Novena
dispuesta por un clérigo de la diócesis de Barcelona, y publicado en esa ciudad
por la imprenta de Valentín Torrás en 1844.
SE CELEBRA GENERALMENTE EL SEGUNDO DOMINGO DE NOVIEMBRE.
AL LECTOR
La Iglesia nuestra Madre recomienda eficazmente a todos los
cristianos la devoción a la Virgen Santísima, y apoyada en su poderoso
patrocinio, procura inspirarles una verdadera y sólida confianza hacia esta
Señora; y
efectivamente la fe y aun una feliz experiencia nos atestigua todos los días,
con cuánta razón debemos esperar de su firme amparo toda suerte de gracias y
beneficios. Debemos pues esforzarnos, cuanto esté de nuestra parte, a mantener
a esta poderosa y eficaz Protectora la devoción más tierna, pero no una
devoción estéril que consista únicamente en exterioridad y apariencia, sino que
esté fundada en la fiel imitación de sus virtudes. Ningún efecto podemos
prometernos de su poderoso patrocinio si no imprimimos en nuestro corazón esta
saludable máxima, y la acreditamos con la bondad y rectitud de nuestros hechos;
como lo evidencia el mismo sagrado libro de la ley divina, en donde está
escrito: LA FE SIN LAS OBRAS, ESTÁ MUERTA. A
este fin, pues, dedicamos a la Virgen Madre bajo el
título del Patrocinio este devoto novenario, se propone en cada día una de las
principales virtudes que practicó durante su vida mortal, para que esmerándonos
muy particularmente sus devotos en seguir su ejemplo, podamos experimentar los
suaves efectos del poder y valimiento que tan justamente ejerce con su divino
Hijo.
Para
consuelo de los fieles, conviene saber: que, en orden
a la institución de esta fiesta, el Rey Felipe VI solicitó del Papa Alejandro
VII a mediados del siglo XVII una bula por la cual se estableciese en España
una fiesta anual en memoria y agradecimiento del Patrocinio de María Santísima;
y el citado Sumo Pontífice, la concedió en Roma en el día 28 de julio de 1656.
Para promover más la devoción el mismo Santo Padre Indulgencia plenaria y
remisión de todos sus pecados a todos los fieles de uno y otro sexo, que
verdaderamente contritos y arrepentidos, confesaren y comulgaren en el día del
Patrocinio de Nuestra Señora, asistiesen a la Misa mayor y rogasen a Dios por
los fines y necesidades de la Santa Iglesia. Esta festividad, que se asignó al segundo domingo de Noviembre,
estriba en un principio de fe, dice el sabio Pontífice Benedicto XIV, a saber: que María Santísima intercede por nosotros haciendo
oración en los Cielos a su hijo Jesucristo; así es que será tanto más eficaz y
poderoso este patrocinio, cuanto mayores serán las razones, para que sean oídas
nuestras súplicas. Y, ¿qué mayores pueden ser nuestras razones, Lector piadoso,
cuando afectan tan profundamente nuestro espíritu, las aflicciones de nuestra
Santa Madre la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, insultada de tantos
blasfemos, e impugnados sus dogmas por la malignidad de folletos escandalosos e
impíos? ¿Cuando observamos con la mayor amargura conculcados sus preceptos, en
especial el que manda la observancia de los días festivos, en que, por algunos,
tan osadamente se apura el escándalo? ¿Cuándo la desmoralización se ha
extendido por desgracia tan generalmente, hasta llegar su perversa semilla a
inficionar el corazón de niños tiernos, en los cuales la malicia se adelanta a
la edad? Busquemos pues la gracia, dice el verdadero devoto de María San Bernardo, y busquémosla en
la Madre de Dios; pues esta Señora halla siempre lo que busca, ni pueden jamás
quedar frustradas nuestras diligencias.
Como
un humilde obsequio a nuestra Madre y protectora la Virgen María, he procurado
arreglar este sucinto novenario, escrito a propósito muy llano, para la más
fácil inteligencia de la gente sencilla; hallarás en él, no lo dudo, muchas
faltas: pero disimula benigno, y persuádete de la pura intención y vivo deseo
con que, por tu bien y aprovechamiento espiritual, te lo ofrece el más indigno
de los Ministros del Señor,
NOVENA EN
HONOR A NUESTRA SEÑORA DEL PATROCINIO
Puesto
humildemente de rodillas en presencia de una imagen de María Santísima, hecha
la señal de la Cruz y con viva fe y firme confianza en su poderosa protección,
hará fervorosamente el siguiente
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
ACTO DE RECONOCIMIENTO Y
CONTRICIÓN
Dulcísimo Redentor
mío: humildemente a vuestras sagradas plantas, vengo a implorar por
medio de la protección de vuestra divina Madre, el auxilio de vuestra infinita
clemencia; no solo por las necesidades que acongojan mi pobre alma y la de mi
prójimo, sino también por las que angustian a vuestra Santa Iglesia. Con el más
vivo sentimiento de mi corazón, confieso que estoy muy lejos de merecer vuestra
piedad, por la multitud y gravedad de mis culpas que, aunque lavadas con el
saludable baño de la penitencia mediante el socorro de vuestra divina gracia,
pero jamás me he esmerado en corresponder fielmente a vuestras santas
inspiraciones; he vivido con suma tibieza y en tan amarga indiferencia, he
permanecido hasta ahora ingrato a los inmensos beneficios de que me habéis
colmado. Mas, ¡oh Jesús de mi alma!, ¡Oh Dios de mi
corazón!, siento íntimamente el haberos ofendido por ser Vos quien sois,
Bondad infinita y Bien inmenso; me pesa de corazón haber traspasado vuestra
divina ley, confuso del todo me hallo en vuestra divina presencia, al acordarme
que vuestra misericordia ha tolerado tan benignamente mis desacatos; mi refugio
es volverme, como lo hago, al trono de vuestra infinita piedad, pidiéndoos
perdón de todas mis ingratitudes en virtud de los méritos de vuestra
dolorosísima Pasión y muerte en cruz. Propongo firmemente portarme en
adelante con más fidelidad y fervor en vuestro santo servicio, renunciando al
Mundo, Demonio y Carne, y detestando sus inicuas sugestiones; a cuyo fin os
renuevo, ¡oh mi
buen Jesús!, la sagrada fidelidad que por mi parte se os
hizo en el santo Bautismo, y perseverar, ayudándome vuestra gracia, en vuestro
santo temor y agrado todos los instantes de mi vida. Amén.
ORACIÓN PARA TODOS LOS
DÍAS
¡Oh Virgen Santísima llena de poder y
majestad!, siempre que registro el fondo de mi
corazón, y hállole manchado con las feas culpas que le dominan, se apodera de
mí un frío temblor, temiendo que el azote de un Dios vengador castigue mi alma
con una eterna condenación; pero cuando levanto los ojos a Vos, y considero que
sois mi Madre y Protectora, renace en mi interior el consuelo, y lleno de
júbilo y alegría, concibo vivamente la esperanza de salvarme. Sí, dulce Madre
mía: Vos sois nuestra Protectora, y como tal dice un fiel siervo vuestro, sois
la escala por donde suben al Cielo los pecadores. Vos sois la tesorera del
Cielo y dispensadora de las gracias, y por medio de vuestro poderoso
patrocinio, llegan hasta nosotros las que vuestro divino Hijo reparte sobre la
tierra. Protegednos, Virgen Santa, y dignaos aplicar un eficaz remedio a todas
nuestras necesidades espirituales y temporales, y una paz sólida y verdadera,
aquella paz cristiana que llena los deseos y tranquiliza el alma de los que
fielmente siguen las huellas que nos dejó trazadas vuestro Hijo crucificado.
Como Madre de suavidad y de misericordia, ablandad los corazones empedernidos
de los que vomitan tantas blasfemias contra lo más sagrado de nuestra Religión
sacrosanta; de tantos sacrílegos, que con horrible escándalo han perpetrado los
más aleves atentados. Patrocinadnos a todos, Virgen piadosísima:
a los pecadores, para que salgan del tenebroso caos de la culpa; a los tibios,
que dejen ese funesto estado y os sirvan con fidelidad; y a los fervorosos,
dadles una sólida perseverancia en el bien obrar; a cuyo fin os dedico, Madre
mía, el ejercicio de estos nueve días, que consagro a vuestra reverencia y
obsequio; suplicándoos rendidamente que os dignéis comunicarme aquel espíritu
de verdadera devoción, y demás disposiciones necesarias para practicarlo con el
debido fruto. Amén.
DÍA PRIMERO
En este
día obsequiemos a María por su amor a Dios, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce
protectora mía! ¡Cuán ardiente es el amor
que profesáis al Hijo de vuestras entrañas, pues siendo este Señor un Bien
infinito, no ha habido ni puede haber en el mundo otra criatura que, como Vos,
tuviese un conocimiento más cabal de sus atributos y perfecciones, y por
consiguiente de cuánto merece ser amado! Nadie ha recibido más gracias
ni beneficios que Vos, Madre mía, de su inmensa beneficencia; y nadie tampoco
le ha sido tan fiel y tan amante. ¡Qué caridad tan
encendida abrasaba vuestro Inmaculado Corazón! ¡Qué luces tan brillantes del
divino amor, resplandecían en vuestro espíritu! ¡Oh amantísima Señora!, enajenados
vuestros sentidos con el embeleso de este santo amor, teníais incesantemente en
vuestro casto Corazón y purísimos labios, estos sentimientos de la Esposa de
los Cánticos: ¡Mi amado para mí, y yo para él! De
este modo correspondíais a la estrecha unión y amor, que merecéis a vuestro
hijo; dando muestras de gozar siempre de su augusta y suave presencia. Este
singular amor es el que siempre ha ocupado vuestro Corazón, y cuya laudable
circunstancia es la que principalmente me propongo imitar de Vos, Madre tierna,
por ser el ejercicio más noble de todas las virtudes, el alma y perfección de
todas ellas. Haced pues, Señora, que sin reserva alguna sepa entregarme del todo
a mi Dios, que le ame con toda la efusión de mi espíritu, y que jamás llegue a
desear cosa alguna que me aparte de este amor; siendo éste el motivo dominante
de mi conducta. A este fin propongo firmemente ser más exacto en el
cumplimiento de su santísima ley, no perdiendo de vista cuánto por su inmensa
grandeza merece ser amado, glorificado y servido, y los innumerables beneficios
que así de naturaleza como de gracia he recibido de su infinita liberalidad; y
constante hasta morir en esta práctica cristiana, pueda continuar en el Cielo
amándole, en unión con Vos, por toda una eternidad. Alcanzadme,
Madre poderosa, esta gracia y la que os pido en esta novena, si ha de ser para
mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
—Aquí cada
cual pedirá a la Virgen la gracia que desea alcanzar; y luego se rezará siete
veces el Padre nuestro, Ave María con Gloria Patri en honor del Patrocinio de
María Santísima, y se concluye con la siguiente oración.
ORACIÓN FINAL PARA TODOS
LOS DÍAS.
Soberana Emperatriz de Cielos y tierra: ya que por
felicidad mía puedo gloriarme con el dichoso título de hijo vuestro, admitid
con benignidad mis humildes súplicas, y elevadlas como activa protectora al
trono de vuestro Hijo Jesucristo, para su feliz y pronto despacho. Por la
excelencia de vuestras virtudes merecisteis ser Madre de Dios, y esta insigne
dignidad os constituye en un estado de grandeza y protección, por las cuales no
hay gracia que os sea imposible, peligro ni tentación de que no libertéis,
necesidad y aflicción que no aliviéis. Por ser Madre de Dios, justamente sois
llamada Madre de misericordia, Medianera de los pecadores, Reparadora del
Mundo, Redentora de cautivos, Áncora firme de nuestra esperanza y Puerto seguro
de nuestra salvación. Qué dicha para nosotros, oh dulcísima Señora, el poder
exclamar con un santo Padre: que tenemos una Abogada que está en el Cielo con
anticipación, la cual, como Madre del Juez y Madre de clemencia, trata con la
mayor eficacia los negocios de nuestra salud; motivo por el cual sois nuestra
intercesora, por quien recibimos en nuestras moradas al mismo Jesucristo.
Favorecednos, Señora, con vuestro poderoso amparo; Vos podéis hacerlo: y, por
lo tanto, después de Dios, en vuestros auxilios ponemos toda nuestra confianza,
seguros que, por vuestra mediación, alcanzaremos lo que humildemente os
suplicamos. Vos sois, Madre cariñosa, la Ester graciosa destinada a proteger
esta Ciudad, y todo el resto de España, y alcanzar la revocación de la
sentencia de exterminio, cuando por la rebeldía de sus desviados, esté para
ejecutarla el divino Asuero. Sois la prudente Abigaíl que sale al encuentro,
cuando como otro David irritado, desenvaina la espada de la divina justicia,
para castigar la ingratitud de tantos Nabales. Sois la fervorosa Tecuita, que
oráis con la mayor eficacia, y os interesáis a fin de que los Absalones, esto
es los pecadores, se arrepientan y conviertan enteramente. Sois, en fin, divina
Señora, un todo para nosotros, pues sois nuestra Madre destinada expresamente
por el mismo Jesucristo, en la persona de San Juan. Dignaos, pues, darnos una
mirada compasiva, y alcanzad para todos los Cristianos la
inestimable prenda de celestiales bendiciones, y en especial para estos devotos
vuestros; para que prosperando todos como verdaderos protegidos de tan poderosa
Abogada en la práctica de las virtudes, de que sois un fiel dechado, merezcamos
vuestro socorro en esta vida y sobre todo en la hora de la muerte; para
acompañaros en el Cielo, dando las debidas alabanzas a Jesús Cristo y a Vos,
digna Madre suya, por toda una eternidad. Amén.
Antífona: Santa María, socorre a los miserables,
anima a los pusilánimes, fortalece a los flacos, ruega por el pueblo, pide por
el clero, intercede por las mujeres devotas: experimenten los efectos de tu
asistencia y amparo todos aquellos que veneran solemnemente tu santo
Patrocinio.
℣.
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.
℟.
Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de
Cristo.
ORACIÓN
Concédenos te
suplicamos, Señor Dios, a nosotros tus siervos, gozar de perpetua salud
de alma y cuerpo, y por la gloriosa intercesión de la Bienaventurada siempre
Virgen María, vernos libres de las tristezas presentes, y conseguir las
alegrías eternas. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
LETRILLA MÍSTICA AL
GLORIOSO PATROCINIO DE NUESTRA SEÑORA LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
De
la vida en las peleas,
De
que el santo Job gemía,
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Hasta
el Líbano volaste,
Águila
de grandes alas,
Y
del cedro nos regalas
La
médula que sacaste:
La
médula en que granjeas
Mi
salud, oh Virgen pía:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Del
seno del Eternal
Acá
el Verbo nos trajiste,
Pues
de carne le vestiste
En
tu seno virginal:
Madre
y Virgen, dos libreas
Vistes
desde aquel día:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Cuando
al Padre te presentas
Con
tan rica vestidura,
De
su Hijo la sangre pura,
Que
es sangre tuya, le ostentas;
Y
dando Él lo que deseas
Añade
con melodía:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Contigo
tan generoso
Si
el Padre se muestra; ¿cuánto
En el
Espíritu Santo
Lo será el
amor de Esposo?
Pues
tú sola me recreas,
Repite,
¡oh paloma
mía!
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Muy
mejor que Salomón,
Pedid
Madre, el Hijo dice,
Que
de mi piedad desdice
Desechar
tu petición:
Antes
bien otorgar creas
Que
es mi gloria y mi alegría:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Como
rueda de Ezequiel
De
mil ojos matizada,
De
mil ojos la mirada
Tiendes
sobre el pueblo fiel:
No
hay miseria que no veas
Y
no alivie tu valía:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
¿Qué de
bienes generosa
No
derramas en la tierra?
¿Qué de
males no destierra
Tu derecha
poderosa?
Por
ti se vencen peleas,
Tú
aniquilas la herejía:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
¿Cuantos
eran ya despojo
Del tartáreo
gavilán,
Y a tu
maternal afán
Los cedió
el divino enojo?
De
tu gloria estas preseas
Son
la rica pedrería:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Más
del Juicio a las señales
En
la luna, sol y estrellas,
De
pavor dando querellas
Están
secos los mortales:
¿A quién,
almas, como reas,
Clamaréis
en la agonía?
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Levantad
vuestra cabeza,
Llega
vuestra redención,
De
una gran constelación
Se
aparece la belleza:
Cedan
las señales feas
De
estotra a la bizarría:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
La
Mujer del sol vestida,
Que,
de estrellas coronada,
De
la luna está calzada,
Es
el gran signo de vida:
En
sus manos tus tareas
Y
tu suerte, oh alma, fía:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
¿Del Juez a
la Majestad
Tu temblor
ya se anticipa?
Mira
al Iris que disipa
De
su ira la tempestad:
Lejos,
lejos las ideas
Del
terror que te afligía:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Sí,
sí, oh Virgen, a ti acudo,
A
tí clama el pecho mío,
Tu
clemencia y poderío:
Es
mi doble fuerte escudo:
Tú
me guarda de las teas
Y
quebranto de aquel día:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
De
Jesús al diestro lado,
Madre
mía, me coloca,
Y
oiga allí yo de su boca:
Ven
al reino preparado:
Para
siempre le poseas
Cual
don de mi Madre pía:
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
Pues,
gran Reina, señoreas
Al
pueblo que en ti confía,
Invencible
escudo seas,
Patrocinio
de María.
℣.
La gracia se difunde por tus labios.
℟.
Porque el Señor te bendijo para siempre.
ORACIÓN
Habiendo
recibido la sagrada prenda de nuestra salvación, concédenos
te suplicamos, Señor, que merezcamos ser amparados en todo lugar y tiempo con
la protección de la bienaventurada siempre Virgen María, en cuyo obsequio te
hemos ofrecido estos dones. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su amor al prójimo, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce protectora mía! ¿Qué amor, fuera el del Criador, podrá jamás compararse con el
que Vos tenéis a los hombres? Si la caridad con Dios y
con el prójimo, siendo verdadera, es inseparable y está muy estrechamente
unida; se deduce con evidencia, que no habiendo existido criatura alguna, que
haya amado más a Dios que Vos, tampoco la ha habido ni puede haberla que, a
semejanza vuestra, haya ejercitado en más alto grado esta virtud para con el
prójimo. Poseída sin interrupción, Madre mía, de estos cordiales sentimientos,
procurasteis compasiva, alcanzar de vuestro amado Hijo, los más abundantes
socorros para toda especie de necesitados. El mismo amor os obligó a rogarle
que dispensase sus beneficios a las almas, aun por medio de portentos; como sucedió
en las bodas de Caná de Galilea, en donde manifestasteis la amargura de aquella
familia a causa de faltarles el vino para los convidados. Sería nunca acabar, ¡oh Virgen pura!, si intentase referir por menor
los innumerables ejemplos de caridad, que vuestro abrasado Corazón ha
franqueado liberalmente a los hombres. Pero donde brilló con mayor eficacia
este amor fue cuando al consentir Vos, Señora, en ser Madre de Dios, os
obligasteis a hacer el penoso sacrificio de vuestro Unigénito, hasta el extremo
de dejar que fuese inmolado por la salvación de las gentes. Por este generoso
consentimiento, cooperasteis en cuanto estuvo de vuestra parte, a la redención
del linaje humano; de este modo, bondadosa Madre, acreditasteis vuestra
ardiente caridad para con nosotros miserables pecadores. Pero ¡qué confusión la mía, oh Señora, al ver que tan mal he
seguido hasta ahora, vuestra doctrina y ejemplo! La ley de vuestro
divino hijo me enseña que los desagrados que he ocasionado a mi prójimo, los
toma Dios por propios; con todo, si registro cuidadosamente mi conciencia,
hallo que me arguye de tanta escoria de rencores, murmuraciones y envidia del
bien ajeno. Mas, ¡oh piadosa Virgen!, protegedme
y comunicad el ardor de vuestra entrañable caridad a mi tibio y empedernido corazón;
que ya propongo practicar fielmente lo que Dios me manda, esto es: amar a mis
hermanos como a mí mismo, y hacer por ellos lo que justamente quisiera se
hiciese conmigo; y sin apartarme jamás de tan cristiana resolución, pueda vivir
como buen discípulo vuestro, y entregar mi alma a vuestro Hijo al llamarla para
la feliz eternidad. Alcanzadme, Madre poderosa, esta gracia y
la que os pido en esta novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios y bien de
mí alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
DÍA TERCERO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su viva fe, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce protectora mía! ¡Qué ejemplos tan instructivos y llenos de consuelo nos da la fe
viva que animó vuestro espíritu, en los preciosos días que vivisteis en este
mundo! Creyendo en el inefable misterio de
la Santísima Trinidad, merecisteis que el Padre os enviase un Ángel con el
feliz anuncio de que sois llena de gracia; creyendo en el Hijo os pronosticó
que habíais de ser Madre del Verbo, pero sin detrimento de vuestra virginal
pureza; y creyendo en el Espíritu Santo, os añadió que concebiríais por obra y
virtud del mismo. En todos los demás misterios que obró la magnífica diestra
del Omnipotente, disteis también un brillante testimonio de una fe firme y
constante; pues sin embargo de que vuestro tierno Corazón estaba traspasado de
dolor y amargura por la rebeldía de tantos ingratos, seguisteis siempre los
pasos de vuestro Hijo santísimo, sin desampararle ni aun en su pasión y muerte.
Allí, Madre amorosa, postrada al pie de la Cruz, le reconocisteis por vuestro
Hijo y Redentor, con la esperanza cierta de su gloriosa resurrección. ¡Oh!, verdaderamente puedo apropiaros aquellas
palabras proferidas por el Salvador en otro tiempo: ¡Mujer,
grande es tu fe! Y si la vuestra, Señora, debe ser el modelo de la de
los verdaderos creyentes, ¿cómo la mía es tan débil
y vacilante, que frecuentemente obro tan al contrario de lo que creo? Es
muy cierto que eta virtud es el fundamento de nuestra justificación, y que no
puedo amar a Dios debidamente, si la fe no me lo hace conocer como Autor de la
gracia; ¡cómo pues he vivido tanto tiempo en
tinieblas basta precipitarme tantas veces en ofensas contra vuestro divino
Hijo! Pero, ¡oh Virgen venerada!, sé
que el verdadero devoto vuestro, esto es: el Justo vive por la fe, que prefiere
lo eterno a lo temporal, y las penas y cruces a los placeres y a todo lo que
deleita los sentidos. Propongo pues pedir continuamente a Dios una fe viva, sin
la cual ninguna virtud puede adquirirse; una fe que me haga ver sus infinitas
perfecciones y los beneficios a que ingrato hasta ahora he correspondido, y
entienda también las obligaciones que debo a su inmensa beneficencia; a cuyo
fin, haced os suplico, Abogada mía, que arregle de tal modo mis procedimientos
en adelante, que abandone enteramente las máximas del mundo, y siga fielmente
las verdades que vuestro Hijo me enseña por medio de su santa Iglesia:
protestando con todas veras, que quiero vivir y morir en tan católicos
sentimientos, y serán como un escudo contra los enemigos de mi salvación. Alcanzadme,
Madre poderosa, esta gracia y la que os pido en esta novena, si ha de ser para
mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
DÍA CUARTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su humildad, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce
protectora mía! ¡Qué humillación tan
profunda la vuestra! ¡Qué otra criatura puede existir en todo el Universo, que
os haya llevado ventaja ni aun semejanza en la rígida profesión de esta sublime
virtud! Durante vuestra vida, manifestasteis constantemente el primer
carácter de humildad, que consiste en s formar un bajo concepto de sí mismo. ¡Más pura que el astro del día, elevada sobre los coros
de los Ángeles y llena de celestiales bendiciones!, siempre se dirigían
vuestras acciones a anonadaros más y más a los ojos de Dios y de los hombres.
La singular prerrogativa de ser Madre de Dios, os hizo más humilde, y los
maravillosos abatimientos de vuestro Hijo, perfeccionaron en Vos de tal manera
esta virtud, que jamás pensasteis en sobreponeros a criatura alguna. Es verdad,
Madre mía, que conocíais bien que Vos sola habíais recibido más gracias que
todas las personas juntas; pero este conocimiento de la grandeza y bondad de
Dios, os humillaba más profundamente; pues es propio de un Corazón sin mancha,
el ser más humilde y agradecido. Cuanto más perfecto y santificado se halla,
más bajo concepto forma de sí mismo, porque reconoce su absoluta nulidad en
comparación del Criador. ¡Oh mansísima Paloma!
¡Cómo reprende mis locuras y soberbia, vuestra rara humildad! ¡Cómo confunde mi
arrogancia, en gloriarme de lo que tengo, siendo digno de vituperio! ¡Cómo mi
vanagloria en querer ser aplaudido de las gentes! ¡Cómo mi obstinación en no
rendirme al prudente juicio de mi prójimo! Mas, ¡oh
Clementísima Señora!, ya detesto de veras estas funestas señales de
soberbia, que por largo tiempo han dominado mi ingrato corazón. Dadme,
Protectora amable, que sepa en adelante imitaros practicando la virtud
contraria a este maldito vicio; a cuyo fin propongo con firmeza, no perder de
vista mis frecuentes recaídas en agravios contra vuestro Hijo crucificado, y el
sumo abatimiento a que le condujo voluntariamente su extremada caridad; huir
absolutamente la vana estimación de los hombres, y seguir constante en vencer
mis pasiones desordenadas. De este modo, Madre mía, a imitación vuestra,
mereceré en el Cielo la exaltación prometida a los humildes por infinidad de
siglos. Alcanzadme, Madre poderosa, esta gracia y
la que os pido en esta novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios y bien de
mi alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
DÍA QUINTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su obediencia, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce protectora mía! Siendo
Vos modelo de perfecta obediencia, y nunca degenerasteis de la exacta
observancia de esta divina virtud. Ya desde niña tierna, mirasteis como la
voluntad de Dios, la de vuestros Padres Joaquín y Ana. Atenta de continuo a sus
disposiciones y consejos, les prestasteis incesantemente la más cabal sumisión
sin manifestar la más mínima repugnancia. Prueba evidente de ello son también,
Señora, vuestro fiel cumplimiento a lo prescrito por el Sumo Sacerdote,
colocada ya en el Templo; y el tan admirable como edificante comportamiento,
que Ejercitásteis en todo el tiempo que fuisteis desposada con el Santo
Patriarca José. ¡Oh Madre humilde! Tan
grabado teníais en vuestro Corazón este espíritu de obediencia, que, en el
grande misterio de la purificación, ansiosa os presentasteis al Templo, como
las demás mujeres, siendo así que la dignidad de Madre de Dios os eximía de la
ley. ¡Oh Virgen benignísima! ¡Qué bien se ajusta
con vuestra profunda mansedumbre, está feliz disposición de vuestra alma! Por
eso fuisteis siempre digna de todo elogio, y elegida por Dios para obrar en Vos
cosas grandes. Si Vos pues, Madre mía, después de Jesucristo fuisteis el
ejemplar más cumplido de obediencia: ¿Cómo infeliz
de mí, tan rebelde a las divinas inspiraciones, he presumido imitar vuestras
virtudes, y merecer vuestra protección? Si el obedecer pronta y
ciegamente a los Padres y demás Superiores, por respeto a Dios, es señal clara
de querer hacer la voluntad de Dios: ¿Cómo he
podido caer en tantas faltas teniendo fe del mérito de esta virtud? ¡Ah!, mi extremado amor propio, reconozco que ha
sido el resorte que me ha apartado de tan justa sujeción. De éste ha echado
mano el común enemigo para armar lazos a mi devoción, hasta lograr hacerla infructuosa;
pues queriendo tan frecuentemente conducirme por mí mismo, solo me he llenado
de dudas y perplejidades. Pero, ¡oh Virgen Madre!, con
vuestro poderoso amparo, no será así en adelante, me sujetaré con gusto al
parecer de los que me mandan; haré el sacrificio de mi propia voluntad,
ofreciéndola enteramente a Dios, manifestada en la persona de los Superiores; y
acordándome siempre de Vos y en especial de vuestro Hijo, que fue obediente
hasta la muerte de cruz, procuraré no olvidar el ejemplo de tan dignos y
primorosos modelos, para merecer después el goce de la patria celestial. Alcanzadme,
Madre poderosa, esta gracia y la que os pido en esta novena, si ha de ser para
mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
DÍA SEXTO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su pureza, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce
protectora mía! ¡Cuán digna sois de toda
alabanza e imitación, pues merecisteis que descendiese en vuestro casto seno el
mismo Dios, que no quiso nacer sino de una Virgen sin mancha! Sí, Madre
castísima: pura en vuestra concepción por una especial gracia del Criador, pura
en vuestro nacimiento y en todo el tiempo de vuestra preciosa vida, nunca
padeció el menor menoscabo vuestra integridad virginal. Como tal fuisteis
siempre digno objeto de las complacencias del Espíritu Santo, que os eligió por
Esposa suya castísima. ¡Oh Corazón purísimo! ¡Oh
María! A tan sublime precio estimasteis esta joya riquísima de la
castidad, que no consentisteis en ser Madre de Dios, hasta que supisteis que
sería sin detrimento de vuestra virginal pureza. Ni aun después de vuestro
dichoso tránsito, estuvo sujeto a corrupción vuestro adorable cuerpo, pues
conducido por un ejército innumerable de Ángeles hasta el trono del mismo Dios,
fuisteis colocada en el Cielo a recibir el premio de vuestras esclarecidas
virtudes, e interceder por nosotros. ¡Ay de mí,
Madre inmaculada! Tiemblo de mí mismo, al acordarme de mi fragilidad y
miseria, que, sin un sumo cuidado, puedo caer tan fácilmente en el vicio
opuesto a esta heroica virtud. Y ¿cómo no debo ir
con la más exquisita precaución en la guarda de este inestimable tesoro, pues tantos
siervos vuestros han habido, que habiendo sido muy observantes de la virginidad
y continencia, han dado después tan repetidas caídas, e incurrido en una
desgracia eterna? ¡Pero no, Madre bondadosa,
no se verifique en mí tan infausto acaecimiento! Vos, siendo toda pura y
hermosa, sois también apacible y clemente; y con tan favorables auspicios,
espero que interpondréis vuestra poderosa intercesión, para que pueda adquirir
esta virtud con el socorro de vuestra gracia. Nunca cesaré, Señora, de pediros
este particular beneficio, pues sois especial protectora para conservar este
don celestial. A este fin propongo con firmeza, oh Virgen purísima, trabajar
sin cesar para lograr y conservar hasta la muerte esta preciosa virtud de la
castidad, viviendo con más vigilancia, y resistiendo con prontitud a todo
pensamiento, a toda mirada y a toda palabra que pueda ofenderla; mortificando con
diligente atención mis sentidos, y entregándome de veras a la oración. Así
pues, haciéndome cada día más puro y agradable a los ojos de Dios, y fiel
imitador de vuestras virtudes, mereceré veros y gozaros en la patria de los
Justos. Alcanzadme, Madre poderosa, esta gracia y
la que os pido en esta novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios y bien de
mi alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
DÍA SÉPTIMO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su paciencia, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce protectora mía!,
adornada de tantas gracias, fuisteis siempre ejemplar de excelencia y
perfección, pues nadie como Vos acreditó más eficazmente el amor a Dios,
observando fielmente su santísima ley; y como las penas son el patrimonio de
las almas justas, de aquí es que cuanto fuisteis más santa y perfecta, tanto
más se purificó vuestra paciencia en el crisol de la mortificación. ¡Oh Madre de amargura! ¡Cuánto tuvisteis que sufrir hasta
la encarnación del Verbo, pues la pureza de vuestras costumbres era la sombra
más desapacible para los viciosos de aquel tiempo! ¡Qué inalterable paciencia manifestasteis
en el absoluto abandono que de Vos hicieron los hombres, en la época de vuestro
dichoso embarazo, pues tuvisteis que recogeros en un miserable albergue, para
dar a luz al que venía a redimirnos! ¡Qué admirable sufrimiento en la
persecución de vuestro Hijo, huyendo a países remotos, para guardarlo de caer
en manos inicua! ¡Qué heroica mortificación, viendo despreciada la doctrina y
santos ejemplos de Jesucristo por la turba de aquellos hombres obcecados e
ingratos! Pero, ¡oh Madre mia!, donde
se acrisoló más vuestra constancia en los padecimientos, fue en la aciaga
ocasión de la Pasión y muerte del tierno Hijo de vuestras entrañas, y, sin
embargo; ¡oh portento de mortificación! Vos,
Virgen prudente, siempre sufrida y anonadada en la más profunda humildad,
habéis sido perfecto modelo de una paciencia sin igual. Más: ¿qué mucho, Señora, que me haya desviado tanto de seguir
vuestro ejemplo, si faltado de fortaleza y tranquilidad de ánimo para sufrir
los trabajos indispensables en esta vida, he incurrido en tantas impaciencias y
enojos? ¿Si, sin atender a que muchas veces he merecido el desprecio de mis
hermanos por mi vanidad y orgullo, he sufrido con tanta repugnancia y desagrado
los sabios consejos y advertencias de personas celosas de mi bien y felicidad? Propongo,
pues, Virgen pacientísima, imitaros más fielmente en adelante en el ejercicio
de esta virtud necesaria para entrar en el reino de los Cielos; sufriendo con
la resignación posible toda suerte de adversidades que el Señor tenga a bien
permitirme, y considerando que la infinita misericordia de vuestro divino Hijo
se digna hacérmelas experimentar para purificar mi alma de toda mancha y
conducirme por este medio por el camino de la salvación, y que guía a la morada
de los escogidos en donde, junto con Vos, Madre mía, alabe a Dios por eternidades
de siglos. Alcanzadme, Madre poderosa, esta gracia y
la que os pido en esta novena, si ha de ser para mayor gloria de Dios y bien de
mi alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
DÍA OCTAVO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su modestia, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce protectora mía! Un interior como
el vuestro tan santamente arreglado, no podía menos de producir la más
edificante modestia en todas vuestras acciones y palabras. Tanto era el dominio
que teníais sobre vuestras potencias y sentidos, que todos vuestros modales
iban adornados del recato, la decencia y el pudor. Ellos eran una prueba
convincente del candor que hermoseaba vuestra alma purísima. ¡Oh Madre mía!, ¡qué moderación en el hablar! ¡Qué
compostura en el vestir! ¡Cuánto recato en los ojos! ¡Cuánta dulzura y suavidad
para con los que tenían la dicha de tener comunicación con Vos! Con
razón pues, Señora, pueden vuestros devotos esmerarse en seguir vuestro
ejemplo, ya que vuestra modestia fue en todos tiempos el objeto de todo elogio
y alabanza. Esta amable y celestial virtud que tan eminentemente resplandeció
en Vos, Virgen pura, es la que, por un reprensible descuido, he omitido
practicar con harta frecuencia; pues por mi descomposición interior, he
discurrido vanamente por las cosas terrenas, que me han conducido a varios
desórdenes. ¿Cuántas veces habré dado mal ejemplo
al prójimo, y causándole tal vez la ruina de su alma? ¿Cuántas veces mi vista
poco recogida se ha fijado en objetos pecaminosos? ¿Cuántas mi porte irregular
y poco ajustado ha abierto brecha a la profanidad y desvío de algunas almas
sencillas e inocentes? ¡Ah! Sin duda
que esta triste negligencia la ha ocasionado mi poco estudio en pensar que
estuve a la presencia de Dios; no atender que Vos, como Madre tierna y deseosa
de favorecerme, os constituís como testigo de mis acciones y palabras; y que,
como fiel discípulo de vuestro Hijo, debo conformar con su santa ley todos mis
discursos, mis pasos y mis obras. Mas ¡oh Soberana
Madre!, conozco mi ingratitud, y resuelvo con toda eficacia no apartarme
un instante de seguir el modelo que presenta Jesucristo en su santísima Vida, y
el que ofrecéis Vos, que tan fielmente le imitasteis como dechado de la más
edificante modestia; de este modo, esta virtud regida por el interior unido y
recogido, contribuirá a glorificar vuestras perfecciones como Madre de Dios, a
edificar a mis hermanos y procurar el aprovechamiento de mi alma para merecer
después la posesión de la eterna gloria. Alcanzadme, Madre poderosa,
esta gracia y la que os pido en esta novena, si ha de ser para mayor gloria de
Dios y bien de mi alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
DÍA NOVENO
Por
la señal…
Acto
de contrición y Oración para todos los días.
En este
día obsequiemos a María por su oración, e invoquemos Su patrocinio para imitarla en esta virtud.
¡Oh María, dulce protectora mía! ¡Vos, cual hermosa paloma, os remontáis sobre todas las cosas
terrenas para tener feliz descanso en las celestiales y eternas, por medio de
la contemplación y oración! Absorta vuestra alma en la
meditación de las excelencias y atributos del Criador, aprendisteis
perfectamente el ejercicio de todas las virtudes. ¡Oh
Virgen bienaventurada! Si en alguna criatura se ha verificado lo que
dijo vuestro Hijo, de que conviene siempre orar, fue sin duda en Vos; pues en
la oración fundasteis vuestras delicias y placeres; y por ella, os colmó el
Señor de dones y beneficios. Con el fervor y constancia en la misma, adquirió
nuevos grados de excelencia vuestra devoción; y los consuelos del Cielo fueron
más sublimes y elevados. ¡Qué aspiraciones tan
tiernas! ¡Qué lágrimas tan afectuosas! ¡Qué transportes y éxtasis tan dulces,
pensando en el precioso objeto de vuestro amor! En esta divina práctica
merecisteis, Madre bienaventurada, la dichosa embajada del Arcángel San
Gabriel. En la feliz ocasión de orar, fuisteis acreedora a las bendiciones del
Altísimo, participándoseos que erais llena de gracia. Pero, ¡qué diferente conducta la mía, oh Virgen pura!
Ahora conozco claramente que mis muchas imperfecciones y el poco fruto de mis
devociones han provenido de no dedicarme con fervor y perseverancia en tan útil
y recomendable ejercicio. Por esta falta he sido tan infiel a las inspiraciones
del Señor, y han sido defectuosas las obras dirigidas a su Divina Majestad. ¡Cuán vanamente he presumido alcanzar por medio de
vuestra intercesión las misericordias de vuestro Unigénito, si he hecho tan
poco caso de tan cristiana ocupación! Mas miradme con compasión, Madre
mía, no será así en adelante, pues ya propongo aplicarme constantemente a la
santa práctica de la oración, para saber conocer y agradecer mejor las bondades
y clemencias de todo un Dios tenidas para conmigo, miserable pecador; y
adquirir el difícil conocimiento de mí mismo para servirle con más fidelidad,
confuso como me hallo, atendido el crecido número de mis ingratitudes; y así
trabajando incesantemente en enmendarme y perfeccionarme, pueda felizmente
lograr el fin para que fui criado, que es gozar de Dios en compañía vuestra,
sin interrupción y por siempre. Alcanzadme, Madre poderosa,
esta gracia y la que os pido en esta novena, si ha de ser para mayor gloria de
Dios y bien de mi alma. Amén.
—Pedir la
gracia que se desea recibir. Rezar siete Padre nuestros, Ave Marías y Gloria
Patri. Las Oraciones y la Letrilla se dirán todos los días.
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