Novena
dispuesta por un sacerdote deseoso de extender la devoción al Santo, y
reimpresa en Ciudad de México por don Mariano de Zúñiga y Ontiveros en 1790,
con aprobación eclesiástica.
COMENZAMOS: 7 de junio.
FINALIZAMOS: 15 de junio.
FESTIVIDAD: 16 de junio.
INTRODUCCIÓN
Si
alguna cosa pudiera turbar la serenidad que gozan los Santos en la Gloria, esta
sería el olvido de sus beneficios. Es la ingratitud monstruo tan aborrecible,
que aun los que no hacen el beneficio por el interés de la correspondencia, es
preciso sientan, o se duelan de no verse correspondidos: y si los beneficios
que los Santos hacen a los hombres siempre van enderezados a la mayor honra y
gloria de Dios, con el olvido de estos beneficios se le disminuye a Dios la
gloria que le resulta del agradecimiento. Esto es
lo que puntualmente está sucediendo con el esclarecido Jesuita San Juan
Francisco Regis, uno de los Santos que más trabajó en beneficio de los hombres,
ya fuese estando de pasajero y de viador en este Mundo, ya estando
glorioso y bienaventurado en el Empíreo: pues
mientras vivió en el Mundo no fue otro su anhelo que socorrer y beneficiar al
prójimo, sin perdonar trabajo o incomodidad que fuese conducente al bien de los
hombres. Largas peregrinaciones, ásperos
caminos, sedes, hambres, cansancios, y todo género de penalidades, eran las
delicias de su corazón, como con esto se lograse el remedio de alguna necesidad
del prójimo. Y ahora que está en el Cielo no
hay trabajo, necesidad y enfermedad o miseria que no remedie luego que llegan a
sus oídos los clamores de quien se acoge a su protección. Este es un
privilegio que ha querido Dios conceder al Santo Regis, haciendo que su
Patrocinio se extienda, no a una u otra especie de Enfermedad o necesidad, sino
a todas generalmente, y cuando a otros Santos ha concedido el Señor que sean
Patronos y Abogados de particulares enfermedades, como a San Blas del mal de
garganta, a San Paulino del dolor de costado, a San Francisco de Borja de la
enfermedad de tercianas, a Santa Clara de la de demencias, a Santa Lucía del
mal de ojos, y así de otros: a San Juan Francisco
Regis ha constituido Abogado universal de todas enfermedades, que, como consta
de su vida, Ciegos, Sordos, Mudos , Hidrópicos, Paralíticos, Atabardillados,
Héticos, Ulcerados Gálicos, Dementes, Agonizantes de varias enfermedades, todos
han hallado su remedio en el Patrocinio de San Juan Francisco Regis. Y
en lo que principalmente se ha experimentado su protección es en la enmienda de
las costumbres, alcanzando el Santo de Dios auxilios eficaces para mudar de
vida aquellos que se hallan sumergidos en el abismo de algunos hábitos
viciosos, o con horror a la confesión sacramental de sus culpas.
Pero
después de esto, tiene ya tan olvidado la piedad y devoción cristiana a este
Ínclito Celador de las Almas, que son pocos los que lo conocen; y aún más pocos
los que se acercan a sus Aras a venerarlo, y a invocarlo en sus necesidades. Por eso en desagravio de este olvido y abandono, se ha
reimpreso esta Novena, y la corregí según el estilo del día, procurando poner a
los ojos de los Católicos aquellos pasajes más notables de la portentosa Vida
de nuestro Santo Juan Francisco Regis, las virtudes más heroicas en que con
particularidad resplandeció; para que del conocimiento de uno y otro se excite
la devoción a venerarlo, y la confianza se aliente a pedirle su auxilio en las
necesidades.
Y
aunque todo tiempo es a propósito para hacer esta Novena; pero el más propio es comenzándola a siete de Junio, para
acabarla a quince, que es la víspera del Santo, pues su Canonización tan
plausible la celebró a diez y seis de Junio del año de mil setecientos treinta
y siete el Sumo Pontífice Clemente XII, quien expidió el Decreto solemne de
dicha Canonización a cinco de Abril del propio año; y nuestra Madre la Iglesia
celebra anualmente con Misa y Oficio propio la Festividad de este gran Santo el
día diez y seis de Junio.
También
se puede empezar a diez y seis de Mayo, para concluirla a veinte y cuatro, en
cuyo día el año de mil setecientos diez y seis se celebró en Roma la
Beatificación de San Juan Francisco Regis, habiendo expedido su Breve el Señor
Clemente XI a ocho del mismo mes y año.
Finalmente,
como este Glorioso Santo nació en el Reino de Francia, en la Diócesis de
Narbona a treinta y uno de Enero del año de mil quinientos noventa y siete, y
murió a treinta y uno de Diciembre del de mil seiscientos y cuarenta, a los
cuarenta y cuatro de su edad, y veinte y cuatro de Religión, empleando los diez
últimos en el Apostólico Ministerio de las Misiones por el celo y bien
espiritual de los Prójimos: se puede asimismo hacer
esta Novena en alguno de dichos dos meses, dando principio a ella el día veinte
y tres, y finalizándola el treinta y uno.
Pero
en cualquier tiempo que se haga dicha Novena, ha de ser haciendo una buena,
verdadera y dolorosa confesión de las culpas, para que éstas no corten el
camino a los favores que el Santo quisiere hacer, como se refiere en su Vida
haber acaecido a uno que le empezó su Novena para conseguir la salud,
determinando confesarse bien en ese tiempo, pero mudando de parecer en el
discurso de la Novena, resolvió no confesarse, y al punto se le agravaron los
accidentes, de modo que reconoció ser castigo del Cielo; y habiéndose confesado,
quedó perfectamente sano con asombro de todos. Y
son muchos los milagros que ha hecho el Santo Juan Francisco de Regis a las
personas que en honor suyo han dicho nueve Misas, o las han mancado decir, o a
lo menos una; pues esta devoción le agrada mucho al Santo, quien nos haga sus
verdaderos devotos y nos lleve a la Gloria.
NOVENA AL
APÓSTOL DE LA FRANCIA SAN JUAN FRANCISCO REGIS, DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS, PADRE
DE POBRES Y ABOGADO UNIVERSAL PARA TODAS LAS NECESIDADES DE ALMA Y CUERPO
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠
enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del
Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh Piélago inmenso de bondad y misericordia! Jesús
mío, cuán avergonzado llego, Señor, a vuestros pies, viendo mi torpe
ingratitud. Después que Vos disteis la Sangre y la Vida por mí; después que me
abristeis las puertas de la Gloria con vuestra afrentosa muerte; después que
por medio de los Santos Sacramentos me facilitasteis el camino para la eterna
felicidad, yo todo lo he despreciado, y por un deleite tan breve, que se ha
desaparecido como sombra me he atrevido a ofenderos, a volveros las espaldas, y
a renunciar vuestra amistad. Yo me arrepiento, Jesús mío, me pesa con todo mi
corazón, y aborrezco sobre todo mal el pecado, por ser ofensa de tan grande
Bondad: lo reconozco como una ingratitud la más
monstruosa, y espero que la Bondad con que me has sufrido cuando te ofendí, has
de continuar ahora que te busco, dándome el perdón de mis pasados desacatos, y
concediéndome los auxilios que necesito para no volverte a desagradar. Amén.
ORACIÓN A MARÍA
SANTÍSIMA
Soberana Reina
de los Ángeles MARÍA Santísima: Madre verdadera del Hombre Dios, y Madre
también amorosísima de los hombres pecadores: ¿Cómo
podría yo atreverme a llamar a las puertas de la Divina Misericordia, si no
tuviera en aquel Tribunal una Abogada tan piadosa y tan poderosa como Tú? ¿Cómo
podría esperar de la Divina Justicia el perdón de mis pecados, si no fueras Tú
la Intercesora que pidiera por mí, y la Madre de misericordia y de piedad?
El mismo título que gozas de Madre del Salvador, te hace también Procuradora de
mi salud: faltan méritos en mí para obligarte a socorrerme, pero esa misma
miseria mía es motivo a tu piedad para socorrerme. Ea,
Madre del Amor hermoso, Tesorera de las divinas gracias, aquí tienes al más
despreciable de todas las criaturas; abre el seno de tu piedad para abrigar a quien
clama desamparado; dale la mano a quien, caído en un abismo de miserias, no
tiene otra esperanza de salir de él sin tu piadosísima intercesión. Amén.
DÍA PRIMERO – 7 DE
JUNIO
LECCIÓN
El amor de Dios fue el alma de todas las empresas, y de todas
las obras de San Juan Francisco Regis,
y nada ejecutaba que no fuese por agradar a Dios, prorrumpiendo continuamente
en estas opresiones: «¡Oh Dios, amor y leticias de mi corazón! ¡Que no pueda yo
amaros cuanto Vos merecéis ser amado, y cuánto yo deseo amaros!». Y
era tan ardiente la llama de este amor, que le era necesario algunas veces
refrigerar la cabeza con agua, para hacer tolerable el incendio en que se abrazaba.
De
este amor de Dios le nacía el anhelo y el ansia de evitar todo cuanto era
ofensa de su Divina Majestad, aunque fuese a costa de su vida: y en cierta
ocasión que le maltrataron unos mozos, a quienes había estorbado sus
licenciosos y deshonestos arrojos, luego que volvió en sí de los golpes que le
dieron, dijo: «¡Oh
mi Dios, que no pueda yo padecer más por vuestro amor!».
ORACIÓN
Amabilísimo Dios
y Señor mío, que concediste a tu siervo San Juan Francisco Regis tan
puro amor tuyo, para que con él te agradara en todas sus acciones, palabras y
pensamientos, y para que procurara atraerlos a todos a que te sirvieran y
amaran. Suplícoos humildemente que por sus
méritos me concedas un purísimo amor tuyo, para que aborreciendo todo lo que es
ofensa tuya, solo atienda a observar tus divinos preceptos, y aumentar la
gracia, hasta llegar a adorarte y amarte por toda la eternidad en la Gloria. Amén.
—Aquí se
rezan tres Padre nuestros y tres Ave Marías, con Gloria Patri.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
Gloriosísimo y
Bienaventurado San Juan Francisco Regis, que con tan singular esmero
procuraste agradar a Dios en todos tus pensamientos, palabras y obras; y con
tan ardiente celo te aplicaste a la salvación de las Almas, sin perdonar
trabajo alguno por evitar ofensas de Dios. Yo imploro, Santo mío, humildemente
a tu poderosísima Caridad, para que me alcances de la divina Misericordia un
aborrecimiento eficaz a toda culpa, un vivísimo dolor de las que he cometido, y
que en lo venidero solo atienda a servir y amar a mi Dios con todas las veras
de mi corazón, procurando asegurar mi eterna salvación, imitando tus virtudes
de manera que merezca en la hora de mi muerte que me asistas y me alcances
sentencia favorable del Juez Supremo. Así mismo te suplico
intercedas con Dios nuestro Señor, para que me conceda la gracia que necesito y
deseo conseguir por medio tuyo en esta Novena, si fuere para honra y gloria de
Dios y bien de mi Alma. Amén.
GOZOS DE SAN JUAN
FRANCISCO REGIS
Pues
el blanco de tu celo
Fueron
las necesidades,
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
Apenas
al Mundo sales
A
ser del Mundo consuelo,
Cuando
ya tu vida el Cielo
Libra
de riesgos fatales:
Y
es que Dios a los mortales
Preparaba
en ti el consuelo:
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
Para
Vaso de elección
Que
de Dios el Nombre lleve,
Sagrado
impulso te mueve
A
entrar en la Religión:
En
ella a la íntima unión
Con
Dios levantas el vuelo.
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
Porque
el verdadero Dios
De
todos fuese adorado,
Querrías
que hubiese sonado
En
todo el Mundo tu voz:
Por
eso corres veloz
De
tu Patria el largo suelo:
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
Tú
eres pies para los cojos,
De
Huérfanos eres Padre,
A
cual amorosa Madre
A
todos les sirves de ojos:
De
la suerte los enojos
Remedias
con dulce Celo:
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
No
hay mal a que no se extienda
Tu
caridad compasiva,
Ni
hay Pobre que no reciba
De
tu amor alguna prenda:
Tu
piedad es una tienda
En
que hallan todos consuelo:
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
Pobres,
Enfermos, Tullidos,
Todos
corren a ti ansiosos,
Y
de tus brazos piadosos
Todos
salen socorridos:
Jamás
tuviste los oídos
Cerrados
al desconsuelo.
Remédiennos
tus piedades
Ahora que estás
en el Cielo.
A
trueque de que ofendida
No
sea la alta Majestad,
Está
pronta tu piedad
A
sacrificar la vida:
Caridad
tan encendida,
Haz
que encienda nuestro hielo.
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
Pues
el blanco de tu celo
Fueron
las necesidades,
Remédiennos
tus piedades
Ahora que
estás en el Cielo.
ORACIÓN
Oh Dios, que al Bienaventurado
San Juan Francisco Regis adornaste con una admirable caridad y con una invicta
paciencia para poder tolerar los muchos trabajos que se le ofrecieron en el
ejercicio de traer las Almas al camino de la salvación: concédenos
que instruidos con su ejemplo y ayudados de su intercesión, nos hagamos
merecedores del premio de una vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.