Novena
escrita por el Padre Gabino Chávez Lanuza, con Imprimátur otorgado por el
Obispado de León (Guanajuato) el 18 de Marzo de 1895, que concedió 40 días de
Indulgencia por cada día de la Novena; y Mons. Ignacio Arcigas, Arzobispo de
Michoacán, otorgó por esta Novena 80 días de Indulgencia.
COMENZAMOS: 3 de diciembre.
FINALIZAMOS: 11 de diciembre.
FESTIVIDAD: 12 de diciembre.
NOVENA EN
HONOR A NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
℣.
Señor, abrirás mis labios.
℟.
Y mi boca anunciará tu alabanza.
℣.
Dios mío, entiende en mi ayuda.
℟.
Apresúrate, Señor, en socorrerme.
Gloria al Padre, al
Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, y ahora, y siempre, y por
los siglos de los siglos. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh Señor y Dios mío!, que has hecho notoria tu
salud, haciendo que por todo el universo se dé a conocer la Redención y se
predique la santa Fe en la cual nosotros tuvimos la dicha de nacer, y que has
revelado en presencia de todas las naciones, y delante de los ciegos gentiles la
gloria del Redentor, mira, Señor, cuán ingratos hemos sido a este grande
beneficio que a nosotros por medio de la Virgen María nos concediste, cuando se
dignó bajar a nuestro suelo a apresurar la conversión de estos pueblos
infieles, ablandando sus corazones y docilitándolos para que recibiesen la luz
de la Fe, con los inmensos bienes que a las almas comunica; yo te ruego, Señor,
que perdonando mi desagradecimiento y todos mis pecados, hagas también notoria
para mí tu salud, convirtiéndome de veras a tu amor y servicio, y la hagas
notoria en mí a los otros, para que ayude con mis buenos ejemplos a que mi
Salvador sea de todos amado y conocido; te pido que reveles la gloria del
Redentor con la conversión de los pecadores delante de las almas mundanas que, abandonando
las prácticas piadosas y apartadas de los sacramentos, parecen verdaderos
gentiles, sepultados en las sombras de la muerte y del pecado. Haz
nacer, Señor, para ellos y para mí, te lo ruego, la luz indeficiente, que,
recorriendo el profundo abismo de mi corazón, y posándose sobre las olas
agitadas del mar de mis pasiones, en mí habite, y en mí radique para pertenecer
de este modo a los escogidos que son heredad tuya. Así sea.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
¡Virgen de Guadalupe, amada Madre mía! ¡Qué dulce es para un hijo el poder cantar con toda
confianza la gloria y la hermosura de su Madre! ¡Cuánto se goza al poder
aplicarte con la Iglesia las grandiosas palabras que de la Sabiduría eterna
están escritas! Sí, Señora y Reina de lo criado: desde el nacimiento del
sol hasta el ocaso, tu nombre, así como el de tu Unigénito, es grande en las
naciones. El suyo es infinitamente grande, como que es nuestro Dios, nuestro
Padre y Redentor, cuyo nombre es sobre todo nombre; mas el tuyo es inmensamente
grande, pues eres su verdadera Madre, como a Juan Diego le dijiste, y eres la
Reina del mundo, y el encanto de la tierra y la alegría de los cielos. Tú
habitabas con Jesús tu Hijo en las más encumbradas alturas, y tu trono estaba
colocado sobre una columna de luciente nube, cuando te dignaste ser encontrada
por los que no te buscaban, porque apenas te conocían, y no habían
experimentado la dulzura de tu bondad, ni la ternura maternal de tu amor, ni la
grandeza de tu misericordia. Aún no te interrogaban como hijos a su madre, que
les enseñe y les instruya; aún no se dirigían a la Madre de la luz y del
conocimiento, preguntándole por el camino que habían de seguir, y por las
verdades y máximas que debían practicar, y ya tuviste la dignación de
aparecerles en persona de uno de sus hijos, y aparecerles, no en enigma ni
escondida, sino llena de luz, y a las claras, dejando ver tu virginal
semblante, y respirar tu celestial aroma, y escuchar tu dulce y arrebatadora
voz. Sí, Madre mía, allí te vio el amado Juan, tan graciosa como la paloma que
sube de los ríos de las aguas, cuyo olor inestimable impregnaba sus vestiduras.
Allí te vio la última vez, cuando a manera de días primaverales, las flores de
los rosales y los lirios de los valles te cercaban, pues tu planta los había
hecho brotar de repente en el monte desierto. Y si a los hombres que aún no te
interrogaban, tan dulce y tan hermosa apareciste, también con tu presencia en
nuestro suelo respondes a los Ángeles que tres veces admirados preguntan: «¿Quién
es esta que va subiendo como la aurora al despuntar?» ...
¡Eres tú, oh hija de Sion, toda hermosa y toda
suave; como la luna, hermosa; como el sol, escogida! «¿Quién
es esta que cual varilla de humo aromático de mirra y de incienso, va subiendo
por el monte desierto?». ¡Es la hermosísima
paloma, la amiga y esposa del Dios eterno! «¿Quién es esta que como el
sol se adelanta, y viene con la belleza de la Jerusalén celeste, de dónde ha
salido para visitar a los hombres?». ¡Es la que vieron las hijas de Sion y feliz la llamaron las
almas de nobleza real, y la colmaron de alabanzas! ¡Oh Reina y Madre mía! Hoy
todos los términos de esta tierra, han visto la salud de nuestro Dios; todos
los confines de nuestra República han resonado con tus glorias, tus hijos han
entonado tus alabanzas, te han agradecido en el alma tus finezas; en
peregrinaciones han entrado a tu tabernáculo, y han adorado al Señor en el
lugar donde tus plantas se posaron. Y yo también con todos tus
hijos te visito, Madre mía; yo te alabo, yo proclamo tus glorias, yo agradezco
con todo mi corazón tus favores, y te pido me concedas el mayor de todos ellos,
que es el ir a conocerte y a amarte, y a alabarte, y contigo a gozar de Dios en
los cielos. Amén.
Antífona: Tabernáculo de Dios es María, colocado en
medio de su Ciudad, y no será conmovido. Ave
María.
℣.
Virgen de Guadalupe.
℟.
Ruega por nosotros.
Antífona: Tú has salido para la salud de tu pueblo;
para su salud has salido con Jesucristo tu Hijo. Ave María.
℣.
Virgen de Guadalupe.
℟.
Ruega por nosotros.
Antífona: Gloriosas cosas de ti han sido dichas, oh
Ciudad de Dios: el Señor te ha fundado sobre las santas montañas. Ave María.
℣.
Virgen de Guadalupe.
℟.
Ruega por nosotros.
Antífona: Una gran señal apareció en el cielo: era
una mujer cubierta por el sol, y la luna debajo de sus pies. Ave María.
℣.
Virgen de Guadalupe.
℟.
Ruega por nosotros.
Antífona: El pueblo que caminaba en tinieblas, vio
una gran luz; para los que habitaban en la región de la sombra de la muerte, la
luz les ha nacido. Ave María.
℣.
Virgen de Guadalupe.
℟.
Ruega por nosotros.
Gloria al Padre,
al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, y ahora, y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
℣.
Madre mía, a ti de lejos vendrán tus hijos.
℟.
Y de tu lado se alzarán tus hijas.
DÍA PRIMERO - 3 DE DICIEMBRE
ORACIÓN PARA EL DÍA
PRIMERO.
En tus labios, Madre
mía de Guadalupe, ha puesto la Iglesia las mismas palabras, que en otro
tiempo dijo el Señor, cuando se le erigió aquel magnífico templo por el rey
Salomón: «Yo escogí y santifiqué este lugar, para
que allí esté mi nombre y permanezcan mi corazón y mis ojos todos los días». ¡Qué tres dones tan
señalados! ¡Qué tres prendas tan dulces y preciosas! ¡Tu nombre, tu corazón y
tus ojos! ¡Tu nombre, de Guadalupe; tu corazón de Reina, y tus ojos de Madre! Déjame,
¡oh Reina y Madre!, valorizar estas prendas
que nos diste; déjame meditar sus excelencias y su precio. Tú escogiste y
santificaste el sitio de tus apariciones; benignamente lo escogiste entre todos
los sitios de la tierra para colmarlo de favores de gracias; lo escogiste
porque lo quisiste; lo escogiste porque lo amaste; lo escogiste por una
predilección inaudita e inmerecida. Y porque lo escogiste lo santificaste: lo
santificaste con tu celestial y santa presencia, con tus benignas y varias
visitas, como santificaste las montañas de Judá con tu visita a Santa Isabel;
lo santificaste, mandando erigir allí un Santuario y haciendo para él
dulcísimas promesas; lo escogiste y santificaste, para que allí estuviera tu
nombre, no sólo el nombre glorioso y bendito de María, Madre de Dios, sino el
nombre querido de Guadalupe, la nacida entre las peñas, porque quiere nacer
siempre por su amor y devoción en la dureza de nuestros corazones; la que
ahuyenta a los que nos devoran, pues ahuyentó entonces a los demonios y a los
ídolos, y ha seguido ahuyentando todos los males que devoran nuestro cuerpo,
las pestes que devoran nuestra vida, las inundaciones que devoran nuestras
ciudades, y los enemigos aún más terribles que se revuelven como leones
rugientes pretendiendo devorarnos. Escogiste y santificaste ese lugar para que
permanezca en él tu corazón de Reina Clementísima, tu corazón que se inclina a
perdonar a los reos, a acoger a los pecadores, a ayudar a los miserables, a
socorrer a los pobres, a consolar a los afligidos, a auxiliar a los cristianos;
tu corazón, que después del de Jesús, es el más tierno, el más benigno, el más
compasivo y el más generoso de los corazones. Escogiste el lugar y lo
santificaste, para que permanezcan allí, junto con tu corazón, también tus
ojos. ¡Oh, ojos dulces de Paloma sin mancha! ¡Oh,
ojos sencillos y puros que con sus miradas hicieron volar al Esposo, como dice
el divino Cantar! ¡Oh, ojos dulcísimos y misericordiosos! ¿Conque aquí nos los dejaste, Madre mía? ¿Conque en tu
imagen los tenemos, y misteriosamente bajos, no mirando como en Lourdes el azul
de los cielos, sino inclinados a nuestro pobre suelo, para mirar y penetrar las
necesidades y penas de tus hijos? ¡Oh, ojos
de Madre y de Reina! Ojos de Madre para compadecernos, y ojos de Reina
para ayudarnos; ojos de Madre para mirarnos con ternura inefable; y ojos de
Reina para socorrernos con generosidad indecible. ¡Oh
Madre mía de Guadalupe! Aquí cumples todos los días con nosotros lo que
te piden tus hijos por toda la redondez de la tierra cuando te cantan: «vuelve
a nosotros esos tus ojos misericordiosos». Vueltos los tienes.
Señora, en tu imagen hacia nosotros, siempre mirándonos, amándonos y
compadeciéndonos. Danos, Virgen Santísima, danos de nuevo
ahora tu nombre, para que luchando contra los enemigos conservemos nuestra fe
tan combatida; danos tu real corazón para que levante nuestra esperanza,
haciéndonos confiar en tus larguezas; danos tus ojos dulces, hermosos, puros,
compasivos y tiernos para que ellos nos enciendan, pues son antorchas de amor
santo y divino, en las llamas de la caridad, a fin de que logremos amar
ardientemente a Jesucristo, y después de este destierro, mostrándonoslo tú,
gozarlo por los siglos de los siglos. Amén.
GOZOS GUADALUPANOS
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
Cuando
me acuerdo, ¡oh
Madre!
De
tu visita,
Y
que al suelo bajaste
Por
darme vida,
De
gratitud mi pecho
Luego
se colma,
Pues
serme, prometiste,
Madre
amorosa.
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
Al
dichoso Juan Diego
Le
tengo envidia,
Pues
como él no te escucho
Madre
querida;
Pero
miro tu imagen;
Y
al contemplarla,
¡Es tan
dulce y tan bella
Que arroba
mi alma!
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
Tus
ojos de paloma
A
mí inclinados,
Me
anuncian el remedio
De
mis trabajos:
Pues
misericordiosos
Son
con tus hijos,
Ellos
a Dios, airado,
Me
harán propicio.
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
Mil
veces en mis tristes
Y
amargas penas,
En
nadie hallo consuelo;
Tú
me consuelas.
Sólo
el verte me alivia,
Y
vengo a verte,
Y
salgo consolado
Siempre,
sí, ¡siempre!
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
¡No sé qué
hallo en tu imagen
Que me
regala!
Fijo
en ella mis ojos
Y
veo tu cara,
Y
hallo dulcedumbre
Que
guardo dentro,
Y
deseo aún más el verte
Y
a verte vuelvo.
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
Juntas
tus lindas manos
Orando
al cielo,
Contigo
a orar me invitan
Con
tierno ruego;
Y
tus plantas, posadas
Sobre
el querube,
Me
guían al cielo, ¡oh
Virgen
De
Guadalupe!
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
El
sol, para vestirte,
Sus
rayos manda.
Y
la luna te sirve
De
humilde peana,
Y
el querubín alado,
Tu
manto coge,
Y
a tus plantas disfruta
De
inmenso goce.
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
Las
estrellas que ocupan
El
vasto espacio,
Cual
otro cielo adornan
Tu
regio manto;
Haz
que así tus virtudes
¡Oh dulce
Reina!
Iluminen
de mi alma
Las
tres potencias.
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
Virgen
de Guadalupe,
Reina
y Señora,
Recibe
de mi canto
La
última estrofa;
¡Adiós, mi
amada madre,
Dueña de
mi alma,
Mi corazón
te dejo,
Tenlo a
tus plantas!
Virgen
y Madre mía
De
Guadalupe,
¡Deja que
tus encantos
Mi alma
disfrute!
ORACIÓN
Oh Dios, que, habiéndonos colocado bajo el
patrocinio singular de la beatísima Virgen María, nos has querido colmar de
continuos beneficios, concede a los que humildemente te
suplicamos, que los que hoy nos regocijamos en la tierra con su memoria, algún
día nos gocemos con su presencia allá en los cielos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO - 4 DE DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
SEGUNDO
¡Oh amada Madre mía de Guadalupe! en
cuya boca pone la Santa Iglesia estas palabras: «Yo
hice en los cielos que naciera la luz indeficiente, y como niebla, cubrí la
tierra toda»; tú, como Madre del Verbo encarnado,
luz de luz, y verdadero Dios de Dios verdadero, fuiste quien le hiciste nacer
en el tiempo, para que viniese a alumbrar, como anunció Zacarías, a los que
están sentados en las tinieblas y en la sombra de la muerte; el oficio de la
aurora que hace lucir el sol para el mundo, lo hiciste, Virgen Santa, de un
modo especial para con nosotros, cuando te dignaste aparecer en nuestro suelo,
y venir a ser la aurora del sol de la Fe, naciente entonces entre pueblos
idólatras y ciegos. Tú alumbraste a los unos para que no desconociesen en los
pequeñuelos la dignidad humana; tú ablandaste a éstos para que gozosos
aceptasen el yugo suave de la Fe y de la Ley divina; tú diste esfuerzo a los
hombres apostólicos para proteger a la pequeña grey, y unción a su palabra para
introducir la Fe en los corazones; tú, al mismo tiempo, hiciste nacer en estos
tus hijos la indeficiente luz del Evangelio, y como niebla, pura y refrescante,
los protegiste del ardor de las persecuciones y de la furia de sus enemigos. ¡Bendita seas, Señora y Madre mía, por tan grande
dignación! ¡Alabada seas por tanta bondad y misericordia! Mas ahora
vengo a suplicarte que te dignes continuar los mismos soberanos oficios con
nosotros: la luz de la Fe se ha obscurecido con millares de errores que por
todas partes circulan; la claridad del Evangelio se ha ofuscado con las
perversas máximas que se proclaman y se practican; el ardor de la persecución
(más que nunca obstinada), vuelve a fatigar y a entristecer a los fieles. Haz de
nuevo que luzca más pura la luz de la Fe, para que se afirme en los corazones
que esté debilitada, y alumbre a los que no la han visto o la tienen perdida. Refrigéranos
con tu sombra bienhechora, para que el sol de la adversidad no nos haga
sucumbir en la lucha, que sostenemos con todos los elementos de corrupción que
nos rodean. Afírmate en la montaña de Sion, y ten tu descanso en la ciudad
santificada por tu elección y tu presencia; despliega en Jerusalén tu poder de
excelsa Reina, y extiende más y más las raíces de tu amor y devoción en este
pueblo que tanto has honrado con tu visita, y a quien has dejado por heredad tu
imagen tan querida. Y pues
en la plenitud de los santos está tu perpetua morada, y pues donde está la
madre morar deben los hijos, trasládanos desde las tinieblas del destierro, a
las felices mansiones de la Luz increada. Amén.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA TERCERO - 5 DE DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
TERCERO
Enséñame,
Señora y Madre mía de Guadalupe, ¿por qué te comparas con el cedro del Líbano, con el
ciprés del monte Sion, con la palma de Cades, y con la rosa de Jericó? ¿Por qué
te llamas la hermosa Oliva en medio de los campos, y te muestras levantada como
el plátano junto a las aguas y en medio de las plazas? ¡Ah! ¡Es porque las más lindas producciones de la
naturaleza son figuras, aunque débiles, de tu inefable hermosura, y símbolo de
tus grandezas, y cifra de tus virtudes! Tú eres el cedro de altura
inexplicable, porque así como el cedro se eleva mucho más que los otros
árboles, así tú estás elevada sobre todos los santos, y como en tu Asunción la
Iglesia canta sobre los mismos coros de los ángeles; eres tú, cedro, Madre mía,
por la rectitud de tu conducta y de tu intención y de tu alma; pues el cedro es
derecho y levantado; eres cedro por la solidez de tu fe, que firme y constante
estuvo en los días de la pasión y de tu llanto; cedro eres tú, Virgen María,
por la incorrupción de tu alma sin pecado, y la de tu cuerpo en el sepulcro y
en el cielo; cedro eres en el Líbano del Tepeyac, por la incorrupción del
frágil lienzo y la duración prodigiosa de tu imagen. Como el ciprés del monte
Sion, eres, Señora, porque recta te elevas hacia el cielo, en lo alto de
nuestras montañas; porque tu verdor nunca se marchita, ni tu poder se amengua,
ni tu bondad se acaba; porque eres la hermosura del jardín de la Iglesia, y a
todos nos encaminas a lo alto de la gloria, como el ciprés apunta siempre al
cielo con su punta. Palma eres de Cades, Virgen de Guadalupe, porque en un monte,
antes desierto, como palma apareciste, suave, hermosa, excelsa, y de rayos
coronada como la palma de sus hojas; palma de duración perpetua, porque
perpetuamente nos acompañas y estás en medio de nosotros; palma, porque ella es
emblema de triunfo, y por ti triunfamos del error y la mentira; palma que
levantada al cielo deja colear sus frutos a la tierra, como tú, Reina y Señora
de los Ángeles, nos ofreces aquí tus beneficios y mercedes; y palma también,
porque en el tejido de la fibra de la palma, nos dejaste tu imagen soberana. Tú
eres la rosa y plantación de rosas en Jericó, porque eres Virgen y plantación
de vírgenes en la Iglesia. Rosa eres porque eres Reina de los santos, como la
rosa es reina de las flores; rosa, porque embalsamas las almas con tu aroma,
como la rosa embalsama con el suyo los jardines; rosa de resplandeciente
blancura por tu inocencia, y de purpurinos matices por tus dolores; rosa
mística aclamada por los fieles del mundo entero, y rosa del Tepeyac, al cual
adornas con tu hermosura, y embalsamas con tu olor, y engrandeces con tu
atractivo; rosa a cuyo imperio brotaron otras rosas en medio del invierno para
pintar tu imagen y testificar tu presencia. Tú eres la hermosa oliva en medio
de los campos, que derramas por todas partes suaves frutos de misericordia y de
consuelo, produciendo el óleo que ilumina las mentes y nutre las almas, y cura
las llagas y dolencias; tú has sido levantada como el plátano que, regado con
el agua de las gracias más copiosas, alegra con su vista, y recrea con su
frescura, y refresca con su sombra, y vigoriza con sus frutos. ¡Oh Madre y Reina mía! Sé tú
para mi corazón el cedro que me comunique la incorrupción de la castidad; el
ciprés que me guíe al cielo rectamente; la palma que me haga alcanzar el
triunfo sobre mis pasiones, y la rosa que me encienda en el amor a mi Dios y a
mis hermanos. Sé tú, ¡oh Virgen de Guadalupe!, la oliva que me alcance la misericordia del
Señor en esta vida, y el árbol frondoso que me haga gozar del fruto de vida
eterna, en el dulcísimo Jesús, fruto bendito de tu vientre. Así sea.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA CUARTO - 6 DE DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
CUARTO
¡Virgen de Guadalupe! Cuán grande te contemplo en
las prerrogativas y excelencias que el Señor te concedió, y por las cuales eres
comparada con los árboles más bellos y elevados, con el cedro y el ciprés, y
con la palma y con el plátano; pero no menos me admiran y me aprovechan tus
humildes y profundas virtudes, significadas por arbustos pequeños, pero
preciosos para el hombre por los frutos y provechos que le traen; por eso dices
con la Iglesia de ti misma: «Como el cinamomo y el bálsamo que
produce aromas, he exhalado yo olor; como la mirra escogida, suave perfume
derramé», y te comparas luego con varias
especies aromáticas, y terminas asegurando que tu olor es el del bálsamo puro y
no mezclado, y que con incienso no cortado aromaste tu habitación. Mas ¿por qué tantos modos de aromas y de olores? ¿Por qué
tantas especies curativas y estimadas? Porque todas las virtudes, juntas
y mezcladas en tu corazón nobilísimo, embalsaman al Cielo y a la tierra, y a
los Ángeles y a los hombres; porque como el cinamomo o la canela, que se mezcla
a las viandas para hacerlas olorosas y delicadas, tus virtudes, y tu culto, y
tu nombre y tu imagen se mezclan entre todos los fieles de todas las edades,
para hermosear y alentar nuestra vida; y como el bálsamo, originario de la
Judea, a todas partes ha sido transportado para aprovechar su precio y sus
virtudes, así tú, de la Judea has sido llevada por todo el Universo, y como
bálsamo que derrama salud y suave olor, viniste a establecerte en medio de
nosotros. ¡Oh, y cuántas almas has embalsamado aquí
con el aroma de tus virtudes! ¡Cuántas has atraído con la suavidad de tu conversación
y de tu trato! ¡Cuántas y cuántas has curado con el bálsamo del consuelo,
calmando aquí sus penas, aliviando sus dolencias y sanando las llagas que las
propias pasiones, a las ingratas criaturas habían abierto y enconado! Es
cierto que a veces los remedios habrán sido amargos, y las curaciones
dolorosas, porque también eres mirra escogida, que, en el monte de la mirra, es
decir, en el Calvario, tomaste parte en las amarguras de la Pasión; pero en tus
inefables dolores, cobraste virtud para curar todas las penas de tus hijos, o
para quitar al menos lo amargo de sus sufrimientos, dejando para ti la mirra de
la Cruz, y siendo allí mismo, y por ella, la suavidad de olor para calmar las
ajenas amarguras. Así, oh Madre, tú eres para tus devotos, el bálsamo de la
misericordia, no mezclado con nada acre ni nada amargo; el bálsamo no mezclado
con la hiel de la ira, que unge los corazones y les proporciona el perdón y la
salud. Y esto hace decir a tu devotísimo siervo San Buenaventura, que «el olor de María, fue como la canela en la corteza de la
conversación; como bálsamo interiormente en la unción de su devoción; como mirra
en el amargor del castigo; que fue su olor, el de la canela en sus santas
acciones; el del bálsamo en su suavísima contemplación, y el de la mirra
durante la amarguísima Pasión». Derrama, pues, estos preciosos aromas
desde tu imagen embalsamada, Virgen de Guadalupe; cura
aquí nuestras llagas con el bálsamo de tus piedades, mezcla en nuestras
acciones la canela de tus preciosos ejemplos, para que suban a Dios, como en
otro tiempo el sacrificio de Noé, en olor de suavidad; aplícanos, si preciso
es, aun la mirra amarga de los castigos, que tú tornarás dulces, como son los
de una madre; llena tu santuario, que es aquí tu habitación, con el vapor
odorífero de tus virtudes y atractivos, como incienso no cortado, sino del
árbol producido, porque tú misma eres una fuente de amor y de misericordia, que
bondadosamente los comunicas a tus hijos. Y así llegaré a verte, Madre mía
amabilísima, planta aromática del Cielo, y a aspirar tus suavísimos perfumes, y
a gozar tus dulcísimos frutos, por los siglos sin fin. Amén.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA QUINTO - 7 DE DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
QUINTO
Cuánto
anhela mi alma la dicha y la alegría, ¡oh mi
querida Madre, María de Guadalupe! ¡Con qué sed
insaciable, con qué especie de ávida codicia va pasando de criatura en
criatura, como de flor en flor, o mejor, de miseria en miseria, tratando de
encontrar lo que en sus ansias busca, y de hartarse de los goces que a veces
proporcionan! Busca en ellas la dulzura de la miel y del panal, y llega
pronto a cobrar una saciedad fastidiosa que le enferma y debilita. ¿Dónde está, pregunta ella angustiada, dónde está lo que busco día por día, y no encuentro sino
engaño y horror? ¿Dónde se hallan la paz y la dicha, y la esperanza y la vida? Y
una voz dulcísima, tierna y delicada, viniendo de lo alto, responde así: «Yo,
como el terebinto, he extendido mis ramas, y mis ramas son de honor y de
gracia. Yo, como la vid, he fructificado suavidad de olor, y mis flores son
finitos de honor y probidad.... Pasad a mí los que me codiciáis, y seréis
llenados con mis producciones. Porque mi espíritu más que la miel, es dulce, y
mi heredad sobre la miel y el panal. Los que me comen, aún tendrán hambre, y
los que me beben, aún tendrán sed. El que me escucha no será confundido». ¡Gracias, gracias mil,
Madre mía! ¡He oído tu voz, y he sido iluminado; he escuchado tus palabras, y
he quedado consolado! Tus frutos son de honor y de
gracia, cuando los de las criaturas son de vergüenza y de miseria. Tú tienes
como el terebinto ramas verdes y frondosas para cobijarme con tu sombra, y
defenderme del sol de las persecuciones; tú tienes como la vid, olor de
suavidad para confortarme, y flores de virtudes que son frutos del Espíritu
Santo, honorables y santos; a ti me invitas a pasar dejando la vanidad de las
criaturas y codiciando la verdadera dicha, que, después del Señor, en ti se
encuentra; tú nos prometes llenarnos, cuando en el mundo nada nos llena y
satisface; y no llenarnos de ti misma, sino de tus generaciones, es decir, de
Jesús tu divino Hijo, que siendo uno solo, vale por mil mundos; tú, a los que
el mundo llena de amarguras, nos participas de tu espíritu más dulce que la
miel de los panales, y a los que las criaturas llenan de fastidiosa saciedad,
nos ofreces en ti misma un manjar que mientras más se come, causa más hambre, y
un licor que causa más sed mientras más de él se bebe. La voz del mundo y del
demonio, es mentirosa e inquietante, y quien la escucha y la sigue padecerá la eterna
confusión; pero tú nos adviertes que el que a ti escucha, jamás será
confundido, y que el que, por ti, y en ti trabaja, no ensuciará su alma con el
pecado, como los que trabajan en las miserables criaturas, antes los que te
ilustran, cantando tus alabanzas y publicando tus glorias, y pregonando tus
finezas, obtendrán la vida eterna. ¡Hoy vengo,
pues, a ti, María de Guadalupe, y paso a ti, aceptando con toda mi alma tu
gracioso convite! ¡Aquí vengo a huir de los tormentos de la tierra, cobijándome
bajo las ramas del terebinto de los cielos; vengo a gozar del olor de la viña y
a recrearme con sus frutos y sus flores; vengo a ser llenado del néctar de tu
amor y de las generaciones de las virtudes de tu alma, y del fruto bendito de
tu seno vengo a saciarme de ti, para no tener más amor a las terrenas bellezas,
ni más hambre de sus halagos, ni más sed de agradarles! ¿Qué otra belleza puedo desear sino la belleza de mi
Madre que me ama, de mi Madre que es Reina y soberana, de mi Madre que es el
encanto de los Cielos y de la tierra, y nos deja su imagen para mirarla, y en
ella recrearnos, y con ella alegrarnos y consolarnos mientras la vemos a Ella
misma en el cielo? ¡Madre, Madre! Amarte
quiero, venerarte, alabarte e ilustrarte aquí en la vida presente, mientras en
mí cumples tu gloriosa promesa: «Los que me ilustran,
obtendrán la vida eterna». Amén.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SEXTO - 8 DE DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
SEXTO
Cuando fuiste a visitar a Santa Isabel a las
montañas, ¡oh amada Madre mía!, dos cosas la
llenaban de admiración y de pasmo, y la hacían prorrumpir en grandes alabanzas:
la una era tu persona que a su casa llegaba, y que, conociéndote con la luz de
la Fe, y la dignidad a que habías sido sublimada, exclamaba en el trasporte de
su gratitud y de su amor: «¿De dónde esto a mí, que venga la Madre
de mi Señor a mí?». ¿De dónde viene tan
gran bondad? ¿De dónde dimana tanta dignación que, a mí, pobre mujer, perdida
entre estas montañas, venga, subiendo por ellas y arrostrando su aspereza, nada
menos que la Madre del Señor, la que lleva a todo un Dios en su seno, a visitarme?
Admiraban
también a la Santa, los prodigiosos efectos de tu habla virginal. «Desde
que sonó tu voz en mis oídos saltó de gozo el infante en mis entrañas»,
porque tu voz, ¡oh Madre mía! formada en
aquella garganta, y salida de aquel pecho, donde la Divinidad habitaba, no
podía menos de ser una voz saludable, difusiva de la gracia y expulsiva del
pecado, y así fuiste por ella el instrumento de la santificación del Bautista,
el mayor nacido entre los hombres. Mas ¡oh, y con
cuánta razón nos recuerda la Iglesia en tu fiesta, este misterio, Virgen de
Guadalupe! Porque si tú subiste, en vida mortal, de Nazaret a los montes
a visitar una santa mujer, ahora, gloriosa en el Cielo, bajas de allí a otra
montaña afortunada a visitar a tus humildes hijos; entonces llevabas a Jesús en
tu purísimo seno, para que alumbrase al niño Juan, sacándolo de las tinieblas
del pecado de origen; ahora vienes a hablar con otro Juan, de infantil
sencillez; para hacerle promesas grandiosas, y por su medio y en tu imagen,
traer a Jesucristo, por la Fe, para aquellos pueblos idólatras; entonces tu voz
maternal colmó al infante de alegría y a su madre de espíritu profético; ahora,
tu voz alegra al otro Juan, y le encanta hasta creerse al paraíso trasportado,
y acarrea al pueblo la gracia de la Fe con el Bautismo; entonces, habitaste por
tres meses en aquella casa, llenándola de paz y bendiciones, ahora te quedaste
en tu imagen maravillosa, habitando por siglos en medio de nosotros, y pidiendo
un templo en el sitio cercano a la ciudad, para tener tu casa no lejos de tus hijos,
y vivir próxima a ellos, y asistir en medio de ellos, y estar siempre vigilante
desde esa atalaya de amor maternal, y permanecer dispuesta siempre a
recibirlos, a oír la relación de sus enfermedades y trabajos, a consolarlos en
sus penas, y a bendecirlos en sus empresas y tareas. ¡Bendita
seas, pues, Madre mía, por tu bondadosa visita: bendita por tu permanencia en
nuestro suelo; bendita porque quisiste dejarnos tu peregrina imagen que tanto
nos alegra y nos consuela! Como Santa Isabel aquí clamamos: ¿de dónde a nosotros tanta dicha que la Madre de Dios
haya venido a nosotros? ¿De dónde tal favor? ¿De dónde tanta dignación? ¿De
dónde ha de ser sino del amor de madre para con tus hijos, de la misericordia y
la clemencia que en tu corazón tienen su asiento? Ayúdanos,
Señora, a meditar estas finezas, a agradecer estas mercedes, y a corresponder
estos favores, para que un día merezcamos ir a cantarlos eternamente en el
Cielo. Amén.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA SÉPTIMO - 9 DE DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
SÉPTIMO
«¿Quién es ésta que se adelanta como el sol, hermosa como
la ciudad de Jerusalén?». Eres tú, Madre mía, que vienes a nuestro
suelo, como el sol, porque contigo y por ti nos vino la luz de la Fe, y el
conocimiento de Jesucristo, verdadero sol de justicia; eres tú que en la mañana
de nuestra conversión del gentilismo, vienes como un sol a desbaratar las
tinieblas de la idolatría, y a poner en fuga las fieras infernales, y a
derramar la luz de la gracia y las virtudes, donde antes y por tantos siglos
había reinado la noche de la idolatría, con sus crueldades y sus vicios; eres
tú que reúnes en ti sola la hermosura de toda la celeste Jerusalén, porque
tienes la elevación de los Ángeles, con el celo de los Apóstoles, la fortaleza
de los Mártires, el fervor de los Confesores, con la cándida pureza de las
Vírgenes; eres tú la más perfecta imitadora de Jesucristo, y la Reina de todos
los Ángeles y los Santos. «Miráronte las hijas de Sion adornada
con las flores de la primavera, y felicísima te aclamaron». Te miró Juan Diego, y se llenó de
gozo: te miró el Prelado, rodeada de las rosas milagrosas, y lleno de lágrimas
se prosternó ante ti para venerarte; te miraron cuantos allí estaban, y
ensalzaron tu bondad, y confesaron tus misericordias; te vieron las hijas de
Sion, las almas cristianas que en esos días te contemplaban, y no cesaban de
alabarte y bendecirte, te han visto durante tres siglos las generaciones y ante
tu imagen te han proclamado millares de voces bienaventurada, como en tu
cántico anunciaste. «Flores aparecieron en nuestra tierra, y
por ello te alabamos, Santa Madre de Dios». Flores hermosísimas, y
de variadas formas; flores de diversos matices, y de gratos olores; flores
frescas y lozanas con las gotas de rocío reluciendo en sus hojas, porque tú
eres la mística rosa, que en tu seno llevaste al Rocío de los cielos; flores
que atestiguaron tu fineza, y que pintaron tu imagen y que nacieron a tu soplo
en un terreno estéril y en el helado invierno. ¿Cómo
no alabarte por ello, Santa Madre de Dios, cuando esas flores son emblema de
las virtudes que con tu mirada haces nacer en la dureza de nuestros corazones? Sí,
Reina y Señora mía, haz germinar en mi alma los blancos lirios de la pureza;
adórnala con los nardos aromáticos de los buenos ejemplos, enriquécela con las
azucenas de la castidad, y con las violetas de la penitencia; pero sobre todo, embellécela
con las flores que más allí se vieron: con las rosas de la caridad para con
Dios y mis hermanos, para que presentándome aquí en tu santuario como una
tierra desierta, sin camino y sin agua, a fin de ver tu virtud y tu gloria,
aparezcan en mi las flores, como en otro tiempo en el estéril Tepeyac, y mis
labios prorrumpan en alabanzas de la Madre de Dios, que tales maravillas obra
con su poder, y tales favores concede por su misericordia. Y te cantaremos un
cántico nuevo, porque cada día nos das nuevas pruebas del amor que nos tienes,
y de la generosidad con que nos auxilias; y anunciaremos tu gloria entre las
gentes; entre esas gentes que ignoran a Dios y no conocen sus beneficios, ni
adoran su Providencia; entre esas gentes que a ti no te conocen, ni gozan de
las dulzuras de su Madre, ni calman sus pesares a tus plantas.
¡Virgen de Guadalupe! ¡Ten compasión de tantas almas
extraviadas! ¡Ten compasión de todos tus hijos! ¡Ten compasión de mí que te amo
y te venero! Amén.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA OCTAVO - 10 DE
DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
OCTAVO
«Como el arco refulgente entre nubes de
gloria; como flor de rosales en días de primavera», así, ¡oh
Virgen de Guadalupe!, apareciste en otro tiempo al dichoso Juan, que
entre los resplandores del iris te miraba, y escuchaba cantares de inaudita
melodía, y ante la Flor de aquel campo, respiraba los más suaves perfumes. Como
Juan, el discípulo amado, te miraba en proféticas visiones, allá en una isla
solitaria, contemplando «una gran señal, una mujer vestida del
sol, y la luna bajo de sus plantas, y en su cabeza una corona de doce
estrellas», asi
Juan Diego, el neófito de ti amado, te mira en el monte silencioso, no ya en
visión, sino con los ojos del cuerpo, y te encuentra rodeada de los rayos del
sol y de los vivos colores del iris y con la luna a tus pies, y con muchedumbre
de estrellas que bordan tu regio manto. Mas si aquella misteriosa mujer no
hablaba, sino sólo exhalaba dolorosos gemidos, tú, Señora, hablas manifestando
tus voluntades, y pidiendo servicios que recompensarás como Reina; si a aquella
mujer se le dieron alas para volar y retirarse al desierto, tú aquí, aunque
volaste al Cielo de donde habías salido a visitarnos, eliges un nuevo desierto
para morar en tu imagen y convertirlo, con sólo ello, en jardín delicioso. Mas
si levantas tus ojos y al derredor con ellos miras, se te mostrarán los pueblos
enteros que reunidos en piadosas congregaciones, y partiendo a veces, desde los
puntos más lejanos, vienen a buscar aquí, no los curiosos espectáculos ni los
grandiosos monumentos, ni las riquezas y pompas de las ciudades, sino sólo y
únicamente a ti, que eres su Madre; tú eres la ciudad de Dios a la que se
encaminan: tu imagen, el dulce espectáculo que los arrastra; tu templo y tu
santuario, los piadosos monumentos que contemplan; tu culto y tus altares, las
riquezas y las pompas que los maravillan; «todos ellos se han
congregado y vinieron tan sólo para ti»; son
hijos tuyos venidos desde lejos, o hijas tuyas a ti consagradas, y que morando
en ti y contigo, no hacen más que salir como de tu lado para venir a visitarte.
Y cuando llenos de gozo llegan a tus plantas, cuando cansados y fatigados
descansan delante de tu altar y a la sombra de tu santuario, no encontrando
palabras bastantes para alabarte y bendecirte, toman aquellas que la Iglesia
les enseña, y que en otro tiempo se dirigían a la heroica Judith, figura tuya. ¡Oh Señora, Señora y Madre mía, Virgen de Guadalupe,
encanto de mi alma! «Tú eres la gloria de
Jerusalén», porque no tenemos en nuestras ciudades cosa más gloriosa y
más excelsa que tú; «tú eres la alegría de Israel»,
porque todo el pueblo de Dios no tiene mayor alegría que en visitarte, y
amarte e invocarte; «tú eres la honra soberana de
tu pueblo», porque como no hay mayor honra que el ser hijos de Dios, la
mayor, después de ella, es tenerte por Madre, y guardiana, y Protectora, y
Patrona de nuestro pueblo, nombrada por los representantes más augustos de tu
Hijo sobre la tierra. «Oh Santa Madre, libre de toda mancha,
escogida por Aquél que rompió los vínculos de la muerte, haz, Clementísima
Virgen, que tus hijos que con tanto gozo celebran tus fiestas se alegren con la
verdadera luz de la santa Fe, que te pedimos te dignes con tus suplicas
aumentarla en nosotros, así como afirmar nuestra esperanza y robustecer la
caridad en nuestras almas; tú que eres nuestra esperanza, aparta de nosotros
los azotes de la divina justicia; las guerras, la peste, el hambre y los
temblores. Consuela a los presos y necesitados que gimen por su suerte, realiza
los deseos de tus hijos y sana a los enfermos. Alegra nuestros días con la
tranquilidad y la paz, apacigua las enemistades, y aplaca a los perversos que
maquinan siempre males. ¡Oh María, Madre piadosísima!
ampáranos benigna, para que después de los trabajos del destierro, vayamos a
reinar y alabar eternamente a tu Hijo divino». Amén.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
DÍA NOVENO - 11 DE DICIEMBRE
Por
la Señal...
Acto
de Contrición, Oración para todos los días y las cinco Avemarías.
ORACIÓN PARA EL DÍA
NOVENO
«No hizo cosa igual con ninguna otra nación», dijo el
Sumo Pontífice Benedicto XIV al ver tu hermosa imagen, Virgen de Guadalupe, y
esta palabra nos indica al mismo tiempo la grandeza de tus mercedes y la
obligación de nuestro agradecimiento. Con ninguna otra nación te has mostrado
Reina tan clemente, Soberana tan amable, Madre tan tierna; a ninguna has
visitado en su cuna con visitas tan prodigiosas, con fines tan altos y con
prendas perpetuas de tu amor y protección; a ninguna le has dejado una imagen
tuya pintada por los Ángeles, estampada en el manto de uno de sus hijos, con
tan peregrina hermosura, con tan vivos colores y con tan admirable duración.
Pero si en ninguna nación has hecho tan grandes favores, ¿de cuál esperarías mayor agradecimiento, mas señales de
amor y culto más reverente? Es cierto que las generaciones han pasado
amándote y bendiciéndote, que los Prelados han tratado siempre de aumentar el
esplendor de tu culto, y que los gobernantes han venido al pie de tu imagen a
recoger con las insignias del mando, el acierto y la prudencia en el ejercicio
de sus cargos, es cierto que tu santuario se ha ido renovando cada vez con más
magnificencia, y que una rica corona te está preparada para mostrar cuanto el
culto tiene de más grande en ensalzar las imágenes y hacerlas más venerables.
Todo esto es cierto, Virgen de Guadalupe, pero ¿qué
vale todo ello ante la grandeza de tus favores? ¿Qué proporción entre los
homenajes de un culto que en todas partes te es debido, con los
particularísimos beneficios que no se han concedido a ninguna otra nación?
¿Cómo podremos pues, oh Madre, mostrarte nuestro reconocimiento? ¿Qué te
diremos, o qué nuevas palabras encontraremos para manifestarte nuestro amor y
gratitud? ¡Bendita seas, Hija predilecta del
Padre, Madre verdadera del Hijo, Esposa escogida del Divino Espíritu! ¡Bendita
seas, Madre de los hombres, a quienes por hijos te dio Jesucristo en el
Calvario! ¡Bendita seas, porque has mostrado con nosotros entrañas de verdadera
Madre, no haciendo con ninguna otra nación tan singulares finezas! «Yo soy la verdadera Madre de Dios»; dijiste al
neófito sencillo en tu visita; y amorosa habiéndole das el tierno nombre de
hijo, y aun de hijo pequeñuelo, y tierno, y muy querido; y amorosa, habiéndole,
le indicas que conviene que él, pobre y humilde, y no otro alguno, sea tu
mensajero y tu ministro en la grande fineza que quieres mostrarnos; y amorosa,
habiéndole, le prometes que recompensarás su obediencia ¡como si el servirte a ti, Reina del cielo, no fuese la más dulce
delicia, y la mejor de las recompensas! Amorosa, habiéndole, le dices
que has sanado a su enfermo, obrando en su favor tan misericordiosa maravilla,
y amorosamente habiéndole, le prometes que en el templo que se levante, te
mostrarás Madre amorosa y tierna de cuantos te invocaren. ¡Oh, y cuán perfectamente has cumplido en tantos años tu
promesa, Virgen de Guadalupe! Aquí has enjugado millares de veces
nuestras lágrimas; aquí has aclarado nuestras dudas; aquí has despertado o
afirmado sacerdotales o religiosas vocaciones, y bendecido y hecho felices
cristianos matrimonios; aquí has remediado males sin medida, angustias privadas
que oprimían los corazones, y públicas calamidades que agobiaban a los pueblos;
aquí has seguido siempre amorosamente hablando a todos tus hijos; amorosa
hablando a los justos para que no se desvíen, diciéndoles suavemente en lo más
hondo de su alma: «Yo soy la madre del hermoso
amor, y del temor y del conocimiento y de la santa esperanza. En mí hallaréis
toda gracia para continuar en el camino de la verdad, en mí toda esperanza de
vivir la vida de las virtudes», amorosa hablando a los pecadores,
exhortándolos a llegar a ti, y a llenarse de los frutos que produces, y de los
sentimientos de contrición que despiertas, y de las virtudes que comunicas:
amorosa hablando a las almas afligidas, invitándolas a participar de tu
espíritu, más dulce que la miel, y de tu herencia más regalada que el panal;
amorosa hablando a las almas tibias y olvidadas, recordándoles que tu memoria
vive en el pueblo cristiano por las generaciones de los siglos. ¡Yo también quisiera ahora amorosamente hablarte, Madre
de Dios, y guarda de las Vírgenes, Puerta del celestial palacio, nuestra
esperanza en la tierra, y en el cielo gozo; con filial amor quisiera ahora
hablarte, Paloma de inmortal belleza que moras entre plantíos de azucenas; vara
que germinas desde la raíz, la medicina de nuestras llagas; torre cerrada
siempre y vedada al infernal dragón; estrella amiga de los navegantes que se
hallan en peligro de naufragio! ¡Protégenos, oh Madre en las decepciones de la
tierra que amargan tanto nuestra vida! Faro luciente del Tepeyac,
dirígenos con los rayos de tu luz argentada; disipa las tinieblas de tantos
errores, líbranos de los peligrosos escollos y muéstranos una segura vía, entre
las tempestuosas olas del mar de este mundo. Y a mí,
tu pobre siervo, que tanto te amo, alcánzame del Señor la gracia especial que
te he pedido en estos días, si a mi alma no fuere dañosa, ni estorbare la
gloria de mi Dios y Señor. ¡Bendita seas, Reina y Señora mía!
¡Bendita seas, Virgen de Guadalupe! Te dejo mi corazón, te entrego
mi alma, para que a Dios la lleves; ¡bendíceme en mi vida, bendíceme en mi
muerte! Amén.
—Los Gozos
y la Oración se rezarán todos los días.
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