COMENZAMOS: 4 de octubre.
FINALIZAMOS: 12 de octubre (festividad).
Según una venerada tradición, la
Santísima Virgen María se manifestó en Zaragoza sobre una columna o pilar,
signo visible de su presencia. Esta tradición encontró su expresión cultual en
la misa y en el Oficio que, para toda España, decretó Clemente XII. Pío VII
elevó la categoría litúrgica de la fiesta. Pío XII otorgó a todas las naciones
sudamericanas la posibilidad de celebrar la misma misa que se celebraba en
España.
—Oraciones comunes para todos los días
Postrado humildemente con una
firme esperanza en Dios, y en la poderosa protección de la Santísima Virgen,
comenzara diciendo: Por la señal de la Santa Cruz, etcétera.
ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Señor
mío Jesucristo, Dios Hombre verdadero, Criador y Redentor mío. Por ser Vos quien sois, y porque os amo sobre todas las
cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más
pecar; apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la
penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere.
Ofrézcoos mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados. Y
como os suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita, me los
perdonaréis por los merecimientos de vuestra preciosa sangre, pasión y muerte,
y me daréis gracia para enmendarme, y para perseverar en vuestro santo servicio
hasta la muerte. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh
Señor Omnipotente! en vuestra soberana presencia derramo todo mi corazón,
implorando vuestra bondad: yo soy aquella oveja perdida que mi amado Jesús,
como Pastor bueno, se afanó tanto en buscarla, la redimió con su preciosísima
sangre, y la tomó sobre sus hombros, para volverla al redil de la Iglesia. ¿Permitiréis
ahora que se pierda? ¡Ay de mí, me confundo a mí mismo! La causa verdaderamente
es mía, porque se trata de mi eterna salud, pero también es vuestra, porque se
interesa vuestra gloria. Mas entre tanto viva sobre la tierra, me hallo en la
incertidumbre de mi salvación. En semejante conflicto, permitid, Señor, que
desahogue con suspiros el profundo sentimiento que aflige mi corazón. Porque,
qué me importará ganar el Universo, si me pierdo para siempre. Por esta causa
tan importante, elevo mis fervorosos ruegos hasta el trono de vuestra gracia,
suplicándoos que libréis mi alma de las furias del león infernal. En Vos
confío, Madre piadosa, favorecedme en tan grave necesidad. Acordaos ¡oh
graciosísima Virgen María! que jamás se ha oído decir de nadie, que, habiéndose
acogido a vuestra protección, pidiendo vuestro amparo, e implorando vuestra
intercesión, se haya perdido. Animado yo con esta confianza, acudo a Vos:
pecador como soy me presento gimiendo y suplicándoos, que me adoptéis para
siempre como hijo, que toméis a vuestro cargo mi eterna salvación. No
despreciéis mis palabras, Vos que sois Madre de la palabra eterna. Oídlas
propicia, y despachadlas favorablemente, éste será todo mi consuelo sobre la
tierra, y me inspirará la más segura confianza de ser colocado un día entre los
Coros de los Ángeles, donde alabaré para siempre a Dios mi Salvador, y cantaré
eternamente las misericordias de mi excelsa Protectora. Así sea.
Rezar a continuación la oración
del día que corresponda.
………………..
ORACIONES FINALES PARA TODOS LOS DÍAS
—Terminar cada día rezando cinco Avemarías y las
oraciones finales:
Cinco Avemarías
—En alabanza de la
hora en que María Santísima vino en carne mortal a Zaragoza. Avemaría.
—Por haberle
erigido el Apóstol Santiago, por mandato de la Santísima Virgen, su santo
Templo en Zaragoza, el primero del mundo dedicado a su nombre. Avemaría.
—Por habernos
dejado como un don precioso su sagrada Imagen, que es nuestro amparo y consuelo
en toda tribulación. Avemaría.
—Por el santo Pilar
o Columna angélica, símbolo de la fortaleza y estabilidad de la fe católica en
Zaragoza, hasta el fin del mundo. Avemaría.
—En acción de
gracias por los infinitos beneficios que desde su venida nos ha dispensado como
excelsa Protectora de España. Avemaría.
Ahora se pide al Señor, por la intercesión de la Santísima Virgen, la gracia particular que cada uno desea conseguir en esta Novena; y luego se dice la siguiente oración final:
Oración final
¡Oh
María! ¡Hija de Dios Padre!, amparad a la Iglesia, que desde
su principio ha reclamado vuestra protección. Reconoced en ella la Esposa de
Vuestro único Hijo, que la ha rescatado con el precio de toda su sangre. Haced
que resplandezca con tal brillo de santidad, que pueda presentarse digna de su
divino Esposo, y del precio con que fue redimida ¡Madre de Dios Hijo! que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo. ¡Aurora brillante de este sol
divino! disipad las tinieblas de la herejía y del cisma. Haced que todos sigan
la luz de la verdad, y se apresuren a entrar en el seno de la verdadera
Iglesia, donde juntamente con Jesús os conozcan con una viva fe, os invoquen
con una esperanza firme, y os amen con un amor perfecto. ¡Esposa del Espíritu
Santo, que ha reunido en un sólo rebaño y en una misma religión, tantas y tan
diferentes naciones!, derramad sobre los Príncipes cristianos y sus ministros
la abundancia de gracias, de que sois dispensadora. Penetrad sus corazones del
espíritu de paz y de concordia, que al nacer vuestro hijo se anunció a la
tierra: que nada emprendan contrario a la paz y libertad de vuestra Iglesia.
¡Oh María!, Templo de la Santísima Trinidad, toda pura y sin mancha en vuestra
Concepción Mirad con ojos de misericordia a la nación española, vuestra nación
predilecta, que tanto habéis distinguido de las demás; a pesar de sus pecados,
continuad siempre en amarla: mantenedla en la fe católica, apostólica, romana:
conservadla en la unidad católica, a fin de que defendida por vuestra gracia de
todo error estando al abrigo de toda disensión, y consagrada a servir a vuestro
Santísimo Hijo y a Vos con un culto digno, pueda marchar constantemente al fin
que le habéis prometido, y merecer teneros siempre por su Protectora en la
tierra, y por su Reina y Corona en el Cielo. Así sea.
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DÍA PRIMERO (4 de octubre).
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh Santísima Virgen
María! ¡Vos en Zaragoza! Yo os saludo, Soberana Reina, en
el día más feliz que vieron las naciones. ¡Grata memoria! Que, pasando de
generación en generación, mantiene por diecinueve siglos una devoción tierna,
una piedad constante, y un agradecimiento. ¡Milagrosa venida! Que así
transporta nuestros corazones en un santo júbilo, y excita en nosotros los más
tiernos sentimientos de piedad y gratitud eterna. ¡Fineza admirable!
¡Predilección singular! ¡Exceso de amor! Cuando la Madre de Dios vivía aún en
la famosa Ciudad de Jerusalén, oficiosamente ocupada en el cuidado de la
naciente Iglesia, se dignó venir a Zaragoza a visitarnos en persona. Esta es la
tradición más autorizada y respetable. En el año 40 de la Era cristiana,
dominando el Imperio Romano, y predicando el Santo Evangelio en esta misma
Ciudad, el Protomártir entre los Apóstoles nuestro Patrón Santiago, al tiempo
que oraba con sus discípulos en las orillas del Ebro, a la media noche del dos
de enero, se le apareció la Santísima Virgen, Madre de Dios y Reina del Cielo,
viviendo aún en carne mortal, llena de majestad, y acompañada de coros de Ángeles,
que cantaban diversas alabanzas. Los Ángeles, según su piadosa tradición,
traían su Sagrada Imagen y una Columna de jaspe, que hoy con tanta devoción
veneramos. ¡Oh beneficio incomparable! ¿De dónde a nosotros tanto favor ¿Por
qué es Zaragoza la predilecta? Cosas grandes se han dicho de ti, Ciudad
Augusta; pero ninguna eleva tanto tu grandeza, como la venida de la Santísima
Virgen en carne mortal. ¡Oh Ciudad de María! Este favor no dispensado a nación
alguna, forma tu verdadera gloria, y cubre tu suelo clásico de honor, de
riqueza, de nobleza, y la memoria de este prodigio inmortalizado en los fastos
de la Iglesia, hará eterna tu gloria, y la de la nación española.
Oración final.
¡Oh Reina ¡Oh Madre! ¡Oh Señora! ¡Cuánto os debo por este beneficio tan singular! ¡Y cuán poco es lo que yo
he hecho hasta aquí en obsequio vuestro! Mi alma se deshace en llantos de
ternura, y siente infinitamente no haberos correspondido. Pero sois Madre de
bondad, yo me acojo a vuestra protección, suplicándoos humildemente, que, sin
atender a mis iniquidades, sino sólo a vuestra misericordia, seáis mi
intercesora y abogada para con Dios, y así mi alma, horriblemente deforme por
la culpa, recobrará su belleza; herida de muerte, sanará; muerta
espiritualmente, volverá a la vida; y como dice el Apóstol, se hará como una
nueva criatura en Jesucristo. Esta, gracia principalmente os pido, y la
particular que deseo en esta novena, si me conviene para el mayor bien de mi
alma. Los Ángeles os alaben. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en
esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA SEGUNDO (5 de octubre)
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. La Reina de los
Cielos y Abogada nuestra, no sólo nos ha distinguido entre todas las naciones
con su venida a Zaragoza, sino que, para perpetuar la memoria de tan singular
beneficio, mandó al Apóstol Santiago edificase un templo a nombre de tan gran
Señora. El santo Apóstol, vuelve de su éxtasis y de su rapto por el resplandor
de su presencia, oye las dulces palabras con que le habla de este modo: Santiago, este es el
lugar que yo he elegido: aquí quiere el Omnipotente que dediques un templo, que,
llevando mi nombre, sea el suyo engrandecido. Este ha de ser mi templo y casa,
mi propia herencia y posesión; en él se manifestará la virtud del Altísimo por
mi intercesión y mis ruegos a favor de los que pidieren con verdadera fe y
piadosa devoción. Aquí se obrarán prodigios, y portentos admirables,
especialmente en aquellos que en sus necesidades invocaren mi favor. Mira
también ese Pilar, él quedará aquí, y colocada sobre él mi propia Imagen. En
testimonio de esta verdad y promesa, estará en este lugar con la fe, hasta el
fin del mundo, y nunca faltará en esta Ciudad, quien venere el nombre de
Jesucristo, mi Hijo. ¡Qué
generosidad! ¡Qué amor el que nos muestra la Santísima Virgen! La Reina
del Cielo ha colocado su trono en Zaragoza Llegaos, hijos de la Iglesia, a este
trono de misericordia, pedid con confianza favores y gracias, que esta tierna
Madre está empeñada en vuestro bien. ¿Quién jamás
la invocó en sus necesidades que no fuera luego socorrido?
Oración final.
Yo clamo, pues, a Vos, Madre amada; poderosa sois para librarme de la
muerte eterna, como habéis librado a innumerables pecadores, alcanzándoles
tiempo de penitencia inspirándoles arrepentimiento de sus culpas. Os ruego con
toda la efusión de mi corazón contrito y humillado, que os compadezcáis de este
siervo infiel, que restituyáis a la amistad de Dios a este hijo ingrato, que
arrepentido clama a Vos. Salvadme, Madre mía, no permitáis que perezca para
siempre. Alcanzadme también la gracia particular que pido en esta Novena, si me
conviene para el mayor bien de mi alma. Coros celestiales, ensalzad a María, como
Reina suprema de los Cielos. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en
esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA TERCERO (6 de octubre)
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. Grande y digno de
toda nuestra gratitud es el beneficio que nos dispensó la soberana Reina de los
Ángeles con su venida a Zaragoza, pero también es digno de todo nuestro
aprecio, el monumento eterno, la memoria perenne de habernos dejado su sagrada
Imagen como un don precioso del Cielo. ¡Oh! ¿Cómo hemos de olvidar beneficios
tan singulares, si tenemos siempre a nuestra consideración un recuerdo perpetuo
de las finezas de su maternal amor para con nosotros? Acudimos a los pies de
tan gran Señora. ¿Pero con qué confianza? Acudimos a derramar toda la efusión
de nuestro corazón, en todas nuestras angustias y tribulaciones. Y apenas
llegamos a su soberana presencia, ¡oh qué consuelo experimenta luego nuestro
afligido espíritu! ¡Oh, cómo se desahoga nuestro corazón en tiernos suspiros!
¡Oh qué ternura, qué dulce consuelo sentimos, cuándo nos postramos en su cámara
Angelical! Nuestra alma se enajena de gozo al considerar que en este
propiciatorio quedó nuestra benigna Ester, con la vara de oro del celestial
Asuero en sus manos, para alcanzarnos favores y gracias. En esta casa de Ángeles,
a los pies del trono de la Reina celestial, es donde se han enjugado las
lágrimas de tantos afligidos, donde se han templado los gemidos de tantos
desconsolados, y donde se han acallado los clamores de tantos desesperados.
Todo esto publica a cada paso la gratitud de los españoles más piadosos, y de
cuantos verdaderos adoradores acuden a admirar de cerca esta gloriosa
Jerusalén, quienes ven cumplido en este santo Templo, de María del Pilar, lo
que pedía Salomón al Señor en la dedicación de su santo Templo, cuando decía:
“si
el extraño y el que no es de tu pueblo, viniere de lejos atraído de la fama de
tu grande nombre, y te adorare en este lugar, tú le oirás desde tu firmísima
habitación, y cumplirás todas las cosas, por las que el peregrino te invocare,
para que todos reconozcan y respeten su sagrado nombre, como lo hace tu querido
pueblo.”
Oración final.
¡Oh Madre amorosa! Yo, aunque hijo ingrato, pero
defensor de vuestras glorias, publicaré a voz en grito, por todo el universo,
que cuantos os han invocado en sus necesidades y peligros, han experimentado
los auxilios y consuelos que generosamente derramáis sobre los que os imploran
con fervor. ¡Pero cuánto más nosotros que somos
vuestros favorecidos, y que tantas pruebas tenemos de vuestra bondad y
compasión! Cuántas veces hemos exclamado ¡oh, Madre de Dios del Pilar, sed nuestro amparo y
consuelo en nuestra tribulación!, otras tantas nos habéis consolado. Continuad, Madre compasiva, en
favorecernos, y principalmente calmad nuestros temores en la hora de nuestra
muerte. ¡Oh cómo nos angustia la memoria de aquel
momento terrible! Consoladora
de los afligidos, asistidnos en aquella hora de turbación, y disipad todos
nuestros temores. Proteged a vuestros hijos y devotos. Recibidnos en vuestros
brazos, y muramos en ellos, para resucitar felizmente a la vida eterna.
Concededme también la gracia particular que os pido en esta Novena, si me
conviene para el mayor bien de mi alma. Criaturas
todas de la tierra, saludad a María como gran Señora del universo. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en
esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA CUARTO (7 de octubre)
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. Zaragoza posee una rica alhaja, un precioso
tesoro, una sagrada Columna, que la ennoblece, la protege, la honra y la
ilustra. ¿De quién ha recibido este regalo tan magnifico, este don tan
apreciable, sino de María? Esta es toda tu felicidad, Católica España, nación
magnánima. La Reina celestial fijó en Zaragoza esta misteriosa Columna,
significando a los siglos futuros, que perpetuaba gloriosamente entre nosotros
el precioso depósito de la fe que nos había confiado. El orbe católico admira
la firmeza de esta Columna, que se ha conservado inmoble, en el mismo lugar que
señaló la Santísima Virgen, sin que las conquistas de los romanos, el odio de
los herejes, el furor de los árabes, haya turbado su permanencia. Todo
certifica la grandeza de su fundamento, y la fuerza poderosa de nuestra
Princesa. La India, el Asia, el África, sacudieron el yugo de Jesucristo. El
universo entero se admiró de verse arriano, en expresión de San Jerónimo. Pero
la ciudad de María, fundada sobre la firme Columna, no ha perdido como
Jerusalén, su primitivo esplendor. La antorcha de la fe, que la Santísima
Virgen encendió en su venida, no se ha extinguido. Innumerables Mártires que
forman la gloria de la religión, y el honor de Zaragoza, fueron sacrificados en
su defensa.
Oración final.
¡Oh
Madre de Dios del Pilar! Haced que veneremos esta Columna de nuestra gloria,
anuncio de tantas felicidades. Sea nuestra fe semejante a su firmeza y peleemos
con valor contra los enemigos de nuestra alma, que confiando en el auxilio que
nos significa esta misteriosa Columna, venceremos. Cúmplase así, Madre de los
españoles, haced que perseveremos constantes en la fe, y si fuere necesario,
muramos en su defensa, imitando el glorioso ejemplo que nos dejaron nuestros
mayores, y así conseguiremos la palma y la corona que está prometida a los
vencedores, y cantaremos el triunfo uniéndonos para siempre con el coro de los
mártires. Concededme, Madre piadosa, la gracia particular que os pido en esta
Novena, si conviene para mi salvación. Los Ángeles os alaben. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en
esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA QUINTO (8 de octubre).
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡La misma Reina de los
Cielos y abogada nuestra es la Fundadora de este Templo augusto! Si nuestros mayores vieron en los
primeros siglos de la salud cristiana, esa Arca de la nueva Alianza, colocada
en la humilde Silo, y bajo un pobre techo edificado por el Protomártir entre
los Apóstoles, nuestro Patrón Santiago, y sus santos discípulos, nosotros la
adoramos ya elevada a la majestad y magnificencia de este admirable y suntuoso
Templo. ¡Oh Trono! ¡Oh monumento de la Reina Celestial! Este es el primer
templo del mundo dedicado en honor de la Santísima Virgen. Su célebre
invocación del Pilar, ha sido llevada a todas las naciones del Universo, con
gloria de su nombre. ¡Oh Ciudad augusta! Tú verás aumentarse la devoción de los
fieles, y el orbe católico será un emulo de las glorias de este Templo. Porque
no es un edificio, en que haya sólo que admirar la magnificencia, como en el
Templo de Salomón la maravilla de su fábrica, no; su grandeza es tanto más
excelsa, cuanto que no toma su origen de las obras de los hombres.
Oración final.
¡Oh Reina Celestial! Si me sorprende la riqueza y
primor de vuestro magnífico Tabernáculo, más bien admiro los tesoros
celestiales que en este Propiciatorio dispensáis a vuestros devotos. ¡Oh templo
Angélico! Gentes de todas las naciones vienen de lejos atraídas de la fama y honor
de tu nombre, y se postran a los pies del trono de la Madre de Dios del Pilar
los pueblos más distantes de la tierra. Los reyes católicos dejan su trono y
vienen a Zaragoza a adorar tu santa Imagen, ofrecen sus fervientes votos y
consiguen dones y gracias singulares, y transportados de gozo exclaman, que son
mayores los tesoros celestiales que en su santo Templo dispensa la Santísima
Virgen, que la fama misma de su nombre. ¡Oh Madre tierna! Mostrad que sois
nuestra Madre; haced que se oiga vuestra voz en favor mío, y bastará para que
yo sea dichoso; ponedme a la sombra de vuestra protección, y estaré seguro.
Alcanzadme de vuestro divino Hijo la gracia de no pecar más mortalmente, sí de
servir con fidelidad y amor a mi Dios y Señor, para que después de haberos
visitado con devoción en vuestro santo Templo, sea el fruto de mi corazón gozar
de vuestra compañía en el Templo de la gloria. Concededme también la gracia que
deseo en esta Novena, si conviene al bien de mi alma. Coros celestiales, ensalzad a María, corno Reina suprema
de los Cielos. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA SEXTO (9 de octubre).
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. Por respeto a la
Majestad del Señor que habitaba el templo de Jerusalén, no entraban los judíos
sin purificarse antes. Los Levitas, aunque consagrados al culto del Señor, no
pasaban del atrio destinado para los sacrificios. A los Sacerdotes les permitía
entrar en el Santuario a ofrecer el incienso sobre el altar de oro, pero rara
vez tenían este honor. Sólo el sumo Sacerdote entraba en el Santo de los Santos
una sola vez en el año. Estas precauciones asombrosas se dirigían todas a dar
una alta idea de la divinidad, y a inspirar el respeto que se le debía en el
Templo. Pero estas precauciones son más para nosotros, que, por una gracia
inefable, poseemos en nuestros templos la realidad que se simbolizaba en
aquellas nobles figuras. Por ellas nos enseña el Señor que, al acercarnos al
Santuario, debemos sentirnos penetrados de un religioso temblor, humillarnos y
confundirnos, considerando la infinita Majestad de nuestro Dios y la vileza de
nuestro ser. Mas si este religioso pensamiento, debe excitar mi fe, mi respeto
y veneración a todos los templos; este Propiciatorio y Cámara Angelical erigida
en Zaragoza por mandato de la Santísima Virgen, tienen otra excelencia, otra
dignidad y privilegio grande, que debe excitar en mí sentimientos y
demostraciones de un santo temor, de una humildad profunda, de un sumo respeto
y veneración, porque éste es el lugar que la Reina de los Cielos eligió para su
culto, aquí fijó sus virginales plantas, aquí permanecen sus ojos y su corazón
hasta el fin de los siglos. Adoremos esta tierra santa, santificada con la
presencia de Dios y de la Santísima Virgen, y exclamemos con el Patriarca
Jacob: ¡Oh
cuán terrible es este lugar, verdaderamente ésta es la casa de Dios, y la
puerta del Cielo! Así se excitaban nuestros mayores. ¡Con qué respeto, con qué
modestia, con qué devoción asistían a este Santo Templo! Pero, ¿cómo ha
desaparecido la fe y la piedad de nuestros Padres? ¡Ah, en los días más grandes
y misteriosos, se advierten mayores excesos de lujo, de vanidad, y de
presunción!
ORACIÓN FINAL.
¡Oh
gran Señora! Temo
el castigo debido a mis profanaciones, porque considero que mi Señor y Vos sois
celosísimo del honor de vuestra santa Casa, y que las irreverencias que se
cometen en ella las llama el Señor abominaciones pésimas. Libradme, Madre
amorosa, no permitáis que el Señor descargue sobre mí los anatemas con que
amenaza a los profanadores de su santo Templo. Yo me aplicaré todo a reformar
mi conducta en una materia de tanta importancia. Asistiré con todo el respeto
que pide la presencia del Señor. No olvidaré jamás que el Templo santo está
destinado únicamente a la oración y a la celebración de los más augustos y
terribles misterios, y así entraré en él con el mayor recato, con una suma
modestia y religioso respeto, y o adoraré en espíritu y en verdad. Sea así, Madre
tierna y haced por vuestra poderosa intercesión, que tenga el debido
cumplimiento cuanto os ofrezco. Concededme también la gracia particular que
deseo, si conviene para mi salvación. Criaturas
todas de la tierra, saludad a María como gran Señora del Universo. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA SÉPTIMO (10 de octubre).
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Qué ideas tan sublimes me hacen concebir la grandeza, la hermosura, el primor y ornato de tan santo Templo, magnífico Tabernáculo de la Madre de Dios! ¡La santidad de este sitio y de su peculiar elección; los himnos y cánticos de alabanza que se le tributan; la concurrencia y devoción de los fieles! Aquí se invoca su santo nombre: aquí resuenan sus altos privilegios: aquí se ostenta su bondad y su clemencia. ¿Qué diré del aparato, la magnificencia y solemnidad con que se celebran los augustos misterios de nuestra Religión? ¡Oh templo angélico! Tú arrebatas mi pensamiento, y me representas otro templo más suntuoso, el templo vivo de mi alma, su grandeza, su excelencia, su inmortalidad, y la santidad con que debo conservarla. Sí. Yo soy el templo que Dios eligió para su habitación. Así lo dice el Apóstol. El supremo Artífice levantó ese templo vivo para su morada, y lo consagró para sí Jesucristo por el Bautismo. Pero ¡oh gran Dios! ¡Cuánto más augusto, más noble y perfecto que este material tabernáculo que miramos! Las expensas y precio de su fábrica, fueron los de su propia sangre. El ara es mi corazón en que Vos queréis ser honrado. El fuego que ha de consumir las víctimas de mis afectos desarreglados es la caridad, y la misma la que ha de exhalar hasta el Cielo el incienso y los perfumes de fervorosos suspiros. La lámpara que ilumina es la fe, que brilla entre una sagrada obscuridad, que le hace más venerable. Las columnas que le sostienen, la esperanza; sus joyas, los dones infusos del divino Espíritu; y todos sus ornamentos y vestiduras, la rica estola de la gracia santificante. El Sacerdote elegido por Dios para los sacrificios, y para alimentar de continuo el fuego sagrado del Altar es cada uno de los fieles. ¡Qué dignidad la nuestra, cristianos! ¡Qué hermosura la de un alma, que es templo animado de Dios, y sobre la cual bajó el Espíritu Santo para hacer en ella perpetua mansión!
Oración final.
¡Oh
Madre del supremo Criador! Vuestro Dios e Hijo al contemplar la hermosura de un alma
que él posee para la Gracia, se manifiesta enamorado y como asombrado de su
belleza. Pero ¡ah! ¿dónde está la primera
excelencia y dignidad de un alma? ¿Dónde el primor de este Templo vivo
consagrado a Dios en el Bautismo? ¿Qué se ha hecho del brillo del oro de las
virtudes? ¡Ay de mí! Él ha quedado profanado
por la culpa, el humo del pecado le dejó enteramente obscurecido. Ya no se ve
allí señal alguna de la bella imagen de Dios y esta hija de Sión, de cuya
hermosura el Señor se complacía tanto, es ya fea y abominable a sus divinos
ojos. ¡Oh cuán digna es de lástima mi pobrecita alma! Haced, Señora, que vuelva
a su Dios, y recobre su dignidad y hermosura con el llanto y la penitencia.
Ayudadme y socorredme, Madre amorosa, en tanta necesidad; y haced que cuantas
veces o visite en este Templo material, pida cuenta a mi alma del
adelantamiento espiritual que debo hacer en el camino de la virtud y perfección
cristiana. Renovad mi espíritu, purificad mis afectos, santificad el templo
interior de mi alma, y así mereceré cantar vuestras alabanzas en el templo de
la Gloria. Concededme la gracia que os pido en esta Novena, si conviene al bien
de mi alma. Los ángeles os alaben. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA OCTAVO (11 de octubre).
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Oh Reina de los Cielos! Apenas brillasteis como estrella
mística sobre Zaragoza, esparcisteis vuestros resplandores sobre toda la nación
española; y cuando Vos, aurora divina, iluminasteis este mismo sitio, se
anunció el Evangelio, se levantó el estandarte de la Cruz, y el culto
supersticioso fue despreciado: así se transformó en
un lugar de Religión y de piedad el que antes lo había sido de abominación. Nuestros
mayores, sumamente agradecidos, excitaron su celo ardiente, su piedad
extremada, y los cultos más fervorosos hacia Vos, como a su celestial
Protectora. Su ardiente celo no se limitó a frecuentar a todas horas el templo
Angélico, sino que extendieron sus solícitos esmeros en contribuir a la
magnificencia, primor y ornato de esta casa de ángeles, hasta hacerla una de
las maravillas del mundo, y digna habitación de la Madre de Dios, que la había
honrado con su presencia. Y no sólo en los felices días de la tranquilidad y de
la paz, sino también en las más sangrientas persecuciones y en las más urgentes
angustias, conservaron siempre puro y jamás profanado, este sagrado asilo de su
refugio, no dudando sacrificar lo más precioso en su conservación y su defensa.
¡Oh devoción, celo y cultos fervorosos de nuestros
mayores! Otras naciones han estado, si no
enemigas, al menos entibiadas en la veneración y obsequio de la Santísima
Virgen, pero la católica España se ha visto cada vez más solícita y Zaragoza
más fina en el honor de Su amada Protectora. Nunca, jamás, se ha podido
entibiar en los zaragozanos este celo por el objeto de su devoción, cada vez
más constantes han dado bien claros testimonios de que nadie podía separarlos
de la Columna Angélica en que fueron exaltados.
Oración final.
¡Oh
Madre poderosa! ¡Cómo os habéis manifestado defensora del honor de este
delicioso tálamo que os preparó el Salomón divino! Vos hicisteis, que a toda
costa se conservase respetada esta Arca del testamento entre tantos Filisteos
enemigos. Haced que agradezcamos este celo, esta bondad, estos triunfos del
poder ejercido desde ese Pilar santo, y repitamos a Vos, nuestra amada Protectora,
aquellas consoladoras palabras: Tú eres la gloria
de esta Jerusalén, la alegría de este Israel, la honra inestimable de este
pueblo tuyo, y así os empeñaremos a que Vos pronunciéis a nuestro favor
aquellos dulces acentos; vosotros sois mis amados, mi gozo y corona. Esta será
nuestra completa felicidad en esta tierra de miserias, y nos inspirará la
segura confianza de entonar eternamente vuestros cánticos en el reino de la
Gloria. Sea así, Madre piadosa, y concededme la gracia que os pido, si
me conviene. Coros celestiales, ensalzad a María
como Reina suprema de los Cielos. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
DÍA NOVENO (12 de octubre).
—Comenzar con el acto de contrición y la oración.
ORACIÓN. ¡Soberana
Reina de los ángeles! no ceso de admirar los singulares
beneficios que en todo tiempo habéis dispensado a esta gloriosa Jerusalén, y mi
alma se enajena de gozo al considerar que Vos habéis sido siempre el objeto más
tierno de la gratitud española. ¡Oh gran Señora! Los españoles han estado
siempre reconocidos a vuestros beneficios, y ha multiplicado obsequios los más
fervorosos, en que os habéis complacido. La venerable antigüedad nos asegura,
que en Zaragoza jamás han faltado verdaderos adoradores que, postrados ante la
celestial Columna, os han ofrecido sus homenajes. La concurrencia al templo
Angélico, las continuas adoraciones, las cesiones magnificas, las ricas joyas,
los votos y ofrendas, todo confirma la gratitud más fina. ¡Qué solemnes
festividades! ¡Cuántas oraciones en vuestro obsequio! ¡Con qué júbilo entonaban
nuestros mayores vuestras alabanzas! ¡Con qué devoción oraban privadamente por
todos los ángulos de vuestro magnífico Propiciatorio! ¡Cómo derramaban lágrimas
de ternura en el afecto de su devoción! ¿Qué no hicieron
en vuestro obsequio aquellos buenos hijos, los Fernandos, los Felipes, los
Alfonsos, los Carlos, y cuánto se han empeñado todos los españoles en alabaros
y ensalzaros como excelsa Protectora de nuestra España? ¡Pero ah!, ¿cómo se ha
apagado entre nosotros aquel fuego que se comunicó a nuestros Monarcas y a
tantos que veneraron agradecidos a la Reina del Cielo, en la cámara angelical
de Zaragoza? ¡Prelados santos,
héroes justos de la antigüedad, que llorabais en este sitio en el exceso de vuestra
ternura! ¿Por qué no dejasteis a
vuestros hijos, como otro Elías a su discípulo, el espíritu de vuestra
devoción?
Oración final.
¡Oh excelsa Protectora! ¿Es esta la ciudad que produjo
una serie innumerable de mártires? ¿Es esta la patria de los Valeros, de los
Vicentes, de los Braulios? Dónde está el esplendor que le adquirieron los
Torcuatos, Segundos, Indalecios y de más discípulos de nuestro Apóstol Santiago?
Vos les comunicasteis el espíritu de su fervor, Vos les dispensasteis dones y
gracias celestiales, Vos les colmasteis de prosperidades y bendiciones. ¡Oh Madre
compasiva! ¿No habréis reservado siquiera una sola bendición para
nosotros? ¿Acaso nos habréis olvidado? ¿Pero cómo puede una madre olvidar a sus
hijos? Ya sé que Vos os desdeñaréis de recibir unos corazones esclavos de la
vanidad, tributarios del vicio, y las alabanzas proferidas por unas lenguas que
a cada paso blasfeman vuestro santo nombre. Pera volved los ojos sobre vuestro
reino, mirad a vuestra amada ciudad. Mostrad que sois nuestra Madre. Aquí
tenéis vuestros hijos postrados ante Vos, derramando lágrimas de contrición, y
asidos con lazo el más fuerte de amor a vuestra sagrada Columna; no os
dejaremos, ni nos separaremos de vuestra presencia, hasta que nos deis vuestra
bendición. ¡Oh
Madre de Dios del Pilar! Esta
esperanza nos anima, esta protección nos alienta. Yo, Señora, el más indigno
siervo, me consagro todo a Vos desde esta hora, para que dispongáis de mí a
vuestro arbitrio. Admitid este cordial obsequio, y contadme en el dichoso
número de vuestros esclavos, sellando mi frente con la preciosa marca de
vuestro dulcísimo nombre, para que el cielo y la tierra vean que lo soy.
Confieso, mi adorada Reina, que me hace indigna de esta gracia, el notable
descuido que he tenido en obsequiaros, y en imitar vuestras virtudes. Pero sois
Madre tierna y compasiva, y sabéis perdonar semejantes agravios. ¡Oh Reina celestial!
He concluido la súplica que os he hecho en este devoto Novenario. Espero
con confianza, que me habréis concedido cuanto he pedido, siendo todo a mayor
honra y gloria de Dios, obsequio vuestro, y bien de mi alma. Conformo mi
voluntad con la vuestra, y no quiero, sino lo que Vos queráis. ¡Oh Madre amada!
Me despido de Vos con lágrimas de ternura, alcanzadme el perdón de mis
culpas, dadme vuestra bendición, cubridme con vuestro manto. No despreciéis mis
súplicas, pues ya os entono himnos de gloria en testimonio de mi gratitud.
Acordaos del Jefe supremo y pastor universal de la Iglesia, y de nuestro
Prelado diocesano. Bendecid a los reyes católicos y príncipes de nuestro reino.
Derramad vuestros dones sobre nuestra España eminentemente católica. Mirad
desde el Cielo, visitad y haced florecer esta viña, que plantó vuestra diestra
sagrada. Mostraos Madre de los españoles, guardad vuestros hijos en este valle
de lágrimas, y conducidlos al reino eterno de la Gloria. Criaturas todas de la
tierra, saludad a María, como gran Señora del Universo. Amén.
—Pedir la gracia particular que se desee conseguir en esta Novena.
—Terminar con las oraciones finales.
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