—COMENZAMOS: 13 de noviembre.
—FINALIZAMOS: 21 de noviembre.
—FESTIVIDAD: 22 de
noviembre.
Adaptación de la Novena dispuesta por
el padre barnabita Gabriel María Gálvez de Valenzuela, y publicada en Roma por
Antonio de Rossi en 1724. Imprimátur de fray Gregorio Selleri OP, Maestro del
Sagrado Palacio Apostólico. Los Gozos son de origen valenciano, sin autor
conocido.
Por la señal ✠ de la Santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre,
y del Hijo ✠,
y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Ante vuestra divina presencia
reconozco que he pecado muchas veces, y, porque os amo sobre todas las cosas,
me pesa de haberos ofendido. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo no
volver a caer más, confesarme y cumplir la penitencia que el confesor me
imponga. Amén.
ORACIÓN PREPARATORIA PARA TODOS LOS
DÍAS
Misericordioso Dios y Señor bondadosísimo, que mirando con ojos de piedad
nuestras miserias y olvidando nuestras ingratitudes, os dignasteis escoger
entre nosotros como vaso purísimo de elección, en que se contuvieran los más
ricos tesoros de vuestra gracia, a la Bienaventurada Cecilia; para que fuera,
en unión de vuestro Hijo Santísimo, hostia de propiciación por los pecados del
pueblo y canal beneficioso por donde vinieran las aguas de salud a regar el
huerto agostado de nuestra alma; concédenos, Señor, que durante los piadosos
ejercicios de esta Novena grabemos profundamente en nuestra mente y corazón las
acciones santas de nuestra esclarecida y bendita Santa Cecilia, para que,
imitando en esta vida mortal sus heroicas virtudes, logremos ser partícipes de
su gloria en la eterna bienaventuranza. Amén.
DÍA PRIMERO – 13 DE NOVIEMBRE.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia nace de
padres idólatras. Renace a la gracia de Dios, que conservó hasta la muerte.
Por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia
en mí no fue vacía (San Pablo, Epístola a los Corintios 15).
Puesta
en la presencia de Dios, y adorada profundamente a la Augustísima Trinidad,
pedid humildemente perdón de todos los pecados cometidos en pensamiento,
palabra y obra, y llamada en auxilio a Nuestra Inmaculada Señora, la gran
Virgen María, vuestro Ángel Custodio y Santa Cecilia, considerad con pausa.
PRIMER PUNTO. Considerad
cómo esta Santa nació al mundo, cual nace la Rosa de las espinas, de padres
envueltos en las tinieblas de la idolatría: nobles por naturaleza, mas innobles
por la desgracia y esclavitud en que vivían del común enemigo. Gran
fortuna sin embargo la de Cecilia, que nació después a la gracia, a la bella
luz de la Fe, que recibió en las aguas bautismales. Reflexionad
un poco sobre vuestra alma. Si está en gracia, buscad manteneros así; si estáis
privado de ellas (lo que no creo nunca), llorad vuestra miseria y buscad en
seguida cuanto podáis, por medio de la Sacramental Penitencia.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
cómo Santa Cecilia fue siempre celosísima conservatriz de aquella gracia, que,
por especial benignidad del Señor, había recibido en el Santo Bautismo. ¿Habéis
conservado la gracia bautismal? o...
¡Oh Dios,
cuánto temo! Conservad al menos la gracia recuperada en el Sacramento
de la Penitencia, sed (os pido por vuestro bien) más celosos, sed un poco más
estimadoras de la gracia de Dios. No la perdáis más, mientras que de
conservarla depende vuestra eterna salvación.
TERCER PUNTO. Considerad
cómo la gran Santa no solo conservó la gracia recibida, sino que siempre la
multiplicó, obrando como verdadera y legítima seguidora de Jesucristo, y para
nunca olvidarse, llevaba en su pecho el libro de los sacrosantos Evangelios. ¿Cómo avanzáis
en la gracia de Dios? ¿Cómo cooperas con ella? ¿Qué cuenta hacéis de la Ley y
Consejos Evangélicos, o de vuestros deberes de estado? ¿Os contentáis tal vez
de una vida tibia y ociosa? Reflexionad
de la gracia, que el talento sepultado y no traficado fue la condenación de
aquel siervo flojo y desconsiderado, y la gracia tenida en ocio, tal vez sea
para vosotros ocasión de perderos.
SOLILOQUIO. Amorosísimo Dios, yo soy aquella miserable creatura, que,
en vez de emplear, casi desde que he comenzado a conoceros, mis movimientos
internos y externos en agradeceros, y de la Gracia regenerante que me fue
conferida en el sacrosanto Bautismo, y de aquella justificante tantas y tantas
veces concedida por vuestra mera misericordia; he estado empleado en vuestra
ofensa. ¡Oh
detestable malicia mía! ¡Oh deplorable ignorancia mía! No hizo así
vuestra fidelísima sierva Santa Cecilia, que comenzó a amaros, serviros y
corresponder a la gracia en edad que los otros quizá todavía no os conocen. ¡Ah!, por las entrañas de
vuestra misericordia, y por los méritos de mi santa Abogada, dadme gracia de
llorar mi error, que demasiado tarde conozco, y de cumplir cuanto os prometo,
esto es, de hacer mejor estima de vuestra gracia en adelante, no perderla sino
conservarla y multiplicarla, actuando para vuestra mayor gloria. Así
sea en nombre de Jesús y de María.
En
este primer día de la Novena, exhortaréis a los devotos de Santa Cecilia a
acercarse a los Santísimos Sacramentos de la Confesión y Comunión con una
particular devoción, si su Padre Espiritual lo considera bien, así como
escuchar todos los días la Santa Misa, y ejercitarse en algún acto de virtud, o
de caridad, o de humildad, tanto interna como externa, buscando observar un
silencio más particular del acostumbrado, refrenando la lengua, y según la ocasión
mortificarse en los cinco sentidos corporales. Así practicaron muchos Santos y
Santas en las Novenas precedentes a las solemnidades del Señor, de Santa María
siempre Virgen y de aquellos Santos y Santas tomados por intercesores y
abogados ante Dios para alguna gracia espiritual o temporal, acordándose
siempre que la gracia principal que debéis pedir es la salvación eterna del
alma.
Después
de haber ofrecido vuestro corazón y todo vuestro ser a Dios, con el pensamiento
de glorificarlo en la Santa que pretendéis obsequiar e imitar, podéis saludar a
esta gloriosa Virgen y Mártir, bendiciéndola en todos sus castos y santos
miembros, imitando al Celestial Esposo de los Sagrados Cánticos, que alaba a su
dilecta Esposa, esto es, el alma fiel, parte por parte, y después concluye ser
toda bella y sin mancha (Cántico 4). Sé que estas palabras son atribuidas por
los sagrados Expositores se atribuyen solo a la Madre de Dios, pero se pueden
adaptar a todas aquellas personas que conservando la gracia Bautismal vivieron
puras y preservadas de toda mancha de pecado, coronadas con doble corona de
virginidad y martirio, como fue la gloriosa Santa Cecilia; bendiciéndola pues
parte por parte de su cuerpo virginal, para cada bendición diréis un
Padre nuestro, un Ave María y un Gloria Patri,
y pediréis a la Santa que obtenga para vosotros de Dios una gracia en este
modo:
—Bendita sea vuestra cabeza, llena de sabiduría y ciencia verdadera de los Santos, enseñada a vuestro esposo Valeriano y al cuñado Tiburcio. Rogad a Dios que se vacíe la mía de toda vanidad y soberbia.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
—Benditos sean vuestros cabellos, símbolo de vuestros castísimos pensamientos, que fueron los primeros en conciliar el afecto de Valeriano destinado como vuestro esposo. Rogad a Dios para que sean santificados todos mis pensamientos.
Padre nuestro, Ave María y Gloria
Patri.
—Benditos sean vuestros ojos, con los cuales fuisteis la primera en ver el Ángel de Dios puesto a vuestra custodia, no visto por vuestro esposo Valeriano, que aún era idólatra. Rogad a Dios, para que los míos sean custodiados de toda mirada ilícita.
Padre nuestro, Ave María y Gloria
Patri.
—Benditas sean vuestras mejillas, que a la vista de los dos hermanos se cubrieron pronto de rubor virginal. Rogad por mí a Dios, a fin de que sean embellecidas las mías con el bermellón de una verdadera penitencia.
Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
—Bendita sea vuestra boca, que tan castos y amorosos besos imprimió en el Crucifijo y el libro de los Evangelios. Rogad a Dios que se cierre la mía a todo discurso que pueda ofender a Jesús, vuestro Esposo y mío, y a mi prójimo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
—Bendita sea vuestra lengua, que no hizo otra cosa que cantar alabanzas a Dios y enseñar a otros a conocerlo, amarlo y servirlo. Rogad a Dios que quiera purificar la mía, a fin que me guarde de todos aquellos pecados en los cuales por ella pueda incurrir.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
—Bendito sea vuestro corazón, con el cual tanto amasteis al Señor Dios, y fuisteis causa que los hermanos Tiburcio y Valeriano se encendiesen del mismo amor, recibiendo el Santo Bautismo y murieron Mártires por el mismo amor de Dios y de la Religión Cristiana. Rogad a Dios para que, perfectamente dedicado a su servicio, perfectamente os ame y se vacíe mi corazón de todo afecto terreno y de todo amor propio, y unido con el vuestro, pueda llegar a amarlo eternamente en el Cielo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
—Benditos sean vuestros pies y vuestras manos, los primeros, que tantas veces caminaron para oír las exhortaciones del santo pontífice Urbano, escondido en el Sepulcro de los Mártires por la persecución, las segundas, siempre abiertas en distribuir vuestras riquezas a los pobres, en trabajar con ellas en el tiempo que os dejaban las oraciones. Rogad por mí al Señor Dios para que pueda dirigir todos mis pasos al ejercicio de las virtudes cristianas y religiosas para las cuales Dios me ha creado y llamado, y pueda emplearme en aquellas ocupaciones propias de mi estado, para huir de toda ociosidad, origen de muchos males.
Padre nuestro, Ave María y Gloria
Patri.
—Bendita seáis finalmente toda vos, no menos bella que Santa, en el espíritu y en el cuerpo, que os entregasteis en sacrificio a Dios en el baño ardiente y al filo de la espada del tirano de Roma, hecha gracioso espectáculo a Dios, que os daba gracia y fortaleza para afrontar los tormentos, a los Ángeles que se gozaban por la victoria de una semejante a ellos, a los hombres que se admiraban de tanto coraje en una joven delicada y noble. Os suplico que seáis medianera por mí ante el Trono de Dios, para que por vuestros méritos sea también yo santificado en pensamientos, palabras y obras, para ser digno de ser amado por vuestro Esposo Jesús y por nuestra Madre María, y con vos poder gozar la gloria del Cielo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
—Una vez dichos estos nueve Padre
nuestros y Avemarías en honor de Santa Cecilia, ofrecedlas a Dios, que tanto se
complació en ella, y este método de oración observaréis cada día en toda la
Novena, y después diréis el himno siguiente.
HIMNO Vírginis
Proles Opiféxque Matris,
¡Oh Hijo de
la Virgen y Creador de tu Madre!
A
ti, a quien ella concibió y dio a luz permaneciendo virgen:
Cantamos
los triunfos que una Virgen reportó
Con su
gloriosa muerte.
Esta
Bienaventurada obtuvo una doble palma:
Se esforzó
en domar en su cuerpo
La
fragilidad de su sexo y venció con su muerte
Al tirano
sanguinario.
No
la amedrentó la muerte
Ni
los tormentos que la acompañan;
Derramando
su sangre,
Mereció
subir al cielo.
Dígnate,
oh Dios de bondad, perdonarnos,
Por
los méritos de esta Santa, las penas
Merecidas
por nuestros pecados, para que te cantemos
Santos
himnos con corazón puro.
Alabanza
sea dada a ti, oh Padre,
Y
a tu Hijo Unigénito juntamente
Con
el Espíritu Consolador,
Por los
siglos de los siglos. Amén.
GOZOS
Pues
himnos de puro amor
El
Cielo os oyó cantar:
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Entre
delicias romanas
Noble
Cecilia creció,
Y
por bajas despreció
Todas
las cosas mundanas;
Con
las virtudes cristianas
Se
ofreció entera al Señor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Del
silicio protegida
Ella
su cuerpo domaba,
Con
la oración conservaba
La
inocencia de su vida,
Y
a Dios cantaba rendida
Himnos
de gloria y loor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Como
virgen recatada
Guardando
el secreto al seno,
Al
ser a un hombre terreno
Por
esposa entregada,
Para
no ser maculada,
Tuvo
un Ángel por tutor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Valerosa
superó
De
Almaquio al atractivo,
Y
con un celo muy vivo
A
Tiburcio convirtió;
A
él y a Valeriano guio
Del
martirio al alto honor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Como
abeja artificiosa,
Al
Señor ibais sirviendo,
Vuestra
corona tejiendo
De
inmortalidad gloriosa,
Y
de Jesús casta esposa
Lograbais
condigno honor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
En
seco baño metida
Para
morir sofocada
Os
puso turba malvada,
Pero
de Dios protegida,
La
llama más encendida
Perdió
su fuerza y ardor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Tres
veces virgen sagrada
El
cuello os hirió el verdugo;
Mas
como al Señor le plugo
Tres
días vos extasiada
Vivisteis,
y a la morada
Subisteis
de eterno honor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Allá
celeste cantora
Entre
dulces armonías
Gozáis,
y miradas pías
Al
mundo dais bienhechora,
Y
del devoto que llora
Calmáis
acerbo dolor,
Enseñadnos a alabar,
Cecilia, a Dios con fervor.
Casta
esposa del Señor,
Que
tanto os dignó premiar,
Rogad
podamos gozar
De
la gloria el resplandor.
Antífona: Esta es la virgen sabia, y una del número de
las prudentes.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Concédenos te suplicamos, Dios omnipotente, que la solemne fiesta de tu
bienaventurada Virgen y Mártir Santa Cecilia, que anticipamos, incremente
nuestra devoción y salvación. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo
vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de
los siglos. Amén.
El divino auxilio permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 14 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, casi desde
niña, se dedicó del todo a Dios.
La virgen piensa lo que es del Señor, para ser
santa de cuerpo y espíritu (San
Pablo, Epístola a los Corintios 7).
PRIMER PUNTO. Considerad
cómo esta gran Santa, correspondiendo a la gracia recibida en el santo
Bautismo, casi desde los primeros años, se dedicó toda ella, sin reserva alguna
a Dios altísimo, que tanto se complacía en esta joven inclinada a todas las
buenas virtudes que admirablemente aprendía por la lectura de los libros
espirituales, que los sacerdotes cristianos le llevaban a escondidas de sus
padres. Examinaos un poco, si sois todo de Dios, siendo
dedicados a Dios desde los primeros años, o si tenéis el corazón dividido, una
parte en Dios y otra en el mundo, parte en la observancia de las reglas (o de
los deberes de vuestro estado) y parte en las contravenciones de esta con
alguna voluntaria omisión. Acordaos que con Dios no valen reservas ni
divisiones. Quien no se entrega del todo a Él, nada le da.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
cómo Santa Cecilia, una vez resueltamente dedicada a Dios, generosa en
lo que había emprendido, nunca retractó esta oferta de sí misma. ¿Nunca os
arrepentís de vuestra dedicación a Dios, de haber abandonado el mundo, sus
vanidades y falsos placeres, de atender a su divino servicio, de haber hecho
profesión de llevar el suave yugo de Cristo? O, ¿cuánto bramaréis en esto? Examinaos con
diligencia. Si nunca fuisteis así (lo que creer no debo), detestad vuestra
inestabilidad, y hoy, renovad vuestros votos, vuestros propósitos y vuestra
entrega a Dios.
TERCER PUNTO. Considerad
cómo no solo Santa Cecilia no retractó la oblación de sí a Dios, sino que siempre buscó ser fiel observante, hasta
derramar su sangre, como generosa heroína del Cristianismo. Cuántos
propósitos hacéis durante la jornada, en muchas ocasiones que se os presenta,
que son enviadas del Cielo, voces dulcísimas del Divino Esposo de las almas, y
después lo pasáis a otras ocasiones que os surgen o el genio desordenado, o la
sugestión del común enemigo, o el soberbio amor de vuestras comodidades, o el
capricho de contradecir a quien os gobierna, o espiritual o temporalmente, los
rompéis, no hacéis caso alguno o incluso los olvidáis. ¡Oh debilidad deplorable! Prometer a los hombres, a vuestros iguales, e
incluso a los inferiores, y no cumplir, es hacer una afrenta, es una injuria. ¿Qué será ante
Dios? Acordaos
que de Dios nadie se burla.
SOLILOQUIO. Dulcísimo Señor mío, Esposo de mi alma, he
aquí a vuestra presencia la más inconstante del mundo, cual hoja al viento,
cual Luna en el cielo, sujeto a tantas inestabilidades y mutaciones, como
culpable soy, y tal confieso de haber sido en mis propósitos. ¡Cuántas veces
he roto la palabra dada a Vos, a vuestros Ministros y superiores! Conozco mi grande volubilidad, y considerando la
firmeza de mi Santa Abogada. Santa Abogada en todo lo que llevaba a vuestro
Divino Servicio al que estabais dedicada, y el provecho espiritual, en vos
grandemente amada, siempre más me confundo. Dejadme,
pero rogar, y por vuestra infinita bondad, y por los grandes méritos de vuestra
Santa, que pueda conseguir firmeza de espíritu, de corazón y de voluntad, para
siempre amaros y serviros en la condición que cortésmente os plugo ponerme. Así
sea en nombre de Jesús y de María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, y el himno.
Antífona: Oh Santa Cecilia, que convertiste a tus dos
hermanos, venciste al juez Almaquio, mostraste rostro angélico al Obispo
Urbano, y como abeja oficiosa serviste al Señor.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Escúchanos, oh Dios Salvador nuestro, para que, así como celebramos gozosos
la memoria de tu bienaventurada Virgen y Mártir Santa Cecilia, nos aproveche
avanzar piadosos en su devoción. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que
contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los
siglos de los siglos. Amén.
El divino auxilio
permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA TERCERO – 15 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN:
Santa Cecilia, desde joven, glorifica a Dios.
Habéis sido comprados a gran precio;
glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo (San Pablo, Epístola a los Corintios
6).
PRIMER PUNTO. Considerad cómo esta
gran Santa en la flor de los años, en
medio de las comodidades de su casa, de las caricias de sus padres, glorificó a
Dios con todo su corazón, con toda su mente, con todas sus fuerzas. Vuestro
corazón, ¿en
qué se emplea, cuáles son vuestros afectos, cuáles vuestros deseos: son la sola
gloria de Dios y de su santo servicio, o son de vanidad, de afección a la
sangre, a la ropa, al mundo, al que renunciasteis con todas sus pompas en el
Santo Bautismo? Aprended de Santa
Cecilia el modo de glorificar a Dios, y cuando no podáis glorificarlo con las
obras, que son el verdadero testimonio del buen interno, al menos glorificadle
con el corazón.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
cómo esta Santa glorificó a Dios súbito, y para vuestra inteligencia de
esta palabra súbito, quiere decir, que apenas llegó al uso de la razón y del
conocimiento de su Divinísimo Esposo Jesús, pronto se puso en obras y palabras
a glorificarlo. Vos, que quizá tenéis tantos años sirviendo a Cristo, y gozáis
del vivo conocimiento de la gracia señalada que Dios os ha hecho de llamaros de
la Babilonia del mundo al Paraíso de la Fe, ¿cuánto fuisteis perezosos en resolveros a dar a Dios
aquella gloria que requiere de la justicia, la razón y la gratitud? Quien da presto da el doble; obrad en adelante con
prontitud en todas las cosas que conocéis son de honor y de servicio al
Altísimo, y dad a Dios la debida Gloria, y a vosotros el mérito.
TERCER PUNTO. Considerad
cómo Santa Cecilia glorificó a Dios, pero sabed que lo glorificó siempre: esta
palabra siempre, quisiera que penetrase bien
en la mente y en el corazón, para que se verifique que sois imitadores de tan
gloriosa Santa. La virtud no consiste en comenzar, sino en el continuar, y en
los seguidores de Cristo (dice
San Jerónimo)
no se mira el principio
sino la perseverancia y el fin. Cuántos
comenzaron bien, dándose o a la penitencia, o a la perfección, o a otro
ejercicio devoto de gloria a Dios y de utilidad al alma, y en medio del camino,
miraron atrás como la mujer de Lot convertida en sal por su propia curiosidad,
se perdieron y acabaron mal. Recordad que Cristo dice
que quien pone la mano en
el arado y luego mira atrás, no es apto para el Reino de los Cielos. No os contentéis con algún acto bueno
que hayáis hecho o de Humildad, o de Caridad, de Obediencia, de Religión o de
otra virtud moral; continuad haciéndolo, no desistáis del bien comenzado. ¿Y qué tendréis? Aseguraos, Dios es fiel en sus promesas, así como es Santo en
sus obras (dice
el Apóstol San Pablo), y a su tiempo dará el palio, la merced y
la corona.
SOLILOQUIO. Liberalísimo Dios, que, creándome a vuestra imagen y
semejanza, me formasteis de alma y cuerpo, para que con una y otro me emplease a
cada nota y cada momento en glorificaros, en rendimiento de gracias por haberme
creado y enriquecido con tantos beneficios de naturaleza y de gracia, de
redención y conservación, de vocación de llamarme a la Religión Católica y del
gran beneficio de la gloria que me habéis preparado; e ingrato que soy, ¿dónde he
empleado mi corazón y mi mente? ¿Dónde fueron mis deseos? ¿Dónde hasta ahora he
puesto mis afectos? ¡Ah, mis potencias del alma, por mí traicionadas!, diré llorando con el penitente San
Agustín,
y si retornara a mí misma, glorificado mi Dios en algún acto virtuoso cuando
pronto me he cambiado, contentándome con lo poco, con que merezca ser
glorificado, y siempre, y en un todo. Con mi confusión no veo haber así
practicado por vuestra gloriosa Virgen y Mártir Santa Cecilia, de cuyo
patrocinio ahora imploro a Vos, Señor mío, a fin de que pueda glorificaros
siempre con alma y cuerpo. Así sea en nombre
de Jesús y de María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos.
Antífona: Te bendigo, Padre de mi Señor Jesucristo, que
por tu Hijo extinguiste el fuego que estaba a mi lado.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Concédenos te suplicamos, oh Señor Dios
nuestro, venerar
con incesante devoción de tu Virgen y Mártir Santa Cecilia, para que la que no
podemos celebrar con mente digna, por lo menos obsequiemos con humilde
servicio. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
El divino auxilio permanezca siempre con
nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA CUARTO – 16 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia siempre
canta alabanzas a Dios.
Su alabanza está siempre en mi boca (Salmo 33).
PRIMER PUNTO. Considerad
cómo esta gran Santa empleaba día y noche su lengua en alabar a su dulcísimo
Esposo Jesús, del cual se veía tan favorecida, y al cual se sentía tan obligada.
¿En qué
vosotros empleáis vuestra lengua? ¿Cuáles son vuestros discursos? ¿Cuáles son
vuestras palabras? No quisiera que la empleaseis en censurar los
hechos ajenos ni en motejar a vuestros iguales; mirad pues que vuestros
discursos no sean murmuraciones, y vuestras palabras no fuesen sanas, propias
de la Fe que profesáis ni de la caridad debida al prójimo. Acordaos que, si no empleáis la lengua en alabar a Dios,
os hallaréis culpables de mil culpas, teniendo una lengua incorrecta (según
el parecer de los Santos Padres) que siembra
iniquidad.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
cómo las voces de esta Santa correspondían a los sentimientos de su gran
corazón. No quisiera que seáis del número de aquellas personas
reprobadas en la Sagrada Escritura, que alaban a Dios con la lengua y no con el
corazón, alejado del mismo Dios. Con Dios no nos valen ficciones, Él no se fija
en lo externo, como hace el mundo y sus secuaces, sino está acompañado de lo
interno. Esta es la costumbre de Dios y de quien lo ama, unir lo uno con lo
otro. Haced que el corazón corresponda con la
lengua, y alabaréis a Dios como se debe.
TERCER PUNTO. Considerad
cómo su corazón nunca fue diferente de sus voces. Vosotros, ¿Cómo sois
amantes de la sinceridad y de la verdad, cosa tan alabada en un alma fiel, tan
propia de quien profesa la Religión Cristiana, fundada sobre la Primera, Infalible
y Suma Verdad, que es Dios? ¿Deseáis saber si el corazón y la lengua marchan
juntas? Menos mal que sea así.
Pero si una cosa decís tratando con Dios y vuestro prójimo, y hacéis otra toda diferente
o contraria, ¿qué
hacéis? ¿Qué sería? Os dejo el examen a vosotros. ¡Ay de quien así
obra! Se engaña a los hombres, pero
sabed que a Dios no se le engaña.
SOLILOQUIO. Dios mío, que
me habéis dado entre los miembros del cuerpo la lengua, para que solo se emplee
en santificar vuestro nombre, publicar vuestras maravillas, a pediros el Pan
espiritual y temporal, para vivir en Vos solo de alma y cuerpo, para siempre
ensalzaros y alabaros, como hacen los Ángeles en el Cielo y vuestros fieles
siervos en la tierra, y yo ingratísima criatura con el mismo don de la lengua
que me habéis concedido, invirtiendo el orden y toda razón, prevaleciendo en
ella la ofensa vuestra y del prójimo, en daño de mi alma. Conozco mi error, lo
detesto, y os pido cambiármela por una lengua celestial por los méritos de mi
gran Santa, cuya lengua se empleó siempre en alabaros, y hasta la efusión de su
sangre, ante los tiranos y tormentos, en confesaros por verdadero Dios, Señor y
Creador de todo, y Redentor de mi alma con tanta gloria vuestra, con tanta
rabia del Infierno, y con otro tanto ejemplo del Cristianismo, protestándome en
tener día y noche en todo momento, y en cantar eternamente vuestras alabanzas;
a tal efecto imploro vuestra Divina asistencia. Así sea en nombre de Jesús y de María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos.
Antífona:
Mientras sonaban los instrumentos, Cecilia en su
corazón sólo a Dios salmodiaba, diciendo: «haz,
Señor, mi corazón y mi cuerpo inmaculados, para que no quede confundida».
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos en la
solemnidad de tu virgen y mártir Santa Cecilia, por cuyo patrocinio esperamos
nuestra liberación. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y
reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los
siglos. Amén.
El divino auxilio
permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA QUINTO – 17 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante de
los padecimientos.
Mas cuando quiso aquel Señor, que me destinó y
separó desde el vientre de mi madre, y me llamó con su gracia, revelarme a su
Hijo, para que yo les predicase a las naciones, lo hice al punto sin tomar
consejo de la carne ni de la sangre
(San Pablo, Epístola a los Gálatas I, 15).
PRIMER PUNTO. Considerad
cómo esta gran Santa, reflexionando que los verdaderos seguidores de Jesucristo
son aquellos que niegan su propia voluntad, refrenan sus pasiones desordenadas,
mortifican la carne para que no se imponga sobre el espíritu, finalmente,
caminan por senderos de sangre y cargan con Cristo la Cruz, ella, para
mostrarse verdadera discípula de tal Maestro se entregó a todo tipo de
mortificaciones y penitencias, aunque inocente, delicada, en la flor de sus
años, y en medio de toda comodidad y placer. Vosotros, que hacéis profesión
de seguir las huellas del Divino Maestro, y la doctrina del Evangelio, ¿cómo sois
amante de los padecimientos? ¿Observáis voluntariamente las normas
penitenciales que estableció la Iglesia, las incomodidades de las estaciones,
las carencias de algunas cosas, a veces, aun superfluas y no necesarias, de
solo vuestro gusto y capricho? ¿Qué tipo de mortificaciones hacéis para que
vuestras pasiones no prevalezcan ante la razón, y la carne no domine el
espíritu? Si no tenéis tanto coraje de
elegir por vosotros la cruz de los padecimientos, soportad al menos de buena
gana los que son anexos a la miseria de nuestra vida terrena, y a las
obligaciones de vuestro estado de vida.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
que los padecimientos de Santa Cecilia fueron continuados, lo que hace
admirable en esta Santa el amor de la Cruz es el aparejar los rigores de un
ermitaño con las fatigas de un apóstol. ¡Cuánto ayunó, cuanto oró, cuanto habló,
tantos cilicios y disciplinas empleó esta virtuosa doncella para convertir a su
esposo Valeriano, al cuñado Tiburcio, a su familia y a la de ellos, siervos
idólatras! Y pensad que faltaron hombres y mujeres igualmente del
mundo, que no la persuadieron en contrario de ser una loca y martirizarse a sí
misma, pero tuvieron en Cecilia el efecto que las palabras que ante Jesucristo
los judíos le invitaban a bajar de la cruz; de vosotros y nosotros, tan
fácilmente y por cualquier aparente razón nos dispensamos de las asperezas
emprendidas (siempre con licencia del director espiritual) por elección santa,
y de las que manda la Iglesia. ¡Oh almas desaconsejadas! Tenemos en horror la penitencia, y debemos amarla, si no
por otra razón, por amor a nosotros mismos, y amarla continua, para que de
continuo se combata la carne, de continuo debe ser valorado el espíritu, y si
de continuo se peca, se debe de continuo padecer, y descontar las culpas con la
penitencia.
TERCER PUNTO. Considerad
que, en los padecimientos, Santa Cecilia tuvo dos cualidades notables:
fortaleza y constancia. Fortaleza, no dando nunca signos de disgusto; ¡oh, cuántos
llevan la Cruz que Dios les manda, o que la condición de estado les forma, y
las llevan como Simón Cirineo: de mala gana, quejándose, retorciéndose y, Dios
no lo quiera, renegando de Dios, de los superiores, de la religión y del
prójimo!, todos serían de satanás, común enemigo; y tantas personas
débiles en el soportar, y cuán delicadas, toda pequeña cruz les turba,
contrista, causa murmuración y llantos, aunque fortalecidas por otra parte,
constantes gracias de Dios, Sacramentos y otros ejemplos. Aquí yo digo
claramente, esto es perder el mérito del sufrimiento, con el desahogar de las
quejas. Todavía tuvo constancia Santa Cecilia en el padecer, deseando siempre
nuevos... Oh, aquí consiste la perfección de quien ama padecer por amor de
Dios: los padecimientos pasados no le dan pena, los presentes, queridos o no,
es necesario sufrirlos. Por tanto, el heroísmo en
los padecimientos consiste en el desear siempre nuevos padecimientos. A esto debéis
aspirar si deseáis imitar a Santa Cecilia
SOLILOQUIO. ¡Qué gallardos motivos, amorosísimo Dios mío, tengo para
imitar a vuestra sierva y mi abogada, y cuán lejos estoy de imitarla! Conozco que la grandeza del mérito y la gracia
corresponde a la gloria que me ganarían estos leves, voluntarios y momentáneos
rigores; conozco cómo fácilmente puedo prevenir con ellos igualmente la Divina
Justicia y convertirlos en misericordia y perdón, conozco la necesidad de
recopiar en mí la imagen de Jesús Crucificado si quiero ser admitido entre los
predestinados en el Cielo; ¿con todo esto soy tan flaco y vil cuando se trata de
contradecir mis inclinaciones, que si por alguna vez sacrifico a Vos, Dios mío,
alguna cosa, mi sacrificio es como el de Saúl, esto es, de cosas de poca monta,
dejando intactas las más queridas, que son mi propia voluntad, mi genio y mis
gustos? A Vos recurro, pues, Dios mío, que veáis mi flaqueza y
delicadeza, llena de amor propio: Concededme el
espíritu de Santa Cecilia, que ella me comunique el doble espíritu que
demandaba San Eliseo Profeta a su maestro San Elías, esto es, espíritu de
mortificación interior y exterior, que ella tuvo, para que, venciéndome
perfectamente a mí mismo, llegue a gozar de las consolaciones prometidas en el
Cielo a cuantos, como ella, amaron padecer. Así
sea en nombre de Jesús y de María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos.
Antífona: Con el cilicio Cecilia domaba sus miembros, y
clamaba a Dios entre gemidos, llamando a las coronas a Tiburcio y Valeriano.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
¡Oh Dios!,
que nos alegras con la solemnidad anual de tu virgen y mártir Santa Cecilia;
haz que, además de honrarla con nuestros cultos, sigamos los ejemplos de su
santa vida. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en
la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
El divino auxilio
permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEXTO – 18 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante de
la oración.
Oro con el espíritu, y también con el
entendimiento; no poniendo nosotros la mira en las cosas visibles, sino en las
invisibles. Porque las que se ven, son transitorias; mas las que no se ven, son
eternas. (San
Pablo, Epístola 1 a los Corintios 14, 11; 2 Corintios 4, 18).
PRIMER PUNTO. Considerad
cómo la vida del alma es la oración, y así como el cuerpo vive por el alimento
material que recibe de día en día, así el alma vive por el espiritual, que no
es otro que la oración. Santa Cecilia entendió bien esta doctrina
enseñada por Cristo y predicada por todos los Santos Padres, que de día y de
noche, como canta la Iglesia en su Oficio, no sabía sino orar, teniendo siempre
fijo su corazón en Dios, tanto que, también durmiendo, podía gloriarse con la
Esposa de los Cánticos y decir: Yo duermo, y mi corazón vela (2,
15). ¿Vosotros
cómo os aplicáis al ejercicio de la oración? ¿Cómo gustáis de este alimento
celestial que nutre el espíritu, lo perfecciona y lo valoriza? Si
queréis decir la verdad, ¡oh, cuántas veces sois compañía de los judíos, que
regalados por Dios en el desierto de un alimento del Paraíso como lo era el
maná, decían les causaba nausea tan leve alimento! ¡Cuán pronto os da tedio la
oración, cuánto os distraéis en el ejercicio actual de esta, vagando en un
mismo tiempo, con la mente fuera del espíritu, pensando en las vanidades del
mundo y en cosas de nada, no acordándoos de estar en la presencia de aquel
Señor con el que habláis en la Oración! No haríais así si hablaseis
con un hombre superior a vosotros. Pensadlo
seriamente y enmendaos.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
cómo escribiendo el Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses, dice instando a la oración: Hijos míos, orad sin
cesar (6,
15), y en otro lugar dice: Quiero que los hombres hagan oración siempre y en todo lugar. ¿Y por qué San Pablo demandaba esto a los fieles?
Responde San Juan Crisóstomo, devoto expositor
de sus Epístolas: precisamente la oración,
con el uso continuo se hace siempre más fructífera a sus amantes, y el alma
orante consigue el aumento de todas las virtudes. Ahora entenderéis por qué nuestra
Santa llegó aquella gran santidad de vida, a aquella perfección de caridad
hacia Dios y hacia su prójimo, a la posesión de aquella sabiduría y ciencia de
Dios, comunicada a su esposo y a su cuñado y a los otros cristianos, a gozar de
la vista y la compañía de los Ángeles; finalmente, a una invencible fortaleza
con la cual superó el mundo, el sentido, el infierno y el tirano. En Santa
Cecilia, todo era fruto de sus oraciones. ¿Qué fruto recogéis por vuestras oraciones? ¿Crecéis en las
virtudes cristianas, o siempre seguís iguales? Dios Santo, que el pasar el tiempo en seca especulación
es un fatigarse para empobrecerse.
TERCER PUNTO. Considerad
finalmente cómo la oración de Santa Cecilia fue una oración ferviente, que
obtuvo toda gracia por Dios, ¡y qué mayor gracia podía obtener la Santa que el
conservar la virginidad prometida, en medio de tantas sugestiones y peligros de
perderla, como ver convertidos a la fe de Jesucristo a su esposo Valeriano y a
Tiburcio su hermano, y verles por amor de él mucho más que coronados de rosas y
lirios por mano angélica, como les había prometido, coronados de glorioso
martirio! Esto se atribuye a su ferventísimo modo de orar, por el
cual consiguió cuanto supo orar y desear. Vosotros todo el día os lamentáis que
no obtenéis las gracias que pedís al Señor: reflexionad
un poco en la tibieza con que oráis, la poca atención y reverencia, y veréis
que Dios tiene razón en negaros las gracias si le pedís en ese modo.
SOLILOQUIO. Amorosísimo Señor mío, Vos sois el primero que me enseñáis a
orar, recomendando a vuestra Iglesia, a vuestros Discípulos y a todos los
Fieles este santo ejercicio de la Oración como el más grato a Vos, el más
poderoso para nosotros y el más formidable ante vuestros enemigos y nuestros; y
yo, ¿cómo he
hecho en el pasado? ¡Cuán malamente
me he ejercitado en ella! Sé que
mediante la oración Moisés, Samuel y tantos otros amigos de vuestra antigua Ley
impetraron de vuestra Divina clemencia el perdón para los pecados de vuestro
pueblo, Josué hizo detener el Sol, Gedeón con pocos soldados venció a
ejércitos, y Judit con ella triunfó sobre Holofernes. Sé que, en la nueva Ley,
por las oraciones de los fieles San Pedro salió libre de la prisión de Herodes,
San Pablo se hizo vaso de elección, y miles de personas y de Santos, por ella
santificados, ordenaron a los elementos, a la muerte y a los demonios, y fueron
oídos, y sin ir lejos sé finalmente de mi gran Santa y Abogada Cecilia, que
todo lo consiguió de Vos orando, deviniendo ejemplo de las Vírgenes, gloria de
los Mártires y Santa maravillosa. ¡Ah, Dios mío! Dadme, por sus méritos,
amor a la oración y fervor por la oración. Así os suplico, y así sea en nombre
de Jesús y de María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos.
Antífona: Esta virgen gloriosa llevaba siempre en su pecho el Evangelio de Jesucristo, y de día y de noche no dejaba la oración y el divino coloquio.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Señor Dios, dispensador
de todos los bienes, que en tu sierva Cecilia juntaste la palma de martirio con
la flor de su virginidad, te pedimos por su intercesión unas contigo, por medio
de la caridad, nuestro entendimiento, para que libres de todo peligro,
consigamos premios eternos. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo,
que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos
los siglos de los siglos. Amén.
El divino auxilio
permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y
del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SÉPTIMO – 19 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante del
retiro.
Nuestra conversación está en el cielo. (San Pablo, Epístola a los Efesios
2, 6).
PRIMER PUNTO. Considerad
cómo esta Virgen admirable nació en el mundo para ser precisamente una
maravilla de las obras de Dios, en la cual elaboró su gracia un modelo
de todas las muy santas y religiosas virtudes que con el tiempo debían servir
de escuela para sus pares, por elección y por imitación. Por eso observad a
Santa Cecilia en el ejercicio de muchas virtudes religiosas en medio de
estrépitos y espectáculos del siglo, en medio de la nobleza, riquezas y
comodidades de su casa y de su sangre, amante del retiro, asimilándola, como en
un claustro en el cual debía pasar con Dios solo, con la lectura de libros
devotos, principalmente del Evangelio, en el tiempo y los años de su juventud.
Vosotros, ¿cómo
amáis el retiro?, ¿cómo huis las curiosidades, para atender un poco más a la
devoción y dar mayores fuerzas al espíritu?
Sabed que un alma vagabunda y distraída no es capaz de conversar con
Dios. Si no huis del demasiado conversar con el
mundo, aunque no sois de él, Dios evitará conversar con vosotros.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
cómo al retiro del cuerpo de toda vanidad y curiosidad del mundo, de las
conversas y discursos inútiles de las otras damas de su tiempo, agregó Santa
Cecilia el del corazón, retiro verdaderamente santo y agradable a Dios, a la
gloriosa Virgen María, y a los Espíritus Bienaventurados. Poco aprovecha
estar retirados en la casa, en la habitación o en la iglesia, si después con la
mente, con los pensamientos y con la fantasía salís de allí y os divertís así
volando y paseando aquí y allá por los caminos del siglo, por las
conversaciones, por las usanzas, las vigilias y aquellas cosas de las cuales
debe estar totalmente retirada en su corazón y en su cuerpo aquella persona que
quiere servir verdadera y perfectamente al Señor y seguir el ejemplo de los
Santos. Acordaos que nuestro Dios es el Dios de los
corazones, como dice el Real Profeta David, y estos quiere que se Le ofrezcan
con sumo recogimiento.
TERCER PUNTO. Considerad
cómo no se hastió nunca Santa Cecilia de este santo retiro. Conociendo
que Dios cuanto más se comunica a un alma, tanto más alarga la mano a sus
gracias, le participa todos sus secretos, le da las verdaderas consolaciones y
le hace parte de los gozos anticipados del Paraíso; por esto, bien dijo San
Bernardo, que en el nombre y en los
efectos se unen Celda y Cielo, probando un alma solitaria y retirada en su
celda anticipadamente los inocentes y suaves placeres del Cielo. Esto sin embargo sucede en aquellas
personas a las cuales no decrece el elegido retiro, como sucedió en nuestra
Santa, tan amante de él. Vosotros, al contrario (si queréis hacer una sincera
confesión), no podéis estar retirados una hora, sin que no os asalten los
tedios y las angustias. ¡Cuánto suspirar, cuánto bostezar que hacéis! Signo evidente, diría todo Padre espiritual, que
no amáis ni sabéis ocuparos con Dios. Aprended de
Santa Cecilia el conversar con Dios, y cuán dulce se os hará el retiro.
SOLILOQUIO. Señor mío Jesucristo, ¿en dónde habláis más dulcemente al corazón de vuestros siervos?,
si no en la soledad y en el retiro, como decís por vuestro profeta Oseas: Conduciré a mis fieles a
la soledad, y le hablaré en sus corazones. Así hacéis con tantos, tanto del
Antiguo como del Nuevo Testamento, a los cuales vuestras palabras fueron alivio
en las mayores angustias y tribulaciones de alma y cuerpo, como escudo y
fortaleza en los asaltos de los enemigos visibles e invisibles, a estos
fortaleza en las persecuciones, a aquellos ilustración de la mente, disipación
de tinieblas, compunción de corazón, avance de virtudes y perfección de
espíritu. ¡Oh
regalos, oh luces, o gracias que vienen de Dios solo en el retiro y cara
soledad! Envidio en estos bellos dones que goza mi Santa Abogada, la cual suplico ruegue por mí ante Dios, para que conozca
el bien que es el vivir retirado, conversar con quien solo puede consolarme en
la aflicción, fortalecer mi debilidad, saciar mi hambre, enriquecer mi pobreza,
fecundar mi esterilidad, enfervorizar mi tibieza, y finalmente, santificarme a
mí, pecador. Así sea en nombre de Jesús y de María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos.
Antífona: Durante dos y tres días
ayunaba, encomendándose al Señor, al cual temía.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Concédenos te suplicamos, oh Dios omnipotente, que cuantos celebramos el nacimiento
celestial de tu bienaventurada Virgen y Mártir Santa Cecilia, podamos regocijarnos
en su fiesta anual y aprovechar el ejemplo de tan grande fe. Por nuestro Señor
Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
El divino auxilio
permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA OCTAVO – 20 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia, amante de
la pureza.
Como lirio entre espinas, así es mi amiga
entre las vírgenes. (Cánticos
2, 2).
PRIMER PUNTO. Considerad
que Santa Cecilia fue amantísima de la Pureza, virtud excelentísima y singular,
por su aroma celestial, y no admite corrupción. El arco iris, donde se
posa, comunica olor celeste a las flores, y la pureza, donde reside, introduce
fragancia del Paraíso. Pero decía aquel dulce Padre espiritual San
Francisco de Sales,
nada es bello sino por la
pureza, y la pureza de los hombres es la castidad, es el lirio de las virtudes. Esto entendió nuestra Santa antes
que San Francisco de Sales, que, sin embargo, siendo aún niña
hizo voto a Dios de virginidad, de esta fue tan celosa, que buscó conservarla
por medio de la oración continua y de las penitencias, renunciando a todos los
falaces placeres de los sentidos, y se puede decir que para conservar intacta
su virginidad, unida con la verdadera fe de cristiana, entregó su virginal
cuerpo a los verdugos, a los tormentos y a la muerte, Virgen y Mártir
gloriosísima. Vosotros, ¿en qué estima tenéis esta virtud? ¿Cómo la conserváis? San Pablo, escribiendo a los Corintios y
hablando de esta virtud, les dice: Sed como yo soy (1. Cor. 7.) Imaginaos
también que dirá a todos sus devotos la pura Virgen Cecilia.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
que tal virtud de la Pureza (bajo cuyo nombre, dice San Agustín, hablando generalmente, milita la virginidad,
la castidad, el pudor y la continencia)
agrada tanto a Dios, que hace el alma digna de su
mirada, como dice Nuestro Señor Jesucristo en San Mateo (5, 8): Bienaventurados los puros
de corazón, porque ellos verán a Dios. Por
esto San Juan Crisóstomo la llama virtud traída por Cristo
desde el Cielo a la tierra, porque allá arriba no habitan sino personas castas y puras, que por eso dice San
Juan en su Apocalipsis
(cap. 14, 3) que había visto en el Monte Sión un Cordero, cortejado por otros
cientos cuarenta y cuatro mil,
que San Gregorio Papa explica que son las personas
puras y castas las que siguen al Inmaculado Cordero de Dios. Enamoraos
pues aún vosotros de tan bella y excelente virtud, y buscad custodiarla más
cuanto podáis, para imitar a la Santa y agradar más a Dios.
TERCER PUNTO. Considerad
que son dos los medios para conservar la pureza, practicados por vuestra gran
Santa. El primer medio es el recurso a la gran Virgen de todas las Vírgenes,
propuesta por Dios al hombre no solo como ejemplar para imitar en sus virtudes,
sino también por potentísima medianera para recibir del Cielo toda gracia y
virtud, como atestigua San Bernardo: Sic est volúntas Dei, qui
ómnia nos habére vóluit per Maríam:
esto es: esta es la voluntad de
Dios, el cual ha querido que tengamos todas las cosas por María. Debéis pues pedir a Dios la pureza
de alma y cuerpo, por la intercesión de su Purísima y Santísima Madre,
especialmente en las tentaciones y mayores peligros, invocarla por su Inmaculada
Concepción,
atestiguando el Bienaventurado Juan de Ávila que muchos que fueron tentados por el espíritu
inmundo, y a la invocación de María Inmaculada fueron defendidos y liberados. El segundo medio, practicado por
Santa Cecilia, es la oración unida a la mortificación del cuerpo y custodia de
los sentimientos. Pensad en estos medios, y en su
seria práctica, y lograréis fácilmente, con la ayuda de Dios, el Patrocinio de
María y de Santa Cecilia, el poseer esta celestial virtud.
SOLILOQUIO. Oh Jesús mi purísimo Esposo, que os apacentáis entre
los lirios, como atestigua vuestra Esposa en los Cánticos (Cántico 2, 16), también Vos mismo
sois el bellísimo lirio de los valles, ¡cuánto os regocijasteis en el alma y en el cuerpo de
vuestra purísima sierva Santa Cecilia! Uno y otro consagrados a una
suma pureza, por la cual mereció ver el Ángel con la corona de lirios y rosas
en la mano, y se dedicó tanto por ella, que, con vuestra gracia, y por medio
del santo Bautismo, se enamorasen su esposo y cuñado de la pureza, y gozasen en
vuestra compañía de la angélica presencia, con iguales coronas a la vuestra,
para adornar su cabeza. Ah, por los méritos de esta purísima Virgen, haced, oh
Señor, que mi corazón y mi cuerpo sea inmaculado, para no confundirme en mis
manchas. Cread, oh Dios mío, en mí un corazón puro, exclamaré con vuestro Real
Profeta David, libradme del fango vilísimo de este mundo, para que no quede envilecido.
Señor, seguiré siempre en el número de las vírgenes
a mi Cordero inmaculado, y viviré siempre en compañía de la pureza, si no me es
permitido morir por ella. Así lo prometo, y así sea en nombre de Jesús y de
María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos.
Antífona: Tengo un secreto,
Valeriano, que quiero decirte: Tengo un Ángel de Dios, que me ama, y con diligente
celo custodia mi cuerpo.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Suplicámoste, Señor, nos concedas el perdón de nuestros
pecados por la intercesión de la Bienaventurada Santa Cecilia, Virgen y Mártir,
que siempre fue agradable a tus divinos ojos por el mérito de su castidad, y
por lo que ostentó en su martirio la virtud de su poder. Por
nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
El divino auxilio
permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA NOVENO – 21 DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición y Oración
preparatoria.
CONSIDERACIÓN: Santa Cecilia,
perfectísima amante de Dios, por el cual da la vida y sufre generosamente el
martirio.
¿Quién nos separará de la caridad de Cristo?
¿La tribulación o la angustia? ¿O el hambre? ¿O la desnudez? ¿O el peligro? ¿O
la persecución? ¿O la espada? (San
Pablo Apóstol, Epístola a los Romanos, 8, 35).
PRIMER PUNTO. Considerad que la Caridad es una de las tres
Virtudes teologales que Dios infunde en el alma, y es un hábito infuso en la
voluntad, con la cual amamos a Dios, y amándolo, nuestro corazón se le hace
fácil obrar prontamente, por su amor, en torno a los actos de todas virtudes (Santo Tomás, Suma Teológica, parte 2-2ª, cuestión
23, art. 1), que por esto dice San Agustín en su Enquiridión, hace al alma virtuosa y
buena, y la hace amiga de Dios.
Esta caridad se encontró en Santa Cecilia en grado tan sublime, que como San
Pablo podía decir vivir solo en
él: Aunque vivo en la carne, vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se
entregó por mí; y estaba talmente ligada en el amor de Jesucristo, que casi se
trataba del imposible el separarla de él, por ser la caridad símbolo de
perfección (Gálatas
1, 10). Vosotros, ¿cómo amáis a vuestro Dios? ¿Os parangonáis a Cecilia? Ah, ¡cuán lejanos estáis de la verdadera posesión de la
virtud de la caridad, por cuán poco os separáis de Dios! Pensadlo, que yo no lo quiero decir.
SEGUNDO PUNTO. Considerad
que precisamente la caridad hacia Dios fue aquella que la llevó a despreciar
todas las cosas del mundo, belleza, nobleza, riquezas y placeres de toda clase,
estimando como inmundicia y fango vilísimo todas las cosas de este mundo
que los otros aman, estiman y buscan con tanta avidez, solo enamorada de Dios y
de las cosas celestiales; no solo de Dios, sino de su prójimo, por eso observad
cuánto hizo, cuánto oró para que su esposo y cuñado se enamorasen de
Jesucristo, gozándose de verlos padecer por él para salvar así sus almas, y
esta es verdadera caridad del prójimo, buscar la salvación de las almas por
sobre cualquier otra cosa; como enseñan todos los Santos Padres. Así os pido seáis vosotros, oh devotos de Santa Cecilia, que en
primer lugar la imitéis, no estimando tanto estas cosas del mundo, con todas
sus vanidades, sino despreciándolas enamorándoos solo de aquellas cosas que
pueden ser medio para obtener el perfecto amor de Dios y del prójimo; y
para vosotros, el amor del prójimo debe extenderse a lo que enseña el mismo San
Pablo: soportaros unos a otros
con caridad fraterna.
La caridad es paciente, no es envidiosa, no es gravosa, no es ambiciosa ni
maliciosa, no murmura, no busca los hechos ajenos, no busca lo que solo la
disgusta. Oh virtud divina, entended bien esta
consideración, y la caridad de Dios y del prójimo estará en vosotros.
TERCER PUNTO. Considerad
por último, e imaginaos ver a todo el Infierno armado contra Santa Cecilia con
su rabia, atizando al prefecto Almaquio, y a los verdugos, el mundo con
sus fraudes y halagos, con su noble parentela y toda Roma, en su mayor parte idólatra,
ciegamente compasiva de la generosidad de una joven de gran riqueza, y a viniente,
en manos de los tormentos y de la muerte por amor del Crucificado, y la furia
del tirano Almaquio, que ora con amenazas, ora con lisonjas, busca persuadir a
Cecilia a la adoración de sus falsos dioses; y por otra parte, imaginaos de ver
a una Virgen tan generosa reírse de estos tres enemigos, y al primer tormento,
al baño de fuego en su propia casa condenada. Observadla, en vez de ser
ofendida y extinta por las llamas, alabar a Dios, como Daniel en el foso de los
leones, y a los tres jóvenes de Babilonia en el horno, y después condenada a
ser muerta decapitada, decir con el Apóstol: ¿Quién nos separará de la caridad de Cristo?
¿La tribulación o la angustia? ¿O el hambre? ¿O la desnudez? ¿O el peligro? ¿O
la persecución? ¿O la espada? (San
Pablo Apóstol, Epístola
a los Romanos, 8, 35). Protesto, y estoy cierto, que ni la muerte ni los principados,
ni las demás potestades, ni lo presente ni lo futuro, ni la fortaleza, ni lo
alto ni lo profundo, ni hombre u otra creatura alguna del mundo me podrá
separar de la caridad de Dios en Cristo Jesús: palabras del mismo San
Pablo en boca de Santa
Cecilia,
en el acto de poner el cuello ante la espada del verdugo, que tres veces golpeada
para hacerla un gracioso espectáculo de amor al mundo, a los Ángeles y a los
hombres, por tres días quedó semiviva, muriendo finalmente por las heridas más
del amor que de la espada, como la Esposa en los sagrados Cánticos, Víctima,
Hostia y Holocausto de Caridad. Reflexionad por
gracia en esta gran virtud que nos transforma en Dios, y con Dios nos hace
insuperables de todo, y así pedidla de todo corazón a quien solo os la puede
conceder.
SOLILOQUIO. Oh Dios, oh amor, oh amorosísimo Jesús mío, que en todos vuestros dones y en
todos vuestros beneficios de naturaleza, o de gracia o de gloria preparada a
vuestros fieles amantes me hacéis probar la grandeza de vuestro amor, del cual
debería sentirme mover el corazón a amaros con todas las fuerzas, y porque me
lo mandáis y me provocáis, y porque lo merecéis, me lo mandáis con dulzura de
ley, me provocáis con abundancia de gracias, lo merecéis por excelencia
infinita de mérito y vuestras divinas perfecciones, confieso ser vuestro amor
supremamente fino y sin medida, pero al mismo tiempo detesto mi desamor, mi
ingratitud, que son hielo a tanto fuego, y me conservo fría ante las llamas;
cualquier cosa del mundo es suficiente para separarme de vuestra Caridad, más
estimo el amor de carne y sangre y de mí mismo que el vuestro. Por los méritos
de la gran Serafina de Roma, la gloriosa Virgen y Mártir Santa Cecilia, dadme
alguna centella de aquel amoroso incendio, por el cual arda mi corazón hacia
Vos y hacia mi prójimo, y corresponda en parte al menos a vuestro amor. Haced, pues, que os ame a despecho de todos mis enemigos,
con el amor de los más encendidos Serafines, o con el amor de vuestra Santa
Cecilia, y porque es menos condigno e igual al vuestro, Os amo y Os amaré
siempre con el mismo amor. Así sea en nombre de Jesús y de María.
—Rezar los nueve Padre
nuestros, Ave Marías y Glorias como se ha establecido, el himno y los Gozos.
Antífona: He despreciado los reinos
del mundo y todos los adornos del siglo por amor de mi Señor Jesucristo, a
quien vi, a quien amo, en quien creo, al que amo.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurada
Santa Cecilia.
℞. Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Oh Dios, que,
entre otros milagros de tu poder, has hecho obtener la victoria del martirio al
sexo más débil, haz por tu bondad que, celebrando la nueva vida que ha recibido
en el cielo la bienaventurada Santa Cecilia, tu virgen mártir, saquemos
provecho de sus ejemplos para marchar por el camino que conduce a Ti. Por
nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
El divino auxilio
permanezca siempre con nosotros. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu Santo. Amén.
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