Novena
tomada del Manual del devoto de Nuestra Señora de Luján, compilado por el padre
Jorge María Salvaire Vásquez CM y publicado en Buenos Aires por la imprenta de
Pablo Emilio Coni e hijos en 1889.
COMENZAMOS: 29 de abril.
FINALIZAMOS: 7 de mayo.
FESTIVIDAD: 8 DE MAYO.
SOLEMNE NOVENA EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
ACTO
DE CONTRICIÓN
Omnipotente
Dios, y Señor Soberano de todas las cosas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que por un efecto de
vuestro poder, sabiduría y amor preservasteis a María del pecado original, para
ser digna habitación de Jesucristo y corredentora del linaje humano; postrados
humildemente a vuestra sagrada presencia, anonadados por el peso de nuestras
culpas, os pedimos perdón de todas ellas con el mayor dolor de nuestro corazón.
Recibid, Señor, las lágrimas de arrepentimiento que derrama el alma ante
vuestra Majestad adorable; no atendáis a nuestra profunda miseria; echad en
olvido las pasadas faltas, perdonadnos todos nuestros delitos, y por el grande
amor que manifestáis al hombre, haciendo a María Inmaculada, y por los méritos
de la Virgen Santísima, dadnos la gracia necesaria para saber hacer esta novena
para vuestra mayor gloria, en honor de vuestra Madre Purísima, y bien de
nuestras almas. Así sea.
—Aquí se
hace el ofrecimiento del Santísimo Rosario, que se reza en seguida.
DÍA PRIMERO: 29 de abril
CONSAGRADO A HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO AUXILIO DE LOS CRISTIANOS
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, AUXILIO DE LOS CRISTIANOS EN SUS
NECESIDADES
¡Purísima
Virgen María! Madre
del Amor hermoso, abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del Cielo todos los favores y beneficios
que alcanzamos; acordaos de que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas
imágenes vuestras como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján, ante la cual las
generaciones os invocan con éxito feliz, hace más de doscientos cincuenta años;
acordaos también de que, en todos tiempos, los moradores de estas dilatadas
regiones pusieron en Vos toda su confianza y su más firme esperanza en sus
lances más apurados, llamándoos su abogada y mirándoos como su auxilio más
poderoso; humildes y confiados,
os suplicamos, Señora, nos alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que os
pedimos en esta novena, lo que más convenga para nuestro bien espiritual y
temporal y en particular las virtudes de fe, esperanza y caridad, el perdón de
nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una buena muerte. Así sea.
CONSIDERACIONES
I.
— El auxilio o socorro está fundado sobre el
amor. Cuando un hombre de corazón caritativo, ve a otro hombre que sucumbe a la
desgracia, corre compadeciendo su pena, dándole valor, sosteniéndole y llevando
con él su carga sobre sus propias espaldas. Él es el pie del que cojea, el ojo
del ciego, el báculo del anciano, el padre del huérfano, el defensor de la
viuda, el paño que enjuga las lágrimas del afligido que llora.
Nuestro
Señor Jesucristo es evidentemente el auxilio de los cristianos. “No hay duda —según nos
dice San Pablo— que Jesucristo no deja de interceder por nosotros con su
Padre celestial, que le oye siempre, a causa del gran respeto que le es
debido”. “Ni hay duda tampoco, —añade San Bernardo— que
Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres; mas como estos
tiemblan, y con razón, a la presencia de la Divina Majestad que un día ha de
juzgarlos, ha sido necesario darles un mediador entre ellos y el mismo
Mediador; y por cierto, ninguno es más a propósito para llenar este caritativo
y piadoso cargo, como la Virgen Santísima, a la cual la Iglesia llama Abogada
nuestra y Auxilio de los cristianos”.
El título de
Auxilio de los cristianos dado a María Santísima por la Santa Iglesia, nos
dice, por lo tanto, claramente que ella los tiene a todos en el corazón y que
los ama.
II.
— Efectivamente, María, en primer lugar, no
cesa de preservar al pueblo cristiano de las maquinaciones con que el infierno
pretende hacer estragos en este rebaño de Cristo, apartando herejías, cismas,
guerras y otras calamidades que lo hubieran afligido muchísimas veces. En
segundo lugar, intercede por él, cuando la ira divina justamente irritada por
muchos de sus protervos hijos quiere
descargar castigos muy severos, y así es que, si no fuese por la divina Señora,
lloverían sobre nosotros hambres, pestes, terremotos y otras calamidades a cada
paso. En tercer lugar, lo socorre en las tribulaciones que no puede evitar, por
no oponerse al plan de la Divina Providencia, y en ellas sostiene la fe y la
paciencia de los fieles, da prudencia a los pastores, y doctrina a los maestros
siendo siempre la estrella que sirve de consuelo a la navecilla de San Pedro,
cuando más la azotan las ondas de la tempestad.
Leemos en la Sagrada Escritura que Betsabé
se presentó al rey Salomón, su hijo, diciéndole: Tengo
que hacerte una súplica, no me hagas un desaire. A cuyas palabras el rey
que se había levantado de su trono, contestó obsequioso y afable: Pedid, madre, porque no es justo que os deje avergonzada. (III Reyes
II, 20)
Así
también, Jesucristo, Rey del universo, dice a la Virgen María: Pide, Madre mía, que cuanto pidas alcanzarás; todo será
hecho según tus deseos. Por esto, se
dice de María con verdad, que puede tanto con sus súplicas, como Dios con su
propia omnipotencia.
¡Oh! Cuántas veces Jesucristo,
armado ya su brazo con las saetas de la divina venganza, para castigar con
graves penas a los pueblos cristianos por sus enormes y repetidas iniquidades,
ha reprimido clemente su mano por la intercesión de María.
III. ¿Quién será bastante a referir los
beneficios de María de Luján, sus hechos sin número, de auxilio, de asistencia,
de protección decidida en favor de sus hijos del Plata, en los apremios, las
tribulaciones y calamidades a que con frecuencia se vieron éstos expuestos?
El
Santuario de Luján ha sido preferido y constituido en ciudad de refugio, donde
ha querido la divina Providencia que tenga su origen un río de gracias y
favores, que con sus aguas fertiliza y fecunda toda esta bella parte del mundo.
El enfermo rodeado de congojas mortales, el caminante amenazado de peligros
continuos, el soldado en el riesgo y trance de la batalla, dirigen sus
corazones desde lejanas tierras a la Imagen de María de Luján, y luego ven
atendidas sus súplicas.
El
pastor en su redil, el hacendado en su estancia y el labrador que sigue el
arado, cantan y celebran las alabanzas de la Virgen de Luján, y todos ellos
reciben protección y bendición copiosa.
¿Cuántas veces en las épocas anteriores, libertó esta
divina Protectora a su amada provincia del Río de la Plata, de la temible
invasión de los indios bárbaros, poniéndolos, como sucedió en 1780, en
precipitada y misteriosa fuga?
¿Cuántas veces en aquellas ocasiones tan
frecuentes y fatales en otros países, en que los campos quedan exhaustos por la
falta de lluvias, no ha obtenido María de Luján, para sus moradores
atribulados, el anhelado beneficio de lluvias abundantes, con las cuales
quedaba superabundantemente remediado el terrible mal que se padecía?
¿Cuántas veces amparó a su pueblo en la
terribilidad de las epidemias que ponían en peligro la vida de tantos
ciudadanos, los cuales, por la intercesión de María de Luján, recobrados del
peligro, aumentaban el número de sus panegiristas y encomiadores?
Es más
fácil recordar con amor en su corazón la larga lista de los beneficios de María
de Luján en favor de estos pueblos a quienes ha mirado siempre con ojos de
predilección, que expresarlos con la palabra o por escrito, de modo que si,
cuando Salomón dedicaba el templo al Señor, se le apareció Dios y le dijo: Yo desde el cielo escucharé a este pueblo que en este
templo me orase y le seré propicio (II Paralipómenos VII, 14)
podemos decir que la misma promesa hace Jesucristo a su Madre respecto a su
Santuario de Luján. Le promete que escuchará
siempre, desde su solio excelso, las súplicas de los pueblos del Plata que la
invocaren en su Santuario de Luján, y que en todas las cosas se le manifestará
propicio.
RESOLUCIÓN: A fin de que la Santísima Virgen se digne
poner todo su interés de Madre para alcanzar nuestra salvación, procuraremos
con toda la solicitud de cariñosos hijos, darle gusto en cada una de nuestras
acciones, sobre todo en esta novena que consagramos a Ella.
EJEMPLO: NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN LIBRA A SU VILLA DE UN
MODO PORTENTOSO DE UNA GRAVE EPIDEMIA.
En todos tiempos, la Virgen Santísima de
Luján se mostró el seguro asilo de su pueblo fiel en las calamidades públicas.
Aquí nos contentaremos con recordar un ejemplo de su maternal protección que
sacamos de los documentos públicos y oficiales.
Corría
el año de 1778. Ya anteriormente y durante varios años consecutivos, habíase
notado en todo este distrito del Río de la Plata una grande esterilidad y seca,
con la cual los campos se habían esterilizado, y los sembrados se habían
secado... Y no hallando los vecinos y moradores del distrito con qué suplir la
falta de los trigos, se habían visto precisados a mantenerse sólo con carnes, de que habían resultado
numerosas enfermedades, que los habían desolado... Y prosiguiendo sin embargo
la dicha seca y esterilidad, había aparecido una nueva y más terrible epidemia,
ocasionada ya por el hambre, que amenazaba de concluir con todos los habitantes
de esta Provincia.
Era tal la intensidad de la peste, que, de
sólo las compañías de la Guardia de Luján, compuestas de menos de trescientos
hombres, ya se había llevado ciento noventa y seis hombres, sin incluir
mujeres, niños y forasteros.
Pues
bien, tan luego como la epidemia se manifestó en los partidos limítrofes, el
Cabildo de la Villa de Nuestra Señora de Luján, comprendiendo que para atajar
tanta calamidad, el mejor y más eficaz asilo era la invocación de su milagrosa
Virgen, no cesó, conforme era su uso y costumbre en semejantes casos, de mandar
celebrar novenarios, rogativas y procesiones, para implorar a su divina Patrona
titular, se dignase interceder con su precioso Hijo, al objeto de alejar de
este vecindario y su jurisdicción, la terrible plaga que, donde quiera que
apareciera, sembraba la desolación y la muerte. Y ¡cosa
admirable! María Santísima ampara, en esta circunstancia, con tanta
solicitud y evidencia a su querida Villa, que no solamente ninguno de sus
vecinos llega o contagiarse con la terrible peste, sino que cuantos vienen
enfermos de afuera a ella recuperan prontamente la salud.
Así que, esparciéndose por todas partes la
voz de la protección especial con que la Santísima Virgen María había amparado
a esta Villa, en diferentes circunstancias de pestes y epidemias, y más
particularmente en aquel año de 1778, se fue aumentando igualmente la fe, la
devoción y el culto hacia nuestra portentosa Imagen, siendo los principales
heraldos y panegiristas de sus prodigios y los más celosos apóstoles de su
culto, aquellos mismos que, asaltados en sus respectivos partidos por la
implacable enfermedad, habían acudido a esta Villa como a un seguro asilo, y
hallado a los pies del sagrado Simulacro el restablecimiento de su salud.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, Auxilio de los
cristianos en las tribulaciones que nos agobian, tened piedad de vuestro pueblo
e interceded por nosotros!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, AUXILIO DE LOS CRISTIANOS
Bendita
seáis, Virgen Santa de Luján,
bendito vuestro poder, vuestra voluntad y prontitud en socorrernos; mirad cuán
necesitados estamos de vuestros soberanos auxilios; mirad cuánto se ha
aumentado el número de los que persiguen el pueblo cristiano. Defendednos, Vos,
muy amada Patrona, de sus asechanzas, y hacednos triunfar de sus insidiosas
armas, que dirigen contra nuestros espíritus, y de los combates con que atacan
a la Iglesia de Dios. Sed ahora y siempre nuestra constante defensora, ¡oh María de
Luján!, mirad asimismo cómo se multiplican las calamidades que por
doquiera nos invaden, tristes pero justos efectos de la ira de Dios irritado
por nuestras iniquidades, y que vuestra mediación nos alcance la disminución de
los males que nos agobian.
Pero ¡ay!, ¿cómo nos
atrevemos a dirigirnos a Vos? Tenemos,
es verdad, el nombre de cristianos y nos preciamos de devotos vuestros; mas
nuestras obras se hallan en contradicción con nuestra fe. Y ¿permitirá
vuestra bondad que prosigamos en una vida tan impropia de discípulos de vuestro
Hijo, tan poco digna de vuestros devotos? ¡Ah! No,
no, Madre querida, alcanzadnos una gracia eficaz con que nos resolvamos a
mejorar nuestra conducta y vivificar nuestra fe con la más fervorosa caridad.
Aquí se
canta o se reza la Letanía de la Virgen:
Señor, ten piedad de nosotros.
Jesucristo, ten piedad de nosotros
Señor, ten piedad de nosotros
Cristo, óyenos
Cristo, escúchanos.
Dios
Padre celestial, ten
piedad de nosotros.
Dios
Hijo Redentor del mundo, ten
piedad de nosotros.
Dios
Espíritu Santo, ten
piedad de nosotros.
Santísima
Trinidad que eres un sólo Dios,
ten piedad de nosotros.
Santa
María, ruega
por nosotros.
Santa
Madre de Dios, ruega
por nosotros.
Santa
Virgen de vírgenes, ruega
por nosotros.
Madre
de Cristo, ruega
por nosotros.
Madre
de la Iglesia, ruega
por nosotros.
Madre
de la Divina gracia, ruega
por nosotros.
Madre
purísima, ruega
por nosotros.
Madre
castísima, ruega
por nosotros.
Madre
inviolada, ruega
por nosotros.
Madre
incorrupta, ruega
por nosotros.
Madre
amable, ruega
por nosotros.
Madre
admirable, ruega
por nosotros.
Madre
del Buen Consejo, ruega
por nosotros.
Madre
del Creador, ruega
por nosotros.
Madre
del Salvador, ruega
por nosotros.
Virgen
prudentísima, ruega
por nosotros.
Virgen
venerable, ruega
por nosotros.
Virgen
laudable, ruega
por nosotros.
Virgen
humildísima, ruega
por nosotros.
Virgen
poderosa, ruega
por nosotros.
Virgen
clemente, ruega
por nosotros.
Virgen
fiel,
ruega por nosotros.
Espejo
de justicia, ruega
por nosotros.
Trono
de la Sabiduría, ruega
por nosotros.
Causa
de nuestra alegría, ruega
por nosotros.
Vaso
espiritual, ruega
por nosotros.
Vaso
honorable, ruega
por nosotros.
Vaso
de insigne devoción, ruega
por nosotros.
Rosa
mística, ruega
por nosotros.
Torre
de David, ruega
por nosotros.
Torre
de marfil, ruega
por nosotros.
Casa
de oro, ruega
por nosotros.
Arca
de la Alianza, ruega
por nosotros.
Puerta
del Cielo, ruega
por nosotros.
Estrella
de la mañana, ruega
por nosotros.
Arca
de salvación, ruega
por nosotros.
Mística
ciudad de Dios, ruega
por nosotros.
Adoratriz
perpetua de Jesús Sacramentado, ruega
por nosotros.
Salud
de los enfermos, ruega
por nosotros.
Refugio
de los pecadores, ruega
por nosotros.
Consuelo
de los afligidos, ruega
por nosotros.
Auxilio
de los Cristianos,
ruega por nosotros.
Corredentora
del género humano, ruega
por nosotros.
Medianera
de todas las gracias, ruega
por nosotros.
Terror
de los demonios, ruega
por nosotros.
Exterminadora
de todas las herejías, ruega
por nosotros.
Reina
Inmaculada, ruega
por nosotros.
Reina
de los Ángeles, ruega
por nosotros.
Reina
de los Patriarcas, ruega
por nosotros.
Reina
de los Profetas, ruega
por nosotros.
Reina
de los Apóstoles, ruega
por nosotros.
Reina
de los Mártires, ruega
por nosotros.
Reina
de los Confesores, ruega
por nosotros.
Reina
de las Vírgenes, ruega
por nosotros.
Reina
de todos los Santos,
ruega por nosotros.
Reina
concebida sin mancha de pecado, ruega
por nosotros.
Reina
asunta a los Cielos, ruega
por nosotros.
Reina
del Santísimo Rosario, ruega
por nosotros.
Reina
del clero, ruega
por nosotros.
Reina
de la Iglesia, ruega
por nosotros.
Reina
de la familia, ruega
por nosotros.
Reina
de la paz, ruega
por nosotros.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo, escúchanos Señor.
Cordero
de Dios que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
V.
Ruega por
nosotros, Santa Madre de Dios.
R.
Para que
seamos dignos de las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Oremos: Te suplicamos, Señor Dios, nos concedas a nosotros tus siervos, gozar
de perpetua salud de alma y cuerpo: y, por la intercesión de la gloriosa y
Bienaventurada siempre Virgen María santísima, vernos libres de las tristezas
presentes, y obtener las alegrías eternas. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO AUXILIO DE LOS CRISTIANOS DEL
PLATA
Coro: En Luján, en su Templo famoso,
Donde
el pecho gozoso palpita,
Nuestra
voz entusiasta repita
¡Gloria,
gloria a la Madre de Dios!
Campesinos, venid a las plantas
De
la Esposa del pobre artesano;
Vuestros
ruegos alzad, que no en vano
Lograrán
su ternura mover.
No
os arredre mirar en su frente
La
corona de rayos circuida,
Bien
sabéis que en el mundo su vida
Se
pasó en humilde taller.
Coro: En Luján, en su Templo famoso,
Donde
el pecho gozoso palpita,
Nuestra
voz entusiasta repita
¡Gloria,
gloria a la Madre de Dios!
II
¡Ah!, venid, los que vais por la tierra
Del
dolor en la copa bebiendo,
Los
que en medio a la dicha sonriendo
Verdadera
delicia sentís.
Los
mendigos cubiertos de harapos.
Los
que en torno miráis la opulencia,
Los
enfermos de horrible dolencia,
Los
que sanos y alegres vivís.
Coro: En Luján, en su Templo famoso,
Donde
el pecho gozoso palpita,
Nuestra
voz entusiasta repita
¡Gloria,
gloria a la Madre de Dios!
Caminantes, marinos, guerreros,
Vuestra
humilde plegaria resuene
Y
el Santuario de júbilo llene
Con
los himnos de paz y de amor.
La
que hoy brilla en espléndido trono,
Por
el mundo cruzó peregrina;
Es
la Estrella que el mar ilumina
Y
es su nombre en la lid vencedor.
Coro: En Luján, en su Templo famoso,
Donde
el pecho gozoso palpita,
Nuestra
voz entusiasta repita
¡Gloria,
gloria a la Madre de Dios!
Todos, todos, venid a sus plantas
Venid
justos; venid pecadores,
Y
cubrid sus altares de flores
Levantando
gozosos la voz.
Sin
descanso decid en el colmo
De
entusiasmo y ardiente alegría;
“Nuestro
amparo y refugio es María,
Nuestra
Madre es la Madre de Dios”.
Coro: En Luján, en su Templo famoso,
Donde
el pecho gozoso palpita,
Nuestra
voz entusiasta repita
¡Gloria,
gloria a la Madre de Dios!
GOZOS DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN
Todo
el mundo con afán,
Os
quiere por protectora,
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
En
Lujan, pago pequeño,
Quisiste
tener asiento;
Mas
ya Luján incremento
Goza
de villa, al empeño
De
los milagros que están
Mostrándote
protectora.
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
Las
lámparas, noche y día
Arden
en vuestra presencia,
Y
en su licor la dolencia
Encuentra
la mejoría;
Los
enfermos lo dirán
Y
la fama voladora.
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
Ciegos,
cojos y tullidos,
Enfermos,
agonizantes,
Siendo
en sus votos constantes,
Son
de Vos favorecidos,
Las
romerías lo van
Diciendo
con voz sonora.
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
Ni
el sarampión enfadoso,
Ni
las viruelas mortales,
Dejan
rastros ni señales
De
su humor tan venenoso,
Si
el miserable a quien dan
Vuestro
patrocinio implora.
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
Vuestro
poder ha mostrado
Ser
norte de navegantes,
Asilo
de naufragantes;
Y
los que os han invocado
Seguros,
conseguido han
Vuestro
auxilio sin demora,
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
En
las crueles invasiones
De
los indios inhumanos
Libráis
a los comarcanos.
De
sus robos y traiciones;
Por
esto os aclamarán
Siempre
por su defensora.
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
Los
que cautivos se miran
De
su bárbara crueldad
Recobran
la libertad,
Virgen,
si por vos suspiran:
Después
publicando están
Que
sois su libertadora,
Amparadnos,
gran Señora,
Virgen
pura de Luján.
ORACIÓN
Os
suplicamos, Señor, escuchéis
benignamente las devotas súplicas de vuestro pueblo, y lo que pedimos en la
tierra por la protección de la Bienaventurada Virgen María, merezcamos
alcanzarlo por su intercesión en el cielo. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO: 30 de abril –
CONSAGRADO A
HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO REFUGIO DE LOS POBRES PECADORES.
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, REFUGIO DE LOS POBRES PECADORES
¡Purísima
Virgen María! Madre
del amor hermoso, abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del Cielo todos los favores y beneficios
que alcanzamos; acordaos de que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas
imágenes vuestras, como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján; ante la cual las
generaciones os invocan, con éxito feliz, hace más de doscientos cincuenta
años; acordaos también de que, en todos tiempos, los pobres pecadores pusieron
en Vos toda su confianza y la esperanza de su eterna salvación, mirándoos
siempre como refugio seguro contra la ira del omnipotente Dios; humildes y confiados os suplicamos, Señora, nos alcancéis de
vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que más convenga
para nuestro remedio espiritual y corporal, y en particular las virtudes de fe,
esperanza y caridad, el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el
servicio de Dios y una buena muerte.
Así sea.
NUESTRA
SEÑORA DE LUJÁN, REFUGIO DE LOS PECADORES
CONSIDERACIONES
I.
— ¡Cuán severo se
mostraba Dios con los pecadores antes de la Encarnación del Verbo! ¡Qué castigos
tan espantosos imponía a los infractores de su ley! A cada página de la Sagrada Escritura, se
nos presentan ejemplos de la justicia de Dios, que usaba de su omnipotencia para vengar las injurias de los
impíos. Una lluvia no interrumpida por el largo espacio de 40 días con sus
noches, hace casi desaparecer el género humano de sobre la faz de la tierra
(Apocalipsis
V, 5). Un fuego devorador venido del Cielo consume
en breves instantes cinco ciudades pecadoras. Si Israel murmura en el desierto
de las disposiciones de Dios o de su ministro Moisés, ora se ve acometido de
ponzoñosas serpientes que causan en él una horrible mortandad, ora saciado con
las carnes que apeteciera, encuentra su muerte en ellas mismas. ¿Qué más? Si el grande amigo de Dios que con él
conversaba cara a cara, muestra alguna vez una pequeña desconfianza, ni esta
ligera culpa queda sin un ejemplar castigo; Moisés se verá privado de entrar en
la tierra de promisión. Léase en fin toda la historia del pueblo de Dios, y el
corazón se estremecerá al ver las terribles penas impuestas por el Señor a los
delincuentes, y con frecuencia en el acto mismo de la culpa.
Y ¿cómo se hace
que este soberano Señor, en la antigua ley tan exacto en castigar, se muestra
ahora tan fácil para perdonar? ¿Que se apiada de sus mismos crueles verdugos,
diciendo al Padre Eterno: Señor, perdónalos
porque no saben ellos lo que hacen? ¿De
dónde viene que ahora sufre con tanta paciencia a los pecadores, y les concede
tiempo de penitencia y les dispensa el perdón de sus culpas al punto que las
lloran?
II.
— ¡Ah! Es porque el
Señor hecho hombre, se crio desde su infancia en el regazo de María, y se
alimentó con la leche dulcísima de sus pechos; y la sangre que corría en las
venas sacrosantas de Jesús traía su origen de la sangre de María.
La
Iglesia, siempre inspirada por el Espíritu Santo, proclama la consoladora
verdad que María es el seguro Refugio de todos los pecadores Refúgium peccatórum. San Anselmo nos dice sobre
esta materia: “que, si el que ruega, no es digno de
ser pido, los méritos de María rogarán en su favor, y las gracias que los
pecadores son indignos de recibir, se conceden a María, a fin de que ellos las
obtengan por su medio. Ella es Madre de Dios y Madre de los pecadores; y el
oficio de una buena madre es, que en sabiendo que hay una enemistad mortal
entre dos de sus hijos, hace para reconciliarlos todo cuanto está de su parte”.
Siendo, pues, la Virgen a la vez Madre de Jesucristo y Madre del hombre,
experimenta un sentimiento tan profundo, cuando ve que un pecador se ha
constituido en enemigo de Jesucristo y ha caído en su desgracia, que nada deja
de hacer para reconciliarlo con su divino Hijo. Es a un mismo tiempo Madre del
justo y del culpable, y por eso no puede sufrir que haya discordia entre ellos.
María
es, pues, el Refugio seguro de los pecadores y se compadece tan sensiblemente
de sus males, que parece que los siente en sí misma. Admirable compasión de la
Virgen en favor de los pecadores, representada en la de esa mujer Tecuita, la cual,
dirigiéndose al Rey David, le dijo estas palabras: “Señor,
yo tenía dos hijos, el uno de los cuales, en una riña mató a su hermano. La
justicia ha echado su mano sobre el culpable; y yo que soy madre de los dos,
habiendo perdido al uno, estoy en peligro de perder al otro. Tened pues piedad,
Señor, de una madre desolada; no permitáis que se le arrebate el único hijo que
le queda.” A estas palabras, movido David a compasión, mandó que se
diese libertad al culpable y que fuese restituido a su madre. He aquí precisamente
lo que hace María, cuando ve a un pecador que ha caído en desgracia del Juez
Supremo y que reclama la asistencia de su Madre, Ella dirige a Dios las mismas
palabras que la Tecuita dirigió en otro tiempo a David: “Oh mi Rey, le dice; yo tenía dos hijos, Jesús y el hombre; el hombre
ha hecho morir a Jesús en la cruz; vuestra justicia quiere ahora castigar al
culpable: ¿queréis pues, Señor, quitarme el
segundo hijo después que he perdido al primero?”.
¡Ah! No,
por cierto, no condenará Dios al pecador que recurre a María: y pues él mismo
la ha dado al pecador por Madre, se complace en que la Virgen ejerza los
oficios de tal; y esto es lo que hace todos los días con una bondad y
misericordia sin igual.
III.
— ¿Quién podrá
contar el número de aquellos que, arrastrados por malos hábitos, o por la
ceguedad del espíritu se convierten a Dios, y hacen penitencia de sus crímenes,
debido a la mediación de María de Luján quien, para alcanzar este fin
imploraban una madre, una esposa, un amigo piadoso? ¿Quién podrá decir cuántos
son los pecadores sacados de una gran depravación de costumbres a una vida
piadosa y santa, sólo con la impresión que recibieron durante alguna
peregrinación al Santuario de Lujan? ¿Cómo poder enumerar las almas muertas por
el pecado mortal y resucitadas a la vida de la gracia, ya con la emoción
ineludible que se experimenta en el Camarín de la Virgen, ya con el ejemplo y
enseñanza del fervor y devoción de otros peregrinos? ¿Cuántas victorias de la
gracia sobre almas tan caídas en el mal, como Lázaro en el sepulcro, debidas
únicamente al amparo de Nuestra Señora de Luján, a cuya protección habían
acudido como a Refugio seguro, tantos desgraciados pecadores, que, al
considerar sus grandes extravíos, estaban ya a punto de abandonarse a la
desesperación, encontrando luego la paz y el sosiego después de haber invocado
a la Virgen de Luján? Con
grandes acciones de gracias es como refieren ellos mismos su conversión, todos
aquellos que vuelven a mejores sentimientos, gracias a la mediación de María de
Luján.
Recurra, pues, a María de Luján todo
pecador, cualquiera que sea el número, por grande que sea la enormidad de sus
pecados; pues Ella es el Refugio seguro de los pecadores. Ponga toda su
confianza en la milagrosa Virgen, practique todos los medios que estén a su
alcance para romper las cadenas que lo retienen esclavo del demonio. María le
ayudará con sus poderosos auxilios, y no cesará de rogar al Señor, hasta que el
hijo pródigo haya sido admitido otra vez a la mesa del Padre de familia, y disfrute
de la gracia y de la misericordia de su Dios.
RESOLUCIÓN: Hacer examen de conciencia antes de
recogerse por la noche; disponerse a hacer una buena confesión de sus culpas, y
hasta, si se sintiera su necesidad, una confesión general de todos sus pecados.
EJEMPLO: DEVOCIÓN DE UNOS GAUCHOS MATREROS A NUESTRA
SEÑORA DE LUJÁN.
Las inconmensurables llanuras de esta República se veían, hace pocos años, y a veces se ven todavía, infestadas por partidas de salteadores, que el pueblo suele denominar gauchos malos o matreros, que eran y son el terror y espanto de todas las campañas y aún más de los pueblos que ellos han elegido para teatro de sus trágicas hazañas y proezas sangrientas.
Pues bien: para esos mismos bandidos
divorciados de la sociedad y proscritos por las leyes, la Virgen de Luján es
especial objeto de profunda veneración, es Ella su verdadero refugio, a tal
punto que los misioneros católicos que se han internado más profundamente en
nuestras Pampas, han tenido ocasión de oír, no sin sorpresa, a gauchos matreros
y perseguidos por la justicia, tiernísimas endechas, cantadas al son de la
popular guitarra, en honor de Nuestra Señora de Luján.
Cuenta
cierto misionero que un día llegó, en medio del desierto, a inmediaciones de un
mísero rancho perdido allá en medio de la pampa y le sorprendieron luego los
confusos acentos de unos cantares tristes que, desde lo interior, repetía
monótonamente la voz cascada de un hombre, al compás de una vihuela
desdeñosamente arañada.
Entró
en el mísero reducto, y vio colgado en uno de los postes que formaban el
armazón del rancho, un cuadro todo ahumado, y debajo del cuadro, un candil
formado con dos pedacitos de cuero concavados, cocidos juntos, en el cual
echaban sebo, a guisa de aceite. La lumbre que producía el rústico candilejo
era bastante opaca, y más abundantes que la lumbre, eran los nubarrones de humo
que despedía.
Nos
saludamos recíprocamente, escribe dicho misionero, y después de cambiar algunas
palabras que bien pronto establecieron entre nosotros suficiente confianza, le
pregunté: “¡Con que, amigo, estaba usted cantando
alguna quintilla, para matar el tiempo!”.
“Así es, señor, me contestó, pero vea usted cómo... Todas las noches, siempre que me deja mi mala suerte dormir debajo de techado, la sé alumbrar a mi Madre y Señora, la Virgen de Luján, que usted ve aquí en este cuadro, para que ella, siquiera me mire con lástima, ya que los hombres, de mí no se acuerdan sino para perseguirme... y la digo mis cuitas en la mejor forma que yo entiendo, que es cantándola todas las noches algunas coplas, con acompañamiento de este añejo instrumento, ¡Qué quiere usted.... señor, si es la Virgen de Lujan la compañera que me ha quedado en mis desgracias!... y conforme la ve usted aquí, ahí van como unos 20 años que me acompaña en todas mis andanzas— ¡Y si no fuera por esta mi Madre y gran Señora.... quién sabe si ya no hubiera yo dejado tirados mis huesos, por ahí en tierra pampa! ...”.
Y
diciendo estas palabras, vi brillar en sus ojos dos gruesas lágrimas, todas
preñadas de encontrados sentimientos de tristeza, amor, gratitud y confianza,
lágrimas que vinieron a rodar furtivamente, por sus tostadas y ásperas
mejillas.
No
puedo expresar la emoción que experimenté en ese momento... ¡Allá, en el desierto! en aquella
mísera choza, perdida en medio de aquellas soledades sin límites, unos gauchos
matreros, en otros tiempos salteadores, perseguidos por la humana justicia, y
divorciados de la sociedad, dando al aire sus quejas, delante de una vieja y
denegrida Imagen de la Virgen de Luján, en quien sólo se atreven a poner su
confianza, y cantándola en melancólicas endechas, sus miserias, su
arrepentimiento, sus penas y sus esperanzas, al compás de un destrozado
instrumento, y con más cariño, ternura y confianza de la que suelen los
enamorados del mundo experimentar para con los objetos de su pasión. ¡Tanta es la confianza que suele la misericordiosa Virgen de
Luján inspirar a los pobres pecadores!
JACULATORIA: Nuestra Señora de Luján, Refugio de los
pobres pecadores, interceded por nosotros que nos acogemos a vuestra
tradicional misericordia.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN REFUGIO DE LOS PECADORES
A Vos,
Refugio de los desgraciados pecadores, compasiva Virgen de Luján, dirigimos nuestras
angustiadas miradas. Tendremos, y tal vez en breve, que comparecer delante de
nuestro Juez soberano, siendo culpables de un sin número de pecados. ¿Y quién le
aplacará? Sólo Vos podéis hacerlo, oh Madre de la misericordia, Vos
que le amáis tanto y que sois tan tiernamente amada de Él. Decidle, os rogamos,
a vuestro divino Hijo: Mira, Hijo mío, a estos pecadores; considera, que,
aunque tales, son, sin embargo, hijos míos y hermanos tuyos. David lloró por
Absalón, aunque era hijo rebelde; yo así me compadezco de los hombres, aunque
pecadores. Lleguen así por vuestro
intermedio, hasta el trono de la Divina Justicia, nuestras súplicas y nuestros
suspiros. ¡Oh Madre llena
de clemencia! Imploramos vuestra
protección. Calmad la indignación de vuestro Hijo; hacednos recobrar su santa
gracia. Vos no aborrecéis al pecador, cualesquiera que sean sus culpas, con tal
que os dirija sus ruegos con sinceridad e implore vuestra intercesión. Dignaos,
Virgen Santa de Luján, alargarnos la mano y reconciliarnos con nuestro Juez. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO FUNDADORA DE SU VILLA
Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia
Manantial
del divino consuelo!
¡Gloria,
gloria a María en el Cielo!
¡Gloria,
gloria a María en Luján!
Qué favor, qué merced admirable,
Nos
hiciera la Reina del Cielo
Al
enviar cariñosa a este suelo
Su
más dulce mirada de amor.
Ella
obrando un milagro palpable
Do
su afecto tiernísimo brilla,
La
Patrona hízose de esta Villa
Cuya
oscura humildad le agradó.
Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia
Manantial
del divino consuelo!
¡Gloria,
gloria a María en el Cielo!
¡Gloria,
gloria a María en Luján!
A otro punto su Imagen amable
Un
devoto mortal destinaba,
Mas
su extrema piedad la inclinaba
A
este suelo mil veces feliz.
¡Oh,
virtud de la gracia inefable
Que
los planes humanos quebranta!
Este
sitio ignorado la encanta,
Y
no es dado apartarla de aquí.
Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia
Manantial
del divino consuelo!
¡Gloria,
gloria a María en el Cielo!
¡Gloria,
gloria a María en Luján!
Desde entonces, ¡oh Dios! cuántas veces
Esas
manos preciosas se abrieron
Y
en copiosos raudales vertieron
De
su amor el inmenso caudal.
¿Quién
jamás elevara sus preces
A
esa Madre tan fina y amante
Sin
que fuera colmado al instante
De
risueña esperanza y de paz?
Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia
Manantial
del divino consuelo!
¡Gloria,
gloria a María en el Cielo!
¡Gloria,
gloria a María en Luján!
¡Oh! Bien alto la gloria proclama
De
la Madre divina de Cristo,
Este
augusto Santuario que ha visto
Mil
prodigios que el mundo admiró.
Hoy,
la voz inmortal de su fama
Los
confines de América llena
Y
en el gran Vaticano resuena
Cual
un grito sublime de amor.
Coro: ¡Gloria, gloria a la Virgen propicia
Manantial
del divino consuelo!
¡Gloria,
gloria a María en el Cielo!
¡Gloria,
gloria a María en Luján!
—Los Gozos y la Oración se dirán todos los
días.
DÍA TERCERO: 1º de mayo–
CONSAGRADO A HONRAR A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO
CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS.
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS
¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,
abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los hombres, por cuyas manos
nos vienen del cielo todos los favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de
que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras como venera
la piedad de los fieles, y particularmente en la coronada Imagen que veneramos
en el Santuario de Lujan, ante la cual las generaciones os invocan, con éxito
feliz, hace más de doscientos cincuenta años; acordaos también, de que, en
todos tiempos, los pobres afligidos pusieron en Vos toda su confianza,
mirándoos siempre como la Consoladora de cuantos padecen tribulación; humildes y confiados os suplicamos, Señora, nos alcancéis de
Vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que más convenga
para nuestro remedio espiritual y corporal, y en particular, las virtudes de
fe, esperanza y caridad, el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el
servicio de Dios y una buena muerte. Así
sea.
NUESTRA
SEÑORA DE LUJÁN, CONSUELO DE LOS AFLIGIDOS
CONSIDERACIONES
I.
- Dios es
llamado nuestro primer consolador por excelencia. “Él es el Padre de las misericordias y el Dios de toda
consolación” (2.ª Cor. 1, 3). “Él es quien nos consuela en toda adversidad” (2.ª Cor. 1,
4). Vino
el Redentor del Mundo, el Hijo de María, y con su presencia mil veces bendita,
consoló al mundo sumido en la tribulación y la angustia. En su ascensión al
Cielo, Él prometió a sus discípulos que no los dejaría huérfanos y les enviaría
un consuelo visible, promesa que cumplió en verdad, el día de Pentecostés,
cuando envió al divino Paráclito.
Pero, asimismo ha cumplido abundantemente su
promesa de no dejarlos huérfanos, dándoles por Madre a su propia Madre, María
Santísima, y de comunicarles el espíritu de consuelo, allegándolos a la fuente
de todo consuelo, por María que ha sido y es la Consoladora, la ayuda, la
consejera, el asilo de los fieles, en todas sus tribulaciones. Bajo este
concepto, la Iglesia estuvo verdaderamente inspirada, al enseñarnos que
invocásemos a María, bajo el título de Consoladora
de los afligidos.
Es familiar en los justos no huir de la
adversidad, no evitar los sufrimientos y no rehusar la tribulación, sino pedir
a Dios consuelo y alivio. Vemos esto en David, cuando dice: “Derramad sobre mí vuestra misericordia, á sin de que ella sea
mi consuelo”. Él
pide la misericordia, no para no sentir el peso de la adversidad, los tormentos
del disgusto, la amargura de la injusticia y de la ingratitud, la opresión de
la tribulación y de la desgracia, sino para ser consolado y aliviado.
Así, invocando a María, bajo el título de
Consoladora de los afligidos, la Iglesia nos enseña a pedir, no el alejamiento
de las tribulaciones, la exención de la adversidad, sino el consuelo de la
Bienaventurada Virgen que es la alegría de los atribulados y desgraciados.
II.
-. Ella,
en efecto, ve la miseria, las perplejidades de los hombres y se apresura por
subvenir a ellas. Ella aligera las aflicciones y las dulcifica. De aquí
proviene que San
Buenaventura
(Opúsculo
XXVI), llama
a María “el asilo seguro de todos los afligidos”; y San Juan Damasceno (Sermón
sobre la dormición de la Virgen)
la saluda así: “Yo os saludo, a Vos
que aliviáis todas las inquietudes. Yo os saludo, remedio de todos los males
del corazón”.
San
Efrén la
llama la fuente de todo consuelo.
Sólo en ella, es verdad, se encuentran la verdadera alegría, la dicha sólida.
Sí; no hay tristeza tan abrumadora que no encuentre una dulcificación en María,
ni cruz tan pesada, ni aflicción bastante profunda, ni perplejidad tan amarga
que no encuentre alivio en María.
De cierto, figura fue suya muy expresiva la
bella Ester, esposa de Asuero. Gemía su desgracia con lágrimas acerbísima el
pueblo de Dios, condenado a perecer en un solo día por la perversidad de Amán,
orgulloso y vengativo favorito del monarca. Pero, sábelo Ester y suplica a su
complaciente esposo: “Perdona a mi pueblo por
quien te pido” (Ester 7, 3).
En el momento, le fue concedida la gracia, y luego se enjugaron las lágrimas de
los infelices hebreos, y aún se trocó en día de placer el que estaba señalado
para serlo de llanto y desolación.
No es menos que la de Ester la compasión que
María tiene de sus devotos afligidos; no es menos su autoridad e influencia con
el Rey celestial, para librarlos de todo mal; no es menos la prontitud con que
acude a socorrerlos cuando la invocan, y aún muchas veces previene sus necesidades
y se anticipa a sus ruegos.
III.
– La Virgen de Luján es
Consoladora de los afligidos,
de los corazones tristes, de los que experimentan amargura en la vida y que la
invocan con confianza; pues esta dulce Madre les devuelve a todos la alegría,
dulcificando las olas amargas de la tristeza y atrayendo la serenidad sobre su
frente atribulada. El solo nombre de la Virgen de Luján, su grato recuerdo ha
levantado a muchos corazones agobiados de su abatimiento, los ha consolado en
sus sinsabores; ha endulzado sobre todo la indigencia y la miseria de una
infinidad de pobres abandonados, regocijándolos en sus privaciones.
¡Cuántos, invocando a María de Luján han
sentido cambiadas sus fatigas en reposo, sus inquietudes en paz, sus
aflicciones y congojas en inefable consuelo!
¿Qué no pudiera añadirse aún sobre los
favores peculiares concedidos por la Virgen Inmaculada de Luján a los corazones
angustiados que la han invocado? Pero,
¿por qué
insistir en lo que todos los habitantes de estos países y aún de regiones más
remotas no cesan de proclamar? Los
huérfanos la llaman su madre, las viudas abandonadas su defensa, los pobres su
abrigo, los culpables su refugio y todos los que lloran su paño de lágrimas. ¿Y qué necesidad
de referir hechos, si los anales, los ex-votos, los donativos que adornan su
altar y su camarín, si las peregrinaciones incesantes que se efectúan a su
Santuario dicen más alto que el mejor de los discursos los consuelos obtenidos
de la Madre de las misericordias, por las súplicas de un sin número de
corazones atribulados?
Así pues, cualesquiera que sean nuestro
apuro y las causas de nuestra tristeza, recurramos con confianza a la
misericordiosa Virgen de Luján. Ella tiene cuidado de nosotros. Ella comprende
perfectamente todas nuestras necesidades. Ella las observa con una atención
toda maternal, y lleva a toda una ayuda oportuna, y un consuelo imponderable.
RESOLUCIÓN: En nuestras aflicciones y angustias, nos
uniremos a María, para arrodillarnos al pie de la cruz, símbolo de nuestros
consuelos y de nuestra firme esperanza, y nos honraremos en colgar siempre a
nuestro pecho esa noble insignia de todo cristiano.
EJEMPLO: NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN SACA DE UNA GRAN TRIBULACIÓN A SU ESCLAVO,
EL NEGRITO MANUEL.
Memorable fue la prueba por la que plugo a
la Divina Providencia hacer pasar al virtuoso esclavo de la Virgen de Luján, el
negrito Manuel, y de la cual lo sacó esta compasiva Señora, inundando su
corazón de inefables consuelos.
Fallecido
D. Rosendo de Oramas, quien había donado el negrito a la Virgen por esclavo y
sacristán, el hijo, D. Juan de Oramas, cura Rector de la Catedral de Buenos
Aires, alegaba su derecho a los servicios del negrito, como heredero que era de todos los bienes del difunto padre.
Conocedor
el pobre Manuel de las pretensiones del Maestro Oramas, y temiendo que las
habilidades e influencias de hombres poderosos alcanzasen separarle de su
querida ermita y de su dulce Madre, sintió un indecible dolor invadir su
corazón.
Confiado, no obstante, en el cariño y poder
de su divina Señora, bajó a la ciudad de Buenos Aires, a litigar ante los
Tribunales Eclesiásticos contra las pretensiones del poderoso Cura Rector de la
Catedral.
Nuestro negrito defendió su derecho ante sus
jueces, con aquel calor y entusiasmo que suelen comunicar la convicción y la
esperanza de un bien supremo, diciendo ser de la Virgen de Lujan no más, y que
así lo había asegurado y repetido muchas veces su difunto amo; que, desde
muchacho, lo había el mismo dueño consagrado al servicio de la Virgen, en su
santa Imagen. Amenazaba el litigio con dilatarse, pero merced a la intervención
de Doña Ana de Mattos, señora gran devota de Nuestra Señora de Luján, la cual
ofreció al Maestro Oramas cien pesos, cedió este su supuesto derecho y de este
modo quedaron zanjadas las dificultades.
El mendigo que encuentra un tesoro, el
navegante, que después de haber sufrido una deshecha tempestad en medio de los
mares, en la que se vio amenazado de muerte, logra fijar su planta en el puerto
anhelado, no se sienten poseídos de alegría mayor que la que experimentó el
negrito Manuel, al conocer que el litigio quedaba terminado en su favor, y que,
sin temor de verse en adelante inquietado, podría ya restituirse a su querida
ermita y al servicio de su única y bien amada Señora de Lujan.
Así suele consolar esta dulce Madre a sus
devotos, que en medio de sus tribulaciones ponen su confianza en su maternal
solicitud.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, dulce Consoladora
de los afligidos, mirad hacia nosotros en las tribulaciones que nos afligen y
conceded a nuestros corazones el bálsamo de vuestros inefables consuelos!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS
¡Ah
Señora!, no
publique las maravillas de vuestras misericordias, quien, por no haberos invocado
en sus aflicciones y angustias, no ha experimentado los auxilios y consuelos
que generosamente derramáis sobre los que os imploran con fervor. No lo haremos
así ciertamente nosotros, que tantas pruebas tenemos de vuestra compasión y
misericordia; que cuantas veces afligidos, hemos puesto nuestra confianza en
Vos, diciendo con Job: sea esta mi consuelo (Job 6, 10), hemos podido también
decir con David: Ella me ha consolado
en mi aflicción.
Ea, pues, dulce y más que dulce Madre
nuestra; mirad la multitud de los males que nos conturban, de las tribulaciones
que nos agobian y de las aflicciones que nos abruman, y volved hacia nuestros
corazones atediados por las olas de la amargura, esos vuestros ojos
misericordiosos, verdaderas fuentes de consuelo; para que, asistidos por
vuestra protección, llevemos con dulzura y resignación las penalidades de este
valle de lágrimas, y merezcamos por la paciencia, conseguir el premio de la
eterna felicidad. ¡Así sea!
—Aquí se
cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO CONSOLADORA DE LOS AFLIGIDOS
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En
nuestras penas dulce Consuelo,
Mira
mis llantos y mis dolores
Haz
que sonría propicio el cielo.
I
¡Oh Madre! al cruzar del mundo
Por
el piélago profundo,
Tú
mi amparo
Siempre
has sido, tú mi guía,
Y
en el puerto, de alegría
Bello
faro.
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En
nuestras penas dulce Consuelo,
Mira
mis llantos y mis dolores
Haz
que sonría propicio el cielo.
II
Siendo fuente de consuelo,
¿Permitirás
que en el suelo
Sufra
tanto,
Y
con mano cariñosa
No
aliviarás amorosa
Mi
quebranto?
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En
nuestras penas dulce Consuelo,
Mira
mis llantos y mis dolores
Haz
que sonría propicio el cielo.
III
Imposible, es imposible
Que
tu corazón sensible
Se
endurezca,
Aunque
yo por mis maldades
Tus
infinitas bondades
No
merezca.
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En
nuestras penas dulce Consuelo,
Mira
mis llantos y mis dolores
Haz
que sonría propicio el cielo.
IV
Bien sabes que hoy no te pido
De
riquezas ser henchido,
Ni
es mi anhelo
Pasar
quieta la existencia
En
brazos de la opulencia
Sin
el duelo.
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En
nuestras penas dulce Consuelo,
Mira
mis llantos y mis dolores
Haz
que sonría propicio el cielo.
V
Madre: ¡escucha mi plegaria!
Tú
que en hora funeraria
Contemplaste
Las
congojas de tu Hijo,
Y
en la cruz pendiente y fijo
Lo
miraste.
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En
nuestras penas dulce Consuelo,
Mira
mis llantos y mis dolores
Haz
que sonría propicio el cielo.
VI
Madre; el pobre peregrino
Te
pide que en su camino
Trabajoso,
Derrames
luz y consuelo
Y
al fin le alcances, Tú, cielo
Venturoso.
Coro: Tierno refugio de pecadores,
En
nuestras penas dulce Consuelo,
Mira
mis llantos y mis dolores
Haz
que sonría propicio el cielo.
—Los Gozos
y la Oración se dirán todos los días.
DÍA CUARTO: 2 de mayo –
CONSAGRADO A HONRAR
A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO SALUD DE LOS POBRES ENFERMOS.
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN SALUD DE LOS POBRES ENFERMOS
¡Purísima
Virgen María! Madre
del amor hermoso, abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los
hombres, por cuyas manos nos vienen del cielo todos los favores y beneficios
que alcanzamos; acordaos de que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas
imágenes vuestras, como venera la piedad de los fieles y particularmente en la
coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Luján, ante la cual las
generaciones os invocan con éxito feliz, hace más de doscientos cincuenta años;
acordaos también de que, en todos tiempos, los pobres enfermos pusieron en Vos
toda su confianza, mirándoos como el remedio más eficaz en sus enfermedades y
su más seguro alivio en los dolores corporales; humildes y
confiados, os suplicamos, Señora, nos alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo
que os pedimos en esta novena, lo que más convenga para nuestro remedio
espiritual y corporal, y en particular las virtudes de fe, esperanza y caridad,
el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una
buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, SALUD DE LOS ENFERMOS
CONSIDERACIONES
I.
– Esta tierra
es en realidad un valle de lágrimas, un lugar de prueba, una región de miserias
y de dolores. A cada día, estamos expuestos a toda clase de sufrimientos y de
enfermedades. Y aun cuando tal sea evidentemente la ineludible condición de
nuestra naturaleza, suspiramos siempre y clamamos al Cielo, por vernos libres
de las enfermedades que nos amagan o de los padecimientos que nos afligen.
Tal era la caridad del Apóstol San Pablo que
le hacía tomar parte en todas las enfermedades de los cristianos. Por esto
decía: “Quién está enfermo, sin que yo también lo esté” (2.ª Cor.
11, 29),
es decir: “sin
que yo me contriste por sus padecimientos, y trate de aliviárselos, a lo menos
con mis oraciones. A este modo, la santísima Virgen María, cuya caridad excede
con mucho a la del Apóstol de las gentes, se compadece de todas nuestras
debilidades aún corporales, y ayuda a sus devotos, ora alcanzándoles
resignación para sobrellevarlas con merecimiento, ora impetrando por ellos la
salud; por esta manera que justamente la apellida la Iglesia: Salud de los
enfermos, y justamente podemos de ella decir con el Rey Profeta: “Sana Ella todas
nuestras enfermedades”.
Bien, a la verdad, puede compararse María
por esta gracia de dispensar la salud corporal, a la misteriosa piscina de
Hesebón, cuyas aguas que se hallaban en perpetuo movimiento, daban la salud a
cuantos enfermos a ella descendían. Imagen preciosa de nuestra Protectora
Soberana, que no teniendo un instante ociosas sus gracias, a cualquier hora y
en cualquier momento, hace salir de Sí la virtud para sanar a todos los
enfermos.
He aquí por qué San Juan Damasceno, en su sermón sobre la
muerte de la Virgen Santísima, le presta estas palabras: “Yo soy como un laboratorio de medicina para los pobres
enfermos; yo soy aquella fuente de curaciones que no se agota jamás”.
II. — María da la
salud a los enfermos.
¿Quién podrá
enumerar las enfermedades que Ella ha curado, los remedios saludables dados a
cada enfermedad, las epidemias que Ella ha arrojado?
Contad, si es que podéis hacerlo, los
infinitos peligros de que ha librado la devoción a María a los que han
practicado sus actos; cuántos enfermos han sido restituidos a la salud, cuántos
han sido libres de las llamas, de los horrores de la guerra, del hambre y de la
peste, gracias a una protección especial de María Santísima.
¡Cuántos atacados de fiebre le deben su
curación, cuántos paralíticos el uso de sus miembros, cuántos ciegos la dulzura
de la luz, y cuántos insensatos la vuelta a la sana razón! ¡Qué de moribundos
ha retirado del umbral de la muerte! ¡Cuántos desgraciados, habiendo hecho ya el
sacrificio de su existencia, deben a esta buena Madre su vuelta a la esperanza
y a la vida!
Se necesitaría muchos volúmenes, si se
quisiese recoger los milagros de este género referidos por los más graves
autores. Por eso que las ciudades y las naciones enteras le han levantado
santuarios magníficos, reconociéndose deudores a su intercesión.
III.
— Pero ¿por qué
recurrir a ejemplos extraños? La
República Argentina sola, en sus célebres santuarios del Valle de Catamarca, de
los Milagros de Santa Fe, de Itatí de Corrientes, pero mayormente en este tan
justamente afamado Santuario de Luján, ¿no posee por ventura unas maravillosas piscinas, donde
constantemente encuentran la salud innumerables enfermos, devotos de María y
hasta pobres desgraciados que se veían enteramente desahuciados de los
facultativos?
No hay en nuestra alma amargura, ni en
nuestro cuerpo dolencia tan viva o llaga tan profunda que no puedan ser
cicatrizadas por la virtud y con el socorro de la dulce Virgen de Luján. Dios
ha puesto en Ella el remedio eficaz de todas las enfermedades, cuando levantó
en este sitio predilecto, el trono de la misericordia, y la piscina probática
que cura de todos los males.
Ella devuelve la salud a los calenturientos
que la invocan, el uso de los miembros a los paralíticos que imploran su apoyo,
la vista a los ciegos, la palabra a los mudos y el oído a los sordos que claman
a Ella, y restituye finalmente la esposa agonizante a su esposo y el hijo
moribundo a su madre desolada.
Ella es nuestro refrigerio en nuestros
dolores más crueles, nuestro alivio en nuestros sufrimientos, nuestra esperanza
y nuestra salud cuando desesperamos de curar.
Nos abstendremos de dar aquí la enumeración
de las pruebas que acreditan el título de Salud de los enfermos a que se hizo
siempre acreedora la Virgen de Luján; los cuadros, los ex-votos, en oro, plata
y otras materias que matizan su Santuario, y hasta los altares y los templos
que en diferentes partes se han erigido en su honor, para perpetuar el recuerdo
de curaciones milagrosas obtenidas por María de Lujan, dan fe de que es casi
infinito el número de enfermos vueltos a la salud o devueltos en cierto modo a
la vida, por la mediación de esta poderosa Madre.
Todos los que suspiramos pues por la salud,
invoquemos, en nuestras enfermedades, a la que es verdaderamente Salud de los
enfermos, a la Santísima Virgen de Lujan; arrojémonos en esta piscina
celestial, cualquiera que sea nuestra enfermedad, si es para nuestro bien,
seremos libres de ella; pues la Virgen de Lujan, como el misericordioso
samaritano, derramará sobre nuestros sufrimientos el bálsamo saludable de sus
maternales consuelos; aliviará nuestros males o nos alcanzará gracia para
sufrirlos con mérito.
RESOLUCIÓN:
Cuando cayere enfermo, imploraré el remedio de Nuestra Señora de
Luján, y para conseguir más seguramente su protección, nunca demoraré en mis
enfermedades en llamar al confesor.
EJEMPLO: MILAGROSA CURACIÓN DEL LICENCIADO DON PEDRO DE
MONTALBO.
El licenciado D. Pedro de Montalbo se
constituyó en primer Capellán del Santuario de Luján, movido a gratitud por la
curación enteramente portentosa que obtuvo de una enfermedad humanamente
incurable.
Es el caso que, por los años de 1682, dicho
licenciado se sentía desde algunos años gravemente acosado de unos ahogos
asmáticos, que a poco le redujeron a tísico confirmado.
Desahuciado
de los médicos, y no encontrando alivio alguno en los auxilios de la ciencia
humana, puso su confianza en María Santísima y resolvió venir a visitar a
Nuestra Señora de Luján, con ánimo de vivir o morir en su compañía. Unas leguas
antes de llegar a la vivienda de doña Ana de Mattos, le apretó de tal manera el
accidente que lo tuvieron por muerto los compañeros. Lo llevaron como pudieron,
y el negrito Manuel, viéndolo en aquel desmayo, le ungió el pecho con el sebo
de la lámpara y con esto volvió en su acuerdo. Luego después, le dijo que
tuviese confianza y creyese, que había de sanar perfectamente de su enfermedad,
porque su Ama (así llamaba a la Virgen) le quería para su primer capellán; y
que así debía de suceder.
Luego
echó mano de algunos de aquellos cadillos y abrojos que solía guardar, cuando
los despegaba del vestuario de la Imagen, mezclados con un poco de tierra del
barro que sacudía de sus fimbrias, e hizo de todo ello un cocimiento. Se lo dio
a beber al enfermo en nombre de la Santísima Virgen y, con solo este remedio,
quedó libre de sus ahogos y enteramente sano.
En
agradecimiento de tan gran beneficio, quedose D. Pedro de Montalbo por capellán
de la Virgen, y la sirvió diez y seis años continuos, con singular devoción y
esmero.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, Salud de los
pobres enfermos, rogad por nosotros!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, SALUD DE LOS ENFERMOS
Vuestro nombre sagrado, ¡oh Virgen Santa de Luján!, cual
óleo destilado, ha curado mil veces con sólo su invocación las penosas
enfermedades de vuestros devotos y servidores. Ha sido mil veces eficaz
preservativo de infinitos males del cuerpo no menos que del alma; y es por
esto, oh dulce Madre, que el pueblo agradecido os reconoce é implora como a su
único alivio, en todos sus males, como su soberano remedio en todas sus
enfermedades y os proclama esperanza de los dolientes y Salud de los enfermos.
Acosados por todo género de penas, sujetos a toda clase de enfermedades, os
rogamos, compasiva Señora, nos sostengáis en nuestras pruebas, nos aliviéis en
nuestras penalidades, nos volváis a la salud en nuestras dolencias, nos deis la
fuerza y el consuelo, si es la voluntad de Dios que nuestro cuerpo padezca por
nuestros pecados, para que restablecidos o alentados en todos nuestros males,
merezcamos en vida, servir a vuestro Hijo adorable, Jesucristo nuestro Señor y
alabaros a Él y a Vos ¡oh María, nuestra dulce esperanza!, por todos
los siglos de los siglos. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO PROTECTORA DE SU VILLA
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
I
Tú eres la gloria de nuestra Villa
Que
venturosa Reina te aclama;
Por
Ti en su pecho siente la llama
De
inextinguible divino amor.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
II
En vano intenta nublar sus ojos
De
los errores la noche oscura,
Que
en tu mirada tranquila y pura
Encuentra
siempre grato fulgor.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
III
Cuando al impulso de su alegría
Prorrumpe
en tiernos dulces cantares,
Al
pie se postra de tus altares
Porque
eres fuente de su placer.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
IV
Y si agobiada por las angustias
Gime
al impulso de su tormento,
Tu
auxilio implora, y en el momento
Siente
aliviarse su padecer.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
V
Sabe que amable, por Ti el Eterno
Hace
que broten en nuestros prados
Frutos
y pastos bien sazonados
Que
son la prueba de tu bondad.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y protege piadosa a Luján!
VI
Sabe que el rayo por Ti se apaga;
Que
huye la peste con sus rigores,
Y
en el exceso de sus furores
Por
Ti se calma la tempestad.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
VII
Con el estruendo de sus cañones
Ruge
la guerra; mas nuestra Villa
Ferviente
llora, tierna se humilla
Y
en sus angustias pide favor.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
VIII
Escucha, ¡oh Madre!, su ardiente ruego,
La
fe en su seno conserva pura;
Sé
Tú el escudo de su ventura,
Jamás
le niegues tu dulce amor.
Coro: A tus plantas, ¡oh Madre amorosa!,
Míranos
con rendido fervor,
¡Válganos
tu virtud poderosa
Y
protege piadosa a Luján!
—Los Gozos
y la Oración se dirán todos los días.
DÍA QUINTO: 3 de mayo–
CONSAGRADO A HONRAR
A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO REDENTORA DE LOS POBRES CAUTIVOS
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, REDENTORA DE LOS POBRES CAUTIVOS
¡Purísima Virgen María! Madre del Amor hermoso, abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los hombres, por cuyas manos nos vienen del cielo todos los favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras, como venera la piedad de los fieles, y particularmente en la coronada Imagen que veneramos en el Santuario de Lujan, ante la cual las generaciones os invocan, con éxito feliz, hace más de doscientos cincuenta años. Acordaos también de que en todos tiempos los pobres cautivos de los indios y los pecadores, cautivos más desgraciados aún del demonio, pusieron en Vos toda su confianza, mirándoos siempre como la Redentora de cuántos gimen en el mísero estado de esclavitud; humildes y confiados os suplicamos, Señora, nos alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que más convenga para nuestro remedio espiritual y corporal, y en particular, las virtudes de fe, esperanza y caridad, el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, REDENTORA DE CAUTIVOS
CONSIDERACIONES
I.
– Llamóse a Ester Redentora y Salvadora de su pueblo, y fue
honrada como tal, porque en efecto salvo del cautiverio y de la ruina al pueblo
judaico condenado a perecer, en un mismo día, por la perfidia del cruel Amán;
fue asimismo Judit condecorada con tan gloriosos
títulos, porque salvó intrépida a la ciudad de Betulia del furor de Holofernes,
que jurara su exterminio y destrucción. ¿Cuánto más digna es de tales títulos, de
tan hermosos dictados la Soberana Virgen María, Madre de Aquel que salvó, no
una ciudad y provincia, sino al orbe entero de la muerte eterna y del horroroso
cautiverio de Satanás? Los judíos honraron sumamente a su Redentora
Ester; a su Libertadora Judit manifestaron sumo agradecimiento los habitantes
de Betulia; ¿qué
no deberemos hacer los cristianos, qué no deberán hacer los hombres todos del
universo, para mostrarse agradecidos a María, Madre del Salvador de todos los
hijos miserables de Adán?
Mas, no contenta la dulce Madre de Jesús con redimir a las
almas de los pobres humanos del terrible cautiverio del demonio y del pecado,
quiso también, en innumerables circunstancias, constituirse en verdadera
Redentora de infinidad de desgraciados cautivos, que lloraban su perdida
libertad, bajo el yugo cruel de desalmados tiranos.
II.
– La historia
de la Iglesia, y sobre todo de España, durante la dominación agarena es llena
de sucesos maravillosos de pobres cristianos que cayeron cautivos en manos de
los bárbaros. Estos los cargaban de cadenas, les ponían hierros en los pies y
las manos y los arrojaban en lóbregas mazmorras. Toda la esperanza de estos
desgraciados cautivos, para evadirse o por ser sacados de tan horribles
calabozos, está en la Madre de Dios. Ellos la invocan, y María los escucha.
Cuántas veces, ¡oh
prodigio!, María hizo caer las
cadenas del cuello de los cautivos, de sus manos y de sus pies, rompió todos
los demás instrumentos de sus suplicios, abrió las puertas de sus prisiones, y
los hizo salir sanos y salvos, conduciéndolos de un modo enteramente
providencial, hasta su patria y su hogar doméstico. Atestiguan la autenticidad
y la repetición incalculable de semejantes portentos, los muros de la basílica
de los Reyes de Toledo, todos cubiertos con las cadenas de los pobres cautivos,
allí depositadas por estos en señal de su gratitud.
Más aún quiso hacer María en favor de los pobres
cautivos. María quiso inspirar
por sí misma a San Pedro Nolasco el proyecto del establecimiento de una Orden
religiosa para la libertad de los mismos. Ella se apareció al Santo, en 1218, en el tiempo en que
estaba en oración y derramando lágrimas. Un inmenso número de pobres cristianos
gemía entonces bajo la tiranía de los infieles. La Virgen santísima dijo a San
Pedro Nolasco que nada podría hacer que fuese más agradable a su divino Hijo y
a Ella que establecer una nueva Orden, bajo el título de Nuestra Señora de la Merced,
cuyo objeto debía ser trabajar en la redención de los cautivos. Este gran Santo no vacilo
un solo momento; y secundado por los consejos y celo de San Raimundo de Peñafort,
y con los socorros de D. Jaime, Rey de Aragón, los cuales habían tenido la
misma revelación, instituyó esta Orden célebre que fue aprobada por la Santa
Sede.
III.- Con todo mérito pudieron nuestros padres
dar a la dulce Virgen de Luján, no solamente el título de Fundadora y
Protectora de su Villa, sí que también el título de Redentora de los pobres
cautivos.
Sabido es el trato inicuo y feroz que
siempre han dado los indios a los cristianos que cayeren en su poder. Durísimo,
a la verdad, era el cautiverio de aquellas desgraciadas víctimas de su
ferocidad. Las pobres cautivas, sobre todo, eran generalmente peor tratadas por
aquellos bárbaros, que los más viles animales de carga. Para ellas solamente,
eran aquellos trabajos más pesados, que apenas, entre nosotros, se encargarían
a los mozos de cordel más robustos. Sus crueles amos las rompían los tendones
del jarrete y las quemaban la planta de los pies, con ascuas de madera dura,
que hundían en las carnes vivas, para quitarlas la posibilidad de evadirse.
¡Qué escenas tristes y lastimeras no se
verían en aquellas tolderías! ¡Cuántas lágrimas! ¡Cuántos suspiros! ¡Cuántas
fervorosas plegarias allá en los toldos de los salvajes, por parte de las
infortunadas cautivas, y aquí, en las familias, por parte de los atribulados
parientes y amigos, se elevarían al cielo demandando misericordia y libertad! Todos, aquí y allá,
clamaban a la Virgen de Luján, esperando, confiadamente, que intercediera con
su divino Hijo, a fin de que dirigiese hacia tantos pobres desgraciados una
mirada de compasión, librándoles de tan pesado cautiverio, y restituyéndoles al
seno de sus familias, de la sociedad, de su patria y de su religión.
No se hizo sorda la piadosa Madre de Luján a
los clamores de sus devotos; oyó benigna las súplicas de los desdichados
cautivos y de sus atribulados parientes que por ellos pedían; y ¡cuántas veces,
compadecida de tantos males, no allanó su mano maternal, de un modo enteramente
maravilloso, las dificultades que parecían insuperables para su rescate o
liberación! Cuántas desgraciadas madres, esposas, tiernas doncellas,
arrebatadas de una manera violenta del hogar doméstico, llorando amargamente su
perdida libertad, y enteramente destituidas de toda humana esperanza de poderse
salvar de las garras de aquellas fieras, invocando a Nuestra Señora de Luján,
hallaron en aquel mismo punto la mayor facilidad para poderse evadir, sin ser
sentidas y restituirse, sin ser halladas, por más que las anduviesen buscando
los indios en todos sentidos, a la casa de su morada; acudiendo por de pronto a
este Santuario, a ofrecer a la bendita Virgen de Luján, en testimonio de su
gratitud, los trofeos de su cautiverio, reconociendo y publicando que a Ella, y
a Ella sola, eran deudoras de su libertad.
RESOLUCIÓN: No nos olvidemos durante esta novena de
rogar para los pecadores; nuestra caridad para con ellos hará que nos perdone
Dios nuestros pecados.
EJEMPLO: UNA JOVEN CAUTIVA DE LOS INDIOS, SALVADA POR
LA MEDIACIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN.
Entre las muchas relaciones de cautivos
libertados de su servidumbre, por la mediación de Nuestra Señora de Luján y
cuya memoria nos ha conservado la historia o la tradición, es célebre la
historia de la cautiva
Justa Flaminia Fredes.
Esta
joven había sido cautivada por los indios en la memorable invasión del 28 de
Agosto de 1780. Tenía a la sazón 18 años. Desde el día fatal en que había caído
en poder de los salvajes, no cesaba, día y noche, de clamar a la Virgen de
Luján para que la librase de su triste cautiverio, prometiéndola que, si por su
intercesión llegase a evadirse, hasta el fin de la vida no faltaría, todos los
sábados, de venir a barrer descalza su Santuario; sintió entonces que su
devoción a Nuestra Señora de Luján le infundía una grande confianza y mucho
ánimo. En la misma tribu, había una negrita que era de Buenos Aires, que los
indios habían cautivado en una entrada que habían hecho hasta cerca de la
Ciudad. Esta negrita suspiraba también mucho por su libertad. Entonces entraron
las dos en amistad y proyectaron su evasión. La negrita le dijo, una noche,
mostrándola en el cielo una estrellita: “Yo sé que caminando y mirando siempre esta estrellita,
iremos a dar a Buenos Aires”, y en esa misma noche emprendieron las dos
la fuga, poniéndose bajo el amparo de Nuestra Señora de Luján. Caminaban de
noche; y de día, temiendo ser sorprendidas por alguna partida de infieles, se
escondían entre las cortaderas, pues en aquel tiempo, todos estos campos eran
como un bosque de cortaderas. La misma noche que precedió al día en que llegaron
a Luján, ni sabían que estaban tan cerca de los cristianos; a la madrugada,
siguiendo siempre el centelleo de la pequeña estrella, ¿cuál
no fue su admiración y su alegría cuando se encontraron enfrente de la Villa de
Luján?
Desde
el día del cautiverio de su hija, la desgraciada madre que se llamaba Victoria
Pintos, subía todos los días al Camarín de Nuestra Señora de Luján para
suplicarla con plegarias y lágrimas a que volviera a traer al seno de la
familia a su pobrecita hija cautiva.
Algún tiempo después, una mañana que, según
su costumbre, estaba la afligida madre rogando y llorando en el camarín por la
vuelta de su hija, la vinieron a avisar que su Justa acababa de llegar a la
puerta del Santuario, acompañada de una negrita también cautiva, envueltas las
dos en quillangos que llamaban quilla pies, hechos de pieles de zorrinos. Da la
madre un grito de hacimiento de gracias a Nuestra Señora de Luján, y baja
apresurada a abrazar a su hija. Las demás personas que presenciaban esta escena
aconsejaban a la madre que la vistiera a la hija de otro modo más decente, para
hacerla entrar en el Santuario. “No”, contestó
la madre, “yo la quiero presentar a Nuestra
Bienhechora, conforme me la ha mandado Ella de la pampa”.
La fama de esta portentosa redención
contribuyó no poco a que nuestros antepasados miraran siempre a la Virgen de
Luján como a la verdadera Redentora de los pobres cautivos de los indios.
JACULATORIA: ¡Nuestra Señora de Luján, Redentora de los
pobres cautivos, tened piedad de los pobres desgraciados que gimen en el
cautiverio de los infieles, y libradnos del cautiverio del demonio y del
pecado!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, REDENTORA DE LOS POBRES CAUTIVOS
Vuestra devoción, ¡oh coronada Madre, Virgen de Luján!, se puede decir que es,
como se expresa San Efrén, un título de libertad (Charta
libertátis). ¡Cuántos cautivos que gemían bajo el yugo odioso de las
tribus del desierto, reconocen y proclaman haber recobrado su anhelada
libertad, gracias a la invocación de vuestro nombre y a vuestra poderosa
mediación! Devolved, misericordiosa Señora, a su hogar y a la
libertad a todos los desgraciados (si los hubiera todavía), que están agobiados
bajo el peso cruel del cautiverio, en el seno de las tribus infieles.
Pero, no es el cautiverio del cuerpo, el
único que pueda afligir al cristiano y que éste deba temer. Al paso que la
civilización moderna hacía añicos las materiales cadenas de los esclavos, la
impiedad triunfante forjaba cadenas más terribles para reducir a un fatal
cautiverio las almas y las conciencias del pueblo. Y hoy, en medio de nosotros,
la mayor parte de los cristianos gimen esclavos de la irreligión, del respeto
humano y de leyes inicuas que violentan la libertad de la conciencia religiosa.
¡Oh Virgen
poderosa de Luján!, destrozad estas
fatales cadenas que oprimen a vuestro pueblo; haced sean derogadas las leyes
inicuas que vulneran los derechos de la conciencia, y devolvednos la verdadera
y santa libertad de los hijos de Dios.
Finalmente, considerad, ¡oh nuestra augusta y tierna Protectora!, que
el demonio no cesa de acecharnos con el fin de echar sobre nuestras almas los
lazos del pecado, para alejarnos del servicio de vuestro divino Hijo y
reducirnos a su ominoso cautiverio. No permitáis, Señora, que consiga nuestro
infernal enemigo cargarnos con las temibles cadenas del pecado, y si hemos
tenido la desgracia de dejar nuestra conciencia enredarse en sus funestas
mallas, destrozadlas prontamente, para que libres ya del deplorable cautiverio
del demonio, merezcamos servir en paz y santidad a vuestro Hijo adorable y
gozar de su vista inefable, y de la vuestra, ¡oh Madre de misericordia!, por los
siglos de los siglos. Así sea.
—Aquí se
cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO DEFENSORA DE TODOS SUS DEVOTOS
Coro: ¡Salve, Luján amado!
¡Salve,
vergel venturoso,
Salve,
Templo sagrado!
¡Santuario
portentoso!
I
Tú, de la seca ardiente
Que
tus campiñas con furor talaban
Y
la mies floreciente
En
pavesas trocar amenazaba,
Con
el favor triunfaste
De
tu celeste y divinal Patrona
A
quién siempre invocaste
Y
ciñes hoy con inmortal corona.
Coro: ¡Salve, Luján amado!
¡Salve,
vergel venturoso,
Salve,
Templo sagrado!
¡Santuario
portentoso!
II
Tú de la horrible muerte
Que
en tu redor por el contagio hervía
Y
que en aciaga suerte
Tus
habitantes míseros sumían,
Te
contemplaste exento,
De
María contaste los favores
Con
entusiasta acento
Salvando
de la peste y sus horrores.
Coro: ¡Salve, Luján amado!
¡Salve,
vergel venturoso,
Salve,
Templo sagrado!
¡Santuario
portentoso!
III
Tú, cuando el indio rudo
Te
amenazaba con su tosca lanza,
Hallaste
fuerte escudo
En
la que es iris puro de esperanza.
Ni
la brava tormenta,
Ni
del cañón el tronador rugido,
Ni
la muerte sangrienta
Turban
la paz de tu frondoso ejido.
Coro: ¡Salve, Luján amado!
¡Salve,
vergel venturoso,
Salve,
Templo sagrado!
¡Santuario
portentoso!
IV
Que nunca en tu almo suelo
El
odio ruja de la cruel contienda,
Ni
ultraje al justo cielo
El
labio vil de la blasfemia horrenda.
Mil
himnos, pues, resuenen
En
tus calles y plazas bienhadadas
Y
los espacios llenen
Cantos
y ritmos de liras bien templadas.
Coro: ¡Salve, Luján amado!
¡Salve,
vergel venturoso,
Salve,
Templo sagrado!
¡Santuario
portentoso!
—Los Gozos
y la Oración se dirán todos los días.
DÍA SEXTO: 4 de mayo–
CONSAGRADO A HONRAR
A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO ESPERANZA DE LOS MORIBUNDOS
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, ESPERANZA DE LOS MORIBUNDOS
¡Purísima Virgen María!, Madre del amor hermoso,
abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los hombres, por cuyas manos
nos vienen del cielo todos los beneficios y favores que alcanzamos; acordaos de
que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras, como
venera la piedad de los fieles, y particularmente en la coronada Imagen que
veneramos en el Santuario de Luján, ante la cual las generaciones os invocan,
con éxito feliz, hace más de doscientos cincuenta años; acordaos también de
que, en todos tiempos, los pobres moribundos pusieron en Vos toda su confianza,
mirándoos siempre como la más firme esperanza del cristiano que ha llegado a
este trance terrible de la muerte; humildes y
confiados os suplicamos, Señora, nos alcancéis de vuestro Hijo adorable, lo que
os pedimos en esta novena, lo que más convenga para nuestro remedio espiritual
y corporal, y en particular, las virtudes de fe, esperanza y caridad, el perdón
de nuestros pecados, la perseverancia en el servicio de Dios y una buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, ESPERANZA DE LOS MORIBUNDOS
CONSIDERACIONES
I.
— El momento
más terrible para los hombres es el momento de la muerte. ¡Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo! ¡Qué de
dolores, cuando el alma es arrancada del cuerpo! ¡Qué tristeza, al pensar que
bien pronto será preciso dejar todo lo que hay en este mundo, y sobre todo la
vida que nos es tan querida!
Son realmente espantosas las angustias de
los pobres moribundos, cuando al sentimiento de dejar esta vida, se reúnen los remordimientos
de la conciencia, el temor del juicio que se acerca, la incertidumbre de la
salvación eterna, y acaso la vista del infierno con sus llamas inextinguibles,
para llenar sus espíritus atribulados de turbación y de sobresalto. El infierno, dice San
Juan en su Apocalipsis,
que no tiene
más que un corto término redobla su furor, y hace los últimos esfuerzos para
apoderarse, en tan supremos momentos de la presa que va a escapársele. El demonio, que no
cesaba de tender lazos al alma, durante su peregrinación en este mundo, no se
contenta a la última hora con acudir solo a la carga, sino que llama en su
ayuda a innumerables legiones de espíritus infernales, los cuales no descuidan
nada para engañar al moribundo y lanzarlo a la desesperación.
Pues
bien: en trance tan formidable, ¿qué será del pobre moribundo? ¿Quién será su luz, su
fortaleza, su consuelo, su esperanza?
II.
— La Santa Iglesia, que no deja de encaminar a sus hijos,
mientras viven en este mundo, hacia la devoción a la Santísima Virgen, les
recomienda que recurran a Ella particularmente en la hora terrible de la
muerte, a fin de que, por su poderosa mediación con Dios, alcancen la gracia de
morir en su santo amor. Con este objeto, les ha enseñado la tierna
oración que ha añadido a la salutación angélica y que San Cirilo, patriarca de Alejandría,
compuso en el
concilio de Éfeso: “Santa María, Madre de
Dios, rogad por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
Así es que la
Santísima Virgen, en esta hora suprema de la agonía, se complace en visitar,
consolar, asistir y proteger de una manera inefable, a los que se han puesto
bajo su protección y la han honrado durante esta vida. Y María lo hace
con dicha, porque al hacerse Madre de Nuestro Señor Jesucristo, Ella ha venido
a ser la Madre de todos aquellos que creen en Él, y por consiguiente el apoyo y
la esperanza de los moribundos cristianos.
Y no solamente en los momentos de la agonía,
se muestra María, madre tierna y solicita de los que en trance tan terrible la
invocan, sino que también después de su muerte. Ella
es la verdadera puerta del cielo, como la llama la Iglesia. Ella se constituye
en abogada de los pobres moribundos y su defensora ante el formidable tribunal
del soberano Juez. Del mismo modo que una madre oculta a su hijo bajo su
manto cuando el padre quiere castigarlo, así la misericordiosa Madre de los
pecadores oculta bajo el manto de su protección a aquellos que, para escapar de
la justicia de Jesucristo, se refugian en Ella.
III.
—¡Cuántas victorias no podrían referirse de la misericordia de
Nuestra Señora de Lujan, en la hora de la muerte, sobre almas tan caídas en el
endurecimiento, como Lázaro en el sepulcro!
¡Cuántos bienaventurados que gozan y gozarán eternamente de
la vista de Dios en el cielo y que deben su inefable felicidad a la mediación
de esta divina Señora! Eran muchos de ellos unos grandes pecadores
endurecidos durante años y años en el pecado. En vano había llegado para ellos
el día del desengaño, en que el hombre queda definitivamente bien convencido de
que todas las cosas no pasan en este mundo de vanidad y aflicción de espíritu;
en vano una cruel e irremediable enfermedad les clamaba que para ellos la
muerte se aproximaba y que en breve iban a entrar en la pavorosa eternidad; en
vano una tierna esposa, una madre solícita, unos amantes hijos, unos sinceros
amigos les suplicaban con lágrimas en los ojos de disponerse para ese supremo
pasaje de la vida a la eternidad, de ajustar con su Dios las cuentas de su
alma, de reconciliarse con su soberano Señor, y de no exponerse a la eterna
reprobación; ellos, ya moribundos tal vez permanecían insensibles a las
súplicas, a las lágrimas y a sus propios intereses. Parecía que ya no había
fuerza alguna sobre esta tierra que fuera bastante a mover esos corazones duros,
cuando, como por inspiración del cielo, se le ocurre a alguno de esos parientes
o amigos afligidos, acudir como a último recurso y suprema esperanza a la
milagrosa Virgen de Luján, implorando su auxilio a fin de conseguir la
conversión de esos pecadores impenitentes y, ¡oh portento de la misericordia de María!,
apenas estos han oído el nombre de la milagrosa Virgen de Luján, apenas una
mano piadosa ha acercado a la vista la Imagen o a los labios la medalla de
María de Lujan, cuando, asaltando como por encanto su memoria el recuerdo de
alguna gracia, de algún milagro conseguido en otros tiempos a invocación de
Nuestra Señora de Lujan, estos corazones antes tan duros se ablandan, cual cera
a la presencia del fuego, arrojan a los ojos dos arroyos de lágrimas, y con
grande admiración y consuelo de todos los asistentes, llaman a un confesor, se
confiesan con las demostraciones del más vivo arrepentimiento y expiran en
medio de los afectos de unos verdaderos predestinados. ¡Tal es la eficacia de la invocación de
Nuestra Señora de Lujan, en el momento supremo de la muerte! Así que con todo mérito pueden sus devotos invocarla bajo
el título de Esperanza de los pobres moribundos.
RESOLUCIÓN: María será nuestro consuelo, María nuestra
esperanza; a Ella recurriremos en todos los instantes de nuestra vida y en la
hora de nuestra muerte abrazaremos su preciosa Imagen.
EJEMPLO: PRECIOSA MUERTE DEL CACIQUE RAILEFF, EN EL
SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN.
Por los años de 1874,
existía en el pago denominado “La Barrancosa”, partido del Bragado, en esta Provincia de Buenos Aires, una
tribu de indios infieles araucanos, cuyo Cacique llamado Raileff, anciano ya de más de noventa años y enteramente ciego, era
generalmente conocido y estimado entre todos los indios de la Pampa por la
lenidad de su carácter en extremo bondadoso, y por la vida invariablemente
intachable que siempre había llevado. El anciano
Cacique era todavía infiel, pero su alma recta era naturalmente cristiana y su
corazón admirablemente ingenuo se abría, como por instinto, al amor de Dios.
Deseoso de recibir el Santo Bautismo, había solicitado y obtenido del Arzobispo
de Buenos Aires el beneficio de una misión para que él y sus indios pudiesen
ingresar al seno de la Santa Iglesia. El celoso Prelado le envió dos misioneros
cuyo primer cuidado fue poner las tareas de su misión bajo el patrocinio de Nuestra Señora de Lujan. Muchos
fueron los consuelos que experimentaron los misioneros en medio de esas gentes
sencillas, pues todos quisieron recibir el Santo Bautismo. Indecible sobre todo
fue el empeño y fervor del anciano Cacique Raileff que recibió en su Bautismo los
nombres de José María, y admirable la
devoción espontánea que manifestó hacia el Santísimo Sacramento y hacia la
divina Madre de Jesús, apenas los misioneros le hubieron hablado de estos dos
objetos del culto predilecto de los cristianos.
Al
concluirse la misión les expuso que sintiendo llegado el término de su carrera,
deseaba ir a Buenos Aires para postrarse a los pies del señor Arzobispo, agradecerle
por el beneficio de la misión, besar sus manos y recibir el Santo Sacramento de
la Confirmación.
Los misioneros acogieron complacidos su
petición, y a fines de Septiembre de 1874, salieron en compañía del Cacique
para la Capital. Entre el Bragado y Chivilcoy, manifestó que se sentía algo
incomodado, pero no cesaba de repetir que estaba contento de sufrir por amor de
Dios.
Al
salir de Chivilcoy dijo a los misioneros que tenía un gran deseo de visitar de
paso el célebre Santuario de Luján, de que muchas veces había oído hablar, a
cuya indicación se avinieron estos muy gustosos.
El Cacique Raileff entró visiblemente conmovido al
Santuario de Nuestra Señora de Luján, oro con envidiable fervor ante la
milagrosa Imagen, y luego vencido por la fatiga y por aquel mal que no cesaba
de aquejarle, ganó el lecho, en la misma casa del Santuario, pero ya para no
levantarse más.
Murió a los cinco días, dominado por los
sentimientos de la más ingenua piedad, auxiliado y rodeado de todos los
Sacerdotes que, a la sazón, se encontraban presentes en el Santuario, y de un
gran número de personas que no podían cansarse de contemplar la serenidad y el
edificante fervor de ese anciano moribundo, ayer todavía pobre indio infiel,
pero ya católico convencido y piadoso como un santo.
Él mismo pidió nuevamente, que le diesen la
Santa Comunión la cual recibió con extraordinarias demostraciones de
complacencia.
Pocos momentos antes de expirar, pareció
recogerse en un profundo sueño; al despertar, llamó a los misioneros, y con voz
apagada, pero con la sonrisa del justo sobre los labios, les dijo estas
textuales palabras:
“acaban de
decirme que una gran Señora venía a llevarme”.
Esta fue su última palabra que dejó a
todos los que la oyeron grandemente admirados. A los pocos momentos, sin el
menor estertor, entregaba a su Creador y Redentor su alma cándida, aún toda
impregnada con el rocío regenerador del santo Bautismo y embellecida con la
Sangre del Cordero de Dios.
Grande fue la impresión
que la última palabra del moribundo Cacique Raileff produjo en el alma de todos
los circunstantes, y la convicción, que al punto en ellos se formó fue que esa
gran Señora, no podía ser otra que la misma dulcísima Madre del Salvador, la
cual quería Ella misma presentar a su divino Hijo este buen anciano que había
llamado, para el momento supremo, a la sombra de su predilecto Santuario.
JACULATORIA: ¡Oh piadosa Virgen de Luján, Esperanza de
los pobres moribundos, rogad por nosotros, ahora y en la hora de nuestra
muerte!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, ESPERANZA DE LOS MORIBUNDOS
¡Oh María,
Virgen Santa de Luján! Bien
sabéis que nosotros, desgraciados hijos de Adán, mientras en el mundo vivimos,
no somos sino caminantes hacia nuestra patria, la celestial Jerusalén. Sabéis
también cuán arduo y peligroso es este viaje, y cuántos desgraciadamente, al
tocar su término, han oído una voz terrible que les decía: “está cerrada la puerta” (San Mateo 25, 10). Oh
María, vos a quien la Iglesia invoca bajo el título de Puerta del Cielo, no
escuchemos nosotros tan espantosas palabras. Os elegimos por nuestra
Protectora y abogada, para la hora de nuestra muerte. ¡Tal vez, Madre amantísima, no podremos
invocaros en nuestras agonías; ahora, pues, que vivimos a Vos llamamos, y
rendidamente suplicamos que al separarse en ese día aciago de los cuerpos
nuestras almas, os dignéis venir con bondad delante de nosotros! Fortalecednos entonces, mostrándonos vuestro rostro
augusto; que vuestra mano aleje de nuestras miradas la faz horrible del
infernal dragón. Sed para nosotros la escala del cielo, el camino derecho del
paraíso; acompañad a vuestros siervos devotos al tribunal de Jesucristo; tomad
su causa en vuestras manos; y que por vuestra misericordia sean recibidos en la
patria. Venid en ayuda de nuestras almas, preservándolas en la hora de la
muerte de las acechanzas del demonio. Sed su consuelo; socorredlas después de
su último suspiro, y hacedlas para siempre dichosas, abriéndoles el cielo. Así sea.
—Aquí se
cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO ABOGADA DE TODOS LOS ESTADO
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
I
¡Cuántas penas ocultas disipas!
¡Qué
de amargos dolores consuelas!
¡Cómo
llena de amor siempre vuelas,
Las
heridas del alma a curar!
Cruel
el mundo desprecia al que llora;
Pero
tú, que has sufrido y llorado,
Compadeces
al que es desgraciado,
Y
mitigas su rudo pesar.
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
II
Muchas veces, el niño se mira
Desvalido
perdiendo a su padre,
Sin
tener a su lado una madre
Que
le brinde caricias de amor.
¡Infeliz!, su gemido exhala;
Pero
entonces, al ver su amargura,
Como
madre de inmensa ternura,
Tú
mitigas su acerbo dolor.
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
III
Insensible la parca homicida,
De
su esposo a la esposa privando,
Por
la angustia, oprimida, llorando,
¡Ay!, la deja en su amarga
viudez.
¡Sola,
sola se encuentra en el mundo!
Y
al sentir las espinas del suelo,
De
tus manos implora el consuelo,
Que
le otorgas con paz a la vez.
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
IV
Por el hambre y la sed devorado,
Sin
abrigo, de harapos cubierto,
De
la tierra al cruzar el desierto
Del
mendigo se agobia la sien.
¿Quién
tendrá compasión de su suerte?
¿Quién
oirá su lamento prolijo?
Sólo
tú, pues ¡oh
Madre!, es tu hijo
Y
es de tu Hijo el hermano también.
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
V
¡El marino, arriesgado perece!
Ya
sus naves destrozan los vientos,
Y
los mares bramando violentos
Amenaza
de muerte le dan.
¿Quién
podrá libertarlo…? ¡María!
¡Siempre
Tú, que magnífica y bella,
Te
levantas cual fúlgida estrella,
Reina
Santa María de Luján!
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
VI
De rodillas el fiel campesino
Su
sencilla oración te presenta
Cuando
ruge la negra tormenta:
Que
amenaza los campos destruir,
Te
suplica, te implora, te ruega
Por
sus hijos y esposa querida;
Tú
apareces de rayos circuida,
Y
en el iris te mira lucir.
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
VII
Virgen pura, tu gloria la cifras
En
mandar a los pueblos mortales
Los
inmensos y gratos raudales
De
tu dulce cariño y bondad.
Así
todos lo dicen, te admiran,
Y
proclaman con voz elocuente,
Que
eres Madre amorosa y clemente
De
afligido consuelo eternal.
Coro: Honra y gloria a Ti, Virgen pura
Honra
y gloria a Ti, que piadosa
Para
ser nuestra Madre amorosa
Levantaste
tu trono en Luján.
—Los Gozos
y la Oración se dirán todos los días.
DÍA SÉPTIMO: 5 de mayo –
CONSAGRADO A HONRAR
A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO ESTRELLA DE NAVEGANTES Y PUERTO DE NÁUFRAGOS.
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN ESTRELLA DE LOS NAVEGANTES Y
PUERTO DE LOS NÁUFRAGOS
¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,
abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los hombres, por cuyas manos
nos vienen del Cielo todos los favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de
que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras, como
venera la piedad de los fieles, y particularmente en la coronada Imagen que
veneramos en el Santuario de Lujan, ante la cual las generaciones os invocan,
con éxito feliz, hace más de doscientos cincuenta años; acordaos también, de
que en todos tiempos, la Iglesia os invocó siempre bajo los títulos de Estrella
del mar y Puerto seguro de los pobres náufragos; humildes y confiados, os suplicamos, Señora, nos alcancéis de vuestro
Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que más convenga para
nuestro remedio espiritual y corporal, y en particular, las virtudes de fe,
esperanza y caridad, el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el
servicio de Dios y una buena muerte. Así
sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, ESTRELLA DE LOS NAVEGANTES Y PUERTO DE
NAUFRAGOS
CONSIDERACIONES
I
– En general, a
cualquiera nación cristiana que pertenezcan los marinos, esos hombres que pasan
la mayor parte de su vida en medio de los mares, luchando con terribles
peligros, son muy devotos de la Santísima Virgen, a
quien invoca la Santa Iglesia con el título de Estrella de la mar. Ni
hay por qué extrañarlo, antes bien, lo contrario pudiera asombrar.
No hay en efecto, en toda la naturaleza,
espectáculo más imponente ni cosa más horrorosa que una tempestad en medio de
los mares. Cuando se oye el espantoso ruido de las olas que juegan con el
bajel, a la manera que un niño se entretiene con los juguetes propios de la
infancia; cuando ya es vana toda destreza para gobernar el timón, y el barco
queda abandonado, sin humano recurso, a la discreción de las ondas, que tal vez
lo llevan irremisiblemente al escollo y al naufragio, ¿quién podrá describir la congoja y
espanto, que en semejante conflicto padecen los navegantes? ¡Ah!, en tan
supremo lance, el hombre de más valor no puede menos que de estremecerse y
reconocer su pequeñez y miseria, al mismo tiempo que la majestad y grandeza del
omnipotente Autor de todos los elementos. En aquellos momentos de ansiedad, no
hay impío; el mismo hombre protervo que antes blasfemara de la Divinidad, se
humilla ahora y busca en el mundo de los espíritus un amparo y una salvación.
No atreviéndose, empero, a implorar el auxilio del mismo Dios, cuya ira tan a
menudo ha provocado con sus infidelidades, ¿con qué confianza entonces, no se ampara, cual de la
suprema esperanza, de la misericordia y maternal ternura de la divina María?
II.
– No es de creer que por casualidad impusieran Joaquín y
Ana a su hija bien amada, el nombre de María; antes bien, debe tenerse
por seguro, dicen los Santos Padres, que el mismo Dios fue quien les inspiró el
dar a la que había de ser la Madre del Verbo divino, ese nombre misterioso y
simbólico. Pues María, en lengua hebrea, significa
ESTRELLA DEL MAR, que conduce al puerto con seguridad y a la cual el piloto
jamás pierde de vista durante la noche, sin ponerse en inminente peligro de
naufragio. Es evidente y comprobado por la historia de más de diez y
ocho siglos que María llenó siempre admirablemente toda la significación y
todos los misterios que encierra su dulce nombre.
Es gracias, en efecto, a la secular
experiencia de la decidida protección de la Madre de Jesús para con los
navegantes y los marinos, que los unos y los otros manifiestan generalmente una
devoción tan tierna a María, Estrella del mar, y que sin dejar de conocer que
son inminentes y continuos los peligros que se corren en el Océano, se embarcan
no obstante, todos los días sin miedos ni sustos, siempre que han acudido al
amparo de esta benignísima Señora, porque no pueden menos de reconocer que es
María, quien con piedad admirable los protege, los guía y los conduce al puerto
de la seguridad. Y es por este motivo que, en todas
las playas del orbe católico, se levantan suntuosos santuarios dedicados a
María, Estrella de los mares, frecuentados siempre por interminables
procesiones de marinos y navegantes, y todos cubiertos con las innumerables
ofrendas de los devotos, los que recuerdan los portentos de la protección de María
obrados en medio de los peligros del mar.
III.
– En los tiempos pasados, los marinos y navegantes que se
embarcaban en el Puerto de Santa María de Buenos Aires, jamás abandonaban estas
playas, sin antes venir a postrarse ante la sagrada Imagen de Nuestra Señora de
Luján, para implorar su protección y amparo en los peligros del mar, así
como los del viejo continente, cuando se embarcaban para estas tierras, solían
poner su viaje bajo la protección de Nuestra Señora de Luján, siendo su primera
visita, a su llegada, desde que les era posible, para este Santuario. Así lo
expresan claramente, los documentos antiguos que nos narran que los navegantes
que transitaban de Europa a estos países, no, cesaban de experimentar en los
peligros y borrascas del mar, muy presente el favor de esta Reina celestial,
implorando el patrocinio de Nuestra Señora de Luján.
Otra prueba de la general devoción de los
navegantes a la Santísima Virgen de Luján, es el hecho de haberse, en el mismo
Reino de España, por el año de 1730, botado al agua, con el propio dictado de
Nuestra Señora de Luján un navío paquebote de la real compañía de registro, el
cual, durante muchos años, cruzó la inmensidad del mar océano bajo la
protección de esta prodigiosa advocación, y ostentando a las miradas del viejo
y nuevo mundo, esculpida en su proa, la sagrada Efigie y el nombre de Nuestra
Señora de Luján.
Esos devotos
navegantes esparcían por todas partes la historia de la portentosa Imagen de
Luján y la fama de sus incesantes maravillas; y su relación encendía en
no pocos corazones la llama de la esperanza y del amor hacia tan gran Señora,
de modo que no solamente en estas provincias de las Indias, sino también en el
viejo mundo, iba logrando la advocación de Nuestra Señora de Lujan, numerosos
devotos que, desde aquellas incalculables distancias, dirigían hacia Ella las
miradas de su fe y la invocaban con extraordinario fervor.
En el tiempo presente, como por lo pasado,
la Santísima Virgen de Luján se ve siempre invocada con extraordinario fervor,
por los marinos y navegantes del Rio de la Plata, que ponen en Ella toda su
confianza. Y ¿cuántos
navegantes, se ven todos los días librados por la invocación de Nuestra Señora
de Luján, de los peligros del mar, y conducidos salvos a sus hogares, después
de haber luchado muchos días con la muerte?
Indicio seguro de la milagrosa protección de
la Virgen de Luján, en medio de los mares son los marineros y navegantes, que
aún hoy, como en otros tiempos, vienen a veces a este Templo, haciendo actos de
piedad y de penitencia, contando al mismo tiempo sucesos prodigiosos, de
haberlos la dulce Virgen librado de horribles tempestades; testigos asimismo
aunque mudos de esta verdad, son los muchos y variados trofeos de plata que,
representando naves, anclas y otros objetos marítimos, se ven colgados de las
paredes del Santuario.
RESOLUCIÓN: Rezar todos los días, o por lo menos todos
los días festivos y los días sábados, el Santísimo Rosario de María.
EJEMPLO: DON DIEGO ÁLVAREZ-BARAGAÑA SE LIBRA DE UN NAUFRAGIO
INEVITABLE, POR LA INTERECSIÓN DE NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN.
Don
Diego Álvarez-Baragaña, que murió gloriosamente en el año 1806, de
consecuencias de las heridas recibidas en la memorable acción de la Reconquista
de Buenos Aires, y cuya hija Belén Baragaña se casó con el General José Matías
Zapiola, vino de España a esta Provincia del Rio de la Plata, por los años de
1785. Pero, antes de llegar al puerto de Buenos Aires, el navío en que venía,
arremetido por una violenta tempestad, se abrió, hizo agua, y se fue a pique.
En tan supremo lance que no dejaba humanamente el más pequeño lugar a esperanza
de salvación, D. Diego, a cuyos oídos había llegado, en España, la fama de los
portentos que incesantemente, así en mar como en tierra, no cesaba de obrar la
Santísima Virgen en favor de cuantos la invocaran bajo el título de Nuestra
Señora de Luján, imploró con indecible fe y fervor a esta Divina Señora,
prometiéndola que si Ella le salvara de tan inevitable ruina que le amenazaba,
él, tan pronto como aportara a Buenos Aires, emprendería a pie y descalzo la
romería de su bendito Santuario, por más distante que se hallase situado. En
ese mismo instante en que iba ya a hundirse para siempre en los abismos, he
aquí que delante de su vista cruza un cajón de madera de grandes dimensiones,
que fluctuaba encima de las aguas. Inmediatamente, haciendo un supremo
esfuerzo, extiende sus brazos para detenerlo, se esmera para asirse fuertemente
de él con las manos y logra finalmente acomodarse encima de él. En tal estado y
después de muchas horas de mortal congoja, pero de invicta confianza en María
Santísima de Luján que lo protege visiblemente, una ola le arroja a la playa y
de esta suerte se ve milagrosamente libre del terrible riesgo a que había
estado expuesto.
No cesó de pregonar durante toda su vida que
era a Nuestra Señora de Luján que él debía el haber conservado la existencia, y
no cesó, desde entonces, de profesarla la más tierna y filial devoción.
JACULATORIA: Nuestra Señora de Luján, Estrella del mar y
Puerto seguro, proteged a los navegantes y socorred a los pobres náufragos. Así sea.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, BELLA
ESTRELLA DE LOS NAVEGANTES
¡Oh
dulcísima Virgen María!, clara
Estrella de la mar, Puerto seguro de los náufragos, acordaos con qué filial
confianza acudían nuestros padres a vuestro amparo, en los peligros y borrascas
del océano, cuando tenían que transitar del viejo mundo a estas playas del
Plata, invocándoos bajo vuestro título de Nuestra Señora de Luján, habiendo
constantemente experimentado vuestro favor en los trances más apremiantes, y
continuad a mostraros siempre la Estrella de la esperanza de los navegantes y
el Puerto seguro de los náufragos.
Pero, ¿qué es este mundo, Señora, sino un mar siempre agitado
de amarguísimas tribulaciones y de tentaciones horribles, en el que hay tantos
escollos cuantas son casi las acciones mismas de los hombres y en el que el
infierno con sus perversas sugestiones, y la carne con sus halagos, y las
pasiones con sus movimientos y el mundo con sus escándalos nos ponen tantas
veces a riesgo de naufragar eternamente; en el que los falsos amigos con sus
perversas adulaciones, a modo de encantadoras sirenas, nos llevan a sí para
perdernos? Si, pues, hay necesidad en nuestros mares de tomar una
estrella por guía, para llegar al puerto con felicidad, la tenemos mucho mayor
en el mar espiritual de seguir la dirección de una estrella, que nos guíe al
puerto de la vida. Esta estrella es la dulcísima Madre de Dios, a quien la
Santa Iglesia invoca bajo el título de Estrella de la mar. Sed, pues, ¡oh María!, la Estrella de los pobres náufragos entre las olas
de las pasiones, muy expuestos a perecer eternamente; sed su firme Áncora, a la
cual asidos podrán fácilmente libertarse; sed por último el Faro luminoso que
les muestre el Puerto seguro de la eterna Bienaventuranza. Así sea.
—Aquí se cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO MADRE DE LA NIÑEZ
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen pura de Luján!
I
Su
fulgor resplandeciente
No
le envía
La
razón, y en su alma siente
Gran
placer si dulcemente
Dice
el nombre de María.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
II
Cuando balbuceando invoca
Tu
ternura,
Parece
que apenas toca
La
tierra, y que con su boca
Saborea
la dulzura.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
III
Cuando pone en ti sus ojos
Y
te mira
Como
una flor sin abrojos,
Sonríen
sus labios rojos…
Y
vuelve a verte… y suspira.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
IV
Y cuando su madre ansiosa
Le
señala
Tu
Imagen pura y graciosa,
Su
boca sonríe gozosa
Y
un grito de amor exhala.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
V
¿Quién al niño habrá inspirado
Las
delicias
De
un amor tan acendrado?
¿Quién,
si apenas ha probado
De
sus padres las caricias?
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
VI
Sin duda que cuando el sueño
Le
adormece
Con
su plácido beleño,
Lo
lleva un ángel risueño
A
tu Edén que resplandece.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
VII
Y allí en tus brazos lo tomas
Y
lo embriagas
Del
candor con los aromas,
Y
como aman las palomas
Él
te ama porque lo halagas.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
VIII
Con tus manos maternales
Su
cabeza
Bañas
en limpios raudales
Que
brotan los manantiales
De
la infinita belleza.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
IX
¡Oh! Sí…. ¡cuánto te ama el niño!
Sus
amores
Puros
son como el armiño;
Te
es más grato su cariño
Que
el aroma de sus flores.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
X
Protégelo tú… ¡María!
Sé
su amparo…
Su
dulce y pura alegría
En
el mundo, sé su guía
Como
refulgente faro.
Coro: En tu altar ofrece el niño
Inocente,
blancas flores,
Emblemas
de sus amores,
¡Virgen
pura de Luján!
—Los Gozos
y la Oración se dirán todos los días.
DÍA OCTAVO: 6 de mayo –
CONSAGRADO A HONRAR
A NUĖSTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO PATRONA DE LOS EJÉRCITOS.
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, PATRONA DE LOS EJÉRCITOS
¡Purísima Virgen María! Madre del amor hermoso,
abismo de gracia y poderosa Medianera entre Dios y los hombres, por cuyas manos
nos vienen del Cielo todos los favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de
que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras, como
venera la piedad de los fieles, y particularmente en la coronada Imagen que
veneramos en el Santuario de Luján, ante la cual las generaciones os invocan,
con éxito feliz, hace más de doscientos cincuenta años; acordaos también de
que, en todos tiempos, los valientes soldados de estas naciones, pusieron en
Vos toda su confianza, os juraron por su Patrona y Capitana y depositaron sobre
vuestro altar los gloriosos trofeos de sus victorias; humildes y confiados, os suplicamos, Señora, nos alcancéis de
vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que más convenga
para nuestro remedio espiritual y corporal, y en particular las virtudes de fe,
esperanza y caridad, el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el
servicio de Dios y una buena muerte. Así sea.
NUESTRA
SEÑORA DE LUJAN, PATRONA DE LOS EJÉRCITOS
CONSIDERACIONES
I- De todos los sentimientos
religiosos, es indudable, es un hecho de experiencia, que el más obvio, el más
natural y el más dulce al corazón de todos los cristianos, es la devoción a la divina María, y acaso sea esto aún
más cierto para el soldado, el cual viéndose rigorosamente separado de todos
aquellos a quienes ama, y más particularmente de una madre sobremanera querida,
siente instintivamente elevarse su corazón hacia la dulce Virgen, a quien el
Salvador del mundo agonizante nos dejó a todos por Madre. Invocar a tan
dulce y tierna Madre, es, sobre todo para el soldado, en la hora de las grandes
y terribles acciones militares, como una necesidad irresistible. Así se ve, en todos los países católicos, que el soldado tiene
generalmente una devoción muy particular a la Santísima Virgen.
¡Espectáculo singular y muy admirable, a la
verdad, y que sólo la Religión puede ofrecer a la contemplación del mundo; la
fuerza, el denuedo, el arrojo, ingenua y humildemente arrodillados ante la
pequeña Imagen de la más humilde, de la más delicada de las vírgenes,
implorando con fervor y confianza, y no pocas veces con gruesas lágrimas en los
ojos, y con ardientes suspiros mal comprimidos en el pecho, de la aparente
debilidad, la protección, la fortaleza y el acierto en el campo de batalla!
Pero, busquemos y expongamos brevemente cómo
es María el socorro y la fuerza de los guerreros. Es
la Madre de Aquel que se dice, Señor de los Señores y Dios de los ejércitos; es
pues natural que los guerreros se coloquen bajo su protección.
María, nos insinúan los sagrados textos, es
más fuerte que todos los pertrechos y escudos militares, más terrible que
ejércitos numerosos bien disciplinados y puestos en orden de batalla. Nadie
ignora que la palma es símbolo de la victoria; y por eso, la Iglesia aplica a
María estas palabras del Eclesiástico: “He sido
exaltada delante de los jefes de las tribus, como una hermosa palma”.
No hay región ni pueblo católico que no
pueda presentar testimonios auténticos del auxilio que la Reina del cielo ha
dispensado a sus ejércitos. Llenos están los santuarios de María de insignes
trofeos arrebatados milagrosamente en mil batallas a los enemigos de los
pueblos consagrados a la Madre de Dios.
II.- Más aún quizás que el
soldado de las demás naciones, se muestra devoto el soldado americano a la
Santísima Virgen. Será, sin duda, porque su suerte es desgraciadamente más dura
y triste, allá en aquellas arriesgadas soledades del Desierto, que la condición
del soldado en cualquier otro país, y que sólo encuentra consuelo, amparo y
esperanza en aquella Madre celestial, a quien, desde tierno niño, su misma
madre según la carne le enseñara a invocar.
Y si se quieren ejemplos que confirmen lo
que acaba de afirmarse, numerosos se encuentran, á sé, en los gloriosos anales
de la época de la Independencia de estos países, por ceñirnos a este solo punto
de la historia.
Ella nos muestra al heroico Liniers,
estimulado por la fe religiosa, y lamentando la opresión de Buenos Aires bajo
la dominación Británica, humildemente arrodillado y
recogido ante el altar de Nuestra Señora del Rosario del Templo de Santo
Domingo, pidiendo a esta divina Protectora del ejército, los dones de la fuerza
y de la prudencia para reconquistar la Capital del virreinato, y haciendo el
voto de consagrarle las banderas del enemigo si sale victorioso en la lucha; al
salir del templo, un venerable anciano que entonces gozaba fama de santidad, le
anuncia que la Virgen del Rosario ha despachado favorablemente su súplica, con
gran asombro del héroe, porque no había revelado a nadie el voto que acababa de
hacer, y hoy pueden considerarse esos gloriosos trofeos arrancados al enemigo
en los Templos de Santo Domingo de Buenos Aires y de Córdoba.
La historia nos muestra al más grande de los
héroes de la Independencia sudamericana, al
inmortal general San Martin, proclamando a Nuestra Madre y Señora del Carmen,
Patrona y Generala del invicto ejército de los Andes y mandándole, en su
Santuario de Mendoza, su bastón de mando como propiedad suya y distintivo del
mando supremo que Ella tiene sobre el ejército.
Nos muestra también al más simpático de
todos los generales de esa época tan fecunda en verdaderos héroes, al General Belgrano, nombrando a Nuestra Señora de
Mercedes, Generala del ejército patriota, obligando a sus tropas, desde el
general en jefe hasta el último soldado, a rezar todos los días el rosario y a
cargar su Santo Escapulario como la divisa de guerra de los soldados de la
Independencia, a manera de los cruzados de la edad media; y cuando en el día de
la memorable victoria de Tucumán, ganada en el mismo día en que se celebraba la
fiesta de Nuestra Señora de Mercedes, Generala de su ejército, entran sus
tropas victoriosas en la ciudad de Tucumán, en momentos que la procesión, en
que se llevaba en triunfo la Imagen de María, cruzaba las calles de la ciudad,
el General Belgrano se coloca al pie de las andas que descienden hasta su
nivel, y desprendiéndose de su bastón de mando, lo coloca en manos de la Santa
Imagen.
Tal era la devoción que los grandes Capitanes de la
Independencia profesaban a María Santísima.
III.- Podemos añadir que la
advocación más familiar y predilecta del soldado sudamericano, es Nuestra Señora de Luján.
Recorred las dilatadas fronteras, visitad
sus fortines, penetrad en los cuadros, seguid al ejército en sus campañas, ora
contra los enemigos de su patria, ora contra el indio infiel, y os quedareis
admirados y edificados, al sorprender sobre los labios del pobre veterano,
incesantes súplicas a la Madre suya de Luján, al contemplar los repetidos
testimonios de su inquebrantable confianza y de su amor sincero hacia esta
soberana Señora.
Es indudablemente durante los 10 años que
duró la laboriosa transformación de estas Provincias, pasando del estado de
colonias españolas al rango de naciones distintas e independientes, que estos
países se vieron servidos por los más ilustres capitanes, por los más valientes
guerreros.
Pues bien, puede
asegurarse que la mayor parte de aquellos grandes capitanes de las guerras de
la Independencia se mostraron generalmente grandes devotos también de Nuestra
Señora de Luján. Son los primeros compañeros del gran Liniers, Pueyrredón y
Martin Rodríguez que deseosos de rescatar la capital ignominiosamente dominada
por las armas británicas, se congregan al pie de Nuestra Señora de Luján, y de
aquí se lanzan valientes como leones y triunfan a su vez de los triunfadores de
Trafalgar y de Waterloo.
Es un Nicolás de la Quintana, Comandante
general de toda la Frontera y padre feliz de uno y otro héroe de las guerras de
la Independencia que elige a Luján por su morada, ufano con el honor de la
mayordomía de la hermandad del Rosario, canónicamente erigida en el Santuario
de la Virgen. Es un Cornelio de Saavedra, jefe del
estado Mayor General, y primer Presidente de la Junta creada el propio 25 de
Mayo de 1810, que, nombrado en 1819, delegado general del gobierno, para el
mando de todas las fuerzas de la campaña, establece su cuartel general en esta
Villa, escogiendo para su vivienda las mismas que rodean al Santuario de la
Virgen. Son los Brigadieres generales, Don Juan Ramón Balcarce y Don Miguel
Estanislao Soler, los generales, Rondeau, Viamont, Álvarez y Tomás Zapiola, los
Coroneles French y Dorrego, que cubren sus nobles pechos con la medalla de la Virgen
de Luján, que juran a María de Luján por Patrona y Capitana de sus regimientos,
que le ofrecen las banderas y los trofeos arrancados a sus enemigos. Más,
sobre todos estos héroes descuella el nombre puro y grande de Belgrano. Es a
los pies de la Virgen de Luján que al salir de Buenos Aires, general
improvisado para la expedición del Paraguay, viene a implorar un valor
indomable; a Ella le ofrece desde Salta los trofeos de sus victorias y envía a
su Santuario las banderas arrebatadas al valiente General Tristán, proclamando
a la faz de su Patria y de toda la posteridad que es a la Virgen de Luján que
es deudor de esa gran victoria; y es a este Santuario, en fin, que, derrotado
en Vilcapujio y Ayohuma, más grande que lo fue en ninguno de sus triunfos, viene
a bendecir a María por sus tribulaciones como la había bendecido por sus
glorias.
En los tiempos actuales, a pesar del
lamentable decaimiento de la fe y de la devoción, la Virgen de Luján sigue
siempre, siendo el objeto del culto más tierno que ha conservado como por
gloriosa tradición el valiente y abnegado soldado sudamericano; de manera que con toda justicia puede esta poderosa
Señora titularse la Patrona y Capitana de nuestros ejércitos.
RESOLUCIÓN: Practicar sinceramente las virtudes cristianas,
para contribuir al engrandecimiento y felicidad de la Patria.
EJEMPLO: EL CORONEL DON DOMINGO FRENCH JURA A NUESTRA
SEÑORA DE LUJÁN POR PATRONA DE SU REGIMIENTO.
En
1812, el fogoso Coronel French, ya entonces célebre por haber sido Comandante
del importante regimiento de la “Estrella”, cuerpo
formado después de la revolución de Mayo, compuesto con la porción más
entusiasta de la juventud porteña, y que tomó una parte muy activa en la
revolución de los días 5 y 6 de Abril de 1811, recibió del Supremo Gobierno el
comando del Regimiento No. 3. Luego que hubo organizado dicho cuerpo, recibió la orden de marchar hacia
las Provincias del Norte, con el objeto de auxiliar al ejército de Belgrano, ya
en vísperas de medirse con el enemigo realista en la famosa batalla de Tucumán.
Antes
de ponerse en marcha para su destino, el Comandante del Regimiento No. 3,
viendo a sus oficiales y soldados animados de la firme convicción que la causa
que sirven es de Dios, les propone se elija a la Santísima Virgen de Luján,
dulce y tantas veces probada protectora de los hijos de esta Provincia, por
principal Patrona del Regimiento, lo que equivalía reconocerla y proclamarla
por su Capitana; moción, que por corresponder tan íntimamente a la innata
devoción y confianza que profesan a la milagrosa Virgen, aplauden al punto
todos los oficiales del cuerpo y queda inmediatamente sancionada por la unánime
y entusiasta adhesión de toda la tropa.
Para
hacer aún más imponente, si cabe, la ceremonia por medio de la cual va a consagrarse
el Regimiento a su dulce Patrona y reclamar su poderosa protección, como para
grabar su recuerdo de un modo indeleble en la memoria y el corazón de sus
soldados, ha determinado el Coronel Comandante del Regimiento N.º 3, postergar
el solemne juramento de sus banderas, a fin de efectuarlo en la misma Villa de
Nuestra Señora de Lujan, a fin de poder tener sin duda de esta suerte como á
testigo de sus votos de fidelidad a la causa de la libertad de la patria y a la
bandera que simboliza tan noble causa, a la misma Virgen a quien han elegido y
han de jurar por su Patrona.
Al día
convenido, 24 de Septiembre, los dos batallones que componían el Regimiento N.º
3, se dirigen formados al Santuario, para asistir al Santo Sacrificio. Desde el principio de la
ceremonia, el Coronel French, tomando entre sus manos las dos banderas del
Regimiento, las entrega puesto en pie, al Cura Vicario, quien las coloca a los
lados del altar mayor, estando la Imagen de nuestra Señora descubierta; con
esto, a las afueras del Santuario, tres descargas de la tropa y repique general
de las campanas, y de este modo queda oficialmente reconocido el patrocinio de
nuestra bendita Madre de Luján, sobre el Regimiento N.º 3.
Al
concluir la misa solemne, y cuando todos los espíritus y corazones de jefes y
soldados se hallan aún bajo la dulce y saludable impresión de la ceremonia
religiosa de su consagración a la bien amada Virgen, el Coronel French,
poniéndose frente al Regimiento que está formado en cuadro, en la plaza
principal, y teniendo a la vista las banderas de ambos batallones, dirige a la
tropa una breve, pero enérgica arenga, sobre la fidelidad que van todos a jurar
a sus banderas.
En
seguida, presta él, primero, el solemne juramento de fidelidad; luego recíbelo
de los demás jefes y oficiales; y finalmente, levantando la voz, pregunta a la
tropa con la fórmula prescrita para el caso si jura fidelidad a la bandera de
la Patria, a cuya interrogación todas las voces pronuncian un grito unánime y
entusiasta: ¡Sí juro y amén! Entonces el
intrépido Coronel, conformándose con los usos seguidos en aquellos tiempos
heroicos, desenvaina su espada y la coloca horizontalmente sobre el asta de la
bandera del primer batallón; mientras que el Teniente Coronel, Comandante del
segundo batallón, hace otro tanto, con la bandera del dicho batallón, y
desfilando sucesivamente todos los soldados de ambos batallones besan, uno por
uno, aquella cruz militar de su correspondiente bandera, sellando de la
suerte con su ósculo el juramento que acaban de prestar.
Esta grave ceremonia, de la índole de
aquellas cuyo recuerdo se graba con caracteres imperecederos en el corazón del
soldado que la presencia, se efectuaba a la sombra, por decirlo así, del
Santuario de Nuestra Señora de Luján, y les hubo de parecer a aquellos
valientes y religiosos campeones de la Independencia, que su juramento de
fidelidad a la Bandera de la Patria adquiría algo de más sagrado aún, por haber
tenido como testigo, al venerable Templo de su amada y milagrosa Patrona.
JACULATORIA: ¡Coronada Virgen de Luján; verdadera
Patrona y Capitana de los ejércitos, velad por el bien espiritual y temporal de
nuestros valientes compatriotas que están bajo las armas!
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, PATRONA DE LOS EJÉRCITOS
Os rogamos,
¡coronada Virgen de Luján!, constante
protectora de los ejércitos, derraméis vuestras más abundantes bendiciones
sobre el glorioso pabellón de nuestra patria y protejáis a la milicia que lo
defiende con tanto patriotismo. Escudad a nuestros soldados en todos los
peligros; defended su cuerpo del fierro y del fuego de las batallas; guardad su
alma de la seducción de los hombres de desorden, de la ociosidad y corrupción
de los campamentos. Que, en vez de perderse, como regularmente sucede, en medio
de las ciudades y cuarteles, se conserven puros, religiosos, sumisos y
honrados. Que alcancen una virtud más sólida y enérgica en su disciplina, en
sus privaciones y peligros. Que el cumplimiento del deber sea para ellos
infinitamente preferible a la conservación de la vida. Que sepan morir
plenamente seguros de encontrar, en el seno de Dios, la recompensa que no falta
jamás a la generosa abnegación. Que se preparen a la victoria por la religión,
por la sobriedad, por una vida casta; por el triple y glorioso trabajo que
Dios, ha impuesto a nuestra raza; el trabajo del cuerpo que da la fuerza, el
trabajo del espíritu que da el saber, el trabajo del alma que da la virtud. Que
sean tranquilos y santos como los heroicos soldados de la ilustre legión
Tebana.
¡Oh Nuestra Señora de Luján!, que cada uno os mire como
su Madre y se considere feliz de ser vuestro hijo. Bendecid a los que mueren
por el deber; abridles las puertas del cielo y recibidlos al lado de los
mártires. ¡Oh
María, Madre del Rey de los reyes!, dad
a la tierra cristianos ejércitos; hasta el feliz día en que ella sea bastante
cristiana, para no necesitar ya de las armas. Así
sea.
—Aquí se
cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO PROTECTORA DE LOS LABRADORES
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
I
Cuando aparece la aurora
Luz
vertiendo en las campañas,
En
nuestras pobres cabañas
Oramos
ante tu altar,
Y
emprendemos el trabajo
Con
la esperanza segura
De
que tu mirada pura
Siempre
nos ha de alumbrar.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
II
Si en los surcos arrojamos
La
semilla, bien sabemos
Que
en tu Hijo Padre tenemos
Que
la hará fructificar.
El
que a los lirios del prado
Concede
bello ropaje
Y
a las aves su plumaje
No
puede al hombre olvidar.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
III
Muchas veces con sus rayos
Nos
abraza el sol ardiente,
Y
empapando nuestra frente
Baja
a la tierra el sudor.
Mas
entonces dirigimos
Nuestra
mirada a tu Templo
Y
nos cubre con su velo
Nube
en que vemos tu amor.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
IV
No tememos la tormenta,
Ni
los vientos desatados
Que
amenazan los sembrados
En
su cólera destruir;
Porque
luego entre las nubes
Y
en el arco misterioso,
Vemos
tu rostro amoroso
Apacible
relucir.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
V
Al descender mansamente
La
lluvia por las laderas,
Y
al bañar nuestras praderas
Que
se cubren de verdor,
Sentimos
de gratitud
Nuestro
pecho rebosando
Porque
es señal que rogando
Estás
por el labrador.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
VI
Cuando en la tarde serena
A
nuestra choza volvemos
Bellas
flores recogemos
Para
poner en tu altar.
Y
con la esposa querida
Y
los hijos cariñosos,
A
Ti cantos amorosos
Comenzamos
a entonar.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
VII
¡Oh María!, Madre tierna
De
aquel Labrador divino
Que
a la humilde tierra vino
A
sembrar fe con afán.
Haz
que en el tremendo día
En
que sus mieses cosechen
Nuestras
almas no desechen,
¡Virgen
Reina de Luján!
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
—Los Gozos
y la Oración se dirán todos los días.
DÍA NOVENO: 7 de mayo –
CONSAGRADO A HONRAR
A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO PROTECTORA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA Y DE LAS
REPÚBLICAS DEL URUGUAY Y DEL PARAGUAY.
Por
la señal…
Acto
de Contrición y el Santo Rosario.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, PROTECTORA DE LAS TRES
REPÚBLICAS HERMANAS.
¡Purísima Virgen María!, Madre del amor hermoso,
abismo de gracia y poderosa medianera entre Dios y los hombres, por cuyas manos
nos vienen del cielo todos los favores y beneficios que alcanzamos; acordaos de
que el altísimo Dios os hizo portentosa en tantas imágenes vuestras como venera
la piedad de los fieles y particularmente en la coronada Imagen que veneramos
en el Santuario de Luján, ante la cual las generaciones os invocan con éxito
feliz, hace más de doscientos cincuenta años; acordaos también de que en todos
tiempos, las tres repúblicas hermanas, la Argentina y las del Uruguay y del
Paraguay os consideraron siempre y os invocaron como a su particular Protectora
y continuad cubriéndolas con el manto de vuestro maternal patrocinio. Humildes y confiados, os suplicamos Señora, nos alcancéis de
vuestro Hijo adorable, lo que os pedimos en esta novena, lo que más convenga
para nuestro remedio espiritual y corporal, y en particular, las virtudes de
fe, esperanza y caridad, el perdón de nuestros pecados, la perseverancia en el
servicio de Dios y una buena muerte. Así sea.
NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN, PROTECTORA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA Y DE
LAS REPÚBLICAS DEL URUGUAY Y DEL PARAGUAY.
CONSIDERACIONES
I.- La
piedad cristiana cree, y con razón, que la Santísima Virgen María es Reina.
Es Reina y Emperatriz
del Universo porque ha sido escogida por Madre del Hijo de Dios, Rey inmortal
de todo lo que existe y Señor de los señores.
Por eso es que la Iglesia la reconoce y
proclama incesantemente por Reina y Emperatriz. La
invoca, diciéndole: “¡Salve Reina del
cielo! ¡Salve Soberana de los ángeles! ¡Oh gloriosa Emperatriz! ¡Salve, Reina y
Madre de la misericordia!”.
Jesucristo
ha dicho: “Todo poder me ha sido
dado sobre la tierra y en los cielos”. La
Santísima Virgen María, por ser madre de Nuestro Señor Jesucristo puede usar el
mismo lenguaje que su Hijo divino. San Pedro Damián, dirigiéndose a Ella, se
expresa así: “Aquel que es poderoso
ha hecho en Vos grandes cosas, ¡oh María! Todo poder os ha sido dado en el
cielo y sobre la tierra”; y
Ruperto, en su disertación sobre el Cantar de los cantares agrega: “Puesto que María es Madre del Rey de los reyes, de este Rey a
quien el Señor ha constituido sobre todas las obras de sus manos, Ella es, por
consiguiente, Reina constituida sobre el imperio de su Hijo y lo posee con
perfecto derecho”.
De ahí que todo el orbe católico la aclame y
reconozca por su Reina y Soberana.
Sí, cada nación, cada familia, los dos
sexos, todas las condiciones, todos los estados sociales, la escogen por
patrona y buscan la dicha bajo su protección; los grandes y los pequeños, los
nobles como los plebeyos, los amos y los siervos, los ricos y los pobres, los
sabios y los ignorantes, los que son bien apuestos en sus personas como los que
son deformes, los que gozan de buena salud como los enfermos, los justos y los
pecadores; todos en fin sin distinción, la invocan en sus necesidades, en la
desgracia, en cualquier estado enojoso en que se encuentran, y siempre esta
Virgen se muestra con todos ellos tan misericordiosa como poderosa.
II.
— Todos saben que
cada reino, cada país, cada pueblo se ha escogido un patrón, un protector para
con Dios, al cual honra con un culto particular, a quien invoca en la aflicción
y a quien se encomienda a sí mismo y todo lo que le interesa. Pero los pueblos
de todos los estados de todas las provincias, de todas las ciudades y de todas
las comarcas cristianas, sin distinción alguna, reconocen también a María
Santísima, bajo una u otra advocación por su abogada y consoladora, le dan en
la lengua que les es propia el título, de soberana y de reina y como a tal la
honran é invocan.
Así vemos al Rey D. Pelayo consagrando a
María Inmaculada, la cuna de la monarquía española, en la célebre cueva de
Covadonga.
San Esteban de Hungría declara su reino
patrimonio de la dulce Madre de Jesús, y manda que su Imagen esté pintada
perpetuamente en el estandarte y en las monedas de sus estados.
El Emperador de Alemania, Fernando III,
consagra solemnemente su persona, su familia y el imperio entero a la Reina del
Cielo.
Juan Sobieski, el invicto Rey de Polonia,
hace igualmente homenaje a la Madre de Dios, de su célebre victoria sobre los
turcos en el sitio de Viena, y quiere que la Imagen de María ocupe el centro
del escudo de su amada Polonia, proclamando con esta manifestación que la
constituye Reina de su patria.
Luis XIII, Rey de Francia, de esa noble
nación que se gloria de su título de Reino de María no menos que de aquel de
Hija primogénita de la Iglesia, Luis XIII señala su devoción hacia la Santísima
Virgen, escogiéndola para protectora de su familia y de su reino y ofreciéndole
en pública solemnidad su corona y su cetro; y Luis XIV el Grande, renueva el
homenaje de su padre y declara por un edicto que es deudor a María de las
victorias que ha conseguido en Flandes, en Alemania y en Italia.
Finalmente, el Emperador Carlos V, Rey de
España, da bien a conocer su piedad hacia la Madre de Dios, dedicándole sus
inmensos estados, sobre los cuales jamás se ponía el sol, y su ejército así
como las victorias y trofeos que consiguió, a menudo reconoce y publica
haberlos obtenido de Dios por la mediación de esta divina Señora; y Carlos III,
accediendo a los deseos que le manifiestan sus reinos y súbditos reunidos en
cortes, elije y jura por singular y universal Patrona de toda la monarquía
española a la Santísima Virgen en su Inmaculada Concepción.
III.
– Memorables en
extremo fueron las festividades que, en esta parte de la América latina, se
celebraron con motivo de esta solemne jura de la Inmaculada Concepción, por
Patrona de todos los dominios de España, y ellos fueron en los tiempos pasados,
unas de las circunstancias más principales que determinaron un renacimiento
extraordinario de la devoción de estos pueblos a la milagrosa Imagen de la Pura
y Limpia Concepción de Luján. Se estaba entonces edificando su santuario y la
historia nos ha conservado la memoria del entusiasmo y del fervor de todos los
habitantes no solamente de los países que componen hoy la Confederación
Argentina, sino también del Uruguay y del Paraguay, hacia la milagrosa Virgen
de Luján, a quien todos estos pueblos reconocen y aclaman por su Patrona y su
protectora, pues, los milagros que en todas partes obra esta divina Señora en
favor de sus devotos son incesantes e incalculables.
Sabedora la Santa Sede de todos estos
antecedentes dignase acceder, en 1886, benignamente a la solicitud que le
presentara el episcopado argentino y el prelado de Montevideo, del
establecimiento de una solemne festividad en honor de Nuestra Señora de Luján,
qué recordara perpetuamente a las generaciones presentes y venideras los
portentos de protección que en favor de sus devotos había en los tiempos
pasados obrado esta divina Señora; y de su propio movimiento S. S. León XIII,
quiere hacer extensiva a la república hermana del Paraguay la celebración de
esta solemne festividad, a fin de consagrar perpetuamente el recuerdo de la
devoción tan tierna que profesaron a la Virgen de Luján los hijos de esa
religiosa Nación no menos que los moradores de esta y de aquella otra banda de
este gran Rio de la Plata.
¡Plegue a Dios que los gobernantes que hoy
rigen los destinos de los estados revistan la misma religión y la misma piedad
hacia Dios y su divina Madre que sus predecesores!
¡Cómo entonces serían fuertes y prósperos!
¡Cómo ellos serían aptos para conseguir la victoria sobre todos sus enemigos!
¡Cómo ellos contribuirían entonces a aumentar el bien, la gloria, la felicidad
de sus pueblos! porque
todo poder que no está fortalecido por la piedad y la verdadera religión y que
no está armado y animado por el culto de Dios y de la Virgen, es un poder
muerto o funesto.
RESOLUCIÓN: Apartaremos siempre de nosotros y de
nuestras familias las malas lecturas, los diarios impíos e inmorales como un
veneno que corrompe el alma y sostendremos las buenas publicaciones, como
poderoso elemento de regeneración de las familias y de nuestra amada patria.
EJEMPLO: SOLEMNE COLOCACIÓN DE LAS BANDERAS OFRECIDAS
POR EL GENERAL BELGRANO A LA VIRGEN DE LUJÁN.
La religiosa y al mismo tiempo patriótica fiesta
de la colocación, en el Santuario de Luján, de las banderas tomadas por el
General de los patriotas, Belgrano, al General español Tristán en la memorable
batalla de Salta, y ofrecidas por el vencedor a la Virgen de Luján, Protectora
del ejército auxiliador del Perú, tuvo lugar con una solemnidad extraordinaria
a mediados de Julio de 1813.
Desde
la víspera, llegaba de todos rumbos a la Villa un concurso inmenso de gentes,
ansiosas de ser testigos de una ceremonia que por lo suntuoso é inusitado en este
país, llamaba la atención pública. El Superior Gobierno de Buenos Aires deseoso
de contribuir a la grandiosidad del acto había mandado a Luján un cuerpo de
ejército con su respectiva oficialidad y una banda de música militar.
Llegado el día de la solemne colocación y
desde las primeras horas del día, corrían las gentes en tropel al Santuario,
cuyo ámbito podía, a duras penas, dar cabida a tan considerable muchedumbre.
Estaba
el Templo profusa y gustosamente adornado.
A la
hora indicada, entre los festivos repiques de las campanas, las salvas de la
fusilería y los estruendos de todo género de fuegos artificiales, los clangores
de la música militar, y las entusiastas aclamaciones de todo el pueblo, fueron
conducidos al Templo las banderas conquistadas, con grande acompañamiento y en
medio de toda clase de demostraciones.
A la
puerta del Templo, esperaba a la comitiva el Cura Vicario de este Partido de
Luján, rodeado de todos los Párrocos y Capellanes de los diferentes curatos de
la jurisdicción de Luján, y de varios otros respetables eclesiásticos, los que
todos, correspondiendo a la cortés invitación que les hiciera el Cabildo de la
Villa, habían, deseosos de dar pruebas de su sincero patriotismo, acudido a
esta función para darla mayor realce y lucimiento.
Luego
que hubo llegado el numeroso cortejo al atrio del Templo, el Sargento Mayor,
Presidente del Ayuntamiento, D. Carlos Belgrano, dirigiendo la palabra al Cura
Vicario, le indicó que cumpliendo las voluntades del General en Jefe del
ejército auxiliador del Perú, venía a poner en sus manos y confiar a su cuidado
los nobles trofeos de la victoria de Salta, para que se sirviera a su vez,
depositarlos en nombre del General en Jefe y del ejército de su mando, a los
pies de Nuestra Señora de Luján, en señal de público agradecimiento, por los
beneficios que el entero ejército patriota confesaba haber recibido del Cielo,
por la mediación de esta Soberana Señora.
El
Cura Vicario recibió en sus manos los gloriosos trofeos, y entrando toda la
comitiva en el recinto del Santuario, en medio de los graves sonidos del órgano
y de los cantos litúrgicos, fue a depositarlos religiosamente a los pies de la
antigua y milagrosa Imagen.
Difícil es expresar la emoción que
experimentaron todos los asistentes ante esta sencilla a la par que imponente
demostración patriótica, realzada y ennoblecida por aquella severa y augusta
majestad que a las funciones públicas imprimen siempre las ceremonias
religiosas.
En
seguida se cantó una misa solemne; un ilustre orador de aquella época,
pronunció una notable oración patriótica, terminándose tan memorable función
con el canto del Te Deum en acción de gracias por la visible protección
concedida por el Cielo a la causa americana.
JACULATORIA: Nuestra Señora de Luján, declarada por la
Santa Sede Patrona de la República Argentina, del Uruguay y del Paraguay,
cubrid con el manto de vuestra protección a estas tres repúblicas hermanas y
conservadlas siempre en la paz, la concordia y la prosperidad.
ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LUJAN PROTECTORA DE LA REPÚBLICA
ARGENTINA Y DE LAS REPÚBLICAS DEL URUGUAY Y DEL PARAGUAY.
Dios os
salve, ¡oh portentosa y coronada Virgen de Lujan!, fundadora de esta Villa
donde quisisteis recibir culto en la milagrosa Imagen que en ella dejasteis,
como prenda de vuestra protección a estos pueblos del Plata. ¡Oh gran Reina!, a Vos acuden con confianza y se cubren bajo el manto
de vuestra protección, pues a cuantos imploran vuestro patrocinio, abrís Vos
las entrañas de vuestra maternal misericordia. Vos sois el auxilio de los
cristianos, la madre de los huérfanos, la defensa de las viudas, el abrigo de
los pobres, el consuelo de los afligidos, la redención de los cautivos, la
salud de los enfermos, la estrella de los navegantes, el puerto seguro de los
náufragos, el amparo y escudo de los combatientes, la corona y el triunfo de
los vencedores, la esperanza de los moribundos, la vida, en fin, de vuestros
devotos. Proteged gran Señora, vuestra Villa y a vuestro pueblo argentino en
sus diversas provincias. Conceded igual protección a los pueblos hermanos del
Uruguay y del Paraguay. Conservadlos en inalterable concordia; mantenedlos en
la fe católica a pesar de las maquinaciones de los incrédulos; dadles
sacerdotes celosos de su salvación, autoridades honradas y cristianas e
inspirad a todos fe, abnegación y caridad. Oíd favorablemente a los numerosos
devotos que, de todas partes, en sus necesidades, a Vos acuden confiados en
vuestra protección, que os visitan y veneran en vuestra milagrosa Imagen de
Luján. Acordaos siempre ¡oh Reina del Plata!, de
vuestros protegidos; defendedlos contra la malicia de sus enemigos, y de su
propia flaqueza, a fin de que lleguen a la patria celestial donde os alabarán
en la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por los siglos
infinitos. Así sea.
—Aquí se
cantan o se rezan las Letanías de la Santísima Virgen.
GOZOS A NUESTRA SEÑORA DE LUJÁN COMO PATRONA DEL EJÉRCITO
Coro: Los ilustres guerreros del Plata
Cuyo
arrojo el peligro no abate,
¡Cuántas
veces al ir al combate
Se
arrodillan, orando en Luján!
Poderosa, terrífica y fuerte
Como
ejército grande y terrible,
Tú
al soldado proteges sensible
Cuando
truena en la lid el cañón.
Con
tu imagen se lanza al peligro,
Nunca
duda alcanzar la victoria,
Y
su voz es la voz de la gloria
Y
en su pecho no abriga temor.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
II
Díganlo de los Andes las cumbres,
Las
gloriosas montañas que oyeron
Las
plegarias que a Ti dirigieron
Los
que ansiaban heroicos vencer.
Invocando
tu nombre divino
De
Belgrano las huestes triunfaron,
Y
a su patria querida salvaron
Inclinando
su frente en Luján.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
III
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
Como hueste ordenada al combate
Las
fronteras cual Reina defiende,
Con
el fuego patriótico enciende
Nuestro
pecho que aliente vigor.
Y
si injusto enemigo procura
Humillar
nuestra frente, victoria
Haz
que cante brillando de gloria
La
Nación que tu amor eligió.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
IV
Tú guiarás en la senda florida
De
virtud a los bravos guerreros
Que
poniendo a tus pies sus aceros
Alabanzas
de gloria te dan.
Tú
los ruegos oirás de su Patria
Que
en Ti fija sus ojos, y espera
Que
su ilustre y hermosa bandera
Con
aureola de luz ceñirás.
Coro: Nuestra rústica armonía
Por
Ti en los campos resuena:
Tú
eres Madre dulce y buena
Escúchanos,
¡oh María!
Al
terminarse la Novena, se canta el Himno de San Ambrosio en acción de gracias:
A ti, oh Dios, te alabamos,
A
ti, Señor, te reconocemos.
A
ti, eterno Padre,
Te
venera toda la creación.
Los
Ángeles todos, los cielos
Y
todas las Potestades te honran.
Los
Querubines y Serafines
Te
cantan sin cesar:
Santo,
Santo, Santo es el Señor,
Dios
de los ejércitos.
Los
cielos y la tierra
Están
llenos de la majestad de tu gloria.
A
ti te ensalza el glorioso coro de los Apóstoles,
La
multitud admirable de los Profetas,
El
blanco ejército de los Mártires.
A
ti la Iglesia santa,
Extendida
por toda la tierra, te aclama:
Padre
de inmensa majestad,
Hijo
único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu
Santo, defensor.
Tú
eres el Rey de la gloria, oh Cristo.
Tú
eres el Hijo único del Padre.
Tú,
para liberar al hombre,
Aceptaste
la condición humana sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú,
rotas las cadenas de la muerte,
Abriste
a los creyentes el Reino de los Cielos.
Tú
estás sentado a la derecha de Dios
En
la gloria del Padre.
Creemos
que un día has de venir como juez.
Te
rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
A
quienes redimiste con tu preciosa Sangre.
Haz
que en la gloria eterna
Nos
asociemos a tus santos.
Salva
a tu pueblo, Señor,
Y
bendice tu heredad.
Sé
su pastor
Y
ensálzalo eternamente.
Día
tras día te bendecimos
Y
alabamos tu nombre para siempre,
Por
eternidad de eternidades.
Dígnate,
Señor, en este día
Guardarnos
del pecado.
Ten
piedad de nosotros, Señor,
Ten
piedad de nosotros.
Que
tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
Como
lo esperamos de ti.
En
ti, Señor, confié,
No
me veré defraudado para siempre.
V. Bendito seas, Señor, Dios de nuestros
padres.
R. Y alabado y glorificado por siempre jamás.
V. Bendigamos al Padre, al Hijo, y al Espíritu
Santo.
R. Alabémosle y exaltémoslo por siempre jamás.
V. Bendito
seas, Señor, en el firmamento del Cielo
R. Y alabado, glorificado y exaltado por
siempre jamás.
V. Bendice, alma mía, al Señor.
R. Y no olvides todos sus beneficios
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y mi clamor llegue hacia ti.
Los
Sacerdotes agregan:
V. El Señor sea con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Oremos.
ORACIÓN
Oh Dios, cuya misericordia no tiene
número, y los tesoros de tu bondad son infinitos: ✠
damos gracias a tu piadosísima Majestad
por los dones recibidos, rogando siempre a tu clemencia que, pues concedes lo
pedido en la oración, no nos desampares, sino que nos hagas dignos de los
premios futuros.
Oh Dios, que
has instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo,
concédenos por el mismo Espíritu conocer las cosas rectas y gozar siempre de
sus divinos consuelos.
Oh Dios, que
no permites sea afligido en demasía cualquiera que en Ti espera, sino que
atiendes piadoso a nuestras súplicas: te damos gracias por haber aceptado
nuestras peticiones y votos, suplicándote
piadosísimamente que merezcamos vernos
libres de toda adversidad. Por
nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
—Los Gozos
y la Oración se dirán todos los días.
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