Traducción
de la Novena publicada en Montreal en 1867, con Imprimátur concedido por Mons.
Ignacio Bourget Paradis, Obispo de Montreal.
COMENZAMOS: 20 de junio.
FINALIZAMOS: 28 de junio.
FESTIVIDAD: 29 de junio.
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
℣. Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria
al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Señor mío
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quien sois, y
porque os amo sobre todas las cosas, me pesa, Señor, de todo corazón de haberos
ofendido, y propongo firmemente de nunca más pecar, y de apartarme de todas las
ocasiones de ofenderos, y de confesarme y cumplir la penitencia que me fuere
impuesta, y restituir y satisfacer si algo debiere; y por vuestro amor perdono
a mis enemigos, y ofrezco vuestra santísima Pasión y muerte, mi vida, obras y
trabajos, en satisfacción de todos mis pecados. Y como os lo suplico, así
confío en vuestra bondad y misericordia infinita que me los perdonaréis, por
los merecimientos de vuestra preciosísima Sangre, y me daréis gracia para
enmendarme y perseverar hasta la muerte. Amén.
DÍA PRIMERO
– 20 DE JUNIO
Gloriosos
Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, que habéis sido los primeros para predicar la doctrina celestial, y
quienes primero la pusisteis en práctica; cuyas acciones no tuvieron otro
motivo que la divina voluntad, cuya muerte fue un holocausto de la más generosa
obediencia, obtened para nosotros, ¡oh discípulos
privilegiados de Jesucristo!, ese espíritu evangélico de perfecta
obediencia, el cual muestra que somos fieles imitadores de vuestros ejemplos;
concedednos que cumplamos la divina voluntad en todas las cosas hasta nuestra
muerte, que después de haber seguido fielmente a Jesucristo con vosotros en la
tierra, podamos ser recibidos en el Cielo, para cantar las victorias de la
divina misericordia, victorias reservadas para los que son verdaderamente
obedientes. Amén.
— Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
ORACIÓN
Santísimos Príncipes de los Apóstoles, San
Pedro y San Pablo, nosotros, vuestros siervos
humildes y devotos, bendecimos, alabamos y damos gracias a Nuestro Señor
Jesucristo por haberos designado como protectores y patronos de la Iglesia
Católica. Habéis sido por todo el mundo los primeros predicadores de las
verdades evangélicas, los fundadores de la Religión Cristiana, habéis sido los
más perfectos modelos de todas las virtudes, y los principales ministros de las
grandes misericordias de Dios. Santísimos Príncipes de los Apóstoles, maestros,
abogados y padres nuestros, desde las alturas de vuestros resplandecientes
tronos donde estáis sentados en el reino celestial, mirad con ojos de
misericordia a toda la Iglesia Católica. Que vuestros oídos, que vuestros ojos
estén continuamente sobre ella: mirad sus necesidades, escuchad sus oraciones,
oíd sus votos. Orad sin cesar e implorad de Dios todo tipo de favores para la
Cristiandad. Vosotros la establecisteis, la habéis preservado hasta este día, y
también preservaréis en medio de ella la cátedra infalible de las verdades
eternas. Extended sobre el que esté sentado en esa cátedra y la gobierna,
extended sobre él vuestra mano benévola, y dadle esa espada dorada de la
Divinidad, que exterminará gloriosamente a todos los enemigos de la verdad. Que
la fe, la paz y la caridad de Jesucristo reinen en este mundo por vuestra
intercesión; proteged a todos los habitantes de esta ciudad, a todos los
miembros de la diócesis, y concededle que estas mismas virtudes divinas reinen,
en medio de nosotros en una forma especial, para que, por vuestra intercesión,
nosotros y todos nuestros hermanos en Jesucristo, puedan cumplir Sus preceptos
evangélicos y, por tanto, tengan la felicidad de compartir con vosotros el
reino eterno. Amén.
Antífona: En este día subió al patíbulo de la cruz Simón Pedro, en este día voló gozoso a Jesucristo el Portero de los cielos; en este día el Apóstol Pablo, lumbrera del mundo, inclinando la cabeza, fue coronado con el martirio por el nombre de Jesucristo.
℣. Ellos han anunciado las obras de Dios.
℟. Y tuvieron entendimiento de Sus obras.
ORACIÓN
Oh Señor, atiende nuestras súplicas,
y llenos de confianza en tu misericordia, te pedimos en tu bondad, por la
intercesión de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, que nos asistas desde tu
trono celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del
Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 21 DE JUNIO
Por
la señal…
℣. Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos.
Amén.
«Haced
penitencia por vuestros pecados»: He aquí, ¡oh San Pedro!, cuál ha sido la conclusión de tu
primer sermón, y he aquí cuál es la máxima fundamental que nunca cesaste de
anunciar a todos los hombres durante todo el curso de tu Apostolado. Oh
glorioso San Pablo, al justificar ante el rey Agripa tu predicación, has sido
capaz de decirle que consistía principalmente en anunciar la penitencia a los
hombres, y conducirlos a volver a Dios y hacer obras de arrepentimiento
sincero. Oh Santos Apóstoles, vosotros nos dais también estas instrucciones en
vuestras divinas Epístolas. Que vuestras palabras celestiales tengan influencia
irresistible en nuestros corazones, que un temor general se mantenga en
nosotros, y derramemos lágrimas de contrición y perseveremos en la imitación de
vuestro ardor en hacer penitencia, para obtener en el Cielo aquel gozo
reservado para los que en la tierra derramaron lágrimas de dolor. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La
Oración se rezará todos los días.
DÍA TERCERO – 22 DE JUNIO
Por
la señal…
℣. Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Gloriosos
Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo,
vosotros habéis sido para todo el mundo, y en una forma especial para Roma, los
ministros del Evangelio de Jesucristo, y los primeros fundadores de Su fe.
Miradnos, santos Apóstoles, con la misma bondad que tuvisteis hacia los
primeros cristianos. Obtenednos esa fe viva, eficaz, sincera y generosa que los
santificó por el ministerio de vuestro Apostolado. Ellos fueron un monumento glorioso
del poder de vuestro Apostólico ministerio; concédenos que nosotros, también,
seamos un monumento no menos admirable de vuestra poderosa protección. Que
nuestras acciones y costumbres reflejen las acciones y costumbres de estos
felices cristianos, puesto que estamos unidos enteramente a ellos por la
práctica de la misma fe divina; y obtenednos la gracia de ser en el Cielo, con
Jesucristo, herederos de la eterna felicidad que gozan, después de haber sido,
en la tierra, por la misericordia de Dios, herederos de su fe. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La
Oración se rezará todos los días.
DÍA CUARTO – 23 DE JUNIO
Por
la señal…
℣.
Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Tú nos dices en las Epístolas, ¡oh glorioso Príncipe de los Apóstoles, San Pedro!: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según
su gran misericordia nos ha regenerado en una esperanza viva por medio de la
resurrección de Jesucristo de la muerte a una herencia incorruptible». Y
tú, glorioso San Pablo, quien, escribiste a los fieles que en el camino del
Señor encontramos muchas tribulaciones, pero con la esperanza podemos
vencerlas, porque la esperanza no nos engaña. Oh Santos Apóstoles, vosotros
habéis poseído muy perfectamente esa divina virtud, vosotros sentisteis en la
tierra sus admirabilísimos efectos, y habéis sido abundantemente recompensados
en el Cielo. Por esa heroica esperanza que Jesucristo os dio en la tierra, por
los gloriosos frutos que la virtud dio a vuestro Apostolado, y por la gran
recompensa almacenada para vosotros en el Cielo, obtenednos a todos una
esperanza cristiana, firme y generosa por la gracia para observar la ley de
Dios y merecer la salvación eterna; que esa esperanza nos aliente y nos haga
siempre corresponder fielmente a la gracia y obtener la posesión de la herencia
eterna en el Cielo. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La Oración
se rezará todos los días.
DÍA QUINTO – 24 DE JUNIO
Por
la señal…
℣.
Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Gloriosos
Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, perfectísimos
modelos de paciencia cristiana, vosotros habéis mostrado por el continuo y
heroico ejercicio de esa virtud, que fuisteis verdaderos ministros de Dios y
Sus dignos embajadores a los hombres, para predicarles las verdades eternas.
Toda la tierra ha presenciado los prodigiosos ejemplos de paciencia que habéis
dado, pero Roma ha sido su teatro más que otras naciones y en una forma
especial por casi veinte siglos. Roma continúa recordando y honrando
piadosamente las casas, prisiones, cadenas y cruces que habéis consagrado por
los más heroicos actos de paciencia; estos mismos de paciencia indujeron a una
incontable multitud de romanos a abrazar la fe de Jesucristo, y tan
ardientemente la abrazaron, que un gran número de ellos la selló con su sangre,
y rivalizaron con vosotros en paciencia por el martirio. Que vuestros ejemplos
siempre ejerzan un gran poder sobre todos nosotros, como lo hizo sobre nuestros
gloriosos predecesores y que tantos monumentos sagrados de vuestra paciencia
preservados en esta augusta Urbe, siempre retengan para esta, con el honor de
haber albergado pacíficamente en su seno al Vicario de Jesucristo, la gloria
inefable de ser nuevamente el centro de la verdad para el mundo entero; que
estos monumentos, mientras tengan la gran influencia de vuestra virtud, nos
exciten a abrazar valientemente la cruz y caminar generosamente por las huellas
de Jesucristo hasta que lleguemos, con vosotros, a Su reino y encontrar en Él
nuestro descanso eterno. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La
Oración se rezará todos los días.
DÍA SEXTO
– 25 DE JUNIO
Por
la señal…
℣. Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Gloriosos
Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, a vuestra predicación, a vuestro celo, la Iglesia Católica debe su
propagación, su establecimiento y su preservación. San Pedro, poco antes de
sacrificar tu vida por Jesucristo, prometiste con tu celo verdaderamente
paternal, tener siempre presente en tu alma a todos los cristianos, y acordarte
siempre de ellos en el gozo del Señor. Tu celo, ¡oh
San Pablo!, te movió a proveer, mientras estuviste en la tierra, por las
necesidades no solo de los que vivían entonces, sino también de los que
existirían en los tiempos venideros. Que vuestro afectuoso cuidado sea
constante para nosotros también; haced por nosotros lo que habéis prometido;
que Dios Omnipotente, por vuestra intercesión, nos muestre su beneficencia,
como hizo antiguamente a tantas naciones, por medio de vuestra predicación. Que
el Señor de a sus ministros esa virtud que Él os dio, que preserve en toda la
Iglesia que la santa Religión establecida por vuestra dedicación, y puedan
todas las naciones confesar y adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, uno
en esencia, pero Dios en tres personas distintas. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La
Oración se rezará todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 26 DE JUNIO
Por
la señal…
℣. Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Gloriosos
Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, los
dichosos habitantes de Roma son el más admirable y más glorioso monumento de
vuestra caridad benévola. La Roma antigua y soberbia bebió el infame cáliz de
todo tipo de disipación e impiedad; ella se embriagó con la sangre de
incontables mártires de Jesucristo, y en castigo de tanta maldad y demasiados
sacrilegios, ella ha sido arruinada y no existe más. La Roma de hoy debe su
existencia y su gloria a la Sede Apostólica, a vuestros restos, a vuestras
tumbas santificadas, ¡oh Príncipes de los Apóstoles!
Mirad pues a vuestra ciudad y continuad concediéndole el favor de
vuestra protección. Desterrad de esta ciudad y sus habitantes los vicios que
arruinaron a la Roma antigua, la Roma culpable. Que sus habitantes crezcan
firmes y perfectos en todas las virtudes que deben brillar en la metrópoli de
la santa Religión de Jesucristo, y hagan así más y más venerable la Suprema
Cátedra de la Verdad. Tomad bajo vuestra especial protección a los Obispos y
todos los pastores de almas, los Reyes y todos los que gobiernan las naciones
de la tierra, las naciones cristianas, que honren la religión por una vida
santa, que los infieles, cismáticos y herejes puedan venir al conocimiento de
la verdad, que todos los justos puedan perseverar en la justicia, los pecadores
se conviertan y finalmente todos los fieles, vivos y difuntos, puedan llegar a
la eterna gloria después de haber pertenecido, por toda su vida, a la Religión
que habéis establecido. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La Oración se rezará
todos los días.
DÍA OCTAVO – 27 DE JUNIO
Por la señal…
℣.
Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Oh gloriosos
Príncipes de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo, para
mostrar vuestra gloriosa protección, para tener vuestro poder amado y temido al
mismo tiempo por todo el mundo y especialmente por Roma, habéis levantado a San
León Magno, para humillar la soberbia y detener la furia de Atila que amenazó
arruinar enteramente a Italia, y principalmente Roma. El bárbaro os vio
entonces de pie al lado del venerable Pontífice, él os vio armados con la
espada del Señor, vio la actitud formidable con la cual vosotros amenazasteis
su vida si se negaba a obedecer. El bárbaro palideció, tembló, respetó a León,
lo honró, obedeció su mandato, y para gran asombro del mundo, se devolvió. Así
salvasteis a Roma de una matanza y de todo tipo de calamidades. ¡Oh admirable poder! ¡Oh confusión de la humana soberbia!
¡Oh gloria de la protección Apostólica! Dignaos, oh Santos Apóstoles,
levantar por nosotros estas misericordiosas manos tan terribles a vuestros
enemigos. Asistidnos y defendednos contra los enemigos de Jesucristo, humilladlos
por vuestra voz poderosa, confundidlos y llevadlos a sentimientos de
arrepentimiento, para que ellos también, reconociendo y confesando a
Jesucristo, puedan tener la dicha de santificarse y trabajar seguros en su
salvación. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La
Oración se rezará todos los días.
DÍA NOVENO – 28 DE JUNIO
Por
la señal…
℣. Oh Dios, ven en mi auxilio.
℟. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y
siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Gloriosos Príncipes de los Apóstoles, San
Pedro y San Pablo, vosotros obtuvisteis del
Señor las más preciosas y más abundantes gracias del espíritu de Jesucristo.
Ese espíritu es un espíritu de amor y caridad; el espíritu de amor y caridad
animó incesantemente vuestras acciones apostólicas. Por este espíritu santificasteis
al mundo entero y a Roma en particular. En este teatro del mundo, confinados en
prisiones o cargados con cadenas, conducidos al cadalso o entregados a los
verdugos mostrasteis a los hombres lo que el amor de Jesucristo puede realizar
en el corazón cristiano. Como un monumento perenne de ese amor, deseasteis que
Roma heredase vuestros restos mortales: deseasteis que vuestros venerables
restos reposasen allí, que vuestras sagradas tumbas sean glorificadas. ¡Ah!, que estos preciosos monumentos no nos sean
inútiles, y que este suelo, consagrado por vuestra sangre y por el más sublime
y perfectísimo acto de vuestro amor por Dios, sea siempre fertilizado por esa
divina caridad. Que esa caridad, por vuestra intercesión, inflame todos los
corazones; que estos días, dedicados al recuerdo de vuestra divina caridad,
pasen para nosotros en el ejercicio continuo de esa virtud; que el espíritu del
amor por Jesucristo anime los días que tengamos que pasar en la tierra y que
nuestro último acto aquí en la tierra sea de perfecta caridad, cerrando nuestro
período mortal y comenzando estos días inmortales cuando seamos capaces, con
vosotros, de amar, bendecir y dar gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo
por siempre y para siempre. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
—La
Oración se rezará todos los días.
***
Con
rescripto de 28 de julio de 1778, por órgano de la Secretaría de Memoriales, el
pontífice Pío VI concede 100 días de indulgencia a los fieles cristianos que,
contritos, rezaren, a lo menos una vez al día, la siguiente Oración con un
Padre nuestro, Ave María y Gloria en honor de los santos apóstoles Pedro y
Pablo; y una indulgencia plenaria en cualquier fiesta de San Pedro o de San
Pablo, o en uno de los nueve días precedentes, o bien en la octava siguiente,
si confesados y comulgados visitaren devotamente una iglesia o altar dedicado a
dichos santos Apóstoles, y allí rezaren la mencionada Oración, etc., rogando
por la Santa Iglesia.
¡Oh santos apóstoles Pedro y Pablo! Yo
N. … os
elijo hoy y para siempre por mis especiales protectores y abogados: y me alegro
humildemente tanto con Vos, San Pedro, príncipe de los Apóstoles, porque sois
aquella piedra sobre la cual edificó Dios su Iglesia; como con Vos, San Pablo,
escogido por Dios para vaso de elección y predicador de la verdad en todo el
mundo. Alcanzadme, os suplico, una fe viva, una esperanza firme y una caridad
perfecta, una total abnegación de mí mismo, desprecio del mundo, paciencia en
las adversidades y humildad en la prosperidad; atención en el orar, pureza de
corazón, recta intención en las obras, diligencia en el cumplimiento de las
obligaciones de mi estado, constancia en los propósitos, resignación a la
voluntad de Dios y perseverancia en la divina gracia hasta la muerte; para que,
mediante vuestra intercesión y vuestros méritos gloriosos, pueda vencer las
tentaciones del mundo, del demonio y de la carne, me haga digno de presentarme
ante el supremo y eterno Pastor de las almas Jesucristo, que con el Padre y el
Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, para gozarle y amarle
eternamente. Amén.
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
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