Novena
extractada de la compuesta por Don Francisco Antonio Rodríguez, y reimpresa por
Valentín Torrás en Barcelona, año 1837.
COMENZAMOS: 20 de junio.
FINALIZAMOS: 28 de junio.
FESTIVIDAD: 29 de junio.
NOVENA AL PRÍNCIPE
DE LOS APÓSTOLES, SAN PEDRO
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
℣.
Dios mío, atended por vuestra infinita bondad a mi
socorro:
℟.
Señor, ayudadme prontamente con los auxilios de
vuestra gracia.
Gloria al Padre, y al
Hijo, y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Santo,
Santo, Santo, Dios y Señor de los Ejércitos:
los cielos y la tierra están llenos de la majestad
de tu gloria.
—Aquí se
hace una profunda inclinación en reverencia del inefable misterio de la
Santísima Trinidad: y así se empieza todos los días la novena.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío
Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, tened piedad de mí según
la grandeza de vuestra misericordia. Pequé, Señor, contra el Cielo y ofendí a
vuestra adorable Majestad, apartándome de Vos. Ya no soy digno de ser llamado
hijo vuestro, pero me anima que disteis la vida por mí en el santo madero de la
Cruz, y el saber que sois Padre amoroso, que espera recibir con brazos de
misericordia al pecador que os la pidiere con corazón contrito y humillado ¡Oh! Dulcísimo Jesús, única
esperanza de los mortales. Por vuestra sacratísima Madre, Nuestra Señora, a
quien habéis constituido Madre de misericordia, abogada poderosísima y refugio
seguro de los pecadores, no me desechéis, miradme con aquellos ojos de
clemencia con que miraste después de sus negaciones a vuestro Apóstol San
Pedro, para amargamente llorar como él las infidelidades y pecados de mi vida
pasada. Pequé, amantísimo Salvador y Padre de mi vida, y quisiera haber muerto
antes que haber ofendido a vuestra bondad infinita, digna de infinito amor.
Propongo firmemente la enmienda de mis desórdenes pasados: satisfacer por mis
pecados a vuestra divina justicia: cumplir con las obligaciones de mi estado, y
obrar en todo conforme a vuestra Santa ley. Admitidme, Señor, por
la intercesión de San Pedro nuestro Protector, con los auxilios de vuestra
gracia, sin la cual nada puedo, para perseverar en vuestro servicio hasta la
muerte. Amén.
DÍA PRIMERO - 20 DE JUNIO
CONSIDERACIÓN: VOCACIÓN DE
SAN PEDRO.
En este día hemos de considerar la fina y fiel correspondencia del Santo Apóstol al llamamiento de la gracia, para ser discípulo de Nuestro Señor. Le llamó el Divino Maestro la primera vez por medio de su hermano San Andrés (Juan I, 42), quien le dio noticia de que había hallado al Mesías (Invénimus Messíam): y al punto va con amorosas ansias en busca del Salvador, para instruirse en sus palabras de vida eterna. Andaba Jesús cerca del mar de Galilea, y San Pedro se ejercitaba en el oficio de pescar (Mateo IV, 18): oye la voz del Señor que le dice: «Sígueme, y te haré pescador de los hombres», y sin detención alguna deja las redes, el barco, los parientes, los amigos, y todo lo sacrifica por seguir la escuela de nuestro Salvador (Agustín Calmet OSB, Harmonía quátuor Evangeliórum, fol. 20). Pocos bienes temporales dejó en verdad: pero no consiste la perfección en dejar montones de riquezas; lo principal estriba en seguir por imitación a nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que hizo el Santo Apóstol, desprendiendo el corazón y afecto de cuanto el mundo podía dar de sí y, lo que, es más, renunciando generosamente su propia voluntad por hacer la de su Divino Maestro como fidelísimo discípulo (Mateo XV, 18).
Demos sin cesar gracias a Dios, porque también hemos sido
llamados como cristianos a la escuela y compañía del Señor: no perdamos de la
memoria que si no desprendemos nuestro corazón de los bienes del mundo, que
hemos de dejar en la hora incierta de la muerte: si no procuramos renunciar
nuestra propia voluntad, y arreglar las costumbres a la doctrina que
profesamos, no somos dignos discípulos; y tendremos injustamente el nombre de
cristianos si no seguimos las huellas del Señor, como dice San Bernardo.
ORACIÓN
¡Oh Salvador Divino y Maestro perfectísimo, en quien están todos los tesoros de la Sabiduría y Ciencia de
Dios! (Juan
VIII). Verdaderamente sois la Luz del mundo, y
quien os sigue no anda en tinieblas. Gracias doy a vuestra Divina Majestad de
lo íntimo de mi corazón, que os habéis dignado llamarme a la luz admirable de
la Santa Fe, incorporándome en el gremio de la Santa Iglesia, y haciéndome en
ella discípulo de vuestra celestial doctrina. ¿Qué
merecimiento precedió en mí, amabilísimo Señor, para que me iluminases con los
rayos de la verdad eterna, haciéndome cristiano, cuando tantas almas andan en
las profundas tinieblas del Paganismo? Piadosísimo Señor, me habéis
libertado de tan formidable peligro, colocándome en el camino de la Luz, y en
la senda que guía a la vida eterna. ¡Qué podré yo
retribuiros por tan singular predilección y beneficio! Los
cielos y la tierra bendigan vuestro Santo nombre por esta misericordia:
dignaos, Señor, continuarla, dándome vuestra gracia, para seguir los pasos de
vuestra Sacratísima vida, imitándola como vuestro Pedro, y confesando como él
con fervoroso y constante celo, que fuera de vuestra escuela no se aprende
ciencia de salvación (Juan
VI, 69). Y pues sois la Luz
verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, iluminad por vuestra misericordia a los que están sentados en las
tinieblas y sombra de la muerte. Óyenos, Señor, por tu Santo Apóstol, para que
todos sigamos por el camino de la paz y alabemos a vuestra Majestad en la feliz
patria de la gloria. Amén.
—Ahora se
reza tres veces el Padre nuestro.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS DE LA NOVENA
Oh
felicísimo Pedro, ¡Que maravilloso se ha manifestado en vos el Señor: cuya
adorable providencia elige a lo que el mundo reputa despreciable para confundir
los sabios, poderosos y nobles del siglo! (I Corintios I, 27-28).
Vos, oh admirable Pedro, siendo un pobre y humilde
pescador, fuiste elevado del polvo de la tierra, y el excelso y supremo Señor
de cuanto tiene ser, que mira de lejos a los soberbios y de cerca a los
humildes (Salmo CXXXVII, 7),
os sublimó a la más alta esfera de Dignidad, sobre todas las de los monarcas y
príncipes del universo. Tú eres la piedra solidísima escogida por el Salvador
de los hombres para fundamento de la Religión Católica, contra quien nunca
prevalecerán las puertas del infierno: tú el pastor universal, a quien el
Príncipe de los Pastores confió el gobierno de todas las ovejas y corderos de
su rebaño: tú, el fidelísimo portero a cuyo arbitrio entregó el Señor las
llaves para la entrada de los mortales al Reino de los Cielos (San
Hilario de Poitiers, en Mateo XVI): tú,
el Príncipe de los Santos Apóstoles: la cabeza visible de la Iglesia militante,
y en fin el primer Vicario en la tierra del sumo y eterno Sacerdote Jesucristo,
Señor nuestro. ¡Oh Pastor
Santísimo, adornado con tan brillantes prerrogativas: cuánta será la altura de
vuestra gloria en el Cielo, habiendo sido tan buen ministro y Dispensador de
los misterios de Dios! Ya habéis entrado en el
gozo bienaventurado del Señor, que os ha coronado de gloria y honor por toda la
eternidad, cuando nosotros andamos todavía ausentes de esa patria de nuestra
esperanza y navegando hacia ella en las olas del mar inconstante de esta
miserable vida.
¡Oh
Padre amantísimo de todos los Cristianos!, inclinad desde ese
puerto seguro los ojos de vuestra piedad, para socorrernos con vuestra eficaz
intercesión. Pedid al Altísimo que todos los Cristianos no perdamos de vista el
norte indispensable de la Santa Fe, para evitar con sus luces el naufragio de
nuestra navegación: que fijemos nuestros corazones en la esperanza de los
bienes eternos, para sufrir con alegría los trabajos de esta vida momentánea, y
que reine en nosotros una ardiente caridad de Dios y del prójimo, para acabar
con felicidad nuestro camino. Rogad especialmente, Santo mío, por nuestro sumo
Pontífice, sucesor vuestro; por todos los Prelados y personas del estado
eclesiástico: Interceded por el pueblo cristiano, que confía en vos, para que
en toda piedad y castidad tenga vida quieta y tranquila. Y para nosotros, oh
dulce Abogado de nuestras almas, os suplicamos humildemente nos alcancéis lo
que en esta Novena pedimos, si es para gloria de Dios: y que, mirándonos en
vos, como en un espejo de virtudes, procuremos imitarlas, y seguir nuestro
soberano Dueño, que es el Santo de los Santos, a quien sea el honor y la gloria
por los siglos de los siglos. Amén.
GOZOS EN HONOR A SAN
PEDRO
Piedra
sois fundamental
De
la Iglesia militante:
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
En
Bethsaida habéis nacido
De
unos pobres pescadores,
Y
ocupado en sus labores,
Pasáis
sin ser conocido;
Mas
aquí mismo elegido
Sois
Apóstol almirante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Ocupado
en el pescar
Os
llama al apostolado
El
que Dios ya humanado
Al
mundo vino a salvar,
Y
vos sin más aguardar
Obedecéis
al instante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Cuando
a Jesús confesáis
Hijo
de Dios verdadero;
Él
os declara portero
Con
las llaves, que aceptáis.
Así,
Cefas, os mostráis
Con
poder de gobernante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Sobre
las aguas del mar
Camináis
vos muy constante;
Cuando
al punto vacilante
Peligráis
de naufragar:
Mas
Jesús hizo surcar
Al
que estaba naufragante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Cuando
en el monte Tabor
Se
transfigura Jesús,
Testigo
sois de la luz
Y
celestial resplandor:
Y
en la agonía el sudor
Divisáis
en su semblante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Si
a la voz de una criada
Vuestro
Maestro negáis,
A
la del gallo lloráis
Vuestra
culpa inopinada,
Así
que con su mirada
Jesús
os traspasa amante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Movido
de las Marías
Al
sepulcro corréis presto;
Y
notáis en aquel puesto
Cumplidas
las profecías,
Pues
al cabo de tres días
Sale
Jesús triunfante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
En
Galilea adoráis
A
Jesús resucitado;
Y
tres veces preguntado,
La
respuesta es: que le amáis.
Por
eso pastor quedáis
De
su rebaño garante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Cuando
el Espíritu Santo
Baja
dándoos sus dones;
Pasman
todas las naciones
Al
ver un milagro tanto:
Disipáis
vos el encanto
Con
Joel vaticinante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Con
vuestro primer sermón
Más
de tres mil se convierten:
Y
los judíos advierten
La
obra de la Redención,
Siendo
tal vuestro tesón
Sin
desistir un instante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
En
la cárcel os tenía
Herodes
rey inhumano;
Mas
os toma de la mano
El
Ángel de Dios, y guía:
Descubriendo
vos al día
Al
Ángel que os va delante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Primero
en Antioquía
Vuestra
cátedra sentáis,
Y
a Roma la trasladáis
Para
ser el norte y guía
Donde
persevera al día
En
la misma fe constante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Dais
fin al apostolado
Enclavado
en una cruz
Diferente
de Jesús,
Pies
arriba levantado:
Así
mártir coronado,
Vuestra
palma es más brillante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Así
la Iglesia romana
Por
su venturosa suerte
Es
el baluarte y fuerte
De
la verdad cristiana:
Pues
que siendo vaticana
Es
piedra la más chocante.
Pedro,
pastor vigilante,
Libradnos
de todo mal.
Pescador
héroe inmortal,
De
Pontífices atlante,
Librad a la fluctuante
Del error heretical.
℣.
Tú eres Pedro.
℟.
Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
ORACIÓN
Oh Dios, que acordaste a tu
bienaventurado Apóstol San Pedro el poder de atar y desatar, concédenos, por su intercesión, ser libertados de las cadenas de
nuestras culpas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.