sábado, 15 de octubre de 2022

NOVENA EN HONOR Y OBSEQUIO DE LA CASTÍSIMA VIRGEN, SERÁFICA DOCTORA Y EXTÁTICA MADRE SANTA TERESA DE JESÚS.


Escrito por EL P. Fr. DIEGO JOSÉ DE CADIZ Misionero Apostólico, del Orden de Menores Capuchinos de N. S. P. S. Francisco, de la Provincia de la Inmaculada Concepción de nuestra Señora, en los Reinos de Andalucía. Impresa en Sevilla año de 1796; en Murcia año de 1815, y en Cuenca año de 1828, a expensas de un devoto.

 

 

Don Jacinto Rodríguez Rico, dignísimo Obispo de Cuenca concede 40 días de Indulgencia a todos los fieles que hiciesen esta Novena, rogando a Dios por las necesidades de la Iglesia y del Estado.

 


FESTIVIDAD: 15 DE OCTUBRE. 



ALAVADA SEA la Santísima Trinidad.

DÍA PRIMERO.

EJERCICIO.

   En este día será el ejercicio confesar y comulgar devotamente para mejor disponerse a conseguir la protección de La Santa Madre, con respecto al fruto espiritual de esta Novena, y al remedio de la necesidad porque particularmente se hace.

   —Llegada la hora señalada para empezarla se persignará, y se preparará con un fervoroso acto de contrición, y después leerá si cómodamente pudiere la siguiente

CONSIDERACION.

   Considera, alma, la sublime perfección de la Madre Santa Teresa de Jesús en la observancia de la Divina Ley y la obligación en que estamos de imitar su ejemplo en esta parte para poder salvarnos.

PUNTO PRIMERO

   Considera pues, y trae a la memoria el singular esmero con que procuró la Santa arreglar su vida por el tenor de la Ley Santísima de Dios, mediante el más exacto cumplimiento de sus Divinos preceptos. Entendió muy bien desde luego, no sin superior ilustración, que en todos y en cada uno de ellos se prohíbe lo que es pecado, y se manda la virtud opuesta; y hecho cargo de que igualmente lo uno que lo otro es necesario y preciso para santificarse el alma con su debida observancia, puso su mayor esmero en caminar por la senda rectísima de estos Mandamientos, sin declinar o separarse de ella en tiempo alguno. Jamás los quebrantó con culpa grave, ni por el pecado de su transgresión incurrió en la indignación del Señor, ni le fué por él en tiempo alguno desagradable; antes bien por su exactitud en guardarla mereció las más copiosas bendiciones del Soberano Legislador, y que en todo la prosperase, hasta hacerla una de sus más predilectas y señaladas Esposas en el número de sus Santos y escogidos. Nunca manchó su alma con el pecado mortal, y siempre conservó limpio el candor de aquella blanca tónica, que como a los demás cristianos le pusieron en el bautismo, encargándole que cuidase de presentarla pura y sin mancha en el rectísimo Tribunal de Dios cuando en el compareciese, como en efecto así fué. A esta particular y recomendable excelencia agregó la de cumplir con la mayor puntualidad cuanto el Señor en estos sus Mandamientos nos impone, y tiene determinado que se haga.

   Fué intensísimo su amor a Dios, continuo su cuidado de honrar, alabar y engrandecer su Santo Nombre, y ferviente su conato de servirle, adorarle y darle culto en todo lugar y tiempo, en espíritu y verdad, dirigiendo a su mayor honra y gloria sus obras, palabras y pensamientos, para de todos modos agradarle, y cumplir su santísima voluntad. Fué amantísima de sus próximos, y lo acreditó con sus hechos, ordenados siempre a beneficio de todos, así propios como extraños, tanto amigos como enemigos, ya justos, ya pecadores, fuesen mayores o Inferiores, súbditos o iguales; porque en todos miraba a Dios, por quien, en quien, y para quien los amaba. Y fué por último exactísima en el cumplimiento de las obligaciones de su estado y de su profesión; porque no ignoraba ser esta una parte esencialísima de la Divina Ley, con que debía santificarse, para que, caminando de esta suerte de virtud en virtud, subiese a la cumbre de la más alta perfección, hasta llegar en esta vida a la unión con Dios, y a ver y gozar después de ella al que es Dios de los Dioses en la hermosa Sion de la eterna Bienaventuranza.

PUNTO SEGUNDO

   Pasa de aquí, oh alma, a considerar cuanta es esta obligación en ti, y cuan imposible te es el salvarte sin cumplirla. La Ley Santísima de Dios es la primera y más esencial regla por donde todos sin diferencia alguna de estado, de condición, o de sexo debemos arreglar nuestras vidas, y ordenar nuestras, acciones, palabras y pensamientos. Es la ciencia de los Santos, y de todo fiel cristiano, según la cual debemos ser instruidos y enseñados para proceder con acierto y sin error en lo que hubiéremos de hacer. Y es el camino preciso, y el medio más necesario para conseguir el último fin de la eterna salvación para que somos criados. Su autor no es otro que Dios Todo Poderoso, de quien habemos recibido el ser, la conservación, y todo cuanto tenemos y podemos, o esperamos tener en esta vida y en la eterna. Aquel en quien somos, vivimos y nos movemos, y que puede si quiere en un solo instante aniquilarnos y reducirnos a la nada de que nos sacó cuando se dignó criarnos a su imagen y semejanza. El mismo a quien obedecen todas las criaturas del Cielo y de la Tierra, guardando aquel orden, sucesión, y movimiento que les impuso como ley, cuando les dio el ser que tienen. Este al tiempo de formarnos y de darnos un alma racional, nos impuso leyes y preceptos que hubiésemos de guardar inviolablemente, proponiéndonos premios y castigos fuego y agua, vida y muerte, para que extendamos la mano a lo que quisiéremos de esto. Si guardaremos sus Mandamientos ellos nos conservarán en la vida de la gracia, y por el agua Viva del Espíritu de Dios seremos de tal suerte purificados, que enriquecidos de méritos logremos los grandes premios de la eterna felicidad a que aspiramos. Mas, por el contrario, si los quebrantamos y no nos arrepentimos, seremos reos de muerte perdurable, y merecedores del atroz castigo del fuego inextinguible que jamás ha de acabarse.

   De aquí se infiere que si habemos de salvarnos nos es del todo preciso el guardar los Mandamientos. Sin esto ningún pecador puede hacer condigna penitencia, ningún justo puede permanecer en gracia, y a ninguno se le darán los bienes de la gloria. Dios ha mandado que guardemos con toda exactitud sus Divinos Mandamientos. (Salm. 118, 4) De aquí nuestra necesidad de temer al Señor, y de guardar sus Mandamientos, porque en esto esencialmente consiste todo hombre, (Eccle. 12, 13) De aquí nuestra obligación estrechísima de aborrecer el pecado, huir de él como de una víbora, igualmente que, de las ocasiones de cometerlo, y además tratar de borrarlo con verdadera penitencia, si en él hubiésemos incurrido. Y de aquí la precisión de haber de santificarnos con las virtudes que en ellos se nos mandan, compendiadas todas en la caridad con Dios y con el prójimo, y con el cumplimiento más puntual de las peculiares obligaciones de nuestro estado y oficio. De otra suerte será imposible salvarnos, porque tiene fulminada el Señor su divina maldición, y sus más terribles Anatemas contra todos aquellos que no permanecieren constantes en obrar cuanto en su Ley Santa se contiene, (Galat. 3, 10). Aprende el modo de observarla: de los heroicos ejemplos de la Madre Santa Teresa de Jesús, toma la firme resolución de imitarla; y pídele te alcance del Todo Poderoso la gracia especial, y los auxilios que para ello necesitas: porque dice el Espíritu Santo, que son malditos del Señor los que declinan de la guarda de sus Mandamientos (Psalm. 118, 21)

—Esto se meditará un poco si cómodamente se pudiere, y después se dirá con devoción la siguiente…

ORACION PARA TODOS LOS DÍAS.

   Incomprensible Señor, y Dios Eterno, Uno en Esencia y Trino en Personas, mi Criador, mi Salvador y mi Padre amabilísimo; en quien creo, en quien espero, y a quien amo de lo íntimo de mí corazón sobre todas las cosas: postrado en vuestra soberana presencia os adoro, os bendigo, y os alabo por vuestro ser inefable por vuestras perfecciones infinitas y porque siempre os habéis manifestado en vuestros Santos admirable. Yo os doy gloria, magnificencia y alabanza porque entre los demás os dignasteis escoger a vuestra fidelísima Esposa, y predilecta Sierva Santa Teresa de Jesús, para que como astro fulgentísimo brillase en el Cielo de vuestra Santa Iglesia, y la ilustrase con la luz de su Celestial doctrina, y admirable sabiduría con el raro ejemplo de sus heroicas Virtudes, y altísima perfección; y con la excelencia de los divinos dones, sobrenaturales gracias, y prerrogativas singulares con que enriquecisteis su alma benditísima; y os suplico, que por su poderosa intercesión, y por los infinitos merecimientos de vuestro Unigénito Hijo mi Redentor, me concedáis el perdón de mis pecados, y el fruto de esta Santa Novena en el remedio de mis necesidades, en la enmienda de mi vida , y en la imitación de sus virtudes, para que siendo mi muerte en vuestra gracia, os alabe después eternamente en el Cielo. Amén.

—Seguida a esta se dirá como propia de este día la siguiente

ORACION.

   Ejemplarísima, virtuosísima, religiosísima y admirable Madre, y protectora mía Santa Teresa de Jesús, fidelísima Esposa del Inmaculado Cordero mi Señor Jesucristo, nuevo ornamento de su Iglesia, Maestra de los Sabios, Directora de los Místicos, vivo ejemplar de los perfectos; restauradora de la piedad, propagadora de la religión, y celadora del honor de Dios. Yo os venero con todo mi corazón, y atraído del suavísimo olor de aquella eminente santidad, con que observando perfectísimamente los divinos Mandamientos, conservasteis siempre en vuestra bendita alma el candor de la inocencia bautismal; sin mancharlo jamás con culpa grave, llenasteis fielmente todos los deberes de vuestras obligaciones, y practicasteis con altísima perfección lo heroico de las virtudes; deseo eficazmente el imitar vuestros ejemplos, y por este medio hacerme digno de vuestra intercesión para con el Todo Poderoso. Alcanzadme pues esta gracia del Señor para que nunca le ofenda, para que fielmente le sirva guardando sus divinos Preceptos, y cumpliendo con exactitud las obligaciones de mi estado, y para que además del especial favor que le pido por vuestro medio en esta Novena, me conceda el morir santamente para después verle y gozarle eternamente en el Cielo. Amén.

—Ahora se rezarán tres Padre Nuestros y Ave Marías gloriados en memoria de la altísima perfección, de las singulares gracias, y de las demás sobresalientes prerrogativas de la Santa Madre, pidiendo a Dios por sus méritos el remedio de las necesidades de la Santa Iglesia, de la de nuestra Monarquía, de las de todo el Pueblo cristiano, y cada uno por el de su especial necesidad, y se rezarán por este orden.

COPLAS.

   Eminente en santidad

Llegó vuestra perfección

Hasta el grado de la unión

Con la excelsa Majestad.

Padre nuestro.

   Os amó Dios en tal grado,

(Privilegio es sin segundo)

Que a no haber criado el mundo

Por vos lo hubiera criado.

Padre nuestro.

Lo que pides al Señor

Sabemos que no lo niega,

Por todos nosotros ruega

Se digne darnos su amor.

Padre nuestro.

   Todos pues os suplicamos

Con instancia humilde y fuerte

Que en la vida y en la muerte

Tu protección consigamos.

— Ruega por nosotros bendita Madre Santa Teresa.

—Para que alcancemos de Cristo sus bendiciones y sus promesas.

Aquí con el mayor fervor pedirá cada uno a Dios por intercesión de la Santa Madre la gracia particular que desea conseguir.

ORACION TERCERA PARA TODOS LOS DIAS.

   Benignísimo Jesús, Salvador, Padre, y Redentor mío amabilísimo, que teniendo vuestras delicias con los hijos de los hombres vuestros escogidos, os dignasteis de tenerlas muy singularmente con vuestra dilectísima y escogida Esposa Santa Teresa, haciéndola archivo de vuestros secretos, depósito de vuestros dones, instrumento de vuestra misericordia, celadora de vuestro honor, firmísima columna del espiritual edificio de vuestra Iglesia, confusión de los Herejes, delicias de los Católicos, oráculo de los Justos, y poderosísima Protectora de sus devotos para conseguirles de vuestra Majestad el remedio de sus necesidades. Yo os suplico, Señor, por vuestros infinitos merecimientos, por lo mucho que os agradaron los de esta vuestra amada, y favorecida Sierva, por los extraordinarios favores, singularísimas gracias, y especiales prerrogativas con que la adornasteis de no negarle cosa alguna de lo que os pidiere, que me concedáis todo lo que en esta Novena os suplico por su medio, si fuere de vuestro Divino agrado, y conviniere para el mayor bien, y para la salvación eterna de mi alma. Amén.

—Se concluirá con una Salve a María Santísima nuestra Madre y Señora del Carmen en sufragio de las benditas Almas del Purgatorio, y para que se digne asistirnos en la hora terrible de nuestra muerte, alcanzándonos del Señor el necesario auxilio de la gracia final.

DÍA SEGUNDO

EJERCICIO.

   Este día para imitar en algo la obediencia de la Santa Madre, se tendrá un particular cuidado de no faltar a cosa alguna que se nos mande, y de cumplir con exactitud aun las más pequeñas obligaciones de nuestro estado.

   —A la hora competente, y antecediendo la común preparación de signarse con la Santa Cruz, y hacer el acto de contrición con la devoción posible podrá leer si gustare la siguiente:

CONSIDERACION:

   Considera, alma, cuan perfecta y heroica fué la Obediencia de la gran Madre Santa Teresa de Jesús; y cuan necesaria le es al cristiano esta virtud para poder salvarse.

PUNTO PRIMERO.

   Considera pues la altísima perfección con que practicó los dos actos, en que consiste necesariamente esta Virtud; y son la absoluta negación de la propia voluntad, y la total entrega de esta en la de los Superiores. Sabía muy bien que la negación propia, es lo primero que exige nuestro Señor Jesucristo de los que resuelven seguirle por el arduo camino de la Evangélica perfección; y conociéndose llamada a esta, puso su mayor conato en no hacer su propio gusto, o su querer en cosa alguna. Por el contrario, trabajaba incesantemente por vencer su propia inclinación, y con un fervor increíble se propuso seguir fielmente el admirable ejemplo de Cristo nuestro Redentor que decía, no haber venido al mundo para hacer su propia humana voluntad, si no a cumplir entera y únicamente la de su Eterno Padre. Tanto fué lo que adelantó por este medio que llegó hasta el grado de parecer que no tenía propia voluntad; y aun subió al arduo y difícil de ser ájenos y no suyos sus actos, porque lo eran o del Soberano impulso de la gracia interior que le movía, o de la intención, consejo y beneplácito del Prelado, del Director que la gobernaba, obedeciendo a este tanto como al mismo Inmenso Dios, dice la historia de su vida (Lib. 3. cap. 3). Rara fué y admirable esta parte su obediencia, porque fué absoluta y perfectísima la negación de sí misma con que supo ejercitarla, cautivando en su obsequio no solo su voluntad, mas también su grande entendimiento.

   Parecía vivir de la voluntad de sus Superiores, porque les había entregado tan perfectamente el gobierno de la suya, que nada hacía si no lo que aquellos le ordenaban. Obedecíales no solo con la más exacta puntualidad y con la mayor presteza, mas también con júbilo y alegría de su alma, no menos en las cosas arduas, difíciles, y al parecer repugnantes, que en las fáciles o que pudieran ser de su gusto. Su obediencia llego hasta la perfección de llenar completamente la intención y la voluntad de las que la gobernaban, tanto en lo que expresamente le mandaban o cuanto en lo que conocía que fuese su voluntad, su intención y sus deseos. No podemos dudar que llegó a la cumbre de la heroicidad en la práctica de esta virtud, porque antepuso esta más de una vez a la luz de la Celestial revelación particular con que había sido favorecida; porque decía, que, en esta, por cierta que le pareciese, podía caber algún engaño, y en obedecer estaba cierta que no lo había. Aquí se vio anteponer a las víctimas la obediencia; o por mejor decir, realzar el mérito de esta con el sacrificio de sujetar a ella aquellas soberanas ilustraciones, que había del Cielo recibido.

PUNTO SEGUNDO

   Considera, alma mía, la obligación que todos tenemos a obedecer, negando nuestra propia voluntad, y sujetándonos a la de nuestros respectivos Superiores para poder salvarnos. Es la propia voluntad el mayor enemigo que tenemos, porque ella es la que nos derriba en el pecado, la que nos aparta del amor a nuestro Señor Jesucristo, y la que nos priva de su gracia, de su amistad, y de la participación de sus méritos infinitos, mientras que permanecemos en la culpa. Ella hace que amándonos desordenadamente pongamos el corazón en la delicia del mundo, en los gustos de la carne, y en todo lo que es sensual deleitable, y conforme a la Inclinación de nuestros desordenados apetitos. Y ella es con la que resistimos a Dios desatendemos sus inspiraciones, y dejamos inútiles los impulsos de su gracia, haciendo más de una vez efectivo el poder que en ella hay para malograr, o no corresponder a los auxilios más eficaces con que el Señor nos favorece. Por esto decía el Padre San Bernardo, que solo la propia voluntad es la que arde en el inferno, y que el medio para no caer en él es quitar aquella, mediante la negación propia (Apud. S. Bonav. Regul. Novitior, cap. 13) porque sin esto no es posible practicar la Evangélica Doctrina, en que nuestro Señor Jesucristo así lo exige de nosotros, para poder seguirle y salvarnos.

   Esta no será en manera alguna suficiente mientras que no obedezcamos fielmente a nuestras Cabezas y Superiores. Lo son nuestros Padres naturales, y todos los que con este nombre se comprenden en el cuarto precepto de la Ley Santísima de Dios. Tales son los Reyes, y Señores temporales en cuyos territorios vivimos: los Tribunales, los Jueces, y las Justicias que nos gobiernan, con los Magistrados y Cabezas de los Pueblos en que habitamos: los Maestros que nos enseñan las letras, o algún arte y oficio, no menos que todos los mayores en edad, en dignidad, o en el empleo; y sobre todo los Sacerdotes, y Padres espirituales en sus respectivos grados y jerarquías. A todos estos, guardando la debida proporción, debemos siempre respetar y obedecer, porque Dios así lo ha dispuesto, poniendo este buen orden en el mundo desde sus principios. Por esto el que resiste o se niega a someterse a la potestad del Superior, resiste a lo que nos tiene Dios ordenado en su Santa Ley, y el que así resiste se hace reo de la eterna condenación de su alma, (Roman, 13, 3) Porque es este un pecado tan enorme, que el Espíritu Santo lo equipara a los de la Idolatría y Hechicería, para darnos a conocer su gran malicia, y cuan justamente son reprobados los que permanecen hasta la muerte en esta culpa. Toma y sigue con fidelidad el heroico ejemplo de obediencia que nos dio la bendita Madre Santa Teresa para poder salvarte, y pídele te alcance de Dios con sus ruegos, que a imitación suya y del Divino Salvador seas obediente hasta la muerte como él lo fué, y nos manda que lo seamos a toda humana criatura por su amor. 

—Esto se meditará un poco si se pudiere: se dirá después la Oración Incomprensible Señor, y concluida se dirá la siguiente

ORACION.

   Obedientísima, rendidísima, y prudentísima Virgen y amada Madre mía Santa Teresa de Jesús. Vos sois aquella fiel Hija del Dios de la Majestad, que inclinando el oído de la razón a la voz suave de su Divina inspiración le obedecisteis fielmente, siguiendo sin tardanza su santísima voluntad con la perfecta negación de la vuestra. Vos la que a ejemplo de nuestro Redentor obedecisteis humilde a toda humana criatura por su amor sin distinción alguna. Y vos la que uniendo vuestra voluntad en todo y por todo a la del mismo Señor, llegasteis a tanta perfección, que hicisteis por un modo admirable su divino beneplácito, cumpliendo el de vuestros Prelados y Directores; viéndose en vos una obediencia ardua como la de Abraham, pronta como la de Samuel, generosa y universal como la de los Apóstoles; yo os suplico humildemente, que pues su Majestad en premio de vuestra perfectísima negación os prometió hacer vuestra voluntad, no negándoos cosa alguna que le pidiereis, que os dignéis rogarle eficazmente, que me conceda el imitaros en esta y en las demás virtudes; el especial favor que por vuestra Intercesión le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado, y que cumpliendo en la tierra su santísima voluntad mientras que viva, pase después a cumplirla mejor con los Bienaventurados en el Cielo. Amén.

—Ahora se rezan los tres Padre nuestros y Ave Marías gloriados, y se sigue lo demás hasta concluir como en el primer día.

DIA TERCERO

EJERCICIO.

   Para imitar en algún modo el amor o la Pobreza de la Santa Madre se dará una limosna decente a una familia, o pobre vergonzante; y el que no pudiere darla rezará algo pidiendo a Dios el socorro de aquel necesitado.        

   —A la hora competente, habiéndose preparado como en los días antecedentes leerá con atención la siguiente…

CONSIDERACIÓN.

   Considera, alma la heroica Pobreza de la Madre Santa Teresa de Jesús; y cuál ha de ser esta virtud en los cristianos para que puedan salvarse.

PUNTO PRIMERO

   Considera pues, como el extremado amor que tenía a esta virtud la Santa Madre, le hizo despreciar todas las cosas de la tierra, y proponerse   por modelo y ejemplar la de nuestro Señor Jesucristo para imitarla en cuanto pudiese. Nada amaba, ni quería, ni solicitaba de los bienes temporales, o que llaman de fortuna: aborrecía las riquezas, despreciaba las abundancias, y miraba con horror las superfluidades. Aun lo preciso le parecía alguna vez demasiado: y entonces se llenaba de júbilo su alma, cuando se veía carecer, de las cosas necesarias. No se hallará por cierto codicioso alguno tan apasionado y ansioso de los tesoros, del dinero, del oro, y de la plata, como lo fué la bendita Madre de la escasez, y de la indigencia, que son propias de la más estrecha pobreza. Fué verdaderamente perfectísima pobre de espíritu, porque siendo Dios todo su tesoro, y su porción y abundancia no otra que la guarda más exacta de su Divina Ley, se hizo digna de que la enriqueciese abundantísimamente de sus divinos preciosísimos dones, aquel mismo por cuyo ejemplo y amor había propuesto la opulencia a las penurias de la voluntaria mendicidad.

   Esta virtud se le hacía tanto más amable y fácil de practicar, cuanto consideraba el admirable y eficaz ejemplo del que siendo por naturaleza rico, por ser único y absoluto dueño de los Cielos y la Tierra, se hizo voluntariamente pobre por nosotros, para hacernos ricos con el mérito de esta excelentísima virtud. Mirabais en el pesebre, y en la Cruz: en las penalidades de su vida, y en el desamparo de su muerte: en el trato particular de su persona, y en su conducta como Cabeza y Superior de la comunidad de los Apóstoles: y no hallando en todo esto otra cosa que ejemplos de moderación, de pobreza, de olvido, y desprecio de todo lo transitorio y temporal, corrió con agigantado espíritu en su secuela, y llegó en su imitación hasta la eminente cumbre de su Apostólica y Evangélica perfección. A esta misma subió por la práctica de la pobreza de espíritu, según toda la extensión con que la persuade y aconseja el mismo Señor en su Sagrado Evangelio. Así se hizo benemérita de unirse, y de poseer completamente al que lo es todo, renunciando por su amor sin reserva alguna, lo que verdaderamente es nada; porque la eminente ciencia con que la ilustró nuestro Señor Jesucristo la hizo conocer como a San Pablo, que todo lo temporal debía reputarlo por basura contentible para hacerse digna de poseer a Cristo.

PUNTO SEGUNDO

   Aquí puedes considerar, cuan necesaria le es al cristiano la pobreza de espíritu, y el riesgo manifiesto de perderse en que se halla su alma, por lo contrario. Consiste pues aquella en el desprendimiento interior de todos los bienes de fortuna, y en quitar el amor de las riquezas o abundancias que Dios diere: en no abusar de ellas para gastos pecaminosos de lujo, diversiones profanas, y pleitos injustos, ni en fomento de las pasiones de lujuria; de ambición y de soberbia. Es precepto Divino que no pongamos el amor en las abundancias, ni en los tesoros de la tierra; porque siendo necesario amar a Dios sobre todas las cosas, será esto imposible si amamos desordenadamente las riquezas. No es posible servir a un mismo tiempo a dos señores entre sí opuestos y contrarios, como lo son Dios y el dinero; porque el amor de nuestro corazón ha de estar precisamente, donde estuviere nuestro tesoro. Son espinas las riquezas según el Santo Evangelio; y si no quitamos de ellas la voluntad y la afición; será esto bastante para que se malogre, y para que no fructifique en el alma el grano de la Divina gracia que pone Dios en ella para salvarla. Terrible pero infalible verdad.

   No lo es menos la del riesgo cierto y manifiesto de perderse en que se halla todo aquel que se deja dominar del vicio de la codicia. Los que desean hacerse ricos, dice el Espíritu Santo, caen en la tentación y en el lazo de Satanás, y en muchos deseos inútiles y perniciosos, que llevan al hombre a su muerte, y su perdición (1Timot. 6, 9). Entre todos los pecados no hay otro peor, porque ninguna iniquidad es igual a esta de amar desordenadamente el dinero, (Eccli. 10, 9) Con ella suelen juntarse la soberbia del corazón, la dureza con el prójimo, y la impiedad para con Dios. El rico codicioso se engríe demasiado con su fortuna, se olvida y desatiende comúnmente la necesidad ajena, y no repara en atropellar la Ley Santísima de Dios, ni en despreciar los Soberanos auxilios de la gracia, con tal de dar cumplimiento a su avaricia. La salvación de estos nos la propone el Evangelio como una cosa imposible, o en sumo grado dificultosa. (Math. 19, 24) Conócelo así para detestar y aborrecer este pecado. Resuélvete a seguir el ejemplo de la Madre Santa Teresa, y mucho más el de nuestro Señor Jesucristo, que nos enseñó el odio a las riquezas, el amor a la pobreza, y el modo de atesorar con ella inmensas abundancias en el Cielo, asegurándonos que son Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos, (Math. 5,3)

   —Esto se meditará un rato cuando se pudiere, se dirá la Oración incomprensible Señor, y seguida a ella la siguiente

ORACIÓN

   Amabilísima, benditísima, y veneradísima Madre y favorecedora mía Santa Teresa de Jesús, fiel imitadora de la altísima pobreza de los Apóstoles, y de la de su Divino Maestro nuestro Señor Jesucristo, por cuyo amor renunciasteis perfectísima entre todas las cosas, y le seguisteis en desnudez de espíritu, y de tal manera que fuera de él nada amabais, y nada poseíais. Por esto fuisteis no solo su escogida Sierva, y su amada Discípula, mas también su fina y regalada Esposa, enriquecida con la abundancia de sus dones, y de sus gracias más singulares: hermoseada con el más precioso adorno de todas las virtudes y galardonada con los inefables premios de la gloria de los santos, entre los que os hizo el Señor grande y admirable. Yo os suplico con todo el afecto de mi corazón, que atendiendo a la extrema necesidad en que mi alma se halla, os dignéis de interceder por mí al Todo Poderoso, para que me conceda el especial favor que pido en esta Novena, si fuere esta su santísima voluntad. Pero singularmente aparte mi corazón de todo lo terreno, para que amándole a él solo sobre todas las cosas en lo que me resta de vida, consiga el acabarla en su amistad y gracia para alabarle después eternamente en la gloria. Amén.

—Ahora se rezan los tres Padre nuestros, y todo lo demás como en el primer día.




DIA CUARTO

EJERCICIO:

   En este día se tendrá particular cuidado de mortificar los sentidos, singularmente el de la vista como lo hacía Job, para que imitemos en algo la castidad virginal de la Santa Madre.

  — A la hora acostumbrada después de la común preparación leerá la siguiente…

CONSIDERACIÓN:

   Considera, alma, la limpísima castidad de la Virgen Santa Teresa de Jesús; y cuan necesario le es al cristiano el vivir castamente para poder salvarse.

PUNTO PRIMERO.

   Considera como la bendita Madre fue tan pura, que conservó siempre su Virginidad en toda su perfección, fué Santa en el cuerpo y en el espíritu, y en todo tiempo la preservó Dios de cuanto contra esta virtud pudiera macularla. Su pureza se considera como un don preciosísimo, con que se dignó condecorarla su Divino Esposo nuestro Señor Jesucristo; porque por un especial privilegio de su divina gracia, nunca fué acometida de sugestiones en contrario, ni jamás le ocurrió el más leve pensamiento impuro. Parecía un Ángel en carne, o que el Todo Poderoso por una gracia singular la había dotado de la pureza de aquellos Celestiales Espíritus. Excede a todo encarecimiento, y nunca podrá suficientemente manifestarse el sublime grado de su purísima Virginidad. Sus Directores espirituales la expresaban con unos términos extraordinarios; y queriendo decir algo no dudaron llamarla Tesauro Virginal.

   Para serlo nada omitió de cuanto pudo y debió hacer de su parte. Mortificaba con el mayor rigor su inocente cuerpo, ayunaba con frecuencia, y huía cuanto le era posible del trato con las criaturas; porque no ignoraba que estas penalidades son las espinas, entre las cuales se conserva la integridad y fragrancia de la flor de esta delicadísima virtud. Y sabiendo que la Oración es el medio más principal para alcanzaría de Dios, oraba sin intermisión por ella, y consiguió ser oída, como el Sabio, (Sapie 8, 21) a medida de su deseo. Nada había en la Santa Madre que dejase de hacer patente a todos su Pureza. Su Modestia a ninguno dejaba de serle manifiesta: sus acciones, sus palabras y su trato respiraban honestidad y limpieza; y aun su aspecto y su semblante denotaban patentemente la limpísima Virginidad que hermoseaba su alma. Sola su presencia bastaba para infundir pudor y castos pensamientos en los que la comunicaban; y era muy frecuente el percibir algunos la Celestial fragrancia que exhalaba su cuerpo virginal, singularmente en la respiración, o el aliento de su boca, aun cuando sus graves enfermedades fuesen motivos para olores muy diversos. Alaba a Dios por estas maravillas, y aprende de aquí el alto aprecio que ha de hacerse de la Castidad Virginal, en atención a lo mucho que por ella sublimó el Señor a esta Santa Virgen, haciéndola Madre, Maestra y ejemplar de millares de Vírgenes, que a imitación suya consagran a Dios su pureza en los Sagrados Claustros.

PUNTO SEGUNDO.

   Considera ahora, alma cristiana, la obligación que tienes de vivir castamente si has de salvarte; y cuan necesario te es poner los medios conducentes para ello. No pienses que serás computado entre los hijos de Dios, mientras que no observes la Castidad que a tu estado le corresponde. No solo el alma, también el cuerpo, y aun cada uno de sus miembros quedaron consagrados por el Bautismo en templos del Espíritu Santo, (Cor 6, 19) Esto exige de nosotros el haber de vivir con honestidad y con pureza, para no profanar con la inmundicia de la sensualidad la santidad de este templo, ni degenerar a la fealdad de miembros corrompidos, los que somos místicos miembros, o porciones del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, (Ibid. vers. 5, 13.) Cuando fuimos bautizados nos vestimos del precioso ropaje de sus virtudes y ejemplos, (Gal. 3, 27) esto es, de la obligación de imitarle; pero nunca podremos hacerlo asi mientras que no conservemos la Castidad que en ellos nos enseña, y que en su Divina Ley nos manda.

   El mismo nos declara en sus Santas Escrituras que si viviéremos según la carne, moriremos para siempre (Rom. 8, 13) que será imposible que le agrademos permaneciendo en ella; (Ibib. 5, 8) y que no conseguiremos el Reino de Los Cielos (1Cor. 15, 50)

   Infiérase de aquí con bastante claridad, cuan necesario nos es a todos el ser castos, puros y honestos para no perdernos en la eternidad. Debemos serlo en los pensamientos, porque los pensamientos perversos separan á el alma de su Dios (Sapien. 1, 3) Debemos serlo en las palabras, ya para no pronunciar alguna que degenere de la pureza propia de la santidad de un cristiano, (Ef. 5, 3) y ya para no dar ocasión a oíros de pervertirse; porque es de fe, que las buenas costumbres se corrompen con las conversaciones malas, (1Cor 15, 33). Y lo debemos ser en las obras porque habiendo sido comprados con el precio infinito de la muerte de nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, no somos ya nuestros, si no tan enteramente suyos, que le debemos llevar en nuestro cuerpo, y glorificarle con nuestras obras. (1Cor 6, 20) Para esto nos es forzoso mortificar los sentidos, y refrenar las pasiones viciosas y desordenadas. Lo es el huir de todo lo que puede ser incentivo de la carnal concupiscencia, el exceso en la comida y bebida; la concurrencia a los bailes, la asistencia a los teatros de óperas y comedias, y sobre todo de la ociosidad, porque dimanan de ella todos los vicios. Y lo es por último el clamar a Dios con oración frecuente, para que con su gracia nos preserve de caer en tentación, y nos conserve siempre en pureza y castidad. Sigue el ejemplo de la Madre Santa Teresa, y pídele te alcance del Señor la práctica de esta virtud; porque es verdad infalible, que así los adúlteros, como los demás deshonestos no entrarán en el Reinos de los Cielos, (lbid. 6, 9) si con verdadera penitencia no borran las muchas de esta culpa.

—Esto se medita un rato si se puede, se dice luego la Oración Incomprensible Señor, y después la siguiente

ORACIÓN

   Castísima, honestísima y purísima Virgen, Abogada mía Santa Teresa de Jesús, digna Esposa del Inmaculado Cordero el Hijo de Dios por vuestra Angélica Virginidad; Templo vivo, y habitación santa del Espíritu Santo por vuestra limpísima Castidad; Tesoro Virginal enriquecido con los bienes de la más heroica perfección; Tierra Virgen que fecundada con el rocío de la divina gracia produjo los colmados frutos de la virtud y de la justicia, con que se ha enriquecido toda la santa Iglesia; Bálsamo oloroso de Celestial fragrancia, que con vuestra Angelical pureza fuisteis para Cristo, y disteis al mundo el más suave olor de la santidad más alta; Preciosa Margarita del Divino Mercader, blanquísima Azucena de espirituales delicias para el inmaculado Cordero nuestro Señor Jesucristo, y escogida entre millares para el místico desposorio que el Eterno humano Verbo se dignó celebrar con vuestra alma con admiración de los Ángeles del Cielo, con los que tenia mucha similitud vuestra Virginal Castidad. Yo os suplico por esta, y las demás virtudes, prerrogativas, y gracias con que os adornó vuestro Divino Esposo, que me alcancéis de su Majestad el perdón de mis pecados, la práctica de la más pura castidad el no ser vencido de sus opuestas tentaciones y que además del especial favor que pido en esta Novena; me conceda que después de una santa vida y de una feliz muerte, le vea y le alabe eternamente en el cielo. Amén.

—Ahora se rezan los tres Padre nuestros, y se sigue todo lo demás hasta concluir como en el primer día.

DÍA QUINTO

EJERCICIO.

   Este día para ejercitar en algo la mortificación y penitencia se tendrá una hora de silencio, o seguida o en dos ratos, una por la mañana y otra por la tarde, reflexionando entre tanto cuan importante nos es esta y otras mortificaciones.

—A su hora competente, y precediendo la común preparación se leerá la siguiente

CONSIDERACIÓN.

   Considera, o alma, la rígida Penitencia de la Madre Santa Teresa; y cuan precisa nos es a los cristianos el hacerla para poder salvarnos.

PUNTO PRIMERO.

   Considera atentamente cuan extremado fué el rigor de la penitencia tanto exterior como interior, conque afligid su carne la Santa Madre en el tiempo de su vida. Fueron siempre intensos y vehementísimos sus deseos de atormentar su cuerpo con grandes y extraordinarias penitencias; y por más que estas fuesen muchas, nada era bastante para satisfacer sus ansias verdaderamente insaciables. Sus ayunos casi continuos, su abstinencia estrechísima, sus prolongadas vigilias, y escaso sueño, la aspereza de su vestido, lo duro e incómodo de su cama, y lo escaso y grosero de su sustento no alcanzaba ni aun a una pequeña parte de sus intentos. Discurrió vestirse de horribles cilicios que la cubrieron de llagas; disciplinarse con llaves de hierro, con manojos de hortigas, y con otros instrumentos cruelísimos y sangrientos; y revolcarse desnuda entre punzantes espinas, que llenaron de dolores y de heridas sus inocentes y virginales carnes. Pero ni aun con esto pudo jamás apagar la ardiente sed que tenia de macerar su cuerpo. ¡Que confusión para las gentes delicadas del mundo, a quienes aún solo el nombre de mortificación les causa espanto!

   A esta penitencia exterior con ser tanta, que ni en sus penosas y frecuentísimas, enfermedades la interrumpía, sobrepujaba la interior y oculta en muchos grados. Con ella venció perfectísimamente sus pasiones, rindió su carne, y la sujetó completamente a las leyes del espíritu; y de tal suerte acabó con las malas inclinaciones del apetito sensual, que podía pensarse si acaso llegaría a estar exenta de las invasiones de este doméstico enemigo. La gracia de Dios ya no hallaba en ella resistencia, porque llevando consigo de continuo la mortificación de nuestro Señor Jesucristo, manifestaba que la vida de este, conforme a la doctrina del Apóstol, se dejaba ver claramente aun en su cuerpo mortal:   (2Cor 4, 11) porque no viviendo ella en sí ya, de tal suerte se había transformado en Cristo, que era su Majestad el que en ella vivía y en ella obraba; tanto que Teresa era toda de Jesús , y Jesús era todo de Teresa. ¡Que asombro!

PUNTO SEGUNDO.

   Considera aquí, alma mía, cuan necesario nos es el hacer frutos dignos de penitencia para poder salvarnos. Estos frutos no son otra cosa que el vencimiento de las pasiones, y el arreglo de la vida al tenor de la Ley Santa del Señor en la práctica de las virtudes. La mortificación exterior y corporal se nos manda en las Santas Escrituras: (Col 3, 5) con ella somos obligados a mortificar las obras, y los malos movimientos e incentivos de la carne:    (Rom 8, 13) lo somos a refrenar con ella los ímpetus de la ira, de la avaricia, de la envidia, de la concupiscencia, y de los demás apetitos desordenados que viven con nosotros, y nos hacen continua guerra: y lo somos a valernos de este medio, ya para satisfacer el reato de las culpas cometidas, y ya para excusar el cometerlas, o el volver a reincidir en las pasadas. Esta es la Cruz que todos los días debemos llevar en seguimiento de nuestro Señor Jesucristo, como nos lo enseña el Evangelio: (Luc 9, 23) y es esta obligación de tanta fuerza, que su omisión nos hace indignos de participar la gracia, y los premios de nuestro Señor Jesucristo, (Mat 10, 38) ¡Terrible es, pero infalible esta verdad!

   Esta ha sido el medio de que se han valido los Santos, que nunca pecaron gravemente, para conservar en su alma el candor de la inocencia y de la gracia, como sucedió a la Madre Santa Teresa. Este el que necesitan los pecadores para reconciliarse con Dios, y evitar el rigor de sus divinos castigos, y los justos que prevaricaron para recuperar la justicia que perdieron con su pecado. Y este el que a todos se nos señala para desenojar al Señor en sus justas iras, para desagraviarle de la injuria que le hicimos cuando pecamos, y para inclinarle a que use con nosotros de su misericordia. No nos es bastante para llenar esta obligación la sola penitencia interior, con que nos convertimos a Dios de todo corazón con suma detestación de las culpas cometidas; debemos añadir la exterior para que aquella produzca los frutos de la nueva vida, y de las santas obras, sin los cuales no podrá ser permanente y le faltará está preciosa cualidad, inseparable de la que es verdadera y según Dios, (Cor 7, 10). Resuélvete pues a seguir el ejemplo de la bendita Madre Santa Teresa: hazte cargo de lo grave de nuestra obligación en este asunto; y teme el perderte para siempre, si la miras con indiferencia; porque es de fe, que los que son de Cristo, son aquellos que han crucificado su carne con sus vicios, y sus concupiscencias. (Gál 5, 24.)

—Esto se meditará un rato según la proporción hubiere, se dirá la Oración incomprensible Señor, y después de ella la siguiente…

ORACIÓN

   Penitentísima, mortificadísima, é inocentísima Madre y Protectora mía Santa Teresa de Jesús, vivo ejemplar de todas las virtudes, y de la más alta perfección, que supisteis unir a una maravillosa inocencia de costumbres los rigores de la más dura Penitencia; que llevasteis en vuestro virginal cuerpo la mortificación que aprendisteis de vuestro lastimado Esposo nuestro Señor Jesucristo, cuyas heridas se miraban en vuestra carne gravadas con los recios golpes de la suma aspereza con que lo maltratabais; y que de tal suerte seguisteis con esta cruz al Divino Redentor, que no solo crucificasteis perfectamente vuestra carne con todos sus apetitos, mas también pudisteis asegurar que estabais crucificada juntamente con él en su cruz , y que vuestro vivir era enteramente suyo por la alta unión y admirable transformación en Cristo a que había llegado vuestra bendita alma. Yo os suplico con toda la verdad de mi corazón, que me alcancéis de Dios con vuestros eficaces ruegos un verdadero espíritu de mortificación con que sujete mis pasiones: el particular favor que pretendo en esta Novena, según que fuere de su divino beneplácito; y sobre todo la gracia singular de que haga en vida y en muerte frutos dignos de Penitencia, para después gozarle perpetuamente en el Cielo. Amén.

—Síguese ahora los tres Padre Nuestros, y lo demás hasta el fin como el día primero.  

DÍA SEXTO

EJERCICIO:

   Este día para ejercitar en algo la Humildad, nos abstendremos de todo género de porfías, aunque tengamos la razón de nuestra parte; y sufriremos cualquiera reprehensión sin disculparnos, aunque no hayamos dado causa para ella.

   A la hora acostumbrada, y antecediendo la consabida preparación leeré la siguiente…

CONSIDERACIÓN.

   Considera, alma, la profundísima Humildad de la Madre Santa Teresa, y que esta es una virtud tan necesaria al cristiano, que sin ella de ningún modo puede salvarse.

PUNTO PRIMERO.

   Considera como obligada y movida la Santa Madre de la eficaz exhortación con que nos propone nuestro, Señor Jesucristo que aprendamos de él a ser mansos, y humildes de corazón, (Mat 11, 29.) puso el mayor empeño en la práctica de esta virtud, que desde luego conoció ser el cimiento más necesario para el edificio de la Evangélica perfección, y unión con Dios a que se sintió llamada. Había dispuesto su Divina Majestad levantar el alma de la Santa a una sobre eminentísima santidad, y enriquecerla con sus divinos dones, con gracias y prerrogativas tan singulares, que fuese una nueva columna, decoro y ornamento de su iglesia: y para que la grandeza de este espiritual edificio en ninguna manera peligrase, lo fundó sobre la firme piedra de la más profunda humildad. Esta, por un nuevo privilegio no a todos concedido, tuvo más de infusa que de adquirida; y por esto no solo se humilló cuanto podía humillarse, mas también cuanto quiso Dios, y del modo que quiso que se humillase. Fué prerrogativa suya especial que, si en otros santos permite Dios las tentaciones, y otros trabajos espirituales, para que sirviéndoles de contrapeso no se engrían o se envanezcan con la grandeza de las revelaciones, y de los Soberanos Dones que reciben en ella lo fuese su misma humildad, la cual desde sus principios se vio llegar a un cierto grado de heroicidad, que es más fácil de admirarse: que de imitarse y conocerse.

   Puede decirse con verdad, que, así como su perfección y santidad llegó a un grado tan sublime, que excede a cuanto podemos conocer en esta vida, así su humildad supo abismarse hasta lo más profundo del abatimiento. Su propio conocimiento la hacía como aniquilarse con finísimos sentimientos en la divina presencia, admirándose de que con tanta liberalidad pusiese Dios en ella sus Dones, siendo indignísima de recibirlos. Su abatimiento tanto en los afectos interiores de su corazón, como en los actos exteriores, demuestran hasta la evidencia que era insaciable en buscar y en padecer desprecios, y todo género de confusión y de abatimiento por Cristo entre sus criaturas. Pero lo que sobre todo la inducía a la mayor humillación era el altísimo conocimiento de la grandeza de Dios, y el vivo ejemplar de su Unigénito humanado Hijo nuestro Señor Jesucristo, que, siendo Dios verdadero, se humilló hasta el extremo de tomar la humilde forma de Siervo, y la semejanza de pecador. Aquí era donde se humillaba tanto, que pudo con verdad asegurar: Yo me veo reducida a la nada de mi ser, y ni aun así acabo bien de conocerme. (Sal 72, 21). ¡Rara humildad! Pues quisiera ser capaz de humillarse tanto por Dios, cuanto fué lo que se humilló Dios por el hombre.

PUNTO SEGUNDO.

   No solo los santos, también Dios, y mucho más que todos ellos nos han enseñado la necesidad de ser humildes de corazón para poder salvarnos. Dios abatido y humillado por el hombre nos hace precisamente conocer hasta qué grado debe este abatirse y humillarse por su Dios. Humillóse el Señor hasta anonadarse de sí mismo, cuando se dignó humanarse por nosotros: humillóse cuando tomó sobre sí no solo nuestras enfermedades y dolencias si no también nuestras culpas y pecados para satisfacer por ellos a la Divina justicia y humillóse hasta la cruel y afrentosa muerte de Cruz para reconciliarnos con su Eterno Padre, y para ser exaltado por él en su gloria sobre todo lo criado. ¡Cuánto pues será lo que deba humillarse la criatura, y abatirse a vista de las humillaciones de su Criador! Pero advierte que, si subió tan alto aquella Humanidad Santísima fué porque bajó primero, y se humilló hasta las inferiores partes de la tierra, (Ef 4, 9) y hasta lo íntimo de todo que es la semejanza de la carne del pecado. Esto hizo Dios humanado por nosotros, para enseñarnos a ser humildes de corazón.

   ¿Pero podremos pensar de otra manera los que tantos motivos tenemos para ello? Nosotros criados de la nada, formados del cieno de la tierra, concebidos en pecado, y que nacemos hijos de ira; ingratos a los beneficios de Dios, infieles a su gracia, y atrevidos contra su infinita grandeza y majestad: que bebemos como el agua la iniquidad, que sabemos haberse multiplicado nuestras culpas sobre el número de los cabellos de nuestra cabeza, y que aun nuestras buenas obras se parecen no poco en su inmundicia a la de un paño asquerosamente manchado, ¿cómo podremos no humillarnos con tan claros conocimientos?. ¿Cómo podrá ensoberbecerse el que por su condición es polvo, ceniza y nada? Ni, ¿cómo podrá vanagloriarse en su malicia, el que es poderoso para cometer la iniquidad con infinita injuria del sumo bien? Humillémonos si habernos de salvarnos. El pecador para conseguir misericordia, el justo para no ser privado de su justicia, los poderosos para no ser derribados de su silla, y todos para no ser excluidos del Reino de los Cielos. Humillémonos pues bajo de la poderosa mano de Dios para que nos exalte en el tiempo de su visitación. Aprendamos de la bendita Madre Santa Teresa el mejor modo de hacerlo; pidámosle nos alcance del Señor esta virtud, y para ella el pleno conocimiento de su indispensable necesidad para poder salvarnos, bien significada en aquella divina sentencia: Si no os mudareis de tal suerte que lleguéis a ser como los párvulos, no entrareis en el Reino de los Cielos. (Mat 18, 3)

—Esto se meditará un poco según que cada uno pueda, se dirá luego la Oración Incomprensible Señor, y después la siguiente…

ORACION

   Humildísima, rendidísima y abatidísima Madre y Maestra mía Santa Teresa de Jesús, tesoro riquísimo de santidad escondido en el campo de vuestra humildad profundísima; huerto cerrado, pero amenísimo de divinos frutos, que ocultabais humilde en el secreto de vuestro corazón, y pozo de aguas vivas de soberanos dones y de gracias admirables, profundísimo por lo extremado de vuestro abatimiento.  Vos sois por esta virtud parecida al Evangélico grano de mostaza, porque vuestra pequeñez mereció que el Todo Poderoso hiciese con vos cosas tan grandes, que llegasteis a ser un árbol frondosísimo capaz de sostener en sus ramas un número exorbitante de almas santas; lo sois a la pequeña fuente, símbolo de la humilde Reyna Esther, que, con las aguas de vuestra Celestial sabiduría, a la manera de un rio caudaloso, fertilizáis los campos de la Santa Iglesia, y la ilumináis como sol refulgentísimo con la luz de vuestra soberana doctrina: y lo sois finalmente a la pequeñuela piedra que derribó la agigantada estatua de la impiedad y de la soberbia mundana; porque extendida después, y acrecentada maravillosamente en los profesores de vuestra Sagrada Reforma, habéis llegado a ocupar toda la tierra. Por aquella estupenda humildad con que siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo os humillasteis en tanto grado, que merecisteis os engrandeciese y os sublimase extraordinariamente entre sus santos, os suplico humildemente me alcancéis de su Divina Majestad la verdadera humildad de corazón, el favor particular que pretendo en esta Novena, si fuere de su Divino agrado concedérmelo, y singularmente la gracia que tiene prometida a los humildes, para que sirviéndole fielmente con ella en esta vida, consiga después el verle y gozarle para siempre en la Bienaventuranza. Amén.

—Síguese ahora el rezar los tres Padre nuestros, y lo demás hasta concluir como en los demás días…

DÍA SÉPTIMO

EJERCICI0.

   Hoy para aprender ejemplos de Paciencia se tendrá media hora de lección espiritual sobre la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, como se cree que lo hacia la Madre Santa Teresa.

—A su hora acostumbrada, y antecediendo las correspondientes preparaciones leerá la siguiente…

CONSIDERACIÓN.

   Considera, o alma; la heroica Paciencia de la Madre Santa Teresa de Jesús, y que esta virtud le es a todo cristiano necesaria para salvarse.

PUNTO PRIMERO.

   Considera la constancia y alegría de ánimo con que padeció continuos males, é ingentísimos trabajos, y su insaciable ardiente deseo de padecer por el Señor. Es esta verdaderamente una de las virtudes en que más sobresalió la heroica perfección de su alma benditísima. Fueron muchas, penosas y muy agudas las enfermedades que padeció: intensos violentos, y de muchas diferencias los dolores que la molestaron; y casi de continuo padecía diversos accidentes que la incomodaban y le daban mucho que padecer. Las calumnias, los malos tratamientos, y las injustas acusaciones que tanto dentro cuanto fuera de su Orden tuvo que sufrir, fueron gravísimas y muy frecuentes. Y sobre todo las arideces y desolaciones de espíritu, las terribles congojas y amarguras de su alma más penosas que la misma muerte, con los demás trabajos interiores que la misma Santa Madre compara en algún modo con las penas del infierno, fueron ingenuísimas y prolongadas. Pero superior a todas éstas tribulaciones su magnánimo corazón, no solo las toleraba con Paciencia y sin quejarse, si no que a imitación de San Pablo (Col 1, 24) se alegraba su espíritu, y le era de particular consuelo el padecerlas. No hubo tribulación alguna por grande que fuese, que pudiese disminuir el júbilo que experimentaba su alma en padecerla.

   Esta heroicidad, aun siendo tanta, no nos descubre todavía el todo de la altísima perfección de su admirable Paciencia. Parece que se acercó tanto a la del Apóstol, que pudo decir como él, que no acertaba ni apetecía regocijarse en otra cosa que en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo: (Gal, 6, 14) y que se llenaba de consuelo y rebosaba su corazón en extraordinarias alegrías, cuando padecía alguna tribulación por grave que ella fuese. (Cor 7, 4). De aquí su vehemente deseo, y sus ansias insaciables de padecer. Parecía que su Divino Esposo nuestro Señor Jesucristo le había comunicado la ardiente sed de padecer más y más, que tal vez fué la que manifestó estando en la Cruz: porque siendo tanto lo que ejercitaron su Paciencia Dios, el infierno y las criaturas, aun se extendían a mas las ansias de su corazón, y le parecía todo poco a sus deseos. Llegó a tal estado, que no quería vivir si no para padecer por Dios, y asi le solía decir: Señor, o morir o padecer. Daba gracias al Señor en sus mayores tribulaciones; les miraba como premio de los trabajos anteriores; y las estimaba en tanto que las miraba en cierto modo como una equivalente Bienaventuranza, o como su mayor felicidad en esta vida. ¡Que Paciencia tan singular!

PUNTO SEGUNDO.

   Considera que una de las virtudes más precisas al cristiano para salvarse es la Paciencia en todo género de trabajos asi ocultos como manifiestos. Es de fe que para entrar en el Cielo nos es necesario pasar antes por muchas y grandes tribulaciones. Lo es que padeció Cristo por nosotros: y nos dejó el admirable ejemplo de su Paciencia para que tratemos de imitarle. (1 Ped 2, 21). Y lo es igualmente que en nuestra Paciencia poseeremos nuestras almas. (Luc 21, 19). Se infiere de aquí que si nos falta el sufrimiento y la tolerancia en aquellas ocasiones y tiempos, en que la necesitamos para soportar con resignación los males que se nos ofrecen padecer en esta vida, nos desviamos enteramente del camino de nuestra salvación, de la secuela de nuestro Señor Jesucristo, y del medio que para la tranquilidad y paz interior se juzga indispensable. Los trabajos interiores de pesares, disgustos, aflicciones de espíritu, con lo demás que a esto pertenece, es un género de padecer para el cual más que para otro alguno se necesita de la paciencia, con que se conserve firme el ánimo en las adversidades, sin, que la pusilanimidad, o la desconfianza lo incite al despecho, o le hagan vacilar en su constancia.

   Sabida cosa es que los escogidos han de ser probados por Dios en el fuego de la adversidad como lo es el oro en el crisol; (Sapient 3, 6) y que a todos nos propone, como a los hijos del Cebedeo, la precisión de haber de beber con su Majestad el cáliz amarguísimo del padecer para participar después de las dulzuras de su gloria. De aquí es que las exteriores penalidades de infortunios, pobreza enfermedades, y todas cuantas a estas especies se reducen, las debemos mirar como otras tantas señales de la beneficencia y del amor de Dios para con nuestras almas; porque por ellas, si con Paciencia las sufrimos, nos hacemos beneméritos de sus eternos premios: como por el contrario seremos indignos de lograrlos, si con nuestra impaciencia le irritamos. Acordémonos en todo tiempo que la Paciencia nos es siempre necesaria, para que cumpliendo la voluntad de Dios consigamos sus promesas, (Heb. 10, 36). Aprendamos de la bendita Madre Santa Teresa a ser sufridos y pacientes: pidámosle nos alcance del Señor esta virtud, preservándonos del vicio contrario, porque dice Dios: Ay de aquellos que han perdido el sufrimiento (Ecl 2, 26).

   —Esto se medita un rato si se puede: se dice después la Oración Incomprensible Señor, y luego la siguiente…

ORACIÓN

   Pacientísima, sufridísima y resignadísima abogada mía Santa Teresa de Jesús, ejemplar admirable de sufrimiento y de Paciencia, porque a imitación del manso Cordero nuestro Señor Jesucristo tolerabais los malos tratamientos, y las más duras persecuciones sin abrir la boca para quejaros; y aun padecíais con gusto por su amor, deseando siempre más para serle en todo conforme y semejante; como lo fuisteis a Tobías en la paciencia, a Job en la tolerancia, y a Jacob en el amor a los trabajos; y como lo fuisteis a Daniel siendo calumniada, a los grandes Profetas en las mayores vejaciones, y al mansísimo David en las aflicciones del espíritu. Yo os suplico por la altísima perfección de vuestra Paciencia, con que conservasteis inalterable la paz de vuestro interior, la tranquilidad de vuestro espíritu, y la dulzura de vuestro corazón, como efecto de la perfecta unión de vuestra voluntad con la de Dios , que me alcancéis de su Majestad el favor que pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado que lo logre; pero singularmente paciencia y conformidad en los trabajos que su providencia me enviare, el agradarle con ellos en la vida, el cumplir exactamente su santísima voluntad, el morir en su gracia, y el gozarle después para siempre en la Bienaventuranza. Amén.

—Ahora se rezarán los tres Padre nuestros, con todo lo demás hasta concluir como el primer día.

DÍA OCTAVO

EJERCICIO:

   Hoy para imitar en algo la heroica Caridad de la Santa Madre con el prójimo se dará una limosna a algún pobre, advirtiendo que han de preferirse los pobres vergonzantes que llamamos de solemnidad; y que en los acaudalados ha de ser el socorro a proporción de la necesidad, y de las circunstancias de la persona necesitada.

   —A la hora competente, hechas las consabidas preparaciones procurará leer la siguiente…

CONSIDERACIÓN

   Considera; alma cuan sublime fué en la Madre Santa Teresa la Caridad con el prójimo; y cuan imposible le es al cristiano el salvarse sin esta virtud.

PUNTO PRIMERO.

   Considera pues que la Santa Madre fué perfectísima en el amor a sus prójimos, así el que consiste en las obras exteriores como en las de los actos internos. Fué está una de las virtudes en que más sobresalió su agigantado espíritu; y amándolos a todos en Dios, por Dios, y para Dios, no podía dejar de compadecerse de los afligidos, ni dejar de ocurrir a su consuelo y remedio en el modo que le fuese posible. Las necesidades ajenas atormentaban su compasivo corazón; y como era la Caridad quien lo ocupaba se difundía está en obras heroicas donde quiera que las hallaba. Su liberalidad con los pobres, su conmiseración con el afligido, su incansable solicitud con los enfermos, y sus limosnas frecuentes, oportunas, y considerables se referirán siempre con alabanza suya en la Iglesia de los santos para nuestra común edificación. La misericordia crecía con los años, y al paso que las demás virtudes en su alma; y le fué siempre tan inseparable, que parecía ser otra naturaleza que con ella había nacido de las entrañas de su madre.

   Pero donde más obraba este ruego era en lo interior, evidenciándose en lo mucho que hizo y que trabajó en beneficio espiritual de sus prójimos. Su corazón enfermaba con el enfermo, lloraba con el afligido, y se condolía del preso, del cautivo, y del atribulado, como si efectivamente padeciese con ellos aquel trabajo. Mas donde su caridad se dejó ver en un grado, y de un fervor ciertamente increíble fué con respecto a la salvación de las almas. No podía oír los escándalos de su tiempo sin abrasarse como San Pablo en el más ardiente celo. Lloraba inconsolable la ceguedad y obstinación de los herejes de su siglo, su, eterna condenación, y el sin número de, almas que con sus errores pervertían. Y para ocurrir en algún modo a este gravísimo daño, no satisfecha con las penitencias y oraciones que hacía por su remedio, emprendió inspirada de Dios la ardua empresa de la Reforma de su Orden para que en ella se santificasen, y se salvasen innumerables almas, y contuviesen con su virtud, con su predicación y con sus escritos el daño que por todas partes causaba la herejía. En suma, su caridad fué muy parecida en todo a la de su amabilísimo Divino Redentor, porque a imitación suya no se detuvo en exponer su vida por el espiritual y eterno bien de sus hermanos.

PUNTO SEGUNDO.

   Ahora debes considerar que sin esta virtud ninguno puede salvarse, porque habiendo Dios mandado a cada uno la caridad con su prójimo, y siendo esta con la que llena la observancia de la Ley, no podemos sin ella prometernos el Paraíso. Con ella debemos amar a todos cuantos son capaces de su salvación, sean buenos o malos, parientes o extraños, vivos o difuntos, a ninguno ha de excluirse, aunque sea pecador, hereje o enemigo, y ha de ser llena de bondad, de obras de misericordia y de beneficencia con todos. Ella mira con horror a la envidia, a la ambición, y a la codicia por el daño que al prójimo le resulta. Ella no busca el propio interés, no juzga mal de otros, ni se irrita contra ellos. Y ella es sufrida, liberal, y con todos compasiva. Olvida los agravios, perdona las injurias, y ama con verdad a él ofensor. Consuela al afligido, socorre al necesitado, y a todos hace bien. No quiere para otros lo que para sí no quiere; desea para los demás lo que para si desea, y enseña a hacer con nuestros próximos lo que apetecemos que ellos hagan con nosotros.

   El ejemplo de nuestro amabilísimo Redentor es la regla más principal que para este amor se nos propone, pues manda que recíprocamente nos amenos a similitud del modo con que, su Majestad se dignó amarnos, (Juan. 13, 31).

   ¡0h cuanto es lo que en esto se nos dice! ¡Y o cuan malamente lo entendemos y lo practicamos!  En fuerza de este su divino precepto debemos amar a todos nuestros prójimos con amor sobrenatural y de verdadera caridad: debemos evitar cuanto a esta se le opone; y debemos no omitir cosa alguna de cuanta a ella pertenece. Los odios, las enemistades, las venganzas, las envidias, las murmuraciones, los malos tratamientos, y sobre todo los escándalos, los malos consejos, y los ejemplos perniciosos con que somos causa del pecado ajeno, destruye en nosotros la caridad con ruina alguna vez irreparable. Por el contrario, se fomenta con la limosna, con el buen ejemplo y con los consejos oportunos y saludables. Tengamos entendido que no es posible amar a Dios, mientras que no amenos al prójimo, y que será el salvarnos imposible si esta caridad nos falta. Aprendámosla de la Madre Santa Teresa, imitémosla en su práctica, y pidámosle nos la consiga del Señor: porque si no amamos al prójimo, viviremos en tinieblas, (1 Juan 2, 11) y estarán muertas nuestras almas para Dios. (1 Juan 3, 14)

   —Esto se medita un rato, se dice después la Oración Incomprensible Señor y después la siguiente…  

ORACIÓN

   Amabilísima, pacientísima y afabilísima Madre y remediadora mía Santa Teresa de Jesús, modelo y ejemplar de la caridad más heroica con el prójimo, por la que fuisteis consoladora de los afligidos, socorredora de los pobres, y remediadora de los necesitados. Vista de los ciegos, pies para los baldados, remedio y salud para el enfermo, guía de los descaminados, maestra de los sabios, y sapientísima confutadora de los herejes. Vos sois el instrumento de la Divina Misericordia para la conversión de los pecadores, para la reducción de los infieles, y para la salvación de las almas. Vos la extirpadora de los vicios, la reformadora de las costumbres, y la restauradora de la piedad. Y vos la gloria de la militante Jerusalén la Santa Iglesia, la alegría de Israel Católico, y la honra de vuestro pueblo cristiano; porque con vuestra heroica caridad ocurristeis como Judit a reparar la ruina que amenazaba a la casa del Señor, y a su pueblo santo. Yo os suplico con cuanta eficacia puedo que ejercitéis conmigo vuestra ardiente caridad, consiguiéndome de Dios, si me conviene, el remedio de esta necesidad que le pido en vuestra Novena; pero mucho más el perdón de mis culpas, la imitación de vuestras virtudes, la caridad con mis prójimos, el logro de una muerte santa, y la salvación eterna de mi alma. Amén.

—Ahora se rezan los tres Padre nuestros, y lo demás hasta concluir como en los días antecedentes.

DÍA NOVENO

EJERCÍCIO:

   Hoy por último de la Novena se volverá a confesar y comulgar otra vez con la posible devoción, y con la misma se oirá una Misa, repitiendo en ella los actos de amor de Dios.

   —A la hora competente después de la común preparación leerá la siguiente…

CONSIDERACIÓN.

   Considera, alma devota, la ardentísima y seráfica Caridad para con Dios dé la Madre Santa Teresa; y la absoluta imposibilidad de salvarnos sin esta necesarísima virtud.

PUNTO PRIMERO

   Aunque no es posible reducir a palabras, ni formar en esta vida una cabal idea de la ardentísima Caridad con que amaba a Dios la Santa Madre, puedes no obstante considerar la grandeza de este amor por su causa y sus efectos. Fué grande motivo el haberle hecho el Señor particularísimos favores como a, los mayores santos. Si un Ángel habló desde el Cielo a Abraham, (Gn 22, 21) un Serafín traspasó en diferentes ocasiones el corazón de la Santa con un dardo de divino fuego. Si fué arrebatado San Pablo hasta el tercer Cielo en su conversión, (2 Cor 12, 2) también lo fué la Santa por un modo maravilloso. Y si San Juan Evangelista tuvo aquel sueño divino y, maravilloso sobre el pecho de nuestro Señor Jesucristo en la última cena (Juan 13, 23) la Santa Madre se vio a si misma dentro del pecho del Eterno Padre por un modo raro y estupendo. El Señor celebró con su bendita alma los místicos y divinos desposorios, con que fué ennoblecida la Esposa Santa de los cánticos: la sublimó aun viviendo a su divina unión en grado eminentísimo: le confió el celo de su honor, y le aseguró que nada le negaría de cuanto le pidiese. El Espíritu Santo se le manifestó por un modo altísimo en repetidas ocasiones, y le comunicó sus Soberanos Dones como a los Apóstoles dejándola tan abrasada en divinos incendios, que nunca después se vieron apagados. Puede decirse con toda propiedad, que la caridad de Dios estaba derramada en su corazón, porque el Espíritu Santo que había sido dado a su alma, se la había sobreabundantemente comunicado, (Rom 5, 5).    

   La Santa Madre al modo que su Santo Padre Elias, pareció en el mundo como un fuego el más activo, y sus palabras ardían como un hacha encendida. (Ecli 48, 1) Tales fueron los efectos de su amor a Dios. Abrasada en él como los Serafines del Cielo, nada de lo mucho que por él hacía y padecía bastaba para satisfacer las insaciables ansias de su enamorado corazón. Su oración continua, su comunión diaria, y sus fervorosos ejercicios servían para acrecentar más aquel incendio. El voto altísimo de hacer siempre lo que conociese más perfecto es un claro indicio de la actividad de su llama. La Sagrada ejemplarísima Reforma de su Sagrado Orden del Carmen, que emprendió y que estableció sobre este solidísimo principio, convence con toda certeza, que al modo de su Divino Esposo nuestro Señor Jesucristo, vino a encender fuego en el mundo, para que nunca falte en él quien en este volcán se abrase. Y sobre todo la evidencia, que, a la manera de la Esposa Santa de los cánticos, este amor la hizo enfermar, y ver por experiencia, propia que él es fuerte como la muerte; (Cant 8, 6) porque la enfermedad de que murió fué del intolerable incendio de divina Caridad en que su corazón y su alma se abrazaba; ¡0h asombro de caridad! ¡Oh suerte y excelencia singular de la Madre Santa Teresa! Si el dar la vida por la caridad del prójimo es acto que no conoce otro mayor en esta virtud, (Juan 15, 13) ¿que será el morir por Dios, y que sea su amor el que acabe con la vida?

PUNTO SEGUNDO

   Considera, por último, alma cristiana, que la caridad para con Dios, acreditada en las obras nos es tan necesaria a todos que sin ella será nuestra salvación enteramente imposible. Este es el primero, y el máximo de los Divinos Mandamientos; la primera y más estrecha de nuestras obligaciones, y el preciso y necesario fin para que habernos sido criados. Sin esta de nada sirven las demás virtudes. La fe, aunque sea tan heroica que podamos hacer milagros, la fortaleza si fuese tanta que la tuviésemos para entregar a las llamas nuestro cuerpo, y la misericordia sí llegase en nosotros a tal grado, que siendo acaudalados distribuyésemos entre los pobres todo cuanto tuviésemos, todo sería perdido, si no le acompañase un verdadero amor a Dios sobre todas las cosas. Aun las mismas gracias sobrenaturales, con que puede el Señor condecorarnos, no servirían de cosa alguna para la otra vida, si aquello nos faltase. Ella es la más digna y principal de todas las virtudes: es el alma, y como el ser de todas ellas con respecto a la vida de la gracia, que es el principio del mérito. Y es la que nos une con Dios, y nos hace dignos de sus premios, y nos lleva al logro de su eterna inamisible posesión. Ésta caridad somos obligados a manifestarla en nuestras obras, la observancia de los divinos preceptos le es tan esencial e inseparable, que faltaría enteramente a la verdad, el que afirmando que ama a Dios, dejase de guardar sus Mandamientos, (Juan 2, 4) La Fe, fundamento de todas las virtudes, tiene precisamente por ella su ejercicio. (Gál 5, 6) Y al modo que se tiene por fe muerta aquella a que las buenas obras no acompañan, (Jacob 2, 26) de la misma suerte no será verdadero amor de Dios aquel que carece del ejercicio de las obras santas. Por esto se nos exige, no una caridad que se queda solo en palabras, si la que acredita con las obras su verdad. (1 Juan 3, 18) Estas son el odio y la fuga del pecado; la fiel correspondencia a los auxilios de la gracia con que nos llama el Señor a que le amemos, y el cuidado de hacer en toda su santísima voluntad, dirigiendo a su mayor honra y gloria aun las obras más indiferentes que hacemos para con todas agradarle. Toma por modelo de esta virtud a la Madre Santa Teresa de Jesús, elígela por tu Protectora para conseguirla del Señor en la vida y en la muerte: y saca por fruto de esta Novena el amar a Dios con tal verdad, que no vuelvas más a ofenderle con el pecado, porque son aborrecibles a su Majestad los pecadores. (Ecli 12, 3)

—Medítese esto un rato, dígase luego la Oración Incomprensible Señor, y después la siguiente…

ORACIÓN

   Devotísima, fervorosísima y amantísima Madre, Protectora y Abogada mía Santa Teresa de Jesús, Esposa dilectísima del Inmaculado Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, digna habitación del Espíritu Santo, y de sus más preciosos Dones; amada de Dios, regalada de Dios, y escogida entre miliares para ser las delicias de vuestro Criador. Instrumento de su bondad, celadora de su honor, y objeto de sus mayores complacencias. Claro sol de sabiduría y de santidad con que se ilustra la Iglesia Militante: portento de la gracia y estupendo prodigio de la Divina Omnipotencia. Sagrado incendio de divina caridad, que avivasteis en la tierra el que vino a encender en ella el amabilísimo Redentor, y se hallaba ya en mucho parte casi extinguido. Yo el menor de vuestros devotos me pongo desde ahora para siempre a la sombra de vuestra deseada protección, y os suplico con todas las veras de mi alma, que además del singular favor que por vuestra intercesión he pedido en esta Novena, me alcancéis de su Divina Majestad la gracia especial de imitaros en todas las virtudes, pero singularmente en la ardentísima caridad con que le amasteis como un abrasado Serafín, hasta transformaros por amor en vuestro mismo Criador. Sea este, amada Santa mía, el fruto particular de la devoción con que os he venerado en este Novenario; y séalo también el prepararme desde ahora con una santa vida para la muerte que se me acerca, para que, acabando mi vida con los actos más intensos del amor a mi Dios, pase después a verle y alabarle eternamente en el Cielo. Amén.

—Ahora los tres Padre nuestros, y lo demás como en los otros días.

ANTIFONA

—Traté de tomarla como mi esposa. Porque ella es maestra de disciplina; Dios, y el director de sus obras.

V- Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu Padre.

R- Y el Rey codiciará tu belleza.

OREMOS

   Escúchanos Dios nuestro Salvador, como en el caso de las Bienaventuranzas; Nos regocijamos en vuestra conmemoración de la Virgen Teresa, para que nos alimentemos del forraje de su celestial doctrina, y nos eduquemos en el afecto de la piedad devota. A través de nuestro Señor.

 

GLORIA PATRI ET FILIO,

ET SPIRITUI SANCTO.

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