Novena
dispuesta por el Padre Maestro Fray Francisco de la Transfiguración, escritor
general del Orden de descalzos de la Santísima Trinidad, Redención de Cautivos;
y publicado en México por la imprenta de Luis Abadiano y Valdés en 1851. El
Ilmo. y Revmo. Sr. Don Fray José María de Jesús Belaunzarán y y Ureña OFM Ref.,
Obispo de Monterrey, por sí y por la hermandad que tiene con los Ilmos. Señores
Obispos de Puebla, Valladolid y Durango, concedió 200 días a cada palabra de
las contenidas en esta Novena.
NOVENA DEL PÉSAME
DIRIGIDO A MARÍA SANTÍSIMA DE LA SOLEDAD POR LA DOLOROSA MUERTE DE SU SANTÍSIMO
HIJO JESUCRISTO NUESTRO REDENTOR
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor ✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
Bendita
sea la Beatísima Trinidad, que crio a la Madre de Dios para padecer por mi bien
tanta pena y soledad en la muerte de mi Redentor Jesucristo.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío
Jesucristo, mi Dios y mi Redentor, Padre de mi alma y Señor de mi corazón, a
quien tanto ofendí sin disculpa, sin juicio y sin temor: pequé, Señor, contra
Vos y contra mí, y más me pesa de ser Vos el ofendido que ser yo tan
perjudicador, más siento mi ingratitud que el que me castigue, más me aflige
vuestra ofensa que mi infierno. Alma y corazón mío, ¿a
qué esperas? Tuve alma para entregarla al demonio por el pecado, ¿y no tengo alma ni conciencia para sacarla de su
dominio? Tuve corazón para agraviar a la bondad infinita, ¿y no tengo corazón para sentir tan enormes ofensas? ¡Oh Jesús de mi alma!, ¿para
que nací al mundo, para llenar con mis culpas el número de los desdichados? Renuncio
Señor, el ser y el vivir, si te he de ofender. Menos mal me fuera la
infelicidad de la nada que la infelicidad de la culpa, quisiera tener un dolor
tan grande que me llegase hasta mi muerte. Tomará hacer una penitencia tan
grande como tu misericordia. Pero como creo, Señor, que tu misericordia es
mayor que toda la misericordia humana, espero salvarme en tu santísima pasión y
muerte. Te amo Dios mío, más que a todo lo criado, y mientras más te amo, más
amarte deseo. Y como creo en un Dios verdadero, como espero en un Señor tan
poderoso y como amo a un Padre tan benigno, creo que no puede faltar la
misericordia a mi fe, la promesa a mi esperanza, y tu gracia a mi contrición. Aumentad,
Señor, mi arrepentimiento, dadme, odio eficaz de todos mis pecados, y muera yo
de amor y dolor de haberte ofendido. Esta muerte, te pido, esta muerte deseo; y
si no te mueven mis ansias, muévete la compasiva soledad de tu Madre Santísima.
Por el dolor que al morir tuvo vuestra Majestad dejarla tan desamparada y sola,
te ruego para mi muerte una final penitencia, para morir en tu gracia y alabar
eternamente tu misericordia. Amén.
DÍA PRIMERO
CONSIDERACIÓN
Considera, oh alma mía, que habiendo acompañado la Reina del
Cielo a su santísimo Hijo en su lastimosa pasión hasta verlo espirar y bajar de
la cruz, y viendo quitarlo de sus brazos después y poner en el sepulcro el
santo cadáver del Señor primer paso da su soledad, con verdaderas lágrimas de
Madre, y con cuanta ternura pudo su alma, con sumo amor y dolor lo depositaba
ella espiritualmente en su pecho, para tener el consuelo de traer aquel Cordero
de Dios consigo. Del mismo modo quedaba dentro del sepulcro con él, para
esperar allí la luz de su resurrección. Y arrojándose como herida cierva a la
fuente de sus amarguras, abrazada con el santo cadáver, con ayes, suspiros y
congojas, se moña de dolor por haber de separarse de Jesús. Y temerosos todos
de que se quedase muerta en este lance, apartando a la Virgen y cerrando el
sepulcro con una gran piedra, dio el mayor golpe en el corazón de María, no
dejando ya el menos resquicio de alivio a su alma, pues ni vivo ni muerto le
veías ya a su crucificado Hijo. Y abrazándose con el sepulcro, bañándolo con
vivas lágrimas, que, hasta hoy día, perseveran impresas y congeladas en aquella
piedra dichosa, en tristes soliloquios:
SOLILOQUIO
¡Oh amabilísimo Jesús de mi alma, cayó
en este lago mi vida, y pusieron en mi corazón la piedra! Ya
llegó hijo mío la hora que se acabare nuestra compañía, ya llegó la triste hora
de verme sola en la tierra, ya llegó la hora de que me lloren sola todas las
criaturas, y ya llegó la última hora de apartarme de tu sepultura. Pero ¿Dónde
iré y moraré sin tu morada? ¿Cómo podré vivir sin tu vista? ¡Oh Hijo de mis entrañas! Aquí
en este sepulcro he de perseverar de noche y de día, aunque me consuman los
fríos, el sol y las aguas. Si tuve valor en mi pecho para verte crucificado,
muerto y con el pecho abierto a mis ojos, también tendré aliento en mi alma
para estarme en tu sepulcro sola. Gustosa aquí me sepultara para estar siempre
donde tu estuvieras, más ya que no puede ser mi persona, sepúltese conmigo mi
alma, y pues es tan tuya, aquí la pongo a tus pies con todo mi corazón,
imprimiendo en esta piedra mis lágrimas para eterna memoria de mi soledad.
ORACIÓN PARA EL DÍA
PRIMERO.
¡Oh benignísimo Jesús, que tanto aprecio hiciste de las lágrimas de tu purísima Madre que
las debate impresas en tu sepulcro para siempre! por
sus lágrimas preciosísimas te ruego me des eficaces auxilios, para que yo las
tenga impresas toda mi vida en mi pecho, y que solo vean mis ojos las
lágrimas de mi arrepentimiento con mí eficaz contrición de haberte ofendido,
para que viviendo y muriendo en tu gracia, viva a los pies de María Santísima
en tu gloria. Amén.
DEPRECACIÓN PARA TODOS
LOS DÍAS
¡Oh afligida
Emperatriz de la Gloria! Como está sentada y sola la ciudad de Dios más
santa ¿sola y tan desamparada la suprema reina de
cielo y tierra, sola y tan sola, que no tiene a quien volver la cara? ¿sola y
tan pobre que no tiene más ropa que lo que en su virginal cuerpo tenía con la
sangre de su Hijo Dios, salpicada? Pues ¡Oh
desamparada Señora! Si me permitís os acompañe en vuestra soledad, aquí
tenéis mi alma y mi vida a vuestros pies. Admitidme por vuestro Hijo, Oh Madre
verdadera de Dios, que quiso nacer de vos, para que me admitieseis por hijo a
mí, si me respondéis que mi culpa tuvo la culpa de veros tan desconsolada y
sola, yo Señora, así lo confieso, ya lo veo, ya lo lloro, pero por ser vos
quien sois, por la pasión y muerte de Jesús, por la pena que al morir sintió de
dejarte sola, te ruego te duelas de mí, que no tengo otra madre ni otro amparo
que Vos. Peque Señora contra tu Hijo Dios, y contra ti a quien después de Dios
debo amar. Cuando en vos no interesara yo otra gloria que la de conoceros, y
que os dejáis amar de quien como yo tan indigno, nunca puede merecerlo,
protesto delante de Dios y de todas las criaturas amaros con todo mi corazón y
mi alma y serviros toda mi vida. ¿queréis admitirme
a vuestra compañía y gracia? ¿queréis alcanzarme de vuestro Hijo el perdón de
tantas ofensas? Madre mía de la Soledad, decidme que sí. Mirad Señora,
que de solo pensar que siendo ciertas mis culpas no puedo llorar más lágrimas
que tiene de gotas el mar, pierdo el juicio de dolor. Pero Madre y Señora mía,
si es verdad infalible que por mi bien se hizo Dios hombre, si por mi bien os
hizo su dignísima Madre, si solo por mi bien padeció tal muerte y pasión, y
solo por mi bien padecisteis tan amarga soledad, esta razón sola os debe mover
a pedir perdón de mis culpas. A título de madre mía, es fuerza que yo ponga en
vos toda mi esperanza, pues la fe me enseña que la Madre de Dios es Madre mía,
también, pudiera tenerme celo y emulación, pues no han llegado ellos a tanta
dignidad de tener a la Madre de Dios por reina, si, a quien sirven con
humildad, pero por Madre no, reservándose tan amoroso renombre para mí. Hijo
vuestro soy por la gracia de Dios, y más precioso ser vuestro Hijo que mi vida ¿Cuándo merecí yo que la Madre de Dios me adoptara por
Hijo al pie de la Cruz? ¿Cuándo merecí yo que padeciera por mí tanta soledad?
Pues ¡Oh verdadera Madre de amor! Y ¡Oh verdadero amor de Madre! Yo, la
criatura más indigna, acudo de corazón al mérito de vuestra soledad, para
asegurar mi salvación. Ofreced Señora, por mis culpas, de ese mar hermoso de
vuestras lágrimas una sola gota, pues una lágrima vuestra vale más que todos
los méritos de los santos en la presencia Divina. Alcánzame Señora, lo que pido
en esta novena, hacedme esta gracia, y recibe mi vida y mi alma por tuya, que
no quiero más vida ni más alma que para amar y servir a vuestro Hijo Jesús, y a
vuestra Majestad en la tierra, serviros y amaros en la gloria.
Amén.
—Un Ave María
y Gloria Patri.
CANCIÓN DEVOTA EN
REVERENCIA DE LOS DOLORES DE MARÍA SANTÍSIMA
(sin trovar la Salve de la Iglesia. El Sr. Cardenal Álvaro Eugenio de Mendoza
Caamaño y Sotomayor concede cien días de Indulgencia por cada vez que se cante
o rece la sobredicha canción; y el Señor Arzobispo de Farsalia Juan de Moya de
la Torre OFM Obs., Inquisidor General, concede ochenta)
Salve
Virgen pura,
Dolorosa
Madre,
Salve,
Virgen bella.
Madre
Virgen, salve.
Salve,
compasiva
Virgen
admirable
Mar
de amargas penas
Y
dulces piedades.
Un
nuevo martirio
Mis
culpas añaden
A
tu dolorosa
Alma
inconsolable.
Mis
yerres hirieron
Tu
corazón grande,
Que
infunde en los nuestros
Alientos
vitales.
Enferma
de amores,
Con
flores punzantes,
De
la pasión rosas,
Quieres
aliviarte.
Flores
de alabanza,
Nuestro
afecto amante
Mezcla
con tus penas
Y
espinas letales.
Sean
tus martirios,
Dolorosa
Madre,
Vida
con que mueran
Las
culpas mortales.
A
las malas almas
Tus
dolores sanen,
Y
en ellos las buenas
Sus
mejoras hallen.
Y
pues tus angustias
Tanto
ante Dios valen.,
Por
ellas pedimos
Nuestra
gloria alcances.
¡Oh amor de amarguras
Nuestras
voces clamen,
Y ampara a
las almas
Que esta
salve te hace!
¡Oh
clemente! ¡Oh pía!
¡Oh cándida
ave!
¡Oh triste
María!
Salve,
Salve, Salve.
Bendito y alabado sea el Santísimo
Sacramento del Altar, la Pasión y Muerte de nuestro
Redentor Jesús, y el dolor y soledad de María Santísima concebida sin pecado
original. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.