Novena
compuesta por un sacerdote devoto de San Juan Bosco, con aprobación
eclesiástica. Puede rezarse en cualquier momento del año, particularmente en
preparación a la fiesta de San Juan Bosco (31 de Enero). Para obtener más
fácilmente las gracias que se desean, San Juan Bosco aconsejaba la frecuencia
de los sacramentos durante la novena y hacer o prometer alguna oferta para las
obras salesianas.
COMENZAMOS: 22 de enero.
FINALIZAMOS: 30 de enero.
FESTIVIDAD: 31 de enero.
NOVENA A SAN
JUAN BOSCO, FUNDADOR DE LAS OBRAS SALESIANAS
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠
enemigos, líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo,
Dios y hombre verdadero, por ser Vos quien sois, y porque os amo sobre
todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos ofendido, y
propongo firmemente de nunca más pecar, y confesarme, y confío me perdonaréis
por vuestra santísima Pasión y muerte. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
Oh bienaventurado Juan Bosco, apóstol
incansable de la devoción a María Auxiliadora y tan amado de Ella que sin
dilación alguna obtenías de su bondad todo lo que le pedías. Tú que fuiste tan
compasivo de las humanas desventuras que, cuando morabas en la Tierra no había
persona alguna que recurriese a ti sin que fuese benignamente escuchada, ahora
que estás en los Cielos en donde la caridad se perfecciona, míranos con piedad
y misericordia, ya que tan necesitados estamos de tu socorro; haz descender
sobre nosotros y nuestras familias las maternales bendiciones de María
Auxiliadora; alcánzanos todas aquellas gracias
espirituales y temporales que más necesitamos, especialmente la de gozar de la
amistad divina, de evitar todo pecado, de amar con fiel ternura a la Virgen
María, y, por último, el señaladísimo favor que te pedimos en esta Novena, si
fuere para mayor gloria de Dios y bien de nuestra alma.
Así
sea.
DÍA PRIMERO – 22 DE ENERO
MEDITACIÓN: HUMILDAD HERIOCA DE SAN JUAN BOSCO.
«Aprended de mí, dice
Jesucristo, que
soy manso y humilde de Corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas». Toda la vida de nuestro Divino Salvador fue una
continua enseñanza de todas las virtudes, pero, especialmente, fue maestro de la humildad. Por haber bajado del
Cielo para enseñarnos esta virtud, se conoce cuánta es su excelencia y cuán
grande es la necesidad que de ella tenemos. Es esta virtud el solo verdadero
fundamento de la santidad. Por eso los héroes de la
Iglesia han sido profundamente humildes.
Tal fue nuestro Santo, que, en la plenitud
de sus triunfos, en las imponentes manifestaciones de estima y en las ovaciones
triunfales de que fue objeto, conservó siempre la
sencillez de sus primeros años, sin que nunca decayese de aquella sincera
humildad que ha sido siempre el distintivo de la santidad.
La humildad lo
llevó a hacerse niño con los niños, y hasta servidor de los niños. A los
principios del Oratorio, servía a sus asilados, no solo como padre sino más
bien como criado, ejercitando con ellos los oficios más humildes: les cocía la comida, se la distribuía en el comedor,
remendaba sus vestidos interiores, los peinaba, les cortaba el cabello y si se
encontraban enfermos, no rehusaba prestarles los más humildes servicios. La humildad le hizo vencer la repugnancia que por
su natural timidez sentía de presentarse a las personas de elevada posición
social, ricas o acomodadas, para pedir limosna a favor de sus huerfanitos; la
necesidad de socorrer a sus asilados y la persuasión que tenía de que, pidiendo limosna, hacía una gran obra de caridad a los
mismos que la daban, dándoles ocasión de socorrer a los pobres, le hizo
despreciar todo respeto humano. Con los niños jugaba como si fuese uno
de ellos; sabía que este sacrificio era uno de los más eficaces para ganarse el
afecto de los jóvenes e insinuarse más fácilmente en sus almas. Con gusto se detenía en la calle con niños sucios y
harapientos y dejaba que lo acompañasen sin hacer caso del respeto humano, ni
de las reprensiones que, a veces, personas de distinción le hacían por este
motivo.
Cuando en el templo de María Auxiliadora se
sucedían con frecuencia emocionantes curaciones milagrosas, y el nombre de Don
Bosco bendecido y aclamado estaba en boca de todos, impresionado por aquellos
prodigios y no queriendo que fuesen atribuidos a su persona, se apresuraba a
decir: «¡Cuánta
fe hay aún en nuestro pueblo! ¡Cuánta devoción a la Santísima Virgen!».
Al preguntarle alguno cómo hacía para llevar
a cabo obras tan colosales como las que tenía entre manos con medios tan
desproporcionados, contestaba:
«Sabed que en todo esto no entra para nada
el pobre Don Bosco, es Dios nuestro Señor y su Santísima Madre los que lo hacen
todo. Cuando Dios quiere llevar a cabo una obra, su mayor Gloria exige que se
conozca que es su Mano poderosa la que la ejecuta, sirviéndose del instrumento
más inútil e inepto. Yo aseguro que, si Dios nuestro Señor hubiese encontrado
en la Arquidiócesis de Turín un sacerdote más pobre y más miserable que yo, a
ése y no a otro hubiese escogido como instrumento de las obras a que os
referís, y al pobre Don Bosco le hubiese dejado seguir su vocación de simple
cura de aldea».
Imitemos a este gran Santo en la práctica de
la humildad, si queremos gozar con él de la feliz bienaventuranza; porque ha
dicho nuestro Señor que, si no nos hiciéremos como niños, no entraremos en el
Reino de los Cielos.
EJEMPLO: SAN
JUAN BOSCO LLEVA AL CIELO A UN NIÑO.
Cayó enfermo en los primeros días de febrero de 1888 un alumno
del Oratorio de Turín, y llegó a tal extremo de gravedad que se temía un
funesto desenlace.
Avisada
la familia, corrió su madre a la cabecera del enfermo, y obtuvo fácilmente de
los superiores permiso para asistirle mientras durara el peligro. Una mañana se
despierta el niño sobresaltado, abre los ojos, los clava en un sitio con fijeza
y luego mira hacia la puerta como si viese salir a alguno, se vuelve luego a su
madre y le dice: «¿No
le ha visto usted?».
«¿A
quién?».
«A Don
Bosco».
«Yo no he
visto a nadie».
«Pues ha
estado aquí, y me ha dicho que me prepare, porque dentro de tres días vendrá a
buscarme para llevarme al Cielo».
«¿Morir
tú, hijo mío? ¡Ah, no!; tienes que venir a casa».
«¿A qué?
¿Tal vez a asistir a ciertas escenas que usted bien sabe? ¿A oír tantas
blasfemias? No, no; es mejor que me vaya al Cielo».
Oía
la pobre mujer tan justos reproches, y no podía menos de dar la razón al niño;
pero su amor de madre no se resignaba a creer que su hijo muriera tan pronto.
Dijo a éste que le tocaba ser el ángel consolador de la familia, que su ejemplo
debía convertir al padre; y, calificando de monomanía la enfermedad del hijo,
trató de curarlo, sacándolo del Oratorio.
Los
superiores no podían oponerse a los deseos de esta madre; y a fin de que el
niño no careciera de asistencia espiritual y corporal, dieron a la pobre mujer
una recomendación para el hospital.
El
niño, al enterarse de la determinación de la madre, decía: «¿Para qué me saca usted del Oratorio? Se
muere muy bien bajo el manto protector de María Auxiliadora».
A
la mañana siguiente, a pesar de la copiosa nieve que caía, la madre,
inexorable, hizo que el niño fuese llevado al hospital. Al llegar a este sitio se
alegró mucho el muchacho al ver que estaban al frente del establecimiento de
las Hermanas de la Caridad y llamando a una de ellas, le dijo: «¿Podré recibir
mañana los santos Sacramentos?».
«¿Por qué
tan pronto?».
«Porque
tiene que venir mañana Don Bosco a buscarme…».
«No le
haga usted caso –le
interrumpió su madre– es una monomanía».
El
niño se confesó, y comulgó al día siguiente con gran devoción, y esperó
tranquilo su hora. Su madre le atendía cariñosamente y también esperaba.
Hacia
el mediodía, el niño se durmió, haciendo concebir risueñas esperanzas. Pero se
despierta hacia las tres de la tarde, mira hacia arriba, como si contemplara a
una persona y dice: «¡Helo aquí! ¡Ya voy! ¡Ya voy!», y se durmió en el Señor.
Corrió
la madre y abrazó al hijo, pero ya no estrechó entre sus brazos más que un
cadáver. No tardó mucho, sin embargo, en resignarse y
en reconocer, ante los que habían asistido a la preciosa muerte de su hijo, que
era deudora de un gran favor a San Juan Bosco.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Juan Bosco! Tú
que aun en medio de admirables portentos mantuviste la virtud de la humildad, y
volvías a Dios nuestro Señor y su Santísima Madre los elogios que te dirigían, haz
que también nosotros busquemos en toda esta virtud, la practiquemos
constantemente y que en todo desterremos de nuestras almas el deseo de
alabanzas. Así sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria…
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
GOZOS
Santo
que nunca desoyes
Al
que confiado te implora,
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
Enséñanos
la humildad
Con
la que subiste a esa altura
Donde
hoy tu gloria fulgura
En
eterna claridad.
Y
prodiga tu ternura
Al
que sufre y al que llora.
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
Deslumbrante
de belleza,
Blanco
lirio inmaculado,
La
Iglesia te ha proclamado
Por
tu angélica pureza,
De
la inocencia dechado,
De
castidad bella aurora.
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
El
trabajo y la oración
Fueron
tu gloria y anhelo,
Siempre
pensando en el Cielo,
¡Donde
estaba tu corazón!
¡Torna de
nuestra alma el hielo
En hoguera
abrasadora!
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
¡Dadme
almas!, era
el clamor
De
tu celo prodigioso.
El
salvarlas fue tu gozo
Y
llevarlas al Señor.
Ese
era el fin poderoso
De
tu obra redentora.
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
Suave
apóstol de los niños,
Protector
de su inocencia,
En
la tierna adolescencia
Colocaste
tus cariños.
¡Y cuál
brilla la excelencia
De tu obra
educadora!
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
Lleno
de firme confianza
En
el auxilio divino,
Proseguiste
tu camino,
En
Dios puesta la esperanza.
Y
Él siempre en tu ayuda
Vino
con su mano protectora.
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
De
la Virgen bajo el faro
Colocaste
tus labores;
Por
ti, Ella da sus favores
Y
es de los hombres amparo.
¡Envía al
mundo los fulgores
De esa luz
consoladora!
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
De
tu obra el fundamento
Fue
la santa Eucaristía,
Pues
tu alma unida vivía
Al
Divino Sacramento.
Jesús
Hostia te infundía
Esa
constancia creadora.
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
¡Oh
apóstol! ¡Oh padre! ¡Oh santo!
¡Atiéndenos
bondadoso!
¡Cambia
nuestro llanto en gozo,
Tú que ante
Dios puedes tanto!
Y
en ti halle amparo amoroso
La
humanidad pecadora.
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
Santo
que nunca desoyes
Al
que confiado te implora,
¡En
nuestras almas infunde
Tu amor a
la Auxiliadora!
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
Oh Dios, que has suscitado a San
Juan Bosco, confesor tuyo, como padre y maestro de la juventud, y por él,
mediante el auxilio de la Virgen María, has querido que floreciesen en tu
Iglesia nuevas familias religiosas, concédenos, te lo suplicamos, que,
encendidos en el mismo fuego de caridad, busquemos únicamente la salvación de
las almas y tu divino servicio. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 23 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: AMOR DE SAN JUAN BOSCO A LA PUREZA.
San Pablo, exhortando a los fieles a que
conserven la excelente virtud de la castidad les dice: «Esta es la voluntad de Dios, ¡Vuestra
santificación!». Por nombre de
santidad entiende el Apóstol la castidad, porque
nos hace semejantes a los Ángeles. De aquí se deduce la excelencia de esta
virtud, y con cuánta razón San Juan Bosco le aplicase las propiedades que
Salomón atribuye a la sabiduría: «Me vinieron todos los dones juntamente con ella».
Nuestro Santo,
si bien resplandeció en todas las virtudes, podemos decir que su
distintivo y la característica que quiso imprimir en si instituto fue la pureza.
Las palabras, el trato y, en general, todas
las acciones, manifestaban tal candor y virginidad, que atraían y edificaban a
todos los que se le acercaban, aun a los de corazón pervertido. Su apacible
rostro tenía un especial atractivo para ganarse y cautivarse los corazones. Lo que más llamaba la atención de los que tuvieron la
dicha de tratarlo en la intimidad de su vida, fue el solícito cuidado que ponía
en practicar las más insignificantes reglas de modestia.
No podía sufrir un ademán menos casto, ni
una frase bien castigada, sin sonrojarse y corregir al culpado. Sus escritos
son un limpio espejo de su alma: resplandece en
ellos tal delicadeza, que algunos llegaron a tacharla de exagerada.
En medio de sus
jóvenes, era siempre la imagen acabada del Divino Salvador; siendo la
pureza que resplandecía en toda su persona el secreto de la ilimitada confianza
que le tenían. Se puede afirmar de él lo que de San Francisco de Sales: «observado en
aquellos actos de su vida en que los más recatados suelen permitirse alguna
mayor libertad en las posturas, jamás se le vio faltar a la más insignificante
regla de decoro».
En los sermones, conferencias y
conversaciones no cesaba de insinuar a los demás el amor a la más bella de las
virtudes. Cuando hablaba del tesoro inestimable que en sí encierra, cuando
describía la belleza de un alma casta y la dicha que la inunda aun en esta
vida; cuando recordaba el premio que el Señor le tiene preparado en el Cielo,
su palabra llenaba el alma de dulces emociones, y los que lo oían no podían
menos que exclamar: «Solo quien es puro como un
ángel, puede hablar de este modo». Prefería hablar de la pureza más bien
que del vicio contrario; de que apenas sí hacía mención en los términos más reservados
y prudentes; pero sabía infundir grande horror
hacia él, no tanto con la palabra cuanto con la virtud y afecto que brotaba de
su corazón e infundía en los demás.
Sus educandos conocían su pureza y por esto
lo veneraban; si se encontraban en peligro de
sucumbir a la tentación, les bastaba acercarse a él para que al instante se
desvaneciese toda sugestión del mal. Cuando su mirada, penetrando en el
interior del alma, conocía que el espíritu maligno trataba de seducir la
fantasía y el corazón de alguno de sus niños, se le acercaba con dulzura y
dándole una suave palmada en la mejilla, a manera de caricia, le decía con
ternura al oído:
«No temas, no te he pegado a ti, sino al demonio». Estas palabras
calaban en el espíritu y alejaban la tempestad del corazón.
Le preguntaba un jovencito atormentado por
las tentaciones impuras la manera de librarse de ellas, y él respondió: «Procura estar
junto a mí y no temas».
Quería que la pureza
fuera el distintivo de los salesianos, como
la pobreza caracteriza a los hijos de San Francisco de Asís y la obediencia a
los de San Ignacio.
Murió llevando
consigo al sepulcro la blanca estola de la inocencia bautismal. Sin los
castos perfumes de una vida pura delante de Dios y de los hombres, no se explicaría
la conquista de tantas almas ni el éxito admirable de su tan múltiple
apostolado, ni el encanto que ejerció sobre las generaciones de su tiempo.
Si queremos que San Juan Bosco atraiga sobre
nosotros las bendiciones de María Auxiliadora y tengamos como norma de
perfección la gran máxima de nuestro Santo: «Me
vinieron con ella (la pureza) todos los bienes», y, por
consiguiente, sin ella, seremos víctimas de todos los males, especialmente de
la terrible condenación.
EJEMPLO: CONVERSIÓN
PRODIGIOSA.
Años hacía que una distinguida señora de Turín se iba
consumiendo a causa de un cáncer en el pecho. Era
esta señora una excelente cooperadora salesiana, y sufría con paciencia tan
cruel enfermedad; pero, casada con un hombre mundano y disipado, y viendo
acercarse su muerte, se afligía al considerar el desamparo en que quedaban las
tres hijas que componían su hogar.
Cierto día del año 1890, una persona le aconsejó que se
encomendara a Don Bosco para obtener la salud, y ofreció unir a este propósito
sus ruegos.
Aceptada
con gusto la indicación, le comenzó enferma una novena
al Santo. Una noche, precisamente el último día de la novena, le pareció
que se iluminaba de repente su cuarto y que luego, apareciéndosele San Juan
Bosco entre resplandores, le anunciaba la obtención de la gracia.
Algo
tardó la señora en volver de su asombro; pero, en efecto, se hallaba
completamente curada. Bien se adivina cuál sería su
impresión.
Avivada
con esto su fe, hace al Santo esta súplica: «Yo no dudo de que a vos debo la gracia que acabo de
recibir; pero confirmad mi persuasión, concediéndome además la conversión de mi
marido». Comienza otra novena con este fin, y aún no había concluido
cuando una mañana advierte que su esposo se levanta más temprano que de
ordinario y sale de casa.
Moviéndose
por la curiosidad, la señora quiso saber a dónde se dirigía, y vistiéndose a
toda prisa, le siguió paso a paso. Parecía que el corazón le auguraba un buen
suceso. Grande fue su sorpresa a ver que el marido entraba en una iglesia;
entró también ella, pero con mucha cautela para no ser notada, y le vio arrodillarse a los pies de un sacerdote, y al cabo
de un rato, recibir la Santa Comunión.
Llena
de contento y dando gracias al Cielo por este nuevo favor, regresó enseguida a
su casa. Momentos después, entra también el marido, cosa muy extraordinaria,
pues salía muy temprano y no paraba en ella; dio con visible satisfacción los
buenos días y pidió una taza de café, habiéndosela servida en el acto.
«¿Qué significa
tan rara visita?», le
preguntó su esposa. «Significa –respondió
él– que yo he
sido un miserable tonto; pero perdóname, que desde hoy haré una nueva vida. He
ido a confesarme (doce años he pasado sin hacerlo), he comulgado y me siento
feliz».
ORACIÓN
¡Oh
bienaventurado Juan Bosco! Tú que amaste con amor de predilección la
bella virtud de la pureza y la inculcaste con el ejemplo, la palabra y los
escritos, haz que también nosotros, enamorados de
tan indispensable virtud, la practiquemos constantemente y la difundamos con
todas nuestras fuerzas. Así sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria…
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA TERCERO – 24 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: VIDA INTERIOR DE SAN JUAN BOSCO.
La vida interior no es más que la convicción intima de que el
hombre no tiene otro destino en este mundo que el de conocer, amar y servir a
Dios, y la dedicación que hace de su vida a este supremo fin, sin olvidar que
la vida de su alma es Jesucristo, puesto que sin él no puede hacer nada que sea
agradable y meritorio ante los divinos ojos, ni puede reportar fruto alguno en
las obras de celo que emprenda por la salvación de las almas.
Los
santos así lo han comprendido, y han hecho de la vida interior o unión con
Dios, el alma de toda su actividad.
Quien
ha estudiado a Don Bosco solo a través de su intensa actividad, lo ha definido:
“un santo de
acción”. Y en realidad lo fue. Pero
si alguno pensase que entregado por completo a un trabajo incesante de
educación de la juventud y de reconstrucción cristiana y social no se
alimentase y viviese de la oración, y de esta no hubiese hecho el punto de
apoyo de toda su actividad, estaría en grande error. Toda
la vida de este hombre extraordinario fue oración y trabajo. Su trabajo fue continua oración y la oración fue el
fundamento y el alma de toda su obra.
Su
vida estuvo siempre absorta en las cosas divinas y eternas, aun cuando tenía
aquellas ocupaciones materiales que por su naturaleza parecen ser opuestas a
las elevaciones del espíritu. Por esto, en
cualquier momento que se acudiese a él para pedirle consejo parecía que
interrumpía los coloquios con Dios para escuchar lo que se le decía, y que Dios
mismo le inspiraba los consejos que daba.
«La
oración –dice
el gran pontífice Pío XI, que conoció personalmente a nuestro santo– fue una de las
más hermosas características de Don Bosco, y consistió en que estando presente
a todas las cosas y ocupado en una serie continua de negocios y consultas, tuvo
el espíritu fuera de aquellas cosas, siempre en alto, en donde nada podía
perturbar la serenidad de su espíritu, en donde la calma reina siempre como
soberana, de modo que en él se cumplía aquel principio de la vida cristiana: “qui labórat orat”, el
que trabaja ora. Esto ha sido lo que más atrae la admiración sobre sus hijos,
porque fue la característica del padre. ¿De dónde –continúa el Sumo pontífice– este gran Siervo de Dios ha sacado aquella
inagotable energía para llevar a cabo tantas obras? El secreto, él mismo lo ha
manifestado en aquel lema tan repetido en toda obra Salesiana: “Da mihi ánimas, cœtera tolle”: Señor, dadme almas y llevaos
todo lo demás.
Este es el
secreto de su corazón, el amor a las almas. Pero amor verdadero porque no era
más que el reflejo del amor que tenía a nuestro Señor Jesucristo; las almas él
las veía en el Corazón, en la Sangre preciosísima de nuestro Señor Jesucristo,
de modo que no había sacrificio o empresa que no se atreviese a llevar a cabo
para ganar las almas, tan intensamente amadas de Nuestro Señor. Esta es
precisamente, exclama
conmovido el mismo Sumo Pontífice, la heroisísima particularidad de la figura de este gran
amador de las almas, que se impone ahora más que nunca a la atención y
admiración de todos».
Dios,
y siempre Dios, era su pensamiento, su esperanza y su vida. «Parecía -dice monseñor Juan Bautista Anfossi- que su espíritu
estuviese continuamente absorto en la contemplación de Dios».
Si queremos progresar
rápidamente en la perfección y producir abundantes frutos de salvación en
nuestros prójimos, vivamos como San Juan Bosco en intima unión con Dios, de lo
contrario seremos sarmientos separados de la Vid.
EJEMPLO: CURACIÓN
PRODIGIOSA.
Asilo
Bordaul, Versoul 11 de abril de 1888.
Revmo.
señor Don Miguel Rua:
¡Gracias
sean dadas a María Auxiliadora y a su fiel siervo Don Bosco!
La
enferma por cuya salud le suplicamos mandara hacer una novena, se ha levantado
el domingo por la mañana, ocho de abril, y no ha vuelto a sentir mal alguno.
Tiempo
hacía que una úlcera en el estómago le ocasionaba dolorosos vómitos de sangre.
Hace ocho meses que, para evitarlos, según prescripción médica solo tomaba
leche. Cuantas veces intentó tomar un poco de caldo o de sopa, no pudo
digerirlo; el pan le estaba absolutamente prohibido. Con este régimen, su
debilidad llegó a ser extrema y, aunque se vio libre de los vómitos, sentía tan
fuertes dolores de estómago que casi le paralizaban el brazo derecho.
En
tal estado recurrimos a Don Bosco, y rogamos a vuestra reverencia que mandara
hacer una novena por la salud de la enferma. En los primeros días de la novena,
aumentárose sus padecimientos. Parecía que Don Bosco quería extremar las cosas.
El día séptimo volvieron a aparecer los vómitos de sangre con más fuerza que
nunca. No pudiendo ella tomar nada, ni siquiera leche, creímos que había
llegado la hora de prepararla a morir.
No
obstante, la enferma esperaba sanar, y en presencia del médico nos dijo que se
levantaría y que comería pan al día siguiente. El doctor se sonrió, le
recomendó que evitara todo movimiento, y ordenó que no se le diera más que
leche. Pasó la noche muy mal hasta las cuatro de la mañana, hora en que se quedó
dormida. Después del breve sueño se despertó, y como no sintiera mal alguno,
con gran asombro de la comunidad se levantó, y se puso a comer un buen pedazo
de pan tierno. ¡Estaba
curada! Ya no sentía el más leve
dolor.
Asistió
a misa y a las vísperas, y comió con nosotras. Ocho meses hacía, repito, que
solo podía comer leche. Al día siguiente, esto es el lunes, último de la
novena, nos dirigimos todas en romería a un santuario de la Santísima Virgen,
situado en una colina cercana; ¡al bajar la pendiente, la enferma corría como un niño! No cabía la menor duda de que su curación era
completa.
Continúa
en buen estado, y esto nos prueba la bondad de la Reina del Cielo que ha
querido glorificar a su siervo Don Bosco concediendo esta gracia a nuestro
asilo.
Sor
Fulgencio, Superiora.
ORACIÓN
¡Oh
bienaventurado Don Bosco! Tú que, a fin de continuar y extender siempre
más tu santo apostolado, fundaste la sociedad salesiana y el instituto de hijas
de Maria Auxiliadora y les diste el lema: “Templanza y
trabajo”, haz que los miembros de estas dos
familias religiosas estén siempre llenos de tu espíritu y sean fieles
imitadores de tus heroicas virtudes. Así sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria…
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA CUARTO – 25 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: CELO DE SAN JUAN BOSCO POR LA SALVACIÓN DE LAS
ALMAS.
La salvación de las
almas es una empresa tan alta y tan sublime, que ella sola constituye todo el
objeto de la obra de la redención. Para
llevarla a cabo encarnó, padeció y murió el Hijo de Dios. El oficio más alto y más divino que hay es cooperar con
Dios a la salvación de las almas. Más estima Dios esta obra que crear
los cielos y la tierra, porque estos solo los creó con su palabra; pero la conversión de un alma fue a costa de su sangre y
vida.
A esta grande empresa se dedicó San Juan
Bosco con todo el ardor de su corazón, hasta el punto de formar el lema de toda
su vida, el que ya lo fue de San Francisco de Sales: «Da mihi ánimas, cœtera tolle» (Dadme almas y llevaos todo lo demás).
Una sola cosa es necesaria, solía decir: salvar el alma. Este era el gran pensamiento que
acostumbraba recordar a todos: a los jóvenes y a
los viejos, a los pobres y a los ricos, a los poderosos del mundo y a los
sacerdotes mismos. Este era el primer saludo que dirigía a un niño recién
entrado en el colegio, y la recomendación diaria que le hacía mientras veía que
no se daba bien cuenta de la importancia de este negocio, y era también la última
que le repetía, cuando definitivamente partía del Oratorio. Cuando después de años y años lo volvía a encontrar, con
franqueza apostólica le repetía lo mismo.
«Dos cosas
solas son las que yo temo (acostumbraba
a decir): El
pecado que da muerte al alma, y la muerte temporal que sorprende al que se
encuentra en desgracia de Dios». Hablando
del deseo que tenía de salvar el alma de sus niños, llegó a decir: «Si yo tuviese
tanto cuidado por el bien de mi alma, cuanto pongo por el alma de los demás,
podría estar seguro de salvarme». «Todo lo daría –decía en otra ocasión– con tal de ganar el corazón de los niños,
para podérselo regalar al Señor».
Cuando le decían que no arruinase su salud
con tan intenso e incesante trabajo, exclamaba: «Haced que el demonio deje de engañar a
tantos pobres niños y yo dejaré de sacrificarme por ellos. Pero mientras el
demonio busque nuevos ardides para perder las almas, no dejaré yo de intentar
nuevos medios para salvarlas». Estaba tan penetrado del lugar que en
esta batalla contra el demonio le había señalado Dios, que en esto parecía
olvidarse de la habitual humildad y moderación que ponía en sus palabras.
«Cuando
muera Don Bosco –decía
en una ocasión a don Joaquín Berto–, la gente dirá: “¡Pobrecito!
También a él le ha tocado morir”; pero el
que hará fiesta y se alegrará mucho será el demonio que dirá: “ha desaparecido aquel que me ha hecho tanta guerra y
trastornaba mis obras”». Esta era
toda la gloria de San Juan Bosco: desbaratar los
planes del demonio y sus malvadas empresas, arrebatándole muchas almas para
entregárselas al Señor.
Escribiendo al superior de sus misioneros de
América les decía: «Haz llegar al oído de nuestros hermanos en religión
estas palabras: nosotros queremos almas, y nada más que almas. ¡Ah Señor!, dadnos, si
queréis, cruces, espinas y persecuciones de todo género con tal que podamos
salvar almas, y entre ellas la nuestra».
No nos mostremos indiferentes
en esta gran empresa de la salvación de las almas. Imitemos a nuestro Santo con
nuestras oraciones y esfuerzo personal o con nuestro óbolo generoso, dando
parte de nuestros bienes. La recompensa será grande sobremanera.
EJEMPLO: UNA
APISONADORA QUE SE HACE LIGERA COMO UNA PLUMA.
De
un documento público, autorizado y firmado por el notario don Domingo Misté,
extractamos el siguiente relato:
El 24 de septiembre de 1933, se colocó solemnemente en el patio
llamado de la Inmaculada del Oratorio de Valdagno (Italia), en una hornacina
expresamente preparada, una estatua de San Juan Bosco, para que desde ella
ejerza su protección sobre los jóvenes que, en número de mil, frecuentan dicho
oratorio para recrearse y educarse.
El martes, día 26 del mismo mes, a
las cuatro de la tarde, San Juan Bosco se dignó dar una prueba de su particular
benevolencia hacia los niños valdañeses, cuyo patrocinio ha aceptado de modo
evidente, interviniendo en el hecho que vamos a referir y que, dentro de las
leyes naturales no tiene explicación posible.
Un
numeroso grupo de niños hallábase, a dicha hora, recreándose en el patio, y
haciendo rodar, a todo correo, un pesado cilindro de granito, de los que se
emplean para apisonar la tierra, con cuyo objeto había sido dejado allí por
algunos operarios.
Mientras
velozmente era arrastrada la apisonadora, el niño
Alfredo Tirapelle, de 9 años de edad, cayó de bruces en el suelo, de tal manera
que la pesada mole rodó por encima de todo su cuerpecito, de pies a cabeza,
pero sin ocasionarle la más pequeña lesión.
Es
evidente que alguna fuerza misteriosa hubo de aligerar o suspender en aquel
momento el peso de la pesada mole, para que no fuese aplastado el vientre y
fracturado el cráneo de la infeliz criatura.
Apenas hubo pasado la ingente mole de piedra sobre el frágil
cuerpo del niño, y cuando temían todos los presentes con natural angustia que
hubiese quedado destrozado, vieron que la criatura se levantaba tranquilamente,
que corría a tomar un poco de agua y volvía luego a jugar a la cuerda con sus
compañeros.
El
niño Tirapelle declara que no sintió en el momento nada que hiciese presión
sobre su cuerpo, pareciéndole que había sido tocado por un objeto ligero. Dice,
además, que es devoto de San Juan Bosco; que el día
anterior, sábado, había hecho la santa comunión y que al caer debajo de la
piedra pensó en el santo.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Tú
que amaste con amor inefable a todas las almas, y que para salvarlas enviaste a
tus hijos hasta los últimos confines de la tierra, haz
que también nosotros pensemos continuamente en la salvación de nuestras almas,
y cooperemos con todos los medios posibles a salvar tantos pobres hermanos nuestros.
Así
sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria
…
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA QUINTO– 26 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: SAN JUAN BOSCO, PADRE Y MAESTRO DE LA
JUVENTUD.
El educador es un verdadero apóstol puesto que, como los
apóstoles ha recibido la divina misión de enseñar. La salvación del hombre depende
principalmente de la educación recibida en la niñez. En
el fondo del corazón de cada niño ha depositado Dios el germen de la felicidad
eterna; si una mano experta no lo cultiva cuidadosamente, prevalecerán los
vicios y ahogaran las virtudes, que son las únicas que pueden darle la paz en
esta vida y la dicha eterna en la otra.
Es,
pues, la educación de la juventud la obra de celo por excelencia. A ella fue llamado expresamente nuestro santo con divina
vocación, desde sus más tiernos años. Quiso además Dios y así se
manifestó en repetidas visiones, que no solamente
él se dedicase a esta tan grande obra de celo, sino que fuese el fundador de
dos congregaciones religiosas que perpetuasen su apostolado a favor de la
juventud.
Este
apostolado no es nuevo en la Iglesia; ya otros educadores y otros santos se
dedicaron antes que él a este ministerio. Pero San
Juan Bosco se distinguió entre todos, no por la novedad del apostolado, sino
por la novedad del método. Hacer del ambiente un ambiente familiar,
donde el jovencito entre los mismos cuidados, el mismo afecto, la misma
asistenta que hay en el seno de la familia cristiana; unirse a los niños con
una entrega completa de sí mismo; participar de sus diversiones para vivir su
vida misma; amar todo lo que ellos aman para
ganarse su mente y corazón con el fin de dulce y fuertemente hacia el bien, fue
la feliz innovación que trajo San Juan Bosco al campo de la Pedagogía.
En cada casa Salesiana todos deben formar un solo corazón y una
sola alma; el
que la dirige es el padre, los demás superiores son otros tantos hermanos y los
alumnos son los hermanos menores. El afecto y la confianza unen a los miembros
de esta familia. Los unos por vocación y espíritu de sacrificio, educan
paternalmente, y los otros, por fácil correspondencia son verdaderos hijos
guiados únicamente por el amor. Amar sinceramente a
los niños y hacerse amar de ellos, he aquí la gran máxima de San Juan Bosco. Cuando
el alumno se convence que los superiores y maestros lo aman y que todos sus
cuidados están dirigidos exclusivamente en su bien espiritual y corporal, no solo corresponderá a su amor, sino que temerá
desagradarlos.
En
todo esto, nuestro santo no hacia otra cosa que reproducir en pleno siglo XIX
la célebre página del Evangelio en que Jesús nos
describe el buen pastor que conoce a sus ovejas y camina delante de ellas, que
no huye a la llegada del lobo, que no descansa sino cuando todas las ovejas
están al reparo, y que día por día, hora por hora, les prodiga toda su vida.
En
este sistema de educación se trata de poner en práctica la inspirada página de
San Pablo en que exalta la divina belleza de la caridad de nuestro Señor
Jesucristo, cuando dice: «La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo
espera y lo soporta todo». Solo el que este animado de gran celo y
de verdadero espíritu de sacrificio podrá cumplir exactamente ese ministerio
sublime. Este sistema establece entre el educador y
el alumno un contacto íntimo, familiar, del cual brota parte del alumno un
cordial y sincero abandono en manos de su preceptor.
Por
esto es que en las casas salesianas se ven juntos en recreos y paseos, en el
estudio y en la capilla maestros y alumnos; la autoridad baja de su cátedra y
se pone, sin comprometerse, al nivel del joven y lo rodea de una vigilancia
asidua y afectuosa. Es el sistema que rompe inexorablemente todas las barreras
que un respeto mal entendido quisiera que levantasen entre maestros y alumnos.
En una palabra, el maestro se hace todo para todos,
para conquistar los jóvenes para Jesucristo. Así lo consignó nuestro
santo en una carta que escribió a sus hijos desde Roma, después de una de las
visiones que más claramente determinan su sistema educativo. Decía: «mi pedagogía es
hija del amor».
Contribuyamos con nuestras oraciones y limosnas a esta grande obra
de regeneración social cristiana, cooperando a las obras de don Bosco.
EJEMPLO: DON
BOSCO CURA A UNA RELIGIOSA.
Sor Provina Negro, perteneciente a la casa de Hijas de Maria
Auxiliadora de Giaveno, tenía una ulcera gástrica, que solo pudo diagnosticarse
cuándo no había remedio para tan terrible mal. Los
dos meses que estuvo en Turín enferma sometida a tratamiento médico, fueron dos
meses de atroces sufrimientos. No podía tragar ni siquiera una gota de líquido;
la lengua y el paladar parecían como de leña seca; no le era posible movimiento
alguno; decir una sola palabra le producía un tormento indecible, y abrir las
manos una conmoción dolorosísima. Ya parecían pérdidas para siempre las últimas
ilusiones, a las que tenazmente se aferra el amor instintivo a la vida.
Pues bien, entonces precisamente se despertó en la atribulada
alma de la abatida paciente la fe conmovedora de las grandes crisis del dolor,
para obtener de San Juan Bosco el remedio que la ciencia médica impotente le
negaba. Ardientes
súplicas salieron de su corazón impetrando del buen padre la curación
suspirada; y a ellas por fin, puso por remate un rasgo de energía y admirable
resolución: con el supremo esfuerzo que le prestó
una ciega confianza en la bondad y valimiento del santo, hizo una bolita de la
estampa del siervo de Dios, que tenía entre las manos; y después de breve
oración y sin preocuparse de la prohibición de tragar cosa alguna, rápidamente
la hizo pasar por la garganta.
Un
pujante estremecimiento de vida la sacudió en el instante mismo; sintió como si
una oleada de calor vital de la cabeza a los pies la inundase. Y entonces gritó
clamorosa: «¡Estoy
curada, estoy curada!». Llorando de emoción se movía y revolvía sin
experimentar la más leve molestia. Intento abandonar el lecho, y se sostuvo
perfectamente; trato de andar y anduvo con firmeza. Aquella noche le pareció
eterna. Al toque de levantarse se lavó, arreglo su lecho y los objetos de uso
personal, y salió para asistió a la misa de comunidad. ¡Cuánto costó vencer la prudente
incredulidad de sus superioras y hermanas! Pero, finalmente
triunfó de la incertidumbre que presentaba lo ocurrido como si fuera efecto de
una simple efímera sugestión. La instantánea curación, entonces completa, se
conservó después.
ORACIÓN
Oh Dios, que revestiste a tu
siervo Juan Bosco de los esplendores de tu divina paternidad y le diste un
corazón capaz de amar a toda la juventud de la tierra, haz
que por sus oraciones y por sus méritos, los jóvenes cristianos sigan los
caminos de santidad por él trazados, y los pobres jóvenes paganos entren en el
redil de Jesucristo, que ha dicho: «Dejad a los pequeñuelos que
vengan a Mí». Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
Así
sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria …
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SEXTO – 27 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: LO SOBRENATURAL EN SAN JUAN BOSCO.
Pocos siglos como el XIX atentaron con tanta saña contra el
reinado social de Jesucristo y dijeron con tanto cinismo: no queremos que este
reine sobre nosotros. No
se quiere oír hablar de lo sobrenatural y de los misterios. Todo debe ser
sometido al fallo de la razón, y no se debe admitir lo que supera la capacidad
de la mente humana. Llegó el hombre en su desvarío
hasta querer apagar las estrellas del cielo y borrar el nombre de Dios de la
vida individual y social.
En
medio de tanto delirio, se levanta Juan Bosco y hace
resplandecer sobre las ruinas humeantes de la impiedad y del indiferentismo más
desolador la luz de Dios y la realidad de lo sobrenatural. Los milagros
obrados por él a cada paso, los hechos extraordinarios que rodeaban su persona,
el dominio que ejercía sobre los corazones y la persuasión que todos tenían de
que era un baluarte inexpugnable de la fe que se quería demoler, lo presentaban
a los ojos de todos como un mensajero de Dios. La
vida de San Juan Bosco no era más que la voz augusta de Dios, que hablaba al
siglo XIX, indiferente y escéptico, el lenguaje de los milagros.
Lo
sobrenatural, que no es una cosa tan común en las contingencias de la vida
humana, y que aún en la vida de muchos santos se nos presenta como una rareza y
una excepción, en San Juan Bosco se hizo tan frecuente, que parecía en él como
ordinario y natural. Dios Nuestro Señor quiso
embellecer como con una aureola divina el heroísmo y los sacrificios de San
Juan Bosco, sirviéndose de él para resucitar muertos, curar enfermedades, escudriñar
los secretos de los corazones, conocer las cosas lejanas, leer el porvenir,
hablar con los muertos, hacer descender la lluvia de las nubes para fecundizar
la tierra, multiplicar los alimentos y las hostias del tabernáculo. De todos estos prodigios adorno el Señor la vida de su
fiel sirvo; y se podrían citar hechos de cada uno de ellos y de algunos una
serie interminable.
Estaban todos tan convencidos en el Oratorio de que Don Bosco conocía
los pecados ocultos, que algunos niños, que por el temor de que se los leyese
en la frente, no se atrevían a acercarse a él, y si por necesidad tenían que
estar en su presencia, ponían la gorra delante de la cara o bajaban los
cabellos para que les cubriese la frente, como si esto fuese suficiente para
encubrir la propia conciencia.
Cuando estaba lejos del Oratorio, conocía con precisión todo lo que pasaba en
él, aún las cosas que no advertían los mismos superiores.
Si
se hubiesen de referir todas las profecías de San Juan Bosco, que tuvieron
exacto cumplimiento, se necesitaría un grueso volumen. Predijo públicos
acontecimientos y la muerte inminente de grandes personajes; por muchos años no
murió alguno en el Oratorio sin que él predijese su muerte algún tiempo antes. Demos gracias al Dios omnipotente que así quiso mostrarse
admirable en su fiel siervo Don Bosco.
EJEMPLO: SAN
JUAN BOSCO DEVUELVE LA SALUD A UNA JOVEN.
Hacía ya veintinueve meses, en marzo de 1921, la enferma Teresa
Callegari yacía en el hospital cívico de San Juan cerca de Piacenza, atormentada
de males y más males. Primeramente,
padeció de una artritis aguda pos infecciosa, que se concentró en la rodilla
izquierda y en las vértebras; después de bronquitis crónica, enterocolitis y
marasmo. Nadie preveía la más remota posibilidad de salvarla, cuando, en buena hora, las religiosas que la asistían,
conocedoras por haberlo leído en la vida de Don Bosco, de un caso idéntico, que
se resolvió prodigiosamente después de una bendición del siervo de Dios,
hablaron de ello a la enferma. Esta, que no sabía nada de Don Bosco,
tuvo la inspiración de encomendarse a él. Inmediatamente comenzó una novena con
comunión diaria, a este fin, del cual participaron también algunas compañeras
de sala; pero los dolores de los hombros, de las
piernas y de los brazos, en vez de disminuir, crecieron fuera de la medida de
lo soportable, y tanto, que la pobre mujer convencida de no alcanzar la gracia,
conjuraba a Don Bosco para que la librase de tan terribles tormentos,
haciéndola morir.
Entonces
se presenta el capellán y la invita a comenzar otra vez la novena. Al octavo
día, 16 de julio, la enferma iba de mal en peor hasta temer un fatal desenlace;
las religiosas preparaban todo lo necesario para la extremaunción y tenían
dispuesto el vestido conveniente para amortajarla. Pero ya estaba próxima la
hora señalada por Dios para glorificar a su fiel siervo Don Bosco.
Sonaron
las cuatro de la madrugada. La enferma que tenía vuelta la mirada hacia el lado
izquierdo, vio que se acercaba un sacerdote de mediana estatura, vestido de
negro y con los brazos cruzados. Estando ya a su lado, le preguntó: «¿Cómo estás?». Y ella sorprendida exclamo: «¡Ah!».
El sacerdote insistió: «¡Levántate!». Respondiéndole:
«No me es
posible». Entonces aquél en
piamontés añadió: «Mueve las piernas». La
enferma, que no había visto nunca un retrato de don Bosco, y que no entendía el
piamontés, comprendió, sin embargo, que debía mover las piernas. Intentó
hacerlo y ambas obedecieron; y las rodillas rígidas después de tanto tiempo, se
doblaron. Al instante gritó: «¡Hermana, hermana, muevo las piernas!». La
hermana acercándose enseguida exclamó: «¿Teresa, estás loca? ¿Es posible?». Pero como
la religiosa fuese corriendo, le dijo a Teresa: «¡Poco a poco, que vas a tropezar con Don
Bosco!». No
tuvo tiempo para acabar la frase, porque vio que el sacerdote levantaba las
manos con las palmas vueltas hacia ella y sonriendo siempre, retrocedió y se
marchó.
Cuando se rehízo del estupor, al sentirse dueña de sus miembros, se
incorporó y se sentó en el lecho, entre las exclamaciones se las hermanas y de
las enfermas atónitas.
ORACIÓN
Oh Jesús, que,
en medio de un siglo descreído y materialista, rodeaste la persona de San Juan
Bosco de vuestra divina luz, haciendo en él tan frecuente lo sobrenatural, que
parecía lo ordinario de su vida: concédenos, por su
mediación, la gracia de poderte conocer y hacer que otros te conozcan, de
poderte amar y hacer que otros te amen, de la manera más perfecta que le sea
posible a una pobre criatura. Así sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria …
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 28 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: CONFIANZA DE SAN JUAN BOSCO EN LA DIVINA
PROVIDENCIA.
No se cansa Dios en las Sagradas Escrituras de asegurarnos la
continua protección que nos dispensa. Dice
que estará siempre con nosotros, que no nos abandonará nunca, que nos tiene
escritos en sus manos, que, si es posible que una madre se olvide de su hijo
chiquito, en Él no tendrá lugar tal olvido. «Buscad, dice,
el reino de
Dios y su Justicia, todo lo demás se os dará por añadidura». En
vista de esto, exclama San Pedro: «Poned toda vuestra solicitud en el Señor, porque Él tiene
cuidado de vosotros».
A
pesar de ser tan terminales estas aseveraciones del Señor, no nos acabamos de resolver a arrojarnos en los brazos
amorosos del Padre celestial; toso nos causa turbación e inquietud, olvidando que
vivimos bajo el manto amoroso de la Divina Providencia. Los santos no
incurrieron en este error; precisamente la
confianza en Dios es uno de sus distintivos; sin ella no puede haber verdadera
santidad.
San Juan Bosco tuvo en alto grado esa confianza; es el santo de la calma
imperturbable y del abandono absoluto en las manos de Dios. Con frecuencia
repetía: «Don
Bosco es pobre, pero Dios lo puede todo. El que tiene cuidado de los pajarillos
del cielo nos dará lo que necesitamos». «Ah, gente de poca fe –decía a
los que lo dudaban–, ¿Cuándo nos ha faltado algo? Con la ayuda de esta amorosa
Providencia, hemos podido edificar iglesias, fundar casas, proveerlas de todo
lo necesario y alimentar a nuestros numerosos asilados; de esta obra, Don Bosco
no es más que un humilde instrumento, el artífice es Dios. Toca pues al
artífice, y no al instrumento proveer los medios necesarios y consolidar la
obra; nosotros debemos solamente mostrarnos dóciles, dejándonos manejar por el
artífice».
El porvenir no le preocupaba, las deudas no lo abrumaban, las
urgentes necesidades lo mantenían en una calma perfecta de espíritu, porque
confiaba firmemente en aquel Dios que nos manda decirle todos los días: «el pan nuestro de cada día dánosle hoy». Dios nunca se retiró de su fiel
siervo; no esperó en vano en el Señor; a tiempo oportuno, cuando faltaban los
socorros humanos, llegaba el auxilio divino, por medios inesperados y
prodigiosos. «Orad –decía a los niños cuando ocurría alguna
necesidad– y
el que pueda recibir la santa comunión; necesito conseguir una gracia de la
Virgen, ya os diré cual es». En efecto: a los pocos días les decía: «La Santísima
Virgen hoy mismo nos ha obtenido el señalado favor que le pedimos, démosle
gracias y continuemos nuestras oraciones, que el Señor no nos abandonará
jamás».
Estando
en una ocasión hospedado con su secretario don Carlos María Viglietti en el
palacio episcopal de Pinerolo, vino un criado a traerle dos cartas; don Bosco las leyó y se puso a llorar. Asustado el
secretario le preguntó la causa del llanto. «¡Cuánto nos favorece la Virgen Santísima! (contestó). Mira: en esta carta se nos exige el pago del préstamo de
unas treinta mil liras, y esta otra es de una noble señora de Bélgica, que nos
manda treinta mil liras, para que las gastemos en lo que creamos de mayor
gloria de Dios».
Son
a centenares los hechos con que la Divina Providencia quiso pagar la confianza
que el santo había puesto en la generosidad del Padre Celestial. A imitación de San Juan Bosco, pongamos nuestra confianza en
Dios y experimentemos como él, los amorosos influjos de la Divina Providencia.
EJEMPLO: CURACIÓN
INSTANTÁNEA.
Catalina Pilenga Lafranchi padecía diátesis artrítica. El artritismo había interesado de
modo especial pies y rodillas, con lesiones orgánicas y en forma gravísima,
desde el aspecto funcional, aunque sin que peligrase su vida.
Habiendo
resultado inútiles diversas curas que desde 1903 se le fueron aplicando, fue a
Lourdes dos veces y no habiendo conseguido el efecto deseado ni siquiera la segunda
vez, antes de abandonar el célebre santuario, en mayo de 1931, dirigió a la
Santísima Virgen una súplica en estos términos: «Ya que aquí no he obtenido la salud,
concededme al menos, por la devoción que tengo a Don Bosco, que sea él quien me
la obtenga en Turín».
La
invocación al santo y la confianza en la mediación universal de Maria, resultan
aquí evidentes. Al regresar de Francia, hallándose la pobre enferma en el
infeliz estado que dé ha dicho, visitó la basílica de Maria Auxiliadora en
Turín, el día seis de Mayo. Ayudada por una hermana suya y por el cochero, bajó
del carruaje, entro en el templo, y se sentó para orar ante la urna que
contiene el cuerpo de San Juan Bosco. Momentos después, pósese de rodillas y
permanece así veinte minutos, se levanta, camina hacia el altar de la Virgen, y
vuelve a arrodillarse.
Se opera entonces en su ánimo una fuerte reacción y dice que se
siente curada. Así
es en efecto; sin requerir ayuda de nadie y ante la estupefacción de todos los
que la habían conocido imposibilitada, anda libremente por sus pies, baja las
escaleras; sube al coche, todo sin la menor dificultad. Hasta el momento presente la curación sigue siendo perfecta, conforme
acreditan los tres peritos de la Sagrada Congregación de Ritos, quienes, de
acuerdo con los médicos de la favorecida, han reconocido el milagro.
ORACIÓN
Oh
bienaventurado Juan Bosco, que, en medio de tantas pruebas y
contradicciones, te mantuviste firme e inquebrantable y esperaste, contra toda
esperanza humana, llevar a cabo la obra que el Señor te encomendó: Alcánzanos
la gracia de que, confiando cada vez más en la bondad misericordiosa de Jesús,
descansemos seguros en sus amorosos brazos en el tiempo y en la eternidad. Así sea
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria…
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA OCTAVO – 29 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: MARÍA AUXILIADORA Y SAN JUAN BOSCO.
La devoción a María Santísima, invocada bajo el título de
Auxiliadora del pueblo cristiano, es ya universal. Esta difusión milagrosa es una nueva prueba del patrocinio que la Madre de Dios
continúa dispensando a sus hijos, y clara señal de que no nos faltará su
valimiento en los difíciles tiempos que atravesamos. Según las
revelaciones de los santos (como asegura el padre Federico Fáber CO), «los males que
nos afligen no se remediarán sino con un acrecentamiento de la devoción a la
Santísima Virgen».
Si
esto es así, no estará lejos nuestra salud, ya que
tanto ha progresado el amor a María mediante la advocación de Auxiliadora de
los Cristianos. No cabe duda que esta
devoción es del agrado de la Madre de Dios, ya que Ella misma la promovió,
suscitando al apóstol que debía difundirla por toda la tierra. Este no
es otro que San Juan Bosco, fundador de la Pía
Sociedad Salesiana.
Empieza
María a formar su apóstol, de edad de nueve años, mostrándole una multitud de
animales feroces convertidos en mansos corderillos, diciéndole: «Esta será tu
misión; lo que ves que sucede con estos animales, tu deberás hacerlo con mis
hijos». Luego con nuevas ilustraciones le va detallando más la obra
que le ha sido confiada y lo va encaminando al sacerdocio, allanando obstáculos
casi insuperables. Ya sacerdote, en sucesivas misiones lo va guiando paso a
paso y mostrando circunstancia por circunstancia, todo el desarrollo de la
congregación que debía difundir por el mundo está devoción salvadora; de modo
que pudo decir a uno de sus más amados discípulos: «Las grandes dificultades que han de surgir
están previstas y conozco el modo de vencerlas; veo perfectamente lo que nos ha
de suceder; voy adelante en plena luz».
La misma Virgen le mostró el vastísimo templo que debía erigirle
bajo la advocación de Auxilio de los cristianos, templo que sería centro y faro
luminoso de donde irradiase la luz de esta devoción por todo el mundo; en el interior están escritas estas
palabras: «Hic
domus mea, inde glória mea» (Esta es mi casa;
de aquí saldrá mi gloria). Y no solamente le mostró el templo, sino
que le indicó el lugar preciso donde quería que fuese edificado. «Este lugar –le dijo– donde los gloriosos mártires de Turín, Aventor y Octavio,
sufrieron el martirio, quiero que sea honrado de un modo especial».
En
otra visión, le pareció estar cerca del lugar en
donde actualmente se levanta el templo de María Auxiliadora; tres
bellísimos jóvenes lo invitaron a acompañarlos y lo presentaron a una señora
magníficamente vestida, indecible hermosura, majestad y esplendor; estaba
rodeada de un cortejo de venerables ancianos que parecían príncipes y de otros
innumerables personajes ricamente vestidos y de una hermosura deslumbradora. La
Señora lo invitó a acercarse y le dijo que aquellos tres jóvenes que lo habían
acompañado eran los mártires Solutor, Aventor y Octavio; lo animó a proseguir
la obra empezada y a vencer los grandes obstáculos que sin duda encontraría,
poniendo toda su confianza en ella y en su divino Hijo. El sitio donde estaba el trono en que vio y veneró a esta gran Señora, es
el que actualmente ocupa el altar mayor de la iglesia de María Auxiliadora.
Admiremos los designios de la divina providencia, en esta obra de
restauración cristiana, mediante el acrecentamiento de la devoción a María
Auxiliadora y contribuyamos a ella con nuestro esfuerzo en amarla y hacerla
amar de otros muchos.
EJEMPLO: CURACIÓN
MILAGROSA.
Ana Maccoloni, de Rímini (Italia), sintiese atacada, en octubre
de 1930, de bronconeumonía influencial, que persistió hasta noviembre del mismo
año. A mediados de
diciembre de 1930, sobrevivió, además, una flebitis que invadió toda la pierna
izquierda, quedando privada en absoluto de movimiento e hinchada hasta adquirir
doble volumen del normal.
Conviene
advertir que, si la flebitis en los enfermos jóvenes es siempre grave, lo es
mucho más en los de edad avanzada, por el peligro de gangrena y
arteriosclerosis. Por esto los dos médicos de cabecera, conformes en el diagnóstico
y teniendo en cuenta la mucha edad de la enferma (74 años), más aún que la
propia infección influencial, pronosticaron un probable funesto desenlace. Es opinión común de los técnicos que la flebitis no puede
ser curada de un modo instantáneo.
Pues
bien, la susodicha Ana, una noche, a fines de aquel
mismo año, y después de haber hecho un triduo a San Juan Bosco y aplicado sobre
el miembro enfermo una reliquia del mismo, se sintió instantánea y
perfectamente curada de la flebitis, sin que le haya quedado vestigio alguno de
dolores, ni de hinchazón, y recobró en el acto el movimiento y la flexibilidad
del miembro afectado.
Que esta curación ha sido perfecta lo atestiguan, además de los
médicos de cabecera, los peritos que diez meses después del hecho, reconocieron
a la referida Ana. Dichos tres peritos, nombrados por la Sagrada Congregación
de Ritos, unánimemente con los doctores de cabecera, convinieron en la
diagnosis y prognosis y en el reconocimiento del hecho milagroso.
ORACIÓN
Oh
bienaventurado San Juan Bosco: por el amor tiernísimo que tuviste a
María Auxiliadora, tu madre y maestra, alcánzanos una constante y
sincera devoción a tan dulcísima Señora, a fin de que, como hijos suyos
devotísimos, podamos merecer su valioso patrocinio en esta vida y de un modo
especial en la hora de la muerte. Así sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria…
“San Juan
Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA NOVENO – 30 DE ENERO
Por
la Señal, …
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
MEDITACIÓN: AMOR DE SAN JUAN BOSCO A JESÚS SACRAMENTADO.
De entre las obras de Dios, hay dos que son las más insignes y
que más pasman los juicios de los hombres, y son tan excelentes que, hablando
de ellas, el profeta Isaías las llama invenciones de Dios. La primera fue la
Encarnación, con la que Dios se unió a nuestra naturaleza, con un nudo tan
estrecho, que en una persona quedaron Dios y hombre. La otra invención de Dios, propia únicamente de su infinito amor, fue la institución del Santísimo Sacramento.
En
la primera quedó la naturaleza humana unida con
Dios; en esta segunda, Dios hombre se une
con nosotros. «El que come mi carne y bebe mi sangre estará en mí y yo
en él», dice el Señor. Esta obra
es maravillosa recopilación de todas las maravillas. Quiso
que fuésemos el templo y el relicario donde estuviese y se depositase su
sacratísima humanidad para ser el alimento y vida de nuestra alma y prenda de
nuestra futura resurrección.
A
San Juan Bosco se le puede llamar el apóstol de la
Eucaristía; difícilmente se podrá encontrar quien en esto lo supere.
Desde niño lo previno la Divina Providencia. Siendo pastorcillo de pocos años,
solía levantarse cada Domingo muy temprano, y cruzando prados y bosques iba al
lejano pueblo de Moncucco, para allí reconciliarse
y recibir la santa comunión. Más tarde, estando en el seminario de
Chieri, sus compañeros seminaristas apenas sí solían comulgar cada Domingo y en
las grandes solemnidades; mas el joven Bosco casi
fraudulentamente, comulgaba todos los días en la iglesia contigua al seminario,
no reparando en que para poder comulgar se veía obligado a sacrificar su
desayuno y a no probar bocado hasta las doce del día. Parecíale no poder vivir sin la comunión
Después
de ordenado sacerdote, su arma más poderosa para combatir al demonio y hacer
santos a sus discípulos, fue la comunión frecuente.
Proclamaba siempre muy alto y por doquiera que suprimir de la educación la
confesión y la comunión frecuentes es desterrar la moralidad, y que no puede
haber sólida virtud, si no está apoyada y robustecida por la frecuente
comunión. «Así
como el maná (escribe San Juan
Bosco en su áureo devocionario “El joven instruido”)
sirvió de
alimento diario a los hebreos durante todo el tiempo que estuvieron en el desierto
hasta el día que entraron en la Tierra de Promisión, así la santa comunión
debería ser nuestro sostén, nuestro pan cotidiano, en medio de los peligros que
nos rodean en este mundo, hasta que consigamos la verdadera tierra prometida
del Paraíso».
No
solo es San Juan Bosco el apóstol de la comunión
diaria, sino que lo es también de las visitas frecuentes de Jesús Sacramentado.
Decía a los jóvenes: «¿Queréis que Jesús Sacramentado os conceda muchas
gracias? Visitadlo a menudo. ¿Queréis que os conceda pocas? Visitadlo pocas
veces ¿Queréis que el demonio los asalte? Haced pocas visitas ¿Queréis que huya
de vosotros? Visitad con frecuencia a Jesús. ¿Queréis ser vencidos? Dejad de
visitar a Jesús. Hijos míos, la visita a Jesús Sacramentado es un medio muy
necesario para vencer al demonio. Por tanto, id con frecuencia a visitar a
Jesús y jamás seréis vencidos por vuestro enemigo».
Sea pues la Eucaristía el horno donde se inflame nuestro amor a
Jesucristo; todo lo podremos, se allanarán todos los obstáculos, si amamos a
Jesús Sacramentado; y si somos educadores, haremos reinar a Jesucristo en el
corazón de la juventud y aumentaremos el número de sus ministros dando a la
Iglesia numerosas vocaciones.
EJEMPLO: PRODIGIOSA
CURACIÓN.
Sor María Josefa de Massini, hacía nueve años que sufría algunos
dolores de estómago, al cabo de los cuales degeneraron en una úlcera tan grave
y acompañada de tal postración de fuerzas, que los dos médicos que la asistían
no creyeron prudente someterla a una operación quirúrgica. Todos los remedios humanos
resultaron impotentes hasta para traer algún alivio a la enferma. No quedaba más recurso que un milagro, y esto fue lo que
intentó sor Maria Josefa, llena de fe en la protección de San Juan Bosco de
quien era muy devota, empezó pues y terminó una novena: pero sin ningún
resultado, el mal se agravaba por momentos; agudos dolores la atormentaban
continuamente.
Con
todo, no decayó su confianza en Don Bosco: Consiguió
una reliquia del santo y empezó una segunda novena. Al quinto día se le
apareció en sueños un venerable sacerdote que le dijo: «Yo soy Don Bosco, y he venido para
concederte la gracia que me has pedido, en conformidad con la voluntad de Dios;
ten fe y paciencia en sufrir unos pocos días; el domingo te concederé la
gracia». Al día siguiente, como quisiesen administrarle la
extremaunción, contó el sueño que había tenido y suplicó se la difiriesen hasta
el domingo. Toda la comunidad se unió a las
oraciones de la enferma, empezando un triduo a Don Bosco. En la noche del
penúltimo día de la novena, vino de nuevo Don Bosco a consolar a su devota;
llevaba sobre el brazo la túnica que las religiosas de aquel convento
acostumbraban vestirse los días de fiesta, y la puso sobre el lecho diciéndole:
«Solo te
queda un día de sufrimiento, después curarás. Le dirás a tu confesor que pasado
mañana (domingo) te mande levantar con estas palabras “En Nombre de Don Bosco levántate, que estás curada”».
Llego
el tan suspirado domingo y la enferma se encontraba, si cabe, peor; aquella vida
se iba extinguiendo por momentos; todo estaba dispuesto para administrarle la
extremaunción. Antes de proceder a ello el confesor le dijo: «¿Por qué no
prueba a levantarse en nombre de Don Bosco?».
«No tengo
fuerzas», contestó
la enferma.
«¿Y si yo
le dijese: “Levántese por
obediencia en nombre de Don Bosco?”».
Al
pronunciar su confesor estas palabras (refiere la enferma), «sentí un súbito
estremecimiento de todo mi ser, pude mover mis miembros y desaparecieron todos
mis dolores. En un momento, sentí que volvía de la muerte a la vida. Estaba
completamente curada». Las escenas que a
esto sucedieron no son para describirlas.
ORACIÓN
¡Oh bienaventurado Don Bosco! Por
el ardiente amor que tuviste a Jesús Sacramentado y por el celo con que
propagaste su culto, sobre todo con la asistencia a la santa misa, con la
comunión frecuente y con la visita cotidiana, alcánzanos
la gracia de crecer más y más en el amor y práctica de estas santas devociones,
y de terminar nuestros días fortalecidos por el celestial alimento de la divina
Eucaristía. Así sea.
—Rezar un
Padre nuestro, Ave María y Gloria al Padre…, y la jaculatoria…
“San Juan Bosco, rogad por nosotros”.
—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario