jueves, 12 de diciembre de 2024

NOVENA A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE.

 


Novena escrita por el Padre Gabino Chávez Lanuza, con Imprimátur otorgado por el Obispado de León (Guanajuato) el 18 de Marzo de 1895, que concedió 40 días de Indulgencia por cada día de la Novena; y Mons. Ignacio Arcigas, Arzobispo de Michoacán, otorgó por esta Novena 80 días de Indulgencia.

 

COMENZAMOS: 3 de diciembre.

FINALIZAMOS: 11 de diciembre.

FESTIVIDAD: 12 de diciembre.

 

NOVENA EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

  

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

. Señor, abrirás mis labios.

. Y mi boca anunciará tu alabanza.

. Dios mío, entiende en mi ayuda.

. Apresúrate, Señor, en socorrerme.

 

Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, y ahora, y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN

 

   ¡Oh Señor y Dios mío!, que has hecho notoria tu salud, haciendo que por todo el universo se dé a conocer la Redención y se predique la santa Fe en la cual nosotros tuvimos la dicha de nacer, y que has revelado en presencia de todas las naciones, y delante de los ciegos gentiles la gloria del Redentor, mira, Señor, cuán ingratos hemos sido a este grande beneficio que a nosotros por medio de la Virgen María nos concediste, cuando se dignó bajar a nuestro suelo a apresurar la conversión de estos pueblos infieles, ablandando sus corazones y docilitándolos para que recibiesen la luz de la Fe, con los inmensos bienes que a las almas comunica; yo te ruego, Señor, que perdonando mi desagradecimiento y todos mis pecados, hagas también notoria para mí tu salud, convirtiéndome de veras a tu amor y servicio, y la hagas notoria en mí a los otros, para que ayude con mis buenos ejemplos a que mi Salvador sea de todos amado y conocido; te pido que reveles la gloria del Redentor con la conversión de los pecadores delante de las almas mundanas que, abandonando las prácticas piadosas y apartadas de los sacramentos, parecen verdaderos gentiles, sepultados en las sombras de la muerte y del pecado. Haz nacer, Señor, para ellos y para mí, te lo ruego, la luz indeficiente, que, recorriendo el profundo abismo de mi corazón, y posándose sobre las olas agitadas del mar de mis pasiones, en mí habite, y en mí radique para pertenecer de este modo a los escogidos que son heredad tuya. Así sea.

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

 

   ¡Virgen de Guadalupe, amada Madre mía! ¡Qué dulce es para un hijo el poder cantar con toda confianza la gloria y la hermosura de su Madre! ¡Cuánto se goza al poder aplicarte con la Iglesia las grandiosas palabras que de la Sabiduría eterna están escritas! Sí, Señora y Reina de lo criado: desde el nacimiento del sol hasta el ocaso, tu nombre, así como el de tu Unigénito, es grande en las naciones. El suyo es infinitamente grande, como que es nuestro Dios, nuestro Padre y Redentor, cuyo nombre es sobre todo nombre; mas el tuyo es inmensamente grande, pues eres su verdadera Madre, como a Juan Diego le dijiste, y eres la Reina del mundo, y el encanto de la tierra y la alegría de los cielos. Tú habitabas con Jesús tu Hijo en las más encumbradas alturas, y tu trono estaba colocado sobre una columna de luciente nube, cuando te dignaste ser encontrada por los que no te buscaban, porque apenas te conocían, y no habían experimentado la dulzura de tu bondad, ni la ternura maternal de tu amor, ni la grandeza de tu misericordia. Aún no te interrogaban como hijos a su madre, que les enseñe y les instruya; aún no se dirigían a la Madre de la luz y del conocimiento, preguntándole por el camino que habían de seguir, y por las verdades y máximas que debían practicar, y ya tuviste la dignación de aparecerles en persona de uno de sus hijos, y aparecerles, no en enigma ni escondida, sino llena de luz, y a las claras, dejando ver tu virginal semblante, y respirar tu celestial aroma, y escuchar tu dulce y arrebatadora voz. Sí, Madre mía, allí te vio el amado Juan, tan graciosa como la paloma que sube de los ríos de las aguas, cuyo olor inestimable impregnaba sus vestiduras. Allí te vio la última vez, cuando a manera de días primaverales, las flores de los rosales y los lirios de los valles te cercaban, pues tu planta los había hecho brotar de repente en el monte desierto. Y si a los hombres que aún no te interrogaban, tan dulce y tan hermosa apareciste, también con tu presencia en nuestro suelo respondes a los Ángeles que tres veces admirados preguntan: «¿Quién es esta que va subiendo como la aurora al despuntar?» ... ¡Eres tú, oh hija de Sion, toda hermosa y toda suave; como la luna, hermosa; como el sol, escogida! «¿Quién es esta que cual varilla de humo aromático de mirra y de incienso, va subiendo por el monte desierto?». ¡Es la hermosísima paloma, la amiga y esposa del Dios eterno! «¿Quién es esta que como el sol se adelanta, y viene con la belleza de la Jerusalén celeste, de dónde ha salido para visitar a los hombres?». ¡Es la que vieron las hijas de Sion y feliz la llamaron las almas de nobleza real, y la colmaron de alabanzas! ¡Oh Reina y Madre mía! Hoy todos los términos de esta tierra, han visto la salud de nuestro Dios; todos los confines de nuestra República han resonado con tus glorias, tus hijos han entonado tus alabanzas, te han agradecido en el alma tus finezas; en peregrinaciones han entrado a tu tabernáculo, y han adorado al Señor en el lugar donde tus plantas se posaron. Y yo también con todos tus hijos te visito, Madre mía; yo te alabo, yo proclamo tus glorias, yo agradezco con todo mi corazón tus favores, y te pido me concedas el mayor de todos ellos, que es el ir a conocerte y a amarte, y a alabarte, y contigo a gozar de Dios en los cielos. Amén.

  

Antífona: Tabernáculo de Dios es María, colocado en medio de su Ciudad, y no será conmovido. Ave María.

. Virgen de Guadalupe.

. Ruega por nosotros.

 

Antífona: Tú has salido para la salud de tu pueblo; para su salud has salido con Jesucristo tu Hijo. Ave María.

. Virgen de Guadalupe.

. Ruega por nosotros.

 

Antífona: Gloriosas cosas de ti han sido dichas, oh Ciudad de Dios: el Señor te ha fundado sobre las santas montañas. Ave María.

. Virgen de Guadalupe.

. Ruega por nosotros.

 

Antífona: Una gran señal apareció en el cielo: era una mujer cubierta por el sol, y la luna debajo de sus pies. Ave María.

. Virgen de Guadalupe.

. Ruega por nosotros.

 

Antífona: El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una gran luz; para los que habitaban en la región de la sombra de la muerte, la luz les ha nacido. Ave María.

. Virgen de Guadalupe.

. Ruega por nosotros.

    

   Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, y ahora, y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

 

. Madre mía, a ti de lejos vendrán tus hijos.

. Y de tu lado se alzarán tus hijas.

 


  DÍA PRIMERO - 3 DE DICIEMBRE

 

ORACIÓN PARA EL DÍA PRIMERO.

 

   En tus labios, Madre mía de Guadalupe, ha puesto la Iglesia las mismas palabras, que en otro tiempo dijo el Señor, cuando se le erigió aquel magnífico templo por el rey Salomón: «Yo escogí y santifiqué este lugar, para que allí esté mi nombre y permanezcan mi corazón y mis ojos todos los días». ¡Qué tres dones tan señalados! ¡Qué tres prendas tan dulces y preciosas! ¡Tu nombre, tu corazón y tus ojos! ¡Tu nombre, de Guadalupe; tu corazón de Reina, y tus ojos de Madre! Déjame, ¡oh Reina y Madre!, valorizar estas prendas que nos diste; déjame meditar sus excelencias y su precio. Tú escogiste y santificaste el sitio de tus apariciones; benignamente lo escogiste entre todos los sitios de la tierra para colmarlo de favores de gracias; lo escogiste porque lo quisiste; lo escogiste porque lo amaste; lo escogiste por una predilección inaudita e inmerecida. Y porque lo escogiste lo santificaste: lo santificaste con tu celestial y santa presencia, con tus benignas y varias visitas, como santificaste las montañas de Judá con tu visita a Santa Isabel; lo santificaste, mandando erigir allí un Santuario y haciendo para él dulcísimas promesas; lo escogiste y santificaste, para que allí estuviera tu nombre, no sólo el nombre glorioso y bendito de María, Madre de Dios, sino el nombre querido de Guadalupe, la nacida entre las peñas, porque quiere nacer siempre por su amor y devoción en la dureza de nuestros corazones; la que ahuyenta a los que nos devoran, pues ahuyentó entonces a los demonios y a los ídolos, y ha seguido ahuyentando todos los males que devoran nuestro cuerpo, las pestes que devoran nuestra vida, las inundaciones que devoran nuestras ciudades, y los enemigos aún más terribles que se revuelven como leones rugientes pretendiendo devorarnos. Escogiste y santificaste ese lugar para que permanezca en él tu corazón de Reina Clementísima, tu corazón que se inclina a perdonar a los reos, a acoger a los pecadores, a ayudar a los miserables, a socorrer a los pobres, a consolar a los afligidos, a auxiliar a los cristianos; tu corazón, que después del de Jesús, es el más tierno, el más benigno, el más compasivo y el más generoso de los corazones. Escogiste el lugar y lo santificaste, para que permanezcan allí, junto con tu corazón, también tus ojos. ¡Oh, ojos dulces de Paloma sin mancha! ¡Oh, ojos sencillos y puros que con sus miradas hicieron volar al Esposo, como dice el divino Cantar! ¡Oh, ojos dulcísimos y misericordiosos! ¿Conque aquí nos los dejaste, Madre mía? ¿Conque en tu imagen los tenemos, y misteriosamente bajos, no mirando como en Lourdes el azul de los cielos, sino inclinados a nuestro pobre suelo, para mirar y penetrar las necesidades y penas de tus hijos? ¡Oh, ojos de Madre y de Reina! Ojos de Madre para compadecernos, y ojos de Reina para ayudarnos; ojos de Madre para mirarnos con ternura inefable; y ojos de Reina para socorrernos con generosidad indecible. ¡Oh Madre mía de Guadalupe! Aquí cumples todos los días con nosotros lo que te piden tus hijos por toda la redondez de la tierra cuando te cantan: «vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos».  Vueltos los tienes. Señora, en tu imagen hacia nosotros, siempre mirándonos, amándonos y compadeciéndonos. Danos, Virgen Santísima, danos de nuevo ahora tu nombre, para que luchando contra los enemigos conservemos nuestra fe tan combatida; danos tu real corazón para que levante nuestra esperanza, haciéndonos confiar en tus larguezas; danos tus ojos dulces, hermosos, puros, compasivos y tiernos para que ellos nos enciendan, pues son antorchas de amor santo y divino, en las llamas de la caridad, a fin de que logremos amar ardientemente a Jesucristo, y después de este destierro, mostrándonoslo tú, gozarlo por los siglos de los siglos. Amén.

  

GOZOS GUADALUPANOS


Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

  

Cuando me acuerdo, ¡oh Madre!

De tu visita,

Y que al suelo bajaste

Por darme vida,

De gratitud mi pecho

Luego se colma,

Pues serme, prometiste,

Madre amorosa.

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

   

Al dichoso Juan Diego

Le tengo envidia,

Pues como él no te escucho

Madre querida;

Pero miro tu imagen;

Y al contemplarla,

¡Es tan dulce y tan bella

Que arroba mi alma!

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

  

Tus ojos de paloma

A mí inclinados,

Me anuncian el remedio

De mis trabajos:

Pues misericordiosos

Son con tus hijos,

Ellos a Dios, airado,

Me harán propicio.

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

  

Mil veces en mis tristes

Y amargas penas,

En nadie hallo consuelo;

Tú me consuelas.

Sólo el verte me alivia,

Y vengo a verte,

Y salgo consolado

Siempre, sí, ¡siempre!

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

  

¡No sé qué hallo en tu imagen

Que me regala!

Fijo en ella mis ojos

Y veo tu cara,

Y hallo dulcedumbre

Que guardo dentro,

Y deseo aún más el verte

Y a verte vuelvo.

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

  

Juntas tus lindas manos

Orando al cielo,

Contigo a orar me invitan

Con tierno ruego;

Y tus plantas, posadas

Sobre el querube,

Me guían al cielo, ¡oh Virgen

De Guadalupe!

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

 

El sol, para vestirte,

Sus rayos manda.

Y la luna te sirve

De humilde peana,

Y el querubín alado,

Tu manto coge,

Y a tus plantas disfruta

De inmenso goce.

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

  

Las estrellas que ocupan

El vasto espacio,

Cual otro cielo adornan

Tu regio manto;

Haz que así tus virtudes

¡Oh dulce Reina!

Iluminen de mi alma

Las tres potencias.

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

  

Virgen de Guadalupe,

Reina y Señora,

Recibe de mi canto

La última estrofa;

¡Adiós, mi amada madre,

Dueña de mi alma,

Mi corazón te dejo,

Tenlo a tus plantas!

Virgen y Madre mía

De Guadalupe,

¡Deja que tus encantos

Mi alma disfrute!

   

ORACIÓN

 

   Oh Dios, que, habiéndonos colocado bajo el patrocinio singular de la beatísima Virgen María, nos has querido colmar de continuos beneficios, concede a los que humildemente te suplicamos, que los que hoy nos regocijamos en la tierra con su memoria, algún día nos gocemos con su presencia allá en los cielos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

  

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

  


DÍA SEGUNDO - 4 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

 

ORACIÓN PARA EL DÍA SEGUNDO

 

   ¡Oh amada Madre mía de Guadalupe! en cuya boca pone la Santa Iglesia estas palabras: «Yo hice en los cielos que naciera la luz indeficiente, y como niebla, cubrí la tierra toda»; tú, como Madre del Verbo encarnado, luz de luz, y verdadero Dios de Dios verdadero, fuiste quien le hiciste nacer en el tiempo, para que viniese a alumbrar, como anunció Zacarías, a los que están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte; el oficio de la aurora que hace lucir el sol para el mundo, lo hiciste, Virgen Santa, de un modo especial para con nosotros, cuando te dignaste aparecer en nuestro suelo, y venir a ser la aurora del sol de la Fe, naciente entonces entre pueblos idólatras y ciegos. Tú alumbraste a los unos para que no desconociesen en los pequeñuelos la dignidad humana; tú ablandaste a éstos para que gozosos aceptasen el yugo suave de la Fe y de la Ley divina; tú diste esfuerzo a los hombres apostólicos para proteger a la pequeña grey, y unción a su palabra para introducir la Fe en los corazones; tú, al mismo tiempo, hiciste nacer en estos tus hijos la indeficiente luz del Evangelio, y como niebla, pura y refrescante, los protegiste del ardor de las persecuciones y de la furia de sus enemigos. ¡Bendita seas, Señora y Madre mía, por tan grande dignación! ¡Alabada seas por tanta bondad y misericordia! Mas ahora vengo a suplicarte que te dignes continuar los mismos soberanos oficios con nosotros: la luz de la Fe se ha obscurecido con millares de errores que por todas partes circulan; la claridad del Evangelio se ha ofuscado con las perversas máximas que se proclaman y se practican; el ardor de la persecución (más que nunca obstinada), vuelve a fatigar y a entristecer a los fieles. Haz de nuevo que luzca más pura la luz de la Fe, para que se afirme en los corazones que esté debilitada, y alumbre a los que no la han visto o la tienen perdida. Refrigéranos con tu sombra bienhechora, para que el sol de la adversidad no nos haga sucumbir en la lucha, que sostenemos con todos los elementos de corrupción que nos rodean. Afírmate en la montaña de Sion, y ten tu descanso en la ciudad santificada por tu elección y tu presencia; despliega en Jerusalén tu poder de excelsa Reina, y extiende más y más las raíces de tu amor y devoción en este pueblo que tanto has honrado con tu visita, y a quien has dejado por heredad tu imagen tan querida. Y pues en la plenitud de los santos está tu perpetua morada, y pues donde está la madre morar deben los hijos, trasládanos desde las tinieblas del destierro, a las felices mansiones de la Luz increada. Amén.

                                                                                

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

 


DÍA TERCERO - 5 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

  

ORACIÓN PARA EL DÍA TERCERO

 

   Enséñame, Señora y Madre mía de Guadalupe, ¿por qué te comparas con el cedro del Líbano, con el ciprés del monte Sion, con la palma de Cades, y con la rosa de Jericó? ¿Por qué te llamas la hermosa Oliva en medio de los campos, y te muestras levantada como el plátano junto a las aguas y en medio de las plazas? ¡Ah! ¡Es porque las más lindas producciones de la naturaleza son figuras, aunque débiles, de tu inefable hermosura, y símbolo de tus grandezas, y cifra de tus virtudes! Tú eres el cedro de altura inexplicable, porque así como el cedro se eleva mucho más que los otros árboles, así tú estás elevada sobre todos los santos, y como en tu Asunción la Iglesia canta sobre los mismos coros de los ángeles; eres tú, cedro, Madre mía, por la rectitud de tu conducta y de tu intención y de tu alma; pues el cedro es derecho y levantado; eres cedro por la solidez de tu fe, que firme y constante estuvo en los días de la pasión y de tu llanto; cedro eres tú, Virgen María, por la incorrupción de tu alma sin pecado, y la de tu cuerpo en el sepulcro y en el cielo; cedro eres en el Líbano del Tepeyac, por la incorrupción del frágil lienzo y la duración prodigiosa de tu imagen. Como el ciprés del monte Sion, eres, Señora, porque recta te elevas hacia el cielo, en lo alto de nuestras montañas; porque tu verdor nunca se marchita, ni tu poder se amengua, ni tu bondad se acaba; porque eres la hermosura del jardín de la Iglesia, y a todos nos encaminas a lo alto de la gloria, como el ciprés apunta siempre al cielo con su punta. Palma eres de Cades, Virgen de Guadalupe, porque en un monte, antes desierto, como palma apareciste, suave, hermosa, excelsa, y de rayos coronada como la palma de sus hojas; palma de duración perpetua, porque perpetuamente nos acompañas y estás en medio de nosotros; palma, porque ella es emblema de triunfo, y por ti triunfamos del error y la mentira; palma que levantada al cielo deja colear sus frutos a la tierra, como tú, Reina y Señora de los Ángeles, nos ofreces aquí tus beneficios y mercedes; y palma también, porque en el tejido de la fibra de la palma, nos dejaste tu imagen soberana. Tú eres la rosa y plantación de rosas en Jericó, porque eres Virgen y plantación de vírgenes en la Iglesia. Rosa eres porque eres Reina de los santos, como la rosa es reina de las flores; rosa, porque embalsamas las almas con tu aroma, como la rosa embalsama con el suyo los jardines; rosa de resplandeciente blancura por tu inocencia, y de purpurinos matices por tus dolores; rosa mística aclamada por los fieles del mundo entero, y rosa del Tepeyac, al cual adornas con tu hermosura, y embalsamas con tu olor, y engrandeces con tu atractivo; rosa a cuyo imperio brotaron otras rosas en medio del invierno para pintar tu imagen y testificar tu presencia. Tú eres la hermosa oliva en medio de los campos, que derramas por todas partes suaves frutos de misericordia y de consuelo, produciendo el óleo que ilumina las mentes y nutre las almas, y cura las llagas y dolencias; tú has sido levantada como el plátano que, regado con el agua de las gracias más copiosas, alegra con su vista, y recrea con su frescura, y refresca con su sombra, y vigoriza con sus frutos. ¡Oh Madre y Reina mía! Sé tú para mi corazón el cedro que me comunique la incorrupción de la castidad; el ciprés que me guíe al cielo rectamente; la palma que me haga alcanzar el triunfo sobre mis pasiones, y la rosa que me encienda en el amor a mi Dios y a mis hermanos. Sé tú, ¡oh Virgen de Guadalupe!, la oliva que me alcance la misericordia del Señor en esta vida, y el árbol frondoso que me haga gozar del fruto de vida eterna, en el dulcísimo Jesús, fruto bendito de tu vientre. Así sea.

 

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

   


DÍA CUARTO - 6 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

  

ORACIÓN PARA EL DÍA CUARTO

 

   ¡Virgen de Guadalupe! Cuán grande te contemplo en las prerrogativas y excelencias que el Señor te concedió, y por las cuales eres comparada con los árboles más bellos y elevados, con el cedro y el ciprés, y con la palma y con el plátano; pero no menos me admiran y me aprovechan tus humildes y profundas virtudes, significadas por arbustos pequeños, pero preciosos para el hombre por los frutos y provechos que le traen; por eso dices con la Iglesia de ti misma: «Como el cinamomo y el bálsamo que produce aromas, he exhalado yo olor; como la mirra escogida, suave perfume derramé», y te comparas luego con varias especies aromáticas, y terminas asegurando que tu olor es el del bálsamo puro y no mezclado, y que con incienso no cortado aromaste tu habitación. Mas ¿por qué tantos modos de aromas y de olores? ¿Por qué tantas especies curativas y estimadas? Porque todas las virtudes, juntas y mezcladas en tu corazón nobilísimo, embalsaman al Cielo y a la tierra, y a los Ángeles y a los hombres; porque como el cinamomo o la canela, que se mezcla a las viandas para hacerlas olorosas y delicadas, tus virtudes, y tu culto, y tu nombre y tu imagen se mezclan entre todos los fieles de todas las edades, para hermosear y alentar nuestra vida; y como el bálsamo, originario de la Judea, a todas partes ha sido transportado para aprovechar su precio y sus virtudes, así tú, de la Judea has sido llevada por todo el Universo, y como bálsamo que derrama salud y suave olor, viniste a establecerte en medio de nosotros. ¡Oh, y cuántas almas has embalsamado aquí con el aroma de tus virtudes! ¡Cuántas has atraído con la suavidad de tu conversación y de tu trato! ¡Cuántas y cuántas has curado con el bálsamo del consuelo, calmando aquí sus penas, aliviando sus dolencias y sanando las llagas que las propias pasiones, a las ingratas criaturas habían abierto y enconado! Es cierto que a veces los remedios habrán sido amargos, y las curaciones dolorosas, porque también eres mirra escogida, que, en el monte de la mirra, es decir, en el Calvario, tomaste parte en las amarguras de la Pasión; pero en tus inefables dolores, cobraste virtud para curar todas las penas de tus hijos, o para quitar al menos lo amargo de sus sufrimientos, dejando para ti la mirra de la Cruz, y siendo allí mismo, y por ella, la suavidad de olor para calmar las ajenas amarguras. Así, oh Madre, tú eres para tus devotos, el bálsamo de la misericordia, no mezclado con nada acre ni nada amargo; el bálsamo no mezclado con la hiel de la ira, que unge los corazones y les proporciona el perdón y la salud. Y esto hace decir a tu devotísimo siervo San Buenaventura, que «el olor de María, fue como la canela en la corteza de la conversación; como bálsamo interiormente en la unción de su devoción; como mirra en el amargor del castigo; que fue su olor, el de la canela en sus santas acciones; el del bálsamo en su suavísima contemplación, y el de la mirra durante la amarguísima Pasión». Derrama, pues, estos preciosos aromas desde tu imagen embalsamada, Virgen de Guadalupe; cura aquí nuestras llagas con el bálsamo de tus piedades, mezcla en nuestras acciones la canela de tus preciosos ejemplos, para que suban a Dios, como en otro tiempo el sacrificio de Noé, en olor de suavidad; aplícanos, si preciso es, aun la mirra amarga de los castigos, que tú tornarás dulces, como son los de una madre; llena tu santuario, que es aquí tu habitación, con el vapor odorífero de tus virtudes y atractivos, como incienso no cortado, sino del árbol producido, porque tú misma eres una fuente de amor y de misericordia, que bondadosamente los comunicas a tus hijos. Y así llegaré a verte, Madre mía amabilísima, planta aromática del Cielo, y a aspirar tus suavísimos perfumes, y a gozar tus dulcísimos frutos, por los siglos sin fin. Amén.

 

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

   


DÍA QUINTO - 7 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

  

ORACIÓN PARA EL DÍA QUINTO

 

   Cuánto anhela mi alma la dicha y la alegría, ¡oh mi querida Madre, María de Guadalupe! ¡Con qué sed insaciable, con qué especie de ávida codicia va pasando de criatura en criatura, como de flor en flor, o mejor, de miseria en miseria, tratando de encontrar lo que en sus ansias busca, y de hartarse de los goces que a veces proporcionan! Busca en ellas la dulzura de la miel y del panal, y llega pronto a cobrar una saciedad fastidiosa que le enferma y debilita. ¿Dónde está, pregunta ella angustiada, dónde está lo que busco día por día, y no encuentro sino engaño y horror? ¿Dónde se hallan la paz y la dicha, y la esperanza y la vida? Y una voz dulcísima, tierna y delicada, viniendo de lo alto, responde así: «Yo, como el terebinto, he extendido mis ramas, y mis ramas son de honor y de gracia. Yo, como la vid, he fructificado suavidad de olor, y mis flores son finitos de honor y probidad.... Pasad a mí los que me codiciáis, y seréis llenados con mis producciones. Porque mi espíritu más que la miel, es dulce, y mi heredad sobre la miel y el panal. Los que me comen, aún tendrán hambre, y los que me beben, aún tendrán sed. El que me escucha no será confundido». ¡Gracias, gracias mil, Madre mía! ¡He oído tu voz, y he sido iluminado; he escuchado tus palabras, y he quedado consolado! Tus frutos son de honor y de gracia, cuando los de las criaturas son de vergüenza y de miseria. Tú tienes como el terebinto ramas verdes y frondosas para cobijarme con tu sombra, y defenderme del sol de las persecuciones; tú tienes como la vid, olor de suavidad para confortarme, y flores de virtudes que son frutos del Espíritu Santo, honorables y santos; a ti me invitas a pasar dejando la vanidad de las criaturas y codiciando la verdadera dicha, que, después del Señor, en ti se encuentra; tú nos prometes llenarnos, cuando en el mundo nada nos llena y satisface; y no llenarnos de ti misma, sino de tus generaciones, es decir, de Jesús tu divino Hijo, que siendo uno solo, vale por mil mundos; tú, a los que el mundo llena de amarguras, nos participas de tu espíritu más dulce que la miel de los panales, y a los que las criaturas llenan de fastidiosa saciedad, nos ofreces en ti misma un manjar que mientras más se come, causa más hambre, y un licor que causa más sed mientras más de él se bebe. La voz del mundo y del demonio, es mentirosa e inquietante, y quien la escucha y la sigue padecerá la eterna confusión; pero tú nos adviertes que el que a ti escucha, jamás será confundido, y que el que, por ti, y en ti trabaja, no ensuciará su alma con el pecado, como los que trabajan en las miserables criaturas, antes los que te ilustran, cantando tus alabanzas y publicando tus glorias, y pregonando tus finezas, obtendrán la vida eterna. ¡Hoy vengo, pues, a ti, María de Guadalupe, y paso a ti, aceptando con toda mi alma tu gracioso convite! ¡Aquí vengo a huir de los tormentos de la tierra, cobijándome bajo las ramas del terebinto de los cielos; vengo a gozar del olor de la viña y a recrearme con sus frutos y sus flores; vengo a ser llenado del néctar de tu amor y de las generaciones de las virtudes de tu alma, y del fruto bendito de tu seno vengo a saciarme de ti, para no tener más amor a las terrenas bellezas, ni más hambre de sus halagos, ni más sed de agradarles! ¿Qué otra belleza puedo desear sino la belleza de mi Madre que me ama, de mi Madre que es Reina y soberana, de mi Madre que es el encanto de los Cielos y de la tierra, y nos deja su imagen para mirarla, y en ella recrearnos, y con ella alegrarnos y consolarnos mientras la vemos a Ella misma en el cielo? ¡Madre, Madre! Amarte quiero, venerarte, alabarte e ilustrarte aquí en la vida presente, mientras en mí cumples tu gloriosa promesa: «Los que me ilustran, obtendrán la vida eterna». Amén.

 

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

 


DÍA SEXTO - 8 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

 

ORACIÓN PARA EL DÍA SEXTO

 

   Cuando fuiste a visitar a Santa Isabel a las montañas, ¡oh amada Madre mía!, dos cosas la llenaban de admiración y de pasmo, y la hacían prorrumpir en grandes alabanzas: la una era tu persona que a su casa llegaba, y que, conociéndote con la luz de la Fe, y la dignidad a que habías sido sublimada, exclamaba en el trasporte de su gratitud y de su amor: «¿De dónde esto a mí, que venga la Madre de mi Señor a mí?». ¿De dónde viene tan gran bondad? ¿De dónde dimana tanta dignación que, a mí, pobre mujer, perdida entre estas montañas, venga, subiendo por ellas y arrostrando su aspereza, nada menos que la Madre del Señor, la que lleva a todo un Dios en su seno, a visitarme? Admiraban también a la Santa, los prodigiosos efectos de tu habla virginal. «Desde que sonó tu voz en mis oídos saltó de gozo el infante en mis entrañas», porque tu voz, ¡oh Madre mía! formada en aquella garganta, y salida de aquel pecho, donde la Divinidad habitaba, no podía menos de ser una voz saludable, difusiva de la gracia y expulsiva del pecado, y así fuiste por ella el instrumento de la santificación del Bautista, el mayor nacido entre los hombres. Mas ¡oh, y con cuánta razón nos recuerda la Iglesia en tu fiesta, este misterio, Virgen de Guadalupe! Porque si tú subiste, en vida mortal, de Nazaret a los montes a visitar una santa mujer, ahora, gloriosa en el Cielo, bajas de allí a otra montaña afortunada a visitar a tus humildes hijos; entonces llevabas a Jesús en tu purísimo seno, para que alumbrase al niño Juan, sacándolo de las tinieblas del pecado de origen; ahora vienes a hablar con otro Juan, de infantil sencillez; para hacerle promesas grandiosas, y por su medio y en tu imagen, traer a Jesucristo, por la Fe, para aquellos pueblos idólatras; entonces tu voz maternal colmó al infante de alegría y a su madre de espíritu profético; ahora, tu voz alegra al otro Juan, y le encanta hasta creerse al paraíso trasportado, y acarrea al pueblo la gracia de la Fe con el Bautismo; entonces, habitaste por tres meses en aquella casa, llenándola de paz y bendiciones, ahora te quedaste en tu imagen maravillosa, habitando por siglos en medio de nosotros, y pidiendo un templo en el sitio cercano a la ciudad, para tener tu casa no lejos de tus hijos, y vivir próxima a ellos, y asistir en medio de ellos, y estar siempre vigilante desde esa atalaya de amor maternal, y permanecer dispuesta siempre a recibirlos, a oír la relación de sus enfermedades y trabajos, a consolarlos en sus penas, y a bendecirlos en sus empresas y tareas. ¡Bendita seas, pues, Madre mía, por tu bondadosa visita: bendita por tu permanencia en nuestro suelo; bendita porque quisiste dejarnos tu peregrina imagen que tanto nos alegra y nos consuela! Como Santa Isabel aquí clamamos: ¿de dónde a nosotros tanta dicha que la Madre de Dios haya venido a nosotros? ¿De dónde tal favor? ¿De dónde tanta dignación? ¿De dónde ha de ser sino del amor de madre para con tus hijos, de la misericordia y la clemencia que en tu corazón tienen su asiento? Ayúdanos, Señora, a meditar estas finezas, a agradecer estas mercedes, y a corresponder estos favores, para que un día merezcamos ir a cantarlos eternamente en el Cielo. Amén.

 

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

 


DÍA SÉPTIMO - 9 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

  

ORACIÓN PARA EL DÍA SÉPTIMO

 

   «¿Quién es ésta que se adelanta como el sol, hermosa como la ciudad de Jerusalén?». Eres tú, Madre mía, que vienes a nuestro suelo, como el sol, porque contigo y por ti nos vino la luz de la Fe, y el conocimiento de Jesucristo, verdadero sol de justicia; eres tú que en la mañana de nuestra conversión del gentilismo, vienes como un sol a desbaratar las tinieblas de la idolatría, y a poner en fuga las fieras infernales, y a derramar la luz de la gracia y las virtudes, donde antes y por tantos siglos había reinado la noche de la idolatría, con sus crueldades y sus vicios; eres tú que reúnes en ti sola la hermosura de toda la celeste Jerusalén, porque tienes la elevación de los Ángeles, con el celo de los Apóstoles, la fortaleza de los Mártires, el fervor de los Confesores, con la cándida pureza de las Vírgenes; eres tú la más perfecta imitadora de Jesucristo, y la Reina de todos los Ángeles y los Santos. «Miráronte las hijas de Sion adornada con las flores de la primavera, y felicísima te aclamaron». Te miró Juan Diego, y se llenó de gozo: te miró el Prelado, rodeada de las rosas milagrosas, y lleno de lágrimas se prosternó ante ti para venerarte; te miraron cuantos allí estaban, y ensalzaron tu bondad, y confesaron tus misericordias; te vieron las hijas de Sion, las almas cristianas que en esos días te contemplaban, y no cesaban de alabarte y bendecirte, te han visto durante tres siglos las generaciones y ante tu imagen te han proclamado millares de voces bienaventurada, como en tu cántico anunciaste. «Flores aparecieron en nuestra tierra, y por ello te alabamos, Santa Madre de Dios». Flores hermosísimas, y de variadas formas; flores de diversos matices, y de gratos olores; flores frescas y lozanas con las gotas de rocío reluciendo en sus hojas, porque tú eres la mística rosa, que en tu seno llevaste al Rocío de los cielos; flores que atestiguaron tu fineza, y que pintaron tu imagen y que nacieron a tu soplo en un terreno estéril y en el helado invierno. ¿Cómo no alabarte por ello, Santa Madre de Dios, cuando esas flores son emblema de las virtudes que con tu mirada haces nacer en la dureza de nuestros corazones? Sí, Reina y Señora mía, haz germinar en mi alma los blancos lirios de la pureza; adórnala con los nardos aromáticos de los buenos ejemplos, enriquécela con las azucenas de la castidad, y con las violetas de la penitencia; pero sobre todo, embellécela con las flores que más allí se vieron: con las rosas de la caridad para con Dios y mis hermanos, para que presentándome aquí en tu santuario como una tierra desierta, sin camino y sin agua, a fin de ver tu virtud y tu gloria, aparezcan en mi las flores, como en otro tiempo en el estéril Tepeyac, y mis labios prorrumpan en alabanzas de la Madre de Dios, que tales maravillas obra con su poder, y tales favores concede por su misericordia. Y te cantaremos un cántico nuevo, porque cada día nos das nuevas pruebas del amor que nos tienes, y de la generosidad con que nos auxilias; y anunciaremos tu gloria entre las gentes; entre esas gentes que ignoran a Dios y no conocen sus beneficios, ni adoran su Providencia; entre esas gentes que a ti no te conocen, ni gozan de las dulzuras de su Madre, ni calman sus pesares a tus plantas. ¡Virgen de Guadalupe! ¡Ten compasión de tantas almas extraviadas! ¡Ten compasión de todos tus hijos! ¡Ten compasión de mí que te amo y te venero! Amén.

 

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

 


DÍA OCTAVO - 10 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

  

ORACIÓN PARA EL DÍA OCTAVO

 

   «Como el arco refulgente entre nubes de gloria; como flor de rosales en días de primavera», así, ¡oh Virgen de Guadalupe!, apareciste en otro tiempo al dichoso Juan, que entre los resplandores del iris te miraba, y escuchaba cantares de inaudita melodía, y ante la Flor de aquel campo, respiraba los más suaves perfumes. Como Juan, el discípulo amado, te miraba en proféticas visiones, allá en una isla solitaria, contemplando «una gran señal, una mujer vestida del sol, y la luna bajo de sus plantas, y en su cabeza una corona de doce estrellas», asi Juan Diego, el neófito de ti amado, te mira en el monte silencioso, no ya en visión, sino con los ojos del cuerpo, y te encuentra rodeada de los rayos del sol y de los vivos colores del iris y con la luna a tus pies, y con muchedumbre de estrellas que bordan tu regio manto. Mas si aquella misteriosa mujer no hablaba, sino sólo exhalaba dolorosos gemidos, tú, Señora, hablas manifestando tus voluntades, y pidiendo servicios que recompensarás como Reina; si a aquella mujer se le dieron alas para volar y retirarse al desierto, tú aquí, aunque volaste al Cielo de donde habías salido a visitarnos, eliges un nuevo desierto para morar en tu imagen y convertirlo, con sólo ello, en jardín delicioso. Mas si levantas tus ojos y al derredor con ellos miras, se te mostrarán los pueblos enteros que reunidos en piadosas congregaciones, y partiendo a veces, desde los puntos más lejanos, vienen a buscar aquí, no los curiosos espectáculos ni los grandiosos monumentos, ni las riquezas y pompas de las ciudades, sino sólo y únicamente a ti, que eres su Madre; tú eres la ciudad de Dios a la que se encaminan: tu imagen, el dulce espectáculo que los arrastra; tu templo y tu santuario, los piadosos monumentos que contemplan; tu culto y tus altares, las riquezas y las pompas que los maravillan; «todos ellos se han congregado y vinieron tan sólo para ti»; son hijos tuyos venidos desde lejos, o hijas tuyas a ti consagradas, y que morando en ti y contigo, no hacen más que salir como de tu lado para venir a visitarte. Y cuando llenos de gozo llegan a tus plantas, cuando cansados y fatigados descansan delante de tu altar y a la sombra de tu santuario, no encontrando palabras bastantes para alabarte y bendecirte, toman aquellas que la Iglesia les enseña, y que en otro tiempo se dirigían a la heroica Judith, figura tuya. ¡Oh Señora, Señora y Madre mía, Virgen de Guadalupe, encanto de mi alma! «Tú eres la gloria de Jerusalén», porque no tenemos en nuestras ciudades cosa más gloriosa y más excelsa que tú; «tú eres la alegría de Israel», porque todo el pueblo de Dios no tiene mayor alegría que en visitarte, y amarte e invocarte; «tú eres la honra soberana de tu pueblo», porque como no hay mayor honra que el ser hijos de Dios, la mayor, después de ella, es tenerte por Madre, y guardiana, y Protectora, y Patrona de nuestro pueblo, nombrada por los representantes más augustos de tu Hijo sobre la tierra. «Oh Santa Madre, libre de toda mancha, escogida por Aquél que rompió los vínculos de la muerte, haz, Clementísima Virgen, que tus hijos que con tanto gozo celebran tus fiestas se alegren con la verdadera luz de la santa Fe, que te pedimos te dignes con tus suplicas aumentarla en nosotros, así como afirmar nuestra esperanza y robustecer la caridad en nuestras almas; tú que eres nuestra esperanza, aparta de nosotros los azotes de la divina justicia; las guerras, la peste, el hambre y los temblores. Consuela a los presos y necesitados que gimen por su suerte, realiza los deseos de tus hijos y sana a los enfermos. Alegra nuestros días con la tranquilidad y la paz, apacigua las enemistades, y aplaca a los perversos que maquinan siempre males. ¡Oh María, Madre piadosísima! ampáranos benigna, para que después de los trabajos del destierro, vayamos a reinar y alabar eternamente a tu Hijo divino». Amén.

 

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

   


DÍA NOVENO - 11 DE DICIEMBRE

Por la Señal...

Acto de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.

    

ORACIÓN PARA EL DÍA NOVENO

 

   «No hizo cosa igual con ninguna otra nación», dijo el Sumo Pontífice Benedicto XIV al ver tu hermosa imagen, Virgen de Guadalupe, y esta palabra nos indica al mismo tiempo la grandeza de tus mercedes y la obligación de nuestro agradecimiento. Con ninguna otra nación te has mostrado Reina tan clemente, Soberana tan amable, Madre tan tierna; a ninguna has visitado en su cuna con visitas tan prodigiosas, con fines tan altos y con prendas perpetuas de tu amor y protección; a ninguna le has dejado una imagen tuya pintada por los Ángeles, estampada en el manto de uno de sus hijos, con tan peregrina hermosura, con tan vivos colores y con tan admirable duración. Pero si en ninguna nación has hecho tan grandes favores, ¿de cuál esperarías mayor agradecimiento, mas señales de amor y culto más reverente? Es cierto que las generaciones han pasado amándote y bendiciéndote, que los Prelados han tratado siempre de aumentar el esplendor de tu culto, y que los gobernantes han venido al pie de tu imagen a recoger con las insignias del mando, el acierto y la prudencia en el ejercicio de sus cargos, es cierto que tu santuario se ha ido renovando cada vez con más magnificencia, y que una rica corona te está preparada para mostrar cuanto el culto tiene de más grande en ensalzar las imágenes y hacerlas más venerables. Todo esto es cierto, Virgen de Guadalupe, pero ¿qué vale todo ello ante la grandeza de tus favores? ¿Qué proporción entre los homenajes de un culto que en todas partes te es debido, con los particularísimos beneficios que no se han concedido a ninguna otra nación? ¿Cómo podremos pues, oh Madre, mostrarte nuestro reconocimiento? ¿Qué te diremos, o qué nuevas palabras encontraremos para manifestarte nuestro amor y gratitud? ¡Bendita seas, Hija predilecta del Padre, Madre verdadera del Hijo, Esposa escogida del Divino Espíritu! ¡Bendita seas, Madre de los hombres, a quienes por hijos te dio Jesucristo en el Calvario! ¡Bendita seas, porque has mostrado con nosotros entrañas de verdadera Madre, no haciendo con ninguna otra nación tan singulares finezas! «Yo soy la verdadera Madre de Dios»; dijiste al neófito sencillo en tu visita; y amorosa habiéndole das el tierno nombre de hijo, y aun de hijo pequeñuelo, y tierno, y muy querido; y amorosa, habiéndole, le indicas que conviene que él, pobre y humilde, y no otro alguno, sea tu mensajero y tu ministro en la grande fineza que quieres mostrarnos; y amorosa, habiéndole, le prometes que recompensarás su obediencia ¡como si el servirte a ti, Reina del cielo, no fuese la más dulce delicia, y la mejor de las recompensas! Amorosa, habiéndole, le dices que has sanado a su enfermo, obrando en su favor tan misericordiosa maravilla, y amorosamente habiéndole, le prometes que en el templo que se levante, te mostrarás Madre amorosa y tierna de cuantos te invocaren. ¡Oh, y cuán perfectamente has cumplido en tantos años tu promesa, Virgen de Guadalupe! Aquí has enjugado millares de veces nuestras lágrimas; aquí has aclarado nuestras dudas; aquí has despertado o afirmado sacerdotales o religiosas vocaciones, y bendecido y hecho felices cristianos matrimonios; aquí has remediado males sin medida, angustias privadas que oprimían los corazones, y públicas calamidades que agobiaban a los pueblos; aquí has seguido siempre amorosamente hablando a todos tus hijos; amorosa hablando a los justos para que no se desvíen, diciéndoles suavemente en lo más hondo de su alma: «Yo soy la madre del hermoso amor, y del temor y del conocimiento y de la santa esperanza. En mí hallaréis toda gracia para continuar en el camino de la verdad, en mí toda esperanza de vivir la vida de las virtudes», amorosa hablando a los pecadores, exhortándolos a llegar a ti, y a llenarse de los frutos que produces, y de los sentimientos de contrición que despiertas, y de las virtudes que comunicas: amorosa hablando a las almas afligidas, invitándolas a participar de tu espíritu, más dulce que la miel, y de tu herencia más regalada que el panal; amorosa hablando a las almas tibias y olvidadas, recordándoles que tu memoria vive en el pueblo cristiano por las generaciones de los siglos. ¡Yo también quisiera ahora amorosamente hablarte, Madre de Dios, y guarda de las Vírgenes, Puerta del celestial palacio, nuestra esperanza en la tierra, y en el cielo gozo; con filial amor quisiera ahora hablarte, Paloma de inmortal belleza que moras entre plantíos de azucenas; vara que germinas desde la raíz, la medicina de nuestras llagas; torre cerrada siempre y vedada al infernal dragón; estrella amiga de los navegantes que se hallan en peligro de naufragio! ¡Protégenos, oh Madre en las decepciones de la tierra que amargan tanto nuestra vida! Faro luciente del Tepeyac, dirígenos con los rayos de tu luz argentada; disipa las tinieblas de tantos errores, líbranos de los peligrosos escollos y muéstranos una segura vía, entre las tempestuosas olas del mar de este mundo. Y a mí, tu pobre siervo, que tanto te amo, alcánzame del Señor la gracia especial que te he pedido en estos días, si a mi alma no fuere dañosa, ni estorbare la gloria de mi Dios y Señor. ¡Bendita seas, Reina y Señora mía! ¡Bendita seas, Virgen de Guadalupe! Te dejo mi corazón, te entrego mi alma, para que a Dios la lleves; ¡bendíceme en mi vida, bendíceme en mi muerte! Amén.

 

—Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

 


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