Novena publicada en francés en 1808, traducida e impresa por don Mariano Arévalo en la Ciudad de México en 1843. El Acto de contrición proviene del Arte mística especulativa y práctica, compuesta por el Padre Fray Diego de la Madre de Dios OFM Disc., impresa en Salamanca en 1713; los Gozos, impresos en Barcelona hacia 1860, son tradicionales, sin autor conocido.
COMENZAMOS: 10 de julio.
FINALIZAMOS: 18 de julio.
FESTIVIDAD VETUS ORDO: 19 de julio.
INTRODUCCIÓN
Si alguno deseare conocer y honrar a SAN VICENTE DE PAÚL, consulte su vida, sus
cartas, sus instrucciones, las reglas que ha dejado a las varias sociedades que
estableció, y, sobre todo, las actas de su canonización; entonces se sentirá
movido de devoción, y conocerá que este Santo fue realmente un hombre de Dios y
un prodigio de santidad. Este hombre que no creía merecer más que el desprecio de
todos, era sin embargo el modelo de los pastores, el apoyo de los obispos, el
consejero de los reyes, el restaurador del decoro del clero, el padre de los
pobres, el amparo de los miserables, el consuelo de los afligidos, y, en una
palabra, el alma de cuanto se hizo en su siglo para gloria de la Religión.
Con la multitud de obras buenas que
emprendió y llevó a cabo, ha defendido la pureza de la fe de los errores que en
sus días comenzaron a alterarla, y la pureza de la moral de la general
corrupción de su siglo; ha restablecido la disciplina eclesiástica; su celo por
la salud de las almas ha abrazado todo; ha socorrido las necesidades de los
ignorantes, de los enfermos y de los pobres. Encontró recursos para aliviar
toda clase de desgraciados: a los esclavos de los turcos en Túnez y en Argel, a
los viejos agobiados con el peso de los años, a los artesanos imposibilitados
para el trabajo, a los niños expósitos, a las religiosas exclaustradas por las
guerras, a las mujeres entregadas a la prostitución, a los jóvenes en peligro
de perderse, a los criminales condenados a galeras, a los extranjeros
desamparados de relaciones y sin medios de curarse cuando caían en cama. Verá
también quien quiera leer la vida de Vicente, que los que tenían la desgracia
de perder el juicio, los mendigos que tanto habían aumentado por las guerras
que desolaban la Francia, las familias vergonzantes y muertas de hambre, las
provincias enteras, como la Lorena, Champaña y Picardía, desoladas por los
terribles azotes de la guerra, la hambre y la peste, y en una palabra, todos
los desgraciados encontraban en Vicente un padre, un amigo, un libertador, que
proporcionaba a unos la salud, a otros la libertad, a estos una educación
cristiana, a aquellos un retiro seguro; que siempre miraba a los pobres como
una porción de la herencia más preciosa de Jesucristo; que se desvelaba por
ellos, que les distribuyó en el espacio de muy pocos años limosnas que
importaron sumas considerables. ¿Podrá alguno observar más exactamente la máxima que
había adoptado Vicente, de no hacer mal a nadie y servir a todo el mundo?
Sin embargo, por favorable que sea la idea
que pueda cualquiera formarse de San Vicente de Paúl, al ver la grandeza y
multitud de sus obras, es preciso reconocer que el prodigio más grande que debe
admirarse en su vida es la eminencia de sus virtudes: con razón la
Iglesia, por el órgano de su jefe, proclamó con toda solemnidad la santidad de
Vicente, y lo ha presentado a todos los fieles, como el modelo que deben
imitar, y el caritativo y poderoso protector que deben invocar en sus
necesidades.
Se ha creído conveniente para secundar las
miras de la Iglesia e inspirar la devoción y confianza de los fieles, presentar
las principales virtudes del Santo, en cortas meditaciones, distribuidas en
forma de novena, que puede servir para celebrar la festividad del Santo (que es el 19 de
julio), y en ellas encontrarán los fieles motivos de esperanza y
medios para alcanzar de Dios la gracia que se le pida por Ia intercesión de su
siervo. La caridad de San Vicente de Paul que en la tierra fue siempre tan
viva, tan perfecta y tan ilimitada, que se extendió a toda clase de
necesidades, en el Cielo nada ha perdido de su ardor y de su extensión. Por su mediación
debemos esperar poderosos y prontos socorros en cualquier acontecimiento
azaroso, con tal que invoquemos a este gran Santo con las disposiciones
adecuadas para mover su caridad hacia nosotros, y nos hagamos merecedores de
las gracias espirituales o temporales que deseemos alcanzar durante la novena.
Entre esas disposiciones es la primera, prepararse con
una buena confesión antes de la novena o cuando más el primer día, procurando
con el mayor esfuerzo que vaya acompañada de un profundo dolor de haber
ofendido a Dios, de una firme resolución de no volver a ofenderle, evitando el
pecado y las ocasiones de él. Con tan saludable preparación se debe
esperar que las prácticas de la religión, las súplicas, los ayunos y otras
buenas obras que se hagan durante la novena, serán muy agradables a Dios, y nos
procurarán las gracias que pidamos para sí o para otros.
2º
Debe pedirse con fervor y perseverancia la gracia particular que
se desea alcanzar por intercesión de San Vicente de Paúl, y si esta gracia es
para gloria de Dios o salud de nuestra alma, debe pedirse sin restricción
alguna, pues en este caso es conforme con la voluntad de Dios. Así pues, si se desea
conseguir la victoria sobre alguna pasión, corregirse de algún vicio, adquirir
alguna virtud particular, arraigar en el corazón el odio al pecado, o el amor
de Dios y del prójimo, conocerse perfectamente para reparar, mediante una buena
confesión, todas las faltas y defectos de la vida pasada (gracia que San
Vicente ha concedido a muchos), tales gracias deben pedirse absolutamente. Pero
si se desea obtener la curación de una enfermedad o cualquiera otro objeto,
que, aunque bueno, no sea relativo más que a los bienes de este mundo, se puede
sin duda suplicar con fervor, pero siempre sujetándolo todo al agrado de Dios,
para que haga lo que convenga a su gloria y a la salud del alma. Es necesario
considerarse indigno de cualquier favor, y no aguardarlo más que en virtud de
la bondad de Dios y de los méritos de nuestro Señor Jesucristo.
3º No debemos limitarnos a pedir la gracia que
deseamos obtener de Dios, por la intercesión de San Vicente de Paúl, sino que
debemos esforzarnos a merecerla mediante la práctica de buenas obras y la
imitación del Santo que invocamos, y en esto consiste el verdadero culto que
debemos tributarle. Decía San
Francisco de Sales que la vida de todos
los santos no era más que el Evangelio en práctica, y con muy particular
razón debemos decirlo de la vida de San Vicente de Paúl, que siempre fue un
perfecto imitador de Jesucristo. Considerando los varios pasajes de la vida de
este Santo en cualquier estado en que lo colocaba la Providencia, nos
convenceremos de que nos es fácil y absolutamente necesario imitar al Hombre
Dios. Nos
servirá San Vicente de antorcha para alumbrarnos y de guía para conducirnos a
fin de arreglar nuestra conducta a la de Jesucristo, según nuestra situación y
nuestras necesidades.
4º Para practicar más fácilmente la virtud en
que meditemos, se han añadido a cada meditación algunas máximas del Santo
relativas a esta virtud, y por medio de estas máximas nos penetraremos más y
más del espíritu de aquel. También
se han agregado algunas prácticas que se deben considerar como el fruto de la
meditación que se ha hecho. Al fin de cada día se rezará tres veces Pater noster, Ave
Maria y Gloria Patri en honor del Santo, pidiéndole con fervor nos alcance de
Dios la virtud particular que se haya meditado. Y cada día de la novena se
puede pedir a San Vicente que nos haga participantes de su humildad y caridad,
para lo cual se rezará la antífona Operatus est bonum etc. y la oración Deus
qui ad evangelizandum etc., por medio de la cual nos enseña la Iglesia a pedir
estas dos virtudes que nuestro Santo practicó con tal perfección, que no puede
decirse en cuál de las dos sobresalió más.
NOVENA EN
HONOR DE SAN VICENTE DE PAÚL, PARA PREPARARSE A CELEBRAR SU FESTIVIDAD, O PARA
PEDIR A DIOS POR SU INTERCESIÓN ALGUNA GRACIA PARTICULAR.
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío
Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, pésame
con todo mi corazón de haberos ofendido, por ser Vos quien sois, y porque os
amo sobre todas cosas, porque sois mi Dios, mi Señor, mi Creador, mi Redentor,
mi Salvador, mi Glorificador, último Fin sobrenatural de mi alma, Sumo e
infinito Bien, digno de ser infinitamente amado: Señor, pequé contra vuestra
Divina Majestad, pésame con todo mi corazón de todo cuanto os he ofendido y
propongo firmísimamente con vuestra Divina Gracia enmienda en todo, y de nunca
más pecar; y de apartarme de todas las ocasiones que puedan ser ofensa vuestra:
propongo de confesarme enteramente, y de cumplir la penitencia que me fuere
impuesta; y de satisfacer, y restituir si alguna cosa debiere: por vuestro amor
perdono de todo mi corazón a todos mis enemigos y a los que me hubieren
agraviado y ofendido; ofrezcoos mi vida, obras, y trabajos con los vuestros, en
satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, así confío y espero
en vuestra infinita Bondad y Misericordia, que por vuestra Sacratísima Pasión y
Muerte me los perdonaréis, y me daréis vuestra Gracia y vuestros auxilios, para
perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte, y me llevaréis a vuestra
Gloria, donde os ame y os alabe eternamente. Amén.
DÍA PRIMERO – 10 DE JULIO
FE DE SAN
VICENTE DE PAÚL: «Qui
confitébitur me coram homínibus, confitébor et ego eum coram Patre meo qui in
cœlis est». (A
todo aquel que me reconociere y confesare por Mesías delante de los hombres, yo
también lo reconoceré y me declararé por él delante de mi Padre que está en los
cielos). San
Mateo X, 12.
PUNTO PRIMERO
El cristiano que es fiel a Jesucristo, busca
siempre con empeño las ocasiones de presentarse como discípulo de tan buen
Maestro; pero el negligente y abandonado se avergüenza cada día de pertenecer a
la bandera de Jesucristo. Reserva Dios para las almas fuertes las más penosas
pruebas, y por este medio señala quiénes son sus mejores siervos. Sostuvo Vicente
duros combates, y siempre salió triunfante de ellos.
Habiendo caído prisionero en manos de los
infieles, vio con sumo placer que lo despojaron de todos sus bienes, persuadido
de que Dios le reservaba otros más sólidos que nunca podrían quitarle los
corsarios. Se vio, sin tristeza, cargado de cadenas, puesto en venta y
entregado a bárbaros dueños; pero no veía en estos más que al Soberano Dueño
del universo, y con tal fidelidad los sirvió, que al fin logró ganarse su
voluntad. Por este mismo aprecio de sus dueños se vio la fe de Vicente en mayor
peligro que al que le hubieran puesto las amenazas y tormentos, pues por cariño
le ofrecieron grandes riquezas, una brillante posición en la sociedad, y lo que
es más, la libertad. Más de una vez le dijo el Demonio: Todas estas cosas te daré, si postrándote delante de mí me
adorares (San
Mateo IV, 9);
pero firme como la roca, el siervo de Dios resistió a todas las tentaciones; no
perdió jamás de vista al Señor que adoraba, y cantó constantemente sus
alabanzas en medio de un pueblo bárbaro. Aun hizo más, pues habló con
tanta dulzura a su amo, que al fin logró convertirlo a Jesucristo. De este modo
salió triunfante de la prisión en que había vivido cargado de cadenas; y quitó
al Demonio las armas de que se había valido para atacar su fe, haciendo volver
a entrar al seno de la Iglesia al amo apóstata que convirtió.
PUNTO SEGUNDO
Nuevos asaltos sostuvieron la fe de Vicente
y aún más peligrosos que los primeros, pues las gentes que los dirigían (los jansenistas) disfrazaban sus fines perversos
con el pretexto de reformar las costumbres, de dar a la doctrina su primitiva
pureza y volver a la Iglesia su antiguo esplendor. La nueva congregación que
acababa Vicente de establecer con el objeto de formar a los eclesiásticos en
las funciones de su ministerio, pareció a esas gentes un excelente canal para
hacer circular su funesta doctrina. Proyectóse ganar a Vicente, y para esto se
emplearon ruegos, alabanzas, servicios, bellos discursos, lágrimas de dolor por
la corrupción y desórdenes del pueblo y del clero; pero unas cuantas palabras
que se escaparon a los autores de la nueva herejía contra la Iglesia y el
concilio de Trento, despertaron la atención de Vicente, y al punto cortó toda
comunicación con esos falsos doctores, quienes para vengarse de tan prudente
conducta, prorrumpieron en groseras injurias, que realzaron la gloria de
Vicente, e hicieron que ejercitase su heroica paciencia. Y con todo esto creía
que no había manifestado bastante la fe que profesaba, si no se oponía al
error, si no lo perseguía y armaba contra él el celo de los prelados, y, en
fin, sino le cortaba todas las entradas en el clero y en los monasterios. No fueron infructuosos sus trabajos, pues Dios se dignó
echar sobre ellos abundantes bendiciones.
PUNTO TERCERO
Por la fe
prefirió Vicente la instrucción de los pobres a la de los ricos, y no a estos
sino a aquellos consagró todos los servicios de las dos congregaciones que
estableció. Por la fe se ocultaba en la oscuridad de las prisiones, en
los hospitales, en las reuniones de los labradores, con el fin de instruir, de
consolar a los pobres y encaminarlos a la práctica de las virtudes cristianas;
por convertirlos a Dios, sufrió el rigor de las estaciones, la grosería de los
pueblos y las persecuciones que más de una vez suscitaron contra él los
malvados.
No contento con haber derramado la luz de la
instrucción y haber corregido grandes abusos en muchos estados de Europa,
extendió su celo a la parte de allá de los mares; y la isla de Madagascar y el
Asia admiraron a Vicente en sus discípulos, que llevaron su fe y su espíritu en
medio de los países bárbaros.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
Las materias de fe no deben examinarse con un espíritu curioso y sutil; basta que las proponga la Iglesia para que nunca podamos engañarnos creyéndolas.
La sumisión humilde y la obediencia a los
decretos del Soberano Pontífice, es un buen medio para distinguir los
verdaderos hijos de la Iglesia de los rebeldes.
Podemos algunas veces convencernos con
razones sólidas en materias de religión; pero siempre es conveniente sujetar la
razón a la fe.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
Es la fe el homenaje más perfecto que puede
tributar el hombre a la Suprema Verdad. Debe ser la base y regla de nuestra
conducta, y nada es más raro en estos tiempos; por lo que debemos recordar
aquellas palabras de muestro divino Redentor: Pero
cuando viniere el Hijo del Hombre, ¿os parece que hallará fe sobre la tierra? (San Lucas XVIII, 8).
Solo una conducta perfectamente arreglada a
las verdades de la fe, puede asegurar nuestra salud eterna. Cotejemos
frecuentemente nuestra conducta con nuestra fe, y veamos si nuestros
pensamientos, nuestros deseos y nuestros sentimientos están conformes con
nuestra creencia. Tengamos gran cuidado en apoyar sobre este firme fundamento
todos nuestros discursos y nuestras acciones, para no engañarnos en este punto
esencial; porque, así como un
cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está muerta (Santiago II, 26).
Recordemos frecuentemente estas palabras de
muestro Señor: A todo aquel que me
reconociere confesare por Mesías delante de los hombres, yo también lo
reconoceré y me declararé por él delante de mi Padre que está en los cielos (San Mateo X, 32). Nunca pues temamos
cumplir delante de los hombres con los deberes que nos impone la fe; evitemos
con sumo cuidado cualquiera innovación en artículos de fe; pidamos a menudo a Dios
esta virtud, diciéndole con los Apóstoles: Señor,
auméntanos la fe (San
Lucas XVII, 5).
Roguemos con frecuencia por los ministros de
la Iglesia y por los pueblos que reciben sus instrucciones en todos los países
del mundo. Consideremos como una felicidad el poder contribuir con muestras
oraciones, limosnas, consejos o ejemplo a la conversión de un pecador.
Examinemos si conocemos esta obligación y de qué modo, hasta el presente, hemos
cumplido con ella.
—Recemos
tres Padre nuestros, Ave Marías y Glorias en honor del Santo, pidiendo a Dios
con fervor que fortifique nuestra fe, y diciendo en seguida la siguiente:
Antífona: Obró lo que era bueno, recto y justo
delante del Señor Dios suyo, en todo aquello que exigía el ministerio de la
casa del Señor, según la ley y las ceremonias, deseoso de complacer a su Dios
con todo su corazón (2
Paralipómenos XXXI, 20-21).
℣. San Vicente, ruega por nosotros.
℟. Para que nos hagamos dignos de las promesas
de Cristo. Así sea.
ORACIÓN
¡Oh Dios!, que has hecho revivir en
nuestros días el espíritu de tu Hijo en la apostólica caridad y en la humildad
de San Vicente, para anunciar el Evangelio a los pobres, para aliviar las
miserias de los enfermos y desamparados, y para dar nuevo lustre al Orden
eclesiástico; concédenos por intercesión de este Santo, que nos veamos libres
de las miserias del pecado, y para agradarte imitemos tan ardiente caridad y
profunda humildad. Así te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que
contigo y el Espíritu Santo vive y reina Dios por todos los siglos de los
siglos. Así sea.
LETANÍA EN HONOR DE SAN
VICENTE DE PAÚL
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo,
óyenos.
Cristo,
escúchanos.
Padre
celestial que eres Dios. Ten
misericordia de nosotros.
Hijo
Redentor del mundo que eres Dios. Ten
misericordia de nosotros.
Espíritu
Santo que eres Dios. Ten
misericordia de nosotros.
Santa
Trinidad que eres un solo Dios. Ten
misericordia de nosotros.
Santa
María. Ruega
por nosotros.
Santa
Madre de Cristo, Soberano Sacerdote. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, que caminaste desde tu infancia en presencia de Dios. Ruega por nosotros.
San
Vicente, cuya bondad se extendía a todos. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, que supiste conservar tu castidad. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, Pastor vigilantísimo del rebaño de Jesucristo. Ruega por nosotros.
San
Vicente, que evangelizaste a los pobres con tan buen éxito. Ruega por nosotros.
San
Vicente, que formaste a tus discípulos para toda clase de obras buenas. Ruega por nosotros.
San
Vicente, gloria del sacerdocio. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, humilde en medio del esplendor mundano. Ruega por nosotros.
San
Vicente, diligentísimo imitador de Jesucristo. Ruega por nosotros.
San
Vicente, alivio de toda clase de miserias. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, recurso de todos los afligidos. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, mantenedor de los hambrientos. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, ayudante eficaz de los enfermos. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, proveedor de los niños expósitos. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, buscador de las ovejas perdidas. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, restaurador de la disciplina del clero. Ruega por nosotros.
San
Vicente, angélico sacerdote en el altar. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, defensa de las vírgenes en peligro. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, venerador de la Santa Sede. Ruega
por nosotros.
San
Vicente, celosísimo glorificador del Señor Dios de los ejércitos. Ruega por nosotros.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo. Perdónanos, Señor.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo: Óyenos, Señor.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo: Ten misericordia de nosotros.
℣. Vicente se hizo servidor de todos y en todo.
℟. Sigamos sus pasos.
ORACIÓN PARA PEDIR A
DIOS LA HUMILDAD POR INTERCESIÓN DE SAN VICENTE DE PAÚL
¡Oh Jesús, manso y humilde de corazón!, puesto que has querido que
solo las almas humildes glorifiquen tu santo nombre, y que me sea negado el
asiento en tu gloria, si no te dignas hacerme humilde: concédeme esta virtud,
que me ha de hacer merecedor de tus gracias, y me ha de asegurar la posesión de
tu reino eterno. Perdóname los muchísimos pecados de orgullo que contra ti he
cometido: haz, Dios mío, que en
adelante tenga yo tanto menosprecio de mí mismo, cuanta ha sido la esclavitud a
mi orgullo, el cual detesto a tus pies desde este momento. Concédeme esta
gracia por intercesión de San Vicente de Paúl, que fue un modelo tan perfecto
de la verdadera humildad. Así sea.
GOZOS EN ALABANZA DE SAN
VICENTE DE PAÚL
Pues
que en el cielo ensalzado
Sois
del Señor siempre oído:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
De
buenos padres, más pobres
En
Pouy un lugar sin lustre,
Mas
ya de entonces ilustre
Nacisteis
Padre de pobres;
Fuisteis
Pastor desvelado,
Presagio
que habéis cumplido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Cual
israelita el Salterio
Cautivo
en Túnez cantaste,
Y
a vuestro señor sacaste
De
su mayor cautiverio;
Era
infeliz renegado,
Y
fue por Vos reducido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
De
Dios enviado al mundo
Para
su bien y provecho
En
la misión le habéis hecho
Un
bien que lo es sin segundo;
Muchos
que el cielo han ganado,
Sin
Vos lo habrían perdido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Sudar
por Dios en misiones
Fue
vuestro mayor consuelo,
Con
el incansable anhelo
De
ganarle corazones;
Rindióse
el más obstinado
Del
dulce trato atraído:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Para
niños y mendigos,
Viejos
y expuestos a males,
Cuantos
fundaste hospitales
De
vuestro amor son testigos;
Aun
muerto habéis quedado
Apoyo
del desvalido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
De
Damas la Cofradía
Y
de Hijas la Hermandad
Todas
de la Caridad
Os
confiesan Padre y guía;
Es
su instituto el cuidado
Del
pobre, enfermo y caído:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Las
duras amargas penas
Que
los galeotes sentían,
El
corazón os rompía
Al
triste son de cadenas;
Quedar
con ellos atado
Os
hizo el amor subido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Entre
otros buenos oficios
La
Iglesia está venerando
Del
ordenado y ordenando
Conferencias
y ejercicios;
Con
esto al clero habéis dado
Su
forma y ser más lúcido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Para
el que va a retirarse
Todas
vuestras casas son
Una
continua misión
Para
a Dios encaminarse;
Con
esto le habéis ganado
El
pecador más perdido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Entrado
al real Consejo
A
pesar de la humildad,
Se
os vio la sinceridad
Y
prudencia en el manejo;
Fue
todo vuestro cuidado
Que
fuese el Señor servido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
De
caridad sin más renta,
Las
obras no tienen suma,
No
hay mano, ni menos pluma,
Que
pueda sacar la cuenta;
No
hubo en fin necesitado,
Sin
ser de Vos socorrido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Esta
virtud se os ha visto
Ejercitar
de mil modos
En
haceros todo a todos
Para
ganarlos a Cristo;
Su
nombre habéis predicado
Cual
otro vaso escogido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
En
enfermos incurables
Se
vio vuestra gran virtud,
Dándoles
total salud
Con
milagros inefables;
Dan
testimonio abonado
El
mudo, ciego y tullido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
La
mujer que, con fervor,
En
los partos peligrosos,
Recurre
a Vos con sollozos,
Conoce
vuestro favor,
Con
el fruto deseado
En
las aguas renacido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Vicente
siempre constante
De
los prójimos celoso,
Con
sí mismo riguroso
De
Dios amado y amante;
De
toda virtud dechado
A
los más santos has sido:
Sed
con Dios nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
Pues
sois de Dios gran Privado
Tan
poderoso y querido:
Sed
con Él nuestro valido,
Vicente,
padre aclamado.
℣. Le preparaste, oh Dios, en tu dulzura, para
los pobres.
℟. El Señor le dio mucha virtud para anunciar
las palabras del Evangelio.
ORACIÓN
Oh Dios, que para la salvación de
los pobres y la disciplina del clero congregaste en tu Iglesia una nueva
familia religiosa por medio del bienaventurado San Vicente, te suplicamos nos
concedas, que seamos también nosotros fervientes en el mismo espíritu, amemos
lo que él amó, y practiquemos lo que enseñó. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del
Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 11 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
QUIÉN FUE
EL MAESTRO QUE INSTRUYÓ A SAN VICENTE DE PAÚL: «Díscite a me». (Aprended de mí). San Mateo XI, 29.
PUNTO PRIMERO
Convida Jesucristo Señor nuestro a todos los
hombres para que se instruyan en su seguimiento. Dios su Padre lo ha enviado a
instruir a todos los hombres, y les ha ordenado que escuchen las celestiales
lecciones que les da su Hijo: A Él habéis de
escuchar (Ipsum
audíte; San Mateo XVII, 5) Es
pura la doctrina de este Divino Maestro: la confirmó con mil prodigios; la
anunció sin ningún artificio; la publicó sin ayuda de humanos recursos que
pudieran acreditarla; fue combatida con tenacidad, perseguida con furor, y sin
embargo, ha triunfado de todo. Semejante al grano de
mostaza, el cual es a la vista menudísimo entre todas las semillas (San Mateo XIII, 32), fue creciendo, y se hizo
árbol, y vio que a sus pies se han secado las orgullosas plantas de doctrinas
nuevas. Gustaba mucho Vicente de instruirse, particularmente en las máximas
Santas de la fe, y Jesucristo era el primer maestro a quien consultaba en todas
circunstancias; observaba y estudiaba con suma
atención el modo de obrar de Jesucristo en la tierra. Si se veía en la
necesidad de hablar, de responder, de prescribir a su congregación algunas
reglas, de instruir a los pobres o a los eclesiásticos, en todo oía las
instrucciones de este divino Maestro, y ni una sola
palabra pronunciaba sin haber antes escuchado la voz del único que puede hacer
penetrar la verdad en el fondo de los corazones e inspirar el amor a ella.
Da hasta el día Jesucristo las mismas
lecciones que dio a sus discípulos; pero ¡cuán desierta está su escuela! De tal modo
nos ha aturdido el silbido de la serpiente infernal, la voz seductora del mundo
y el tumulto de las pasiones, que casi estamos sordos para aquellas saludables
instrucciones.
Danos, Señor, no solamente un espíritu aparejado para oír
tus santas palabras, sino también un corazón dócil para practicar tus instrucciones.
PUNTO SEGUNDO
Es el Evangelio
la voz de Jesucristo, y las máximas que contiene son las palabras de este
Maestro celestial. Continuamente leía Vicente este libro divino con los
mismos sentimientos que hubiera tenido al oír la voz de Jesucristo, y sacaba de
este modo excelentes instrucciones. Al meditarlas veía disiparse las tinieblas
de su espíritu; el mundo le desagradaba, se acrecentaba su esperanza y se
animaba su caridad cada día más y más. Nunca se ocupaba en vanas y sutiles
cuestiones sobre el texto del Evangelio, y como discípulo humilde que era,
consideraba solo las virtudes que enseña como el modelo de sus acciones.
Arreglaba sus pensamientos y sus designios a los oráculos del Libro sagrado;
dirigía del mismo modo los dos establecimientos que le eran más caros, el de la
Congregación de Misioneros, y el de las Hermanas de la Caridad, a los que dio
reglamentos fundados en las verdades santas, persuadido de que solo así
resistirían siempre a todas las tempestades.
Sus diarias disposiciones para leer cada día
el Evangelio, eran una profunda veneración, una fe sencilla y una intención
purísima.
A ese mismo Evangelio
acudamos nosotros, que es una fuente divina tan copiosa de gracias para
nosotros, como lo fue para Vicente; pero tengamos una fidelidad igual a la suya
para poder practicar lo que enseña.
PUNTO TERCERO
Todas las máximas que enseña Jesucristo en
el Evangelio, están confirmadas con las acciones de este Salvador divino en el
tiempo que vivió en la tierra: este era el segundo libro en donde adquiría
Vicente de Paul sus conocimientos: fijos siempre los ojos en ese perfecto
modelo, estudiaba sucesivamente los hechos de su vida, y eran, por efecto de su
amor, tan atentas y penetrantes sus miradas, que nada de lo que pasó en la
tierra a su divino Maestro, se le escondía. Así es que consideraba
a Jesucristo en su oración; lo contemplaba en medio de sus penas y sus dolores;
lo veía hablar con Dios su Padre, con sus discípulos, con los pecadores, con
sus enemigos; lo seguía a todas partes, en su soledad, en las plazas públicas,
sobre el Tabor, sobre el Calvario; y aun su fe iba a buscarlo en casa de los
pobres, de los ricos, en los tronos y en las cárceles. Queriendo
perpetuar la misión del Hijo de Dios, creyó que el mejor medio de alumbrar al mundo
era reflejar, por medio de la predicación, la luz de ese sol de toda justicia,
quiso en consecuencia imitar fielmente a Jesucristo, así como Jesucristo había
imitado a Dios su Padre.
Tenemos a la vista el mismo modelo y la
misma obligación de imitarlo; pues imitemos en nuestras obras todas sus
acciones.
¡Oh divino Jesús, vivo modelo de todos los
justos! Danos tu
mano, y condúcenos en el sendero de esta vida.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
La filosofía, la teología y los raciocinios no causan ningún efecto en nuestra alma, si Jesucristo no obra en ella, y no hablamos como él hablaba ni nos unimos a su espíritu como él se unía a Dios su Padre. Jesucristo no anunciaba otra doctrina que la que su Padre le había enseñado.
Nuestra
profesión debe ser obrar siempre siguiendo la doctrina de Jesucristo que nunca
puede engañarnos, y no conformarnos jamás con las máximas del mundo que siempre
engañan.
Nuestro
primer cuidado debe ser perfeccionarnos y buscar nuestra salud, imitando en
esto al Hijo de Dios, quien obró antes de enseñar. Es necesario practicar mucho
tiempo lo que se quiera enseñar a otro.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
No
presenta el mundo para el cristiano más que motivos de dolor y desconsuelo,
porque no hay ninguno que reflexiona en su corazón (Jeremías XII, 11). Viven los hombres en
continua disipación, y solo se ocupan en cosas terrenas.
¿No es, pues, esta situación la nuestra? ¿Y deseamos
salir de este estado funesto?
Acordémonos de que Jesucristo es nuestro
verdadero Maestro, y de que solo él puede enseñarnos la verdad: imprimamos sus
máximas y su doctrina en nuestro espíritu y en nuestro corazón; digámosle
frecuentemente como Samuel y como San Vicente de Paúl: Habla, Señor, que tu siervo oye (I Reyes III, 10).
Leamos
con particular atención el capítulo quinto del Evangelio de San Mateo;
meditemos los consejos y mandatos que en él se hallan, y hagamos de ellos la
regla de nuestra conducta.
No nos contentemos con una reflexión
superficial, con la cual se percibe la verdad rápidamente y a lo lejos; es
preciso grabarla en el corazón, penetrar bien de ella a nuestro espíritu y
dirigir por ella nuestros pasos.
Pidamos a San Vicente la gracia de sacar fruto de
nuestras meditaciones y de ejecutar fielmente las resoluciones que hagamos.
Señalemos todos los días un momento para
examinar si hemos sido fieles a estas resoluciones.
—Tres
Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los
Gozos se rezarán todos los días.
DÍA TERCERO – 12 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
MANSEDUMBRE
DE SAN VICENTE DE PAÚL: «Díscite a me quia
mitis sum». (Aprended de mí, que
soy manso).
San Mateo XI, 29.
PUNTO PRIMERO
La mansedumbre fue
la primera lección que Vicente aprendió en la escuela de Jesucristo, a pesar de
que su temperamento bilioso era un obstáculo para la adquisición de esta
virtud; pues no están libres de pasiones los santos mientras viven en la
tierra, y lo único que consiguen es dominarlas. Tan completamente triunfó
Vicente de la cólera, y tomó tales precauciones para reprimir hasta los más
ligeros movimientos de ella, que nadie podía notárselos. ¡Cuántos esfuerzos le costaría alcanzar
esta victoria! Atacado muchas
veces por violentos sentimientos, lograba impedir que la cólera obrase en sus
sentidos exteriores, guardando silencio luego que se sentía conmovido por esa
pasión. Llegó hasta el punto de creer temible el ardor que le inspiraba el
celo, y por lo mismo, siempre que quería hacer algún bien, aguardaba a que se
restableciese en su alma la tranquilidad.
Cuando se le escapaba alguna expresión que
manifestaba impaciencia, se castigaba con la mayor severidad, y hacía cuanto le
era posible para reparar su falta. Unas veces confesaba públicamente aquello en
que se creía culpable; otras se arrodillaba a pedir perdón por el escándalo que
suponía había dado con acciones que otros apenas habían notado; ya, para
reparar el daño inapreciable que se suponía haber causado a alguno, le hacía
servicios importantes con el mayor agrado; ya, para alcanzar nuevas fuerzas y
valor para resistir otros ataques, repetía ardientes súplicas a Dios; y de este
modo logró Vicente cambiar su carácter e imitar a Jesucristo en su mansedumbre.
Empleemos las mismas armas, y con ayuda de
la gracia de Dios alcanzaremos los mismos beneficios.
PUNTO SEGUNDO
No contento Vicente con estos primeros
triunfos, creyó que no era bastante aprender en la escuela de Jesucristo a
castigar severamente hasta el más pequeño movimiento de cólera, sino que,
estando obligado a vivir en sociedad, era preciso practicar la mansedumbre, que
es el lazo más suave que nos une. Para conseguir esto, volvió
los ojos a su Maestro y modelo Jesucristo, y observó el encanto que acompañaba
a sus palabras, la serenidad de su frente, la afabilidad con que admitía a los
niños, a los pobres, a los pecadores y a los enfermos; la bondad con que
trataba a sus discípulos, aun a los que eran groseros e ignorantes; la
tranquilidad con que se mantenía en medio de la mucha gente que lo rodeaba, y
quiso Vicente imitarlo en todo. Con este objeto a nadie se negaba, y a
todos recibía con el mayor agrado, aun cuando lo agobiase el peso de las
ocupaciones; a todos oía con igual atención y tranquilidad, los servía con el
mismo celo, y despedía satisfechos o consolados; pues si se hubiese manifestado
a alguno o enfadado, o distraído o lleno de quehacer, hubiera temido quebrar la caña cascada, o acabar de apagar la mecha que aún humea (San Mateo XII, 20).
Cuando el celo o el deber le obligaba a
hacer alguna corrección, la mezclaba con tanta cordialidad y terneza, que le
quitaba toda asperidad y amargura.
Con tan afables modales atraía Vicente un gran número de
personas a su congregación de San Lázaro, y se ganaba el cariño de todas las
clases de la sociedad. De este modo aseguró el buen éxito de las
muchas y muy difíciles empresas que acometió, las cuales parecía que se
lograban por un verdadero prodigio; pero su dulzura penetraba en todos los
corazones, y al punto se rendían a sus deseos.
Así es como nosotros podremos poseer la
tierra (San
Marcos IV, 4)
y ganar almas
a Dios.
PUNTO TERCERO
Es preciso notar todavía a qué clase de
pruebas se puso la mansedumbre de Vicente, pues fueron algunas harto funestas,
y de todas, no solo supo conservar la calma de sus días serenos, sino que se
manifestó más grande, y brilló con más esplendor su mansedumbre.
Las enfermedades dolorosísimas que padeció, las calumnias
más atroces, las reconvenciones menos merecidas, la pérdida de sus bienes, de
sus amigos, y, sobre todo, la de los mejores miembros de su congregación, nada
fué capaz de perturbar la tranquilidad de nuestro Santo. Una mirada hacia
Dios, dueño absoluto de cuanto existe, otra mirada hacia sus pecados que lo hacían
digno, decía Vicente, de castigos aún más grandes, sufocaban cualquier
movimiento de impaciencia, daban a su semblante un aire de contento, y le hacían
dirigir al Señor cánticos de acciones de gracias.
No contento con esto, después de pagar a
Dios el tributo de su reconocimiento, lo extendía a los autores de sus
desgracias, pues lejos de manifestar a estos desagrados, los disculpaba,
publicaba cuanto bien sabia de ellos, y creía deberles algún favor; de modo que,
para obtener alguna gracia de Vicente, o para que fuese alguno recibido con
particular distinción, bastaba que hubiese puesto a prueba la paciencia del
siervo de Dios.
Y ¿por qué no hemos de tener valor para seguir tan bellos
ejemplos? La misma recompensa está reservada a la misma fidelidad.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
La dulzura sufre los defectos y los malos procedimientos del prójimo, para atraerlo con estas consideraciones hacia el conocimiento y amor de Dios.
Muchas veces no se necesita más que una expresión
de caridad para convertir un corazón obstinado; así como basta otras veces una
palabra dura para desconsolar un alma y derramar en ella un dolor amargo que
puede ser muy dañoso.
La dulzura y la afabilidad son poderosísimas
virtudes para ganar almas a Dios.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
Para concebir una idea sublime de la virtud
de la mansedumbre, basta notar que Jesucristo, quien la poseyó en grado
eminente, quiere que aprendamos de Él a practicarla: “Aprended de mí que soy manso”, nos dice el Salvador
divino.
¿Queremos imitar a este divino modelo? Pues conservemos la paz de nuestra alma;
vigilemos sobre todos los movimientos de nuestro corazón; reprimamos el ímpetu
de todas muestras pasiones, y particularmente de la cólera; evitemos la
inquietud de nuestras acciones, y mantengámonos en un continuo y constante
recogimiento.
Adoptemos por máxima invariable no decir ni
hacer nada que pueda ofender o aun desagradar a otro. Suframos con paciencia lo
que pueda causarnos enfado; acostumbrémonos a considerar como un bien las más
atroces injurias que nos hagan, y regocijémonos por ellas en Jesucristo nuestro
Señor, acordándonos de lo que ha sufrido por nosotros en su pasión.
Para imitar y honrar hoy a San Vicente de
Paúl, hagamos algunos actos interiores y exteriores de mansedumbre, y repitamos
esta súplica: Jesús, manso y humilde
de corazón, ten piedad de nosotros.
—Tres Padre
nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los Gozos se
rezarán todos los días.
DÍA CUARTO – 13 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
HUMILDAD
DE SAN VICENTE DE PAÚL:
«Díscite a
me, quia mitis sum et húmilis corde». (Aprended de mí
que soy manso y humilde de corazón). San Mateo XI, 20.
PUNTO PRIMERO
Fue la humildad la
virtud que más apreció Vicente y la que con más anhelo buscó toda su vida; y
como las humillaciones son el camino más seguro para alcanzarla, con ansia las deseaba,
eran su elemento y el objeto de sus delicias. Su
deseo favorito era permanecer en la baja esfera de su nacimiento, y por eso mil
veces manifestó el pesar que tenia de que lo hubiesen elevado a la dignidad del
sacerdocio; y Dios se complacía en sacarlo de la oscuridad que amaba para que
lo sirviese en sus altos designios. No fue menos fiel nuestro Santo en
recordar por todas partes la bajeza de su esfera, la fealdad de sus pecados y
la perversidad de sus inclinaciones.
Gusto tenía en decir a todo el mundo cuán
despreciable era su nacimiento, su educación, su persona y su conducta: y
cuando Dios se servía de él para obrar algún bien, declaraba sinceramente que
ninguna parte tocaba al siervo elegido; todo el mérito lo atribuía a las
fervorosas oraciones de unos, a los prudentes consejos de otros o a la
docilidad de aquellos. A Dios dejaba toda la gloria, plenamente convencido de
que era un siervo inútil, o, usando de sus expresiones, que era un asombro de
malicia, más malo que el mismo Demonio, quien no mereció tan justamente el
infierno como lo merecía el miserable Vicente. Aprovechaba
con ansia las ocasiones que se le presentaban de ser avergonzado y
menospreciado; y nosotros ¡cuán distantes estamos de una humildad tan profunda!
PUNTO SEGUNDO
Las humillaciones voluntarias que sufrió
Vicente nos dan a conocer bastante el grado de su amor a la humildad; mejor lo
conoceremos considerando las inesperadas humillaciones que soportó. Vicente fue calumniado y fue honrado: unos lo
consideraban como a santo, como al padre de los pobres y refugio de todos los
desgraciados; otros lo tenían por un ignorante, hipócrita, ladrón y simoniaco;
y Vicente se esforzaba en desengañar a los primeros, y delante de Dios se
afligía porque no podía hacerles mudar de opinión respecto de su piedad, que él
juzgaba aparente y muy distante de la piedad interior y verdadera: oponía sus
pecados a los elogios que de él se hacían y tanto merecía; y con el fin de huir
las aclamaciones de los que le oían enseñar y predicar, se iba a esconder en
las pequeñas aldeas, y se dedicaba a enseñar a los pobres labradores.
Respecto de los que lo calumniaban, tan
lejos de odiarlos, se unía a ellos, y a sí mismo se injuriaba más de lo que sus
enemigos desearan, y solo se detenía hasta donde la verdad se lo permitía. Le
agradaba oírlos, y nunca trataba de justificar su conducta.
Nunca se dejó seducir por el pretexto, en
apariencia tan racional, de mirar por la reputación del jefe de una comunidad
que comenzaba a acreditarse.
Cuando, en cualquiera parte, ocupaba el
último lugar, permanecía en él con mucho placer; y si alguno le instaba para
que ocupase otro distinguido, se oponía a ello fuertemente, y solo por la
obediencia se le obligaba a hacerlo; y a pesar de esto, siempre conservaba un
secreto deseo de volver a su humilde lugar, así como la piedra continuamente
tiende a su centro.
PUNTO TERCERO
También en la escuela de Jesucristo aprendió
Vicente una lección que hasta entonces parecía ignorada de todos, y consistía
en amar, no solo las humillaciones que le eran personales, sino también las que
ajaban injustamente a alguna parte o a toda su congregación: nada hacía para
evitarlas o rechazarlas, y antes bien daba a Dios gracias como si fuese un
particular beneficio; amaba como a bienhechores a
los que la ultrajaban, los elogiaba y servía en cuanto le era posible, y aun
admitía la opinión de los que miraban su congregación como la más miserable y
menos útil para la Iglesia.
Enseñó Vicente esta lección a sus hijos;
nueva para todos, pues hasta entonces se había creído que las comunidades eran
como los estados, y que, así como los súbditos se convierten en soldados cuando
se trata de vengar la injuria que se hace al príncipe, así también deben los
miembros de una comunidad defender el honor de esta cuando sea atacado.
Autorizaban otros muchos pretextos esta conducta; pero guiado Vicente por
principios más sublimes, creía por el contrario que no podía tener honor más
grande su congregación que verse sumergida en la más profunda humillación. La vio
en efecto en este estado, y por ello bendijo mil veces al Señor, dejando a su
voluntad el recobrar la opinión perdida cuando bien le pareciese, y
contentándose con oponer el silencio y las buenas obras las atroces calumnias
que le dirigían.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
Recurramos con frecuencia al amor de nuestra propia
abyección, para hallar en él un seguro refugio contra los continuos movimientos
interiores, que determina en nosotros la funesta inclinación que todos tenemos
al orgullo.
Dejemos a Dios toda la
gloria, y no guardemos para nosotros más que el menosprecio y la confusión, que
es lo único a que somos acreedores.
Debe cada
uno decirse a sí mismo: Aun cuando posea todas las virtudes, si no tengo la de
la humildad, vivo engañándome, pues creo que soy virtuoso, y no soy más que un
soberbio fariseo.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
La humildad no
es solamente virtud de los perfectos cristianos, sino una virtud necesaria para
quien quiera salvarse. A todos habla Jesucristo cuando dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallareis el reposo para vuestras almas.
Para que podamos adquirir esta virtud,
debemos empeñarnos en conocer cuán grande es nuestra miseria. Jamás hablemos en
favor nuestro; reprimamos cualquier sentimiento de aprecio hacia nosotros
mismos; pues cuesta menos trabajo impedir que entre en nuestro corazón el
sentimiento de orgullo, que arrojarlo de él cuando ya ha entrado.
Suframos con paciencia las afrentas que nos
hagan y los motivos de humillación que se presenten a nuestro espíritu, y
confiemos en estas palabras de nuestro Señor: Cualquiera
que se ensalza, será humillado; y quien se humilla, será ensalzado (San Lucas XIV, 11).
Comencemos desde hoy a hacer algunos actos
de humildad.
Roguemos a la Santísima Virgen que nos
alcance de Dios esta virtud: por su humildad se hizo María merecedora de ser Madre de
Dios.
Roguemos
también a San Vicente que la pida al Señor para nosotros.
—Tres
Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los
Gozos se rezarán todos los días.
DÍA QUINTO – 14 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
AMOR DE
SAN VICENTE A LA POBREZA: «Beáto páuperes». (Bienaventurados los pobres). San
Mateo V, 3.
PUNTO PRIMERO
Buscó con empeño
Vicente la pobreza y desprecio, y temió la riqueza: semejante felicidad
se ambiciona poco, pero él conoció todo el valor de ella.
Siempre fue para
él muy terrible el anatema que Jesucristo lanzó contra los ricos, y siempre vio
en la abundancia muchos peligros.
Sacó muchas instrucciones de la historia de
los tiempos pasados; reflexionó en los felices principios que han tenido las
órdenes religiosas, y vio que la piedad florecía en el seno de la pobreza.
Recorriendo luego los siglos posteriores, halló que tras de la opulencia
entraron en los claustros la relajación de la disciplina regular, el espíritu
del mundo, el lujo, el orgullo y el desorden. Observando además cuál había sido
la suerte de los hijos de la Iglesia, notó que Jesucristo pobre les había
comunicado una piedad fervorosa, la que se había sostenido con brillo en medio
de las privaciones de la pobreza; pero que este fervor se había ido debilitando
y aniquilando desde que sus hijos habían gustado la leche de las naciones, y se
habían nutrido con los alimentos de los ricos y poderosos del siglo. Temió
Vicente que no sucediese igual desgracia a su Congregación, y para evitarlo la
exhortaba continuamente a que considerase la pobreza como impenetrable baluarte
en donde resistiría los ataques de sus enemigos, asegurando que nunca perecería
más que por causa de los pecados y vicios que necesariamente acompañan a la
opulencia.
PUNTO SEGUNDO
Para evitar que se contaminase con esos
vicios y pecados la congregación, fundo Vicente en una pobreza tan bien
calculada, que a nadie podía ser gravosa. No le procuró más rentas que las
absolutamente necesarias para servir al público gratuitamente. La pobreza que Vicente practicó e hizo observar a su
comunidad, consistía en tomar alimentos muy corrientes y en cantidad necesaria
para quitar el hambre, según previenen los cánones; en vestir sencilla y
modestamente, contentarse con muebles semejantes a los del profeta Eliseo; no
tener nada superfluo, ni curioso, ni exquisito; poseer, con sujeción al
superior, cuanto se tenga, y considerarlo todo como prestado, y con buena
disposición para devolverlo; procurar ser inferior a los compañeros en el
alimento, vestido y alojamiento; privarse algunas veces aun de lo necesario, y
alegrarse de esta privación; tener a bien que las economías que se hagan no se
depositen y guarden con detrimento de los pobres, sino que les sean fiel y
prontamente entregadas. Se complacía Vicente en este género de pobreza,
y en medio de ella encontraba tesoros ocultos, se nutrían su humildad y
confianza en Dios, se sujetaba perfectamente a la Providencia, y privando de
alimento a sus pasiones, las debilitaba más cada día.
PUNTO TERCERO
El amor a la pobreza inspiraba a Vicente los
más tiernos sentimientos de cariño y respeto a los pobres: le parecían estos
tanto más grandes cuanto más despreciables son a la vista del mundo, pues el
estado de ellos le representaba el de Jesucristo, quien se hizo pobre por
enriquecernos; y viendo en ellos al Salvador, se complacía en acompañarlos.
Estos sentimientos le determinaron a que se consagrase al servicio de ellos
como objeto muy interesante para su salvación.
La ternura con que Vicente miraba a los
pobres, le sugirió mil proyectos para socorrerlos: edificó
asilos tan amplios y cómodos, que más bien parecían soberbios palacios que
casas destinadas a la indigencia; señoras de la más elevada categoría, cediendo
a la fuerza de las exhortaciones de Vicente, se dedicaron al servicio de los
pobres, y han sido edificación de la capital, de las villas y aun de los mismos
pobres.
A esta noble comunidad, dedicada al servicio
de los indigentes, unió Vicente una congregación de
modestas doncellas, a quienes dio el nombre de Criadas de los pobres, y cuyo
instituto era servirlos, prepararles y llevarles los alimentos y medicinas que
necesitaban, y tratarlos con el cariño y respeto que se debe a Jesucristo.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
Nos
concede Dios una gracia muy particular cuando nos priva de todo lo que puede
hacernos de semejantes a Jesucristo, que nada poseía sobre la tierra. ¿Pudiéramos encontrar situación más ventajosa y más agradable a
su Majestad que aquella en que nos ha colocado?
Seamos
humildes, y alegrémonos de ser pobres, pues sin esto no seremos perfectos
discípulos de Jesucristo.
Nunca es el hombre más rico que cuando es
semejante a Jesucristo.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
Queriendo el Hijo de Dios libertarnos de la
esclavitud de la concupiscencia, que es la fuente de todos los males, vino a enseñarnos con su doctrina y ejemplo que son
bienaventurados los pobres.
Renunciemos el espíritu del mundo que no
conoce ni gusta más que de los bienes perecederos: penetrémonos
del espíritu de Jesucristo, quien amó tanto la pobreza, que no tuvo donde
reclinar su cabeza en el tiempo que vivió sobre la tierra.
Y si no tenemos bastante valor para vender
lo que tenemos y dar a los pobres, al menos disfrutemos de nuestros bienes
tomando lo necesario para satisfacer nuestras necesidades, y dando lo restante
a quien más lo necesite.
Para entrar en tan santa disposición, sacrifiquemos hoy lo superfluo y démoslo a los
indigentes.
Pidamos a Dios, por intercesión de San Vicente, que nos
infunda el amor que este Santo tenía a los pobres y a la pobreza.
—Tres
Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los
Gozos se rezarán todos los días.
DÍA SEXTO – 15 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
CARIDAD DE
SAN VICENTE DE PAÚL: «Illi viri misericórdiæ
sunt, quórum pietátes non defúerunt». (Aquellos
fueron varones misericordiosos y caritativos, cuyas obras de piedad no han
caído en olvido). Eclesiástico
XLIV, 10.
PUNTO PRIMERO
Un hombre misericordioso es un tesoro
abierto para todo el mundo, y de donde todos pueden sacar provecho: encuentra el pobre un asilo y el rico un modelo; es una
viva imagen de la bondad divina y un conducto de que Dios se vale para
distribuir sus bienes a los indigentes.
Esto fue Vicente de Paúl; pues habiendo, por
decirlo así, nacido con él la misericordia, se compadeció de todas las
necesidades de sus hermanos, y a todos los recibió en el seno de su inmensa
caridad. No contento con una estéril compasión, los socorrió con tan eficaces
medios, que su duración representa a los ojos de la fe la eternidad de la
Providencia: la variedad y multitud de aquellos representa su inmensidad, y los
efectos prodigiosos de ellos, la fecundidad de la inefable Providencia. Visitó a los enfermos, consoló a los afligidos, y fue como el
Santo Job, ojo para el ciego, pie para el cojo (Job XXIX, 15) y báculo para el anciano.
¡Bendito seáis mil y mil veces, Dios mío, porque diste a
los pobres tan grande apoyo y a los ricos tan bello ejemplo, y no permitas que
se limite mi caridad a una estéril admiración de la tierna y activa de este
santo sacerdote!
PUNTO SEGUNDO
La caridad de
San Vicente de Paúl fue verdaderamente prodigiosa por su extensión, pues cuidó
de toda clase de miserables. Los niños abandonados de crueles y
parricidas madres; los viejos desamparados, agobiados con el peso de los años y
de las enfermedades, arrastrando por las calles y plazas los restos de una vida
tal vez desarreglada; los galeotes, muchas veces más cargados de los
remordimientos, que de las cadenas que los detenían en las galeras; los pobres
enfermos, tanto más acreedores a los socorros de los ricos cuanto que sus
enfermedades les impedían solicitar la limosna; provincias enteras desoladas
por la guerra y el hambre; todo esto fue una parte de los objetos de los tiernos
afanes de Vicente de Paúl. Aún subsisten los monumentos de su misericordia: la
asamblea de las Damas de la Caridad, que en tantas parroquias estableció, y
principalmente las Hermanas de la Caridad, que se han establecido en muchos
estados de Europa, perpetuarán la caridad de Vicente.
¡Oh admirable fecundidad de la misericordia
de un solo hombre, o por mejor decir, de la misericordia de Dios, de quien
siempre fue Vicente el fiel ministro!
Y si tenemos tan frecuentemente a la vista
miserias semejantes a las que Vicente alivió tan tierna y abundantemente, ¿por qué no se
siente nuestro corazón animado de la misma caridad?
PUNTO TERCERO
Nuevo objeto de sus caritativos cuidados
encontró Vicente las víctimas de las enfermedades
espirituales, en los pecadores; quienes son tanto más dignos de
compasión, cuanto que no conocen la grandeza de sus males, son negligentes para
procurar a su alma los remedios que necesita, y muchas veces repelen la mano
caritativa que quiere curarlos.
Tan deplorable estado excitó la compasión de
Vicente, y no pudo su generoso corazón resolverse a ver perecer a sus amigos y
hermanos sin darles una mano benéfica. Para obtener la conversión de los
pecadores, nada perdonó nuestro Santo: oraciones,
lágrimas, ayunos, penitencias corporales, instrucciones, buenos ejemplos; y
todavía no contento con hacer todos estos esfuerzos durante su vida, quiso en
cierta manera perpetuarlos, estableciendo su congregación, comunicándole su
espíritu, y encargando a sus discípulos que transmitiesen de edad en edad los
sentimientos de celo y de caridad que les inspiró.
Roguemos a Dios por la conservación de una
congregación tan útil a la Iglesia: nos obliga a ello el reconocimiento, y nos
convida el propio interés.
«Despierta, Señor, el celo activo de Vicente de Paúl en
todos los miembros del clero; infunde en nuestro corazón la ardiente caridad
que animaba a este santo sacerdote mientras moró en la tierra, y que después de
la muerte lo hizo merecedor de la corona que goza en el cielo».
Roguemos también por todas las comunidades de Hermanas de
la Caridad que están establecidas en tantos lugares de la tierra, para que por
intercesión de su padre Vicente de Paúl, se digne Dios conservar en sus
caritativas almas la compasión activa y generosa de su piadoso instituto.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
Mira sin espanto el momento de la muerte quien durante su
vida ama a los pobres; pues el Espíritu Santo ha dicho: «Bienaventurado aquel que piensa en el necesitado y en el pobre:
el Señor le librará en el día aciago»
(Salmo XL, 2).
La luz de
la fe nos hace ver en los pobres la verdadera imagen del Hijo de Dios, quien no
contento con ser pobre, quiso que le llamasen el Maestro, el Doctor, el Padre
de los pobres.
¡Cuán hermoso es ver a los pobres cuando se
considera a Dios en ellos y el aprecio que de ellos hizo Jesucristo!
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
La caridad para con el prójimo es la prueba
más cierta del amor que tenemos a Dios. El Apóstol San Pablo nos asegura que «quien ama al prójimo, tiene cumplida la ley» (Romanos XIII, 8). La
caridad, por ser la más sublime de todas las virtudes, forma el carácter
distintivo del verdadero cristiano.
Tengamos mucho cuidado en
que Jesucristo nos reconozca como discípulos suyos en este carácter particular.
Recordemos con frecuencia estas palabras de Nuestro Señor: «Yo tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis
de beber; era peregrino, y me hospedasteis: estando desnudo, me cubristeis;
enfermo, y me visitasteis; encarcelado, y vinisteis a verme y consolarme. En
verdad os digo, siempre que lo hicisteis con alguno de estos mismas pequeños
hermanos, conmigo lo hicisteis» (San
Mateo XXV, 35-36 y 40).
Meditemos también con atención sobre estas
palabras del Apóstol San Juan: «Hijitos míos, no
amemos solamente de palabra y con la lengua, sino con obras y de veras». (I Epístola, III, 18)
Para dar testimonio de nuestro amor a nuestros hermanos,
no basta visitarlos en sus enfermedades; consolarlos con tiernas palabras en
sus aflicciones; desearles en sus necesidades toda clase de bienes, y pedir a
Dios que los ampare y llene de bendiciones; sino también es necesario darles de
buena voluntad socorros efectivos y materiales.
Meditemos en los caracteres que señala San
Pablo a la caridad: «La caridad es
sufrida, es dulce y bienhechora: la caridad no tiene envidia, no obra
precipitada ni temerariamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus
intereses, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia,
complácese, sí, en la verdad: a todo se acomoda, cree todo el bien del prójimo,
todo lo espera y lo soporta todo» (I
Corintios XIII, 18).
Roguemos a
San Vicente para alcanzar esta virtud.
—Tres
Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los
Gozos se rezarán todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 16 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
CELO DE
SAN VICENTE POR LA REFORMA DEL CLERO: «Sacerdótes Sion
índuam salutári, et sancti ejus exsultatióne exsultábunt» (Revestiré a sus sacerdotes de santidad; y sus santos saltarán
de júbilo). Salmo
CXXXI, 16.
PUNTO PRIMERO
Fue el clero
para Vicente uno de los principales objetos de su celo, cuando vio penetrado de
dolor, que habían marchitado el lustre del sacerdocio los desórdenes y la
ignorancia; y la reforma la comenzó por sí mismo, dedicándose a observar
una conducta digna de la eminencia de su estado, aunque sin tener para ello
maestro ni guía que lo condujese. Recibió los
órdenes sagrados lleno de un santo temor, y toda su vida manifestó el más
humilde pesar de haberlos recibido.
Y para reparar lo que
llamaba su temeridad, se dedicó con gran empeño a estudiar las reglas de un
estado tan santo y sublime; conoció la inmensa extensión de las obligaciones
que impone, y sintió todo el peso de ellas. Siempre
consideró el sacerdocio como una participación de la misión de Jesucristo: idea
que al paso que aumentaba su temor, aumentaba también el deseo de imitar al
Sacerdote Soberano, de penetrarse más y más de su espíritu y continuar sus
trabajos, de destruir el poder del Demonio y establecer el reino de Dios en
todas partes con ayuda de los medios que Jesucristo había empleado.
Ofrecía a Dios todos los días con la víctima
santa, su propio corazón abrasado de puro amor y su cuerpo mortificado por
austeras penitencias; y la extensión de su celo abrazaba a todo el mundo, pues
por todos dirigía a Dios sus oraciones.
En fin, en su persona se veía el modelo tan
perfecto de un santo sacerdote, que San Francisco
de Sales no dudó asegurar que Vicente de Paúl era el sacerdote más digno de
serlo de cuantos había conocido.
PUNTO SEGUNDO
No se limitó el celo de Vicente por el honor
del sacerdocio a su propia perfección, sino que lo extendió a todos los que
aspiraban a ese estado.
Los Padres del
concilio de Trento habían ya conocido la necesidad que había de dar una
educación adecuada a las funciones de los sacerdotes a todos los jóvenes que se
dedicaban a la carrera eclesiástica; pero a pesar de los deseos de los
obispos de Francia, no se habían podido establecer los seminarios. Vicente
ejecutó por primera vez el proyecto, arregló los ejercicios, formó los
directores, y el buen éxito de sus trabajos demostró a todos, que haciendo lo
que él había hecho, se debía esperar conseguir los mismos resultados.
A su ejemplo emprendieron otros virtuosos
eclesiásticos semejantes proyectos: Vicente
elogiaba su celo y los ayudaba con sus consejos, y de este modo se
multiplicaron en poco tiempo los seminarios en la Iglesia de Francia. Se
sujetaba a pruebas la vocación de los que se dedicaban al sacerdocio, se
perfeccionaban sus costumbres, se cultivaban sus talentos, y llegando a tener
la aptitud necesaria para desempeñar sus funciones eclesiásticas, se
diseminaron por todas las diócesis, llevando a todas partes la luz de la
instrucción y la antorcha del amor divino; despertaron
la piedad en los corazones de los pueblos, y volvieron a dar al clero su brillo
primitivo.
PUNTO TERCERO
Era de temer que al volver al mundo los
eclesiásticos que habían sido educados en los seminarios, perdiesen la piedad
que en ellos habían adquirido, o por lo menos que se entibiase su reforma; pues
la más sólida piedad no está al abrigo de esto, y a muy buenos principios
siguen algunas veces acontecimientos muy fatales, particularmente cuando el
grado de perfección a que se ha llegado es eminente. Previendo Vicente estas
desgracias, le sugirió su celo dos caminos para evitarlas y conservar siempre
en sus discípulos el mismo fervor: el primero, las
conferencias eclesiásticas, y el segundo el retiro anual.
Los comprometió a reunirse una vez en la
semana para tratar de las virtudes, de las obligaciones y peligros de su
estado, y se comunicaban mutuamente por este medio sus luces y sus sentimientos
para ilustrarse y animarse más y más; experimentando de este modo el efecto de
la consoladora promesa de Nuestro Señor, de estar presente en medio de sus
discípulos, siempre que se reúnan dos o tres en su nombre.
Por medio de los
retiros espirituales de cada año quiso Vicente retirar del mundo a sus
discípulos y hacerles respirar a algunos el aire saludable de la casa en que se
habían formado en la virtud, pues Dios habla al corazón, en la soledad, y el
alma se nutre allí con el maná celestial; en
la soledad se contemplan más de cerca las grandes verdades de la religión, y
entra uno en sí mismo a descubrir sus debilidades; también allí se renueva el
fervor, y lleno del espíritu de Dios, se comunica a los pueblos el fuego divino
que se ha encendido en el corazón con la meditación de las verdades santas.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
La señal
que hay para conocer que somos llamados a las funciones eclesiásticas es no
entrar en ellas por nosotros mismos ni por medios puramente humanos.
Son los eclesiásticos vivas imágenes del
poder del Creador; deben pues tener mutuos sentimientos de un respeto y amor
particulares.
La salud de los cristianos depende de la
bondad y celo de los sacerdotes, y por esto un buen sacerdote es un gran
tesoro.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
«Dios mandó a cada uno el amor de su
prójimo» (Eclesiástico
XVII, 12),
y por esto todos debemos ser celosos de la santificación de nuestros hermanos,
y de la gloria de Dios: de este modo aseguramos
nuestra eterna salud.
Sea nuestro celo animado por la caridad, arreglado por la
prudencia y acompañado de la mansedumbre.
Comencemos desde luego a ponerlo en
práctica, teniendo presentes estas palabras del Hijo de Dios: ¿De qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su
alma?
Guardémonos de tener el celo indiscreto que
todo lo emprende; pues las más veces es efecto de un carácter impetuoso, de una
actividad natural y de una secreta ambición.
No temamos exponer, si es necesario, nuestra
fortuna, nuestra reputación y aun nuestra vida, por salvar las almas.
Veamos con amargo dolor los ultrajes que se
hacen a Dios, y empleemos cuantos medios estén a nuestro alcance para
impedirlos o repararlos, y corregir a aquellos que lo ultrajen en nuestra
presencia.
Hagamos súplicas y oración siempre que
nuestro celo nos haga emprender alguna buena obra.
En cuanto esté de nuestra parte, procuremos que
la Iglesia tenga buenos ministros, mediante nuestras oraciones y buenas obras.
Pidamos a Dios, por intercesión de San Vicente, un celo
semejante al de este gran santo.
—Tres
Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los
Gozos se rezarán todos los días.
DÍA OCTAVO – 17 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
PRUDENCIA
Y SENCILLEZ DE SAN VICENTE DE PAÚL:
«Estóte
prudéntes sicut serpéntes, et símplicem sicut colúmbæ» (Habéis de ser prudentes como serpientes, y sencillos
como palomas). San
Mateo X, 16.
PUNTO PRIMERO
Son la prudencia y la
sencillez dos virtudes tanto más preciosas, cuanto que es muy difícil
encontrarlas reunidas, pues a primera vista parecen opuestas la una a la otra,
y se diría que una no puede elevarse más que sobre las ruinas de la otra.
Es la prudencia circunspecta, reservada y
cuidadosa de ocultar sus proyectos; la sencillez es sincera, ingenua y siempre
tiene el corazón en los labios.
Supo Vicente reunir tan
bien estas dos virtudes, que la sencillez nada perdió de su sinceridad, ni la
prudencia de su discreción, porque dimanaban las dos de una fuente pura, esto es, de la intención
de buscar el reino de Dios y su justicia (San Mateo VI, 33), y establecerlas en todos
los corazones. Esta era la única ambición de Vicente, el móvil y el objeto de
todas sus acciones, sin perderlo de vista jamás: y para lograr sus miras,
siempre seguía el camino más derecho y más traqueado, alejándose de esas
veredas tortuosas, desconocidas de nuestros padres, y que miraba siempre con
horror; por lo que nada pudo obligarlo a ocultar sus pasos, a disfrazar sus
sentimientos, a emplear el disimulo. En la dirección de sus religiosos, en el
gobierno de las parroquias, en las asambleas de las damas de la Caridad, en el
régimen interior de las dos comunidades que fundó, en medio de los pobres y en
los palacios, conservó siempre los mismos principios, las mismas máximas, el
mismo modo de pensar y de obrar, es decir, que siempre
fue sencillo como la paloma y prudente como la serpiente.
PUNTO SEGUNDO
Difícil es determinar cuál de estas dos
virtudes fue la que más contribuyó al buen éxito de las empresas de Vicente.
Las buenas obras en que se ocupó exigían muchas veces que reuniese para su
cooperación un gran número de personas de carácter, condición e intereses
enteramente distintos; y, sin embargo, era preciso que contribuyesen todas al
mismo fin, y Vicente sabía hacerse el centro de todas las acciones. Solo con
que él emprendiese alguna buena obra, o la propusiese, al punto se sentían
todos inclinados, por un secreto placer, a cooperar a ella, desaparecían los
obstáculos más grandes, y se verificaba el bien.
Por su sencillez
todo lo que proponía lo presentaba bajo su verdadero punto de vista, como una
obra verdaderamente de Dios: por su prudencia, sabía elegir los medios, vencer
las dificultades, disipar el temor, conciliarse todos los corazones, y tan
suaves luces infundía en los espíritus, que nadie sabía cómo se habían disipado
sus tinieblas; todos entraban en acción, contribuían a la buena obra, o por lo
menos elogiaban la prudente sencillez de Vicente.
Este es el inocente artificio que empleó
Vicente para proyectar, comenzar y consumar con buen logro los más grandes
establecimientos y para darles fundamentos inmortales.
PUNTO TERCERO
Estuvieron a
prueba y se ejercitaron la prudencia y sencillez de Vicente, en los días
tempestuosos para la Iglesia y el Estado en que vivió.
Siendo miembro del consejo de la regencia y
jefe de la congregación que fundó, no pudo disfrutar la tranquilidad de una
vida retirada, y en medio del bullicio sufría amenazas, desprecios y calumnias.
Unas veces lo llenaban de elogios, y otras de
injurias.
Algunos espíritus astutos trataron de
sorprenderlo, creyendo que sería fácil cosa al ver su sencillez; pero en el
momento preciso se manifestaba su prudencia. Tuvo necesidad de tratar con
multitud de personas de caracteres diferentes, dirigió negocios muy delicados y
espinosos, y jamás se le notó agitación ni trastorno alguno. Con su sencillez confundía al más astuto, y con su
prudencia moderaba al más exaltado: los esfuerzos de los mismos que se
oponían a sus empresas los dirigía de tal manera que le servían para sus fines,
y convertía en medios de llegar a ellos los obstáculos que se le presentaban. Con esas dos virtudes permanecía Vicente firme en los
pasos más difíciles, y siempre salía de ellos con el mérito y la reputación de
santo.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
Para ser verdaderamente sencillo, es
necesario no llevar otro fin más que el de agradar a Dios, a quien el doblez no
le agrada en manera alguna.
La santa
prudencia que nos recomienda Jesucristo en el Evangelio, es aquella que se
propone siempre un fin divino, y que adopta todos los medios adecuados a este
fin. Dos maneras hay de hacer una buena elección de estos medios: la
primera es consultar la razón, aunque sea siempre
débil; la segunda es consultar la fe y las
infalibles máximas que Jesucristo nos ha enseñado.
El mejor medio de convertir a Dios las
personas acostumbradas a la astucia y sofisma, es el tratar con ellas con la
mayor sencillez que sea posible.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
El Hijo de Dios reunió
en el Evangelio la prudencia y la sencillez, porque una sin otra sería un gran
defecto, mientras que reunidas las dos son verdaderas y sólidas virtudes. La prudencia cristiana se
dirige continuamente al fin que se propone, que siempre es Dios: elige los
medios, dirige las palabras y las obras, todo lo hace con reflexión y, como
dice la Sabiduría, con número, peso y
medida (Sabiduría
IX, 31).
La sencillez se encamina directamente a Dios
y a la verdad, sin astucias, sin respetos humanos y sin mira de propio interés.
Consultemos siempre las máximas que
Jesucristo nos ha enseñado; preguntémonos a nosotros mismos: ¿Qué ha hecho el
Hijo de Dios, qué ha creído conveniente hacer en circunstancias semejantes a
esta en que me hallo?
Esta regla seguía San Vicente, y nunca se separó de ella.
Seamos sencillos de corazón, de espíritu y
de intención; seámoslo en palabras y en obras.
Seamos discretos, pero evitando en nuestros
discursos todo lo que pueda hacer creer al prójimo que muestras miras son
diversas de las que manifestamos y en realidad tenemos. Imitemos a San Vicente, y roguémosle que
nos haga dignos de alcanzar estas dos virtudes.
—Tres
Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los
Gozos se rezarán todos los días.
DÍA NOVENO – 18 DE JULIO
Por
la señal…
Acto
de contrición.
PERFECCIÓN DE SAN VICENTE: «Perféctus sunt homo Dei ad omne opus bonum instrúctus» (Sea perfecto el hombre de Dios, y esté apercibido para
toda obra buena). II Epístola a Timoteo III, 27.
PUNTO PRIMERO
Vicente fue
perfecto hombre de Dios y siempre dispuesto para toda buena obra: este es el
compendio de su elogio. Fue lo primero, porque ni su nacimiento, ni sus
bienes ni las dignidades contribuyeron a su elevación y gloria; fue la obra de Dios solo quien lo distinguió en medio de
una familia oscura, lo condujo por las vías ordinarias de la humillación, lo
tuvo mucho tiempo en la dependencia de otros, lo sujetó a una dura esclavitud,
y al fin lo obligó a mandar.
Lo puso primero la Providencia en un curato,
y poco después lo quitó de allí, como si lo hubiera considerado indigno de
desempeñar las funciones de pastor: en esto
obedeció ciegamente Vicente, y gustoso volvió al estado que por obediencia
había dejado. Estando plenamente sujeto a los designios de Dios respecto
de él, nunca se ocupó en proyectos sobre su establecimiento personal ni buscó
apoyo en el poder humano; antes bien, despreciaba las ocasiones que se le
presentaban para darse a conocer: aguardaba en
silencio el cumplimiento de la voluntad de Dios, y estaba en manos de este
Maestro soberano como el barro en las del alfarero, dispuesto a tomar la forma
que Dios quisiera darle.
PUNTO SEGUNDO
Habiéndose hecho
de este modo el hombre de Dios, Vicente jamás veía más que a Dios en la persona
de aquellos bajo cuyo dominio lo había puesto la Providencia; y con esta
disposición no solo eran más puras sus intenciones, sino también más respetuosa
y pronta su obediencia. Sus deseos tendían únicamente A los intereses de su
divino Maestro, los miraba con el mayor cuidado, los defendía con vigor y los
solicitaba con fervor constante. Le causaba tanto
dolor lo que ofendía al Señor, cuanto gusto todo lo que contribuía a su gloria;
y por eso los ultrajes que Dios recibía de los pecadores herían tan
profundamente su corazón, que le arrancaban las lágrimas y los gemidos. Procuraba
aplacar la cólera divina haciendo él mismo obras de la más austera penitencia,
a la vez que trabajaba en convertir a Dios los pecadores que le ofendían,
mediante consejos caritativos; procurando de este modo más gloria a Dios que la
que le quitaban los cristianos prevaricadores con sus desórdenes y vicios. Para
esto nada economizaba, ni bienes, ni reposo ni salud, y aun hubiera sacrificado
con gusto su vida; por lo cual fue Vicente
verdaderamente el hombre de Dios.
PUNTO TERCERO
Este celo por la
gloria de Dios tenía a Vicente dispuesto a toda hora a ejecutar con prontitud
cualquiera obra buena; disposición y prontitud que muy rara vez se
encuentran reunidas. Unos son a propósito y capaces para formar santas
empresas, pero son lentos para ejecutar: otros ponen prontamente manos a la
obra, pero no maduran bien sus proyectos, ni examinan si es proporcionada a sus
talentos y fuerzas la obra que emprenden.
En la persona de Vicente se hallaban
reunidas estas dos cualidades, pues Dios lo había dispuesto como un instrumento
para obrar cosas grandes. Vicente había dejado que
Dios obrase en él, y se había abandonado a la voluntad divina lleno de
confianza en ella. Se creía incapaz e indigno de hacer cosa buena, y
para premiar su humildad, Dios lo hizo capaz de concebir y emprender grandes
cosas, dándole un poder para llevarlas al cabo, tan grande, cuanto fue
perfecto, el conocimiento que tenía el Santo de su incapacidad, de su miseria,
y profundo el menosprecio de sí mismo. Y no se contentaba Vicente con la idea
de las empresas y con poner todos los medios adecuados para llevarlas al cabo,
sino que estaba pronto para ejecutar lo que le parecía que estaba conforme con
la voluntad de Dios. Decía con el Apóstol San Pablo: «Señor, ¿qué quieres que haga?» (Actas IX, 6), o con nuestro Señor: «Heme aquí que vengo para cumplir, ¡oh Dios! tu voluntad» (Hebreos X, 7). Esta buena disposición de
Vicente fue puesta en práctica en toda clase de obras buenas, y por eso admira
tanto la variedad y multitud de las que emprendió y ejecutó, que puede uno
exclamar: «¿Cómo es posible que
un solo hombre haya podido haber obrado tantas cosas?». Y es porque plenamente
convencido de que por sí solo nada podía hacer, estaba sin embargo pronto a
emprender todo, confiado en que nada hay imposible cuando nos sostiene el brazo
fuerte de Dios. Si somos incapaces de imitar en
todo a San Vicente, hagamos cuanto nos sea posible con arreglo a nuestro estado
y a la medida de gracia que Dios nos haya concedido.
MÁXIMAS
DEL SANTO:
Sometiéndose
enteramente el hombre a la voluntad divina, vence las dificultades que
encuentra en el servicio de Dios, y el Señor consumará los designios que tenga
relativos a este hombre.
Solo
pueden ser a propósito para las obras de Dios, los que tienen una profunda
humildad y un sincero menosprecio de sí mismos.
El alma
que siempre se dirige por el espíritu de Dios, se hace capaz de hacer cosas
extraordinarias.
REFLEXIONES Y PRÁCTICA.
El hombre ha nacido para ocuparse sin descanso en cosas
que tiendan al fin para que fue creado; debe pues encaminar todas sus acciones
hacia este mismo fin, y obrar en todo conforme con el espíritu y la voluntad de
su Creador, de su Señor y de su Maestro soberano, esto es, hacer todo según quiera
Dios y en el tiempo que quiere que se haga, puesto que Dios debe ser el único
objeto del corazón del hombre.
Por eso en la elección del estado de vida no
ha de ser el mundo, ni la carne ni la sangre lo que nos dirija, sino únicamente
la orden de la Providencia. Pidamos a Dios que nos alumbre para
elegir el estado de vida que debemos abrazar: para alcanzar esta gracia, hagamos buenas
obras, empleemos todo el tiempo necesario para reflexionar sobre tan importante
elección, y consultemos personas instruidas en las vías del Señor.
Dediquémonos a desempeñar con perfección las funciones
del estado en que Dios nos haya puesto, convencidos de que las miras del Señor
son nuestra Santificación, ya sea que nos hallemos en el estado secular, en el
eclesiástico o en el religioso. Por
tanto, dice el Apóstol San Pedro, «hermanos
míos, esforzaos más y más, y haced cuanto podáis para asegurar más o afirmar
más vuestra vocación y elección por medio de las buenas obras; porque haciendo
esto no pecaréis jamás. Pues de este modo se os abrirá de par en par la entrada
en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (II Epístola I, 10).
Es gran falta dejar de practicar el bien; pero quien conoce el bien que debe hacer y no hace, por lo mismo
peca
(Santiago IV, 17).
Vivamos convencidos de que todo depende de la voluntad de
Dios, y. que nada podemos hacer que no esté previsto y arreglado por la
Providencia.
Pongamos toda nuestra confianza en Dios, siempre que emprendamos
cualquiera obra según sus disposiciones; dóciles a todos los movimientos de su
espíritu, el cual obrará en nosotros y con nosotros; no busquemos más apoyo que
el suyo; no tengamos más mira que Él, en cuanto podamos hacer no busquemos más
que su gloria, el provecho del prójimo y nuestra eterna salud.
Roguemos a Dios que nos conceda esta gracia por
intercesión de San Vicente de Paúl, que fue con toda perfección hombre de Dios,
aparejado y pronto para toda obra buena.
—Tres
Padre nuestros, Ave Marías y Gloria al Padre. La Letanía, la Oración y los
Gozos se rezarán todos los días.
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