La
Novena fue publicada en 1886, y cuenta con la aprobación por parte del Obispado
de León (Guanajuato, México).
COMENZAMOS: 10 de septiembre.
FINALIZAMOS: 18 de septiembre.
FESTIVIDAD: 19 de septiembre.
NOVENA EN HONOR DE
NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE
Por
la señal ✠ de la santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos
líbranos,
Señor
✠ Dios
nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO
DE CONTRICIÓN- PARA TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
¡Adorable
salvador de nuestras almas! Ya
no eres tú el Dios terrible que con voz de trueno hablabas a los hijos de
Israel que temían morir: eres el Dios manso y benigno que nos hablas con la
suavidad de la brisa, por medio de María tu Madre Virgen para convertirnos. ¡Con qué ternura y caridad nos reprendes!, pues a
la vez que nos amenazas con el castigo, nos ofreces tu misericordia para que no
perezcamos. Por tanto, humillados profundamente en tu presencia, escuchamos tus
llamamientos y te pedimos perdón por nuestros pecados. Venga a nosotros tu
misericordia antes que el rigor de tu justicia, y quedemos a ti convertidos,
para que, sirviéndote fielmente en nuestra vida, merezcamos amarte y bendecirte
en el Cielo para siempre. Amén.
ORACIÓN INICIAL- PARA
TODOS LOS DÍAS DE LA NOVENA
¡Reina de
las Vírgenes y Madre de Jesucristo!
¿Cómo es posible contemplarte en actitud de tristeza, sin que
nuestra alma quede profundamente conmovida? ¿Cómo podremos verte contristada
por nuestros pecados, sin arrepentirnos en lo íntimo de nuestro corazón? Tú
lamentas las ofensas que hacemos a tu dulce Jesús, y como una Madre interesada
por nuestro bien, quieres evitar nuestra perdición y nos haces escuchar tus
avisos maternales. No queremos, pues, verte llorosa y afligida, ni ser más los
crueles instrumentos de tu pena. Cese ya nuestra ingratitud, y muera en
nosotros el pecado que detestamos con toda la fuerza de nuestras almas: Estos
son tus deseos y a este fin te apareciste en la Salette como una celeste
Misionera para predicarnos la penitencia y nuestra conversión a Dios. En tus
manos, pues ponemos nuestra salvación. Recibe nuestro arrepentimiento y haz que
nos sometamos fielmente a la ley de tu santísimo Hijo. Amén.
DÍA PRIMERO - 10 DE SEPTIEMBRE
El sábado 19 de
septiembre de 1846, víspera de la fiesta de los dolores de María Santísima, que
la santa Iglesia celebraba en la tercera domínica de este mes, los pastorcitos
Maximino y Melania, el primero de once años de edad y la segunda de catorce años
nueve meses, cuidaban sus vacas en un monte de los Alpes llamado la Salette, en
Francia. Y he aquí que después de mediodía, vieron junto a una fuente seca una
claridad más luciente que el sol, y en su centro una hermosa Señora, sentada en
actitud de tristeza. Mientras los dos niños admiraban aquel portento, la Señora
cruzando los brazos en forma misionera, se puso en pie y les dijo: “Avanzad hijos míos, no temáis; yo estoy aquí para contaros una
gran novedad”. Los
niños se acercaron a la vez que la radiante Señora avanzó hacia ellos; y
colocada en medio de los dos les dijo llorando: “Si mi
pueblo no quiere someterse, yo me veo forzada a dejar caer el brazo de mi Hijo.
Es tan fuerte y tan pesado, que ya no puedo sostenerlo” (Relación de Maximino). He aquí las primeras
palabras con que María comienza a desempeñar en favor nuestro una misión de paz
y de clemencia. En medio de las tinieblas que nos cubren, de pecados, de falsas
doctrinas y de impiedad, María como “estrella
refulgente cuya claridad apacible ilumina la tierra, fomentando las virtudes y
ahuyentando los vicios” (San
Bernardo),
viene en persona para indicarnos el camino que conduce al Cielo.
Ella ve que olvidados de Dios hemos
infringido su santa ley; que apegados al mundo nos hemos disipado y corrompido;
y que en vez de trabajar por nuestra salvación, solo buscamos la vanidad y los
placeres: y cuando ya estamos llenando la medida con tantos pecados, y la
venganza divina está para caer sobre nosotros, María como por último recurso de
su caridad, se digna anunciarnos el peligro en que estamos de perdernos,
pidiéndonos con lágrimas, que nos sometamos a la ley de su santísimo Hijo;
porque de lo contrario, se verá forzada a dejar caer aquel brazo vengador. Y no
es que a María le falte poder ni compasión para convertir en clemencia la ira
de Dios, sino que nuestra dureza y obstinación le atan las manos para sostener
aquel peso formidable; porque cuando la divina Justicia es ofendida por el
pecado y no se le quiere satisfacer por la penitencia, es necesario que sea
vindicada por el castigo. ¿Vendrá éste sobre nosotros por nuestra pertinacia, a
pesar de los esfuerzos que hace María para que lo evitemos? ¿Las lágrimas tan
sentidas de este buena Madre, que han convertido en Francia a tantos pecadores,
serán para nosotros de ningún interés? ¿Qué más puede hacer una madre cuando ve
que su hijo va a ser castigado, sino avisarle que se humille y arrepienta para
que evite el castigo? Pues esto
es lo que María nos pide con llanto y gemidos. Correspondamos a nuestra buena
Madre tanta fineza, y desagraviemos a su Santísimo Hijo con nuestra penitencia
y mudanza de vida.
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
PRIMERO
¡Con qué
sublimes encantos te presentas a nosotros, ¡oh María!, en forma de celeste
misionera, para convertirnos a tu Divino Hijo Jesús. ¡Con
qué dulcísima caridad nos amonestas para que evitemos el castigo y obremos
nuestra salvación! ¿Y quién se resistirá a
la eficacia de tus purísimas lágrimas virginales? ¡Oh María! Que estas lágrimas caigan sobre
nosotros como el rocío sobre la tierra sin agua, como la lluvia sobre la
campiña, como la llovizna sobre la grama, y queden nuestras almas convertidas
al eco armonioso de tu saludable predicación, a fin de que, haciendo penitencia
por nuestros pecados, desagraviemos, amemos y sirvamos a nuestro Señor
Jesucristo. Amén.
GOZOS EN HONOR A NUESTRA
SEÑORA DE LA SALETTE
¡Oh
María! por
tu inocencia
Y
por tu llanto y dolor:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
Dos
inocentes pastores
De
la Salette en la altura,
Te
vieron, ¡oh
Virgen pura!,
Entre
vivos resplandores,
Y
admiraron tu presencia
En
actitud de dolor:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“¡Oh hijos
míos!, avanzad”,
Les
dijo tu voz doliente:
“Vengo a
contaros clemente,
Una gran
novedad”.
Y
de tu llanto la fluencia
Reconviene
al pecador:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“Si no
quiere obedecer
Mi pueblo
la ley sagrada,
Yo me veré
precisada
A dejarlo
perecer.
¡Cuánto su
mala conciencia
Carga el
divino furor!”:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“¡Oh, sí
quisierais creerlo!
El brazo
de Dios airado
Es tan
fuerte y tan pesado
Que no
puedo sostenerlo.
Haced
todos penitencia
Con temor
y con temblor”:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“Yo ruego
en la eternidad
Por
vuestro bien y salud;
Pero
vuestra ingratitud
Se olvida
de mi bondad
¡Ay!
Vuestra fría indiferencia
Debe
causaros pavor”:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“Del
Domingo y día festivo
La
profanación frecuente,
La
blasfemia irreverente
Y la
impiedad del altivo:
Esto carga
con frecuencia
El brazo
de mi Hacedor”:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“De los
actos religiosos
Os burláis
con artificio,
Y del
Santo Sacrificio
Os
olvidáis perezosos.
Ni el ayuno
y la abstinencia
Queréis
guardar con fervor”:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“Si os
convertís a mi Dueño,
Os dará
dicha cumplida,
Será feliz
vuestra vida.
Y
tranquilo vuestro sueño.
Pedid
piedad e indulgencia
A vuestro
Dios y Señor”:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
“Haréis
saber esto vos
A mi
rebaño, hijos míos:
Que
abandone sus desvíos
Y se
convierta a su Dios.
Tan
bondadosa excelencia
Escuchará
su clamor”:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
Dijiste;
y en el momento,
Tus
facciones escondiendo,
Fuiste
desapareciendo
Como
astro del firmamento.
Los
dos niños en tu ausencia,
Dieron
fe de tu primor:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
La
fuente que sin raudal
Tocó
tu planta serena,
Hoy
se mira de agua buena
Convertida
en manantial.
Su
frescura y trasparencia
Da
la salud y vigor:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
Todo
el mundo a ti ha venido
Como
a su amparo y consuelo,
Porque
a su voz se abre el Cielo
En
favor del desvalido,
Y
tú le prestas audiencia
Y
le impartes tu favor:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
Oh
María, por tu inocencia
Y
por tu llanto y dolor:
Misericordia
y clemencia,
Madre
del Divino amor.
ORACIÓN FINAL
Compungido
nuestro corazón y conmovida nuestra alma por la filial confianza que tenemos en
ti, ¡Oh Madre de Jesús!, imploramos tu auxilio para
que nos reconcilies con Dios. A este fin te apareciste en la Salette derramando
lágrimas por nuestra desgracia, y exhalando tiernos suspiros por nuestra eterna
salud. Tú quieres que nos sometamos a la ley de Dios y de la santa Iglesia
porque en ello estriba nuestra verdadera felicidad y el honor que se debe a tu
Santísimo Hijo. Quieres que vivamos como verdaderos cristianos; que no nos
olvidemos de tus piedades; que nos acojamos a tu dulce protección. Por tanto,
venimos hoy a tus plantas, ¡oh María!, atraídos
por tus finezas y por tu amor. Favorécenos contra el azote de la divina
justicia, y haz que obtengamos los saludables efectos de tu misión sublime.
Queden grabadas en lo íntimo de nuestra alma tus sentidas quejas para
corresponder a tus deseos, temamos los castigos de Dios y obedezcamos su santa
ley; confiemos en tus promesas para animarnos a practicar el bien. ¡Oh hermosa Misionera!, dígnate bendecirnos con la
imagen de Jesús crucificado que traes sobre tu pecho para que, convertidos a
Dios, por tu medio consigamos la perseverancia final y la eterna salvación. Amén.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO - 11 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
Dios nos habla por la frecuente predicación
de sus ministros en el templo, y por la voz de sus pastores que nos invitan al
cumplimiento de la ley divina, nos amonesta por medio de su Vicario el Sumo
Pontífice que levanta su voz para despertarnos del sueño de muerte en que
permanecemos sin temor; mas no contento con esto, se vale del atractivo más
eficaz que atesora en sus bondades para ganarnos, y permite que su augusta
Madre nos hable en persona para convertirnos. “¡Cuánto
tiempo ha que sufro por vosotros!”, nos
dice la Virgen bendita. “Si quiero que mi Hijo
no os abandone, estoy encargada de rogarle sin cesar, y vosotros no hacéis caso
de ello” (Relación
de Melania). María sufre por nosotros en la pérdida de nuestras almas que tanta
sangre costaron a su santísimo Hijo, a quien volvemos a crucificar cuando
pecamos; sufre en la ingratitud con que correspondemos a sus bondades,
renovando sus dolores y sus lágrimas; sufre en la frialdad e indiferencia con
que miramos su maternal solicitud. Por esto es que nos dirige sus quejas, como
una madre resentida por nuestra indigna conducta.
Nosotros
ofendiendo a Dios y María suspendiendo el castigo que merecemos: he aquí la
continua lucha que la bondad de María ha entablado con nuestra obstinación y
que nos manifiesta con lágrimas de ternura. María ve que nuestra pertinacia
atrae el castigo sobre nosotros, y movida a compasión vuela desde luego con las
alas de su piedad y misericordia y hace un esfuerzo para salvarnos. Como si
dijera a su Santísimo Hijo: “Detén un poco, te
suplico, el brazo de tu justicia: Yo misma iré en persona a avisar a mi pueblo
para que se convierta. Tu honor y su bien me interesan en el alma, porque no
puedo dejar de tener sentimientos de Madre; y, si con esto mi pueblo no quiere
someterse, entonces me veré forzada a dejar caer tu brazo justamente airado”. ¿No escuchamos aquí los acentos compasivos del amor maternal de
María? ¿No vemos el sumo empeño que nuestra buena Madre tiene para librarnos
del castigo? ¿Hemos de quedar envueltos en la venganza divina no obstante el
interés que María tiene por nuestro bien?
Es ya hora de levantarnos del sueño, y salir del letargo que nos conduce al
abismo. Enjuguemos las lágrimas de María con
nuestro arrepentimiento y penitencia, y vivamos siempre agradecidos a sus
imponderables finezas.
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
SEGUNDO
¿Qué sería de nosotros,
¡oh María!, si tu no fueras nuestra poderosa Abogada? ¿En dónde estaríamos
ahora sufriendo el eterno castigo si no fuera por tu benéfica intercesión? Tú
nos has librado de la muerte eterna; tú has suspendido los castigos que nos
venían del Cielo; tú nos has amonestado para que no perezcamos; tú nos llamas
con ternura maternal. ¿Quién resistirá a tan dulces
llamamientos? Nosotros hemos oído tu voz y venimos a ti para ponernos al
abrigo de tu manto. ¡Oh cuan dulce es verter a tus
plantas las lágrimas de nuestro arrepentimiento! Dígnate recogerlas y
presentarlas a tu Santísimo Hijo como fruto especial de tu misión sagrada.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
DÍA TERCERO - 12 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
Cuando ya no se
respeta la ley eterna que debe normar nuestra conducta y ajustarla a la
voluntad del Supremo dominador de las naciones; cuando a Dios se le niega el
culto que se le debe, se olvidan sus beneficios, se profanan sus días festivos,
se maldice su santo Nombre; cuando
cada quién de nosotros en particular no contamos un solo día de nuestra vida en
que no hayamos ofendido a Dios; en vista de tantas ofensas ¿qué debemos hacer para desagraviar al
Señor e inclinarlo a que nos perdone? María
Santísima nos lo manifiesta en la Salette con estas palabras: “Mucho tenéis que orar, mucho bien que hacer, jamás podéis
recompensar las penas que paso por vosotros” (Relación
de Melania).
La
oración que penetra el Cielo y que vence a Dios, y la práctica del bien en
contraposición a tanto mal: He aquí dos remedios
eficaces que María nos prescribe en cooperación a sus ruegos para contener el
castigo. Por lo demás, si María vierte lágrimas y se manifiesta en
actitud da tristeza, si hace mención de las penas que pasa por nosotros, no es
que en el estado de gloria en que se encuentra pueda sufrir estos males
físicos, puesto que sus sentidos en tal estado son incapaces de toda
alteración; sino porque estos sentidos pueden ser movidos por las cosas sensibles
de una manera intencional y perfecta en expresión del angélico Doctor Santo
Tomás de Aquino: “De otro modo sus
sentidos estarían ociosos, lo cual sería contra la perfección de su estado” (Suma contra los Gentiles. cuestión
83) En vista de tales sentimientos que María manifiesta por
nuestro bien debemos elevar nuestras almas a Dios por medio de la oración,
compungidos por nuestros pecados; debemos pedirle perdón con sentimientos de
verdadera penitencia; debemos vencer el mal en el bien, cumpliendo con exactitud
los mandamientos del Señor; y de este modo, asociados a las lágrimas de María,
calmaremos siquiera su llanto, ya que no podemos recompensar sus penas;
escucharemos su voz doliente que dirige a nosotros en la soledad; y secundando
sus santos deseos, entablaremos una vida nueva que no desdiga en nada de sus
buenos hijos y fieles siervos.
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
TERCERO
Tú, ¡oh
María!, Maestra
de los fieles y augusta Misionera de los pecadores, que con tanto amor nos
invitas a que hagamos penitencia por nuestros pecados, envíanos un rayo de luz
que nos ilumine para separarnos de la vía que nos conduce al abismo. Enséñanos
a hacer oración y a practicar el bien, para que, desprendidos de la tierra,
elevemos al Cielo nuestros suspiros, y haciendo la voluntad de tu santísimo
Hijo, le desagraviemos con nuestras buenas obras. Esto te pedimos fiados en tu bondad y llenos de confianza en tu
protección.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
DÍA CUARTO - 13 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
Después que María se queja en general de la
infracción de la ley de Dios, desciende en particular a lamentar la profanación
del día del Señor, con estas palabras: “Os he
dado seis días para trabajar; dice el Señor; no me he reservado más que el
séptimo y no queréis concedérmelo: Esto es lo que hace tan pesada la mano de mi
Hijo” (Relación
de Melani).
La santificación del Domingo es tan sagrada, que el
mismo Dios que obró la creación en seis días, quiso descansar el séptimo; y no
porque la creación ocasionara a Dios cansancio, sino porque se reservó este día
para su gloria y para nuestra santificación. Nada hay más justo que la
santificación del Domingo con relación a Dios, ni más útil para nosotros en el
orden temporal y espiritual. La profanación de este día es la suprema
ingratitud al amor de nuestro Dios y el desconocimiento de su divina influencia
y supremo dominio. Como los hijos que gastan la herencia y se echan después
sobre los bienes que el padre dejó para sí, con grave injuria de la reverencia
y amor que se le debe, así nos portamos nosotros cuando profanamos el día del
Señor.
En el orden temporal esta institución es tan
necesaria, que a su observancia está vinculada la prosperidad del individuo, de
la familia, de los pueblos, de las naciones, porque sabido es que ningún
negocio prospera si Dios no lo bendice, y Dios no puede bendecir el trabajo que
ha prohibido en el día festivo. ¡Con razón los que trabajan en día festivo, lejos de
reportar utilidad de sus afanes, reportan la miseria y la desgracia, porque a
su trabajo no desciende la bendición de Dios! Pero no es solo
nuestra utilidad temporal lo que debe inducirnos a santificar las fiestas y
días del Señor, es principalmente la obediencia que debemos a nuestro Dios, la
gratitud que nos exigen sus beneficios, la obligación de confesar nuestra
dependencia de sus manos y nuestra propia santificación, es el deber que
tenemos de alabar su providencia que nos cuida, su poder que nos mantiene, su
paciencia que nos sufre, su misericordia que nos perdona; es, por fin, la
confesión que debemos hacer de su existencia como causa primaria de todos
nuestros bienes, como fin último de nuestra vida, blanco de nuestros deseos y
único objeto de nuestra esperanza. Esto es lo que debe movernos a santificar el
día del Señor. Su profanación debe hacernos temblar, así como de su observancia
todo lo podemos esperar, la prosperidad, la salud, la gracia y la salvación.
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
CUARTO
¡Oh María! Compungidos íntimamente
por la profanación del día del Señor a quien debemos todo honor y reverencia,
nos postramos a tus plantas para que recibas nuestro arrepentimiento y nuestra
contrición. Piedad, ¡oh María!, por tan
sacrílega profanación. De hoy en adelante queremos honrar al bienhechor de
nuestra vida santificando el día que se ha reservado para Sí. Alcánzanos esta gracia por amor de Jesús, y concédenos que tus
ruegos aplaquen su indignación.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
DÍA QUINTO - 14 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
No hay cosa más eficaz para ganar nuestro
corazón que los beneficios; más cuando se trata de los beneficios de Dios,
parece que estos pierden su eficacia para hacernos amar a nuestro soberano
bienhechor. Muy lejos de una gratitud tierna y reconocida, el hombre blasfemo ultraja el nombre del Señor, y de este
horrendo pecado propio de los réprobos se queja la purísima Virgen María en la
Salette con estas palabras: “Los que
conducen carros no saben jurar sin poner en ello el nombre de mi Hijo”; y refiriéndose a la
profanación del Domingo y a la blasfemia, añade: “Estas son las dos cosas que cargan tanto la mano de mi Hijo” (Relación de Melania).
¿Y cómo podrá ver con indiferencia la tierna Madre de
Jesús, que su amantísimo Hijo sufra de sus redimidos las más negras injurias
que solo el recordarlas pone horror aun a las almas menos timoratas? ¡Si estos ingratos conocieran con cuanto amor nos trata
nuestro buen Dios, y con cuánta paciencia nos sufre! ¡Si consideraran los
inmensos beneficios que continuamente nos hace, si vieran con cuánto anhelo y
ternura nos llama, y cómo nos espera con los brazos abiertos, y cómo no cabe de
gozo cuando nos convertimos, si supieran que aun los mismos males de la vida
son bienes que nos da su mano bienhechora para salvarnos, nunca cometieran el
criminal atentado de llamar a Dios injusto y tirano, ni proferirían insultos
contra el Señor, tan horrendos que la pluma se resiste a designar! ¡Increíbles
parecen tan horribles blasfemias; pero el hecho es que el siglo descreído en
que vivimos las ha escuchado y no sin horror! En vista de esto, tenemos que
admirar que la justicia de Dios no haya lanzado sus rayos sobre nosotros. Tenemos
que ver a toda luz la inaudita paciencia con que Dios nos sufre y la justa
reconvención que María nos hace, no con la severidad que debiera, sino con
ternura maternal con suavidad incomparable. Aborrezcamos para siempre este
pecado de la blasfemia, que hiere profundamente a tan buena Madre y a tan buen
Hijo. Detestemos esta ingratitud con toda nuestra alma y en desagravio de tal
crimen bendigamos sin cesar a Jesús y a María.
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
QUINTO
¡Oh María, siempre benigna y misericordiosa!
¿Cómo no agradeceremos tu amor y piedad para con
nosotros, cuando viendo a tu santísimo Hijo tan ofendido interpones tus ruegos
para que no nos castigue? ¿Como no bendeciremos a nuestro Señor Jesucristo que
es tan bueno y a ti que eres tan amable y bendita? ¡Oh María! Lloramos amargamente las blasfemias y
profanaciones del santo nombre de Dios, y queremos bendecirlo en todos los
instantes de nuestra vida. Alcánzanos la gracia de
bendecirlo también en nuestra muerte y en tu compañía en el Cielo. Amén.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
DÍA SEXTO - 15 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
La purísima
Virgen María continúa diciendo a los pastores de la Salette estas palabras: “Si la cosecha se pierde, es por vuestra causa”. En seguida les recuerda la
pérdida de una cosecha, en vista de la cual, lejos de pedir misericordia, los
hombres juraban y profanaban el Nombre de Dios. Les anuncia, además, que la
pérdida continuará, que vendrá una gran hambre; que antes que esta llegue, los
niños menores de siete años serán acometidos de convulsiones, y que con ellas
morirán en los brazos de los que los tengan; y que los demás harán penitencia
por el hambre.
El fin de estas predicciones que María
Santísima hace a Francia, como a nosotros, es nuestra conversión. ¿Y quién duda
que los bienes temporales sean un don de Dios y que la privación de estos por nuestros
pecados, es la voz del Señor que nos habla, para que, volviendo sobre nuestros
pasos, no olvidemos ya por más tiempo el cumplimiento de su santa ley?
Dios nos quiere someter a su voluntad santísima por el castigo temporal, que
por medio de María se digna anunciarnos con entrañas de padre amoroso, a fin de
que lo evitemos clamando a su bondad en medio de la tribulación; porque, como nos ama con amor de Padre, quiere por este
medio librarnos del castigo eterno; y este es su fin principal, al amenazarles
con el azote de su justicia. Besemos, pues, la mano de nuestro Padre que
no nos castiga sino para salvarnos. Oigamos a su voz misericordiosa, y no
queramos endurecer nuestro corazón, desatendiendo a sus reconvenciones.
Clamemos a Dios en lo íntimo de nuestro pecho y nos oirá: busquemos la gracia y busquémosla por medio de María
nuestra insigne Abogada. ¡Con qué prontitud y sumisión debemos oír a María que nos
busca para Dios! ¡Con qué cristiana atención debemos escuchar las
amonestaciones de nuestra augusta Misionera! ¡Con qué gratitud debemos servir a
Dios para amarlo y bendecirlo en unión de nuestra Reconciliadora y dulce Madre!
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
SEXTO
Te
saludamos, ¡oh María!, con
la pronta sumisión de hijos reconocidos. Te bendecimos con toda la efusión de
nuestra alma porque eres nuestra ventura y nuestra reconciliación con Dios. ¡Oh tierna Abogada nuestra! No queremos ofender
más a tu Santísimo Hijo Jesús: nos
arrepentimos de haber pecado, proponemos la enmienda de nuestra vida y
esperamos que nos alcances la gracia de la perseverancia final, y que nos
libres de los castigos temporales y de la eterna condenación.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
DÍA SÉPTIMO - 16 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
María
Santísima en la Salette no solamente nos anuncia los castigos que nuestros pecados
atraerán sobre nosotros, sino también las bendiciones que Dios nos dará, si,
oyendo su voz, nos convertimos: “Si ellos se
convierten, dice, las piedras y las rocas se cambiarán en montañas de trigo y
las patatas se sembrarán por sí mismas en lo ancho de la tierra”.
¡Cuán bueno y misericordioso se manifiesta el Señor
cuando nos anuncia el castigo que merecemos para librarnos de él, si contritos
y penitentes invocamos su protección! ¡Pero cuánto más bueno y misericordioso
es nuestro Dios cuando nos promete colmarnos de beneficios, si escuchamos su
voz y nos convertimos! Cuando
sumidos en la miseria y la angustia levantamos al Cielo nuestros ojos llorosos
para buscar un auxilio, entonces escuchamos una voz oculta que nos dice: “Convertíos a mí y yo me convertiré a vosotros”. Es la voz de Dios que nos
presenta el aliciente de sus beneficios ofreciéndonos su gracia y llamándonos
con suavidad a penitencia. Es la voz de Jesús que no quiere nuestra perdición,
sino nuestra eterna salud. Es la voz de la divina clemencia que nos busca por
medio de María para darnos la salud y la vida, ¿Quién permanecerá sordo a tan dulces
llamamientos? ¿Quién no escuchará la voz de María que, con entrañas maternales,
se interesa por nuestra felicidad? ¿Quién no vendrá a María, en cuyas manos
está un tesoro de gracias para enriquecernos y bajo cuyo amparo siente nuestra alma
el bienestar de un indecible consuelo? Dirijamos a la Madre de Jesús
nuestros suspiros y nuestros votos, animémonos con las promesas que nos hace si
nos convertimos, volvamos nuestros pasos a Dios, por medio de una verdadera
penitencia, y obtendremos sin duda los bienes temporales que nos convengan para
nuestra salvación.
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
SÉPTIMO
Te
saludamos, ¡Oh María, Madre de Dios!, causa de nuestra alegría y
remedio de nuestros males. Te saludamos, bellísimo encanto de nuestras almas,
dulcísimo consuelo de nuestra vida, Madre llena de ternura para nuestro
corazón. Te saludamos y venimos a ti para depositar a tus plantas las lágrimas
de nuestra contrición. Seas bienvenida, ¡oh
Misionera sublime!, seas bienvenida y queden nuestras almas inflamadas
en tu caridad. Tu amor purísimo es más que suficiente para premiar nuestra
sumisión a Dios, ¿y aún nos ofreces bendiciones
temporales? ¡Oh, cuan bueno es tu Dios y
nuestro Dios! ¡Cuán buena eres tú, delicia nuestra! Madre amable, conviértenos: defiende nuestra causa y no nos
dejes perecer.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
DÍA OCTAVO - 17 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
Una vez verificada nuestra conversión a Dios
por efecto de su gracia y por los ruegos de María nuestra amada protectora, ¿a qué medio
podremos recurrir para perseverar en la virtud? La bendita Virgen María nos lo manifiesta en la
Salette con entrañable amor: “¿Hacéis bien vuestra
oración, hijos míos?” preguntó a Maximino y a Melania; y estos respondieron: “Casi nada, señora”. La
inmaculada Virgen añadió luego: “Es pues preciso
hacerla, hijos míos por la mañana y por la noche. Cuando no podáis hacerlo
mejor, rezad solamente un Padre nuestro y un Ave María; y cuando tengáis
tiempo, rezad más”.
La augusta Señora se queja enseguida del
menosprecio en que se tiene la Santa Misa, a la cual no van más que
determinadas personas; se quejan de la burla que muchos hacen de los actos
religiosos; se queja por último de la infracción del ayuno y de la abstinencia.
Dos son, pues, los remedios eficaces que la soberana Reina del Cielo nos
prescribe para obtener la eterna salud: la oración
y el ayuno.
¿Quién duda que el hombre en la actualidad se haya
materializado, no buscando su cielo más que en la tierra, y no deseando otra
cosa más que pan y placeres? Pues
nada más a propósito para desarraigar nuestros afectos de la tierra, que
levantar a Dios nuestras almas por medio de la oración; nada más conducente a
refrenar los apetitos de la carne que la santa mortificación que trae consigo
el ayuno. Tenemos que pelear con aquel género de demonios que, en expresión de
Nuestro Señor Jesucristo, solo pueden vencerse con el ayuno y con la oración.
La oración, pues, y el ayuno que tanto recomendó el arcángel San Rafael, y que
ahora encarece la misma Madre de Dios, son las armas poderosas con que venceremos
a nuestros enemigos; son la fuerza vital que nos levantará del estado de
postración en que estamos para ver, animados, la luz de la Gracia, y merecer
así el premio que Dios tiene reservado a los que le sirven.
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
OCTAVO
¡Oh María, Mensajera celeste de la ventura! Con cuánta confianza
debemos recurrir a ti que eres tan rica y bondadosa, y que tan de veras quieres
salvarnos. Tú eres la repartidora de los tesoros de Dios, nuestra buena Madre,
nuestra Maestra y protectora. Por tales privilegios enséñanos a orar y nos
desprenderemos de la tierra para elevar nuestras miradas al Cielo, enséñanos a
ser mortificados para vencer los estímulos de la carne; y alcánzanos la gracia de una verdadera conversión a Dios,
estimando debidamente la oración y el ayuno que tanto nos recomiendas. Amén.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
DÍA NOVENO - 18 DE SEPTIEMBRE
Por
la señal...
Acto
de Contrición y Oración inicial...
Una vez que la
purísima Virgen María manifestó a los dos pastorcitos sus quejas, sus amenazas,
y sus promesas, después que la misma Señora confió un secreto a cada uno de los
dos niños, les dijo: “Pues bien, hijos
míos, vosotros haréis saber todo esto a mi pueblo”. Y pasando del punto en
donde estaba, sin volverse a los niños, les dijo de nuevo: “Pues bien, hijos míos, vosotros haréis saber todo esto a mi
pueblo”. Y andando sobre la yerba verde sin tocarla, seguida de Maximino
y Melania, se alejó más del lugar en donde estaba y elevada sobre la tierra
como más de un metro, fijó su mirada en el Cielo y luego en la tierra, y fue
desapareciendo gradualmente, comenzando por la cabeza hasta que desapareció
todo su cuerpo, y, por último, la claridad que la rodeaba. Maximino y Melania
quedaron tristes, sin ver ya la hermosura que contemplaban.
Preguntada Melania sobre cómo estaba vestida
la Señora, respondió: “Tenía zapatos blancos
con rosas en derredor; las había de todos colores; medias amarillas, un
delantal amarillo, un vestido blanco lleno de perlas, una capa, un rodacuello
blanco con rosas en derredor, una gorra un poco inclinada hacia delante con una
corona de rosas en derredor. Tenía una cadena de la que pendía una cruz con su
Cristo, a la derecha de la cruz había unas tenazas, y a la izquierda un
martillo; de las extremidades de la cruz colgaba una gran cadena como las rosas
que había en su rodacuello. Tenía la cara blanca, prolongada; yo no podía
mirarla mucho tiempo, porque nos deslumbraba”. Por lo demás, los niños
desempeñaron fielmente la misión que María les encomendó. ¡Jamás el examen más minucioso, ni la
investigación más severa, pudieron encontrar en sus narraciones la menor
contradicción! ¿Y cómo dos
niños que apenas se habían conocido el mismo día del acontecimiento, y que no
tenían capacidad para referir circunstanciadamente los hechos más sencillos,
hubieran podido fraguar un engaño con circunstancias tan marcadas y de tanto
interés, que, examinados muchas veces, por separado, y por personas sensatas y
perspicaces, ni una sola ocasión llegaron a desdecirse de lo que contaban?
La fuente seca que desde la insigne aparición comenzó a manar con abundancia, y
cuyos limpios raudales sanaban a los enfermos, ¿no era un testimonio del hecho que
referían? ¿Cómo supieron guardar para si los secretos que la Reina del cielo
les confió, por más que una tenaz suspicacia pretendió arrancarles su
revelación, la cual no hicieron sino a la Santa Sede, y esto, cuando estuvieron
persuadidos de que así lo quería la Santísima Señora? ¿Unos niños naturalmente
temerosos e interesados, hubieran podido sobreponerse a las promesas y amenazas
para descubrir el secreto que cada quien guardaba, o para negar el
acontecimiento que uno y otro afirmaba? Preciso es confesar que el dedo de Dios allí se
manifestó, y por esto la santa Iglesia, con todo el peso que le da su autoridad
divina, declaró la realidad de la insigne aparición de María Santísima en la
Salette.
Todo habla en favor de
esta verdad; ahí esté el magnífico templo que la piedad cristiana consagró a
María, como un recuerdo monumental de este beneficio; está la fundación de los
Padres Misioneros, destinados a recibir a los peregrinos que concurren de todas
partes, y a convertir a los pecadores; están multitud de enfermos curados
milagrosamente con las aguas que brotan de la fuente seca; están, por fin, las
Cofradías de Nuestra Señora de la Salette, aprobadas y enriquecidas por la
Santa Iglesia con el tesoro de sus gracias. En vista de tales prodigios que
María ha hecho por nuestro bien, ¿qué debemos hacer sino someternos a la ley de su
Santísimo Hijo conforme a los deseos de tan gran Señora, amar a esta nuestra
Madre y Abogada con un amor constante y ardiente, y reconocer llenos de
gratitud sus beneficios?
—Rezar un
Padre nuestro, con Ave María y Gloria Patri, y luego cada uno interiormente
hará su petición del consuelo que desea alcanzar en esta novena.
ORACIÓN PARA EL DÍA
NOVENO
¡Oh bendita María! Tu
misericordia es como la lluvia temprana que llena de alegría y de gozo a las
campiñas que han sido abrasadas por el calor del estío; tu clemencia, como la
suavidad del día sereno que nos anuncia la ventura; tu gracia despide la
prodigiosa fragancia del bálsamo puro; y tu hermosura y tu amor son el
atractivo de todas las naciones. ¿Quién no quedará
rendido contemplando tu belleza? ¿Quién no se someterá a la voluntad del Señor,
oyendo el llamamiento de tu voz virginal? Bendita seas porque has
derramado en nosotros tu clemencia. ¡Bendita mil
veces porque nos has tendido una mano salvadora y compasiva! Líbranos, por tanto, de la eterna venganza, ruega por nosotros y
dígnate abrirnos las puertas del Cielo. Amén.
—Los Gozos
y oración final se harán todos los días.
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