Escrito
por EL P. Fr. DIEGO JOSÉ DE CADIZ Misionero Apostólico, del Orden de Menores
Capuchinos de N. S. P. S. Francisco, de la Provincia de la Inmaculada
Concepción de nuestra Señora, en los Reinos de Andalucía. Impresa en Sevilla
año de 1796; en Murcia año de 1815, y en Cuenca año de 1828, a expensas de un
devoto.
Don Jacinto Rodríguez Rico, dignísimo
Obispo de Cuenca concede 40 días de Indulgencia a todos los fieles que hiciesen
esta Novena, rogando a Dios por las necesidades de la Iglesia y del Estado.
ALAVADA
SEA la Santísima Trinidad.
DÍA
PRIMERO.
EJERCICIO.
En este día será el ejercicio confesar y comulgar devotamente para mejor
disponerse a conseguir la protección de La Santa Madre, con respecto al fruto espiritual
de esta Novena, y al remedio de la necesidad porque particularmente se hace.
—Llegada la hora señalada para empezarla se
persignará, y se preparará con un fervoroso acto de contrición, y después leerá
si cómodamente pudiere la siguiente
CONSIDERACION.
Considera, alma, la sublime perfección
de la Madre Santa Teresa de Jesús en la observancia de la Divina Ley y la obligación
en que estamos de imitar su ejemplo en esta parte para poder salvarnos.
PUNTO PRIMERO
Considera pues, y trae a la memoria el singular esmero con que procuró la
Santa arreglar su vida por el tenor de la Ley Santísima de Dios, mediante el más
exacto cumplimiento de sus Divinos preceptos. Entendió muy bien desde luego, no
sin superior ilustración, que en todos y en cada uno de ellos se prohíbe lo que
es pecado, y se manda la virtud opuesta; y hecho cargo de que igualmente lo uno
que lo otro es necesario y preciso para santificarse el alma con su debida
observancia, puso su mayor esmero en caminar por la senda rectísima de estos
Mandamientos, sin declinar o separarse de ella en tiempo alguno. Jamás los
quebrantó con culpa grave, ni por el pecado de su transgresión incurrió en la
indignación del Señor, ni le fué por él en tiempo alguno desagradable; antes bien
por su exactitud en guardarla mereció las más copiosas bendiciones del Soberano
Legislador, y que en todo la prosperase, hasta hacerla una de sus más predilectas
y señaladas Esposas en el número de sus Santos y escogidos. Nunca manchó su alma
con el pecado mortal, y siempre conservó limpio el candor de aquella blanca
tónica, que como a los demás cristianos le pusieron en el bautismo,
encargándole que cuidase de presentarla pura y sin mancha en el rectísimo
Tribunal de Dios cuando en el compareciese, como en efecto así fué. A esta
particular y recomendable excelencia agregó la de cumplir con la mayor
puntualidad cuanto el Señor en estos sus Mandamientos nos impone, y tiene
determinado que se haga.
Fué intensísimo su amor a Dios,
continuo su cuidado de honrar, alabar y engrandecer su Santo Nombre, y ferviente
su conato de servirle, adorarle y darle culto en todo lugar y tiempo, en
espíritu y verdad, dirigiendo a su mayor honra y gloria sus obras, palabras y
pensamientos, para de todos modos agradarle, y cumplir su santísima voluntad.
Fué amantísima de sus próximos, y lo acreditó con sus hechos, ordenados siempre
a beneficio de todos, así propios como extraños, tanto amigos como enemigos, ya
justos, ya pecadores, fuesen mayores o Inferiores, súbditos o iguales; porque
en todos miraba a Dios, por quien, en quien, y para quien los amaba. Y fué por
último exactísima en el cumplimiento de las obligaciones de su estado y de su
profesión; porque no ignoraba ser esta una parte esencialísima de la Divina Ley,
con que debía santificarse, para que, caminando de esta suerte de virtud en
virtud, subiese a la cumbre de la más alta perfección, hasta llegar en esta
vida a la unión con Dios, y a ver y gozar después de ella al que es Dios de los
Dioses en la hermosa Sion de la eterna Bienaventuranza.
PUNTO SEGUNDO
Pasa de aquí, oh alma, a considerar cuanta es esta obligación en ti, y
cuan imposible te es el salvarte sin cumplirla. La Ley Santísima de Dios es la
primera y más esencial regla por donde todos sin diferencia alguna de estado,
de condición, o de sexo debemos arreglar nuestras vidas, y ordenar nuestras,
acciones, palabras y pensamientos. Es la ciencia de los Santos, y de todo fiel
cristiano, según la cual debemos ser instruidos y enseñados para proceder con
acierto y sin error en lo que hubiéremos de hacer. Y es el camino preciso, y el
medio más necesario para conseguir el último fin de la eterna salvación para
que somos criados. Su autor no es otro que Dios Todo Poderoso, de quien habemos
recibido el ser, la conservación, y todo cuanto tenemos y podemos, o esperamos tener
en esta vida y en la eterna. Aquel en quien somos, vivimos y nos movemos, y que
puede si quiere en un solo instante aniquilarnos y reducirnos a la nada de que
nos sacó cuando se dignó criarnos a su imagen y semejanza. El mismo a quien
obedecen todas las criaturas del Cielo y de la Tierra, guardando aquel orden,
sucesión, y movimiento que les impuso como ley, cuando les dio el ser que
tienen. Este al tiempo de formarnos y de darnos un alma racional, nos impuso
leyes y preceptos que hubiésemos de guardar inviolablemente, proponiéndonos
premios y castigos fuego y agua, vida y muerte, para que extendamos la mano a
lo que quisiéremos de esto. Si guardaremos sus Mandamientos ellos nos
conservarán en la vida de la gracia, y por el agua Viva del Espíritu de Dios
seremos de tal suerte purificados, que enriquecidos de méritos logremos los
grandes premios de la eterna felicidad a que aspiramos. Mas, por el contrario,
si los quebrantamos y no nos arrepentimos, seremos reos de muerte perdurable, y
merecedores del atroz castigo del fuego inextinguible que jamás ha de acabarse.
De aquí se infiere que si habemos de salvarnos nos es del todo preciso
el guardar los Mandamientos. Sin esto ningún pecador puede hacer condigna
penitencia, ningún justo puede permanecer en gracia, y a ninguno se le darán
los bienes de la gloria. Dios ha mandado que guardemos con toda exactitud sus
Divinos Mandamientos. (Salm. 118, 4) De aquí nuestra necesidad de temer al
Señor, y de guardar sus Mandamientos, porque en esto esencialmente consiste
todo hombre, (Eccle. 12, 13) De aquí nuestra obligación estrechísima de aborrecer
el pecado, huir de él como de una víbora, igualmente que, de las ocasiones de
cometerlo, y además tratar de borrarlo con verdadera penitencia, si en él
hubiésemos incurrido. Y de aquí la precisión de haber de santificarnos con las
virtudes que en ellos se nos mandan, compendiadas todas en la caridad con Dios
y con el prójimo, y con el cumplimiento más puntual de las peculiares
obligaciones de nuestro estado y oficio. De otra suerte será imposible
salvarnos, porque tiene fulminada el Señor su divina maldición, y sus más
terribles Anatemas contra todos aquellos que no permanecieren constantes en
obrar cuanto en su Ley Santa se contiene, (Galat. 3, 10). Aprende el modo de
observarla: de los heroicos ejemplos de la Madre
Santa Teresa de Jesús, toma la firme resolución de imitarla; y pídele te
alcance del Todo Poderoso la gracia especial, y los auxilios que para ello
necesitas: porque dice el Espíritu Santo, que
son malditos del Señor los que declinan de la guarda de sus Mandamientos
(Psalm. 118, 21)
—Esto se meditará un
poco si cómodamente se pudiere, y después se dirá con devoción la siguiente…
ORACION PARA
TODOS LOS DÍAS.
Incomprensible Señor, y
Dios Eterno, Uno en Esencia y Trino en Personas, mi Criador, mi Salvador y mi
Padre amabilísimo; en quien creo, en quien espero, y a
quien amo de lo íntimo de mí corazón sobre todas las cosas: postrado en vuestra
soberana presencia os adoro, os bendigo, y os alabo por vuestro ser inefable
por vuestras perfecciones infinitas y porque siempre os habéis manifestado en
vuestros Santos admirable. Yo os doy gloria, magnificencia y alabanza porque
entre los demás os dignasteis escoger a vuestra fidelísima Esposa, y predilecta
Sierva Santa Teresa de Jesús, para que como astro fulgentísimo brillase en el
Cielo de vuestra Santa Iglesia, y la ilustrase con la luz de su Celestial
doctrina, y admirable sabiduría con el raro ejemplo de sus heroicas Virtudes, y
altísima perfección; y con la excelencia de los divinos dones, sobrenaturales
gracias, y prerrogativas singulares con que enriquecisteis su alma benditísima;
y os suplico, que por su poderosa intercesión, y por los infinitos
merecimientos de vuestro Unigénito Hijo mi Redentor, me concedáis el perdón de
mis pecados, y el fruto de esta Santa Novena en el remedio de mis necesidades,
en la enmienda de mi vida , y en la imitación de sus virtudes, para que siendo
mi muerte en vuestra gracia, os alabe después eternamente en el Cielo. Amén.
—Seguida a esta se dirá
como propia de este día la siguiente
ORACION.
Ejemplarísima, virtuosísima, religiosísima y admirable
Madre, y protectora mía Santa Teresa de Jesús, fidelísima
Esposa del Inmaculado Cordero mi Señor Jesucristo, nuevo ornamento de su
Iglesia, Maestra de los Sabios, Directora de los Místicos, vivo ejemplar de los
perfectos; restauradora de la piedad, propagadora de la religión, y celadora
del honor de Dios. Yo os venero con todo mi corazón, y atraído del suavísimo
olor de aquella eminente santidad, con que observando perfectísimamente los
divinos Mandamientos, conservasteis siempre en vuestra bendita alma el candor
de la inocencia bautismal; sin mancharlo jamás con culpa grave, llenasteis
fielmente todos los deberes de vuestras obligaciones, y practicasteis con
altísima perfección lo heroico de las virtudes; deseo eficazmente el imitar
vuestros ejemplos, y por este medio hacerme digno de vuestra intercesión para
con el Todo Poderoso. Alcanzadme pues esta gracia
del Señor para que nunca le ofenda, para que fielmente le sirva guardando sus
divinos Preceptos, y cumpliendo con exactitud las obligaciones de mi estado, y
para que además del especial favor que le pido por vuestro medio en esta
Novena, me conceda el morir santamente para después verle y gozarle eternamente
en el Cielo. Amén.
—Ahora se rezarán tres
Padre Nuestros y Ave Marías gloriados en memoria de la altísima perfección, de
las singulares gracias, y de las demás sobresalientes prerrogativas de la Santa
Madre, pidiendo a Dios por sus méritos el remedio de las necesidades de la
Santa Iglesia, de la de nuestra Monarquía, de las de todo el Pueblo cristiano,
y cada uno por el de su especial necesidad, y se rezarán por este orden.
COPLAS.
Eminente en santidad
Llegó vuestra perfección
Hasta el grado de la unión
Con la excelsa Majestad.
Padre
nuestro.
Os amó Dios en tal grado,
(Privilegio es sin segundo)
Que a no haber criado el mundo
Por vos lo hubiera criado.
Padre
nuestro.
Lo que pides al Señor
Sabemos que no lo niega,
Por todos nosotros ruega
Se digne darnos su amor.
Padre
nuestro.
Todos pues os suplicamos
Con instancia humilde y fuerte
Que en la vida y en la muerte
Tu protección consigamos.
— Ruega por nosotros
bendita Madre Santa Teresa.
—Para que alcancemos de Cristo sus
bendiciones y sus promesas.
Aquí con el mayor fervor
pedirá cada uno a Dios por intercesión de la Santa Madre la gracia particular
que desea conseguir.
ORACION TERCERA
PARA TODOS LOS DIAS.
Benignísimo
Jesús, Salvador, Padre, y Redentor mío amabilísimo, que teniendo vuestras delicias con los hijos de
los hombres vuestros escogidos, os dignasteis de tenerlas muy singularmente con
vuestra dilectísima y escogida Esposa Santa Teresa, haciéndola archivo de
vuestros secretos, depósito de vuestros dones, instrumento de vuestra
misericordia, celadora de vuestro honor, firmísima columna del espiritual
edificio de vuestra Iglesia, confusión de los Herejes, delicias de los
Católicos, oráculo de los Justos, y poderosísima Protectora de sus devotos para
conseguirles de vuestra Majestad el remedio de sus necesidades. Yo os suplico,
Señor, por vuestros infinitos merecimientos, por lo mucho que os agradaron los
de esta vuestra amada, y favorecida Sierva, por los extraordinarios favores,
singularísimas gracias, y especiales prerrogativas con que la adornasteis de no
negarle cosa alguna de lo que os pidiere, que me concedáis todo lo que en esta
Novena os suplico por su medio, si fuere de vuestro Divino agrado, y conviniere
para el mayor bien, y para la salvación eterna de mi alma. Amén.
—Se concluirá con una
Salve a María Santísima nuestra Madre y Señora del Carmen en sufragio de las
benditas Almas del Purgatorio, y para que se digne asistirnos en la hora
terrible de nuestra muerte, alcanzándonos del Señor el necesario auxilio de la
gracia final.
DÍA
SEGUNDO
EJERCICIO.
Este día para imitar en algo la obediencia de la Santa Madre, se tendrá un
particular cuidado de no faltar a cosa alguna que se nos mande, y de cumplir
con exactitud aun las más pequeñas obligaciones de nuestro estado.
—A la hora competente, y antecediendo la común
preparación de signarse con la Santa Cruz, y hacer el acto de contrición con la
devoción posible podrá leer si gustare la siguiente:
CONSIDERACION:
Considera, alma, cuan perfecta y heroica fué la Obediencia
de la gran Madre Santa Teresa de Jesús; y cuan necesaria le es al cristiano
esta virtud para poder salvarse.
PUNTO PRIMERO.
Considera pues la altísima perfección con que practicó los dos actos, en
que consiste necesariamente esta Virtud; y son la absoluta negación de la
propia voluntad, y la total entrega de esta en la de los Superiores. Sabía muy
bien que la negación propia, es lo primero que exige nuestro Señor Jesucristo
de los que resuelven seguirle por el arduo camino de la Evangélica perfección;
y conociéndose llamada a esta, puso su mayor conato en no hacer su propio
gusto, o su querer en cosa alguna. Por el contrario, trabajaba incesantemente
por vencer su propia inclinación, y con un fervor increíble se propuso seguir
fielmente el admirable ejemplo de Cristo nuestro Redentor que decía, no haber
venido al mundo para hacer su propia humana voluntad, si no a cumplir entera y
únicamente la de su Eterno Padre. Tanto fué lo que adelantó por este medio que
llegó hasta el grado de parecer que no tenía propia voluntad; y aun subió al
arduo y difícil de ser ájenos y no suyos sus actos, porque lo eran o del
Soberano impulso de la gracia interior que le movía, o de la intención, consejo
y beneplácito del Prelado, del Director que la gobernaba, obedeciendo a este
tanto como al mismo Inmenso Dios, dice la historia de su vida (Lib. 3. cap. 3).
Rara fué y admirable esta parte su obediencia, porque fué absoluta y
perfectísima la negación de sí misma con que supo ejercitarla, cautivando en su
obsequio no solo su voluntad, mas también su grande entendimiento.
Parecía vivir de la voluntad de sus Superiores, porque les había
entregado tan perfectamente el gobierno de la suya, que nada hacía si no lo que
aquellos le ordenaban. Obedecíales no solo con la más exacta puntualidad y con
la mayor presteza, mas también con júbilo y alegría de su alma, no menos en las
cosas arduas, difíciles, y al parecer repugnantes, que en las fáciles o que
pudieran ser de su gusto. Su obediencia llego hasta la perfección de llenar
completamente la intención y la voluntad de las que la gobernaban, tanto en lo
que expresamente le mandaban o cuanto en lo que conocía que fuese su voluntad,
su intención y sus deseos. No podemos dudar que llegó a la cumbre de la
heroicidad en la práctica de esta virtud, porque antepuso esta más de una vez a
la luz de la Celestial revelación particular con que había sido favorecida;
porque decía, que, en esta, por cierta que le pareciese, podía caber algún
engaño, y en obedecer estaba cierta que no lo había. Aquí se vio anteponer a
las víctimas la obediencia; o por mejor decir, realzar el mérito de esta con el
sacrificio de sujetar a ella aquellas soberanas ilustraciones, que había del
Cielo recibido.
PUNTO SEGUNDO
Considera, alma mía, la obligación que todos tenemos a obedecer, negando
nuestra propia voluntad, y sujetándonos a la de nuestros respectivos Superiores
para poder salvarnos. Es la propia voluntad el mayor enemigo que tenemos,
porque ella es la que nos derriba en el pecado, la que nos aparta del amor a
nuestro Señor Jesucristo, y la que nos priva de su gracia, de su amistad, y de
la participación de sus méritos infinitos, mientras que permanecemos en la
culpa. Ella hace que amándonos desordenadamente pongamos el corazón en la
delicia del mundo, en los gustos de la carne, y en todo lo que es sensual
deleitable, y conforme a la Inclinación de nuestros desordenados apetitos. Y
ella es con la que resistimos a Dios desatendemos sus inspiraciones, y dejamos
inútiles los impulsos de su gracia, haciendo más de una vez efectivo el poder
que en ella hay para malograr, o no corresponder a los auxilios más eficaces
con que el Señor nos favorece. Por esto decía el Padre San Bernardo, que solo
la propia voluntad es la que arde en el inferno, y que el medio para no caer en
él es quitar aquella, mediante la negación propia (Apud. S. Bonav. Regul.
Novitior, cap. 13) porque sin esto no es posible practicar la Evangélica
Doctrina, en que nuestro Señor Jesucristo así lo exige de nosotros, para poder
seguirle y salvarnos.
Esta no será en manera alguna suficiente mientras que no obedezcamos fielmente
a nuestras Cabezas y Superiores. Lo son nuestros Padres naturales, y todos los
que con este nombre se comprenden en el cuarto precepto de la Ley Santísima de
Dios. Tales son los Reyes, y Señores temporales en cuyos territorios vivimos:
los Tribunales, los Jueces, y las Justicias que nos gobiernan, con los Magistrados
y Cabezas de los Pueblos en que habitamos: los Maestros que nos enseñan las letras,
o algún arte y oficio, no menos que todos los mayores en edad, en dignidad, o
en el empleo; y sobre todo los Sacerdotes, y Padres espirituales en sus respectivos
grados y jerarquías. A todos estos, guardando la debida proporción, debemos
siempre respetar y obedecer, porque Dios así lo ha dispuesto, poniendo este
buen orden en el mundo desde sus principios. Por esto el que resiste o se niega
a someterse a la potestad del Superior, resiste a lo que nos tiene Dios
ordenado en su Santa Ley, y el que así resiste se hace reo de la eterna
condenación de su alma, (Roman, 13, 3) Porque es este un pecado tan enorme, que
el Espíritu Santo lo equipara a los de la Idolatría y Hechicería, para darnos a
conocer su gran malicia, y cuan justamente son reprobados los que permanecen
hasta la muerte en esta culpa. Toma y sigue con fidelidad el heroico ejemplo de
obediencia que nos dio la bendita Madre Santa Teresa para poder salvarte, y
pídele te alcance de Dios con sus ruegos, que a imitación suya y del Divino
Salvador seas obediente hasta la muerte como él lo fué, y nos manda que lo
seamos a toda humana criatura por su amor.
—Esto se meditará un
poco si se pudiere: se dirá después la Oración Incomprensible Señor, y
concluida se dirá la siguiente
ORACION.
Obedientísima, rendidísima, y prudentísima Virgen y amada Madre mía
Santa Teresa de Jesús. Vos sois aquella fiel Hija del Dios de
la Majestad, que inclinando el oído de la razón a la voz suave de su Divina
inspiración le obedecisteis fielmente, siguiendo sin tardanza su santísima
voluntad con la perfecta negación de la vuestra. Vos la que a ejemplo de
nuestro Redentor obedecisteis humilde a toda humana criatura por su amor sin
distinción alguna. Y vos la que uniendo vuestra voluntad en todo y por todo a la
del mismo Señor, llegasteis a tanta perfección, que hicisteis por un modo
admirable su divino beneplácito, cumpliendo el de vuestros Prelados y
Directores; viéndose en vos una obediencia ardua como la de Abraham, pronta
como la de Samuel, generosa y universal como la de los Apóstoles; yo os suplico humildemente, que pues su Majestad en
premio de vuestra perfectísima negación os prometió hacer vuestra voluntad, no
negándoos cosa alguna que le pidiereis, que os dignéis rogarle eficazmente, que
me conceda el imitaros en esta y en las demás virtudes; el especial favor que
por vuestra Intercesión le pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado, y
que cumpliendo en la tierra su santísima voluntad mientras que viva, pase
después a cumplirla mejor con los Bienaventurados en el Cielo. Amén.
—Ahora se rezan los tres
Padre nuestros y Ave Marías gloriados, y se sigue lo demás hasta concluir como
en el primer día.
DIA
TERCERO
EJERCICIO.
Para imitar en algún modo el amor o la Pobreza de la Santa Madre se dará
una limosna decente a una familia, o pobre vergonzante; y el que no pudiere
darla rezará algo pidiendo a Dios el socorro de aquel necesitado.
—A la hora competente, habiéndose preparado
como en los días antecedentes leerá con atención la siguiente…
CONSIDERACIÓN.
Considera, alma la heroica Pobreza de la Madre Santa Teresa de Jesús; y
cuál ha de ser esta virtud en los cristianos para que puedan salvarse.
PUNTO PRIMERO
Considera pues, como el extremado amor que tenía a esta virtud la Santa
Madre, le hizo despreciar todas las cosas de la tierra, y proponerse por modelo y ejemplar la de nuestro Señor
Jesucristo para imitarla en cuanto pudiese. Nada amaba, ni quería, ni
solicitaba de los bienes temporales, o que llaman de fortuna: aborrecía las
riquezas, despreciaba las abundancias, y miraba con horror las superfluidades.
Aun lo preciso le parecía alguna vez demasiado: y entonces se llenaba de júbilo
su alma, cuando se veía carecer, de las cosas necesarias. No se hallará por
cierto codicioso alguno tan apasionado y ansioso de los tesoros, del dinero,
del oro, y de la plata, como lo fué la bendita Madre de la escasez, y de la
indigencia, que son propias de la más estrecha pobreza. Fué verdaderamente
perfectísima pobre de espíritu, porque siendo Dios todo su tesoro, y su porción
y abundancia no otra que la guarda más exacta de su Divina Ley, se hizo digna de
que la enriqueciese abundantísimamente de sus divinos preciosísimos dones,
aquel mismo por cuyo ejemplo y amor había propuesto la opulencia a las penurias
de la voluntaria mendicidad.
Esta virtud se le hacía tanto más amable y fácil de practicar, cuanto consideraba
el admirable y eficaz ejemplo del que siendo por naturaleza rico, por ser único
y absoluto dueño de los Cielos y la Tierra, se hizo voluntariamente pobre por
nosotros, para hacernos ricos con el mérito de esta excelentísima virtud.
Mirabais en el pesebre, y en la Cruz: en las penalidades de su vida, y en el
desamparo de su muerte: en el trato particular de su persona, y en su conducta
como Cabeza y Superior de la comunidad de los Apóstoles: y no hallando en todo
esto otra cosa que ejemplos de moderación, de pobreza, de olvido, y desprecio
de todo lo transitorio y temporal, corrió con agigantado espíritu en su
secuela, y llegó en su imitación hasta la eminente cumbre de su Apostólica y
Evangélica perfección. A esta misma subió por la práctica de la pobreza de
espíritu, según toda la extensión con que la persuade y aconseja el mismo Señor
en su Sagrado Evangelio. Así se hizo benemérita de unirse, y de poseer
completamente al que lo es todo, renunciando por su amor sin reserva alguna, lo
que verdaderamente es nada; porque la eminente ciencia con que la ilustró
nuestro Señor Jesucristo la hizo conocer como a San Pablo, que todo lo temporal
debía reputarlo por basura contentible para hacerse digna de poseer a Cristo.
PUNTO SEGUNDO
Aquí puedes considerar, cuan necesaria le es al cristiano la pobreza de
espíritu, y el riesgo manifiesto de perderse en que se halla su alma, por lo
contrario. Consiste pues aquella en el desprendimiento interior de todos los
bienes de fortuna, y en quitar el amor de las riquezas o abundancias que Dios
diere: en no abusar de ellas para gastos pecaminosos de lujo, diversiones
profanas, y pleitos injustos, ni en fomento de las pasiones de lujuria; de
ambición y de soberbia. Es precepto Divino que no pongamos el amor en las
abundancias, ni en los tesoros de la tierra; porque siendo necesario amar a
Dios sobre todas las cosas, será esto imposible si amamos desordenadamente las
riquezas. No es posible servir a un mismo tiempo a dos señores entre sí
opuestos y contrarios, como lo son Dios y el dinero; porque el amor de nuestro
corazón ha de estar precisamente, donde estuviere nuestro tesoro. Son espinas
las riquezas según el Santo Evangelio; y si no quitamos de ellas la voluntad y
la afición; será esto bastante para que se malogre, y para que no fructifique
en el alma el grano de la Divina gracia que pone Dios en ella para salvarla.
Terrible pero infalible verdad.
No lo es menos la del riesgo cierto y manifiesto de perderse en que se
halla todo aquel que se deja dominar del vicio de la codicia. Los que desean
hacerse ricos, dice el Espíritu Santo, caen en la tentación y en el lazo de
Satanás, y en muchos deseos inútiles y perniciosos, que llevan al hombre a su
muerte, y su perdición (1Timot. 6, 9). Entre todos los pecados no hay otro
peor, porque ninguna iniquidad es igual a esta de amar desordenadamente el
dinero, (Eccli. 10, 9) Con ella suelen juntarse la soberbia del corazón, la
dureza con el prójimo, y la impiedad para con Dios. El rico codicioso se engríe
demasiado con su fortuna, se olvida y desatiende comúnmente la necesidad ajena,
y no repara en atropellar la Ley Santísima de Dios, ni en despreciar los
Soberanos auxilios de la gracia, con tal de dar cumplimiento a su avaricia. La
salvación de estos nos la propone el Evangelio como una cosa imposible, o en
sumo grado dificultosa. (Math. 19, 24) Conócelo así para detestar y aborrecer
este pecado. Resuélvete a seguir el ejemplo de la Madre Santa Teresa, y mucho más
el de nuestro Señor Jesucristo, que nos enseñó el odio a las riquezas, el amor a
la pobreza, y el modo de atesorar con ella inmensas abundancias en el Cielo,
asegurándonos que son Bienaventurados los pobres de
espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos,
(Math.
5,3)
—Esto se meditará un rato cuando se pudiere,
se dirá la Oración incomprensible Señor, y seguida a ella la siguiente
ORACIÓN
Amabilísima, benditísima, y veneradísima Madre y
favorecedora mía Santa Teresa de Jesús, fiel
imitadora de la altísima pobreza de los Apóstoles, y de la de su Divino Maestro
nuestro Señor Jesucristo, por cuyo amor renunciasteis perfectísima entre todas
las cosas, y le seguisteis en desnudez de espíritu, y de tal manera que fuera
de él nada amabais, y nada poseíais. Por esto fuisteis no solo su escogida
Sierva, y su amada Discípula, mas también su fina y regalada Esposa, enriquecida
con la abundancia de sus dones, y de sus gracias más singulares: hermoseada con
el más precioso adorno de todas las virtudes y galardonada con los inefables
premios de la gloria de los santos, entre los que os hizo el Señor grande y
admirable. Yo
os suplico con todo el afecto de mi corazón, que atendiendo a la extrema
necesidad en que mi alma se halla, os dignéis de interceder por mí al Todo
Poderoso, para que me conceda el especial favor que pido en esta Novena, si
fuere esta su santísima voluntad. Pero singularmente aparte mi corazón de todo
lo terreno, para que amándole a él solo sobre todas las cosas en lo que me
resta de vida, consiga el acabarla en su amistad y gracia para alabarle después
eternamente en la gloria. Amén.
—Ahora se rezan los tres
Padre nuestros, y todo lo demás como en el primer día.
DIA
CUARTO
EJERCICIO:
En este día se tendrá particular cuidado de mortificar los sentidos,
singularmente el de la vista como lo hacía Job, para que imitemos en algo la
castidad virginal de la Santa Madre.
— A la hora acostumbrada después de la común
preparación leerá la siguiente…
CONSIDERACIÓN:
Considera, alma, la limpísima castidad de la Virgen Santa Teresa de
Jesús; y cuan necesario le es al cristiano el vivir castamente para poder salvarse.
PUNTO PRIMERO.
Considera como la bendita Madre fue tan pura, que conservó siempre su
Virginidad en toda su perfección, fué Santa en el cuerpo y en el espíritu, y en
todo tiempo la preservó Dios de cuanto contra esta virtud pudiera macularla. Su
pureza se considera como un don preciosísimo, con que se dignó condecorarla su
Divino Esposo nuestro Señor Jesucristo; porque por un especial privilegio de su
divina gracia, nunca fué acometida de sugestiones en contrario, ni jamás le
ocurrió el más leve pensamiento impuro. Parecía un Ángel en carne, o que el
Todo Poderoso por una gracia singular la había dotado de la pureza de aquellos
Celestiales Espíritus. Excede a todo encarecimiento, y nunca podrá
suficientemente manifestarse el sublime grado de su purísima Virginidad. Sus
Directores espirituales la expresaban con unos términos extraordinarios; y
queriendo decir algo no dudaron llamarla Tesauro
Virginal.
Para serlo nada omitió de cuanto pudo y debió hacer de su parte.
Mortificaba con el mayor rigor su inocente cuerpo, ayunaba con frecuencia, y
huía cuanto le era posible del trato con las criaturas; porque no ignoraba que
estas penalidades son las espinas, entre las cuales se conserva la integridad y
fragrancia de la flor de esta delicadísima virtud. Y sabiendo que la Oración es
el medio más principal para alcanzaría de Dios, oraba sin intermisión por ella,
y consiguió ser oída, como el Sabio, (Sapie 8, 21) a medida de su deseo. Nada
había en la Santa Madre que dejase de hacer patente a todos su Pureza. Su
Modestia a ninguno dejaba de serle manifiesta: sus acciones, sus palabras y su
trato respiraban honestidad y limpieza; y aun su aspecto y su semblante
denotaban patentemente la limpísima Virginidad que hermoseaba su alma. Sola su
presencia bastaba para infundir pudor y castos pensamientos en los que la
comunicaban; y era muy frecuente el percibir algunos la Celestial fragrancia
que exhalaba su cuerpo virginal, singularmente en la respiración, o el aliento
de su boca, aun cuando sus graves enfermedades fuesen motivos para olores muy
diversos. Alaba a Dios por estas maravillas, y aprende de aquí el alto aprecio
que ha de hacerse de la Castidad Virginal, en atención a lo mucho que por ella
sublimó el Señor a esta Santa Virgen, haciéndola Madre, Maestra y ejemplar de
millares de Vírgenes, que a imitación suya consagran a Dios su pureza en los
Sagrados Claustros.
PUNTO SEGUNDO.
Considera ahora, alma cristiana, la obligación que tienes de vivir
castamente si has de salvarte; y cuan necesario te es poner los medios
conducentes para ello. No pienses que serás computado entre los hijos de Dios,
mientras que no observes la Castidad que a tu estado le corresponde. No solo el
alma, también el cuerpo, y aun cada uno de sus miembros quedaron consagrados
por el Bautismo en templos del Espíritu Santo, (Cor 6, 19) Esto exige de
nosotros el haber de vivir con honestidad y con pureza, para no profanar con la
inmundicia de la sensualidad la santidad de este templo, ni degenerar a la
fealdad de miembros corrompidos, los que somos místicos miembros, o porciones
del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, (Ibid. vers. 5, 13.) Cuando fuimos
bautizados nos vestimos del precioso ropaje de sus virtudes y ejemplos, (Gal.
3, 27) esto es, de la obligación de imitarle; pero nunca podremos hacerlo asi
mientras que no conservemos la Castidad que en ellos nos enseña, y que en su
Divina Ley nos manda.
El mismo nos declara en sus Santas Escrituras que si viviéremos según la
carne, moriremos para siempre (Rom. 8, 13) que será imposible que le agrademos
permaneciendo en ella; (Ibib. 5, 8) y que no conseguiremos el Reino de Los
Cielos (1Cor. 15, 50)
Infiérase de aquí con bastante claridad, cuan necesario nos es a todos el
ser castos, puros y honestos para no perdernos en la eternidad. Debemos serlo
en los pensamientos, porque los pensamientos perversos separan á el alma de su
Dios (Sapien. 1, 3) Debemos serlo en las palabras, ya para no pronunciar alguna
que degenere de la pureza propia de la santidad de un cristiano, (Ef. 5, 3) y
ya para no dar ocasión a oíros de pervertirse; porque es de fe, que las buenas
costumbres se corrompen con las conversaciones malas, (1Cor 15, 33). Y lo debemos
ser en las obras porque habiendo sido comprados con el precio infinito de la
muerte de nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, no somos ya
nuestros, si no tan enteramente suyos, que le debemos llevar en nuestro cuerpo,
y glorificarle con nuestras obras. (1Cor 6, 20) Para esto nos es forzoso
mortificar los sentidos, y refrenar las pasiones viciosas y desordenadas. Lo es
el huir de todo lo que puede ser incentivo de la carnal concupiscencia, el
exceso en la comida y bebida; la concurrencia a los bailes, la asistencia a los
teatros de óperas y comedias, y sobre todo de la ociosidad, porque dimanan de
ella todos los vicios. Y lo es por último el clamar a Dios con oración
frecuente, para que con su gracia nos preserve de caer en tentación, y nos
conserve siempre en pureza y castidad. Sigue el ejemplo de la Madre Santa
Teresa, y pídele te alcance del Señor la práctica de esta virtud; porque es
verdad infalible, que así los adúlteros, como los demás deshonestos no entrarán
en el Reinos de los Cielos, (lbid. 6, 9) si con verdadera penitencia no borran
las muchas de esta culpa.
—Esto se medita un rato
si se puede, se dice luego la Oración Incomprensible Señor, y después la
siguiente
ORACIÓN
Castísima, honestísima y purísima Virgen, Abogada mía
Santa Teresa de Jesús, digna Esposa del Inmaculado Cordero el Hijo de
Dios por vuestra Angélica Virginidad; Templo vivo, y habitación santa del
Espíritu Santo por vuestra limpísima Castidad; Tesoro Virginal enriquecido con
los bienes de la más heroica perfección; Tierra Virgen que fecundada con el
rocío de la divina gracia produjo los colmados frutos de la virtud y de la
justicia, con que se ha enriquecido toda la santa Iglesia; Bálsamo oloroso de
Celestial fragrancia, que con vuestra Angelical pureza fuisteis para Cristo, y
disteis al mundo el más suave olor de la santidad más alta; Preciosa Margarita
del Divino Mercader, blanquísima Azucena de espirituales delicias para el inmaculado
Cordero nuestro Señor Jesucristo, y escogida entre millares para el místico
desposorio que el Eterno humano Verbo se dignó celebrar con vuestra alma con
admiración de los Ángeles del Cielo, con los que tenia mucha similitud vuestra
Virginal Castidad. Yo os suplico por esta, y las
demás virtudes, prerrogativas, y gracias con que os adornó vuestro Divino
Esposo, que me alcancéis de su Majestad el perdón de mis pecados, la práctica
de la más pura castidad el no ser vencido de sus opuestas tentaciones y que
además del especial favor que pido en esta Novena; me conceda que después de
una santa vida y de una feliz muerte, le vea y le alabe eternamente en el cielo. Amén.
—Ahora se rezan los tres
Padre nuestros, y se sigue todo lo demás hasta concluir como en el primer día.
DÍA
QUINTO
EJERCICIO.
Este día para ejercitar en algo la mortificación y penitencia se tendrá
una hora de silencio, o seguida o en dos ratos, una por la mañana y otra por la
tarde, reflexionando entre tanto cuan importante nos es esta y otras
mortificaciones.
—A su hora competente, y
precediendo la común preparación se leerá la siguiente
CONSIDERACIÓN.
Considera, o alma, la rígida Penitencia de la Madre Santa Teresa; y cuan
precisa nos es a los cristianos el hacerla para poder salvarnos.
PUNTO PRIMERO.
Considera atentamente cuan extremado fué el rigor de la penitencia tanto
exterior como interior, conque afligid su carne la Santa Madre en el tiempo de
su vida. Fueron siempre intensos y vehementísimos sus deseos de atormentar su
cuerpo con grandes y extraordinarias penitencias; y por más que estas fuesen
muchas, nada era bastante para satisfacer sus ansias verdaderamente
insaciables. Sus ayunos casi continuos, su abstinencia estrechísima, sus
prolongadas vigilias, y escaso sueño, la aspereza de su vestido, lo duro e
incómodo de su cama, y lo escaso y grosero de su sustento no alcanzaba ni aun a
una pequeña parte de sus intentos. Discurrió vestirse de horribles cilicios que
la cubrieron de llagas; disciplinarse con llaves de hierro, con manojos de
hortigas, y con otros instrumentos cruelísimos y sangrientos; y revolcarse
desnuda entre punzantes espinas, que llenaron de dolores y de heridas sus
inocentes y virginales carnes. Pero ni aun con esto pudo jamás apagar la
ardiente sed que tenia de macerar su cuerpo. ¡Que confusión para las gentes delicadas
del mundo, a quienes aún solo el nombre de mortificación les causa espanto!
A esta penitencia exterior con ser tanta,
que ni en sus penosas y frecuentísimas, enfermedades la interrumpía, sobrepujaba
la interior y oculta en muchos grados. Con ella venció perfectísimamente sus
pasiones, rindió su carne, y la sujetó completamente a las leyes del espíritu;
y de tal suerte acabó con las malas inclinaciones del apetito sensual, que
podía pensarse si acaso llegaría a estar exenta de las invasiones de este
doméstico enemigo. La gracia de Dios ya no hallaba en ella resistencia, porque
llevando consigo de continuo la mortificación de nuestro Señor Jesucristo,
manifestaba que la vida de este, conforme a la doctrina del Apóstol, se dejaba
ver claramente aun en su cuerpo mortal:
(2Cor 4, 11) porque no viviendo ella en sí ya,
de tal suerte se había transformado en Cristo, que era su Majestad el que en
ella vivía y en ella obraba; tanto que Teresa era
toda de Jesús , y Jesús era todo de Teresa. ¡Que asombro!
PUNTO SEGUNDO.
Considera
aquí, alma mía, cuan necesario
nos es el hacer frutos dignos de penitencia para poder salvarnos. Estos frutos
no son otra cosa que el vencimiento de las pasiones, y el arreglo de la vida al
tenor de la Ley Santa del Señor en la práctica de las virtudes. La
mortificación exterior y corporal se nos manda en las Santas Escrituras: (Col 3,
5) con ella somos obligados a mortificar las obras, y los malos movimientos e
incentivos de la carne: (Rom 8, 13) lo
somos a refrenar con ella los ímpetus de la ira, de la avaricia, de la envidia,
de la concupiscencia, y de los demás apetitos desordenados que viven con nosotros,
y nos hacen continua guerra: y lo somos a valernos de este medio, ya para
satisfacer el reato de las culpas cometidas, y ya para excusar el cometerlas, o
el volver a reincidir en las pasadas. Esta es la Cruz que todos los días
debemos llevar en seguimiento de nuestro Señor Jesucristo, como nos lo enseña
el Evangelio: (Luc 9, 23) y es esta obligación de tanta fuerza, que su omisión
nos hace indignos de participar la gracia, y los premios de nuestro Señor
Jesucristo, (Mat 10, 38) ¡Terrible es, pero infalible esta verdad!
Esta ha sido el medio de que se han valido los Santos, que nunca pecaron
gravemente, para conservar en su alma el candor de la inocencia y de la gracia,
como sucedió a la Madre Santa Teresa. Este el que necesitan los pecadores para
reconciliarse con Dios, y evitar el rigor de sus divinos castigos, y los justos
que prevaricaron para recuperar la justicia que perdieron con su pecado. Y este
el que a todos se nos señala para desenojar al Señor en sus justas iras, para
desagraviarle de la injuria que le hicimos cuando pecamos, y para inclinarle a
que use con nosotros de su misericordia. No nos es bastante para llenar esta
obligación la sola penitencia interior, con que nos convertimos a Dios de todo
corazón con suma detestación de las culpas cometidas; debemos añadir la
exterior para que aquella produzca los frutos de la nueva vida, y de las santas
obras, sin los cuales no podrá ser permanente y le faltará está preciosa
cualidad, inseparable de la que es verdadera y según Dios, (Cor 7, 10).
Resuélvete pues a seguir el ejemplo de la bendita Madre Santa Teresa: hazte
cargo de lo grave de nuestra obligación en este asunto; y teme el perderte para
siempre, si la miras con indiferencia; porque es de fe, que los que son de Cristo, son aquellos que
han crucificado su carne con sus vicios, y sus concupiscencias. (Gál
5, 24.)
—Esto se meditará un
rato según la proporción hubiere, se dirá la Oración incomprensible Señor, y
después de ella la siguiente…
ORACIÓN
Penitentísima, mortificadísima, é inocentísima Madre y
Protectora mía Santa Teresa de Jesús, vivo
ejemplar de todas las virtudes, y de la más alta perfección, que supisteis unir
a una maravillosa inocencia de costumbres los rigores de la más dura
Penitencia; que llevasteis en vuestro virginal cuerpo la mortificación que
aprendisteis de vuestro lastimado Esposo nuestro Señor Jesucristo, cuyas
heridas se miraban en vuestra carne gravadas con los recios golpes de la suma
aspereza con que lo maltratabais; y que de tal suerte seguisteis con esta cruz
al Divino Redentor, que no solo crucificasteis perfectamente vuestra carne con
todos sus apetitos, mas también pudisteis asegurar que estabais crucificada
juntamente con él en su cruz , y que vuestro vivir era enteramente suyo por la
alta unión y admirable transformación en Cristo a que había llegado vuestra
bendita alma. Yo os suplico con toda la verdad de
mi corazón, que me alcancéis de Dios con vuestros eficaces ruegos un verdadero
espíritu de mortificación con que sujete mis pasiones: el particular favor que
pretendo en esta Novena, según que fuere de su divino beneplácito; y sobre todo
la gracia singular de que haga en vida y en muerte frutos dignos de Penitencia,
para después gozarle perpetuamente en el Cielo. Amén.
—Síguese ahora los tres Padre
Nuestros, y lo demás hasta el fin como el día primero.
DÍA
SEXTO
EJERCICIO:
Este día
para ejercitar en algo la Humildad, nos abstendremos de todo género de porfías,
aunque tengamos la razón de nuestra parte; y sufriremos cualquiera reprehensión
sin disculparnos, aunque no hayamos dado causa para ella.
—A la hora acostumbrada, y antecediendo la consabida
preparación leeré la siguiente…
CONSIDERACIÓN.
Considera, alma,
la profundísima Humildad de la Madre Santa Teresa, y que esta es una virtud tan
necesaria al cristiano, que sin ella de ningún modo puede salvarse.
PUNTO PRIMERO.
Considera como obligada y movida la Santa Madre de la eficaz exhortación
con que nos propone nuestro, Señor Jesucristo que aprendamos de él a ser
mansos, y humildes de corazón, (Mat 11, 29.) puso el mayor empeño en la
práctica de esta virtud, que desde luego conoció ser el cimiento más necesario
para el edificio de la Evangélica perfección, y unión con Dios a que se sintió
llamada. Había dispuesto su Divina Majestad levantar el alma de la Santa a una
sobre eminentísima santidad, y enriquecerla con sus divinos dones, con gracias
y prerrogativas tan singulares, que fuese una nueva columna, decoro y ornamento
de su iglesia: y para que la grandeza de este espiritual edificio en ninguna manera
peligrase, lo fundó sobre la firme piedra de la más profunda humildad. Esta,
por un nuevo privilegio no a todos concedido, tuvo más de infusa que de
adquirida; y por esto no solo se humilló cuanto podía humillarse, mas también
cuanto quiso Dios, y del modo que quiso que se humillase. Fué prerrogativa suya
especial que, si en otros santos permite Dios las tentaciones, y otros trabajos
espirituales, para que sirviéndoles de contrapeso no se engrían o se envanezcan
con la grandeza de las revelaciones, y de los Soberanos Dones que reciben en
ella lo fuese su misma humildad, la cual desde sus principios se vio llegar a
un cierto grado de heroicidad, que es más fácil de admirarse: que de imitarse y
conocerse.
Puede
decirse con verdad, que, así como su perfección y santidad llegó a un grado tan
sublime, que excede a cuanto podemos conocer en esta vida, así su humildad supo
abismarse hasta lo más profundo del abatimiento. Su propio conocimiento la
hacía como aniquilarse con finísimos sentimientos en la divina presencia,
admirándose de que con tanta liberalidad pusiese Dios en ella sus Dones, siendo
indignísima de recibirlos. Su abatimiento tanto en los afectos interiores de su
corazón, como en los actos exteriores, demuestran hasta la evidencia que era
insaciable en buscar y en padecer desprecios, y todo género de confusión y de
abatimiento por Cristo entre sus criaturas. Pero lo que sobre todo la inducía a
la mayor humillación era el altísimo conocimiento de la grandeza de Dios, y el
vivo ejemplar de su Unigénito humanado Hijo nuestro Señor Jesucristo, que,
siendo Dios verdadero, se humilló hasta el extremo de tomar la humilde forma de
Siervo, y la semejanza de pecador. Aquí era donde se humillaba tanto, que pudo
con verdad asegurar: Yo me veo reducida a la nada de mi ser, y ni aun así
acabo bien de conocerme. (Sal 72,
21). ¡Rara
humildad! Pues quisiera ser capaz
de humillarse tanto por Dios, cuanto fué lo que se humilló Dios por el hombre.
PUNTO SEGUNDO.
No
solo los santos, también Dios, y mucho más que todos ellos nos han enseñado la
necesidad de ser humildes de corazón para poder salvarnos. Dios abatido y
humillado por el hombre nos hace precisamente conocer hasta qué grado debe este
abatirse y humillarse por su Dios. Humillóse el Señor hasta anonadarse de sí
mismo, cuando se dignó humanarse por nosotros: humillóse cuando tomó sobre sí
no solo nuestras enfermedades y dolencias si no también nuestras culpas y
pecados para satisfacer por ellos a la Divina justicia y humillóse hasta la
cruel y afrentosa muerte de Cruz para reconciliarnos con su Eterno Padre, y
para ser exaltado por él en su gloria sobre todo lo criado. ¡Cuánto pues
será lo que deba humillarse la criatura, y abatirse a vista de las
humillaciones de su Criador! Pero advierte que, si subió tan alto
aquella Humanidad Santísima fué porque bajó primero, y se humilló hasta las
inferiores partes de la tierra, (Ef 4, 9) y hasta lo íntimo de todo que es la
semejanza de la carne del pecado. Esto hizo Dios humanado por nosotros, para
enseñarnos a ser humildes de corazón.
¿Pero podremos pensar de otra manera los que
tantos motivos tenemos para ello? Nosotros
criados de la nada, formados del cieno de la tierra, concebidos en pecado, y
que nacemos hijos de ira; ingratos a los beneficios de Dios, infieles a su
gracia, y atrevidos contra su infinita grandeza y majestad: que bebemos como el
agua la iniquidad, que sabemos haberse multiplicado nuestras culpas sobre el
número de los cabellos de nuestra cabeza, y que aun nuestras buenas obras se parecen
no poco en su inmundicia a la de un paño asquerosamente manchado, ¿cómo podremos
no humillarnos con tan claros conocimientos?. ¿Cómo podrá ensoberbecerse el
que por su condición es polvo, ceniza y nada? Ni, ¿cómo podrá vanagloriarse en su malicia,
el que es poderoso para cometer la iniquidad con infinita injuria del sumo
bien? Humillémonos si habernos de
salvarnos. El pecador para conseguir misericordia, el justo para no ser privado
de su justicia, los poderosos para no ser derribados de su silla, y todos para
no ser excluidos del Reino de los Cielos. Humillémonos pues bajo de la poderosa
mano de Dios para que nos exalte en el tiempo de su visitación. Aprendamos de
la bendita Madre Santa Teresa el mejor modo de hacerlo; pidámosle nos alcance
del Señor esta virtud, y para ella el pleno conocimiento de su indispensable
necesidad para poder salvarnos, bien significada en aquella divina sentencia: Si no os
mudareis de tal suerte que lleguéis a ser como los párvulos, no entrareis en el
Reino de los Cielos. (Mat 18, 3)
—Esto se meditará un poco según
que cada uno pueda, se dirá luego la Oración Incomprensible Señor, y después la
siguiente…
ORACION
Humildísima,
rendidísima y abatidísima Madre y Maestra mía Santa Teresa de Jesús,
tesoro
riquísimo de santidad escondido en el campo de vuestra humildad profundísima;
huerto cerrado, pero amenísimo de divinos frutos, que ocultabais humilde en el
secreto de vuestro corazón, y pozo de aguas vivas de soberanos dones y de
gracias admirables, profundísimo por lo extremado de vuestro abatimiento. Vos sois por esta virtud parecida al
Evangélico grano de mostaza, porque vuestra pequeñez mereció que el Todo
Poderoso hiciese con vos cosas tan grandes, que llegasteis a ser un árbol frondosísimo
capaz de sostener en sus ramas un número exorbitante de almas santas; lo sois a
la pequeña fuente, símbolo de la humilde Reyna Esther, que, con las aguas de
vuestra Celestial sabiduría, a la manera de un rio caudaloso, fertilizáis los
campos de la Santa Iglesia, y la ilumináis como sol refulgentísimo con la luz
de vuestra soberana doctrina: y lo sois finalmente a la pequeñuela piedra que
derribó la agigantada estatua de la impiedad y de la soberbia mundana; porque
extendida después, y acrecentada maravillosamente en los profesores de vuestra
Sagrada Reforma, habéis llegado a ocupar toda la tierra. Por aquella estupenda
humildad con que siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo os
humillasteis en tanto grado, que merecisteis os engrandeciese y os sublimase
extraordinariamente entre sus santos, os suplico
humildemente me alcancéis de su Divina Majestad la verdadera humildad de
corazón, el favor particular que pretendo en esta Novena, si fuere de su Divino
agrado concedérmelo, y singularmente la gracia que tiene prometida a los humildes,
para que sirviéndole fielmente con ella en esta vida, consiga después el verle
y gozarle para siempre en la Bienaventuranza. Amén.
—Síguese ahora el rezar los tres
Padre nuestros, y lo demás hasta concluir como en los demás días…
DÍA
SÉPTIMO
EJERCICI0.
Hoy
para aprender ejemplos de Paciencia se tendrá media hora de lección espiritual
sobre la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo, como se cree que lo hacia
la Madre Santa Teresa.
—A su hora acostumbrada, y
antecediendo las correspondientes preparaciones leerá la siguiente…
CONSIDERACIÓN.
Considera, o alma; la heroica Paciencia de la Madre Santa Teresa de
Jesús, y que esta virtud le es a todo cristiano necesaria para salvarse.
PUNTO PRIMERO.
Considera la constancia y alegría de ánimo con que padeció continuos males,
é ingentísimos trabajos, y su insaciable ardiente deseo de padecer por el Señor.
Es esta verdaderamente una de las virtudes en que más sobresalió la heroica
perfección de su alma benditísima. Fueron muchas, penosas y muy agudas las
enfermedades que padeció: intensos violentos, y de muchas diferencias los
dolores que la molestaron; y casi de continuo padecía diversos accidentes que
la incomodaban y le daban mucho que padecer. Las calumnias, los malos
tratamientos, y las injustas acusaciones que tanto dentro cuanto fuera de su
Orden tuvo que sufrir, fueron gravísimas y muy frecuentes. Y sobre todo las
arideces y desolaciones de espíritu, las terribles congojas y amarguras de su
alma más penosas que la misma muerte, con los demás trabajos interiores que la
misma Santa Madre compara en algún modo con las penas del infierno, fueron
ingenuísimas y prolongadas. Pero superior a todas éstas tribulaciones su magnánimo
corazón, no solo las toleraba con Paciencia y sin quejarse, si no que a
imitación de San Pablo (Col 1, 24) se alegraba su espíritu, y le era de particular
consuelo el padecerlas. No hubo tribulación alguna por grande que fuese, que
pudiese disminuir el júbilo que experimentaba su alma en padecerla.
Esta
heroicidad, aun siendo tanta, no nos descubre todavía el todo de la altísima
perfección de su admirable Paciencia. Parece que se acercó tanto a la del
Apóstol, que pudo decir como él, que no acertaba ni apetecía regocijarse en
otra cosa que en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo: (Gal, 6, 14) y que se
llenaba de consuelo y rebosaba su corazón en extraordinarias alegrías, cuando
padecía alguna tribulación por grave que ella fuese. (Cor 7, 4). De aquí su
vehemente deseo, y sus ansias insaciables de padecer. Parecía que su Divino
Esposo nuestro Señor Jesucristo le había comunicado la ardiente sed de padecer más
y más, que tal vez fué la que manifestó estando en la Cruz: porque siendo tanto
lo que ejercitaron su Paciencia Dios, el infierno y las criaturas, aun se extendían
a mas las ansias de su corazón, y le parecía todo poco a sus deseos. Llegó a
tal estado, que no quería vivir si no para padecer por Dios, y asi le solía
decir: Señor,
o morir o padecer. Daba gracias al Señor en sus mayores
tribulaciones; les miraba como premio de los trabajos anteriores; y las
estimaba en tanto que las miraba en cierto modo como una equivalente
Bienaventuranza, o como su mayor felicidad en esta vida. ¡Que Paciencia tan singular!
PUNTO SEGUNDO.
Considera
que una de las virtudes más precisas al cristiano para salvarse es la Paciencia
en todo género de trabajos asi ocultos como manifiestos. Es de fe que para
entrar en el Cielo nos es necesario pasar antes por muchas y grandes
tribulaciones. Lo es que padeció Cristo por nosotros: y nos dejó el admirable
ejemplo de su Paciencia para que tratemos de imitarle. (1 Ped 2, 21). Y lo es
igualmente que en nuestra Paciencia poseeremos nuestras almas. (Luc 21, 19). Se
infiere de aquí que si nos falta el sufrimiento y la tolerancia en aquellas
ocasiones y tiempos, en que la necesitamos para soportar con resignación los
males que se nos ofrecen padecer en esta vida, nos desviamos enteramente del
camino de nuestra salvación, de la secuela de nuestro Señor Jesucristo, y del
medio que para la tranquilidad y paz interior se juzga indispensable. Los trabajos
interiores de pesares, disgustos, aflicciones de espíritu, con lo demás que a
esto pertenece, es un género de padecer para el cual más que para otro alguno
se necesita de la paciencia, con que se conserve firme el ánimo en las
adversidades, sin, que la pusilanimidad, o la desconfianza lo incite al
despecho, o le hagan vacilar en su constancia.
Sabida
cosa es que los escogidos han de ser probados por Dios en el fuego de la
adversidad como lo es el oro en el crisol; (Sapient 3, 6) y que a todos nos
propone, como a los hijos del Cebedeo, la precisión de haber de beber con su
Majestad el cáliz amarguísimo del padecer para participar después de las
dulzuras de su gloria. De aquí es que las exteriores penalidades de infortunios,
pobreza enfermedades, y todas cuantas a estas especies se reducen, las debemos
mirar como otras tantas señales de la beneficencia y del amor de Dios para con
nuestras almas; porque por ellas, si con Paciencia las sufrimos, nos hacemos beneméritos
de sus eternos premios: como por el contrario seremos indignos de lograrlos, si
con nuestra impaciencia le irritamos. Acordémonos en todo tiempo que la
Paciencia nos es siempre necesaria, para que cumpliendo la voluntad de Dios
consigamos sus promesas, (Heb. 10, 36). Aprendamos de la bendita Madre Santa
Teresa a ser sufridos y pacientes: pidámosle nos alcance del Señor esta virtud,
preservándonos del vicio contrario, porque dice Dios: Ay
de aquellos que han perdido el sufrimiento (Ecl 2, 26).
—Esto se medita un rato si se puede: se dice después la
Oración Incomprensible Señor, y luego la siguiente…
ORACIÓN
Pacientísima, sufridísima y resignadísima abogada mía Santa
Teresa de Jesús, ejemplar admirable de sufrimiento y de
Paciencia, porque a imitación del manso Cordero nuestro Señor Jesucristo
tolerabais los malos tratamientos, y las más duras persecuciones sin abrir la
boca para quejaros; y aun padecíais con gusto por su amor, deseando siempre más
para serle en todo conforme y semejante; como lo fuisteis a Tobías en la
paciencia, a Job en la tolerancia, y a Jacob en el amor a los trabajos; y como
lo fuisteis a Daniel siendo calumniada, a los grandes Profetas en las mayores
vejaciones, y al mansísimo David en las aflicciones del espíritu. Yo os suplico por la altísima perfección de vuestra
Paciencia, con que conservasteis inalterable la paz de vuestro interior, la
tranquilidad de vuestro espíritu, y la dulzura de vuestro corazón, como efecto
de la perfecta unión de vuestra voluntad con la de Dios , que me alcancéis de
su Majestad el favor que pido en esta Novena, si fuere de su divino agrado que
lo logre; pero singularmente paciencia y conformidad en los trabajos que su
providencia me enviare, el agradarle con ellos en la vida, el cumplir
exactamente su santísima voluntad, el morir en su gracia, y el gozarle después
para siempre en la Bienaventuranza. Amén.
—Ahora se rezarán los tres Padre
nuestros, con todo lo demás hasta concluir como el primer día.
DÍA
OCTAVO
EJERCICIO:
Hoy
para imitar en algo la heroica Caridad de la Santa Madre con el prójimo se dará
una limosna a algún pobre, advirtiendo que han de preferirse los pobres
vergonzantes que llamamos de solemnidad; y que en los acaudalados ha de ser el
socorro a proporción de la necesidad, y de las circunstancias de la persona
necesitada.
—A la hora competente, hechas las consabidas
preparaciones procurará leer la siguiente…
CONSIDERACIÓN
Considera; alma cuan sublime fué en la Madre Santa Teresa la Caridad con el prójimo; y cuan imposible le es al
cristiano el salvarse sin esta virtud.
PUNTO PRIMERO.
Considera pues que la Santa Madre fué perfectísima en el amor a sus prójimos,
así el que consiste en las obras exteriores como en las de los actos internos.
Fué está una de las virtudes en que más sobresalió su agigantado espíritu; y
amándolos a todos en Dios, por Dios, y para Dios, no podía dejar de
compadecerse de los afligidos, ni dejar de ocurrir a su consuelo y remedio en
el modo que le fuese posible. Las necesidades ajenas atormentaban su compasivo
corazón; y como era la Caridad quien lo ocupaba se difundía está en obras heroicas
donde quiera que las hallaba. Su liberalidad con los pobres, su conmiseración
con el afligido, su incansable solicitud con los enfermos, y sus limosnas
frecuentes, oportunas, y considerables se referirán siempre con alabanza suya
en la Iglesia de los santos para nuestra común edificación. La misericordia
crecía con los años, y al paso que las demás virtudes en su alma; y le fué
siempre tan inseparable, que parecía ser otra naturaleza que con ella había
nacido de las entrañas de su madre.
Pero
donde más obraba este ruego era en lo interior, evidenciándose en lo mucho que
hizo y que trabajó en beneficio espiritual de sus prójimos. Su corazón
enfermaba con el enfermo, lloraba con el afligido, y se condolía del preso, del
cautivo, y del atribulado, como si efectivamente padeciese con ellos aquel
trabajo. Mas donde su caridad se dejó ver en un grado, y de un fervor
ciertamente increíble fué con respecto a la salvación de las almas. No podía
oír los escándalos de su tiempo sin abrasarse como San Pablo en el más ardiente
celo. Lloraba inconsolable la ceguedad y obstinación de los herejes de su siglo,
su, eterna condenación, y el sin número de, almas que con sus errores pervertían.
Y para ocurrir en algún modo a este gravísimo daño, no satisfecha con las
penitencias y oraciones que hacía por su remedio, emprendió inspirada de Dios
la ardua empresa de la Reforma de su Orden para que en ella se santificasen, y
se salvasen innumerables almas, y contuviesen con su virtud, con su predicación
y con sus escritos el daño que por todas partes causaba la herejía. En suma, su
caridad fué muy parecida en todo a la de su amabilísimo Divino Redentor, porque
a imitación suya no se detuvo en exponer su vida por el espiritual y eterno
bien de sus hermanos.
PUNTO SEGUNDO.
Ahora
debes considerar que sin esta virtud ninguno puede salvarse, porque habiendo
Dios mandado a cada uno la caridad con su prójimo, y siendo esta con la que
llena la observancia de la Ley, no podemos sin ella prometernos el Paraíso. Con
ella debemos amar a todos cuantos son capaces de su salvación, sean buenos o
malos, parientes o extraños, vivos o difuntos, a ninguno ha de excluirse,
aunque sea pecador, hereje o enemigo, y ha de ser llena de bondad, de obras de
misericordia y de beneficencia con todos. Ella mira con horror a la envidia, a
la ambición, y a la codicia por el daño que al prójimo le resulta. Ella no
busca el propio interés, no juzga mal de otros, ni se irrita contra ellos. Y
ella es sufrida, liberal, y con todos compasiva. Olvida los agravios, perdona
las injurias, y ama con verdad a él ofensor. Consuela al afligido, socorre al
necesitado, y a todos hace bien. No quiere para otros lo que para sí no quiere;
desea para los demás lo que para si desea, y enseña a hacer con nuestros
próximos lo que apetecemos que ellos hagan con nosotros.
El
ejemplo de nuestro amabilísimo Redentor es la regla más principal que para este
amor se nos propone, pues manda que recíprocamente nos amenos a similitud del
modo con que, su Majestad se dignó amarnos, (Juan. 13, 31).
¡0h cuanto es lo que en esto se nos dice! ¡Y
o cuan malamente lo entendemos y lo practicamos! En fuerza de este su divino precepto
debemos amar a todos nuestros prójimos con amor sobrenatural y de verdadera caridad:
debemos evitar cuanto a esta se le opone; y debemos no omitir cosa alguna de
cuanta a ella pertenece. Los odios, las enemistades, las venganzas, las
envidias, las murmuraciones, los malos tratamientos, y sobre todo los
escándalos, los malos consejos, y los ejemplos perniciosos con que somos causa
del pecado ajeno, destruye en nosotros la caridad con ruina alguna vez
irreparable. Por el contrario, se fomenta con la limosna, con el buen ejemplo y
con los consejos oportunos y saludables. Tengamos entendido que no es posible
amar a Dios, mientras que no amenos al prójimo, y que será el salvarnos imposible
si esta caridad nos falta. Aprendámosla de la Madre Santa Teresa, imitémosla en
su práctica, y pidámosle nos la consiga del Señor: porque si no amamos al prójimo, viviremos
en tinieblas, (1 Juan 2, 11) y estarán muertas nuestras almas para Dios. (1 Juan 3, 14)
—Esto se medita un rato, se dice después la
Oración Incomprensible Señor y después la siguiente…
ORACIÓN
Amabilísima, pacientísima y afabilísima Madre y remediadora mía
Santa Teresa de Jesús, modelo y ejemplar de la caridad más heroica
con el prójimo, por la que fuisteis consoladora de los afligidos, socorredora
de los pobres, y remediadora de los necesitados. Vista de los ciegos, pies para
los baldados, remedio y salud para el enfermo, guía de los descaminados, maestra
de los sabios, y sapientísima confutadora de los herejes. Vos sois el instrumento
de la Divina Misericordia para la conversión de los pecadores, para la
reducción de los infieles, y para la salvación de las almas. Vos la extirpadora
de los vicios, la reformadora de las costumbres, y la restauradora de la
piedad. Y vos la gloria de la militante Jerusalén la Santa Iglesia, la alegría
de Israel Católico, y la honra de vuestro pueblo cristiano; porque con vuestra heroica
caridad ocurristeis como Judit a reparar la ruina que amenazaba a la casa del
Señor, y a su pueblo santo. Yo os suplico con cuanta
eficacia puedo que ejercitéis conmigo vuestra ardiente caridad, consiguiéndome
de Dios, si me conviene, el remedio de esta necesidad que le pido en vuestra
Novena; pero mucho más el perdón de mis culpas, la imitación de vuestras
virtudes, la caridad con mis prójimos, el logro de una muerte santa, y la salvación
eterna de mi alma. Amén.
—Ahora se rezan los tres Padre
nuestros, y lo demás hasta concluir como en los días antecedentes.
DÍA
NOVENO
EJERCÍCIO:
Hoy
por último de la Novena se volverá a confesar y comulgar otra vez con la
posible devoción, y con la misma se oirá una Misa, repitiendo en ella los actos
de amor de Dios.
—A la hora competente después de la común preparación
leerá la siguiente…
CONSIDERACIÓN.
Considera, alma devota, la ardentísima y seráfica Caridad para con Dios dé
la Madre Santa Teresa; y la absoluta imposibilidad de salvarnos sin esta necesarísima
virtud.
PUNTO PRIMERO
Aunque no es posible reducir a
palabras, ni formar en esta vida una cabal idea de la ardentísima Caridad con
que amaba a Dios la Santa Madre, puedes no obstante considerar la grandeza de
este amor por su causa y sus efectos. Fué grande motivo el haberle hecho el
Señor particularísimos favores como a, los mayores santos. Si un Ángel habló
desde el Cielo a Abraham, (Gn 22, 21) un Serafín traspasó en diferentes
ocasiones el corazón de la Santa con un dardo de divino fuego. Si fué
arrebatado San Pablo hasta el tercer Cielo en su conversión, (2 Cor 12, 2) también
lo fué la Santa por un modo maravilloso. Y si San Juan Evangelista tuvo aquel
sueño divino y, maravilloso sobre el pecho de nuestro Señor Jesucristo en la
última cena (Juan 13, 23) la Santa Madre se vio a si misma dentro del pecho del
Eterno Padre por un modo raro y estupendo. El Señor celebró con su bendita alma
los místicos y divinos desposorios, con que fué ennoblecida la Esposa Santa de
los cánticos: la sublimó aun viviendo a su divina unión en grado eminentísimo:
le confió el celo de su honor, y le aseguró que nada le negaría de cuanto le
pidiese. El Espíritu Santo se le manifestó por un modo altísimo en repetidas ocasiones,
y le comunicó sus Soberanos Dones como a los Apóstoles dejándola tan abrasada
en divinos incendios, que nunca después se vieron apagados. Puede decirse con
toda propiedad, que la caridad de Dios estaba derramada en su corazón, porque
el Espíritu Santo que había sido dado a su alma, se la había sobreabundantemente
comunicado, (Rom 5, 5).
La
Santa Madre al modo que su Santo Padre Elias, pareció en el mundo como un fuego
el más activo, y sus palabras ardían como un hacha encendida. (Ecli 48, 1)
Tales fueron los efectos de su amor a Dios. Abrasada en él como los Serafines
del Cielo, nada de lo mucho que por él hacía y padecía bastaba para satisfacer
las insaciables ansias de su enamorado corazón. Su oración continua, su comunión
diaria, y sus fervorosos ejercicios servían para acrecentar más aquel incendio.
El voto altísimo de hacer siempre lo que conociese más perfecto es un claro indicio
de la actividad de su llama. La Sagrada ejemplarísima Reforma de su Sagrado
Orden del Carmen, que emprendió y que estableció sobre este solidísimo
principio, convence con toda certeza, que al modo de su Divino Esposo nuestro
Señor Jesucristo, vino a encender fuego en el mundo, para que nunca falte en él
quien en este volcán se abrase. Y sobre todo la evidencia, que, a la manera de la
Esposa Santa de los cánticos, este amor la hizo enfermar, y ver por experiencia,
propia que él es fuerte como la muerte; (Cant 8, 6) porque la enfermedad de que
murió fué del intolerable incendio de divina Caridad en que su corazón y su
alma se abrazaba; ¡0h asombro de caridad! ¡Oh suerte y excelencia singular de la Madre
Santa Teresa! Si el dar la vida
por la caridad del prójimo es acto que no conoce otro mayor en esta virtud, (Juan
15, 13) ¿que
será el morir por Dios, y que sea su amor el que acabe con la vida?
PUNTO SEGUNDO
Considera,
por último, alma cristiana, que la caridad para con Dios, acreditada en las
obras nos es tan necesaria a todos que sin ella será nuestra salvación enteramente
imposible. Este es el primero, y el máximo de los Divinos Mandamientos; la
primera y más estrecha de nuestras obligaciones, y el preciso y necesario fin
para que habernos sido criados. Sin esta de nada sirven las demás virtudes. La fe,
aunque sea tan heroica que podamos hacer milagros, la fortaleza si fuese tanta
que la tuviésemos para entregar a las llamas nuestro cuerpo, y la misericordia
sí llegase en nosotros a tal grado, que siendo acaudalados distribuyésemos
entre los pobres todo cuanto tuviésemos, todo sería perdido, si no le
acompañase un verdadero amor a Dios sobre todas las cosas. Aun las mismas
gracias sobrenaturales, con que puede el Señor condecorarnos, no servirían de
cosa alguna para la otra vida, si aquello nos faltase. Ella es la más digna y principal
de todas las virtudes: es el alma, y como el ser de todas ellas con respecto a
la vida de la gracia, que es el principio del mérito. Y es la que nos une con
Dios, y nos hace dignos de sus premios, y nos lleva al logro de su eterna
inamisible posesión. Ésta caridad somos obligados a manifestarla en nuestras
obras, la observancia de los divinos preceptos le es tan esencial e
inseparable, que faltaría enteramente a la verdad, el que afirmando que ama a
Dios, dejase de guardar sus Mandamientos, (Juan 2, 4) La Fe, fundamento de
todas las virtudes, tiene precisamente por ella su ejercicio. (Gál 5, 6) Y al
modo que se tiene por fe muerta aquella a que las buenas obras no acompañan, (Jacob
2, 26) de la misma suerte no será verdadero amor de Dios aquel que carece del ejercicio
de las obras santas. Por esto se nos exige, no una caridad que se queda solo en
palabras, si la que acredita con las obras su verdad. (1 Juan 3, 18) Estas son
el odio y la fuga del pecado; la fiel correspondencia a los auxilios de la
gracia con que nos llama el Señor a que le amemos, y el cuidado de hacer en toda
su santísima voluntad, dirigiendo a su mayor honra y gloria aun las obras más indiferentes
que hacemos para con todas agradarle. Toma por modelo de esta virtud a la Madre
Santa Teresa de Jesús, elígela por tu Protectora para conseguirla del Señor en
la vida y en la muerte: y saca por fruto de esta Novena el amar a Dios con tal verdad,
que no vuelvas más a ofenderle con el pecado, porque son aborrecibles a su Majestad
los pecadores. (Ecli 12, 3)
—Medítese esto un rato,
dígase luego la Oración Incomprensible Señor, y después la siguiente…
ORACIÓN
Devotísima,
fervorosísima y amantísima Madre, Protectora y Abogada mía Santa Teresa de
Jesús, Esposa dilectísima del Inmaculado
Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, digna habitación del Espíritu
Santo, y de sus más preciosos Dones; amada de Dios, regalada de Dios, y escogida
entre miliares para ser las delicias de vuestro Criador. Instrumento de su
bondad, celadora de su honor, y objeto de sus mayores complacencias. Claro sol
de sabiduría y de santidad con que se ilustra la Iglesia Militante: portento de
la gracia y estupendo prodigio de la Divina Omnipotencia. Sagrado incendio de
divina caridad, que avivasteis en la tierra el que vino a encender en ella el
amabilísimo Redentor, y se hallaba ya en mucho parte casi extinguido. Yo el menor de vuestros devotos me pongo desde ahora para
siempre a la sombra de vuestra deseada protección, y os suplico con todas las
veras de mi alma, que además del singular favor que por vuestra intercesión he
pedido en esta Novena, me alcancéis de su Divina Majestad la gracia especial de
imitaros en todas las virtudes, pero singularmente en la ardentísima caridad
con que le amasteis como un abrasado Serafín, hasta transformaros por amor en
vuestro mismo Criador. Sea este, amada Santa mía, el fruto particular de la devoción
con que os he venerado en este Novenario; y séalo también el prepararme desde
ahora con una santa vida para la muerte que se me acerca, para que, acabando mi
vida con los actos más intensos del amor a mi Dios, pase después a verle y alabarle
eternamente en el Cielo. Amén.
—Ahora los tres Padre nuestros,
y lo demás como en los otros días.
ANTIFONA
—Traté de tomarla como
mi esposa. Porque ella es maestra de disciplina; Dios, y el director de sus
obras.
V- Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu
Padre.
R- Y el Rey codiciará tu belleza.
OREMOS
Escúchanos Dios nuestro Salvador,
como
en el caso de las Bienaventuranzas; Nos regocijamos en vuestra conmemoración de
la Virgen Teresa, para que nos alimentemos del forraje de su celestial
doctrina, y nos eduquemos en el afecto de la piedad devota. A través de nuestro Señor.
GLORIA PATRI ET
FILIO,
ET SPIRITUI
SANCTO.
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