Novena
dispuesta por Sor María Rafaela de los Dolores y Patrocinio OIC, e impresa en
Madrid por la Oficina de D. Julián Viana Razola en 1834. Puede rezarse en
cualquier momento del año o cuando la especial devoción lo dicte, especialmente
en preparación al 13 de Agosto, día de su aparición.
COMENZAMOS: 4 de agosto.
FINALIZAMOS: 12 de agosto.
FESTIVIDAD: 13 de agosto.
NOVENA EN OBSEQUIO DE LA PRODIGIOSA IMAGEN DE NUESTRA SEÑORA DEL OLVIDO QUE SE VENERA EN LO INTERIOR DE LA CLAUSURA DEL CONVENTO DE RELIGIOSAS DEL CABALLERO DE GRACIA DE ESTA CORTE
Por
la señal ✠ de la santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos
líbranos,
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, por ser Vos quien sois,
infinitamente bueno y amable, que derramasteis por mí vuestra inocente sangre
con una ternura y caridad sin límites, me pesa, Redentor mío, de haberos
ofendido, y me duelo de este mal sobre todo cuanto puedo sentir los otros males
y desgracias que puedan sobrevenirme. Propongo con toda la verdad
y sinceridad de mi alma la enmienda de mi vida, para lo cual confío que me
ayudaréis con vuestra divina gracia, y que, haciendo yo de mi parte lo que
puedo y lo que debo, me daréis la vida eterna. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
Dios de mi corazón, bien sumo y, único mío, hoy vengo a confesar con ternura de mi alma la inefable magnificencia con que habéis engrandecido a la Santísima Virgen María, a quien hicisteis verdadera madre del dulce Jesús, vuestro Hijo, y por consiguiente madre mía; y aunque el título con que la venero en esta santa imagen, y la ofrezco esta novena, es el del Olvido, renombre que a primera vista parece triste y estéril, tengo la dulce confianza de que Vos lo convertiréis en un manantial de luz, de devoción y salud para mi alma, porque vuestra divina gracia alumbrará mis tinieblas, y con ella veré mil y mil grandezas de la Santísima Virgen, y otras tantas lecciones de salvación para mí que encierra ese mismo título. Vos mismo, Dios mío, que sois infinitamente incapaz de olvido, no os desdeñáis de que yo, pobrecillo, usando en mi oración el estilo de vuestras divinas Escrituras, enternezca vuestro corazón, pidiéndoos unas veces que olvidéis mis ignorancias y los delitos de mi juventud, y otras que no olvidéis por más tiempo mi tribulación, y pues Vos mismo me enseñáis que el título de Olvido tiene también aun respecto de Vos un sentido santo y feliz, permitidme deciros con emoción de mi alma que la primera de vuestras gracias para con la bendita entre todas las mujeres fue el más dichoso de vuestros olvidos. ¡Oh, y qué criatura tan privilegiada, tan bella, tan llena de delicias la hicisteis, disponiendo que fuese concebida sin la mancha del pecado original, y por consiguiente toda limpia y rica de gracias desde su instante primero! Vos, Dios mío, olvidasteis para esto el estorbo y demérito de la naturaleza humana, viciada en su primer origen por el pecado de Adán, nuestro primer padre; y aunque nuestro linaje no merecía ninguna excepción de la desgracia común, en la ternura de vuestro corazón divino para con María cupo un olvido, una excepción venturosa, que la engrandece incomparablemente, y hace vuestras delicias. Vos teníais un derecho de dejar a toda la descendencia de Adán envuelta en las consecuencias de su caída, pues que no eran sino puras gracias los bienes sobrenaturales que Adán y nosotros con él perdimos por su pecado; pero Vos olvidasteis también esos mismos derechos en gracia de María, esta hija vuestra predilecta, a quien se la honraría algún día en vuestra Iglesia con los renombres de azucena entre las espinas, de perfecta vuestra. No olvidasteis, oh Dios mío, por Abraham, ni por Isaac, ni por Jacob, ni por el santo precursor de vuestro Hijo, lo que olvidasteis por mi madre la Santísima Virgen María, pues ellos, aunque destinados a tanta santidad, fueron concebidos en pecado. Quisiera, Dios mío, ser un serafín para cantaros, Santo, Santo, Santo, por este olvido feliz, que tuvo cabida en Vos a favor de la Benditísima Virgen María. Dirigirme ahora con las luces de vuestra divina gracia para descubrir felizmente e imitar con utilidad de mi alma los virtuosísimos y santísimos olvidos con que María Santísima, mi madre, correspondió en su vida mortal a dicha gracia y misericordia vuestra. Amén.
DÍA PRIMERO – 4 DE AGOSTO
LECCIÓN PARA EL DÍA
PRIMERO
Consideremos en primer lugar, como
fundamento de toda esta santa novena, que el título de Olvido, con que en ella
invocamos a la dulcísima Virgen María, nuestra madre, aunque a primera vista
parece impropio y sombrío, se le aplica no sin bella propiedad, aun en el
sentido de mayor magnificencia y gloria para la Señora, como se ve en la
oración primera de todos los días. Hay además otra inteligencia de ese mismo
título, que puede servirnos de manantial de reflexiones santas, utilísimas para
nuestro aprovechamiento y salvación eterna. Todas estas reflexiones, que iremos
repartiendo para cada día de la novena, están recopiladas en esta expresión, en
este solo pensamiento: ¿Nuestro negocio único no consiste en que seamos santos?
¿No es esto lo que el corazón de Dios quiere de nosotros? ¿Y cuántas cosas no
debemos santamente olvidar para trabajar de veras en ser santos? He aquí un
sentido del título de Olvido, el más saludable para nosotros, en cuya
aplicación práctica tendremos por guía, por hermoso modelo, por maestra
amabilísima a María Santísima, nuestra madre, de cuyos olvidos, incomparablemente
santos, iremos notando uno cada día para imitarle nosotros.
Consideremos cuál fue en la Santísima Virgen el primero de estos
felices olvidos. Enriquecida,
cual fue esta bellísima criatura, con la gracia de Dios y la más copiosa
infusión de sus divinos dones desde su instante primero, ¿cómo le negaremos el piadoso sentimiento
de que ya desde entonces tuvo su alma benditísima el uso de la razón, una luz
brillantísima de la amabilidad y hermosura de Dios, de la única riqueza que es
la de las virtudes, y de la nada y mentira de todos los que este mundo
insensato llama felicidad y bienes? A consecuencia de esta luz
divina, la Benditísima Virgen se paró con un acto nobilísimo de amor de Dios
todos los sentimientos de su corazón de la felicidad y bienes de este mundo,
como quien se desentiende de todo, y todo lo olvida, para que en su alma tenga
cabida un objeto solo, un pensamiento solo, el amor de una cosa sola. Desde
entonces ya, ¡oh
gran Dios! esta dichosa criatura,
olvidada de todo lo demás, solo suspira hacia Vos con gemidos de inocencia y de
amor, cual paloma vuestra, que, desde el seno de su santa madre, como desde un
santo retiro, hacía con sus encendidas ansias las delicias de vuestro divino
agrado.
Ya
que nosotros no pudimos dirigirnos a Dios tan de temprano, debimos consagrarle
todo nuestro corazón desde los hermosos días en que llegamos al uso de la
razón, y supimos por las instrucciones de los que nos educaron felizmente según
los principios de nuestra santa religión cristiana, que criados para amar a
Dios y gozarle eternamente, redimidos con la sangre de Jesucristo, su Hijo,
ninguna cosa debía ocupar más día y noche nuestro pensamiento que la divina
ley. ¡Qué dicha
la de aquellas almas, que desentendidas desde entonces por un olvido santo de
lo que el mundo tanto estima, se propusieron llenar su memoria del recuerdo
continuo del fin último para que nacieron, y alimentaron su corazón con
fervorosos actos de amor divino! Lloremos con el dolor más vivo el
que una ocupación tan hermosa y amable no haya sido la nuestra desde que tuvimos
uso de razón, dirijamos entrañables suspiros a la
Beatísima Virgen para que nos alcance el perdón de tan lastimosa pérdida, y la
incomparable gracia de acertar a repararla.
ORACIÓN PARA EL PRIMER
DÍA
Dulcísima y
Benditísima Virgen María, Os confesamos con ternura de nuestro corazón,
la predilecta de Dios entre todas las hijas de Adán y delicia suya desde la
eternidad, en la cual Os decretó ya y os vio limpia de la mancha común del
pecado original, y copiosamente provista de las bendiciones de su gracia desde
el momento primero de vuestra felicísima concepción. Por este privilegio
inefable, apenas erais una flor acabada de brotar en la tierra bendita del seno
de vuestra santa madre, y ya erais maravilla de la naturaleza y de la gracia.
Bendito sea eternamente el feliz olvido, con que la caridad de Dios se
desentendió para engrandeceros así de los estorbos y deméritos de nuestro
linaje humano. Por este olvido tan venturoso para Vos,
oh Virgen Benditísima, dirigid sobre nosotros la más tierna de vuestras miradas,
y alcanzadnos la gracia de olvidarnos para siempre de la falsa felicidad de
este mundo, entregando nuestros corazones a Dios sin ninguna reserva. Amén
—Aquí se
hace una breve oración mental, y cada uno pedirá por la intercesión de María
Santísima, la gracia especial que solicita en esta novena, rezando en seguida
tres Aves Marías.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
¡Oh Santísima y Benditísima Virgen María! Madre
de Dios y nuestra, con los más íntimos sentimientos de nuestro corazón Os
llamamos y reverenciamos en esta vuestra sagrada imagen del Olvido, bien
persuadidos de que en vuestra caridad incomparable no cabe jamás que Os
olvidéis de nosotros. Mas en nosotros es muy posible, y aun frecuente, que nos
olvidemos de Vos, sin embargo, que este olvido es para nosotros una terrible
desgracia, y la ingratitud más monstruosa. Conseguidnos, pues, la gracia de no
olvidarnos jamás, sea frecuente alimento de nuestras almas alguno de los
infinitos títulos de grandeza y de gloria, con que Dios Os ha enriquecido entre
todas las puras criaturas. Sois entre todas ellas la más bella y amable. La
santa Iglesia en vuestras alabanzas recurre a la gallardía de los árboles, a la
belleza de las flores, a la delicia de los jardines para inspirarnos el posible
concepto de vuestra hermosura. Recuerde nuestra memoria muy de continuo alguna
de estas bellas semejanzas, ellas servirán para que nuestras almas, juntamente
con el recuerdo de vuestra belleza divina, perciban el atractivo y la fragancia
celestial con que vuestra santidad, más que de ángeles, más que de serafines,
trascendió desde la tierra hasta lo más encumbrado de los cielos, y nos atrajo
desde el seno del Eterno Padre al Hijo de sus delicias eternas. Sois a
consecuencia de esto la más amante de las madres, madre del amor hermoso y de
los pensamientos más puros, del conocimiento y sabiduría de las cosas divinas,
por consiguiente, de la ciencia feliz de las verdades católicas; madre de la
esperanza santa, cual lo es la importante, la sublime confianza de conseguir la
eterna paz y felicidad de la gloria. No se borre jamás de nuestros corazones el
bellísimo sentimiento de que sois en el sentido dicho nuestra madre, para que
el solo recuerdo del nombre de María, aun la sombra de afición menos honesta,
vaya muy lejos de nosotros, nuestra fe se avive, la santa ley moral de
Jesucristo, vuestro Hijo, sea invariablemente la regla de nuestra vida;
vuestras divinas virtudes, vuestro incomparable amor de Dios y del prójimo,
vuestra limpieza inmaculada, siendo la delicia de nuestro pensamiento, sean
también nuestro hermosos modelo y nuestra dulce imitación. ¡Oh qué dicha la nuestra, si con la divina gracia llegamos
a imitar a tan santa criatura! Alcanzadnos, Virgen
Benditísima, esta inefable gracia y la de que, muriendo con la muerte de los
santos, cubiertos bajo el manto real de vuestra protección, vayamos a gozar de
la presencia de Dios y de la vuestra en la Gloria. Amén.
℣.
Rogad por nosotros, Santa Madre de Dios.
℟.
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Concedednos os
suplicamos, Señor Dios nuestro, gozar de perpetua salud de alma y
cuerpo: y por la intercesión de la gloriosa siempre
Virgen Santa María, libradnos de las tristezas presentes, y gozar de las
alegrías eternas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 5 DE AGOSTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL SEGUNDO
DÍA
Consideremos en este día que el espectáculo de este mundo
visible nos presenta a cada paso mil y mil bellezas, que pueden elevarnos a
Dios, a su conocimiento, a la contemplación de sus divinos atributos, y servirnos,
por consiguiente, con la gracia de Dios, de medios de salvación. ¡Qué rasgos de su magnificencia y de su gloria no brillan en el
Cielo!
¿Quién da un
solo paso sobre la tierra, que no vea, que no palpe en cada hierbecilla, en
cada flor, en cada propiedad de la naturaleza un manantial ya de delicias
inocentes, ya de regalo y de alimento para nosotros, y por consiguiente de
admiración y de reconocimiento de cómo es para nosotros nuestro Dios
infinitamente amable? ¿Y cuántas ventajas no podemos conseguir, si de percibir
por nuestros sentidos estos atractivos santos, con que nos eleva a nuestro Dios
la vista de la naturaleza, enriquecemos con las ideas y recuerdos de ellos la
imaginación y la memoria? Pero, ¡ay! Este mundo
visible nos ofrece también, entre los demás objetos, aquellos de que por
nuestra flaqueza y corrupción abusamos con facilidad y frecuencia para el
vicio, entre ellos aquellas tres concupiscencias de lo malo, que San Juan en su
carta observa reinan tan generalmente en el mundo, encuentran a cada paso el
estímulo y el alimento de sus deseos corrompidos: la
abominable impureza, los atractivos de un amor infame, la avaricia, el brillo de unos metales, que
solo tienen de valor lo que tienen de aptitud para la honesta utilidad de esta
vida, y el bien de los prójimos, la soberbia, el resplandor del mando y de las
dignidades, que sin virtudes y sin méritos no son más que perdición propia y de
otros. ¡Oh,
y qué bien obraríamos si en cuanto es posible nos desentendiésemos de esta
parte del espectáculo del mundo, y ella fuese para nosotros una materia de
desprecio y olvido santo! Mas por una funesta desgracia, sucede todo
lo contrario. El trato diario de las gentes nos ofrece la experiencia también
diaria de que apenas uno u otro hace mérito de las maravillas de la naturaleza
para no olvidarse de Dios, para concebir de sus divinos atributos algún
sentimiento racional y santo, por no tomar en boca aquellos monstruos, que, en
nuestros días, más que en los anteriores, osan pronunciar que no hay Dios. Pero
en tratándose de todo lo que este mundo presenta de cebo para las pasiones, aun
las más viles y vergonzosas, ¿quién es el que no piensa? ¿Quién el que no habla? ¿Quién
es el que no trata de esto y suspira por esto con una memoria casi no
interrumpida sino por el sueño?
Aprendamos, oh hombres engañados, a tener un olvido más feliz y
un recuerdo más santo. Lo tuvo el primero en este punto la Santísima Virgen María en el grado
más excelente. Era su alma en todo incomparablemente grande, su sensibilidad
finísima, su espíritu comprensivo y penetrante, su imaginación fecunda y viva. Pero en toda esta economía de su
interior no había cabida para el pensamiento y recuerdo de cosa de este mundo,
que fuese, no digo yo menos decente y peligrosa, sino inútil y frívola. Por el
contrario, ¡qué
sabiduría la suya tan sublime de todas las cosas de la naturaleza, en cuanto de
ellas podía hacerse escalón para subir a la contemplación y amor de Dios,
haciendo un uso inocente y saludable! En cuanto a esto su
pensamiento y su memoria le suministraban los más bellos y frecuentes recursos
de acordarse de Dios y amarle, o por mejor decir, de no olvidarse jamás. Este
fue el grande uso que la Santísima Virgen hizo del espectáculo de este mundo
visible desde su hermosa salida a la luz de este mundo. Hasta la inocente
alegría que puede caber en un convite no fue desconocida en la Santísima
Virgen, y para que la alegría no se interrumpiese en las bodas de Canaán, hace
presente a su Hijo que comenzaba a sentirse la falta del vino. Dirijamos ahora nosotros a la Santísima Virgen nuestras
ardientes súplicas, para que nos alcance la gracia de olvidarnos de lo que hay
en este mundo de atractivo para el pecado, y de enriquecer nuestra memoria de
ideas y recuerdos de Dios.
ORACIÓN PARA EL SEGUNDO
DÍA
¡Oh Santísima Benditísima Virgen María! Bendita
sea mil veces la sabiduría celestial, con que hicisteis de las hermosas
hechuras de las manos divinas en este mundo visible el uso más dichoso y santo,
teniendo prontas en vuestra feliz memoria aquellas imágenes e ideas de las
criaturas, que lo son también de la bondad, amabilidad y ternura del corazón de
Dios, al paso que acertasteis a sepultar en el más profundo olvido todo lo que
ellas pueden ofrecer de estímulo y atractivo para el pecado. Sentimos en lo
íntimo del alma, ¡oh Virgen Benditísima! haber
abusado funestamente de la hermosura de este mundo visible. ¡Oh, y cuán pesados somos de imaginación y de sentimiento
para elevarnos a Dios por la belleza de sus obras! ¡Oh, y cuán desgraciadamente
fácil es nuestra memoria para exponer la limpieza de nuestro corazón con el
recuerdo de objetos peligrosos! Con el gemido más íntimo de
nuestras almas os pedimos nos alcancéis la gracia de entender saludable y
eficazmente que ni nuestro pensamiento ni nuestro corazón han sido formados
para adornos ni colores. Conseguidnos la gracia de hacer de estas cosas solo el
uso más inocente y preciso, y de olvidarlas para todo lo demás. Amén.
—Las tres Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA TERCERO – 6 DE AGOSTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL TERCER
DÍA
Desde hoy consideraremos ciertos pasajes de la vida de la
Santísima Virgen María, según la historia del sagrado Evangelio, en que
ejercitando la más heroica santidad practicó algún olvido santo. Consideremos hoy su
presentación en el templo. En
este notable pasaje la Benditísima Niña María fue llevada al templo santo de
Jerusalén, para que allí fuese educada, ejercitada en toda virtud, y consagrada
perfectamente a ser solo delicia del corazón de Dios, sin que ni la carne ni la
sangre reservasen para sí una sola parte de aquella víctima santa. El sacrificio que la ternísima Virgen María hizo de sí
misma al amor de Dios en esta ocasión, ni aun la más expresiva elocuencia del
hombre ni aun de ángel podría declararlo. Era el natural de la Virgen el
más excelentemente, dispuesto para sentir y amar; su entendimiento el más claro
y penetrante; su sensibilidad y ternura de corazón de una delicadeza y nobleza
incomparables. Estaban estos hermosos principios de sentimiento y amor divina y
sobrenaturalmente realzados con una caridad y gracia de Dios superior a la de
los serafines, que junto al trono de Dios entonan el trisagio, el himno eterno
de su amor y de su gloria. ¿Cuál sería, pues, el sentimiento de esta preciosa y
divina criatura al despedirse de sus padres, de sus amabilísimos y santos
padres Joaquín y Ana, para quedarse en el templo? ¿No sentiría la augusta niña
profundamente conmovida su ternura santa al oír las palabras, el último vale de
la despedida de sus padres? Y al recibir de ellos el último abrazo, ¿no querría ya
liquidarse su alma? Sin embargo,
su amor a Dios se sobrepone a los sentimientos de la naturaleza, y teniendo
para el mérito el dolor más vivo y profundo que en tales ocasiones ha sentido
jamás pura criatura, se lo ofrece al Señor con tanta nobleza y señorío de sí
misma, que no manifiesta señal ni mínima perturbación. No es esta una
suposición arbitraria, se funda en la grandeza y dignidad sin ejemplo con que
la Santísima Virgen María se portó en otros pasajes, aún más delicados y
críticos, de que el sagrado Evangelio nos habla expresamente. Me parece que la estoy viendo cual recién despedida de sus
padres, se dirige a lo interior de aquel santuario con pasos que no titubean,
llevando revertido el semblante, juntamente con su casta hermosura, el señorío
y reposo de su alma.
Desde
ese momento practica la Santísima Virgen la virtud de olvidar santamente, que
el Espíritu Santo describe y enseña en aquellas palabras del salmo: Oye, hija, -dice-
atiende,
inclina tu oído, y olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre. No porque olvidase los santos deberes que
dulcemente le unían a sus santos padres, a quienes frecuentísimamente
presentaba a los ojos de Dios, como si los tres corazones fuesen más bien para
el amor de Dios un corazón, sino porque en este feliz recuerdo no intervenían
ninguna de aquellas aficiones pueriles, ningunas de aquellas pequeñeces que en
semejantes ausencias hacen suspirar a cada paso por la presencia corporal, por
tales o tales conveniencias que allí se disfrutaban y hacen perder, cuando
menos, el tiempo en pensamientos y correspondencias sensibles. ¡Oh, y cuán
imperfectamente se practican por nosotros esas separaciones santas, a que
muchas veces nos obliga nuestra vocación y nuestros deberes! Cuando
otra cosa no podemos, nuestra imaginación está llena de especies molestas, de
cuidados frívolos sobre las personas de quienes nos hemos separado, y hasta los
días y los momentos en que se espera su correspondencia nos llevan un tiempo
infinitamente precioso. Posible nos es encomendar esto
al amoroso cuidado de la divina Providencia y aprender a olvidar santamente,
como olvidó la Santísima Virgen María. Pidámosla que nos alcance esta dichosa
paz del corazón.
ORACIÓN PARA EL TERCER
DÍA
¡Oh Santísima y Benditísima Virgen María! Ternísimamente
Os bendecimos y alabamos por aquella sabiduría y santidad inefables, con que,
en tan delicados años, al ser presentada en el templo y separada de vuestros
amabilísimos padres, supisteis hermanar en un enlace, el más bello y admirable,
vuestra ternura para con ellos con la ofrenda y sacrificio de Vos misma al amor
de Dios y un amor más que seráfico. ¡Cuán llenos de
majestad y gracia fueron vuestros pasos, oh hija del príncipe, cuando despedida
de vuestros padres os retirasteis a lo más interior de aquel asilo santo! Por
aquel olvido santísimo con que, desde aquel momento, sin faltar un solo ápice
al recuerdo que les era debido, conservasteis vuestro interior perfectamente
libre de toda memoria menos necesaria y útil, os
pedimos, ¡Oh felicísima criatura!, nos
alcancéis de Dios la dichosa gracia de la paz del corazón y del recogimiento
interior. Amén.
—Las tres Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA CUARTO – 7 DE AGOSTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL CUARTO
DÍA
Jamás ofreció una pura criatura espectáculo más grandioso como
el que la Santísima Virgen María presentó a los Cielos y a la tierra en su
Anunciación.
Considerémosle devotísimamente. Un príncipe de los Cielos, un arcángel se le
envía por el mismo Dios como embajador suyo cerca de ella. Jamás se ha oído
salutación más augusta, tan expresiva, ni que expresase títulos más llenos de
grandeza y de gloria. Entre los demás se le apellida, no, así como quiera,
agradable a los ojos de Dios, lo cual aún por sí
solo es una honra y felicidad incomparable, sino llena de gracia y bendita
entre las mujeres. El negocio por fin de que se trata, el destino que se
le anuncia, nada menos es que una dignidad infinita en su línea, dignidad de
Madre del mismo Dios, de suerte que toda esta grandiosa embajada podía ceñirse
a sola esta expresión tan sencilla como llena de energía y de sentido: dentro de pocos instantes el Hijo de Dios vivo, y por
consiguiente Dios mismo, será con verdad y con propiedad un hijo vuestro.
Entre tanto se aguardaba que la Santísima Virgen diese su
consentimiento, el sí de sus divinos labios para la Encarnación del Hijo de
Dios. ¿Quién no hubiera dicho que esta criatura feliz, ocupada toda
ella en el negocio inaudito que se le anunciaba, enajenada y fuera de sí misma
con la repentina noticia de su elevación, llena toda ella de la imagen de su
dignidad, no podría dar cabida en el momento más que a este pensamiento solo: Voy a ser madre del mismo Dios?
Mas, ¡oh
capacidad inmensa del corazón de María Santísima! ¡Oh virtud, oh santidad en
cuya comparación parecen sombras las acciones más heroicas y santas!
¿Sabéis a lo
que atiende la Santísima Virgen en momentos tan críticos e importantes? Como si la
grandeza y la gloria que se le anuncia no hablasen con su persona, y solo
hablasen con ella los oficios y los deberes que por este mismo hecho se le
imponían, reflexiona que se le dice ser madre, se acuerda de su resolución
divina de purísima virginidad, y llena de majestad, sin dejar de ser
incomparablemente humilde, le consulta al arcángel el modo de no mancillar la
maternidad su virginal propósito. Recuerda, sin duda, con su inefable sabiduría
todo el fondo de obligaciones, de trabajos, de padecimientos y de sacrificios a
que según lo que estaba escrito del Salvador del mundo era consiguiente que
hubiese de quedar sometida por el hecho mismo de ser madre de tal Hijo; y como desentendida de todo, olvidada de todo, hasta de la
grandeza y dignidad infinita a que la eleva, y fija toda su atención en las
virtudes, en los trabajos y en los sacrificios con que se ha de consagrar y ser
víctima del amor de Dios y de los hombres, consiente por fin, y dice: He aquí la
esclava del Señor, hágase conmigo según tu palabra.
¡Ah! nosotros,
por el contrario, apenas acertamos a entender en algún negocio, aun el más
santo, sin echar el ojo a nuestro engrandecimiento propio o a nuestro interés.
Todo lo olvidamos menos esto, siendo tan justo, tan saludable, tan dulce
hacerlo todo por el amor de Jesucristo y de las almas redimidas con su sangre.
Aprovechemos la feliz ocasión de pedir a la Santísima Virgen nos alcance la
gracia de olvidar nuestro interés propio por la causa de Dios.
ORACIÓN PARA EL CUARTO
DÍA
Santísima y Benditísima Virgen María; alabanza
eterna Os den todas las generaciones por la santidad sin semejante con que
respondisteis a la embajada del arcángel San Gabriel. Jamás corazón de pura
criatura abrigó caridad tan tierna para con sus prójimos, jamás alguna desplegó
sus labios con tanta gracia, como lo hicieron vuestro corazón y vuestros labios
en aquel consentimiento, en aquel sí que disteis para que el Hijo de Dios se
hiciese hombre en vuestras virginales entrañas. Olvidada entonces de todo, hasta
de Vos misma y de vuestra infinita dignidad, solo atendisteis a que se
cumpliese el pensamiento eterno de Dios para nuestra redención y salvación
eterna. Por este santísimo olvido alcanzadnos la
dichosa gracia de olvidar todos los intereses humanos por la gloria de Dios y
salud de nuestras almas. Amén.
—Las tres Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA QUINTO – 8 DE
AGOSTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL QUINTO
DÍA
Uno de los actos más solemnes que hizo la Santísima Virgen fue
el de presentar a su Niño Jesús en el templo. Se
sometió en esta ocasión a dos ceremonias mandadas en la ley antigua: la una de ofrecer al Señor los hijos varones primogénitos, y
la otra de purificarse las madres de sus inmundicias del parto, cumplido el
término que fijaba la ley, con la oración del sacerdote y con la ofrenda que
para esto debía llevar, según se prescribía en la misma ley.
Ni
aún la expresión más elocuente explicaría con dignidad el generoso olvido con
que María Santísima desentendió, al cumplir la ceremonia de la purificación,
las altas consideraciones que indicaban estar exenta de ella. ¿No es evidente
que la dicha ley hablaba en términos expresos y a la letra de las madres, que
lo eran sin privilegio sobre el orden común de la naturaleza? Y a
consecuencia, ¿qué
tenía que ver dicha ceremonia con aquella hija del Rey, con aquella princesa
augusta, con la mujer predilecta y bendita entre todas, que juntó la infinita
dignidad de Madre del mismo Dios con la hermosa gloria, con la prerrogativa sin
ejemplo de la más limpia e incorrupta virginidad? ¿Con esta sujeción a la ley,
no se daba un motivo a la opinión común de los hombres de que, teniéndola por
madre en el concepto común, la confundiese con las otras madres, y a su
precioso, a su Divino Niño con los otros hijos? ¿Y hasta qué punto de claridad
y de viveza no distinguiría un entendimiento tan penetrante como el de la
Virgen todo lo que había de sentido y solidez en estas razones? Sin embargo, no titubea un solo instante en
cumplir a la letra una ley que tanto la humillaba. Presenta su ofrenda,
escogiendo la más humilde de las dos que señalaba la ley, lleva en sus
virginales brazos a su dulce Jesús, como poniendo ya a los ojos de Dios sobre
las sagradas aras aquella víctima inmaculada, que ella misma volvería a ofrecer
sobre la cruz en el Calvario; y practica virtudes tan heroicas, tan sin
aparato, y con tanta sencillez, que parece no había allí nada de brillante ni
de grandioso, cuando su conducta llena de delicias el corazón de Dios, y es el
asombro de los ángeles. El Evangelio mismo, al hablar de este pasaje, nos presenta la conducta de la Santísima Virgen como si en
él no hubiera otro carácter que el de discípula de los santos Simeón y Ana, que
allí anunciaron al mundo la dignidad y la misión divina del Niño que la Virgen
llevaba en sus brazos.
¿Y no
imprimiremos en lo más íntimo de nuestras almas este ejemplar de humildad y de
modestia tan hermoso como grande?
He dicho grande, entendamos que la humildad es la verdadera grandeza del
corazón, porque inspirando al hombre desconfianza de sí mismo y confianza en
Dios, le inspira por consiguiente esperanza y magnanimidad para emprender
grandes cosas del servicio del Señor. La soberbia, por el contrario, es la
madre de la ridícula jactancia, y en llegando el caso de obrar, no produce sino
cobardía o temeridad. Derramemos ahora nuestro corazón
delante de Dios, a fin de que por la intercesión de la Santísima Virgen María
nos conceda la inefable dicha de ser verdaderos humildes.
ORACIÓN PARA EL QUINTO
DÍA
¡Oh Santísima y
Benditísima Virgen María! Bendecimos con el más puro gozo de nuestros
corazones la humildad prodigiosa con que en vuestra purificación fuisteis la
admiración de los ángeles, el ejemplar de los santos, la delicia del mismo
Dios. Vuestras manos presentaron allí a los ojos de Dios la víctima de la
salvación del género humano, la lumbrera de las naciones, la gloria del pueblo
escogido; pues vuestro Niño Jesús es todo esto y aun infinitamente más. Al
mismo tiempo, ¡qué bella parecisteis a los ojos de
Dios al someter por su amor a la humilde ceremonia de la purificación vuestra
purísima persona, aquella persona que por su destino y sus virtudes se deja ver
hermosa como la luna, escogida como el sol, y majestuosamente terrible como
escuadrón formado en batalla! Alcanzadnos,
Virgen Benditísima, que sea una delicia para nuestras almas el ser humildes a
imitación vuestra. Amén.
—Las tres Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SEXTO – 9 DE AGOSTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL SEXTO
DÍA
Consideremos que uno de los muchos pasajes en que la Santísima
Virgen María ejercitó la virtud de olvidar santamente fue el de su viaje y
huida a Egipto en compañía de su dulce Jesús y de su esposo San José. Un ángel avisó al bendito esposo
que emprendiese este camino, a fin de ponerse a salvo del furor del tirano
Herodes, que trataba de arrancar al Niño Jesús de entre los vivos, hasta con la
horrorosa medida de hacer morir a todo los niños de Belén y sus contornos que
no tuviesen más de dos años. Una intimación
semejante suponía no solo una posibilidad sino un peligro real de que el Niño
Jesús pereciese en aquella persecución. ¿Y este peligro no presentaba al parecer o
una contradicción o una idea muy difícil de conciliar a quien sabía
indudablemente los hechos anteriores, la edad, las circunstancias, el género de
muerte en que el dulce Jesús había de expirar? La Santísima Virgen, enriquecida sin duda alguna con el
conocimiento más claro y sublime de las escrituras sagradas, ilustrada
perfectísimamente sobre lo que ellas anunciaban acerca de la vida y muerte de
su Niño Jesús, sabía que no moriría en edad tan tierna, que a su muerte
precederían su vida privada, sus incomparables virtudes en ella, y después su vida
pública, su predicación y sus milagros, habiendo de perfeccionar por fin la
obra de la redención de los hombres con su muerte de cruz en la edad de varón
perfecto. ¿Cómo,
pues (parece que la prudentísima Virgen podría haber objetado), cómo, pues,
ahora se supone verdadero peligro de perecer mi dulce Jesús entre los niños de
la comarca de Belén? ¿Podrá el furor de Herodes turbar el orden de los divinos
decretos? ¿Apagar el sol de justicia tan luego como acaba de nacer sin que haya
alumbrado al mundo con el resplandor de unas virtudes y de un Evangelio divino?
¿Adelantar el tiempo de la muerte del Salvador? Mas la Santísima Virgen no hace ninguno de estos
argumentos, y lleno todo el santuario de su alma de un sentimiento de adoración
a la divinidad y a sus augustos secretos el más profundo que hubo jamás en pura
criatura, toma en sus brazos a su dulce Jesús,
estrecha contra su pecho virginal aquella prenda de su corazón, sigue adonde su
santo esposo la guía, se somete con alegría a las penalidades de un largo
viaje, y llega por fin al Egipto, este país de idólatras, que tan lejos estaba
de merecer la más útil y dichosa de todas las visitas. ¿Y no fue esta
humildísima conducta de la Virgen un olvido santo de todas las dificultades, de
todos los reparos, de todas las razones que el más fino de los ingenios pudiera
haberle sugerido por atender con la más amable docilidad a la razón de las
razones, a la razón única de que un Dios infalible y santo así lo mandaba?
Reprensible,
por el contrario, criminal es la conducta del hombre, cuando en medio de
brillar a sus ojos por pruebas indudables que Dios ha revelado y dispuesto una
cosa, se vuelve y se revuelve en mil cavilaciones por no oír la voz de Dios, de
un Dios que no le impone ni un solo sacrificio que no sea para él un inagotable
manantial de bienes. Y para poner algún ejemplo, ¿cuántas utilidades nos proporciona la
santa fe con que creemos las verdades enseñadas en su santa Iglesia Católica
como reveladas por el mismo Dios? Sin ella nuestras disputas serían eternas;
eternas y sumamente aflictivas serían nuestras dudas, con ella la más hermosa
calma y todas las delicias de la paz en punto a religión nos acompañan hasta el
sepulcro. ¿Cuán
criminal por consiguiente no es aquel hombre que, como sucede frecuentemente en
nuestros días, se empeña en olvidar, en desatender o en no consultar las
invencibles pruebas de que esta fe viene de Dios, buscando por el contrario
todas las cavilaciones imaginables para no someterse a esta creencia feliz?
Pidamos humildísimamente a la Santísima Virgen nos alcance la
gracia de olvidar toda cavilación humana cuando se trata de creer y obedecer a
Dios.
ORACIÓN PARA EL SEXTO
DÍA
¡Oh Santísima y Benditísima Virgen María! Los
ángeles, los santos, las criaturas todas se derramen en vuestras alabanzas,
porque vuestra fe a la palabra de Dios fue la más dócil y sencilla, y vuestra
obediencia a sus disposiciones fue como el más dulce atractivo, como herida de
amor para el corazón de Dios. Esta fe sin cavilaciones, esta obediencia sin
réplica es un bálsamo divino para sanar de la indocilidad y curiosidad tan
funestas de la mujer primera. Nuestras almas sienten hoy el placer más
entrañable y puro, porque un sentimiento tan bello y tan constante en la
Iglesia Católica os reconoce y publica reparadora de los males causados por
Eva. Y pues en vuestra docilidad a las disposiciones de Dios intervino un
dichoso olvido de dificultades humanas, alcanzadnos la dicha de
desentendernos de todo, para ejecutar con amable sencillez la voluntad de Dios. Amén.
—Las tres Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 10 DE AGOSTO
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la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL SÉPTIMO
DÍA
No hay un espectáculo de santidad más admirable que el de una
criatura, que, distinguida por las prendas más excelentes de naturaleza, y por
los más copiosos dones de gracia, hace, habla, vive, respira tan para solo
Dios, que no da muestra ni mínima de conocer su riqueza, ni de estimación
propia.
¡Oh, y cuán
repetidos y hermosos fueron los ejemplos que la Santísima Virgen María nos dio
de este bienaventurado olvido de sí misma! En el pasaje de las bodas
de Canaán se ve brillar uno de los más bellos rasgos de las virtudes de la
Virgen en esta línea. Todos saben que el dulcísimo Jesús honró la celebridad y
convite de aquellas bodas con su asistencia, y que una concurrencia tan feliz
se vio también adornada y enriquecida con la gloria y la delicia de tener
consigo a la bendita entre todas las mujeres. Faltó el
vino en medio de la comida, y esta falta y el disgusto que de allí se
originaría fueron entendidos de la Virgen, que finísima cual era en sus
sentimientos tuvo pena de que los esposos padeciesen.
Se
desplegó entonces la gracia de aquellos benditos labios, y le dijo a su Jesús: no tienen vino.
Diríase que hubo menos ternura en la respuesta de Jesucristo si la fe de que
era todo un Dios no nos inspirase la veneración más profunda de todas sus
palabras y acciones, obligándonos a suponer un sentido misterioso y divino
hasta en la que nos parece menos dulce y amable. Mujer, ¿qué tengo yo en esto que ver
contigo?, respondió Jesucristo a su Santísima Madre, aún no ha llegado
mi hora. Mas
no turbó un solo instante el corazón de María Santísima lo menos cariñoso de
esta respuesta, ni el concepto clarísimo de las
gracias y dotes de que se hallaba enriquecida su augusta persona, ni la
grandiosa idea que tenía de la dignidad de Madre de Dios, dignidad de la que
tenía no el título solo sino la propiedad, ni el íntimo sentimiento con que su
corazón le daba testimonio de la ternura de su amor a su Jesús, ni el dulce
recuerdo de los desvelos con que se había desvivido por su alimento, asistencia
y conservación de su preciosa vida.
Nada,
nada debilita ni en lo más mínimo la fuerza de su amor, ni menoscaba su dulzura
y la apacibilidad de su corazón generoso y grande, y como quien no entiende de
nada, sino de consolar y de multiplicar el bien, les dice a los asistentes de
la mesa con relación a su querido Hijo: vosotros ejecutad cuanto él os ordenare. ¿Quién vio jamás un amor de Dios tan encendido, tan puro,
tan sin mezcla de atención y estimación propia? ¿Quién un esmero tan fino en
procurar el consuelo del prójimo, aun en los disgustos pequeños? Ni aún
se interrumpe este cuidado cariñoso de la Virgen con el desabrimiento que
parecía percibirse en la respuesta de Jesús. ¡Mujer ínclita, que con ejemplo tan expresivo
nos inspira la importante máxima de que nuestros cuidados y nuestras delicias
en el servicio de Dios no deben ser nuestros consuelos sensibles, sino el puro
amor de Dios, la ejecución de su voluntad divina, el adelantamiento en la
virtud y el bien posible de nuestros prójimos! Aprovechemos la hermosa ocasión que este recuerdo nos ofrece
para pedir al Señor, por la intercesión de María Santísima, la gracia de ser
amantes de Dios y del prójimo, no por interés sino con generosidad.
ORACIÓN PARA EL SÉPTIMO
DÍA
¡Oh Santísima y Benditísima Virgen María! Alabada
sea de los ángeles y de los hombres la gracia y perfección que sabéis dar aun a
las acciones que por su materia parecen pequeñas. Lo decimos con mucha ternura
de nuestras almas: sois aquella esposa de los sagrados cánticos que disparáis
flechas del santo amor al corazón del Divino Esposo hasta con una sola de
vuestras miradas, hasta con uno solo de vuestros cabellos. ¡Oh, y qué de agrado y de delicias para el corazón de Jesús
supisteis embeber en la santa sencillez de aquellas dos expresiones vuestras en
el convite de Canaán: no tienen vino; vosotros ejecutad cuanto os ordenare! Inspiradnos
Virgen Sacratísima, con vuestro ejemplo y con vuestra poderosa intercesión, la
sabiduría celestial de acertar a unir el mérito de la santidad y el mayor
agrado a los divinos ojos hasta con las acciones más pequeñas, atendiendo en
ellas únicamente a la gloria de Dios, al bien de nuestros hermanos y a la
salvación de nuestras almas. Amén.
—Las tres Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA OCTAVO – 11 DE AGOSTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL OCTAVO
DÍA
Así como la muerte del dulce Jesús expirando por nosotros en un
cadalso a los ojos de su misma Madre fue para su corazón el más terrible y
doloroso de todos los pasajes de su vida, fue también la ocasión en que su
santidad desplegó y puso en ejecución lo más heroico de sus divinas virtudes. Allí rayó hasta un punto de gracia y
de perfección el más sublime aquel olvido santo, que desde el principio de esta
santa novena hemos ido notando en los más importantes hechos de su portentosa
vida. La fortaleza incomparable con que allí arrostró el peligro de su vida
propia, desentendiéndose del amor a ella, y permaneciendo inseparable al pie de
la sacrosanta cruz, fue la parte mínima de aquel olvido santo. Sin entrar en
cuenta que todo pudiera haberlo temido con razón de parte de la fiereza,
inhumanidad y atropellos de los judíos. ¿No sentiría íntimamente que, según la ternura de su amor
a Jesús, su vida naturalmente peligraría, desfallecería con la vista de la
sangre y de la muerte de aquella prenda de su santo amor? ¿Esperaría poder
vivir viendo morir a su Jesús, y morir enclavado? ¿Rasgado? ¿Hendida su cabeza
con las espinas? ¿Sus huesos todos en disposición de podérsele contar?
¿Habiendo de recoger ella misma sus últimos suspiros? ¿Esperaría la amantísima
madre poder naturalmente conservar la vida, así herida en aquel pedazo de su
corazón, así atravesada de parte a parte?
Pero desestimó este peligro inminente, y le olvidó por vivir
muriendo junto a su querido Jesús. Ni
aun atendió a la honra de su ínclita persona, que siendo la más ilustre,
privilegiada y distinguida por Dios entre todas las puras criaturas, no titubeó
un instante en arrojarse en aquel abismo de deshonor y de ignominias de que el
dulce Jesús murió rodeado, y aun sumergido en ellas. ¡Oh, y cuántos dirían, oyéndolo la Bendita
Virgen: es esta la madre de ese hombre que
muere en ese suplicio!
Más
un desentenderse la Virgen en el Calvario de su honra y de su vida por el amor
a Jesús, ¿cómo
puede ser allí el mínimo de sus olvidos santos? Oigámoslo de la feliz aplicación que San
Buenaventura hace a la Santísima Virgen de una expresión del Evangelio.
Queriendo Jesucristo inspirarnos un sentimiento sublime del amor de Dios al
mundo, nos dice: así
amó Dios al mundo, que por él entregó a su Hijo Unigénito. Pues el
doctor seráfico, cifrando en esta misma frase el cariño con que la Virgen nos
ama, dice: María
Santísima amó al mundo hasta el extremo de entregar, de desprenderse por él del
Hijo de sus entrañas. ¿Veis hasta dónde
llegó allí el olvido de la Santísima Virgen por nosotros? Se
olvidó, más que de su honra, más que de su vida, más que de sí misma, porque se
olvidó hasta de su Jesús, entregándolo, porque nosotros no pereciésemos. ¡Oh corazón de la
Virgen! ¡Oh ternura! ¡Oh caridad! ¡Oh cariño que nos tiene! ¿Y nosotros no acertaremos ni aun a perdonar, ni aun a
olvidar una injuria por el amor de tal Hijo y de tal Madre? Pidamos rendidamente a
María Santísima nos alcance de Jesús la gracia de este olvido santo.
ORACIÓN PARA EL OCTAVO
DÍA
¡Oh Santísima y Benditísima Virgen María! Hoy
derramamos nuestros corazones en vuestra presencia, y con emoción de nuestras
almas Os pedimos que esos labios divinos se desplieguen con su acostumbrada
gracia para responder a esta dificultad que se nos ofrece. ¿A quién amáis más tiernamente a Jesús o a nosotros?
Pues a vuestro dulce Jesús le ofrecéis, le
entregáis Vos misma con un querer el más generoso a la cruz y a la muerte por
nosotros. ¡Ah, querida Madre! Todo el
secreto consiste en que Vos estáis viendo la fineza con que Jesús da por
nuestra vida la suya, y sabéis que el grande medio de agradarle y amarle es que
nos améis a nosotros, ofreciéndole Vos misma en sacrificio como víctima de
nuestra eterna salvación. Una vergüenza santa cubre nuestro rostro al considerar
las cavilaciones con que pretendemos excusar nuestros resentimientos con el
prójimo; desde este mismo instante proponemos
perdonarle y amarle muy de corazón. Alcanzadnos, oh ternísima
madre, esta gracia, prenda para nosotros de perdón y de vida eterna. Amén.
—Las tres Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA NOVENO – 12 DE AGOSTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
LECCIÓN PARA EL NONO Y
ÚLTIMO DÍA
En la serie de esta novena hemos reflexionado, con relación al
título del Olvido, que no es posible se olvide la Santísima Virgen de nosotros; pero sí lo
es que nosotros nos olvidemos de tan tierna madre. Dediquemos esta
lección a considerar cuán funesto será para nosotros este olvido. Cómo este olvido nuestro quiere decir que habitualmente
vive el que así se olvida, sin pensar en María Santísima, sin recordar la
inmensa riqueza de las gracias de que Dios ha colmado a tan bella criatura, sin
reflexionar sobre sus divinas virtudes, sobre su encendidísima caridad de Dios
y del prójimo, sobre su castidad más que angélica, sobre su fortaleza y su
paciencia más que heroica, de aquí nace que olvidarse de la Santísima Virgen
María quiere en sustancia decir lo mismo que no tenerla devoción. ¿Y cuánta desgracia
es no tener devoción a la Virgen? ¿Qué pérdida para el alma? Enseñan
los teólogos que la devoción a María Santísima es una de las felices señales de
ser del número de los escogidos de Dios. ¿Quién no aspirará, aunque sea a costa de desvelos, a
poder contar con tan dulce motivo de sus esperanzas, a presentarse a los
divinos ojos marcado con este carácter de salud, y a grabar hasta en lo íntimo
de su corazón tan ilustre título de su gloria y salvación? Pero desenvolvamos algún tanto las razones de ser esta una de las
señales de predestinación, y nos formaremos una idea más clara de la pérdida
que padeceremos con no tenerla.
Devoción a María Santísima incluye en primer lugar una memoria
frecuente de su santidad, un pensamiento que se ocupa repetidas veces en los
hermosos pasajes de su santísima vida, y por consiguiente en las virtudes, que,
en ellos, no como quiera, ejercitó, sino que llenó hasta en una tilde, hasta en
un ápice con una gracia, delicadeza y perfección superior aun a la caridad del
serafín más encumbrado.
¿Y este
frecuente recuerdo qué de utilidades, qué de inspiraciones y movimientos santos
no producirá en nuestro corazón? ¿Cuántas veces sentimos impelido todo nuestro
interior al amor de Dios con oír o con leer lo que le amó tal o tal santo? ¿Pues
qué impulso tan dichoso y fuerte no recibirá nuestro corazón con la meditación
y la memoria de las virtudes de la Reina de los Santos? Si nos
sentimos vehementemente inclinados (por ejemplo) a la venganza, ¿será posible
que este furor no calme, y sea terminado por la dulzura y la paz al poner los
ojos del alma en la Madre de todo un Dios presenciando el suplicio de su mismo
hijo, la muerte cruelísima de su Jesús, al pie mismo de la cruz sacrosanta, sin
un solo movimiento de venganza contra los judíos, y aun franqueando para ellos,
como para todos, las entrañas de su divina caridad? Y más que en el
modo con que la Santísima Virgen ejecutó sus incomparables virtudes brilla una
gracia toda característicamente suya, que nos encanta y nos excita a su imitación
con un atractivo santo; gracia que consiste en que la Santísima Virgen supo
hermanar a toda la magnificencia y la gloria de sus virtudes una sencillez tan
sin aparato, que solo parece hacer una cosa común cuando ejercita y despliega
sentimientos y acciones de primer orden. He aquí la esclava del Señor, dice dando el sí, nada
menos que para la Encarnación del Hijo de Dios en sus entrañas: he aquí la
esclava del Señor: hágase conmigo según tu palabra. Esta gracia, esta amable sencillez, ¿a quién no convidarán
a ser santo?
Es imposible además ser devotos de la Virgen sin amarla y
repetirla actos de veneración y de obsequio. ¿Y hubo
jamás criatura tan bienhechora, tan fina en hacer beneficios? ¿Cuántos, cuán
abundantes y colmados no serán los que dispense a sus devotos? Bellísima aplicación es la que hace
la Iglesia santa, cuando pone en boca de María Santísima aquella expresión de
la sabiduría: yo
amo a los que me aman; expresión divina,
que significa toda la fineza del amor más entrañable y generoso.
Y si el devoto de la Virgen cuenta para el negocio de su
salvación con mil y mil recuerdos de las virtudes de María Santísima, que tan
feliz y poderosamente inclinan a amarla, y con tantas gracias e inspiraciones
que les alcanzará de la misericordia de Dios una madre tan poderosa como amante
de sus queridos hijos, ¿cómo la verdadera
devoción a la Virgen no será una especial y dichosa esperanza de ser de los
escogidos de Dios? ¿Un maná de los Cielos, un manantial de aquellas aguas que
saltan hasta la vida, eterna? ¡Oh, y qué
de bienes pierde el que se olvida de la Virgen! Hoy, que
damos fin a esta santa novena, enviemos hasta los Cielos un gemido de amor a
María Santísima para que nos alcance del dulce Jesús la gracia singularísima de
serla verdaderamente devotos.
ORACIÓN PARA EL NONO Y
ÚLTIMO DÍA
¡Oh Santísima y Benditísima Virgen María! Vuestra
memoria es dulce sobre la miel y el panal; la invocación de vuestro nombre es
una unción divina que se derrama entre suavidades y delicias hasta lo más íntimo
de las almas. Ser con verdad devotos y amantes vuestros es unirse en los
sentimientos y en el amor con Dios, que Os ama como a su predilecta entre todas
las puras criaturas, es como el iris, señal de paz con el cielo, y esperanza de
vida eterna. Queremos más bien morir que dejaros de amar tiernamente. Oíd,
Virgen amantísima, este gemido de amor con que hoy penetramos el Cielo para
pediros que vuestro nombre se imprima como un sello sobre nuestros corazones y
nuestros brazos; alcanzadnos de Dios la gracia de que la desgracia de olvidaros
no tenga cabida en nosotros, y la devoción a Vos sea en nuestras almas una
consecuencia de nuestro amor a Jesucristo. Amén.
—Las tres
Ave Marías y la Oración se rezarán todos los días.
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