alegría, y toleremos
a lo menos con verdadera sumisión los trabajos que el Señor nos envíe, seguros
que no ascenderán a más de lo que podemos tolerar.
ORACIÓN
¡Oh Cordero inmaculado!, que por vuestro infinito
amor padecisteis tan cruel y afrentosa muerte, por redimirnos del pecado,
siendo tanta vuestra divina paciencia; que en toda vuestra sacrosanta Pasión no
desplegasteis vuestros soberanos labios; para enseñarnos a imitarla en los
trabajos que podemos padecer, según Vos ordenéis: vemos llenos de júbilo y
admiración, cuán fina y fielmente siguió vuestras huellas nuestro santo Apóstol.
Concedednos, Señor, por sus méritos, auxilios de vuestra gracia
para poseer verdadera paciencia, para sufrir animosamente y con alegría las
muchas tribulaciones de esta vida, por las que hemos de pasar para llegar a
vuestra gloria.
Con vuestro favor, Señor,
buscaré, amaré y me abrazaré con la paciencia cristiana, porque ya a buena luz
conozco que con su ejercicio se asciende a la posesión felicísima del paraíso,
y toco cuán afortunado es aun en esta vida el que la practica debidamente. Veo
claramente, que con la paciencia en los trabajos se purifica el alma de pecados
e imperfecciones: se aumenta el vigor del espíritu para resistir a las
tentaciones: se satisface a Dios por los pecados cometidos: y al fin, la
paciencia hace al hombre participante, Señor, de vuestra Cruz, lo que es señal (In patiéntia vestra, Lucas XXI, 19) de
predestinación a la gloria (II
Timoteo, II, 12), y es
feliz en esta vida porque llega a poseer la tierra,
según el Santo Evangelio. ¿Cómo lograrán este
beneficio los hombres inquietos, iracundos, soberbios y violentos, que son a todo
objeto de odio, corrompedores de la paz, de la unión y confraternidad?
¡Oh!
Príncipe de la Paz, Salvador Divino, libradme por vuestro Pedro de este veneno que derrama la infernal
serpiente. Dignaos Señor, de pacificar la turbulencia de nuestros desordenados
apetitos: y por aquella inalterable paciencia y celestial constancia que tuvo
vuestra Santísima Madre, y nuestra, viéndoos pendiente en la Santa Cruz, os
pido nos des gracia a todos para llevar con paciencia los trabajos de esta
vida, para que merezcamos la eterna. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros.
—La
Oración y los Gozos se dirán todos los días.
DÍA NOVENO - 28 DE JUNIO
Por
la señal…
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos: los cielos y la tierra están llenos de la
majestad de tu gloria.
Inclinación
y Acto de Contrición.
CONSIDERACIÓN: MILAGROS DE
SAN PEDRO.
Los
milagros no se proponen para la imitación, sino para bendecir y alabar al Señor
Dios de Israel, que solo hace maravillas, según
afirma David (Salmo
LXXI, 18).
La sagrada Escritura, hablando de los Apóstoles, asegura que por
sus méritos se hacían muchos milagros en el pueblo, y que, saliendo a predicar
por todas partes, el Señor cooperaba a su doctrina, confirmándola con
maravillas (Marcos,
cap. último).
¿Quién podrá
enumerar todas las que obró el Príncipe de los Apóstoles en el prolongado
discurso de su Evangélica Predicación? Alabemos
al Señor en los milagros que
refiere San Lucas (Hechos
de los Apóstoles, cap. III).
¡Qué prodigio
tan grande es el del tullido! «Oro ni
plata tengo, le
dijo nuestro Santo Protector: te socorreré con lo
que puedo. En nombre de Jesús Nazareno, levántate y anda». Al instante
quedó sano, y entró en el templo saltando de gozo y alabando al Señor. Desde Jerusalén hacía el
vigilantísimo Pastor algunos viajes para visitar a los fieles esparcidos por
pueblos y ciudades: y pasando por Lidia, vio a un hombre llamado Eneas, que ocho años hacía estaba paralítico y postrado en cama: «Eneas,
le dice San Pedro, Jesucristo Señor
nuestro te da salud, levántate»; y
al punto lo ejecutó perfectamente sano, convirtiéndose
al Señor los habitadores de Lidia a vista de tan pasmoso milagro (Hechos de los Apóstoles, cap. IX). En
Jope resucita a la limosnera y virtuosa Tabita, movido de su caridad, y de las
lágrimas de unas pobres mujeres, a las que socorría la difunta. Se puso
de rodillas a orar, y después convertido hacia el cadáver, la dice: «Tabita levántate», abrió
los ojos, miró a San Pedro, sale del ataúd, y enterado
el pueblo de tan milagrosa resurrección, muchos se convirtieron al Señor. Al
fin el Todopoderoso había condecorado a su siervo con gracia tan portentosa de
hacer milagros, que como escribe San Lucas, con
su sombra sola se curaban cuantos podían lograrla (Hechos de los Apóstoles, cap. V). También
desde las ciudades vecinas a Jerusalén concurría gran multitud de gentes con
varios enfermos y endemoniados, y todos quedaban sanos, como afirma el
sagrado texto.
Esta maravilla de curar con
la sombra es tan particular, que se cumplió en San Pedro (Cornelio Alápide, comentario sobre
Hechos I, 55; en Calmet)
lo que había prometido nuestro Señor, diciendo: «el que
creyere en mí, hará las obras que yo hago, y aún mayores, en virtud de mi
poderosa gracia»
(Juan XIV). Alabemos de todo corazón al
Altísimo, que se dignó ser tan prodigioso en nuestro Santo Apóstol, y pidámosle
el remedio de nuestras enfermedades espirituales y corporales. Examinemos bien
por los pecados capitales, qué achaques habituales padece nuestra alma,
reflexionando con verdadera meditación que estos serán los que nos ocasionen la
muerte eterna.
ORACIÓN
¡Oh
dulcísimo Jesús, Señor y Dios nuestro!
Postrado
a los pies de vuestra adorable Majestad, bendigo y alabo con toda la fuerza de
espíritu que puedo la virtud de vuestro santísimo nombre, que tanto
resplandeció en el maravilloso Príncipe de los Apóstoles. Y pues comunicaste
tan gran poder aun a su sombra, para dar salud a los enfermos, yo me acojo con tierna confianza a la sombra de su poderosa
intercesión, suplicándoos me deis sanidad en todas mis enfermedades, mayormente
en aquellas de que adolece mi alma. El amor desordenado de mí mismo y el de las
criaturas, ha sido el origen de mis males. Derramad sobre mi corazón una
amargura saludable, para que se desprenda del apego a las cosas del mundo, que
todas son vanidad de vanidades, fuera de amaros y serviros. Aplicad, oh buen
Jesús, esa mano bienhechora y omnipotente a los ojos de mi alma, para que no se
cieguen en el camino de la eternidad, conozcan con penetración la
insubsistencia de los bienes terrenos, y siempre pongan la mira en el Cielo,
patria dichosísima de nuestra esperanza. A Vos, Salvador Divino, nada hay
incurable, ni mal alguno puede resistir a los remedios de vuestra gracia, si
los hombres quieren solicitarla para recibirla, y usar de los medicamentos que
nos habéis dejado en vuestra Iglesia. Compadeceos, Señor, como padre de
misericordia, de tan peligrosos males, y disponed que todos los Cristianos
engañados los conozcan, para que no sigan aquel camino temeroso de la
ignorancia culpable, que muchos le creen recto, y no acaban de conocer que su
paradero es el de la muerte. Haced, amabilísimo Redentor de nuestras almas, que
no amemos, ni nos dejemos engañar del mundo, su pompa, lujo y embrollos, y que
andemos en él como verdaderos peregrinos, para no colocar nuestro corazón sino
en la verdadera felicidad, que por vuestros merecimientos esperamos. Dadnos la
singular gracia, que ni una línea nos desviemos de la senda de vuestra Divina
Ley, caminando rectos por ella hasta el fin, para concluir con la muerte
preciosa de los Santos, y alabaros por toda la eternidad en la gloria. Amén.
—Rezar
tres Padre nuestros.
—La
Oración y los Gozos se dirán todos los días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario